HOMILÍA en el Triduo en honor de Santa Ángela de la Cruz

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HOMILÍA en el Triduo en honor de Santa Ángela de la Cruz. Convento de las
Hermanas de la Cruz de Jerez de la Frontera
(6 de noviembre de 2014)
Hermanos sacerdotes; Queridas hermanas de la Cruz; hermanos/as todos:
¿Qué les pasaría a los santos en su interior para que sus acciones fueran tan agradables a los ojos
de Dios? Querría entrarme en el interior de uno para aprender.
Es esta una frase de Santa Ángela y nada mejor en esta culminación del triduo en su honor que
introducirnos en el interior de su vida y de su corazón para cumplir el deseo de Santa Ángela.
Conocimiento e intimidad con Dios
Y ese asomarnos a la vida de Santa Ángela muestra en primer lugar que como todos los santos ella
tuvo un gran conocimiento de Dios, una gran intimidad con Él y un deseo profundo de hacer su
voluntad.
«Si vemos cosas extraordinarias en los santos -decía Santa Ángela de la Cruz- todo es de Dios y a Él
sólo se le debe glorificar, alabar y bendecir. Porque los santos no toman otra parte en estas cosas
que la grande fidelidad con que hacen en todo la voluntad de su amado Señor, y por eso son dignos
de alabanza; pero esta alabanza no se les da por lo extraordinario que hay en ellos, porque esto es
de Dios, sino porque han sido fieles (…) ¿Y qué más hacen los santos?.
¡Ah!, ellos mueren de amor y desean derramar hasta la última gota de su sangre por su dulce
Amado; pues bien, yo, a imitación de ellos, quiero morir de amor, quiero derramar mi sangre unida
a mi dulce Dueño en el Calvario; quiero ser muy fiel a Dios, quiero hacer en todo la voluntad de
Dios. Si como, si bebo, si descanso, si trabajo, si pienso, si me muevo, si respiro, todo con la pureza
de intención de que todo sea en Dios, por Dios y para Dios y todo para agradarle» (Papeles de
conciencia, 366-367).
Por tanto, queridos hermanos, la primera lección de Santa Ángela para nosotros es la necesidad de
buscar, de escuchar a Dios. Es decir, la necesidad de la oración como también nos recuerda la
Iglesia con la celebración del año jubilar teresiano.
Pero siguiendo adelante en ese caminar al corazón de Madre Angelita, descubrimos que en sus
escritos hay tres palabras claves que se repiten de continuo: cruz, pobreza y humildad.
Cruz
Pero yo, que al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle,
conocía con bastante claridad que en aquella cruz que estaba frente a la de mi Señor debía
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crucificarme con toda la igualdad que es posible a una criatura; y en lo íntimo del alma sentía un
llamamiento tan fuerte para hacerlo así, con unos deseos tan vivos y una ansia tan vehemente y un
consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me convidaba a subir a la cruz.
Era tan fuerte este llamamiento, que yo no podía resistir, y parece me ofrecía toda a mi Dios,
deseando el momento de verme crucificada frente a mi Señor; pero estaba mi voluntad tan unida a
la de Dios y tan sujeta a la obediencia, que, aunque deseaba mucho, esperaba la voz de mi padre
Torres [su confesor] para conocer la voluntad de Dios y seguirla.
Solamente desde esta decisiva experiencia espiritual es posible entender la persona y la obra de
Ángela Guerrero González, Ángela de la Cruz desde el momento de su profesión religiosa.
Para Santa Ángela aquella cruz era el término de la santidad. En la cruz descubrió la fuente
inagotable del amor de Dios que llenaría su corazón y le daría sentido a su vida. En el crucificado
descubrió la cercanía del omnipotente que por puro amor se ha hecho débil para estar cercano a
nosotros. En la cruz experimentó el poder de Dios.
Por tanto otra lección que nos imparte Santa Ángela es la invitación a contemplar la cruz para
vencer la duda sobre el amor de Dios. Como dice el papa Francisco No existe un cristianismo sin
Cruz, pues no tenemos posibilidad de salir solos de nuestro pecado.
Y es esa contemplación de la cruz, donde descubre Santa Ángela el camino que debe tomar su vida
afirmando: «A imitación de mi padre san Francisco, las virtudes que deben brillar en mí son la
pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno y la santa humildad» (Escritos íntimos).
La pobreza
La pobreza que vivió Ángela de la Cruz, y quiso para sus Hermanas, no fue de orden puramente
sociológico, es decir, una pobreza consistente en carecer voluntariamente de muchas cosas que,
en nuestra sociedad consumista, se presentan y son consideradas como absolutamente
imprescindibles: una pobreza expresada en una austeridad de vida que estremece al que la
observa desde fuera. Su pobreza fue, ante todo, una exigencia interior que brotó de una
experiencia espiritual profunda que la marcó definitivamente para el resto de su vida: la
experiencia de la Cruz.
Su teología de la pobreza. Consiste, fundamentalmente, en seguir a Cristo pobre, desde la
desnudez de los que suben a la cruz.
La Humildad
Sor Ángela había oído decir a su director espiritual, don José Torres Padilla: «Si quieres ser bueno,
sé obediente y humilde; si quieres ser más bueno, sé más obediente y más humilde; si quieres ser
buenísimo, sé obedientísimo y humildísimo». Nuestra santa lo diría, en una síntesis admirable, con
estas sencillas palabras: «La humildad no tiene fin, es como el mar». Un mar ilimitado de
sufrimiento y resignación interior para encontrar siempre el amor del Señor. La humildad para ella
no se trata de reconocer o limitar la propia valía, sino de proclamar en todo la grandeza de Dios.
También la humildad para Santa Ángela será el motor y fuente del amor como bien describe el
sorprendente Canto a la nada, escrito con toda naturalidad en la madurez de sus 59 años
(Ejercicios Espirituales de 1887): «Dios mío, dame la gracia para cumplir el propósito de reducirme
a la nada. La nada calla; la nada no se disgusta; la nada no se disculpa; la nada no se justifica; la
nada todo lo sufre; la nada del pecado es la vergüenza, la confusión; nada merece, más que el
infierno; nada se le debe, sólo el infierno. La nada no se impone; la nada no manda con autoridad;
la nada, en fin, en la criatura, es la humildad práctica».
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Para Santa Ángela la humildad es también el arma para vencer el mundo. Y que nos viene muy
bien a nosotros escuchar para no dejarnos vencer por el desánimo de este mundo metido en la
soberbia.
Hay entre sus escritos algunas páginas verdadera y atinadamente sorprendentes, sobre el siglo
XIX, en las que va haciendo un parangón entre la humildad y la soberbia: «Mis armas son muy
contrarias a las tuyas, pero lo verás cómo te venzo y confundo. Tus armas son la soberbia, el deseo
de ser y elevarte sobre los demás, que te conozcan y que te alaben; y, en fin, te parece que eres
superior a todos y, si fuera posible, mandarías que te adorasen. Pues yo te hago frente con la
humildad; una vida oculta, desconocida y de humillación con el conocimiento de mi nada y siempre
nada, que me lleva hasta abrazarme con gusto con los desprecios y ponerme bajo los pies de todos,
me hace superior a ti, porque en esta humillación está el principio de toda grandeza; porque Dios
premia a los humildes, y los eleva hasta su gloria. Pues mira, mira cuánto subo, mira la ventaja que
te llevo, pues llegará el día de mi grandeza y será muy superior a la tuya y parecida a la de los
ángeles, y nunca se acabará porque será eterna» (Papeles de conciencia, 253).
En este punto del diálogo con el siglo XIX, sor Ángela descubre el secreto de la alegría: «Y en vez de
apartar de mí al que padece, como tú haces, porque su presencia ataja el paso a tus deleites, yo lo
socorro en lo que puedo, y estoy dispuesta a sacrificar mi vida por aliviar sus penas y, de este
modo, hacérselas más llevaderas. Si tú supieras la felicidad que se siente y la alegría de que es
bañada el alma de quien así lo practica, dirías que tengo razón en decir que soy más dichosa que
tú» (Papeles de conciencia, 255).
Por último, para concluir quiero hacer mías las palabras del padre Javierre que afirmaba: No
equivocarse, amigos lectores forasteros de Sevilla: ella, Madre, sor Ángela, sigue viva, está aquí,
con nosotros. Continúa repartiendo bien a manos llenas. Sus manos son las Hermanas de la Cruz,
sus hijas. Y a vosotras queridas hermanas os quiero felicitar y recordaros los consejos de vuestra
madre Santa Ángela: «Hijas mías, nuestro país es la cruz y fuera de la cruz somos forasteras». Y
«Hacerse pobre con los pobres. La caridad, no desde arriba sino desde dentro». Que así sea.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
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