T04//comportamiento “El humor es una de las recompensas más comunes de la crueldad”. K. TAYLOR U. de Oxford TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 17 de marzo de 2012 “Los rumores promueven directamente el bienestar más que el daño”. E. WESTACOTT Alfred University RABAJAR poco y vanagloriarse de eso, y reconocer que el verdadero desayuno de campeones es un vaso de whisky. Las dos ideas, aunque tentadoras, son vistas como incorrectas por la sociedad actual y, por ende, pocos se enorgullecerían de ellas. Sin embargo, el personaje de Charlie Sheen en la serie Two and a half men, Charlie Harper, hacía todo eso y era idolatrado por muchos telespectadores que, en lugar de criticarlo, se morían de ganas de ser como él: el epítome de lo políticamente incorrecto. Pero Emrys Westacott, profesor de filosofía de la Alfred University, en Nueva York (EE.UU.), tiene suficientes argumentos –suyos y de colegas que ya habían tratado el tema- como para justificar esa conducta. Tantos, que escribió un libro al respecto. Titulado La virtud de nuestros vicios, es una revisión de algunas conductas que son socialmente reprochables pero, según él, beneficiosas para el ser humano y la sociedad. Y ya sea para sentirse menos culpable o atreverse de vez en cuando a olvidar el Manual de Carreño, acá resumimos cuatro ejemplos sobre por qué ser políticamente incorrecto es correcto o ideal, inclusive. Ser “pelador”: En Chile somos expertos. Tomando un café en la oficina, saliendo del matrimonio de unos amigos, en el T happy hour y en la televisión abierta. No en vano, el programa con más rating en lo que va del año ha sido un reality show, y se puede averiguar del último escándalo de farándula en horario matinal, vespertino y prime. Usted elige. A pesar de lo arraigado que está este hábito en la sociedad chilena, se suele reprochar a quienes hablan de alguien que no está presente. Y éste, según Westacott, es el primer error. El “cahuín” y el “pelambre”, por ocupar dos expresiones locales, tienen una connotación negativa que impide mirar el acto de hablar de alguien a sus espaldas de manera neutral. Por eso, el autor apela a redefinir el concepto “rumor”, reduciéndolo a un comentario sobre un tercero que no implique mentiras malintencionadas, no viole ningún derecho y no pueda catalogarse únicamente como “utilitario”. Llevando la idea un paso más allá, dice que incluso hay ocasiones en que “pelar” a alguien sería beneficioso para el bien común, es decir, cuando los “rumores promueven directamente el bienestar más que el daño”. Conversar sobre la pésima atención de un nuevo restaurant con un amigo que tiene reservas para el fin de semana, por ejemplo, podría evitar que a él le pase lo mismo. Para resumir esta idea, Westacott la compara con la reseña de un libro: puede que al autor no le guste recibir comentarios negativos, pero si la obra tiene ciertas falencias evidentes, ¿por qué habría que privar al lector de esa advertencia? Más allá de los tecnicismos, las “copuchas” son un elemento clave en la toma de decisiones. Según un estudio del Instituto Max-Planck para la Biología Evolucionaria, en Alemania, las personas se dejan influenciar por los rumores incluso cuando éstos contradicen lo que han visto con sus propios ojos. En un experimento con casi 200 universitarios, por ejemplo, 44% de ellos cambió la opinión que tenía sobre su pareja de trabajo –datos duros, hechos informados por la misma persona- después de escuchar rumores sobre ésta. En otra arista, Westacott insiste también en el bienestar sicológico que produce la conversación: desde ese placer malicioso que producen los infortunios de los demás, hasta el poder que genera dominar cierta información sobre alguien que otra persona desconoce. Como consecuencia de la interacción, además, se genera cierta intimidad y se estrecha el vínculo ya existente. En un nivel macro, los beneficios del pelambre pueden resumirse como “un mayor entendimiento de la naturaleza humana y las construcciones sociales”. Como explica Westacott en su libro, las filtraciones de información no oficial permiten que las instituciones funcionen mejor. Detalles como la mala relación entre dos personas, acuerdos extraoficiales entre compañías o compromisos previos entre distintas áreas pueden facilitar el entendimiento de ciertas decisiones administrativas. Ser maleducado: A veces, esta actitud es una buen opción, sobre todo cuando se quiere provocar un impacto mayor en la audiencia. Si la igualdad de las personas está en juego, por ejemplo, Westacott justifica que se ofenda a quienes ostentan mayor poder o que desean mantener el statu quo. ¿Un ejemplo? La afroamericana Rosa Parks, al negarse a cederle su asiento en un bus a una persona blanca en 1955, pasó a ser “la primera dama de los derechos civiles”, al luchar por la igualdad de derechos independiente de la raza. Casos como el de Parks, vistos como mala educación en el contexto social de esa época, serían –según Westacott- “un signo de una mayor salud cultural en vez de un declive moral”. Para definir la conducta, el autor de La virtud de nuestros vicios se refiere a la mala educación como cualquier hecho que viole una convención social intencionalmente, ignorando los sentimientos de un tercero. Y esto, en la cultura actual, está mal por default –a menos que pueda justificarse, lo que implícitamente reconoce la carga negativa que tiene el ser maleducado. Sin em-