LA GRAN NECESIDAD DE LA IGLESIA (Ricardo Mariscal, 23/09/12) TEXTO: Efesios 3: 14-21 Oración de Pablo. Reseñando la carta de los Efesios, vemos que es la que tiene mayor contenido teológico y de vida Santa. En el contexto, Pablo era ya entrado en años y estaba preso por causa de Jesucristo. La carta gira entrono a dos ejes: 1. La figura de Jesucristo 2. La iglesia, como instrumento complejo simbolizando el cuerpo de Cristo, del cual éste es la cabeza. Y en este contexto, llegamos al pasaje de hoy: una oración de Pablo, de carácter muy profundo (v.14 => “doblo mis rodillas”) en la cual pide a Dios que bendiga a la iglesia para que sea el instrumento que debería ser. Vemos distintas necesidades en el pasaje: 1. Necesidades interiores: “fortaleza en el hombre interior” (v.16). A lo largo de las epístolas también vemos importancia del hombre exterior. Se puede interpretar como un equilibrio entre ambos, si hacemos una lectura global a sus escritos. Sin embargo, hoy en día –y ya en aquellos entonces-, hay un mayor cuidado al hombre exterior (que se desgasta día a día, con fecha de caducidad) que al hombre interior (que se debería ir enriqueciendo día a día). El hombre interior griego constaba de 3 partes: a) Razón: Dónde se libran nuestras batallas b) Conciencia: Que nos acusa de nuestro pecado c) Voluntad: La toma de decisiones (el llevar a la práctica la distinción entre el bien y el mal) Para fomentar el hombre interior no necesitamos ningún tipo de terapia oriental ni nada por el estilo, es el poder diario del Espíritu Santo el que nos renueva diariamente 2. Profundizar en nuestro amor fraternal (v. 17-19a): Aprender a vivir las palabras dichas por Jesús en Juan 13:25: amar al prójimo como a uno mismo. Por eso Pablo usa 2 metáforas sobre la clase de amor que deberíamos tener: a) “Arraigado”: Palabra del campo semántico de las plantas, que son aquellas con suficiente fundamento para mantenerse erguida a pesar del viento. b) “Cimentado”: Construcción potente, fuerte, con base, difícil de destruir,… El amor fraternal es el mayor obstáculo para alcanzar a nuestra generación. Esto no es algo nuevo, Pablo ya pedía por ello; es la base de la permanencia de la iglesia entre generaciones. Siempre debe reinar el amor fraternal, el que sobrepasa todo conocimiento. Tanto para nuestros hermanos como para nuestros prójimos. Esto nos lleva a la unidad, y unidad en Cristo, lo que nos acerca al amor de Cristo para con nosotros. 3. Experimentar el amor de Cristo en todas sus dimensiones (v.18): La falta de amor entre nosotros nos ha llevado a vivir un cristianismo muy superficial, a pesar de que el amor que introdujo Cristo en el mundo sea incalculable. Pero si llegamos a acercarnos a sus dimensiones (anchura, longitud, profundidad y altura), podremos empezar a reflejarlo y actuar como Jesús actuó: sirviendo, sacrificándose y amando hasta la muerte a los demás. Y esta fue la meta de Pablo, por eso se pudo permitir decir: “sed imitadores de mi, como yo los soy de Jesucristo”; Pablo, que dejo de ser él mismo, negándose totalmente a él mismo, teniéndolo todo por basura menos el amor de Cristo, para intentar llegar a ser semejante a Jesucristo. Y la mejor manera de conocerle y llegar a ser como Él es mediante el crecimiento en amor, fraternal, y no se puede concebir sin una iglesia en Cristo. 4. Ser lleno de toda la plenitud de Dios: Al hombre hay que llenarlo con algo (v. 19): Puede ser cualquier cosa, pero ninguna como la plenitud de Dios, el que nos ha dado la vida y en el que fluyen ríos de agua viva; agua que quita la sed, nos llena y nos satisface, y permite que esos ríos corran y podamos ser transformados cuando inunden nuestro ser. Y la plenitud no se demuestre con otra cosa que con la transmisión de este amor (y no con murmuraciones, pleitos, etc. como sucedía en Coritno). 5. Debemos de velar por fortalecer nuestro hombre interior: El ser lleno del Espíritu Santo, nos permite ser testigos del amor de Dios, de Jesucristo; no sólo aquí sino hasta lo último de la Tierra. Y es el Espíritu Santo el que nos impulsa para que la Tierra sea llena de la gloria del Señor, y que es el último (que no menos importante) mandamiento que Jesús nos demanda (Mat. 28: 18-19).