Falsa alarma

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Fobias
Falsa alarma
Sudoración, ahogo, taquicardia
son parte de los síntomas que
definen un trastorno caracterizado
por el miedo desproporcionado
e irracional a un objeto, una
situación o un animal. El temor
–discapacitante– suele ceder
con psicoterapia / José Ramón Villalobos
Temible, displacentera, angustiante. Así es el
carácter de la fobia, una patología psiquiátrica
más frecuente de lo que se cree: aqueja a una
de cada cuatro personas en el mundo. Del griego phobeomai (temer), es descrita por la Organización Mundial de la Salud como un estado
neurótico con miedo anormal e intenso hacia
determinados objetos, situaciones y animales.
La fobia es –junto a los trastornos obsesivocompulsivos, de ansiedad generalizada y de pánico– una enfermedad mental ubicada dentro
del trastorno de ansiedad. Si bien los cuatro
pueden relacionarse indistintamente entre sí,
por lo general la fobia suele estar asociada a
los ataques de pánico (temor a morir, a enloquecer o a perder el control).
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En alerta permanente
La emoción medular del trastorno es el miedo,
un sentimiento que si bien es natural (como el
temor “normal” a las serpientes) en el caso de la
fobia es desproporcionado y enfermizo: cuando
el sujeto se enfrenta al objeto fobógeno piensa
–absurda e irracionalmente– que su vida está
amenazada. Es una falsa alarma que el organismo interpreta como real.
“El claustrofóbico piensa que puede morir si
se queda encerrado en un ascensor; el cinofóbico que un perro lo morderá. Indistintamente
del objeto al que temen, estos sujetos hacen
asociaciones absurdas que justifican su miedo.
Allí está lo irracional: no hay argumento lógico
que sustente esas ideas de terror”, ilustra Luis
Madrid, psiquiatra y psicoterapeuta.
El fóbico hace selección de lo negativo: de las
distintas situaciones que le pueden ocurrir durante el día, elige la peor para potenciar su miedo, porque necesita constantemente confirmar
el peligro. “Esto no es voluntario, es inconsciente.
El individuo queda atrapado en situaciones de
sufrimiento, siente un riesgo generalizado por-
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que el mundo para él es una amenaza”, aclara
el especialista.
Además de la intensidad y de lo absurdo, otra
característica de la fobia es su irreductibilidad:
por más que amigos y familiares expliquen que
no hay peligro, el miedo no se reduce. Los rasgos de personalidad predisponen a padecer el
trastorno. El fóbico suele ser temeroso, obsesivo,
con baja autoestima, inseguro, dependiente y
preocupado. Está en alerta permanente anticipando situaciones graves o difíciles.
Otra manifestación distintiva es el dramatismo: las reacciones de miedo del fóbico son exageradas y suele sentir terror tan solo imaginando
una situación. Un ejemplo: si ve una película
con persecuciones, es suficiente para que piense que ese episodio le puede ocurrir. Entonces,
sobreviene la alarma. Al fóbico le es fácil hacer
propia la historia de drama del otro.
Formas del miedo
Según la Asociación Psiquiátrica Americana, las
fobias se clasifican en tres categorías:
Fobias específicas o simples. Circunscritas a una
situación en particular, están las de tipo animal
(fobia a insectos, perros, arañas); ambiental
(fobia a las tormentas, inundaciones, aguas
profundas); sexual (fobia a las enfermedades
de transmisión sexual); situacional (fobia a
montarse en aviones, ascensores, metro); fobia
a la sangre (hematofobia) y a procedimientos
médicos (inyecciones).
Fobia social. Se caracteriza por la idea atemorizante de ser evaluado y juzgado por los demás.
Quienes la padecen tienen dificultad para hablar
en público, comer frente a otros y relacionarse
con desconocidos. Son invadidos por ideas fóbicas de ejecución (“voy a temblar”, “se me caerá
el plato”) y de evaluación (“pensarán que soy
tonto”, “quedaré en ridículo”). Evitan asistir a
reuniones donde no conocen a nadie.
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Agorafobia. Es el temor a espacios abiertos
con multitudes o a lugares de donde es difícil
escapar (centros comerciales, conciertos, salas
de cine). El agorafóbico tiene la convicción de
que quedará atrapado y no podrá salir. En la
mayoría de los casos, comienza a experimentar ataques de pánico y, para no “exponerse”,
suele confinarse en su casa. Por lo general, sale
acompañado.
Cuerpo y mente
A diferencia de otros trastornos, la fobia tiene
una característica que la distingue: la presencia
de síntomas tanto físicos (llamados extrotensivos) como psicológicos (introtensivos).
Síntomas extrotensivos. Se definen por expresiones fisiológicas y reactivas: temblor, taquicardia, sudoración, escalofríos, sensación de ahogo,
opresión en el pecho, ganas de salir corriendo,
miedo a perder el control y a morir. La huida es
la salida más recurrente.
Síntomas introtensivos. Se manifiestan psicológica y emocionalmente: ideas distorsionadas,
sentimientos intensos y angustia contenida. El
sujeto suele paralizarse.
Ambos cuadros operan de la misma manera:
la presencia o acercamiento al objeto fobógeno
desata la reacción de miedo y la consecuente
aparición de los síntomas. En muchos casos, el
fóbico se convierte en espectador de su sintomatología (“me va a faltar la respiración”, “voy
a perder el control”) y, al final, atrapado en esas
ideas, termina desarrollando un verdadero ataque de pánico (miedo al miedo).
“Muchos experimentan una obturación cognitiva emocional: el terror es tan intenso que
no pueden pensar. Se les intenta calmar, pero
no escuchan ni entienden lo que se les dice. La
reacción psicológica y fisiológica es tan fuerte
que en algunos casos llegan a desmayarse y a
perder el conocimiento”, describe Madrid.
*
Hoy se reconocen más de 300 fobias.
Entre las más comunes se cuentan:
• Claustrofobia: a los lugares cerrados.
• Cinofobia: a los perros.
• Criptofobia: a los espacios pequeños.
• Entomofobia: a los insectos.
• Hematofobia: a la sangre.
• Hidrofobia: al agua.
• Misofobia: al contagio.
• Neofobia: a lo nuevo.
• Nictalofobia: a la noche.
• Zoofobia: a los animales.
Por grados
Dependiendo de la intensidad, la manifestación
de la fobia puede ser leve, moderada o severa.
Leve. Cuando se está frente al estímulo temido
aparecen los primeros síntomas fisiológicos (palpitaciones, hormigueo, hiperventilación) por la
sensación de que algo “grave” va a ocurrir.
Moderada. La angustia es significativa y el individuo empieza a monitorearse físicamente. Se
inicia un círculo vicioso perturbador: ya la alerta
y el miedo están enraizados. Tan solo hablar de
la situación genera terror. La persona comienza
a evitar las situaciones que “huelan” al objeto
fobógeno.
Severa. Llamada neurosis fóbica, el sujeto presenta ataques de pánico y el sufrimiento –intenso– compromete considerablemente la calidad
de vida. Ante una situación nueva, verifica si
podría estar el elemento fobógeno para evitarlo.
Vive en una especie de cárcel de la que le resulta
difícil escapar.
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¿Se debe evitar
el elemento temido?
Si bien eludirlo es un beneficio
temporal, los especialistas sostienen
que es una trampa psíquica del
sujeto, porque no está confrontando
el problema que da origen a su
fobia. El afectado lo ve como una
solución, pero los expertos como
un síntoma más.
• Más allá del objeto temido, el fóbico tiene
la sensación de que hay otras situaciones amenazantes.
En algunas ocasiones, durante la terapia desaparece
una fobia y aparece otra.
• Por razones culturales, sociales y biológicas las fobias
son más frecuentes en las mujeres.
• Existen familias con tendencias fóbicas. Hay padres
ansiosos que no dejan que sus hijos desarrollen herramientas para manejar situaciones cotidianas. Esa crianza
temerosa frente al mundo interfiere negativamente en
los mecanismos de defensa y desenvolvimiento social.
Distintas raíces
Existen muchas teorías que explican el origen
de las fobias. Una de las más reconocidas sostiene que el sujeto tiene un conflicto personal
sin resolución y que desplaza esa angustia hacia
el elemento que le genera temor, cuya elección
hace de manera inconsciente.
En sintonía con esas consideraciones, el
psiquiatra Alexander Stojanovic sostiene que
el origen se ubica en la etapa del desarrollo
psicosexual –entre los 3 y 5 años–, cuando se
están resolviendo los conflictos emocionales relacionados con las figuras parentales. “El aparato
psíquico no tiene edad. Durante una situación
traumática un individuo adulto puede generar
una fobia disparada por problemas que arrastra
desde pequeño”, precisa el especialista.
Además de las razones psicológicas, estudios
han revelado que algunos fóbicos tienen el área
límbica (centro de las emociones, la afectividad
y los instintos) hipersensible, de modo que ante
mínimos estímulos la “alarma” del miedo se activa y el organismo descifra un peligro irreal como
real. El factor hereditario también influye: está
comprobado, por ejemplo, que la hematofobia
tiene un componente genético.
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Apagar la alarma
El tratamiento se orienta según el caso: si predominan los síntomas físicos se combinan farmacoterapia y psicoterapia, y si prevalecen los
psíquicos sólo psicoterapia.
Psicoterapia. El paciente aprende a precisar,
controlar y contrarrestar sus ideas de miedo a
través de asociaciones libres. Se realizan ejercicios prácticos que lo exponen a las situaciones
de crisis para desafiar sus creencias de alarma
y hacer que pierdan credibilidad. Además del
compromiso, el éxito del tratamiento depende
de la capacidad del individuo para conectarse
consigo mismo y de la simbolización que logre
construir. Se estima que 95% de los pacientes
revierten la fobia.
Psicoeducación. Consiste en explicarle al fóbico
las características y la dinámica psicológica de
la patología. La idea es que entienda lo que le
pasa y lo irracional de su miedo. Se le enseñan
técnicas de relajación y respiración.
Farmacoterapia. Especialmente utilizada en los
inicios del tratamiento, neutraliza los síntomas
físicos (cardíacos, respiratorios y musculares).
La medicación suele ser temporal.
•
(
F u e n t e s c o n s u lta d a s
º Luis Madrid, psiquiatra y psicoterapeuta. Hospital Militar
“Dr. Carlos Arvelo” / Centro Clínico Profesional Caracas.
º Alexander Stojanovic, psiquiatra y psicoterapeuta.
º Asociación Psiquiátrica Americana.
º Sociedad Argentina de Trastorno de Ansiedad.
º National Institute of Mental Health.
)
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