COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán GEORG FRIEDRICH HÄNDEL (1685-1759): Chacona en Sol mayor, HWV435 Publicada por la casa Roger, en Ámsterdam, en el año 1733, la Chacona para teclado en Sol mayor HWV 435 tiene sus orígenes muchos años antes en la vida del gran compositor germano. La amplia popularidad que Händel había obtenido en Inglaterra desde que allí se afincara a partir del éxito de Rinaldo en 1711, tenía como consecuencia la avidez de editores como Jeanne Roger por exhumar obras tempranas firmadas por el compositor sajón. En particular las creaciones para teclado surgían como las predilectas para tal fin ante la gran expansión y el favor que esa clase de instrumentos alcanzaba durante las primeras décadas del s. XVIII entre los círculos intelectuales, Georg Friedrich Händel, c. 1720, atribuido a James Thornhill. Fitzwilliam Museum tanto aristocráticos como burgueses. Si bien no se conoce ni el año ni el lugar exacto de composición de este tema de chacona y las subsiguientes variaciones del mismo, la misma podría trazarse entre 1710 y 1717 cuando, luego de transitar una rica experiencia italiana y ya asentado en Londres dedicándose fundamentalmente a la creación operística, Händel escribió numerosas obras para teclado. La obra podría tener un origen aún más remoto, pudiendo presumiblemente haber sido creada en Hamburgo antes del año 1706, ciudad donde el joven y prolífico creador proveniente de Halle, se desempeñó como violinista y clavecinista de la Opera del Gänsemarkt. Allí no solo se iniciaba su vínculo con la creación lírica sino también un profundo contacto con las tendencias musicales italianas y francesas. Precisamente habían sido los compositores galos de las últimas décadas del siglo anterior quienes habían otorgado a la chacona un carácter grave, solemne y ceremonial paradójicamente distante de sus inicios escandalosos. Es que para los españoles del siglo XVI se trataba de una danza ágil, dotada de versos picarescos, que se acompañaba con sensuales movimientos del cuerpo, cuyas raíces podrían remontarse a los pueblos originarios de Centroamérica. Con estas características la mencionan los textos de escritores como Lope de Vega o Cervantes. Probablemente su nombre podría derivar de la onomatopeya “chac”, que señalaba la sonoridad de las castañuelas con las que usualmente se acompañaba. Además de utilizarse otros instrumentos de percusión, estas danzas solían tener como instrumento de base a la guitarra, la cual pautaba el ritmo y los bajos de las mismas. Fue así como este esquema musical se introdujo en el universo instrumental solista pues, gracias a su fama, comenzó a publicarse en Italia, a inicios del siglo XVI, en diversos tratados pedagógicos para guitarra como un prototipo sobre el cual crear improvisaciones. Sería Girolamo Frescobaldi, en Roma, en 1627, el primero en publicar una chacona para teclado. Ceñido en una métrica ternaria, pronto, el bajo de chacona, se convertiría en toda Europa, en una de las sucesiones de acordes más exitosas a la hora de elegir un bajo prototípico sobre el cual desarrollar variaciones. Utilizado más de una decena de veces por Händel tanto en el ámbito de la ópera como en el de la música instrumental pura, en esta Chacona en Sol mayor el creador exploró las ricas posibilidades del mismo a través de veintiún variantes que nos permiten conocer no solo lo vasto de sus técnicas en lo que hace a la escritura para clavecín sino también sus habilidades como intérprete de estos instrumentos pues, en la mayor parte de los casos, estas obras eran escritas por los compositores para su propio estudio y lucimiento. Una obra plena de despliegue virtuosístico, dotada de una eximia escritura contrapuntística y, a un mismo tiempo, de un discurso introspectivo, profundo, sutil. ROBERT SCHUMANN (1810-1856): Davidsbündlertänze (Danzas de la liga de David), Op. 6 “Viejo dicho: en todos y en cada tiempo la alegría y la tristeza se entrelazan: permaneced piadosos en la alegría, estando listos para sufrir con coraje”. Con ese epígrafe publicaba Robert Schumann hacia fines del año 1837 las Davidbündlertänze (Danzas de la compañía de David). Se trataba de una serie de piezas de carácter, según él mismo explicitara en la portada de esa primera edición, planteadas cual un diálogo entre sus dos álter egos: Florestán y Eusebius. Signadas por la efusión y el entusiasmo de un joven enamorado, las dieciocho piezas que integran esta obra fueron compuestas entre fines de agosto y comienzos de octubre de aquel mismo año como consecuencia de la respuesta positiva que su amada, Clara Wieck, le enviara en carta del 15 de agosto, en respuesta a la ansiosa solicitud de compromiso que Robert le realizara. Si bien pasarían otros tres tortuosos años antes de que esta pareja pudiera ver cumplido el sueño de contraer matrimonio, esa misiva de la joven y talentosa pianista marcaba el Clara y Robert Schumann en la década de 1840. fin de unos tormentosos dieciocho meses de silencio entre ambos. De allí en más ni la oposición al enlace por parte del padre de ella, ni los avatares económicos y anímicos que se cernirían sobre Robert, ni la fama creciente de Clara (una promesa del piano ponderada por el mismísimo Liszt), podrían ya disminuir la unión de sus sentimientos y voluntades. Él le confesaría a ella, en una carta enviada unos meses más tarde, que las “danzas” contenían “muchos pensamientos de boda”. Por su parte la Compañía o Liga de David había surgido algunos años antes, en diciembre de 1833, nominando así Schumann a un grupo con el cual, más allá de la amistad, compartía similares criterios estéticos. Entre aquellos artistas llamados a defender al arte musical de los “filisteos” que lo escarnecían se encontraban los pianistas Julius Knorr y Ludwig Schunke, el pintor y compositor Johann Lyser, el crítico musical Ernst Ortlepp, el filósofo J.A. Wendt, el gran pianista y pedagogo Friedrich Wieck y, por supuesto, Clara, hija de este último. El grupo se reunía una vez por semana en el Kafeebaum, una taberna de Leipzig desde donde, entre jarras de cerveza, se proponían luchar contra la vacuidad del virtuosismo cual acrobacia interpretativa, la frivolidad y las convenciones sin sentido, así como en tiempos bíblicos David se había alzado valeroso contra el gigante Goliat. Interesado desde muy temprana edad tanto por la literatura como por la música Robert fundó en 1834, junto a varios miembros de esta liga, una publicación dedicada a la crítica musical que se convertiría en el vehículo más influyente para la formación de la nueva escuela musical alemana: el “Neue Musicalische Zeitung”. Sus propios seudónimos en dicha publicación eran Florestán y Eusebius. Dos caracteres contrastantes que denotaban las dos partes de su personalidad. Mientras Florestán era impulsivo y apasionado, Eusebius denotaba su lado reflexivo, más racional e introspectivo. Con estos dos nombres había bautizado ya originalmente a los Estudios Sinfónicos. En la primera edición de las danzas Schumann colocó una letra E inicial para señalar cuáles surgían de las ideas de Eusebius, resultando las restantes producto del discurso de Florestán o aún de ambos. Mas, al igual que en el pensamiento de los dos personajes que no eran en conjunto otro que Robert, en el centro se hallaba Clara y es por eso que las dieciocho piezas funcionan como variaciones de un único tema principal surgido de la pluma de la joven Wieck. Los primeros compases de la obra provienen de una mazurca creada por Clara como parte de sus Soirées musicales (también Op. 6), siendo estos los que fundamentan y otorgan cohesión a las danzas sucesivas. Así como la primera de las piezas se manifiesta en su inicio con la impronta rítmica de una mazurca, para luego flexibilizar las características típicas de ese baile de origen polaco, así Schumann utilizará a modo de grandes marcos danzas como el Ländler, la polka, el vals y aún una tarantela (en la sexta pieza) tratando sin embargo las características de cada una de las mismas como grandes trazos dentro de los cuales se otorgará, sin embargo, una libertad experimental, tanto armónica como técnica, formal y expresiva que convierte a estas Danzas de la liga de David en una de las gemas de la creación romántica para el piano. Diversos estados de ánimo y, por sobre todo, diversas actitudes, respuestas, vivencias y reflexiones ante las tan variadas circunstancias de la vida, de la pasión, del amor. FRIEDRICH CHOPIN (1810-1849): Las creaciones que siguen a continuación pueden apreciarse como un magnífico caleidoscopio que nos permite transitar a través de los últimos diez años de vida del polaco en exilio que adoptó los salones intelectuales de la convulsa París de las décadas de 1830-40 como el perfecto espacio, algo público y algo privado, desde el cual dar a conocer su arte defendiendo a un tiempo la causa de su tierra natal. Se trata de cuatro géneros diversos y sus consiguientes marcos formales e históricos: cuatro maneras de escribir para el piano. Su vida artística giró en torno a ese instrumento, el cual reunía todas las características necesarias para ser uno de los vehículos fundamentales de la expresión personal en esa Europa romántica: el piano permitía la total autonomía del intérprete brindando una amplia gama de posibilidades musicales, convirtiéndose así en el instrumento de la subjetividad del intimismo que tanto defendía la estética circundante. Al mismo tiempo su mecanismo, que para ese entonces ya estaba plenamente desarrollado, era consecuencia de los adelantos técnicos-industriales que habían invadido el continente con especial énfasis desde los planteos ilustrados dieciochescos. Este orgullo de la era técnica se evidenciaba también en la escritura para el instrumento ya que todos los ejercicios creados por Johann Hummel, Carl Czerny, Muzio Clementi y otros, expandían las posibilidades técnicas del intérprete casi hasta convertirlo en una perfecta máquina humana. Chopin sabría conjugar dichas posibilidades técnicas que él tan bien conocía como eximio pianista, con la expresión más íntima e intensa de esas frases de largo aliento estuvieran Frédéric Chopin en un daguerrotipo tomado entre 1846 y 1847 que influidas posiblemente por la lírica belcantista y modulaciones armónicas a un tiempo sutiles y osadas. Corría el invierno entre los años 1845-46 cuando, aquejado cada vez más violentamente por el flagelo de la tuberculosis, Chopin hubo de espaciar sus apariciones públicas. Fue entonces cuando, inmediatamente después de culminar las tres Mazurkas Op. 59, el pianista polaco emprendió la creación de la Barcarola en Fa sostenido mayor, Op. 60. Las piezas así denominadas, evocadoras de Venecia y sus gondolieri se habían popularizado durante la última década. Desde obras que citaban cantos originales de los remeros venecianos, como haría Liszt en uno de sus Años de Peregrinaje hasta la aparición de diversas barcarolas en la escena operística llegadas a París gracias a la pluma de Auber y Rossini, pasando por creaciones que aluden en su balanceo rítmico y construcción melódica a la Reina del Adriático, sus barcas, sus cantos. Si bien Chopin conocía aquellas barcarolas de sus colegas contemporáneos creó en este caso una pieza que excede y amplia los límites de la sugerencia de esa Venecia que no conoció, planteando, ya desde la innovadora e inesperada introducción, una amplitud de discurso superadora de los ejemplos hasta entonces existentes de creaciones así denominadas. Una obra que, al igual que la Berceuse, se halla cimentada en una pauta modesta, sencilla, que le da lugar a una magnífica senda de osada y exquisita labor de experimentación. Significativo es el hecho de que su autor eligió esta Barcarola, tan inmensa como introspectiva, como parte del programa del que sería su último concierto público, el cual tuvo lugar el 16 de febrero de 1848 en París. Última de las obras creadas durante su estancia junto a la escritora Aurore Dupin (quien firmaba sus obras bajo el seudónimo de George Sand) en la isla de Mallorca, el Scherzo n° 3 en Do sostenido menor, Op. 39 transita dramáticamente a través de una estructura de forma sonata ampliada.La tradicional estructura ternaria de este género se superpone al tratamiento temático de un movimiento de sonata. Es así como el oscuro primer tema, de direccionalidad descendente, que aparece luego de la inquietante introducción se hallará en dialéctica con un segundo tema encabezado por un luminoso y calmo coral ornamentado al final de cada una de sus frases. Si bien Chopin inició la obra entre las húmedas paredes del monasterio de Valldemossa, en la mayor de las islas baleares, el agravamiento de su estado de salud a causa del clima, lo obligó a alejarse de la composición de la misma en varias oportunidades, culminándola recién en la primavera de ese año 1839, al arribar a Marsella. Los nocturnos, piezas caracterizadas por una expresiva línea melódica de carácter melancólico que el irlandés John Field había creado en alusión a uno de los grandes tópicos románticos, la noche, fue otro de esos géneros que Chopin supo recrear, resignificar y potenciar a nivel tanto técnico como expresivo. Los Nocturnos en Fa menor, Op. 55 n° 1 y en Mi bemol mayor, Op. 55 n°2 fueron publicados en el año 1844, siendo el anteúltimo par de piezas de esta denominación que el músico nos legara. El primero, en Fa menor, es una pieza leve, mesurada, difícil de interpretar en lo que hace a lograr esa intimidad que trasunta su escritura. Su par contiene, una vez más, el sello de la experimentación, particularmente en el terreno armónico, planteando posibilidades que otros compositores como Liszt o Wagner alcanzarán varios años más tarde. Si bien Chopin abandonó su tierra natal a los veintiún años de edad y no tuvo la posibilidad de volver a ella dada la convulsa situación política que allí existía, abrazó comprometidamente la causa de su patria durante toda su vida. Durante los dieciocho años que vivió en París, mantuvo una estrecha relación con la comunidad de emigrados polacos que se hallaban en la capital francesa desde el “Levantamiento de Noviembre” de 1830, insurrección contra el Imperio Ruso a partir de la cual se produjo la gran emigración de la elite política polaca. Chopin creó diecisiete polonesas, incluyendo su Op. 3, Introducción y Polonesa para piano y violonchelo y su Op. 22 Andante Spianato y Grande Polonaise Brillante para piano y orquesta. La polonesa era una danza de ritmo ternario y de carácter procesional, de origen campesino, que ganó su lugar como parte del ceremonial cortesano en el siglo XVI, cuando Enrique III de Francia fue coronado como Rey de Polonia. Los bailes de la corte se iniciaban con una polonesa durante la cual desfilaban con hidalguía y solemnidad los principales actores políticos y militares de la nación. Durante los siglos XVII y XVIII ganó fama en las cortes de Europa occidental y se asoció su nombre con diversas danzas del este europeo. Fue así como compositores como J. S. Bach o G.P. Telemann la incluyeron en algunas de sus suites. El gran pianista polaco creó la Polonesa en La bemol mayor, Op. 53 “Heroica”en Nohant en el año 1842, dedicándola a su gran amigo, el banquero, mecenas y músico amateur Auguste Léo. Sería George Sand, su compañera de vida por aquel entonces, quien habría mencionado a la obra como “Heroica” en correspondencia privada con el compositor, en referencia al movimiento revolucionario burgués que vivía su patria desde el año 1830: “¡La inspiración, la fuerza, el vigor! No hay duda que ese espíritu debe estar presenta en la Revolución Francesa. Desde ahora en esta polonesa debe hallarse un símbolo: ¡Un símbolo de heroísmo!”. Frédéric Chopin, Polonesa Op. 53, Autógrafo, dedicado a Monsieur Auguste Léo, 1842 New York, Morgan Library & Museum, Dannie and Hettie Heineman Collection, Sign. MS 42