i. acojo, me abro a mi realidad de mujer que consagró su vida a

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I.
ACOJO, ME ABRO A MI REALIDAD DE MUJER QUE CONSAGRÓ SU VIDA A “LA
GLORIA DE DIOS Y SALVACIÓN DE LAS PERSONAS”
“ El Espíritu de Dios me ha consagrado” (Lc.4,18). La santidad, lo sabemos, es ante todo un
llamado del Señor, más aún una dinámica donde el gran artesano es el mismo Espíritu Santo.
Para nosotras, la santidad viene a ser entonces una respuesta que damos al Señor que nos
llama y transfigura.
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La dinámica de la santidad, podemos decir, que es a la vez una dinámica de gracia y de
libertad y que responde a este llamado permanente del Espíritu en nosotras. Es por ello que la
santidad se juega en nuestra vida misma, en nuestra propia historia.
Toda cristiana en virtud del bautismo, es llamada a la santidad, es decir, a vivir al estilo de
Jesús, dejándose guiar por el Espíritu. La santidad no es otra cosa que la vida en el Espíritu, que
nos conforma según el modelo único, Cristo. No puede haber santidad sin docilidad al Espíritu,
como tampoco sin asemejarnos a Cristo y sin acogida al espíritu de las bienaventuranzas.
Este llamado a la santidad puede vivirse por caminos diferentes, lo cual supone vocaciones
diferentes. Entre estos caminos, está la vocación a la vida religiosa, cuya particularidad es
elegir a Cristo como lo único necesario. Es El quien llama a algunas a “estar con El” (Mc.3, 14) y
para vivir con El, el Absoluto del Reino. Todo está centrado en el Señor Jesús a quien uno se
consagra por los votos y de quien queremos ser discípulas.
La santidad para nosotras, hermanas del Buen Pastor, se sitúa en esta perspectiva con la
práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad, obediencia y celo apostólico, que
intentan traducir la donación total de nuestro ser al servicio de Cristo en los/as hermanos/as.
o Al consagrarte a Dios en tu primera profesión ¿Qué es lo que recuerdas? ¿cuáles eran
tus sentimientos, los anhelos más profundos que habitaban en tu corazón?
o ¿Qué personas, que acontecimientos, circunstancias te han ayudado a vivir tu
consagración?
o Al cabo de estos años vividos al servicio del Reinado de Dios ¿cómo te sientes? Si
pudieras, en un párrafo, hacer una síntesis de tu vida consagrada en la vivencia de los
votos ¿qué escribirías?
Ora con San Juan Eudes
Dios mío, tu proyecto es que seamos todos santos!
Tú nos invitas a entrar en el misterio mismo de la Trinidad,
en este gran movimiento de vida que te habita, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Miremos a los santos, a aquéllos que han vivido antes de nosotros.
Ellos han adorado al mismo Dios, compartido la misma fe, la misma esperanza,
Han meditado el mismo Evangelio.
Tú nos haces entrar en una maravillosa alianza contigo, vivir solamente por Ti, mi Dios, y
entrenar a los otros, con nosotros, en esta felicidad!
(OC II, p.143-146)
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Acojo mi vocación a la vida consagrada,
como una dinámica que va en progresión.
Sé Señor que necesito de tu Espíritu
para lanzarme por la senda de la santidad hacia la Meta que eres Tú.
Recibo y hago mío el Celo que te devoraba
por la gloria de tu Padre y por su Reinado,
quiero que este celo invada mi vida entera.
II.
EL LLAMAMIENTO A VIVIR Y TRABAJAR POR LA SALVACIÓN DE LAS PERSONAS
ME LLEVA A LA CONTEMPLACIÓN Y ACCIÓN DE GRACIAS.
o Contemplo, las imágenes de san Juan Eudes y santa María Eufrasia que aparecen
en la primera página y en un primer momento oro con ellas. Anoto mis reflexiones
o Leo, subrayo, reflexiono, destaco, lo que más te llega del siguiente texto y
contemplo, doy gracias:
1. Los votos de pobreza, castidad y obediencia, medios para nuestro fin: vivir y
trabajar por la salvación de las personas
Todos los votos religiosos nos vienen a través de la Iglesia. Los tres votos tradicionales de
castidad, pobreza, y obediencia que hacen de la vida religiosa en la Iglesia, un carisma, nos
permiten manifestar la radicalidad absoluta del amor a Cristo, ser signos de vida, “profecía
vivencial” del futuro deseado por la humanidad. En medio del mundo estamos puestas como
talleres experimentales del Reino, encarnación de lo que viene, lo que supone que estamos
“abiertas de par en par a la visitación del mundo”. Esto implica que nuestras casas, nuestras
comunidades y nuestros corazones no tengan puertas ni cerrojos ante la aspiración de la
esperanza humana. Y en este espíritu se enmarca nuestro voto de celo: es ante todo, un
compromiso con los intereses de Dios, es decir, abrir nuestros corazones a la “miseria de los
miserables” y trabajar sin poner límites, “con gran corazón y decidida voluntad” para que ellos
y ellas “tengan vida y vida en abundancia” y así puedan experimentar con cuánto amor Dios les
ama.
Como hermanas del Buen Pastor, cooperamos en la obra misericordiosa de Dios, haciendo
nuestra la solicitud amorosa de Jesús Buen Pastor (Const. integrada N°11). La pobreza, la
castidad, y la obediencia nos liberan y como nos dicen San Juan Eudes y Santa María
Eufrasia, llegan a ser medios a nuestro fin: vivir y trabajar por la salvación de las personas,
como está expresado en nuestro cuarto Voto. (cf. Const. Int. Art.29)
“¡Pensemos, amadísimas hijas, cuán sublime es el sacrificio que hicimos
consagrándonos por un cuarto voto a la obra de la salvación de los demás! Este
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sacrificio nos eleva a la dignidad de cooperadoras en la obra de la redención. En
muchas órdenes religiosas se hacen únicamente los votos de pobreza, castidad y
obediencia; para nosotras, estos tres no son sino un medio para alcanzar nuestro fin,
esto es, el cumplimiento de nuestro cuarto voto, por el cual nos consagrarnos a la
salvación del prójimo. Voto que nos exige ser, por el destello de nuestras virtudes, el
esplendor de las personas que dirigimos. Acostumbrémonos a relacionar con nuestro
cuarto voto cuanto hagamos. El cuarto voto es el que mejor nos guarda y da mayor
mérito a nuestras acciones”.(Conf. 16)
Santa Ma. Eufrasia, habla que los votos de pobreza, castidad y obediencia son un
medio para alcanzar nuestro fin, vale decir, la salvación de nuestros hermanos/as.
¿Qué reflexiones despierta en ti esta realidad?
2. El voto de celo da un dinamismo especial a nuestra vida de consagración para la misión y
sella nuestra identidad
Un cuarto voto en la Iglesia habitualmente indica un ministerio específico dentro de ella;
nuestro voto de Celo, además “da un dinamismo especial a nuestra vida de consagración
para la misión” (Const. 28). San Juan Eudes como Santa María Eufrasia, enseñan que
nosotras hacemos los votos de castidad, pobreza y obediencia, porque estamos llamadas a
hacer el cuarto voto y que, por lo tanto, no es un apéndice, algo agregado a nuestra vida
de consagradas, sino que orienta nuestra vida de unión con Jesús, especifica el cómo
hacemos nuestros sus sentimientos, sus actitudes.
“El cuarto voto es el que mejor nos guarda y da mayor mérito a nuestras acciones. Así,
pues, nuestro fin principal es la caridad. Ella debe inducirnos a seguir las huellas del
Divino Pastor, e ir en busca de las pobres ovejas que se han apartado del redil de
Jesucristo” (Conf. 16)
La intención de Santa María Eufrasia era que, con nuestro voto de Celo, pudiéramos colaborar
con Cristo, en su ardiente celo por la gloria del Padre y por su Reinado, como es manifestada
en su compasión humana y divina. Esto se nota en la personificación del único título que Jesús
se dio para definir su misión en la tierra: “YO SOY EL BUEN PASTOR” (Jn.10,11)
A través de su Iglesia, Jesús Buen Pastor, continúa buscándonos y derramando sobre tantos y
tantas su compasión, y quiere continuar esa misión por medio de nosotras, porque la Iglesia
nos confía una parte de su misión de reconciliación y de respuesta de amor, a tanto amor
ofrecido. Por el voto de celo, núcleo fundamental de nuestra vocación, nos comprometemos a
vivir, orar y trabajar por la salvación de las personas, de tal manera que aquellos y aquellas a
quienes somos enviadas experimenten en sus vidas el amor del Corazón de Jesús y de María
que todo lo invade, restaura y dignifica (cf. Const. integrada N°s. 28 y 29)
Los tres votos nos liberan para ocuparnos de los intereses de Jesús Buen Pastor y enciende el
fervor de nuestra caridad, que expresamos en nuestro voto de celo, es decir, la libertad que
nos dan los tres votos crean un espacio amplio en nuestro corazón para el celo o pasión por la
humanidad y nos permiten entregarnos totalmente a la obra salvadora de Cristo (Cf. Const.
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integradas 11). Santa María Eufrasia enseña que los tres votos refuerzan el cuarto que es la
esencia de nuestra vocación y es muy clara al respecto:
“¿Qué hacemos en este mundo, porque nos hemos reunido en comunidad, porque
hemos abandonado las alegrías de la vida familiar y todas las cosas buenas de la vida?
Ciertamente no es solo porque nosotras mismas queremos llegar a la plenitud de la
vida y de amor obtenidos por Jesucristo para nosotras. Estamos aquí para buscar a
nuestros hermanos y hermanas desviados y lejanos del amor; estamos aquí para que el
sacrificio redentor de Jesús sea eficaz también en sus vidas” (Conf. 1840)
Por consiguiente, los tres votos están dirigidos hacia el don total de sí por las personas que el
Buen Pastor desea ardientemente colmar con su amor. Existe de hecho, en los cuatro votos,
una interdependencia de acción y sostén espiritual recíproco. Por lo tanto, para nosotras, en
nuestra vocación específica de hermanas del Buen Pastor, el más importante de los tres votos
es el voto de celo apostólico y de nuestra fidelidad a él depende la calidad de la castidad,
pobreza y de la obediencia, aunque estas cuatro dimensiones nunca se pueden separar.
Anota la reflexión que ha refrescado, ha reafirmado o ha interpelado tu consagración
como hermana del Buen Pastor
Alaba y da gracias al Señor por el don del cuarto voto
Pastor Bueno,
gracias por el don de la vocación religiosa.
Quiero que mi existencia toda te diga:
te alabo por tu gran misericordia.
Que el ejercicio de mi celo misionero
sea la voz que te adore y te proclame en medio
de los que te buscan aún sin saberlo.
III.
VIVO EL PERDÓN DEJÁNDOME CUESTIONAR POR:
La Palabra: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que
dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los
cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para
proclamar que su misericordia y fidelidad son eternas (Cf. Lc. 4,18 y 19; sal. 103
(102)
Por nuestras Const.: N° 10, 11, 12 y 13.
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Por nuestra santa madre: “Para hacerse más semejante al divino Esposo y serle
más agradables, se han unido estrechamente a El por medio de los santos
votos de pobreza, castidad, obediencia y caridad (celo por la salvación de las
personas), habiendo depositado su libertad al pie del altar, ¿cuál de ustedes se
atrevería a decir: estoy hastiada, quiero mi libertad…?
(SME: Conf. 16)
¿Qué perdón puedo vivir? Lo nombro
Señor, ¡Cuántas veces he leído el texto de Lc 4,18 y 19!
Hoy día al hacer contemplación en esas tus palabras,
me doy cuenta que mi proyecto de vida
se aleja mucho, en la práctica,
de tus planteamientos.
Tú sabes de qué estoy hecha, de barro,
aún así sientes ternura de Padre para conmigo,
y perdonas mis infidelidades.
¡Perdón Señor!
IV.
TIEMPO PARA RENOVAR MI COMPROMISO COMO HERMANA DEL BUEN
PASTOR
Llamado de la Palabra
Tim 1,9: Dios nos ha dado una vocación santa
Jl. 3,1: “Después de esto yo derramaré mi Espíritu sobre todos… los ancianos
tendrán sueños y los jóvenes visiones...”
Sb 3,9: “Los que confían en Él conocerán la verdad...sus elegidos hallan en Él
bondad y misericordia”
2 Tim 1,9 .12: “Dios nos llamó gratuitamente y por iniciativa propia... nos ha
dado una vocación santa...sé en quien he puesto mi confianza...”
El llamado de la Iglesia
“En un continente, en el cual se manifiestan serias tendencias de secularización,
también en la vida consagrada, las religiosos están llamadas a dar testimonio de la
absoluta primacía de Dios y de su Reino. La vida consagrada se convierte en testigo del
Dios de la vida en una realidad que relativiza su valor (obediencia), es testigo de
libertad frente al mercado y a las riquezas que valoran a las personas por el tener
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(pobreza), y es testigo de una entrega en el amor radical y libre a Dios y a la
humanidad frente a la erotización y banalización de las relaciones (castidad)”
(DA 219).
A lo largo de esta reflexión, el Espíritu ha refrescado mi consagración, he
recordado que los tres votos refuerzan el cuarto que es la esencia de nuestra
vocación. ¿Con qué me quedo? ¿Qué es lo que se ha grabado en el centro de
mi ser?
¿Cuál es el compromiso que se ha despertado en mí? Anoto caminos concretos
Con santa María Eufrasia renuevo mi consagración:
“Sagrado Corazón de Jesús
te ruego aceptes la ofrenda que te hago de todo mi ser.
Que cada latido de mi corazón sea una plegaria de gracia y perdón;
que el alimento de mi vida sea trabajar sin descanso
por tu gloria y la salvación de las almas.
¡Que cuando para reconfortarme me vuelvo a ti
y fijo mi mirada en ti, la fuerza,
el valor, la generosidad aumenten en mi!
¡Qué todos mis suspiros, sean otros tantos llamados a tu infinita misericordia!
¡Permite que cada una de mis miradas, tenga la virtud
de atraer a ti las personas que yo mire y de ganarlas a tu amor!
Concédeme Señor, una sed insaciable por la salvación de las almas
y Tú seas glorificado mi Dios y mi todo”. Así sea
(Sta. Ma. Eufrasia P.)
Al final este retiro, estaré en condiciones de saberme
y sentirme una celosa misionera al estilo de Jesús Buen Pastor
y de las implicaciones que tienen los votos como medios para realizar nuestro fin.
Mis ojos estarán abiertos, atentos, fijos
en las mayores urgencias de las personas necesitadas
para entregarles lo mejor de mi vida orante y acción,
sin reparar en lo que me cueste.
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