La Semana Trágica en clave transnacional. Influencias, repercusiones y circulaciones entre Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, 1918-1919 Daniel Lvovich (UNGS – CONICET) Los sucesos que en Argentina son englobados bajo la denominación de Semana Trágica de 1919 han sido estudiados de manera profusa, en el ámbito de investigaciones sobre la historia del movimiento obrero y las izquierdas, de la inmigración judía, de las derechas o del primer gobierno de la Unión Cívica Radical.1 Todos estos estudios consideran a las masivas manifestaciones y la sangrienta represión de enero de 1919 en una clave exclusivamente nacional, a la que se incorpora en ocasiones como aditamento explicativo el impacto en el movimiento obrero de la Argentina de la Revolución Rusa de 1917. Sin embargo, una mirada atenta a la escala trasnacional de los procesos de protesta de masas y de su represión constata que fenómenos similares o conexos se desarrollaron de modo simultáneo en otros países del Cono Sur, lo que posibilita el desarrollo de un análisis que, atento a esa escala, de cuenta de las similitudes en el impulso de estos fenómenos tanto como de las peculiaridades que los contextos nacionales imponen en cada caso. Esta ponencia se propone entonces como un aporte a esa perspectiva trasnacional de análisis de los fenómenos sociales de fines de 1918 y enero de 1919 en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. 2 En esos países y por motivos socioeconómicos endógenos, desde 1917 se intensificó el conflicto social y estallaron oleadas de huelgas y movilizaciones. En todos los casos también, segmentos del movimiento obrero mostraron su entusiasmo por la Revolución Rusa, mientras sectores de las clases dominantes -al igual que buena parte de las elites de Occidente, atemorizadas por los sucesos de octubre de 1917- interpretaron esas movilizaciones sociales como el simple resultado de los activistas en las sombras, a los que asignaron diversos sentidos y pertenencias, de acuerdo a la situación y tradiciones intelectuales de cada una de las naciones 1 Entre una muy amplia producción bibliográfica, las obras de referencia son: Godio (1972), Rock (1971), Bilsky (1984), Falcón y Monserrat (1998), Mirelman (1975), Avni (1982), Lvovich (2003, cap.3). 2 La movilización social se extendió a otros países de la región. En enero de 1919 una manifestación obrera contra la carestía de la vida en Asunción (Paraguay) fue prohibida por el jefe de policía, quien señaló que por detrás de las buenas intenciones de los trabajadores se escondía un movimiento subversivo (O Estado de São Paulo, 21 de enero de 1919, p. 2), mientras que el 15 de ese mes el gobierno peruano concedía la jornada laboral de ocho horas tras una huelga general masiva y violenta (Drinot, 2011:52). sudamericanas. Entre las distintas situaciones consideradas fue coincidente, además, que un resultado de la amplia conflictividad social desatada terminó siendo la puesta en marcha de relevantes reformas sociales. Sostendremos que el temor de las élites no provenía solo de las revoluciones europeas contemporáneas, sino también de la observación de los procesos de movilización social que se desplegaban en los países vecinos, así como de las interpretaciones que de dichos sucesos daban los sectores dominantes y la mayor parte de la prensa. Un sector de las elites atribuía el conflicto social a la circulación internacional de activistas, pero no advertía que sus marcos interpretativos y los mitos conspirativos que en ocasiones los inspiraban, también eran resultado de la circulación internacional. Preludio brasileño En julio de 1917, São Paulo se vio conmovida por una muy extendida huelga general, que formaba parte de la reactivación de las reivindicaciones obreras tras años de profunda depresión. Los huelguistas exigían aumentos salariales y la fijación de la jornada de 9 horas de trabajo: el desarrollo del conflicto incluyó intercambios de disparos y otros episodios de violencia. El 8 de julio falleció un zapatero anarquista víctima de la represión policial y su entierro resultó una gigantesca manifestación obrera. En los días sucesivos la huelga se tornó total, y los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía se multiplicaron, mientras se desarrollaban algunos intentos de atacar a autoridades estatales. No todos los acontecimientos fueron igualmente graves, ya que la inversión de las jerarquías y la dinámica lúdica propia del espíritu del carnaval apareció también en distintos momentos, por lo que también existieron elementos de tipo festivo en las manifestaciones Sin embargo, ante la extensión del movimiento, el gobierno de Brasil movilizó a la Armada y el Ejército. El papel de la elevación del costo de vida fue fundamental en el desencadenamiento de esta huelga, tanto como la intransigencia de las patronales. La sobre-determinación de la política internacional, en cambio, estará casi ausente de este episodio: las referencias a la revolución de febrero en Rusia eran muy escasas en la prensa anarquista, y el 14 de julio francés seguía siendo el símbolo de la libertad al que apelaban los periódicos ácrata. (Fausto, 1977: 201). El gobierno estatal fue sorprendido por la extensión de la huelga, y a través de su vocero de prensa atribuía las causas del movimiento al empeoramiento de las condiciones de vida, sin enfatizar en el papel de los militantes libertarios. Pero a medida que la huelga se extendía y la violencia aumentaba se comenzó a apelar al tópico al que desde la década de 1870 las elites de distintos países daban como explicación del conflicto: la presencia de agitadores extranjeros. Esta explicación no solo restaba responsabilidad al Estado por la situación social sino que reflejaba además la certeza de que los sectores populares no eran capaces de llegar por sí mismos a tal grado de movilización y agresividad (Fausto, 1977, 206). El propio Secretario de Justicia atribuyó la violencia a agitadores anarquistas llegados desde Argentina, en sintonía con el Cónsul de Estados Unidos, quien afirmó que se trataba de anarquistas españoles llegados desde Argentina. Resulta significativo destacar aquí que para las clases dominantes de Brasil, el mal no venía aun de Rusia – y pasada la huelga, hasta O Estado de São Paulo ridiculizaba las denuncias gubernamentales acerca de la responsabilidad de los agitadores extranjeros (Fausto, 1977:209-210). Pese a esta burla, es importante resaltar este primer modo de circulación: antes aún de que se atribuyera el origen del mal revolucionario a los enviados de Moscú, se señalaba que éste provenía de Buenos Aires. Probablemente, tal creencia se originaba en la visibilidad del anarquismo -aunque ya no el predominio- en el seno del movimiento obrero argentino y en la conflictividad social desatada en ese país desde 1917. En efecto, al finalizar la primera guerra mundial, la economía argentina comenzaba un proceso de recuperación de la crítica situación que había atravesado en los años previos, lo que posibilitó un descenso de los índices de desempleo, fenómeno que a su vez alentó el aumento de la afiliación sindical. Estas condiciones, sumadas al persistente aumento del costo de vida, que implicó una caída sostenida del salario real, explican que desde mediados de 1917 las huelgas obreras se hayan multiplicado en Argentina, como expresión de un descontento social extendido entre amplias capas de trabajadores (Panettieri, 1982:183 ss.; Bilsky, 1984:32 ss). En conjunción con ello, las críticas del conservadurismo argentino a buena parte de las políticas laborales del gobierno de Yrigoyen -como las mediaciones en casos de conflictos-, sus rasgos plebeyos y tono plebiscitario (Lvovich,1999:58 – 59) pueden haber contribuido a encender la alarma de sus coetáneos brasileños. Todo cambiaría pocos meses más tarde. El 18 de noviembre de 1918 tuvo inicio en Río de Janeiro una huelga de grandes proporciones, que involucró a los trabajadores textiles, metalúrgicos, de la construcción y de las canteras. En su mayor parte fue una huelga pacífica, aunque en algunos establecimientos textiles existieron conflictos violentos. Simultáneamente, un sector del anarquismo en Brasil intentó desarrollar un movimiento insurreccional el día que estallara la huelga general, gracias a sus buenos vínculos con los líderes sindicales cariocas (Barbosa, 2009). Los anarquistas tenían la intención de movilizar el mayor número posible de trabajadores y de soldados. Según su plan, la insurrección debía iniciarse en el Campo de São Cristóvão, y de allí marchar al edificio de la Intendencia de Guerra. En la tarde del 18 de noviembre cuando la policía intentaba dispersar a los trabajadores reunidos en ese lugar, se inició un intercambio de disparos entre los anarquistas y los uniformados. La comisaria de la zona fue atacada y ocupada por los huelguistas. Un grupo de Caballería del Ejército que llegó en auxilio de la policía logró imponer el orden dejando muchos heridos. Pese a que numerosas personas fueron detenidas en toda la ciudad, la huelga continuó. Las autoridades asociaron las manifestaciones callejeras desarrolladas por los huelguistas con el impracticable plan anarquista para derribar el gobierno y tomar el poder. El jefe de Policía, Aurelino Leal, le comunicó al vicepresidente de la República en ejercicio que la ciudad estaba amenazada por un movimiento subversivo. La policía no consiguió probar que los anarquistas y los trabajadores presos eran partícipes de una insurrección tendiente a derribar al gobierno, ya que las evidencias contra los acusados eran muy frágiles (sólo se basaban solo en los testimonios de un comisario y un teniente de la policía). Como señala Barbosa Nébias (2009:148 y ss), resulta claro que los trabajadores cariocas estaban comprometidos con la huelga y no con la insurrección anarquista, y que éstos encontraban grandes dificultades para influir en la masa proletaria. Apenas algunas pocas decenas de trabajadores del sector textil tuvieron algún involucramiento con el intento insurreccional. Sin embargo, la mayor parte de la prensa y de la dirigencia política asoció la huelga general con el alzamiento. En una entrevista, el Jefe de Policía sostuvo que “… o movimento foi puramente anarchista, com intuitos maximalistas, isto é, o estabelecimento dos soviets, com o seu cortejo de saques, deshonra de vírgens, de sengue e de demais praticas selvagens” (Barbosa, 2009:200) Aunque la violencia fue duramente condenada, estos actores reconocían que muchas de las reivindicaciones de los trabajadores eran justas. No condenaban la lucha por sus derechos sino los métodos violentos empleados, mientras se criticaba fuertemente a los anarquistas, vistos como explotadores de los trabajadores y personas violentas que amenazaban a la sociedad (Barbosa, 2009). Entre las elites, prevalecía el discurso que consideraba los trabajadores pacíficos y ordenados, y a los agitadores como extranjeros influidos por el anarquismo. Esta afirmación se alejaba de los datos objetivos, pues en Rio de Janeiro los anarquistas eran en su mayoría brasileños o extranjeros que residían en Brasil desde mucho tiempo antes, habiendo entrado en contacto con las ideas libertarias en el país. Debido a la coyuntura internacional signada por la revolución Rusa y a la propaganda anarquista la huelga general de 1918 fue asociada al intento insurreccional, y la asociación entre ambos eventos motivó a un sector de la clase dirigente a emprender reformas sociales, como lo prueba la rápida aprobación de la ley de accidentes de trabajo y los debates sobre el Código de Trabajo (Barbosa; 206-207). El miedo de que los trabajadores se unieran a los anarquistas habría incentivado a las autoridades a adoptar una política reformista, y a asumir que la cuestión social no era un problema exclusivamente europeo –como se consideraba hasta entonces- sino que existía en Brasil. Para otros sectores, en cambio la vía represiva, era la única indicada, como se manifestaba en un diario carioca: Os acontecimentos que se passaram ontem nesta cidade devem ter trazido a todas as classes conservadoras da população a convicção de que não é mais possível transigir com os agitadores, que procuram arrastar o proletariado brasileiro a uma perigosa aventura, para repetir no nosso país as cenas de anarquia que desorganizaram a Russia e eliminaram, politicamente, do convivio das nações o antigo império moscovita. Quando o movimento revolucionário vem para as ruas lançar bombas e tentar assaltar os depósitos de material bélico, não é mais tempo de discutir reivindicações e de argumentar sobre teorias sociológicas. A hora é de ação, de açào enérgica, de ação inflexível, sem hesitações e sem temores, para defender a ordem pública, para proteger a propriedade particular, para assegurar a inviolabilidade dos lares, ameaçados pelo saque e pela violência da mashorca (O Paiz, 19 de novembro de 1918,p.1.) Ese mismo sería el espíritu predominante en las calles de Buenos Aires solo dos meses más tarde. El gran miedo en el Río de la Plata: Buenos Aires y Montevideo En un contexto internacional signado por las revoluciones sociales europeas y la creciente conflictividad latinoamericana, el aumento de la tensión social en Buenos Aires también fue interpretado por buena parte de los sectores dominantes como la puesta en marcha de un complot maximalista. La presencia de un segmento del movimiento obrero que manifestaba su adhesión al bolchevismo fue considerada, pese a lo limitado de su influencia, como una demostración adicional de la existencia de tal complot. La atribución de una relación de causalidad entre ambos fenómenos explica el desarrollo y la difusión del miedo a la revolución. A su vez, el establecimiento de tal relación de causalidad resulta incomprensible sin recordar dos modos de explicación ya tradicionales: la acusación conservadora a los “agitadores extranjeros” de ser responsables de las luchas obreras y las creencias de tipo conspirativo difundidas por la Iglesia Católica. La reacción obrera ante la brutal represión policial se tomó como un indicio más de la existencia de la conspiración, que fue confirmada por la puesta en circulación de documentos apócrifos tomados como testimonios contundentes sobre su real entidad. En este contexto se inscriben las persecuciones y la violencia ejercida contra personas y organizaciones judías, a las que se caracterizaba como responsables de los sucesos no sólo como resultado del desplazamiento semántico entre los conceptos de “ruso” y “judío” - factor tantas veces postulado como explicación -sino también a causa de unas representaciones conspirativas sobre el judaísmo que alcanzaron verosimilitud al calor de los sucesos. La perspectiva analítica que postulamos no resulta en rigor demasiado novedosa, ya que resultó esgrimida por algunos actores contemporáneos a los sucesos. Pocas semanas después de los acontecimientos de enero de 1919, decía la revista Nosotros en su editorial: "El miedo explica muchas cosas, si no las justifica, y en este caso, él es el mayor responsable, después de la imprevisión y desconcierto del primer momento. El creó muchos de estos fantasmas e hizo correr mucha sangre..." 3 No fue esta la primera ocasión en que el miedo a la revolución social se apoderó de las clases dominantes argentinas.4 A diferencia de otros momentos, en las que los temores - y los 3 "La Huelga Sangrienta", Nosotros, año XIII, Tomo XXXI, 1919, pp.10-11. En abril de 1901 se informaba sobre la existencia de un complot anarquista internacional, versión según la cual un anarquista de Rosario habría de asesinar al Emperador Guillermo de Alemania, mientras durante la huelga marítima de 1902 las clases altas de Buenos Aires vivieron momentos de pánico cuando corrió el rumor de que treinta mil obreros armados avanzaban sobre el centro de la ciudad dispuestos a llegar a la Casa de Gobierno. (Oved, 1978: 192193 y 208). 4 rumores que actuaban como principal instrumento de su difusión - eran rápidamente desmentidos, en los primeros días de 1919 éstos ya estaban sedimentados, tras un considerable período en que las versiones alarmistas se habían desplegado. Todos los periódicos de Buenos Aires dedicaron desde 1917 una muy importante atención al desarrollo de las revoluciones y la guerra civil en Rusia y los eventos de Europa Central, reproduciendo nutrida información originada en las agencias internacionales de noticias. Sin embargo, recién hacia fines de 1918 un verdadero miedo a la revolución se apropió de una buena parte de los sectores dominantes de la Argentina, que creían ver en las acciones de algunas fracciones de la izquierda y el movimiento obrero los signos de una catástrofe en ciernes. Sin duda, los sucesos de Río de Janeiro ayudaban también a configurar ese miedo. En una reunión de la Comisión de Propaganda de los Círculos Católicos de Obreros se afirmaba que los vientos de descomposición social que agitaban el mundo comenzando por Francia, pasando por Barcelona durante la “Semana trágica” que culminó con el fusilamiento de Ferrer y continuando en Rusia - ya estaban haciendo sentir sus efectos no sólo en toda Europa sino también en Brasil, Chile y Argentina. La constatación del peligro revolucionario en Buenos Aires -ante el que se convoca a una participación activa y organizada de los miembros de los Círculos- se desprendía de “… las últimas manifestaciones ácratas, una color negro y la otra color rojo obsceno (anarquistas y maximalistas) paseando por las calles de esta ciudad cosmopolita el trapo de la rebelión y la vergüenza, sucios en sangre y hechos con odio, levantados en alto por parias de la sociedad y seguidos por escoria de la misma …”5 Tras los sucesos de enero, el conservador Estanislao Zeballos afirmaba que "los preparativos de la huelga revolucionaria eran públicos desde meses atrás”. Sostuvo que la imprevisión gubernamental había dejado a los habitantes de Buenos Aires abandonados “…a la acción tumultuaria de grupos implacables, formados en su mayoría por extranjeros y por un mucho mayor número de niños de 10 a 15 años.”6 Se podría objetar que las apreciaciones de este tipo formaban parte de las recurrentes acusaciones conservadoras contra el gobierno radical, por lo que no operarían como un indicio confiable acerca de una situación de miedo al bolchevismo. 5 Archivo de la Federación de Círculos de Obreros. Cuaderno de Actas de la Comisión de Propaganda de los Círculos de Obreros. Palabras del Presidente, Sr. Amadeo Barousse, acta Nº 57, 13 de diciembre de 1918, pp. 85 - 86. 6 Estanislao Zeballos, "Gobierno radical. Los sucesos de enero" en Revista de Derecho, Historia y Letras, año XXI, Nº LXII, 1919, p. 273 - 275. Sin embargo, los propios voceros radicales empleaban este tipo de argumentos. Según David Rock (1977:181-182), el diario oficialista La Época decía en noviembre de 1918 que el maximalismo era ante todo una actitud literaria de muchachos desocupados, pero tras la manifestación anarquista de fines de ese mes, y sobre todo, al declararse la huelga policial en Rosario el 8 de diciembre, parecía haberse dejado ganar por el pánico: el diario radical culpaba de la huelga a los anarquistas y sostenía que se había encontrado en la ciudad propaganda bolchevique. Distintas informaciones, originadas en legaciones argentinas en el exterior o en el cuerpo diplomático extranjero acreditado en Buenos Aires advertían en diciembre de 1918 sobre la llegada al país de agitadores rusos que preparaban un complot bolchevique, acrecentando el miedo en las filas gubernamentales. Entre ellas, resulta particularmente relevante la nota confidencial enviada el 28 de diciembre de 1918 por la Legación Argentina en Montevideo al Ministro de Relaciones Exteriores, que fue enviada al Ministro del Interior el día 31 de ese mes. La misma refería que la huelga policial de Rosario había despertado en la capital uruguaya una intensa agitación en el movimiento obrero, “suscitada por cabecillas ácratas” entre los que predominaban “rusos y españoles”, frente a la que el gobierno oriental estaba dispuesto a reprimir “con ruda energía”, como ya lo había hecho en la semana al disolver un mitin en el que “predicaban la revolución social”. El ejército uruguayo estaba movilizado y listo para sofocar cualquier intento revolucionario, se había despedido a la mayor parte de los policías de nacionalidad española, y los rusos estaban “expresamente vigilados, pues como es sabido, buena parte de ellos están afiliados a sociedades terroristas o propagan con fanático ardimiento las doctrinas maximalistas”. 7 En este contexto en el Río de la Plata la imagen de la amenaza revolucionaria se concentraría en los judíos. En ambos países desde el siglo XIX, la prensa católica había difundido las argumentaciones del antijudaísmo clerical junto a las del moderno antisemitismo conspirativo (Aldrighi, 2000:132 ss; Lvovich, 2003:45 ss), conformando en algunos sectores de la población 7 A.G.N. Series Históricas. Serie Movimiento Obrero del año 1919. Legajo 31. Nota Confidencial N° 817. Legación de la República Argentina en Montevideo, 28 de diciembre de 1918. Folios 40 - 42. También desde las legaciones en Berna y La Haya se recibían informes referidos a la inminencia de un estallido revolucionario en Suiza y Holanda provocado por “agitadores extranjeros”, se informaba sobre las medidas de represión dispuestas por ambos gobiernos, y se señalaba la necesidad de redoblar la vigilancia en Argentina para evitar el ingreso de “maximalistas”. Ver A.G.N., Fondo Ministerio del Interior, año 1919, Legajo 1, expediente 180 (reservado); Legajo 5, expedientes 749, 750, 925 y 945 (reservados). un sedimento de creencias que tornaban verosímiles las afirmaciones corrientes desde 1917 que sostenían que la revolución de octubre era, en realidad, obra de los judíos. La caracterización de la Revolución de Octubre como una conjura hebrea fue lanzada originalmente por grupos ligados al régimen zarista y por miembros de los ejércitos blancos. Asumida por el propio Kerensky, el mito se difundió por Occidente fundamentalmente desde fines de 1919, aunque ya en 1917 el Times de Londres afirmaba que “Lenin y varios de sus confederados son aventureros de sangre germano-judía, a sueldo de los alemanes”, y que el Soviet de Petrogrado estaba formado por “típicos judíos internacionales” (Poliakov, 1986:212). En el caso francés, siempre tan influyente sobre la Argentina, ni La Croix ni L'Action Française se harían eco de esta versión hasta 1920 (Poliakov, 1986:322). Por su lado, el vocero oficioso del Vaticano no realizaría hasta mayo de 1919 afirmaciones en tal sentido.8 A fines de 1918 ganarían un nuevo impulso las conferencias callejeras que a partir de 1916 acostumbraban realizar oradores laicos o religiosos del catolicismo social en Buenos Aires. En este período el tema más frecuentemente abordado fue el del peligro bolchevique, al que se mostraba en buena medida como resultado de una conspiración judía. No eran los católicos los únicos que antes de la Semana Trágica atribuían a los judíos la participación en un complot revolucionario. En sus memorias, el por entonces embajador norteamericano en Buenos Aires Frederick Jessup Stimson afirmaba haber recibido información acerca de la existencia en 1918 y 1919 de un movimiento internacional liderado por el comunismo, que debía estallar simultáneamente en los cinco puertos más importantes para los aliados -Estocolmo, Rotterdam, Liverpool, Nueva York y Buenos Aires- y cuyos dirigentes eran en su mayoría judíos9 Los sucesos de enero de 1919 no harían más que confirmar y amplificar estos temores. Los acontecimientos que la memoria y la historia congregan bajo la denominación de Semana Trágica se desencadenaron a partir del conflicto gremial en los talleres Vasena. En efecto, tras 8 En mayo de 1919, La Civiltá Católica afirmaba que: “Asistimos al espectáculo trágico de la destrucción de Rusia, cuyo desorden y anarquía sirven a la bolsa judía y a la secta masónica, como en Hungría, en Baviera y otros estados alemanes.” “La babele política dell'ora presente”, La Civiltá Católica, Año 70, cuaderno 1654, Vol.2, 17 de mayo de 1919, pp. 289-230 9 Frederick Jessup Stimson, My United States, Nueva York y Londres, 1931, citado en: Mirelman, 1975:65. Una testigo norteamericana que visitó Argentina por cinco meses en aquella época ofrece una evidencia adicional sobre el clima de miedo al maximalismo que se vivía en los meses previos a la Semana Trágica pues señala que varias empresas despidieron a sus empleados rusos y judíos, a los que consideraban en bloque maximalistas. Katherine S. Dreier, Five Months in the Argentine; From a woman’s Point of view, 1918 to 1919, New York, 1920 (en: Mirelman, 1975:66). más de un mes de extensión de la huelga, a partir del 3 de enero se desarrollaron violentos enfrentamientos entre los huelguistas y los guardias armados que custodiaban las instalaciones de la empresa, quiernes fueron apoyados por la policía y los bomberos. Como hemos desarrollado ampliamente en otro texto (Lvovich, 2003: cap. 3) nos encontramos frente a una huelga puramente solidaria y reivindicativa, carente de objetivos revolucionarios. No desarrollaremos aquí de modo detallado los acontecimientos desplegados durante enero de 1919 en Buenos Aires: sólo señalaremos que las muertes provocadas por la violencia represiva no hicieron más que incrementar la masividad de las manifestaciones de homenaje a las víctimas, siendo estos mítines también reprimidos. Los días en que la huelga obtuvo mayor adhesión fueron el 10 y 11 de enero, jornadas en las que los únicos hechos de violencia en que intervinieron los trabajadores fueron resultado del encuentro con las patrullas de soldados que ocupaban la ciudad o con policías, que intentaban detener vehículos de transporte: se trató de destrozos en los servicios públicos de alumbrado o agua corriente o ataques a comerciantes que intentaban, aprovechando la escasez de alimentos, venderlos a un precio más alto que el habitual. Simultáneamente, en esas dos jornadas se desarrolló con brutal intensidad la “caza del hombre”: las fuerzas represivas atacaron a los trabajadores y sus familias en los barrios obreros, asaltaron los locales sindicales, asesinaron a centenares de hombres, mujeres y niños y detuvieron a miles. Las acciones represivas continuaron con menor intensidad hasta el 14 de enero, día en que se levantó la huelga y los militares retornaron a sus cuarteles el día 16. La ausencia de información oficial ha provocado la imposibilidad de una estimación precisa del número de víctimas. Las informaciones más conservadoras se refieren a la existencia de alrededor de 60 muertos, según la embajada de los Estados Unidos la cifra se elevó a 1.356 víctimas fatales. La cantidad de heridos estimada oscila entre 400 y 5.000 casos, la de detenidos entre 5.000 y 45.000 personas (Godio, 1972:83; Bilsky, 1984:135; Rock, 1972:180). Entre las fuerzas policiales, en cambio, las bajas fueron muy escasas, lo que demuestra el carácter ofensivo de la represión y la inexistencia de combates de envergadura.10 10 En los sucesos de enero participaron 1.800 oficiales, 958 suboficiales y 6793 agentes de la policía, entre los que se registraron 78 heridos y 3 muertos (2 agentes y un cabo) A.G.N., Fondo Ministerio del Interior, año 1919, legajo 8, expediente 2012 - C, “Comisión Pro-defensa del orden, S/datos sobre heridos y muertos en últimos eventos huelguísticos”. Se trata de información oficial brindada por el Ministerio del Interior ante la requisitoria de la Comisión presidida por Domecq García. Mientras la masacre se desarrollaba, el gobierno y los conservadores estaban definitivamente convencidos de encontrarse frente a una revolución. El 10 de enero de 1919 La Época denunciaba la existencia: “de una tentativa absurda, provocada y dirigida por elementos anarquistas, ajenos a toda disciplina social y extraños también a las verdaderas organizaciones de trabajadores. (…) Se trata de una minoría sediciosa contra cuyos excesos basta oponer la firmeza y la cordura de las gentes partidarias del orden” (en: Godio, 1972:51) Paralelamente, la preocupación por el riesgo revolucionario se vería a la vez confirmada y acrecentada por la difusión en los medios uruguayos y argentinos de la versión según la cual las huelgas generales que se desarrollaban en Buenos Aires y Montevideo eran la expresión de un plan destinado a imponer el maximalismo en ambas orillas del Río de la Plata.(Godio, 1972: 52). El testimonio de Carlos Ibarguren, de quien no se puede sospechar que simpatizara con el anarquismo, resume el clima que se vivía en esos días. “Este estado sicológico colectivo de miedo a sangrientas amenazas era el resultado de imaginarias noticias, echadas a rodar no sólo por timoratos, sino también por mucha gente que las recogía como ciertas.” (Ibarguren, 1955: 342). En este contexto se generaron las condiciones de aceptación de la fantasía conspirativa contenida en la denuncia del complot maximalista en Argentina y Uruguay, de cuya responsabilidad se acusaba a una organización rusa de Buenos Aires y a “otros judíos rusos de la estación Bernasconi” (La Prensa, 14 de enero de 1919, La Argentina, 13 de enero de 1919, citados en Bilsky, 1984: 125). Su corolario fue la detención de Pedro Wald -joven judío emigrado de Rusia, dirigente del Bund- a quien la policía atribuyó ser el Presidente del Soviet argentino, junto su novia y varios de sus supuestos ministros En el contexto de la represión a los trabajadores de la Semana Santa, entre el 9 y el 14 de enero se desarrolló en las calles de Buenos Aires una verdadera persecución contra la población judía de Buenos Aires. En el barrio de Once se desarrollaron los principales sucesos de persecución específicamente antisemita. Todos los relatos coinciden en destacar la barbarie de los ataques que se desarrollaron allí. Ante la pasividad policial, fueron saqueados los locales de la Organización Teatral Israelita, Avangard y Poalei Sión, en la que funcionaban también los centros de los obreros panaderos y peleteros judíos. Sus muebles, archivos y bibliotecas fueron quemados y las personas que allí se encontraban resultaron apaleadas. Los ataques se extendieron pronto a todo el barrio, protagonizados por civiles, policías y soldados que disparaban contra los transeúntes, asesinando a varios de ellos. Son numerosos los testimonios sobre las torturas a que los judíos fueron sometidos en las calles y en el Departamento Central de Policía, los ataques e incendios de casas y comercios del barrio, las humillaciones a que fueron sometidos hombres, mujeres, jóvenes y ancianos. Como en todos los casos de la Semana Trágica, el saldo de víctimas judías no ha quedado esclarecido. Según la exposición que el Comité de la Colectividad Israelita elevó a las autoridades, el saldo fue de “pocos muertos y millares de heridos”, 11 aunque según el testimonio de Wald, esta lista era muy incompleta. Según fuentes policiales, sobre un total de 3.578 detenidos en la ciudad de Buenos Aires, 560 eran judíos. La proporción cercana al 16% de los detenidos implica una notable sobre representación de los israelitas entre los detenidos.12 Una situación similar en su inspiración, aunque menos estudiada por la historiografía e infinitamente menos cruenta que la Argentina, se desarrolló en Uruguay de manera simultánea. El 11 de enero, las autoridades uruguayas anunciaban que habían comprobado el funcionamiento de tres soviets en Montevideo e informaban que se había logrado detener a cinco rusos. (La Razón, 11 de enero de 1919, en: Seibel, 1999:111). El Pais de Montevideo, un diario moderado, reconoció que todo había comenzado como una huelga normal, pero también denunció la existencia de soviets formados por “elementos agitadores que sueñan con reproducir aquí, en su tierra adoptiva, los horrores de Petrograd y de Moscú”. El temor a que los acontecimientos de Buenos Aires se extendieran a Uruguay provocó que el gobierno tomara medidas preventivas. Cuatro regimientos se trasladaron desde El Cerrillo hasta zonas cercanas a la Capital, y la policía requisó las armas de las compraventas y toda la pólvora de las canteras. El despliegue de fuerzas policiales impidió la realización de reuniones de la Federación Obrera Regional Uruguaya, cuyos delegados fueron además agredidos y detenidos 11 Comité de la Colectividad Israelita, A/ número de atropellos contra individuos e instituciones de la colectividad, locales de los mismos y s/ audiencia al excelentísimo Sr. Presidente de la Nación. A.G.N., Fondo Ministerio del Interior, Legajo 5, expediente 838 - C, folios 12 - 13. 12 Archivo de la Policía Federal Argentina, Sección 1, Libro de Presos N° 4, pp. 44-46 (en: Rivanera Carlés, 1986: 260). Tal sobre-representación se acentuaba en el caso de la nómina de individuos “inmorales y peligrosos” que la Policía de la Capital elevó al Poder Ejecutivo a fines de su expulsión del país, aunque en la mayor parte de los casos la deportación no se hizo efectiva. De un total de 139 personas, un 46% eran judíos, aunque tan alta proporción se explica en parte debido a que el listado incluía tanto a militantes políticos cuanto a tratantes de blancas de la Zwi Migdal (Rivanera Carlés, 1986: 428-436). por esas fuerzas. (El País, 11 y 12 de enero de 1919, p. 1). En Montevideo, las sedes de distintas instituciones judías fueron allanadas, y el barrio del Cerro -poblado mayoritariamente por inmigrantes- fue ocupado militarmente. Un alto porcentaje de la población judía de Montevideo estuvo bajo arresto en algún momento y un número considerable de obreros israelitas fueron deportados. Como destaca Clara Aldrighi, la consolidación de la interpretación antisemita de los sucesos de enero resultó, en parte, de la adopción de la lectura practicada por la derecha argentina. En los primeros días de enero de 1919 el periódico católico El Bien público asumía la interpretación más conservadora de los sucesos, insistiendo en la calidad de extranjeros de los agitadores, para suscribir más adelante la interpretación judeofóbica de sus corresponsales argentinos. Decía Gustavo Franceschi en las páginas de esa publicación que: “El elemento que se llama malamente ruso y que en casi su totalidad no es de raza eslava sino hebrea (…) tenía sin dudas sus comités secretos, que disponían de fuertes sumas de dinero”, por lo que aconsejaba al gobierno argentino su expulsión. Héctor Lafaille destacaba la incompatibilidad física, psicológica y moral de la inmigración judía con la población local (El Bien Público, 21 y 23 de enero de 1919, en: Aldrighi, 2000: 155). Otras interpretaciones conspirativas de los sucesos del Río de La Plata, pese a ser sostenidas por voceros altamente legitimados, no resultaron aceptadas o difundidas, quizás porque las versiones cayeron en un terreno que carecía del cúmulo de creencias previas que las tornaran verosímiles. En las informaciones que la Legación de Francia en Buenos Aires enviaba al Quay d´Orsay, -determinadas por la animadversión francesa hacia Alemania en la inmediata primera posguerra- se sostenía con insistencia la responsabilidad de agentes alemanes o germanófilos en los sucesos de enero (Lépori de Pithod, 1998:105-106 y 115-116). Días más tarde, algunos diarios brasileños reproducían las afirmaciones del Daily Graphic de Londres, que inculpaba al principal de sus enemigos recientemente derrotado, afirmando que los alemanes de la Argentina crearon desde el comienzo de la guerra una fuerte organización para generar huelgas y perjudicar las exportaciones destinadas a los Aliados. “Es esa organización, solo en parte destruida, la incitadora de la huelga actual” (O Estado de São Paulo, 12 de enero de 1919, p.2, Jornal do Brasil, 12 de enero de 1919, p. 7). Una explicación que involucraba más actores, proveniente del Evening Star norteamericano y difundida a través de United Press, parecía vinculada con el mito conspirativo que vinculaba a bolcheviques y alemanes a raíz de la trayectoria del tren que devolvió a Lenin a Rusia. El Evening Star decía el 15 de enero que en Argentina se desarrollaba una revolución bolchevique, cuidadosamente planeada para estallar de manera simultánea en distintos lugares del mundo: “Como si hubiese un aparato de relojería adaptado a la revolución argentina, se buscó la mitad del verano, cuando las cosechas no están aún embarcadas […] La revuelta tiene también sin dudas la intención de excitar los sentimientos en apoyo de los bolcheviques y los Spartacus ultra socialistas de Alemania” (O Estado de São Paulo, 16 de enero de 1919, p. 2). El éxito del bolchevismo en América del sur tendría como consecuencia una gran influencia a favor de los alemanes, y obligaría a los Aliados a admitir a los bolcheviques, en nombre de Rusia, en la Conferencia de Paz de Versalles. Si la revolución hubiera triunfado en Uruguay, habría sido la carta de triunfo para la victoria del bolchevismo en Argentina Aunque la Semana Trágica se desarrolló de modo simultáneo a la Revolución Espartaquista, y se acusó al periódico socialista en alemán Vorwarts por incitar a la revolución, no existió una incriminación dirigida al conjunto de los residentes alemanes en Argentina o en Uruguay, ni se tomaron medidas excepcionales contra dicho grupo. Los mitos conspirativos no pueden interpretarse en función de su relación con la verdad, sino de acuerdo a su efectividad, y en el Río de la Plata no existían las condiciones para tornar operante una versión de esa naturaleza. Dos momentos en Chile Entre 1917 y 1920 los sindicatos urbanos chilenos se expandieron significativamente bajo dirección sindicalista, al calor de la resurrección de la producción de salitre tras la depresión de 1914, la reducción salarial de 1914-15 y los aumentos de precios de 1916-1917. Entre 1917 y 1920 se desarrolló un ciclo huelguístico, en el que las ideologías desempeñaron un papel menor frente al predominante pragmatismo sindicalista. (DeShazo, 2007: 215 y ss). La combinación entre alza de precios y baja de salarios resultó determinante no sólo para el estallido de múltiples huelgas sino también para la creación de la Asamblea Obrera de la Alimentación Nacional (AOAN), motorizada por la Federación Obrera de Chile y capaz de convocar a un amplio arco popular (Bohoslavsky, 2009: 60). La AOAN centraba su acción en los problemas de la carestía y el consumo, reclamando además la sanción de distintas medidas de legislación social (Grez Toso, 2001: 155). La masiva movilización de la AOAN del 22 de noviembre de 1918 motivó al gobierno y el Parlamento a apurar la ley de residencia N° 3446, cuyo proyecto había sido presentado 16 meses atrás. La ley permitía la expulsión sumaria de los extranjeros que practicasen o promoviesen la alteración del orden social o político por medio de la violencia o que propagasen doctrinas incompatibles con la individualidad de la nación (Bohoslavsky, 2009: 61). También en el caso chileno una parte de la clase dirigente atribuyó la causa de esta conflictividad a los agitadores foráneos. La inmigración extranjera, pese a su escasa significación comparada con otros países del Cono Sur, generó un efecto amplificado de temor en la clase dominante, que constantemente creyó ver en los episodios de protesta popular la mano de agentes extranjeros orquestadores del desorden. En lo concreto, esta preocupación significó el desarrollo de un aparato jurídico y policial que tuvo como eje central el problema de la llegada de sujetos e ideas definidas como subversivas. Como sostienen Plaza y Cortés (2013: 110), la figura del extranjero subversivo posibilitó quitar de la discusión sobre los efectos de la cuestión social las causas materiales de ese descontento. La tesis de los agitadores extranjeros era de vieja data, pero el caso de Argentina, donde el anarquismo arraigó una década antes que en Chile, sirvió de ejemplo y de alerta por la cercanía. “Gran parte de la imagen del extranjero disolvente que podemos apreciar en Chile está dada por el caso argentino y su peculiar situación de nación receptora de un número crecido de inmigrantes” (Plaza y Cortés, 2013: 116), de modo que la Ley de Residencia argentina de 1902 fue la inspiradora de la chilena sancionada en 1918. Fue en enero de 1919 el momento en que el conflicto llegó a su apogeo. Se desencadenaron en ese mes la huelga de tranviarios en Santiago y de los trabajadores del carbón de Concepción, seguido por un violento conflicto, que terminó en una matanza de trabajadores, en Puerto Natales. El 14 de enero la AOAN convocó a una reunión para el 27 de ese mes en Valparaíso. Ante ello, el presidente Sanfuentes declaró el 14 de enero que los trabajadores estaban bien inspirados y eran merecedores de la atención de las autoridades, pero que también era cierto que elementos subversivos intentaban penetrar entre sus miembros. “Los trabajadores saben que estos elementos no deben ser tolerados, porque si no el gobierno deberá actuar con toda la fuerza” (en: De Shazo, 2007: 234). El gobierno nacional solicitó a los intendentes de todas las provincias la aplicación de la ley de residencia (O Estado de São Paulo, 21 de enero de 1919, p. 2). La reunión de la AOAN convocó a cincuenta mil personas, y se decidió realizar otro mitin en Santiago el 7 de febrero, ante lo que el gobierno declaró el estado de sitio en Valparaíso y Santiago desde el 3 de febrero, logrando la casi unanimidad en ambas cámaras y el respaldo de la gran prensa, que enfatizaba que los “subversivos” usarían la reunión de la AOAN como una plataforma para la violencia. Finalmente el mitin se suspendió ante la oleada de arrestos de dirigentes de la FOCH (De Shazo, 2007:35) La elite se dividía en su interpretación del malestar popular. Un sector asumía que se debía a una legítima cuestión social que debía ser enfrentada a través una política reformista, mientras otra emprendía una mirada conspirativa y xenófoba. En 1919, este último sector sostenía que el país era objeto de una campaña subversiva desarrollada por extranjeros: peruanos, judíos, rusos o argentinos. El Mercurio señalaba en 1920 que Rusia se encontraba subyugada por los judíos y El diario Ilustrado que la revolución había sido planeada por los judíos (Bohoslavsky, 2009:62) asumiendo así la interpretación antes adoptada en Argentina y que se desplegó, como hemos visto, por todo Occidente. El impacto del enero argentino resultaba notable en la interpretación de estos acontecimientos. El Mercurio advirtió que la suspensión de las garantías constitucionales contenidas en el estado de sitio no se dirigía contra el sano pueblo de Chile sino contra “la masa amorfa de los sin patria que (…) intenta llevar a cabo programas de anarquía y disolución” (El Mercurio, 3 de febrero de 1919, en: Bohoslavsky, 2009:61). El gobierno colaboró con las Ligas Patrióticas, reanimadas en 1918, que atacaron físicamente a estudiantes, dirigentes gremiales y mineros peruanos en el Norte, mientras despotricaban contra los “judíos peruanos”. El violento conflicto social desatado en Puerto Natales en enero de 1919 fue vinculado por la policía y la derecha chilena con anarquistas argentinos que huían de la Semana trágica. Esta creencia no se fundaba sino en la especulación, pero la atmósfera de paranoia anticomunista le daba credibilidad ante las autoridades, que se sustentaba además en versiones similares en distintos momentos de conflictividad en la década anterior (Bohoslavsky, 2009:71-72). El 30 de enero Chile Austral renovó la versión; los culpables no eran argentinos, sino peruanos, “una raza de negros y chinos” (Bohoslavsky, 2009: 74). Todos los enemigos imaginarios resultaban finalmente enumerados como artífices de la amenaza contra la nación. Breves conclusiones Al colocar una tras otra las descripciones de las movilizaciones sociales desarrolladas entre noviembre de 1918 y enero de 1919, los modos en que fueron interpretadas y las modalidades con que los Estados las enfrentaron, encontramos una serie de similitudes que nos permite pensar en un fenómeno trasnacional. En tal sentido, es posible afirmar que la Semana Trágica argentina resulta una expresión particular que se inserta en una serie de fenómenos relativamente similares que afectaron a los otros países del Cono Sur, a la vez insertos en un contexto mundial socialmente convulsionado. Como toda manifestación de esta naturaleza, existen elementos internacionales que ejercen influencias similares, pero se reflejan en condiciones nacionales que determinan sus particularidades. Si entre los primeros se encuentran similares configuraciones de las elites, con un ala reformista y otra inflexiblemente represiva, o marcados paralelismos en los ciclos económicos de los países considerados, podemos enumerar entre las peculiaridades la enorme violencia represiva desplegada en Argentina y Chile, que contrasta con las relativamente moderadas formas que adquirió en Brasil, o los fuertes matices antisemitas de la interpretación -y la acción gubernamental- en los países rioplatenses. Igualmente, las tradiciones nacionales explican el lugar que el supuesto responsable del mal asume en cada caso: rusos, judíos, peruanos, argentinos eran los artífices del complot acorde a los temores y representaciones de quienes los acusaban. Debemos señalar asimismo una constatación relevante en relación con la circulación de los temores y los mitos conspirativos que explicaron - al menos por un tiempo y para una parte de los sectores dominantes y de la gran prensa – los fenómenos sociales del trimestre considerado. Aunque no deja de ser cierto que esos temores provenían en buena medida de la imagen que se hacían de Moscú y Petrogrado, hemos constatado que también se originaban en el modo en que se representaban los acontecimientos de Rio de Janeiro, Santiago de Chile o Buenos Aires, o en la atribuida presencia de activistas provenientes no ya solamente de Rusia sino de los países vecinos. La consideración de los contemporáneos de las huelgas rioplatenses como un fenómeno único, la inspiración que en un país encontró la legislación que se desarrolló en otro, la comprensión de cada episodio huelguístico como un espejo del anterior, la circulación de teorías explicativas similares, obliga a una profundización de la consideración de los fenómenos analizados en una clave trasnacional y comparativa, de manera tal de avanzar en una ampliación de la escala que contribuya a mejorar nuestra comprensión. Bibliografía Aldrighi, Clara (2000), “La ideología antisemita en Uruguay. Su contexto católico y conservador (1870-1940), en Clara Aldrighi et al., Antisemitismo en Uruguay, Montevideo, Universidad de la República, pp. 129-205 Avni, Haim (1982) "¿Antisemitismo estatal en la Argentina? (A propósito de los sucesos de la Semana Trágica - Enero de 1919)”, Coloquio, año IV, Nº 8, pp. 49-67. 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