Sola en el lavabo ¿Cómo he llegado hasta aquí, tirada frente la taza del váter, a punto de empezar una sesión de fotos y sin fuerzas para ponerme de pie? Todavía noto el sabor de la bilis en mi boca, no me atrevo a mirarme la mano o volveré a tener arcadas y ya no me queda nada en el estómago, está vacío, como yo. Y ahora por qué me pongo a llorar sin motivo, no es la primera vez ni será la última por más que me prometa a mí misma que lo será. Nunca es la última, pero no sé por qué hoy me ha dado por pensar. - ¿María te queda mucho? La sesión fotográfica empieza en quince minutos y todavía tienes que pasar por maquillaje. Eso es lo único que les importa, maquillarme y que este mona, les da igual que me este matando aquí dentro siempre y cuando pueda salir y posar. Solo quieren una cara bonita y un cuerpo delgado, solo importa eso y lo demás da igual. Al menos, si lloro ahora el rímel no se correrá después, eso es lo importante. Qué lejos quedan los días cuando era una niña simple y feliz siempre sonriente, mi mundo llegaba más lejos que del lavabo al espejo. Ahora me da por recordar esas cosas, estoy tocando fondo. Tan solo seis años y al mirar atrás parece como si viese la vida de otra persona, tan risueña y llena de ilusiones, todas las que a mí no me quedan, como si me las hubiese robado yo misma. Y ni siquiera recuerdo el principio, todo está borroso, confuso. ¿Mi primera prueba fue a los dieciséis, o tal vez antes, cuando se rieron de mi por estar gorda? Ni siquiera recuerdo cuánto pesaba, pero sé que era una barbaridad. Por aquel entonces comencé a cuidarme para poder volver a presentarme. ¡Qué duro fue todo aquello! Sola, ni siquiera mis padres me apoyaron, decían que estaba bien pero ¿cómo iba a estar bien si me habían llamado gorda? Todo lo que sufrí, ¿fue entonces cuando dejé de sonreír? Toda mi vida es tan confusa… Sí recuerdo las horas de gimnasio para perder peso y ponerme en mejor forma, recuerdo las dietas y el hambre. Pero también recuerdo cómo los chicos empezaron a fijarse en mí, recuerdo lo bien que me empezó a quedar la ropa. Tampoco fue tan malo, creo. -Por dios María ¿qué haces? Vamos sal ya que se nos echa el tiempo encima. -Ya voy. No me atrevo ni a salir, me siento horrible, toda la cara llena de lagrimas resecas y restos de bilis, los dedos manchados, y me sigo viendo gorda. Por más que me esfuerce siempre seguiré siendo la niña gorda que rechazaron, por más que cambie. Esto me hace recordar el día que cumplí los diecinueve. Ya estaba trabajando de modelo y era amiga de unas cuantas compañeras, así que las invité a una pequeña fiesta. Recuerdo que compré una tarta de fresa buenísima, pero apenas comieron. En cambio yo me puse un buen trozo, nada más pensarlo me vienen los remordimientos, en qué estaría pensando; y todas se quedaron sorprendidas, me preguntaron si no afectaría a mi línea o a mi peso. Me hicieron tantas preguntas que al final me sentí tan arrepentida que lo único que se me ocurrió fue ir al baño y vomitar. Tan solo me dijeron que era normal que me sentase mal tanta tarta. Sin duda cuanto más delgada está una más trabajo consigue. Recuerdo una compañera, dejo de cuidarse, no seguía ninguna dieta ni ningún control. Al final la acabaron despidiendo. Yo no quería que me pasase lo mismo, pero me era imposible controlar siempre todo lo que comía y al final lo que fue una solución momentánea se convirtió en un hábito. El lavabo era y es mi confidente, pero me sorprende el haber recordado estas cosas, hacía tanto tiempo que no miraba hacia atrás que tenía la sensación de que nada de eso me había pasado, como si de los recuerdos de otra persona se tratase. Pero lo peor no es mirar atrás, sino mirar adelante y ver que es posible que no me quede otra cosa que lavabos y falsas sonrisas, maquillaje que tape lo que soy, remordimientos por comer, miedo de no poder seguir siendo modelo, miedo de seguir siendo modelo. ¿Cuánto puedo aguantar, aquí tirada en el lavabo, llorando lágrimas que no me quedan, cuánto aguantará mi cuerpo, cuánto aguantará mi espíritu? Me miro en el espejo y solo veo una mujer aplastada por la sociedad, me da asco, su cuerpo es deforme, su cara está sucia, sucia de comida que no debe comer. Estas sola preciosa, no te queda nada, consuélate pensando que al menos estas delgada, el mundo me quiere, soy su modelo de belleza. Ahora saldré, diré que me he mareado, nadie hará preguntas, me maquillarán y me harán unas fotos preciosas que después publicará alguna revista. Luego todas iremos a cenar a algún restaurante, comeremos y aunque me diga a mí misma que no lo voy a hacer acabaré en el baño de mi casa, me inclinaré sobre la taza del váter y vomitaré la cena que seguramente habrá sido deliciosa. Y todas esta lágrimas no me habrán servido de nada porque necesito seguir teniendo esta talla. -¡María sal ya de una vez! -Ya está, tranquila. -Por fin, la maquilladora te está esperando. ¿Qué te ha pasado? -Nada me he mareado. -La próxima vez tráete una manzana o algo. Venga, ve, que ya vamos con retraso. Sí, vamos a maquillarme, que no se note que he estado llorando y vomitando, a nadie le gusta que una modelo salga llorando en una foto, tengo que sonreír.