17.03.12 LTT (48) : Provincia : 4 : 4-5 PC

Anuncio
T04//comportamiento
“El humor es una de las
recompensas más comunes de la
crueldad”.
K. TAYLOR
U. de Oxford
TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 17 de marzo de 2012
“Los rumores promueven
directamente el
bienestar más que
el daño”.
E. WESTACOTT
Alfred University
RABAJAR poco y vanagloriarse de eso, y reconocer que el
verdadero desayuno de campeones es un vaso de whisky.
Las dos ideas, aunque tentadoras, son vistas como incorrectas por la sociedad actual y, por ende,
pocos se enorgullecerían de ellas. Sin embargo, el personaje de Charlie Sheen en la
serie Two and a half men, Charlie Harper,
hacía todo eso y era idolatrado por muchos
telespectadores que, en lugar de criticarlo,
se morían de ganas de ser como él: el epítome de lo políticamente incorrecto.
Pero Emrys Westacott, profesor de filosofía de la Alfred University, en Nueva York
(EE.UU.), tiene suficientes argumentos
–suyos y de colegas que ya habían tratado
el tema- como para justificar esa conducta.
Tantos, que escribió un libro al respecto. Titulado La virtud de nuestros vicios, es una
revisión de algunas conductas que son socialmente reprochables pero, según él, beneficiosas para el ser humano y la sociedad.
Y ya sea para sentirse menos culpable o
atreverse de vez en cuando a olvidar el Manual de Carreño, acá resumimos cuatro
ejemplos sobre por qué ser políticamente
incorrecto es correcto o ideal, inclusive.
Ser “pelador”: En Chile somos expertos.
Tomando un café en la oficina, saliendo
del matrimonio de unos amigos, en el
T
happy hour y en la televisión abierta. No
en vano, el programa con más rating en lo
que va del año ha sido un reality show, y
se puede averiguar del último escándalo de
farándula en horario matinal, vespertino y
prime. Usted elige.
A pesar de lo arraigado que está este hábito en la sociedad chilena, se suele reprochar
a quienes hablan de alguien que no está
presente. Y éste, según Westacott, es el primer error. El “cahuín” y el “pelambre”, por
ocupar dos expresiones locales, tienen una
connotación negativa que impide mirar el
acto de hablar de alguien a sus espaldas de
manera neutral. Por eso, el autor apela a redefinir el concepto “rumor”, reduciéndolo
a un comentario sobre un tercero que no
implique mentiras malintencionadas, no
viole ningún derecho y no pueda catalogarse únicamente como “utilitario”.
Llevando la idea un paso más allá, dice
que incluso hay ocasiones en que “pelar” a
alguien sería beneficioso para el bien común, es decir, cuando los “rumores promueven directamente el bienestar más que
el daño”. Conversar sobre la pésima atención de un nuevo restaurant con un amigo
que tiene reservas para el fin de semana,
por ejemplo, podría evitar que a él le pase lo
mismo. Para resumir esta idea, Westacott
la compara con la reseña de un libro: puede
que al autor no le guste recibir comentarios
negativos, pero si la obra tiene ciertas falencias evidentes, ¿por qué habría que privar
al lector de esa advertencia?
Más allá de los tecnicismos, las “copuchas” son un elemento clave en la toma de
decisiones. Según un estudio del Instituto
Max-Planck para la Biología Evolucionaria,
en Alemania, las personas se dejan influenciar por los rumores incluso cuando éstos
contradicen lo que han visto con sus propios ojos. En un experimento con casi 200
universitarios, por ejemplo, 44% de ellos
cambió la opinión que tenía sobre su pareja
de trabajo –datos duros, hechos informados
por la misma persona- después de escuchar
rumores sobre ésta.
En otra arista, Westacott insiste también
en el bienestar sicológico que produce la
conversación: desde ese placer malicioso
que producen los infortunios de los demás,
hasta el poder que genera dominar cierta
información sobre alguien que otra persona
desconoce. Como consecuencia de la interacción, además, se genera cierta intimidad
y se estrecha el vínculo ya existente.
En un nivel macro, los beneficios del pelambre pueden resumirse como “un mayor
entendimiento de la naturaleza humana y
las construcciones sociales”. Como explica
Westacott en su libro, las filtraciones de información no oficial permiten que las instituciones funcionen mejor. Detalles como la
mala relación entre dos personas, acuerdos
extraoficiales entre compañías o compromisos previos entre distintas áreas pueden
facilitar el entendimiento de ciertas decisiones administrativas.
Ser maleducado: A veces, esta actitud es
una buen opción, sobre todo cuando se
quiere provocar un impacto mayor en la
audiencia. Si la igualdad de las personas
está en juego, por ejemplo, Westacott
justifica que se ofenda a quienes ostentan
mayor poder o que desean mantener el
statu quo.
¿Un ejemplo? La afroamericana Rosa
Parks, al negarse a cederle su asiento en un
bus a una persona blanca en 1955, pasó a
ser “la primera dama de los derechos civiles”, al luchar por la igualdad de derechos
independiente de la raza. Casos como el de
Parks, vistos como mala educación en el
contexto social de esa época, serían –según
Westacott- “un signo de una mayor salud
cultural en vez de un declive moral”.
Para definir la conducta, el autor de La
virtud de nuestros vicios se refiere a la mala
educación como cualquier hecho que viole
una convención social intencionalmente,
ignorando los sentimientos de un tercero. Y
esto, en la cultura actual, está mal por default –a menos que pueda justificarse, lo
que implícitamente reconoce la carga negativa que tiene el ser maleducado. Sin em-
Descargar