Un buen discurso en la Iglesia Russell T. Osguthorpe Presidente General de la Escuela Dominical ¿Por qué fue tan eficaz su discurso? Porque enseñó doctrina pura y dio testimonio de las verdades que enseñó. Mientras asistía a la conferencia de la Estaca Kinshasha, en la República Democrática del Congo, escuché detenidamente a un joven de 15 años, al que se le había pedido dar un discurso. Dicho joven se paró detrás del púlpito, sin ninguna nota escrita, sólo con las Escrituras, y comenzó a relatar la historia de la restauración de la Iglesia en la “última dispensación del cumplimiento de los tiempos”. Habló sobre cómo el profeta José leyó el versículo de Santiago: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios...”. Recitó el versículo de memoria, para luego explicar cómo José fue a la arboleda a orar y a preguntar a Dios a qué iglesia debía unirse. Después, dijo: “Hermanos y hermanas, sé que ese día en la arboleda, el profeta José vio a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo. También sé que José Smith fue un profeta de Dios”. Entonces, aquel poseedor del Sacerdocio Aarónico explicó cómo el Libro de Mormón salió a la luz por el don y el poder de Dios; levantó en alto el Libro de Mormón y dio un poderoso testimonio de su veracidad. Habló sinceramente con el corazón, con claridad y convicción. Compartió experiencias de su propia vida para demostrar cómo las verdades del Libro de Mormón lo habían bendecido. Al darse cuenta de que el tiempo que le habían asignado estaba por terminar, dijo: “Hermanos y hermanas, debo terminar, pero antes es necesario que dé testimonio una vez más acerca del profeta José”. Y nuevamente dio un firme testimonio de la valentía y la fe de José Smith. Después dijo: “Sé que mi tiempo casi ha concluido, pero no puedo terminar sin dar nuevamente testimonio del Libro de Mormón. Este libro es la palabra de Dios. Yo lo sé”. Y por último concluyó dando testimonio del profeta actual, el presidente Thomas S. Monson. Me incliné hacía el presidente de misión que estaba sentado a mi lado y le dije: “¡Creo que nunca había escuchado a un jovencito dar un discurso tan poderoso!”. Él estuvo de acuerdo conmigo. ¿Por qué fue tan eficaz su discurso? Porque enseñó doctrina pura y dio testimonio de las verdades que enseñó. Compartió experiencias de su propia vida para demostrar cómo las doctrinas que enseñaba le habían bendecido personalmente. No leyó su discurso. Habló con el corazón, y el poder de su propio testimonio se reflejó en cada una de sus palabras. Cuando se nos pide que hablemos en las reuniones de la Iglesia podemos hablar con el mismo poder que yo sentí de ese jovencito en la R.D. del Congo. Todos tenemos acceso al mismo Espíritu y a la misma doctrina pura. Sencillamente, debemos prepararnos de la manera correcta y después confiar en el Espíritu a medida que hablamos. ¿Cómo podemos prepararnos y dar un discurso con claridad y convicción? Les brindo las siguientes sugerencias: Oren para comprender las necesidades de quienes recibirán el mensaje. Determinen la doctrina clave que ayudará a satisfacer esas necesidades. Elijan pasajes de las Escrituras y palabras de los profetas vivientes que enseñen esa doctrina. Incluyan experiencias que hayan tenido al vivir esa doctrina. Hagan un bosquejo de su discurso. Practiquen el discurso hasta sentir la confianza de que pueden darlo de corazón, sin necesidad de leerlo. El jovencito de Kinshasha conocía a quiénes hablaba. Muchos eran miembros que se habían bautizado recientemente y se estimaba que más de 200 investigadores habían asistido a la conferencia de estaca ese día. ¿Qué tema hubiera sido más apropiado para esos nuevos conversos o para aquellos que pronto lo serían que la restauración del evangelio de Jesucristo? Su discurso se centró en la doctrina de la Restauración y, en virtud de que se centraba en la doctrina pura, estuvo repleto de exhortaciones para actuar y bendiciones prometidas. Las exhortaciones y las bendiciones son inherentes a toda doctrina. El versículo de Santiago no sólo exhorta a José a orar para obtener guía, sino que sus palabras nos exhortan a todos nosotros a pedir a Dios la sabiduría que nos haga falta. Y cuando pedimos con fe, el Señor nos bendecirá dándonos respuesta a nuestras preocupaciones más profundas, tal como lo hizo con el profeta José. Doctrina, exhortación, bendiciones; todo ello debe estar siempre presente cuando enseñamos el Evangelio desde el púlpito, en una clase o en nuestro hogar. ¿Cuándo debemos prepararnos para dar un discurso? ¿Debemos esperar hasta que un miembro del obispado nos llame y nos dé la asignación para hablar en la reunión sacramental? He aquí una buena alternativa: Debemos estar siempre preparados para enseñar el Evangelio. Mientras estudiaba en un colegio universitario, el élder Bruce R. McConkie tenía por costumbre dar un discurso en su mente mientras caminaba desde su casa al campus de la universidad. Era uno de los métodos que tenía para aprender el Evangelio. De esa forma, siempre estaba listo cuando lo llamaban para discursar. Mientras prestaba servicio como Setenta de Área, acompañé en una ocasión al élder Jeffrey R. Holland a una conferencia de estaca. Durante la sesión del sábado por la noche, él habló sobre la “soledad” del Salvador. Aquel sábado por la noche (24 de enero), el élder Holland estaba preparando su discurso para la conferencia general de abril: “Nadie estuvo con Él” (Liahona, mayo de 2009). Cuando prestaba servicio como presidente de misión, un misionero me preguntó una vez: “¿Cuándo hace sus preparativos para la conferencia de zona?”. Nunca había pensado mucho en el asunto, pero le expliqué que comenzábamos a prepararnos para la próxima conferencia de zona durante la conferencia actual. Le pregunté al misionero: “¿Dónde cree que obtenemos los temas para la conferencia de zona?”. Me miró asombrado. Le dije: “Ustedes, los misioneros, son los que nos comentan sus necesidades y después nosotros nos dirigimos al Señor para pedirle ayuda sobre la manera de proporcionárselas”. Por consiguiente, como presidente de misión, siempre estaba observando qué necesitaban los misioneros, y después oraba para saber cómo enseñarles. Siempre estoy preparado para enseñar. Cada vez que estudiamos las Escrituras recibimos inspiración. Cada vez que observamos algo nuevo o lo comprendemos de modo diferente, debemos prepararnos para enseñar ese discernimiento a alguien más. “Y tú, una vez vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:32). Debemos compartirlo con un familiar o preparar un discurso o parte de una lección basada en esa comprensión. Eso fue lo que el élder McConkie hacía mientras caminaba a sus clases en la universidad. Él se preparaba para enseñar, para dar testimonio. Fue lo que hizo el élder Holland en la conferencia de estaca meses antes de elegir el tema para su discurso de conferencia general. Estoy convencido de que el joven de Kinshasha había preparado su discurso mucho antes de que se le asignara darlo. El Señor nos ayudará a saber qué decir a quienes se nos ha pedido enseñar. Él ayuda a los misioneros, ayuda a Sus siervos y nos ayudará a cada uno de nosotros. La doctrina que enseñamos nos mostrará por sí misma cómo exhortar y prometer bendiciones, al estar concentrados en las Escrituras y en las palabras de los profetas vivientes. No necesitaremos leer nuestro discurso, porque lo hemos preparado de forma tal que nos ayuda a confiar en el Espíritu en lugar de en un texto escrito. Nuestro testimonio de la veracidad de lo que enseñamos será evidente por medio del discurso, tal como sucedió con el jovencito de la R.D. del Congo. El Señor hablará por medio de nosotros porque, como enseñó el presidente Thomas S. Monson, “cuando estamos en la obra del Señor, tenemos derecho a Su ayuda”. (Fuente: www.lds.org).