VII CONCURSO DE RELATOS CORTOS “EUGENIO ASENSIO” TERCER PREMIO CATEGORÍA B Chimène Peucelle Sección Española del Lycée “François Magendie” de Burdeos (Francia) Póker Están sentados cara a cara, sin un gesto ni una palabra, y se miran a los ojos desde hace unos minutos con una fijeza sobrenatural. En el salón flota una fragancia sutil, una mezcla de incienso y de alcohol ; el olor de incienso viene de él, el alcohol de ella. El zumbido de un ventilador resuena alrededor, cubierto por el latido de una melodía de jazz. El ambiente debería estar relajado, pero reina una mala tensión. La mesita entre ellos está cubierta de botellas: vinos, zumos y licores en desorden. Dos vasitos vacíos destacan en una y otra parte del muestrario de bebidas. Sólo el de la mujer está húmedo. El cruce de miradas prosigue. El salón está congelado en una inmovilidad desagradablemente pesada. La puerta se abre bruscamente y entra una muchacha con cara severa; tiene el cabello largo y liso del color de jade quemado, y una ropa negra que la enflaquece. Una calavera de Catrina, hecha de plata reluciente e incrustada de piedras coloradas, se balancea en su cuello. A su llegada, los otros dos se enderezan en sus respectivos sillones, y sus miradas se separan por fin. –¿Gwenith, mi cariño, cómo va el mundo ? – le pregunta la mujer. Su voz es grave y ronca, casi masculina, pero conserva una melodía especial e hipnótica. Una multitud de brazaletes cascabelea en sus puños, y numerosos collares adornan su pecho; su ropa colorada y ceñida al cuerpo le da un aire de fiesta. Un amplio sombrero mexicano, con hilos multicolores, le confiere a su cara acentos misteriosos. –El mundo es tranquilo, el mundo es ingenuo – le contesta Gwenith en posición firme como una soldado. –. Sigue destruyéndose sin hacer caso a las consecuencias. –Eso nos da igual – declara detenidamente el hombre, dejándose caer contra el respaldo de su sillón rococó–. Lo que nos interesa es el estado del cielo… –¡El cielo ! –se entusiasma la dama del sombrero– ¡Qué pesadilla estamos preparando en el cielo limpio, François mon ami…! François es tan singular como su compañera, pero de estilo diferente: es excesivamente flaco, ¡y qué piel tan rara tiene! En sus rasgos demacrados lleva tatuados los huesos blancos de un esqueleto ; encima de sus brazos y de sus manos, en su cuello y en su torso como lo muestra su camisa entreabierta, en su cara también. Resaltan bellamente en su epidermis de un negro profundo. Al fondo de sus órbitas relucen dos luces naranjas, sobrenaturales ; ojos inhumanos. – En las honduras del cielo resuenan sus tormentas– persigue Gwenith–. Se organizan, se preparan y cuando sus masas sean lo suficientemente importantes, se lanzarán, a sus órdenes, hacia… –Está bien– la interrumpe la dama sentada–. Ya basta, por el momento. Sírveme Tequila, ma chérie, y vuelve a obtener noticias. – No abuse de la bebida, Señora Dessmora… – No te necesito para cuidar de mi salud – suelta ella, con una mirada iracunda. Huraña, Gwenith vuelve a dejar la botella. Dessmora bebe su Tequila de agave azul de un golpe y pone el vaso en el suelo. Sacude el dedo y se eleva él solo para volver a la mesita. François chasca los dedos a su vez y la melodía de jazz gana en potencia; silba el tema entre sus dientes y sus tatuajes le hacen una doble sonrisa aterradora. Se pone de pie y se improvisa un cóctel con las bebidas; Dessmora se estira detenidamente y, de una mirada elocuente, invita Gwenith a volver a servirle Tequila. Ella obedece de mala gana mientras que François le pregunta: – ¿ Quién, de nosotros dos, es el más temido ? – Se temen vuestras dos tormentas– resuelve ella– pero la vuestra, ligeramente más, Señor François. » Se ríe con burla, exultante, y Dessmora lanza un juramento sonoro. Gwenith se queda inexpresiva, insensible a las discrepancias de su pequeña rivalidad. – No tomes tu victoria por conquista– refunfuña Dessmora, ofendida–. Yo sabré probarte que no soy sólo más rápida que tú, sino también más eficaz… – Ya veremos… – se pavonea el hombre, orgulloso de sí mismo. Y Gwenith vuelve a salir, cerrando de golpe la puerta. François bebe su cóctel a sorbos, pedante, cuando Dessmora ya ha terminado su bebida y ha dejado su vaso en el suelo, cerca de su silla. Ya está rumiando cómo compensar su debilidad. Ahora, es ella la que marca el compás de la melodía de jazz con la punta de los dedos. Cuando deciden retomar su lucha de miradas, la suya es más intensa que nunca. Porque se rumorea que los ojos son las ventanas del alma. Los ojos de Dessmora y François se hablan de complots, de tormentas, y de rivalidades ancestrales. Y mientras que en el salón oscuro se miran fijamente, sus espíritus revolotean en el cielo, acumulando poco a poco la fuerza necesaria para su macabro proyecto. Las notas graves se suceden en el sopor ambiental, repitiéndose hasta el infinito en el pequeño salón. En las botellas con etiquetas abarrotadas, los líquidos ambarinos parecen fijados, sin una sola ondulación. El tiempo pasa y sus proyectos se finalizan. De repente, Dessmora se echa hacia atrás, riendo a carcajadas : – ¡Terminé mi trabajo, mi François ! Así estoy lista, ¿y tú? Sólo que François está aún concentrado, con la atención focalizada en el punto que, el segundo de antes, era la cara de su compañera. Dessmora intenta llamarlo y moverse delante de él, pero no hace caso; no ha acabado todavía. De repente entra Gwenith; su cabello está húmedo y ella está asfixiada. – ¿Gwenith, mi cariño, cómo va el mundo?– le pregunta Dessmora. – ¡Vuestro huracán está lanzado, Señora ! Devasta la costa y se cuentan ya los muertos. En cambio, raras son las huellas de el del Señor François: acaba de aparecer, aunque ya es temido. Dirigen una mirada dubitativa al hombre soñando. Como nada ocurre, deciden esperar. Dessmora enlaza dos nuevos vasos de Tequila, un vaso de vodka. Gwenith anda dando vueltas, nerviosa. El jazz la horripila. Pasa un tiempo indeterminable. – ¡Ah! – exclama de repente François sobresaltándose. – ¡Nos preocupaste, sabes…! – gruñe Dessmora, terminando su vaso. –Terminé mi huracán hace un rato… – Pero el mío está llegando– se ríe él con burlas, misterioso–. Y os invito, Señoras, a salir a constatar el alcance de mi obra. Se pone de pie, la música se para. Gwenith va detrás de la silla de ruedas de Dessmora y la empuja lentamente hacia la puerta que François deja abierta para ellas. Fuera se encuentra un largo corredor tapizado con terciopelo color burdeos. Sus pasos no hacen nada de ruido en la alfombra gruesa. Vienen una pendiente suave, un hall menos coqueto, una puerta de entrada imponente. François la abre y salen. El caos reina en las calles de Acapulco. Lluvias terribles devastan los caminos y no hay nadie cerca de ellos. El suelo está cubierto de agua en la que flotan esquirlas variadas, fragmentos de paredes, de coches ; incluso un cadáver. La risa de François supera la tormenta. – ¡Constatad, Señoras, el alcance de mi obra! México, Estado de Guerrero, 15 de septiembre 2013.