El fusilamiento de Maximiliano

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El fusilamiento de Maximiliano
“Perdono a todos, ruego que también me perdonen a mí y ojalá que mi sangre beneficie al país. ¡Viva
México, viva la independencia!” Sonaron siete disparos, cinco de ellos atravesaron al emperador, que
vestía un traje negro. Cayó al suelo y exclamó en voz baja: “¡Hombre!”. El oficial al mando se acercó y
señaló el corazón de quien aún daba señales de vida y otro soldado disparó a quemarropa poniendo fin
a la vida de Maximiliano de Habsburgo, segundo emperador de México.
Poco más de un mes antes de esta escena, Maximiliano le otorgaba al coronel López la medalla del
valor y le pidió que -dado que ya estaban sitiados en Querétaro- en caso de que cayeran en manos
enemigas, López se encargara de quitarle la vida antes de que lo hicieran los republicanos. Maximiliano
no contaba con que su coronel, lo habría de traicionar y bajo amenazas y promesas del general
Mariano Escobedo, entregó la plaza y el cuartel general -el convento de La Cruz-.
Así, sesenta y un días después de la valerosa defensa de Querétaro, el 15 de mayo de 1867,
Maximiliano entregó su espada al general Mariano Escobedo y junto con sus leales fue encarcelado en
el convento de La Cruz. Dos días más tarde, fueron trasladados al antiguo convento de las monjas
Teresitas, debido al mal estado de salud del emperador. Juárez mandó aumentar la vigilancia e
imponer un trato más severo, así que fueron llevados al convento de las Capuchinas, que podía fungir
más como prisión. En las celdas contiguas se encontraban los generales Miramón y Mejía.
Se les juzgó de acuerdo a la ley promulgada por Juárez el 25 de enero de 1862 en la que se prohibía
bajo pena de muerte a cualquier mexicano que ayudara a la intervención extranjera en México y
amenazaba de muerte a los extranjeros que atentaran contra la independencia del país. Fueron trece
las acusaciones hechas a los prisioneros y la ejecución de la sentencia se señaló para el 16 de junio.
Y ahí se encontraba Maximiliano, en una pequeña celda con sólo un catre, una mesa de caoba con dos
candelabros, un crucifijo y unas cuantas sillas, soportando la enfermedad que lo consumía poco a
poco, serenamente planeando los detalles de su embalsamiento y su traslado a Europa. Repartió entre
amigos y parientes los pocos objetos que aún tenía y rogó para que en su ejecución le eligieran buenos
tiradores, que no le apuntaran a la cara pero fueran firmes y certeros.
En esa torturante espera, llegó con el día 16, el coronel Palacios y un telegrama en donde señalaba que
el fusilamiento se había aplazado tres días. La única concesión que dio Juárez gracias a los ruegos de
embajadores, monarcas europeos, centenares de mujeres y hombres -la mujer que más rogó por el
indulto de Maximiliano fue la princesa de Salm-Salm. Pero ¿qué importaban tres días más de vida
cuando el emperador y sus generales, por dentro ya habían muerto?
Tres hombres fueron fusilados el 19 de junio de 1867 para mandar un mensaje simbólico de parte del
presidente Juárez al resto de las monarquías europeas y a toda nación que se atreviera a intervenir en
México.
“¿Están ustedes listos, señores? Yo ya estoy dispuesto –expresó Maximiliano-. Pronto nos veremos en
la otra vida”, y abrazó a sus compañeros. “General, -le dijo a Miramón- un valiente debe ser honrado
por su monarca hasta en la hora de la muerte” y le cedió su lugar, en el centro. Después le dijo a Mejía:
“Lo que no es compensado en la tierra, lo será en el cielo”. Un oficial balbuceó algo que parecía una
disculpa y Maximiliano respondió: “Usted es soldado y debe obedecer” y dio una onza de oro a cada
soldado frente a él.
Y sonaron los disparos.
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LIC. BENITO JUÁREZ GARCIA
Benito Juárez era, por formación, un político conciliador y moderado, pero cuando se convencía de que
la conciliación no daría resultados o que sería incluso contraproducente, se tornaba inflexible. Sin
embargo, siempre fue mucho más conciliador con el adversario nacional que con el enemigo
extranjero: ante los franceses y ante el emperador Maximiliano no lo fue. Tuvo una honestidad
personal tan natural, tan congénita, que en su época no fue siquiera tema de conversación, mucho
menos de alabanza.
Y esta razón aparece con una claridad meridiana al revisar el inventario que de sus modestos bienes se
levantó poco después de su muerte: el hombre que había sido diputado federal, dos veces gobernador
de Oaxaca, secretario de Justicia, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y presidente
de la República durante catorce años y medio, ejerciendo en algunos periodos como auténtico
dictador, tenía al morir bienes por valor de 155,233 pesos. Además de algún capital líquido o
depositado en casas bancarias, los bienes de Juárez se limitaban a una calesa usada con su tronco de
mulas, tres casas en la ciudad de México y una en la ciudad de Oaxaca. Si alguien creyera que la
actuación pública de Juárez no fue benéfica para México, si alguien no cree necesario observar cómo
los mexicanos de la sexta, séptima y octava década del siglo
Se encontraba don Benito en el palacio de gobierno del estado de Jalisco cuando los soldados
amotinados ingresaron violentamente en el salón en que Juárez despachaba con sus ministros. El
oficial al mando ordenó a sus hombres que prepararan los fusiles y que apuntaran directamente al
presidente Juárez, quien quedó como petrificado ante la inminencia de la muerte. En eso, Guillermo
Prieto, llevado por el "vértigo" como lo confeso después, tomó a Juárez por la ropa, lo puso a sus
espaldas, abrió los brazos en cruz y grito fuertemente: "¡Levanten esas armas!... ¡Los valientes no
asesinan!... ¿¡Quieren sangre!?... ¡Bébanse la mía!" Impresionados, los soldados bajaron los fusiles y
se retiraron confundidos. Juárez decidió que debía buscar refugio en un lugar más seguro, en el último
bastión del liberalismo mexicano: el puerto de Veracruz.
LA CORBATA.-Frente al espejo, un día Benito trataba inútilmente de ponerse la corbata, de repente
observó que un mechón rebelde del cabello se alzaba con terquedad; aplazando la tarea de la corbata,
tomo un cepillo y se peinó insistentemente hasta que el pelo quedó aplacado; después volvió a la
corbata, volvió a hacer el nudo pero en cada intento fracasaba, no quedaba complacido del resultado,
hasta que, ya impaciente, grito: ¡Margarita!, y al escuchar la voz de su marido, ella le respondió
igualmente fuerte: ¡Voy! En el espejo apareció entonces también la figura de la esposa, atrás del
presidente de la República , que no atinaba a componerse su atuendo personal. "Margarita por favor,
¡esta corbata!" Y ella, mientras hábilmente arreglaba los desperfectos, hacía uso de su derecho de
esposa para regañar al marido: ¡Ay hijo!, ¡Pero qué inútil eres! No sirves ni para ponerte una corbata
bien. (Tuvo al menos dos hijos con una mujer anónima del pueblo, a la que desconoció para luego
casarse con Margarita Maza, hija adoptiva de su antiguo patrón, Antonio Maza. Al celebrarse la boda
tenía 37 años y ella 17)
RECIPROCIDAD.-Cuando el Presidente Juárez se salvó de morir en Guadalajara, en marzo de 1858, al
oficial que mandaba el pelotón de su fusilamiento y que pertenecía a las fuerzas del Partido
Conservador, le entregó una tarjeta con su nombre y la siguiente frase: "reciprocidad en la vida".
Tiempo después, dicho oficial, que no era otro sino Filomeno Bravo, fue hecho prisionero en
Zacatecas; y cuando se disponían a pasarlo por las armas, él entregó la tarjeta de don Benito... y le
perdonaron la vida... Bravo llegó a ser Gobernador del Estado de Colima.
INDIO LEAL.-Se cuenta que el general Escobedo le informó al Presidente Juárez que para pagar una
deuda de honor, pues a él le debía la vida, le propuso la libertad al general imperialista Tomás Mejía,
preso en Querétaro, y que al indicarle que sus compañeros (Miramón y el Emperador) no disfrutarían
de tal franquicia, categóricamente renunció a su libertad, aceptando seguir la suerte de sus
compañeros de cadalso... Juárez como único comentario, dijo: "Claro, Mejía es indio... y es leal."
LAS CONDECORACIONES.-Es sabido que las fuerzas francesas que participaron en la Batalla del Cinco
de Mayo perdieron, a manos de los soldados mexicanos, las condecoraciones ganadas en distintas
campañas en el viejo mundo. El Presidente Juárez, apenas el 10 de mayo del propio 1862, giró nota al
general Zaragoza, en la que decía: "todas las condecoraciones que en el calor del combate arrancaron
nuestros soldados a sus bravos vencidos, heridos y prisioneros, les serán devueltas en nombre y
como testimonio al valor del Ejército de Oriente y de la generosa Nación Mexicana, considerándose
que los desgraciados que las hubieran merecido por hechos distinguidos, cuya memoria es superior a
la misma muerte, no las desmerecen en ninguna manera, porque sumisos y debidamente
subordinados, han venido a nuestro suelo a traernos una guerra inicua y loca, de cuyo origen y
consecuencias serán responsables los que la previnieron".
LAS COPLAS.-En una ocasión en que Juárez cruzaba por la plaza de armas, un trasnochado artesano
entonaba la siguiente copla de cierta letrilla en boga: Se dice que está en La Habana el católico Santa
Ana y que si surcan las olas las legiones españolas ha de hacer un desatino el moderno Constantino
poniéndonos en tutela:-esa sí que ya no cuela- Y cuenta la leyenda que don Benito sonrió al artesano y
le dijo en alta voz:
"¡Ah, mi pueblo, mi valiente pueblo!"
ADIÓS MAMÁ CARLOTA.-Siempre se ha dicho que el autor de la letra "Adiós, Mamá Carlota" fue el
general Vicente Riva Palacio quien, con dicha composición, festejó el viaje de la esposa de
Maximiliano, que en cierto modo fue inmediato anterior a la caída del Imperio. Años más tarde, Riva
Palacio era el representante diplomático de México en Madrid y a dicha ciudad llegó la Banda de
Música Mexicana que dirigía el notable maestro Encarnación Payén, a quien le pidió que
"lánguidamente fuera tocada la mamá Carlota, y la alegría de otros tiempos se tornó gran pesar en
Riva Palacio, quien no pudo menos que exclamar: "Pobre mujer, el destino ha sido con ella más cruel
que los hombres mismos", mientras enjugaba una lágrima que rodó por sus mejillas.
LE HAN QUITADO UNA PLUMA A MI GALLO.-En el templo de Jesús de Nazareno, más conocido por el
vulgo como el Hospital de Jesús (en el que están los restos de Hernán Cortés), existe una lápida con la
siguiente leyenda: "10 de marzo de 1858. Coronel José Calderón. Si al rigor sucumbió de adversa
suerte, envidiable y heroica fue su muerte". Él fue el más gallardo combatiente republicano en la
Batalla de Salamanca, que hizo expresar a Juárez: " Le han quitado una pluma a nuestro gallo". La frase
célebre del político liberal mexicano Benito Juárez, "Entre los individuos, como entre las Naciones, el
respeto al derecho ajeno es la paz", fue enunciada el 15 de julio de 1867.- Discurso pronunciado ante
el congreso. ¡Mexicanos! "encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los
beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para
los derechos de todos los habitantes de la República". ¡Que el pueblo y el gobierno respeten los
derechos de todos! ¡Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la
paz! Se inició en la masonería del Rito Nacional Mexicano, en una ceremonia que se tuvo en las
instalaciones del mismo congreso, del cual se habían apropiado los liberales para tener sus reuniones.
Juárez adoptó como nombre masónico Guillermo Tell.
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Batalla del Jahuactal
El 29 de octubre de 1863, las fuerzas republicanas de Tabasco, al mando del coronel Gregorio Méndez
Magaña se aposentaron en la villa de Cunduacán, considerada como la llave de la Chontalpa y donde
había sido recibido el comandante francotraidor, Eduardo González Arévalo, con cierta deferencia por
algunos partidarios de la intervención y desafectos al gobierno juarista.
En Cunduacán, el coronel Méndez se reunió con varios vecinos, a quienes comunicó las necesidades de
su tropa, exhortándolos a colaborar en la patriótica empresa de limpiar al estado de la hez imperialista.
Su petición recibió como respuesta, la donación de varios centenares de pesos reunidos por los
patriotas habitantes de La Atenas de la Chontalpa.
El coronel Méndez intuía, que el haberse apoderado de Cunduacán sería interpretado por los
francotraidores, como un desafío, por lo que no dudaba que allí sería combatido; y no estaba
equivocado, puesto que González Arévalo decidió castigar la osadía de los republicanos, alistando lo
más granado de sus fuerzas para emprender la marcha en pos de los osados tabasqueños, pero
conociendo don Gregorio que la plaza ocupada por sus tropas no era factible de ser defendida, tomó la
precaución de mantener la villa custodiada de guardias avanzadas, para prevenir un ataque sorpresa
como el sufrido en Comalcalco.
Amaneciendo el día 1° de noviembre, una escolta de la avanzada que custodiaba el camino hacia San
Juan Bautista, presentó ante el coronel Méndez al joven Abraham de la Cruz, mozo del rancho La
Trinidad, distante unas tres leguas de la villa de Cunduacán, del que había fugado la noche anterior,
con el objeto de avisarle a los patriotas tabasqueños, que González Arévalo, con fuerzas de infantería,
caballería y artillería había pernoctado en dicho rancho, para atacar muy de mañana el emplazamiento
republicano.
Ante aquella noticia, el coronel Méndez y su estado mayor, acordaron combatir a los odiados
enemigos y no retroceder, para evitar el desprestigio de su causa. Y tomando en consideración las
carencias de armamento y parque de sus tropas, se optó por emboscarlos en el sitio conocido como El
Jahuactal, tramo del camino nacional de Cunduacán a San Juan Bautista, practicado a través de una
espesa selva de las delgadas palmeras conocidas como jahuactes, entre las que se ocultaron los
nacionales para esperar el paso de los intervencionistas y acribillarlos.
¿Cómo se desarrolló el hecho de armas que conocemos como la Batalla del Jahuactal? Para mayor
exactitud en la narración, dejémosle la palabra al patriota escritor y licenciado Manuel Sánchez
Mármol, testigo presencial de esta acción de guerra, secretario del coronel Méndez y autor de la
llamada “Reseña Oficial de los sucesos del Estado de Tabasco en los órdenes militar y político”, durante
la guerra con la intervención extranjera, que el citado coronel Gregorio Méndez envió al Supremo
Gobierno de la República:
“Apenas tuve tiempo el preciso para poder formar así la batalla. El enemigo no se hizo esperar por
mucho tiempo. Los exploradores se avistaron con él, y disparando sus mosquetes, vinieron a
incorporarse a nuestra reserva, trayendo herido al sargento Macedonio Gil. A las siete de la mañana se
nos presentó, formando inmediatamente en batalla, con su caballería a la vanguardia, que se abrió en
dos alas para franquear el paso a la pieza de montaña que traía al frente de su infantería, siguiendo
avanzando hacia la población, batiendo marcha.
”Una imprudencia malogró mi plan de envolver al enemigo y aniquilarlo por completo. El sargento 2º
de la segunda de Huimanguillo, Jacinto López, viéndole avanzar salió del bosque, sin duda con el ánimo
de observarlo mejor. Al verificarlo, denunció nuestras posiciones.
”El enemigo comprendió la celada, rompió sus fuegos que fueron respondidos por nuestras
emboscadas de derecha e izquierda. El cañón imperialista hacía disparos desacertados y sin objeto.
Jacinto López, el sargento temerario, quiso sin embargo imponerle silencio y salió por la segunda vez
del bosque, seguido de su guerrilla; se lanzó machete en mano sobre la pieza, un último disparo de la
cual hizo trizas el cuerpo del denodado sargento, cayendo en seguida en poder de nuestros nacionales.
Aquello determinó el principio de la derrota.
”Una y media hora hacía que se habían roto los fuegos y nuestras municiones se habían agotado
totalmente. En aquel conflicto que estaba a punto de impedirnos el triunfo definitivo, el capitán de la
primera emboscada, Reyes Hernández, salvó la situación. El enemigo había cometido la torpeza de
hacer marchar su parque por la izquierda y a la orilla del bosque; apercibido de ello el intrépido
Hernández, carga sobre la escolta guarda parque, pónela en fuga, y sin dar tiempo al enemigo, se
apodera de una caja de cartuchos, municiona a su valiente compañía y rompe a pecho descubierto un
vivísimo fuego sobre las columnas enemigas, que, poseídas del pánico, se encomendaron a la fuga. Si
en aquel momento hubiera podido disponer de la compañía de caballería, el exterminio hubiera sido
completo. Los miserables restos del enemigo fueron perseguidos por nuestras guerrillas dos leguas
más allá del Jahuactal, hasta el lugar conocido como Boca del Monte. A las once del día se levantaba el
campo, cuyos trofeos consistieron en una pieza de artillería de a 4 con 133 botes de metralla, 12 cajas
de parque de fusil, 70 fusiles, 10 mosquetes, 17 lanzas, 3 espadas y 15 caballos ensillados. Las bajas del
enemigo consistieron en 37 muertos, un número considerable de heridos y más de 80 dispersos. Las
nuestras fueron de 6 muertos, el subteniente de la primera de Cárdenas, Leandro Adriano, el sargento
segundo, de la segunda de Huimanguillo, Jacinto López, y cuatro soldados; sólo tuvimos 14 heridos de
las diferentes compañías que entraron en acción. La desproporción respecto de nuestras pérdidas y la
de los imperialistas, consistieron más que en la ventaja de nuestras posiciones emboscadas, la cual
estaba nulificada por haberse librado el combate a quemarropa, en la circunstancia de que a nuestros
primeros disparos, el enemigo echó pecho a tierra, resultando inofensivas sus descargas. A las doce del
día los heridos, sin distinción de republicanos ni traidores, recibían los primeros socorros de manos de
unas bondadosas señoras que concurrieron espontáneamente al hospital de sangre.
”En los momentos en que se celebraba este primer glorioso triunfo de las armas nacionales en
Tabasco, recibí el parte de la insurrección de La Sierra, al frente del C. coronel Lino Merino, y de la
derrota del traidor Juan Ortega, al acometer en la ciudad de Chiapas. Una victoria era eco de otra.
“En el acto comuniqué el éxito del Jahuactal al expresado jefe Merino, al comandante Castillo, a
Pichucalco, y al gobierno del estado de Chiapas.
”Para aprovechar el armamento de los dispersos que sobrecogidos de terror no habían de
presentárseme y para desmoralizar a las fuerzas que Arévalo mantenía en San Juan Bautista, expedí
aquel mismo día una amnistía para los individuos de la clase de tropa que se presentasen, ya de los
dispersos, ya de los que guarnecían a la capital del estado, ofreciendo además una gratificación a los
que lo verificasen armados. Esta medida tuvo sus felices resultados. Desde la mañana siguiente
comenzaron las presentaciones de soldados armados y a los tres días se iniciaba la deserción en las
filas imperialistas.”
En pocas palabras, el triunfo de las huestes tabasqueñas en El Jahuactal, fue prólogo de lo que
acontecería tres meses después: la desocupación por las fuerzas francotraidoras de la capital
tabasqueña, así como de la posterior y total desocupación del estado.
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José Eduardo de Cárdenas y Romero
Pues bien, entre los diputados que asistieron a la histórica Asamblea de Cádiz en 1811 en Cádiz, España
destacaron: don Antonio Joaquín Pérez, quien luego estuvo en la Regencia para entregar la Corona
Imperial a Iturbide; don José Eduardo de Cárdenas (Cura tabasqueño); y desde luego, don Miguel
Ramos Arizpe, considerado como el padre del federalismo mexicano. Este último y Cárdenas y
Romero coincidieron en llevar a Cádiz en sus maletas, la propuesta fundamental de la División de
Poderes. Un 29 del mes de febrero del 2012 en Sesión Solemne, el Congreso del Estado inscribió con
letras doradas el nombre de José Eduardo de Cárdenas y Romero en el Muro de Honor del interior del
Recinto Legislativo, por los servicios, acciones y aportaciones que brindó en beneficio de Tabasco. Al
cumplirse dos siglos.
José Eduardo de Cárdenas fue el primer legislador por la entidad nombrado por el ayuntamiento ante
la Corte de Cádiz, la cual promulgó la Constitución Española de 1812, y que sirvió de modelo a las
primeras leyes fundamentales de México que se transformaba en nación independiente.
Como diputado propuso en su célebre Memoria a favor de la provincia de Tabasco, aparte de la
división de poderes, una institución de educación superior, el establecimiento de la enseñanza pública
y gratuita a todas las clases sociales, sin excluir a los indios, impulso a la organización de sociedades
agrícolas e hizo arreglos para la hacienda local.
Fue el principal promotor ante el Alcalde Mayor de Tabasco, Miguel de Castro y Araoz, para la
fundación de la heroica ciudad de Cárdenas, el 22 de abril de 1797, donando los terrenos de su rancho
“Los Naranjos”. De
Cárdenas y Romero fue el encargado de llevar la voz de su tierra a la consideración de la Corte
Española, con una aguda visión para su desarrollo político, económico y social, captando el presente e
imaginando el futuro.
Su obra es ejemplo claro de la trascendencia de lo que es una labor legislativa en la historia y el
presente, José Eduardo de Cárdenas y Romero pugnó también por la libertad de comercio y la creación
de ayuntamientos mediante elecciones populares.
Por fin tras un intenso impulso de más de 8 meses durante 2012 donde contribuimos con un granito de
arena para esa causa noble, la Cámara de Diputados aprobó en sesión ordinaria el dictamen
correspondiente emitido por la Comisión de Justicia y Gran Jurado, que resalta el trabajo del
cunduacanense Cárdenas y Romero como primer legislador por antonomasia en Tabasco, miembro de
la Corte de Cádiz y fundador de la Heroica Cárdenas, el cual fue trascendental para la autonomía y
fortalecimiento del Estado, inscribiéndose su nombre en letras doradas en el muro de honor del
Congreso.
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Las confiscaciones del clero en Tabasco
Gregorio Méndez Magaña
Como consecuencia del triunfo liberal en 1859, donde Benito Juárez promulgó en Veracruz, Las Leyes
de Reforma que reafirmaban las de 1857 y se completaban con la nacionalización de los bienes del
clero, el matrimonio civil y la separación de la iglesia y el Estado, las que se proponía liquidar el poder
económico, político y social del clero, así como sentar las bases legales para una acumulación originaria
del capital por parte del Estado, mediante la renta de los bienes eclesiásticos, con la finalidad de
solventar la débil economía nacional y del estado de Tabasco, agravada por los efectos de la aguerra y
los gastos derivados de la misma.
Sobre este aspecto de la legislación laboral se encuentran en el archivo histórico fotográfico de
Tabasco, el fondo microfilmado del Archivo General de la Nación de los bienes nacionalizados (18591895), que documentan el impacto de la guerra de Reforma en la estructura económica del entidad, al
ser afectados en gran número de propiedades tanto rurales como urbanas, vinculadas a fundaciones
piadosas, como capellanías, cofradías, archicofradías, las cuales habían sido creadas principalmente
durante el periodo colonial por particulares que por este medio aspiraban alcanzar el cielo y así salvar
su alma.
Entre los documentos que forman parte de este fondo, se hallaban informes de los bienes
nacionalizados, adeudos de denuncias de capitales piadosos, etc.
Como la lista de reconocimiento a favor del clero y de capitales libres el 24 de octubre de 1859 en los
términos, de los débitos de las haciendas de ganados, cacaotales, posesiones hacendarias y de bienes,
o de réditos antiguos. En total se incautaron deudas de 46 haciendas de grandes extensiones, con un
valor de 69 066,00, pesos que le debían al clero y que pasaron a manos de la hacienda pública del
gobierno.
Esta suma de haciendas y adeudos componían en el periodo colonial como de las primeras décadas del
siglo XIX, las riquezas que el clero poseía principalmente a través de las capellanías y otras fundaciones
piadosas que afectaban algunas haciendas más productivas de la entidad, además de acaparar como el
resultado de este usufructo de las propiedades grandes capitales que acrecientan mediante los réditos
y censos a los que estaban sujetos la mayor parte de los propietarios agrícolas al no tener otra fuente
de financiamiento al cual recurrir.
Es importante decir que esta estructura de acumulación de capital por el clero permanece hasta la
primera mitad del siglo XIX, en que a partir de la legislación liberal de 1859, el poder económico de la
iglesia se va debilitando gradualmente.
Antes de entregar el gobierno a Victorio Victorino Dueñas, el General Justo Álvarez Miñón, inauguró la
Escuela Central de Niños y la Alameda del playón del Río Grijalva. Promulgó en el estado de Tabasco la
Constitución Federal de 1857, las Leyes de Reforma y la expropiación de los bienes eclesiásticos.
Gregorio Méndez Magaña consumada su gesta histórica y además restablecido el régimen
constitucional, se retiró a la vida privada. Ejerció el poder hasta el 6 de junio de 1867. Desde el 3 de
octubre que fue designado gobernador y comandante militar, hizo cumplir la Ley del 4 de diciembre de
1860, que prohibía las procesiones religiosas por las calles y el artículo 3o, del decreto del 30 de agosto
de 1862 que impedía a los sacerdotes que usaran vestidos de su clase en lugares públicos; reorganizó
los Juzgados Civiles y decretó el establecimiento de un Tribunal Superior de Justicia.
Prohibió el consumo de alcohol; celebró la Independencia Nacional el día 16; publicó decretos sobre
confiscación de bienes a partidarios del Imperio, confiscando fincas a presbíteros y curas abusivos;
prohibió las limosnas religiosas en lugares públicos.
Decretó a solicitud de los vecinos de Ocuiltzapotlán, Macultepec y Tamulté de las Sabanas, su
separación de Nacajuca. Expidió una Ley Agraria el 21 de diciembre de 1864, antes de separarse del
gobierno, despachó un Reglamento de las escuelas del estado, para mejorar el ramo en todo lo
posible.
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Rodolfo Fierro y Francisco Villa
Casas Grandes tiene dos lagunas, en las que se practican pesca y esquí. La grande es conocida también
como Laguna Rodolfo Fierro, en recuerdo del general que perdió la vida en ella (14 de octubre de
1915) y que fuera brazo derecho de Francisco Villa. Se trata de una laguna artificial construida por los
mormones hacia 1865; ante la necesidad de distribuir el agua del río Casas Grandes para la siembra
desviaron la corriente con un pequeño cauce para almacenarla. La laguna distribuye el agua a Nuevo
Casas Grandes, Casas Grandes, Colonia Dublán e Hidalgo.
Se dice que al querer ahorrarse el rodeo a la laguna, Rodolfo Fierro trató de cruzarla creyendo que su
nivel era bajo, pero por el peso de sus bolsas llenas de monedas de oro no logró su cometido y se
hundió en la laguna. El cuento que ofrecemos enseguida, del escritor chihuahuense Rafael F. Muñoz,
se refiere a este hecho.
Oro, caballo, hombre
Como en Casas Grandes terminaba la línea férrea, los villistas que se dirigían rumbo a Sonora bajaron
de los trenes, echando fuera de las jaulas la flaca caballada y después de ensillar emprendieron la
caminata hacia el cañón del púlpito. La llanura estaba oculta bajo una espesa costra de nieve
endurecida que crujía a la presión de las herradas pezuñas de los animales; a veces, éstos resbalaban y
caían sobre el húmedo colchón, blanco e interminable […].
Frente a Casas Grandes, a poco trotar, hay una laguna extensa, pero poco profunda, casi una charca
donde el viento no hace oleajes, rizando apenas la superficie pantanosa, que semeja un cristal
ahumado […].
El grueso de la columna se desvió, prefiriendo hacer un gran rodeo por tierra firme, que atravesar la
sospechosa calma de las aguas oscuras. Pero un grupo de villistas […], se decidieron a marchar en línea
recta a través de la charca. A la cabeza del grupo iba un hombre alto […],
rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de
perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los
flancos del caballo como si fuera garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido
ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del jefe de la División del Norte,
asesino brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar del gatillo.
—Los caballos andan mejor en el agua que en la nieve —dijo y metió espuelas. El animal dio un gran
salto, penetró en la laguna levantando un abanico de agua con cada pata, siguió adelante braceando a
un metro de alto y chapoteando con regocijado estrépito—. Éste es el camino para los hombres que
sean hombres, y que traigan caballos que sean caballos… ¡Adelante!
Los otros le siguieron, haciendo ruidos de cascada. Fierro iba cargado de oro […], oro en los bolsillos
abultados del pantalón, oro en el pliegue que hacía la camisola al voltearse sobre el cinturón ajustado
[…], oro en bolsas de lona colgadas de la cabeza de la montura… Una coraza de oro… ¡Kilos de oro!
Cuando caminaba en tierra firme, el caballo parecía no sentir sobre su lomo al hombre enorme,
parecía no llevar encima aquel tremendo cargamento […]. Pero a cien metros, a ciento cincuenta, a
doscientos metros de la orilla de la laguna, el caballo fuese fatigando de no encontrar tierra firme bajo
sus herraduras, de meter los cascos en un lodazal negro, espeso, congelado. […]
—Mi general, está el terreno muy pesado para los caballos —aventuró a decir uno de los
acompañantes—, mejor es que nos devuélvanos y denos la vuelta por la orillita…
—¡Qué devuélvanos ni qué el demonio…! ¡Me canso de pasar este tal por cual charco! El que tenga
miedo, que se raje y dé media vuelta… no se vaya a dar un baño.
Y dio otro apretón de pies en el vientre del caballo […]. El caballo volvió a caer sobre sus cuatro patas y
se vio entonces que el agua le llegaba hasta el vientre. […] Fuese desarrollando una lucha tremenda: el
caballo contra el fango y el hombre contra el caballo. Los demás jinetes no se atrevían a acercarse y
habían formado un semicírculo a cinco o seis metros de distancia. […]
Llegó el momento en que el animal no pudo desprender las manos del lodo. Debía tenerlo ya más
arriba de la rodilla, porque el agua le llegaba hasta la mitad del cuerpo. Quedó un instante inmóvil
dando unos bufidos que parecían respuesta a los insultos que le seguía diciendo Fierro. Y entonces fue
cuando éste pensó en desmontar […], levantó la pierna derecha sobre el lomo del animal y la sumergió
en el agua tratando de tocar fondo; pero el pie se le hundió en el barro que parecía mantequilla […].
Sintió miedo, un miedo espantoso de quedarse ahí para siempre, con su caballo y con su oro; volvió los
ojos hacia sus hombres con una intensa angustia. […]
—¡Epa! ¡Imbéciles! A ver si hacen algo… […]
Fierro estaba de rodillas sobre la silla, pálido, con los ojos desorbitados por el espanto.
—Una reata… ¡Échenme una reata! Le doy una bolsa a cada uno que me ayude a salir…[…] Pronto…
pronto… el caballo ya se fue al diablo.
Las reatas partieron simultáneamente con un uniforme silbido, pero fuera por mal cálculo o porque los
lanzadores tuvieran pocas ganas de verse envueltos en el peligro, todas quedaron cortas y Fierro, sin
soltar el oro, intentó alcanzarlas alargando el brazo derecho. […] Pronto la cabeza quedó a ras de agua
y luego se hundió […]. Luego todo desapareció bajo las aguas, que volvieron a quedar como un vidrio
ahumado, sin oleaje, apenas rizadas por el viento. Muy despacio, con toda clase de precauciones, los
testigos de la tragedia fueron saliendo a la orilla. […]
La columna continuó su marcha en la nieve, y al ponerse el sol acampó en un bosque. […] Recordando
el drama, algunos dijeron:
—¡Lástima de oro!
Otros:
—¡Lástima de caballo!
Y ninguno lamentó la desaparición del hombre.
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Historias que contar
Discurso de Belisario Domínguez contra Victoriano Huerta
Señor presidente del Senado:
Por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la Patria, me veo obligado a prescindir de las
fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted se sirva dar principio a esta sesión, tomando
conocimiento de este pliego y dándolo a conocer enseguida a los señores senadores. Insisto, señor
Presidente, en que este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque
dentro de pocas horas lo conocerá el pueblo y urge que el Senado lo conozca antes que nadie.
Señores senadores:
Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por don Victoriano Huerta
ante el Congreso de la Unión el 16 del presente.
Indudablemente, señores senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo
de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar, señores? ¿Al Congreso de
la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan en política, que
están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se
pretende engañar a la nación mexicana, a esa patria que confiando en vuestra honradez y vuestro
valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses. ¿Qué debe hacer en este caso la
representación nacional? Corresponder a la confianza con que la patria la ha honrado, decirle la
verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies.
La verdad es ésta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se hizo nada en
bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República, es infinitamente peor que
antes: la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas
de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase depreciada en
el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la República amordazada, o cobardemente
vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos
pueblos arrasados y, por último, el hambre y la miseria en todas sus formas, amenazan extenderse
rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria.
¿A qué se debe tan triste situación?
Primero, y antes de todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por Presidente de la
República a don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó del poder por medio de la traición y
cuyo primer acto al subir a la presidencia fue asesinar cobardemente al presidente y vicepresidente
legalmente ungidos por el voto popular; habiendo sido el primero de éstos, quien colmó de ascensos,
honores y distinciones a don Victoriano Huerta y habiendo sido él, igualmente, a quien don Victoriano
Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantables.
Y segundo, se debe esta triste situación a los medios que Victoriano Huerta se ha propuesto emplear,
para conseguir la pacificación. Estos medios ya sabéis cuáles han sido: únicamente muerte y
exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno."La paz se
hará cueste lo que cueste", ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores senadores,
lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? Estas palabras
significan que don Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de
cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra
patria, con tal de que él no abandone la presidencia, ni derrame una sola gota de su propia sangre.
En su loco afán de conservar la presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo otra infamia; está
provocando con el pueblo de Estados Unidos de América un conflicto internacional en el que, si llegara
a resolverse por las armas, irían estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos
sobrevivientes a las amenazas de don Victoriano Huerta, todos, menos don Victoriano Huerta, ni don
Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma de la traición, y el
pueblo y el ejército los repudiarían, llegado el caso.
Esa es, en resumen, la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra ruina es inevitable,
porque don Victoriano Huerta se ha adueñado tanto del poder, que para asegurar el triunfo de su
candidatura a la Presidencia de la República, en la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de
octubre próximo, no han vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los estados, quitando a
los gobernadores constitucionales e imponiendo gobernadores militares que se encargarán de burlar a
los pueblos por medio de farsas ridículas y criminales.
Sin embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la
representación nacional y la patria está salvada y volverá a florecer más grande, más unida y más
hermosa que nunca.
La representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a don Victoriano Huerta
por ser él contra quien protestan con mucha razón todos nuestros hermanos alzados en armas y de
consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos
los mexicanos.
Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa porque don Victoriano Huerta es un soldado
sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquél que le sirve de obstáculo. ¡No
importa, señores! La patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la
seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reina la paz en la República os
habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la
nación en dos meses y le habéis nombrado presidente de la República, hoy que veis claramente que
éste hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina,
¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿Qué se diría a la tripulación de un
gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso, nombrara piloto a un carnicero
que, sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que
la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco?
Vuestro deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo.
Cumpliendo ese primer deber, será fácil a la representación nacional cumplir con los otros que de él se
derivan, solicitándose enseguida de todos los jefes revolucionarios que cesen toda hostilidad y
nombren sus delegados para que de común acuerdo, elijan al presidente que deba convocar a
elecciones presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad. El mundo está pendiente
de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honraréis
ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino. Dr.
Belisario Domínguez. Senador por el estado de Chiapas.
17 de septiembre de 1913.
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Historias que contar
Antonio Díaz Soto y Gama
Se le conoce como el Incidente de la bandera al hecho que protagonizó el zapatista Antonio Díaz Soto y
Gama, dado el carácter polémico de sus argumentos el cual casi le cuesta la vida al desafiar a las
demás fuerzas revolucionarias durante su arribo a la Soberana Convención de Aguascalientes de 1914,
ya que se opuso a firmar la bandera nacional como símbolo del pacto de todas la fuerzas y
condenando a «ese trapo» aduciendo que esa era «la bandera de Iturbide».
Los trabajos de la convención iniciaron a principios de octubre de 1914, sin embargo los zapatistas no
habían
asistido dada la lejanía del lugar de reuniones (ellos se encontraban combatiendo en el centro-sur del
país y la convención se llevaba en el norte) por lo tanto los villistas y demás fuerzas menores del
movimiento consideraron vital una invitación formal para que estuvieran presentes de las decisiones
del país, así los trabajos se suspendieron hasta la llegada de la delegación zapatista a finales del mismo
mes.
Contrario a lo que se cree Emiliano Zapata no asistió personalmente, en su lugar envió a una
delegación de 26 personas entre las que se encontraban Paulino Martínez como presidente de la
delegación y Antonio Díaz Soto y Gama como vicepresidente, Soto y Gama era ideólogo y uno de los
principales pensadores del Ejército Libertador del Sur conocido por sus ideas radicales ampliamente
ligado al magonismo, por lo que Zapata vio en él inteligencia y astucia para el debate, que la
necesitaría a la hora de exponer e incorporar los puntos del Plan de Ayala en la Convención de
Aguascalientes. Mientras que de actitud más mesurada, Martínez era un periodista de línea crítica, que
golpeó severamente a Francisco I. Madero durante el mandato de éste, por lo que incluso algunos
historiadores llegaron a afirmar que Francisco Villa, enojado por el hecho, mandó asesinar a Martínez
en la Ciudad de México; sin embargo su asesinato nunca quedo del todo claro y se especuló que sólo
era para poner rencillas entre los dos líderes Zapata y Villa.
El 27 de octubre de 1914 se dio la tan esperada llegada de la Delegación Zapatista, por tal motivo el
teatro de la ciudad que servía de punto de reuniones los acogió con una ceremonia de bienvenida. Días
antes Obregón y Carranza habían firmado sobre la bandera nacional al inicio de la convención como
prueba para demostrar que ante todas las diferencias que pudieran existir estaba la patria, por ello se
exigía a cada representante que quisiera participar que hiciese lo mismo.
Cuando le cedieron la palabra a Antonio Díaz Soto y Gama, tomó la tribuna, y tocó una de las fibras
más sensibles de los mexicanos, su respeto a la bandera nacional: “Aquí venimos honradamente, pero
creo que la palabra de honor vale más que la firma estampada en ese estandarte, ese estandarte que
al fin de cuentas no es más que el triunfo de la reacción clerical encabezada por Iturbide... Señores,
jamás firmaré sobre esta bandera. Estamos aquí haciendo una gran revolución que va expresamente
contra la mentira histórica, y hay que exponer la mentira histórica que está en esta bandera”.
En la crónica sobre la convención escrita por Vito Alessio Robles y titulada "La soberana Convención de
Aguascalientes", éste narra que "Enardecido, Soto y Gama tomó la enseña tricolor y se dispuso a
romperla frente a todos. El teatro Morelos, abarrotado, retumbaba. La respuesta fue unánime. Los
revolucionarios desenfundaron sus armas y cortaron cartucho. La muerte parecía dispuesta a izar la
enseña patria sobre el cadáver del zapatista".
Aquí es donde las versiones difieren alguna comentan que:
"Frente a cientos de pistolas y carabinas que le apuntaban, Soto y Gama apenas tuvo tiempo de
reaccionar, y sus palabras, que habían comenzado en el rojo más profundo, pasaron al verde y
terminaron en el blanco" y entonces recapacitó “Si bien es una bandera de la reacción, el pabellón se
santificó con los triunfos de la República contra la intervención francesa”. Y ya sin dudas sobre la
legitimidad de la bandera --y con su vida a salvo--, Soto y Gama también se inclinó, como el resto de los
revolucionarios, ante sus tres colores para estampar su firma.
Mientras que otros historiadores afirman que Soto y Gama al mirar las armas que desenfudadas
apuntaban directo a su persona se cruzó de brazos y simplemente comentó "Cuando ustedes terminen
entonces continuaré".
Años después declararía sobre el incidente "Mi obsesión era destruir la oscura maniobra de los
carrancistas. La idea básica era demostrar que en lugar de ser un honor a la bandera el firmarla con un
compromiso que destruía la libertad de acción de los elementos villistas, era un ultraje visible, era un
desacato el valerse de ella como de un vulgar trapo manchado de tinta para que sirviera de base a los
carrancistas a fin de atar a su carro triunfal a los villistas y quizás a los zapatistas, si nosotros fuéramos
tan inocentes como para caer en la misma trampa. Atormentado por esta idea, aparté de mí la
bandera y dije "Yo no firmaré sobre ella".
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