Germán Marquínez Argote, Alcalá de Henares en la literatura española de la Edad Dorada (2011) INTRODUCCIÓN El título de este libro expresa con toda claridad el tema central del mismo. Al empezar a escribirlo me hice la siguiente pregunta: ¿Cómo se refleja nuestra ciudad en el espejo de la literatura española de la edad dorada? La respuesta es la rica visión que de la compleja sociedad alcalaína presentan los autores de la edad de oro en los diversos géneros literarios: épico, lírico, dramático, histórico, biográfico y, sobre todo, en el novelesco. Este ensayo tiene, por tanto, como tema central la rica historia social y cultural de Alcalá de Henares vista desde la literatura, que es una de las fuentes más importantes para conocer la mentalidad y los comportamientos de la gente en una determinada época. La visión literaria, que aquí presento, tiene como marco temporal los siglos XVI y XVII. Durante este período el burgo medieval, que hasta entonces había sido Alcalá, se transformó en una villa renacentista, cuyo centro indiscutible fue la Universidad Complutense, que alcanzó muy pronto fama de ser un espacio abierto a las nuevas ideas reformistas gracias al espíritu que le transmitió su fundador, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Este carisma renovador atrajo a renombrados humanistas que enseñaron en sus aulas. Además de reformista, la Alma Mater Complutense tuvo desde sus comienzos fama de acogedora, acudiendo a ella una gran masa estudiantil deseosa de cursar en los numerosos colegios seculares dotados de becas y en los colegios conventuales abiertos por las más importantes órdenes religiosas, antiguas y modernas. En estos últimos claustros florecieron, además de sabios, santos muy populares cuya fama traspasó los linderos de la villa. Pero asimismo en Alcalá cundió la vida apicarada entre los estudiantes menos afortunados, aquellos que cursaban como criados al servicio de un amo (ordinariamente un estudiante de noble y pudiente familia), o lo hacían por cuenta propia, pasando hambre de día y descansando en incómodas posadas durante la noche. En resumen, estudiantes, pícaros, sabios y santos fueron los prototipos que caracterizaron la sociedad alcalaína durante el período clásico. Junto a estos ejemplares humanos, convivía el pueblo llano obligado a solventar su vida ejerciendo los más diversos trabajos, no siempre santos. De todo ello daremos cuenta en este libro sin salirnos del marco temporal que nos hemos prefijado, los siglos XVI y XVII. Con anterioridad al siglo XVI, Alcalá de Henares aparece en la literatura medieval en dos obras fundamentales: el anónimo Cantar de Mío Cid y el Libro de buen amor de Juan Ruiz, arcipreste de Hita. La primera, es una composición épica en la que se celebran las gestas de don Rodrigo Díaz de Vivar, el llamado Cid Campeador, quien, desterrado de Castilla por orden del rey Alfonso VI, se enrumbó con sus huestes hacia Valencia, conquistando de camino diversas poblaciones moras, entre ellas Castejón de Henares, sita en la cabecera del río homónimo. Afincado en este primer bastión, el Cid Campeador ordena a doscientos cavalleros buenos que aconpañen a Minaya;a osadas corred, que por miedo non dexedes nada,Fita ayuso e por Guadalfaiara,fata Alcalá lleguen las algarase bien acoian todas las ganançiasque por miedo a los moros no dexen nada;e yo con los ciento aquí fincaré en la çaga,terné yo Casteión dón habremos grand enpara. © Centro de Estudios Cervantinos Germán Marquínez Argote, Alcalá de Henares en la literatura española de la Edad Dorada (2011) Todo transcurrió según las órdenes dadas por el Cid a su lugarteniente Álbar Fáñez Minaya: Fasta Alcalá llegó la seña de Minayae desí arriba tórnanse con la ganançia.Fenares arriba e por Guadalfaiara.Tanto traen las grandes ganançias,muchos gañados de oveias e de vacas,e de rropas e de otras rriquezas largas1. En esta forma, el burgo de Santiuste, que todavía estaba en poder de los moros2, era saqueado en esta razia por las algaras o tropas cristianas con el fin de avituallarse, como era costumbre en las guerras, y proseguir así camino hacia Valencia, ciudad que sería finalmente conquistada por el Cid en el año 1094. Un siglo después, en 1118, el arzobispo de Toledo don Bernardo de Sedirac expulsaba definitivamente a los moros del castillo de Alcalá la Vieja, abriéndose entonces un nuevo período durante el cual sus habitantes pudieron prosperar a orillas del río Henares gracias a la agricultura, al comercio y al amparo de los arzobispos de Toledo. En el nuevo burgo de Santiuste convivieron pacíficamente judíos, musulmanes y cristianos durante la baja Edad Media. Hacia 1330 Juan Ruiz, arcipreste de Fita o Hita, escribe Libro de buen amor, obra cumbre de la literatura medieval, en la cual se ofrece una imagen multiétnica, comercial y festiva de Alcalá de Henares. Movido por estos atractivos, el famoso arcipreste solía visitar su villa natal durante las alegres ferias de primavera, que tenían lugar cuando, pasada la cuaresma, se podía comer carne: Pues Carnal es venido, quiero perder lazeria:la Quaresma católica dóla a Santa Quiteria;quiero ir ver Alcalá, moraré aý la feria;dende andaré la tierra, dando a muchos materia3. En una de estas visitas, nuestro arcipreste se enamoró (nunca mejor dicho) de una dulce mora. Y, estando en trance amoroso, acudió a los buenos servicios de Trotaconventos para declararle a la mora lo mucho que la amaba, hasta el punto de estar dispuesto a casarse con ella para «olvidar coita, tristeza e pesar»: Dixo Trotaconventos a la mora por mí:«Ya amiga, ya amiga, quánto á que non vos vi.Non es quien ver vos pueda, ¿y cómo sodes ansí?Salúdavos amor nuevo». Diz la mora. 1 ANÓNIMO. Poema de mío Cid. Edic. de Ian Michael. Madrid, Castalia, 2001, pp. 108-109. Léxico: a osadas, audazmente; Fita ayuso, Hita abajo; acoian, recojan; fincaré en çaga, me haré fuerte en la zaga o retaguardia; gran enpara, gran amparo o protección; fasta Alcalá, hasta Alcalá; algara, «la tropa de gente de a caballo que sale a correr y a robar la tierra»; seña, «es el estandarte bélico, por la señal que lleva», COVARRUBIAS, pp. 1436, 118. En esta forma abreviada citaremos en adelante la obra de Sebastián de COVARRUBIAS titulada Tesoro de la lengua castellana o española, impresa en Madrid por Luis Sánchez, 1611; las páginas corresponden a la reciente edición de I. Arellano y R. Zafra. Madrid, Universidad de Navarra y RAE, 2006. 2 El burgo de Santiuste fue tomado por los moros en el año 714. 3 Juan RUIZ (arcipreste de Hita) Libro de buen amor. Edic. de Alberto Blecua. Barcelona, RBA Editores, 1995, p. 194. Léxico: carnal, «el tiempo del año en que se puede comer carne, por contraposición a la Cuaresma», COVARRUBIAS, p. 461; laceria, «miseria, mezquindad, desarrapamiento, pobreza exterior, trabajo, necesidad», COVARRUBIAS, p. 1157; Quiteria, santa legendaria; aquí «dola a Santa Quiteria» significa me la quito de encima; dar materia, dar de qué hablar. © Centro de Estudios Cervantinos Germán Marquínez Argote, Alcalá de Henares en la literatura española de la Edad Dorada (2011) «Iznedrí».«Fija, mucho vos saluda uno que es de Alcalá,enbíavos una çodra con aqueste alvalá: el Criador es convusco, que d’esto tal mucho á; tomaldo, fija señora». Diz la mora: «Legualá»4. Poco se sabe de la vida del famoso arcipreste. Su origen alcalaíno y algunos datos más, que de él tenemos, son de propia confesión5. Pero por muy interesante que sea esta obra, pertenece todavía al Medioevo, mientras que nuestro tema está circunscrito al período renacentista y al barroco. Pues bien, dejando atrás el periodo medieval, hay que decir que Alcalá hace acto de presencia en la literatura clásica de los siglos XVI y XVII en forma tan extensa e intensa, que he tenido que repartir la materia de este ensayo en cinco grandes capítulos: I. Alcalá en la novela picaresca. II. Alcalá en las obras de Miguel de Cervantes. III. Alcalá en el Quijote apócrifo de Avellaneda. IV. Alcalá en la literatura hagiográfica. V. El común de los mortales en la compleja sociedad alcalaína. EL CAPÍTULO I está dedicado a la novela picaresca. Ésta ofrece tal riqueza de datos sobre la sociedad alcalaína, que por obra y gracia suya nuestra villa entró de lleno a formar parte del universo literario para quedarse definitivamente asentada en el corazón de las letras clásicas. Por ello, nos guste o nos disguste, tenemos que reconocer que la picaresca es uno de los rasgos de nuestra identidad cultural. plantea el problema de la presencia de Alcalá en las obras de Miguel de Cervantes. Su tratamiento resulta imprescindible porque, según algunos biógrafos, la ciudad natal de Miguel está extrañamente poco presente en sus obras. Creemos que esta apreciación es «minimalista». Alcalá es nombrada no menos de siete veces en las diversas obras cervantinas, habiendo en ellas múltiples referencias al entorno alcalaíno y a personajes que nacieron o mantuvieron estrecha vinculación con la villa y con su famosa universidad. EL CAPÍTULO II EL CAPÍTULO III, complementario del anterior, está dedicado a Alcalá tal como quedó reflejada en el Quijote apócrifo de Avellaneda. En esta novela, que pretendía ser continuación de la primera parte del Quijote cervantino, Alcalá está presente de principio a fin, demostrando su autor un conocimiento de nuestra villa hasta en sus más mínimos detalles, lo cual hace suponer que estudió en ella. EL CAPÍTULO IV aborda un tema mayor: el rico santoral alcalaíno que alimentó la literatura hagiográfica de los siglos XVI y XVII, empezando por los santos niños Justo y Pastor. Ellos son reconocidos como piedra angular sobre la cual se fundó la ciudad cristiana de Santiuste. Aunque su vida y martirio queda por fuera del periodo estudiado, no 4 Libro de buen amor, p. 222. Léxico: iznedri, en árabe «no lo sé»; codra, camisa; alvalá, «carta, escrito»; convusco, «con vos», recuerda el «vobiscum» de la misa; legualá, en árabe «no, por Alá». 5 Sobre el origen alcalaíno del arcipreste: R. GONZÁLVEZ RUIZ, «La persona de Juan Ruiz», en Actas del Congreso sobre Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y el Libro de buen amor, celebrado en Alcalá la Real, 2002, edición digital. © Centro de Estudios Cervantinos Germán Marquínez Argote, Alcalá de Henares en la literatura española de la Edad Dorada (2011) obstante el eco de su martirio y la devoción popular hacia ellos, lejos de apagarse, se acrecentó cuando en el año 1568 volvieron definitivamente a Alcalá sus reliquias, guardadas en las ciudades de Narbona y Huesca durante la dominación musulmana. Ambrosio de Morales y Juan López de Úbeda, recogieron algunas de las canciones compuestas en su honor con motivo de tales celebraciones. No menos populares fueron los tres «santos legos» alcalaínos: San Diego, el Beato Julián y el Venerable Francisco. En honor suyo compusieron bellos sonetos e interesantes piezas teatrales Lope de Vega, Lupercio de Argensola y Luis Vélez de Guevara. Hubo además en Alcalá otros santos que cursaron en la Universidad Complutense, entre los que se cuentan Santo Tomás de Villanueva, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila y San José de Calasanz. De los tres primeros escribieron biografías clásicos contemporáneos tan importantes como Francisco de Quevedo, Pedro de Rivadeneira y fray Luis de Granada. constituye una especie de colofón con que cierro el libro, mostrando cómo Alcalá de Henares, primero villa y después ciudad, estaba conformada por una sociedad muy compleja, compuesta no sólo de estudiantes, pícaros, sabios y santos, sino también de lo que genéricamente suele llamarse «el común de los mortales», la gente del pueblo que solventaba su existencia y contribuía a la riqueza de la villa trabajando en múltiples oficios y variados servicios, indispensables para la vida ciudadana. La historia social no debe olvidarlos. EL CAPÍTULO V Para terminar esta breve Introducción, debo decir que, durante el tiempo que me ha llevado escribir este libro, me ha guiado básicamente una intencionalidad descriptiva. En principio, la literatura es una transposición poética de la realidad, lo cual nos permite mirar los hechos transpuestos tal como los contemplaron con sus propios ojos los autores clásicos, tanto en sus aspectos positivos como negativos. Volver a ver lo visto por ellos, tal fue mi intención, sin entrar a valorar desde nuestra perspectiva actual los hechos descritos. La picaresca, por ejemplo, fue un fenómeno social, sobre el cual podríamos plantearnos múltiples preguntas a nivel valorativo, por ejemplo: ¿El pícaro nace o, más bien, lo hace la sociedad? Lo propio ocurre con el fenómeno de la ascética «alcantarina», típica de la religiosidad barroca, sobre la cual cabe preguntar: ¿Hasta qué punto es humano y cristiano el odio o fobia al cuerpo por amor o filia al alma? Tampoco entraré a valorar otros aspectos de la mentalidad renacentista y barroca como el sistema piramidal de las clases sociales, el tema del honor como valor fundamental, la pureza o limpieza de sangre, etc. Pues bien, sin entrar en estas cuestiones de tipo valorativo (las dejo para otros), haré un ejercicio meramente descriptivo de la sociedad de los siglos XVI y XVII, mostrando cómo quedó reflejada la vida de nuestra ciudad en la literatura clásica. Si he conseguido el objetivo propuesto, júzguelo el lector. Por lo que a mí toca, me permito repetir aquí humildemente lo que Miguel de Cervantes sabía por propia experiencia: «Digo que es grandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que lo leyeren»6. 6 Quijote II, c. 3. © Centro de Estudios Cervantinos