DE SU REBELDE PESIMISMO

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como fin primordial a la persona. A la persona como fin en sí mismo y
no como un medio para lograr ciertos fines.
Hay una distinción que muchas veces no se percibe entre formación e
información, entre sabiduría y conocimiento, entre educación, en
el sentido ya apuntado de especialización, y enseñanza.
Cuando escribí este ensayo para la clase de Julián, era mi segundo semestre. Lo leo y vuelvo a pensar en lo que me enseñó Julián.
Hoy lo volvería a escribir. Hoy me sigue costando mucho trabajo escribir
y pensar libremente; no logré quitar la cita de Morin en este texto. Habrá
que seguir aprendiendo de Julián como profesor, como amigo, pero sobre
todo como persona.
Como profesor, le agradezco por haberme educado, por haberme enseñado y por haberme hecho más sabia. Como persona, le agradezco ense­
ñarme a tener ideas frescas, a divertirme en la vida y a tomármela con
gracia. La amistad que hoy tenemos es muy importante para mí. Esas pláticas y cenas interminables han cambiado muchos de mis puntos de vista;
otras veces los han afirmado y radicalizado. Pero Julián siempre está ahí
para formarte, escucharte y divertirte. Ojalá muchas personas más tengan
la oportunidad de entender qué es la educación desde su perspectiva.
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De su rebelde
pesimismo
Natalia Reyes Heroles S.*
Julián Meza llega siempre unos minu­
tos más tarde del horario establecido para su materia, tiempo suficiente para que, cuando entre, el salón esté lleno por completo. Se aproxima
serio, muy serio, y entrega al primer alumno que encuentra una hoja
blanca. Tiene la función de lista. Siempre me quedará la duda de saber
* Abogada por el itam.
Estudios 100, vol. x, primavera 2012.
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si llega a su cubículo a pasar las asistencias a una verdadera lista o si la
hoja no es más que una finta para las exigencias del departamento.
Más de 20 años de dar clases en el itam han perfeccionado sus técni­
cas al máximo. Los textos los podría recitar de memoria y, sin embargo,
ha encontrado una manera para escuchar de distinta forma cada uno
de ellos. A diferencia de muchos maestros, Julián Méza escucha a sus
alumnos. Él introduce el texto y deja que los que quieran participen.
No es necesariamente empático con las participaciones, si alguien dice
una tontería, la falta de asentimiento con la cabeza y los ojos serios dejan
clara la falta de astucia.
Cuando las participaciones acaban, Julián comienza. Su comentario es también, o eso creo por lo menos, siempre diferente. Mientras
escucha toma notas y éstas le sirven de base para abordar el texto
materia de la clase. Muchas veces los alumnos pierden de vista el verda­
dero argumento del texto. Julián re-direcciona y conduce el debate. En
su análisis siempre noté un rebelde pesimismo.
La rebeldía de Julián es incontenible. Su sentido de libertad y vita­
lidad se imponen. Su cigarro fue fiel compañero en esto. Como profesor,
nunca dudó en desnudar a cualquier autor, en criticar a los intocables, en
replantear los grandes teoremas. Su rebeldía resultaba admirable. Tenía
el efecto de hacer sentir muy viejo a cualquier alumno.
Sin embargo, la crítica rebelde sin fin no tiene sentido. Una vez,
habiendo provocado esta admiración en el salón, una vez habiendo dejado alterados a los alumnos, venía una fase complicada, el segundo diálogo, aquel que pretendía hacer frente a esta rebeldía. Los jóvenes viejos
revelaban su inmadurez al confundir una crítica rebelde con una crítica
devastadora que deja de ser crítica. No es fácil encontrar argumentos
para construir a partir del rompimiento.
A estas intervenciones, sobre todo a aquellas que se acercaban
a una verdadera crítica, Julián respondía, algunas contadas veces,
con una sonrisa. Se sentía como una sonrisa de complicidad. No había
mejor reconocimiento. La sonrisa extendía el ánimo rebelde. La juven­
tud regresaba.
Ahora el salón estaba lleno de veinteañeros que recordaban lo sabro­
so que es lograr un buen argumento o, por lo menos, lo aspiraban. La
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rebeldía de Julián se esparcía. Había algo de descontrol. La juventud que
despertaba en los alumnos no siempre tenía buenos resultados. Pero
el objetivo se había logrado: Julián nos hacía reflexionar.
Vayamos ahora al pesimismo que rodeaba a la rebeldía. No encon­
tré mejor aproximación que la que él tuvo para describir a Foucault:
“con justicia se puede decir que Foucault no era pesimista; pero no
por esto era, necesariamente, optimista. No quería ser complaciente con
aquello que no lo complacía, ni constituía un atractivo para él ser opti­
mista gratuitamente”.1
Me queda claro que la rebeldía de Julián jamás podría haber sido
compañera del optimismo. El optimismo no tiene la fuerza de despertar
pasiones, críticas, cuestionamientos. Un buen maestro no puede ser gratui­
tamente optimista. La pregunta es, ¿la ausencia de optimismo implica
la presencia de pesimismo? Creo que sí.
Toda rebeldía requiere de una dosis de pesimismo y, por lo tanto,
una ausencia de optimismo. Analizar las cosas por el lado más desfavo­
rable despierta la fuerza que requiere la rebeldía. Pero, por otro lado, el
pesimismo es el contrapeso perfecto de la rebeldía. La rebeldía optimis­
ta deja de ser crítica, pierde el elemento de oposición.
El pesimismo de Julián tiene el efecto de demostrar que no basta
con criticar apasionadamente. Después viene el trabajo más complicado,
tratar de plantear alguna solución. Intentar cambiar actitudes, transmitir
puntos de vista. El mundo está de cabeza y muchas veces se torna depri­
mente. Su pesimismo es el reflejo del maestro sabio detrás del joven
rebelde. Aquel personaje admirable que nunca deja de sorprender con
su amplia y, sobre todo, muy diversa gama de conocimientos.
Julián Meza acaba su clase puntual. Se retira serio otra vez y camina
con paso acelerado hacia su cubículo. Las charlas en el pasillo no son
lo suyo. Dentro del salón Julián es un gran maestro. Afuera, es un querido amigo del que nunca dejo de aprender.
Julián Meza, “Retorno a la normalidad”, Estudios, filosofía, historia, letras, Otoño 1984.
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