Educación teológica ¿adoctrinamiento o entretenimiento? Alberto F. Roldán Hay problemas teológicos para los que cada generación debe hallar su propia solución si quiere que sean para ella germen de vida. Jürgen Moltmann La educación teológica ha tenido un recorrido verdaderamente espectacular las últimas décadas en América Latina. Ya hemos superado aquellas etapas en que ese tipo de educación estaba en manos de profesores extranjeros, textos extranjeros y cosmovisiones extranjeras. Desde los años 1970 en adelante, con el surgimiento de nuevas metodologías de educación a distancia, las cosas fueron cambiando. Hoy estamos instalados en la era digital. Y cualquier persona, desde cualquier parte del mundo, tiene acceso a diversidad de programas de formación teológica. Pero no todo lo que se ofrece en este mercado educativo responde, realmente, a lo que las iglesias y la sociedad requieren. Por eso, nos permitimos analizar, brevemente, algunos modelos que quizás no responden a lo que hoy necesitamos. 1. Educación doctrinal. Gran parte de los programas que se ofrecen en instituciones teológicas responden a lo que una denominación determinada considera su “doctrina oficial”. Por lo tanto, a la hora de estudiar temas específicos, como el caso de teología contemporánea o teología latinoamericana, los contenidos a ese respecto sólo se reducen a lo que un libro determinado dice, superficialmente, sobre el tema, generalmente, en forma prejuiciada y sesgada. Recuerdo una anécdota: estaba dialogando con alguien que me pidió consejo respecto a una currícula teológica. Me preguntó si era bueno incluir un curso que se titulara: “teología contemporánea”. Le dije que está bien, que puede ponerlo. Pero que, en realidad, yo entiendo la teología como una reflexión que, desde la Biblia y desde la fe, dialoga “desde el vamos” con la filosofía, las ciencias sociales y la iglesia. Por lo tanto, diseño mis cursos de teología sistemática con autores importantes de la teología: Lutero, Calvino, Zuinglio, Barth, Cullmann, Tillich, Moltmann, Pannenberg y, en América latina: Juan Mackay, Richard Shaull, José Míguez Bonino, Emilio Castro, Leonardo Boff, Juan Luis Segundo, entre tantos más. Ello, a los efectos de que el educando pueda frecuentar directamente los autores y dialogar con ellos y no a través de la lente de otro autor. O sea: en el diseño mismo de un programa se puede percibir si se trata de educación teológica o de educación doctrinal. La doctrina es una enseñanza que se fija o se congela en un determinado momento de la historia del pensamiento. Se podría decir que hay cierta inclinación innata a lo dogmático. El dogma congela lo que hay que creer. El dogma es estático. El dogma no molesta. Simplemente uno tiene que recitar un credo determinado o una confesión de fe determinada. El dogma es útil pero con el tiempo, en algunas cuestiones cae en desuso y el símbolo pierde su eficacia “para hacernos pensar”. Explica Rubén Dri: “El dogma, en consecuencia, expresa también una verdad, pero no la verdad, y en la medida en que pretende ser tal cosa es un error. Cierta dogmatización puede tener sentido e incluso ser necesaria en determinadas 2 circunstancias, pasadas las cuales debe cesar como dogma, para que el símbolo recobre toda su riqueza y pueda ser conceptualizado de manera distinta.” (La fenomenología del Espíritu de Hegel. Perspectiva latinoamericana, Buenos Aires: Biblos, 2002, pp. 203-204). Una cosa debe quedar clara: las iglesias tienen el derecho y el deber de fijar sus doctrinas. Pero no debemos confundir “doctrina” con “teología” porque mientras la primera es estática, y define lo que la iglesia cree, la teología o, mejor expresado, el “teologizar” es una tarea impostergable y permanente, por la simple razón de que la realidad es cambiante. 2. Educación como entretenimiento. Un proceso educativo puede derivar en una especie de entretenimiento en cual los educandos entran y participan pero simplemente leyendo unos textos que nada dicen a su realidad. La educación, como bien señaló en su momento Paulo Freire, debe ser cuestionadora. No se trata simplemente de sacar datos de la Biblia y de otros libros y recitarlos de memoria sino de re-situarlos en un nuevo contexto en que nos toca participar de la missio Dei. Ejemplo: nadie duda de la importancia que Juan Calvino tuvo en la Reforma en Ginebra. Pues bien ¿qué nos dice su pensamiento y su praxis para nosotros hoy? Aunque parezca de Perogrullo: Ginebra es irrepetible porque la historia, la cultura y las circunstancias han cambiado. Entretenimiento significa pasatiempo. Uno usa un tiempo determinado, sin planear los encuentros, simplemente para “estar con amigos”, “tomar un café”, “jugar a algo”. Si bien lo lúdico también forma parte del acto educativo, debemos entender la educación teológica como un instrumento de cuestionamiento de nuestra realidad, de nuestros preconceptos y situarnos en una apertura hacia lo nuevo. Para superar la educación como entretenimiento, no hay otro camino que plantear los contenidos tomando en serio el contexto social, histórico, cultural y eclesial que estamos inmersos. Se trata de cómo respondemos a los nuevos desafíos que la realidad nos plantea. 3. Educación teológica e interdisciplinariedad. Para que la educación teológica no sea un mero adoctrinamiento ni un mero entretenimiento, es preciso desarrollar programas en los que la teología dialogue seria y profundamente con otras disciplinas. Ella debe dejar ese sitial de honor que le otorgó la Edad Media como “reina de las ciencias” para aprender junto a otras disciplinas como la filosofía, las ciencias sociales, la política, la economía y la literatura. Así como el viejo adagio decía: “Nada de lo que es humano me es extraño”, los profesores y profesoras de teología deberíamos recurrir a todo instrumento del lenguaje, textos, ensayos, novelas, películas, que nos permitan enriquecer no sólo nuestros contenidos teóricos sino también introyectarlos en una realidad social, política, cultural y eclesial que, como tal, es siempre cambiante. Conclusión: No todo lo que se ofrece en el amplio mercado de ofertas educativas responde real y profundamente a lo que se denomina “educación teológica”. Hoy por hoy, cualquier persona puede acceder a cursos, aún gratuitos, en “teología”. Pero a la hora de la verdad, cuando el educando se encuentra con los textos y con los profesores, se da cuenta de que “algo anda mal”. O los contenidos son anacrónicos o los docentes son superficiales y lejos están de actualizarse permanentemente. En el Instituto Teológico FIET hemos privilegiado, sobre todo a partir del bachillerato en teología, pasando luego a la maestría en teología y ahora, a las puertas del doctorado en teología, una metodología educativa que responda a lo que en rigor es: educación teológica. Como tal, no es ni adoctrinamiento ni 3 entretenimiento sino que se trata de una educación nutrida de la fe en Jesucristo, basada en las Escrituras pero abierta y en sintonía con los cambios sociales, políticos y eclesiales que se están dando en nuestros días. Se trata de una verdadera aventura del conocimiento. No se trata de “impartir” conocimiento, sino de construirlo entre todos y todas, para hacer más eficaz nuestra participación en la missio Dei en América Latina. Alberto F. Roldán es doctor en teología (Instituto Universitario Isedet) y master en ciencias sociales y humanidades (Universidad Nacional de Quilmes). Director de posgrado del Instituto Teológico FIET. Sus últimos libros son: ¿Para qué sirve la teología? 2da. Edición revisada y ampliada, Grand Rapids: Libros Desafío, 2011 y Reino, política y misión, Lima: Ediciones Puma, 2011.