** Najai y Nam Cuesta conciliar el sueño. A pesar de las vueltas en la cama el insomnio persiste. Toma una decisión. Casi salta de la cama. Se dirige al garaje donde guarda el viejo 2 CV. Fuera, la noche esta destemplada. El viento del cuadrante Oeste sopla arrastrando el aire fresco de la lejana cordillera.. Por encima de su cabeza, se deslizan las formas caprichosas de compactas nubes en dirección a las sierras cercanas. Decide tomar el camino circundante para evitar el corte piquetero. Los faros iluminan en forma deficiente el camino de tierra. Un kilómetro más adelante, cruza con cuidado un pequeño vado que desemboca en el Río Tartagal. Luego, sí, la ruta 34, en dirección a General Mosconi. Pronto deja atrás el viejo feudo de YPF -convertido casi en un pueblo fantasma -, y luego el desvío por el camino lateral. Detiene el auto justo a la entrada de una precaria vivienda. Los dos perros- flacos como siempre- salen a su encuentro moviendo sus rabos. Una mujer morena de rostro aindiado y algo entrada en carnes, lo recibe con una sonrisa. -Te esperaba español - la mujer viste un poncho rojo de guardas negras-. Qué buena tu presencia. -De pronto tuve ganas de verte... Hace tiempo que no charlamos. Estuve ocupado escribiendo....; ya sabés... -Sí, español. El concurso de cuentos en España... ¿Cómo va eso...? -Creo que bien.¿Pero que te pasó con la luz? -¡Ah!, una falla. Mañana la arreglo. El hombre sabe que la mujer le oculta la verdad (de manera casual se ha enterado que estaba atravesando serias dificultades económicas), pero sabe también que deberá manejarse con suma discreción; ella mantiene el pacto de orgullo de sus ancestros. Alonso Lama penetra en la casa. Una lonja de cuatro por diez metros: cocina, comedor,y una habitación con un pequeño baño. Paredes revocadas sin pintura; piso de cemento y carpintería de pino; todo limpio y ordenado, con una pulcritud casi exquisita. Sobre la mesa de la cocina, ve un libro abierto. -Veo que estás leyendo...-ha puesto su mirada sobre los ojos negros de la mujer¿Neruda...? -Neruda. El que me prestaste cuándo fui a tu casa; me gusta el chileno porque es un poeta que dialoga con la tierra; que nos habla del mensaje de nuestros antepasados. Hablar de Neruda despierta en mí la poesía interior. ¿Sabes, español? En este libro me reencontré con los aromas de la tierra, con palabras que desnudan los secretos del viento...pero por sobre todo, me han parecido maravilloso los retratos del alma humana; también la voz de las injusticias sociales... -Hablas como una poetisa.¿ Este escrito es tuyo?-tiene en su mano derecha un manuscrito hecho en un pedazo de papel- ¿Puedo leerlo...? -Estaba en eso cuándo tú llegaste- la mujer toma entre sus manos la mano libre del hombre-. Siempre hueles bien, español... . Alonso Lama siente un leve cosquilleo a la altura del estómago mientras se deja apretar por aquellas manos callosas y duras de labranza. -“Sólo en Dios se trasciende la existencia. Sin Dios, el humano no entendería el mundo. Dios es el ancla, el barco es la vida, y el hombre “ ¿El hombre qué? Puede ser un hermoso poema... .-No sé; tal vez el timonel. Me gusta esa palabra. Pero tú tienes frío... - la mujer gira sobre sí misma y saca de un desvencijado mueble una botella conteniendo un líquido rojizo-. La cañita casera, español. Ven..., arrímate al fuego. Unos tragos, y el frío lo dejas pronto. Luego abre la boca mostrando su dentadura fuerte y cobriza. El hombre percibe el aleteo en la comisura de los labios. -La vida es buena. ¡A tu salud, salteña... ! -¡A la tuya, español...! Ambos beben en silencio dejando que el licor se filtre en busca de las profundidades viscerales. Bebedor moderado el hombre conoce el sabor de sugestiva cantidad de licores - época de sus recorridas etílicas en los bares de Estocolmo o las tascas de Madrid-; sin embargo, esa caña casera la percibe de un sabor inigualable. No bien se desliza por su garganta, siente que el viscoso líquido libera rápidamente las encerradas emociones. De arriba hacia abajo, y vuelta las esencias a subir para hacer estallar las neuronas unas con otras como fuegos de artificios cerebrales. A través de los destellos un tanto fantasmales de la vela encendida, el hombre divisa la pequeña cama vacía hacia el fondo de la sala. Casi instantáneamente, mira a los ojos de la mujer. -El niño no está. Vino el Abuelo a caballo y se lo llevó al pueblo. Lo tiene dos o tres días. Estamos solos, español. Tranquilos y solos... . Alonso Lama acusa el láser penetrante de la mirada femenina. Tiene de pronto la impresión de que una peonza gira en el centro exacto de su plexo, circulando velozmente hasta el panel superior de su frente. Prefiere tomar asiento cerca de los leños que arden en el interior de una antigua cocina a leña. La mujer enciende otra vela y se excusa , antes de entrar en su habitación. A través de un cortinado transparente, el hombre ve el desnudo cuerpo femenino. Espaldas anchas, elevado culo, y caderas firmes como rocas. -Aguanta unos minutos español. Voy a darme un baño que ya tenía preparado. Tú sabes..., aquí cuesta calentar el agua. -Esta bien, salteña. Las palabras afloran gordas, hinchadas por una incipiente emoción erótica que atenaza las cuerdas vocales. Alonso Lama cierra los ojos. Momento de liberar la presión de los recuerdos. Había conocido a la mujer a poco de su llegada a Tartagal. Le llamó la atención verla dentro de una de las librerías de la ciudad-sombrero gris con cinta roja; pollera negra y una casaca de un verde furioso-. Es una colla o algo así, pensó, mientras ella preguntaba al dependiente sobre algún libro de Rigoberta Manchú. La estampa era imponente. El rostro aindiado pero sin las facciones duras y prominentes de los aborígenes, con un dibujo de cara de ciertas connotaciones europeas; sin ese tono de piel tan aceitunado como estandarte de su gente. La expresión altiva, con la barbilla ligeramente hacia delante, en franca rebeldía a pasadas sumisiones. Todo en ella se percibía con la altivez de la mejor aristocracia. Que en aquellas tierras desérticas y escasamente pobladas, una aborigen preguntara por un libro de uno de los iconos más representativos de las minorías pre- hispanas, le parecía un tanto insólito; tanto, como encontrar una Biblia en el corazón de Medina, la tierra caliente de Mahoma. Se acercó hasta ella. Sostuvo unos segundos su mirada transparente, al borde de la arrogancia. “Discúlpeme. Alonso Lama, escritor y periodista”. La mujer permaneció inmutable unos segundos, esbozando una sutil sonrisa, como una Mona Lisa sin Leonardo. “Yo estoy vinculado con organismos de derechos humanos. Puedo conseguirle material sobre Rigoberta a través de Internet”. Dijo la última palabra y le pareció casi estúpido mentarla. Ahora sí, las facciones que se ablandan y la sonrisa que se abre como si se desprendiese de un resorte. Una tarjeta, la dirección de su casa, y la cita acordada para la tardecita del día siguiente. Él dudó, claro que dudó de esa visita. Demasiados prejuicios atávicos imponían el vallado cultural correspondiente. Pero ella fue. Sin el tradicional sombrero, pero con los tonos rojos y negros en varios festones de su ropa, acentuando aún más su fornida figura. Cuándo le abrió la puerta invitándole a pasar, hubo una duda fugaz de parte de ella. Él captó la mirada femenina lanzada al interior de la vivienda. “Estoy solo, no tiene nada que temer”. “Yo sólo temo a Dios” contestó ella, adelantando sus pies calzados con unas sandalias artesanales, pero pisando con la seguridad de llevar el mejor Luis XV en sus pies. A los pocos minutos, la distensión era total, como si algo en su interior le dijera a ella que podía confiar en ese español cuyos antepasados habían venido con la cruz y la palabra, pero también con la espada y la codicia. Hablaron de casi todo, aunque ese todo - a su expreso pedido- había girado en torno a la peculiar historia de la mujer. Una infancia estrecha en lo económico y en lo afectivo. Acompañando a su madre como cocinera en el establecimiento de campo de un productor vitivinícola salteño. Compartiendo ambas una pequeña habitación de servicio. Con una escuela primaria ganada a codazo limpio, a instancias de una tozudez sin concesiones respecto a los estudios. Caballo provisto por la mujer del patrón - “buena mujer “, le había dicho a su madre entonces-y a cabalgar diez kilómetros de ida y diez de vuelta, hasta el ranchito escolar en el que una raída bandera celeste y blanca, era el mudo testimonio de que en aquella región inhóspita y casi salvaje, también existía el país de los argentinos. Comenzando el primer grado a la edad en que otros ya habían completado el ciclo primario. Pero que no importaba. Como tampoco importaba-siempre en la voz de ella- que en canje por el préstamo del caballo, tendría que colaborar en las tareas generales del viñedo. Juntando de a monedas los pocos pesos de la paga- a la patrona le había parecido incorrecto que trabajase gratuitamente-, a fin de transformarlos en libros, cuándo la señora bajaba a la ciudad para realizar las compras. Forzándose desde su adolescencia en captar las palabras de Wiltman, de Neruda, de Mark Twain y de Cervantes, pero también del Melville de la épíca historia del cazador de los mares; de Poe y de Jack London. Todo el siglo de oro español, llegando incluso hasta El hombre mediocre, aquel temible libro de léxico casi incomprensible, descifrado gracias a los oficios de un viejo diccionario Sopena provisto por la dueña de la estancia. Libro aquel de José Ingenieros que había tenido la rara virtud de aunar su visión moral del entorno con el pragmatismo del hombre blanco, instándole a subir los peldaños de una escala social hosca y prohibitiva para los de su raza. Años buenos pese a las privaciones, Así, hasta que llegó el periodo más duro de su vida: el productor que cae en desgracia económica, y, con 20 años y una madre que ya comenzaba a padecer los efectos de una precoz demencia senil, se encuentran de pronto en la calle, sin trabajo y sin vivienda. Puertas y puertas en busca de un conchabo en canje por un techo y un plato de comida. Nada. Los nudillos se habían desgastado. Una y otra vez golpeando chapas y maderas de las puertas de ricos y de pobres. Nada. Dos mujeres-una enferma, con la mente desvariada por momentos- obligadas a dejar la ciudad Capital de la bella provincia, en un peregrinaje doloroso, a lo largo de una ruta árida que parecía no tener final: Gral Guemes, San Pedro, Libertador Gral San Martín; Urundel, Saucelito, Pichanal, y un leve desvío hacia el norte: Tabacal, y luego hasta San Román de la Nueva Orán. Nada. Nunca nada. Incontables dias en medio del frío, la soledad y el hambre. Pasando las noches en alguna capilla de un párroco sensible, recibiendo un plato de comida; y si la capilla estaba ausente de Cristo, quedaba el recurso del pequeño hospital o la modesta sala de primeros auxilios dónde siempre solía haber un alma caritativa y un colchón. En aquella Orán dónde se había despedido definitivamente de su madre, cuándo la vieja indígena le dijera una noche que no quería dar un paso más. Noche oscurísima, con un telón de fondo negro en el cual las estrellas parecían brillar de manera especial, por encima de una luna enorme y blanca que teñía de morado los cerros circundantes. Noche de lucidez de su progenitora, apenas una hora en que el cerebro- luego de recomponer durante unos minutos sus desquiciadas neuronas -, ponía en sintonía su psiquis con la pasada sabiduría de sus ancestros. “No quiero ser más una carga para usted, m hija. La Pachamama me ha hablado hoy y me ha dicho que la deje caminar sin mi presencia. Yo elijo morir para que usted viva. Ella me ha hablado aquí esta noche...”. Incomprensible para el hombre blanco. Hubo claro, una queja (ya se sabe: la vida no resigna fácilmente su derrota en su desigual pelea contra la muerte...)cuando la misericordia se hizo presente a través de un reclamo, a ese Dios que fijaba de manera arbitraria el destino de cada una de sus criaturas. Pero como lo pensó entonces, Dios tenía sus propósitos y ella no era quien para torcer ese deseo de su madre de elegir morir con dignidad. Por eso la mujer le recuerda al español que en la mirada de su madre, brillaba la resolución incontrovertible. Y así fue. Vuelta a los caminos, bajando otra vez hacia la ruta 34, en una quimérica busca de revancha pero ahora rumbo hacia el noroeste : Gral Ballivián; Coronel Cornejo, Gral Mosconi y Tartagal, nombres todos registrados, grabados a fuego en los anales de una memoria demasiado sufrida y dolorosa. Tiempos de penurias, hasta que un día aflora el pequeño milagro: el encuentro con gente de su propia comunidad étnica y cultural, organizada para prestar asistencia a sus hermanos. Con escasos recursos, pero los suficientes para apretarse codo a codo con esperanzas pequeñas pero creíbles. Fueron años de trabajos sociales intensos- ella en tareas de alfabetización con su pueblo- hasta que el amor se hace presente, corporizado en un hombre que trabajaba en YPF. Y el sueño de seguir soñando se hizo posible. Pronto, la pequeña pero confortable vivienda (los primeros ladrillos propios y las paredes que resguardaban del viento helado en el invierno) y pronto, también, la llegada del hijo como otro regalo extra de la vida, que parecía dispuesta a congraciarse con ella. Era tan maravilloso aquel presente, que libros y libros llegaban todas las quincenas en las manos de un compañero comprensivo, que en cada uno de los cobros quincenales, se llegaba hasta la ciudad para recoger las obras que ella le había preparado con antelación en una lista. Claro que la felicidad de los pobres- como suele decirse- siempre es efímera. “Mi esposo- parco de palabras pero generoso de espíritu- practicaba la solidaridad desde su cargo de delegado gremial”. Alguna vez le había comentado a ella de ciertas “apretadas” conminándole a abandonar sus actividades sindicales.”No sigas jodiendo porque te vamos a hacer boleta”, le había dicho un gendarme de bigote ralo. Ella que indaga. “No es nada negra; gajes del oficio. Nada de que preocuparse” Frase repetida para amortiguar las angustias. Pero no hubo caso. Una noche llegaron unos hombres de uniforme verde con orden de detenerlo. A medio vestir, lo sacaron a la rastra de la cama. Luego, a cachiporrazos, lo metieron en una camioneta que partió velozmente. Todo en un par de minutos, justo el tiempo que había transcurrido mientras ella saltaba de la cama para buscar a su hijo que dormía en la cuna. Tiempo suficiente para escuchar la sonora puteada de quien parecía ser el jefe del grupo aguardado en otro vehículo:”Y vos dejate de joder negra de mierda, porque un día vamos a venir por vos”. En la confusión, alguien del grupo se había robado el pequeño cofre con todos los ahorros. Otra vez cuesta arriba, apretando los dientes, y a pelearle nuevamente a la vida tratando de despejar las piedras del camino. Gracias a los oficios de la comisión gremial, pudo lograr un pago simbólico de medio jornal. Esto, y la solidaridad de los obreros, fue suficiente para tirar un tiempo con un resto de dignidad. Después la historia ya era más reciente: el cierre de la planta como consecuencia de la compra de YPF por parte de Repsol, y la magra indemnización gracias a los oficios de un joven abogado( recursos monetarios apenas suficientes para comprar la casita en las afueras del poblado). Al poco tiempo, un beneficio monetario en concepto de indemnización. Dinero también escaso pero que al menos servía para sobrevivir y hasta para darse el lujo de costearse sus estudios secundarios, vieja asignatura pendiente. El resto lo proveía su pequeña pero eficiente huerta, algunas gallinas, y una vaca que cada tanto ofrendaba su cuota de leche. “No me hablaste nada de tu padre” La mujer-colla miró unos instantes hacia el vacío, tratando de desprenderse de una imagen violenta y escurridiza. Luego volteó la cabeza en dirección a él. “Soy el resultado de una violación que llevara a cabo el administrador de la estancia. Mi madre a los 20 años tenía la carne dura como el acero, y el hombre no pudo sujetar su continente” Ante semejante confesión, él no pudo controlar su disparador morboso y fue por más. “Por favor español- era la primera vez que lo llamaba así-; no pactemos con el demonio. El mal corre invisible como el viento cuando el hombre abreva en él” Entonces, guardó prudente silencio. Sorprendido y conmovido por la historia y la forma en que ella se defendía de las adversidades, Alonso Lama se dio cuenta de que aquella mujer era la sincronía perfecta entre la sabiduría natural de sus ancestros y el conocimiento ilustrado de la raza. Movido por un impulso extraño, se puso de pie y tomó las manos curtidas de la mujer. Al instante, ambos estaban confundidos en un abrazo en el cual los sentimientos puros y genuinos, predominaban sobre los ríos de fuego que el erotismo comenzaba a gestar entre sus vísceras. Sólo tuvo una última pregunta, antes que la mujer se marchara. “Con todas las cosas que te pasaron, no se ven las marcas del rencor. ¿Por qué?” Ella sonrió. “¿Rencor...? El rencor es cosa de espíritus pobres y corazones inferiores. Hace mucho comprendí que la vida es una prueba de fuego: Si te quejas siempre de tu suerte, acabarás consumido por él. Si dejas a tu corazón libre de las tinieblas del rencor, siempre pasarás por encima de las llamas”. Luego hubo otros encuentros, como cuándo ella le propuso una visita a la Biblioteca Pública a fin de mostrarle parte de un trabajo que estaba realizando con apoyo de gente de la comunidad. “Estamos tratando de hacer una reparación histórica, español: mis antepasados son pocos y están dispersos por estos campos de Dios. Muchos de ellos han perdido contacto con sus raíces, con la lengua de sus ancestros. Aquí he conseguido unos libros antiguos que rescatan el alfabeto de mi gente, y la idea es contactarnos con todos cuántos podamos, para volverlos a la paz de sus tradiciones. Yo he leído sobre tu patria, español, y si algo especial rescato de tu gente, es la forma como han mantenido sus tradiciones, pese a la diversidad de regiones. Me gusta eso de hacer un culto de lo suyo, respetando los sentimientos ancestrales de los vecinos. Amo a tu Galicia, español: La he visto a través de un libro de poemas de Rosalía de Castro que me han traído desde Buenos Aires. Por eso tengo el entusiasmo puesto en este trabajo. Yo voy a enseñar la vieja lengua a mi gente, español. He conseguido libros y también me donaron una pizarra que ya tengo en casa” Él la vió rebosante, hablando con un entusiasmo arrollador. Luego se enteró que se trataba del vilela, lengua de raíz andina, que de manera un tanto misteriosa se había instalado en el sur de la provincia y en el norte del Chaco. Cuándo él le preguntó si valía la pena semejante esfuerzo- incluso a tenor que tal vez llegaría a muy escasos pobladores de la etnia- ella se limitó a decir:”No importa cuántos consiga. Una sola voz, hacen las voces. El dolor de un hombre, es el dolor de muchos hombres” Siempre sorprendiéndole con sus sabias acotaciones. Otro día, se encontraron nuevamente en su casa. Ella aceptó la invitación para compartir una cena durante la que hablaron hasta bien entrada la madrugada. Fue la primera vez que el sexo metió una cuña pequeña entre los dos. Claro que la cosa no pasó de ciertas miradas cómplices en las cuáles el erotismo comenzaba a avivar el fuego qué ya fulguraba en las pupilas. Aquella noche, de pie frente al cuerpo de la mujer apoyado contra la puerta de la cocina, él le besó en la frente, mientras sentía las manos de ella deslizarse por su cuello. Luego de tomarla entre sus brazos, la aparto rápidamente de su cuerpo, momentos en que la mujer comprendió de que ese hombre no estaba preparado para una nueva aventura amorosa; que la joven y bella blanca desaparecida, aún controlaba las emociones de quien fuere su prometido. Pero no hubo resquemor, ni siquiera un atisbo de protesta verbal, como si ella conociese de qué manera el peso anímico del pasado- esa comunión vital compartidas-, marcaban a fuego el alma de los protagonistas. de las emociones Por eso sabía- el corazón femenino era experto en esto -que Alonso Lama no estaba aún en condiciones de recibir su ofrenda de mujer; ofrenda que ella ya había decidido poner a su disposición desde el momento que aquel extraño comenzara a controlar y digitar sus fantasías eróticas nocturnas. Cierto que se trataba de una visita nocturna y fantasmal del español : un reclamo de su mente y de su carne, activado por su soledad física y espiritual. Y entonces, la fantasmal imagen del hombre llegaba en medio de un frío soberano; los saludos fantasmales de rigor: hola español; hola salteña, y el cuerpo inasible pero increíblemente caliente del hispano, introduciendo su virtual imagen entre su otra soledad - la de las sábanas -, penetrando en su intimidad de mujer como preludio de un onanismo silencioso que solía precipitar algún largo y sentido orgasmo. Ahora estaba de vuelta con ella, a casi un mes del último encuentro. Treinta días imaginando que ya se sentía preparado de afrontar una relación de amor en la cual era mucho lo que ambos ponían en juego (Alonso Lama sabía de la diferencia entre intercambiar los genitales como simples disparadores sexuales, o entregarse a la práctica del amor en el que el sexo, sí, estaría supeditado al sagrado trípode de la existencia humana : espíritu , corazón y vísceras como la raíz misma de la vida. Siempre había tenido muy en claro que el amor exigía el compromiso de las vísceras pero también la intangibilidad emocional de toda su espiritualidad. De pronto, a través de la presión de los recuerdos, comprende que una ansiedad creciente comienza a dominarlo. -En un minuto estoy lista, español. Acicateado por una borrosa imagen escrita en la pizarra clavada en la pared, se acerca con una vela en mano. Y sin saber por qué, percibe una extraña emoción al ver escrito con una tiza, las siguientes palabras: VILELA-ESPAÑOL Najai, yo Nakic, Nam, tú Namqué, vosotros Tetelá, él nosotros Tetelapi, ellos. Por unos momentos, deja navegar la mente imaginando el paisaje siglos atrás, cuándo los hombres de esas tierras dominaban ese entorno salvaje en el que el silencio retumbaba a través de ríos y arroyos; de montes y de sierras; cuándo aún los calchaquíes eran dueños de sus destinos, antes que los incas y más tarde sus propios antepasados de raza, les robasen el alma y las pertenencias. En el momento de que la última imagen de los recuerdos se esfuma en su cerebro, ella que vuelve desde la habitación. Pollera negra plisada, con el volado algo más levantado dejando ver el desnudo nacimiento de los muslos; blusa blanca de mangas largas con puntillas en los puños; chaleco de cuero abierto tipo verde musgo, y botas negras de medio taco. Además, un collar artesanal de varias piedras, con pulseras haciendo juego. El rostro, sin una pátina de cremas, con los labios descalzos de rouge. Al ingresar en la cocina, el pequeño ambiente se impregna de un penetrante aroma floral, batiendo en retirada las volutas de la leña y los vahos del licor. -Te viniste con todo... . -Tu presencia, español, es importante en mi casa. Yo debo hacer honor a tu visita. Alonso Lama se ha apoyado de perfil contra uno de los bordes del extremo de la mesa. Ella se halla en el otro extremo, con sus manos sobre el dintel de la puerta. Durante algo más de 30 segundos, ambos se observan en silencio, como virtuales maestros de ajedrez. Cada mirada, parece un movimiento a la espera de la jugada maestra. La mujer permanece con los dedos de la mano derecha jugando con la cadena del cuello, mientras una de las rodillas oscila entre una posición rígida y una leve flexión hacia delante. -Estaba mirando estas palabras escritas en la pizarra- dice Alonso Lama, sólo por decir algo( es consciente de que la cabeza está en otro lugar y otros eran los pensamientos) La mujer camina en dirección a él. -El alfabeto vilela al que hiciera referencia... Pude rescatarlo. Algunas de las tribus calchaquíes lo hablaban ya antes de la llegada de tus antepasados, español. Y antes también que fuéramos sojuzgados por el imperio Inca. -¿Tenés idea del número, digo..., si sabés de datos demográficos al respecto? -¿Te interesa español?-él le miró como única respuesta-. Mira, según estudios confiables, se habla de unos setenta a cien mil miembros, aunque otros dicen que es un cálculo mezquino. Lo notable es que la población no constituía una unidad política. Se agrupaban en tribus y ayllus, cada uno con sus caciques independientes. -¿Qué es un ayllus? -Ahí lo tienes- la mujer señala la imagen de una serpiente hecha en una lámina de bronce. Esta colgada en la pared, sobre el flanco derecho de la pizarra. ¿Y cómo se manejaban políticamente? -¡Siempre la política! ¡Siempre la política, español!- ella se ha acercado de manera casi subrepticia a la posición del hombre, y éste siente ahora la intensidad del perfume; un halo intangible que asciende por sus fosas nasales con efectos devastadores sobre su integridad psíquica.- Te cuento español : las tribus estaban comandadas por caciques, lo mismo que los clanes en que se subdividían, Estos se heredaban. Los caciques eran también los jefes de la guerra. Los calchaquíes- o sea la gente de mi pueblo-, llegaron a estar confederados.¿Me sigues? No..., lo digo porque presiento que tus pensamientos están en otras cosas... Por eso... -Es verdad. -Najai y Nam. Se lleva un índice al centro del pecho y señala al hombre. -Tú y yo. -Exacto. Tú y yo, español- acota ella. Los efluvios del macho en celo han comenzado su danza erótica entre los corpúsculos del aire. Imposible manejar a los pensamientos eróticos. La mujer capta la mirada errática del español. Ya no es el fantasma que noche tras noche se introduce entre las sábanas de su cama. Ahora el fantasma se ha corporizado. Siente la mirada a través del tiempo y del espacio. Vibraciones infinitesimales, imperceptibles para una vista prosaica, pero tomadas por ella, gracias a ese don especial que la conecta con la memoria colectiva de su pueblo. Percibe que en esa mirada mediterránea, se aunan las aristas del pasado argentino con aquella Galicia lejana y desmadrada durante siglos. Pero también percibe en los ojos del español, la mirada de su propia naturaleza, parte de ese pasado celta que marca el sino de ese hombre entristecido. Claro que por algún extraño sortilegio, el hombre también se siente traspasado por la fuerza telúrica que emana de ella. -Español : mi corazón te pertenece. El hombre acusa el terremoto verbal bajo sus pies. Primera vez que una mujer tomaba la iniciativa. -Bueno...-una risita impotente parece dar pequeños saltos en el aire. -No sé que me pasó contigo español. Siento como...; como si me hubieras volado la cabeza- su mano adopta la forma de un arma de puño arrastrándola a la sien-. De pronto, ¡pum!, una bala de amor que me ha hecho un hueco aquí, y aquí en el corazón... -Bueno, yo no sé que decirte... - la frase suena ambigua. Vuela del hombre hacia la mujer y ella capta la duda. -Alma. Mi nombre es María del Alma; pero quiero que me llames Alma. Nunca me habías preguntado el nombre... -¿Alma...? Jamás escuché ese nombre en una mujer. -Lo sé, español. -Lo sé; lo sé. Vos sabés todo... ¿Cómo es que sabés todo?- protesta en medio de una abierta sonrisa. -Porque estoy en comunión con las voces de la tierra. Leo los pensamientos a través de las vibraciones de la voz; me llegan abiertos y puros. Mi espíritu no opone barreras. Mi mente no especula. Las cosas son como son..., español ; la voz que emite la palabra tiene un valor sagrado y yo aprendí a captarlo; así de simple. -Muy bien, muy bien... Entonces, ¿qué es en lo que yo estaba pensando en el momento que dijiste aquello de najai y nam? El hombre no parece cejar en sus dudas. Pero ella no duda. Y por primera vez en la noche, la sonrisa se abre plena como un girasol. -Que te mueres por tenerme, español. Percibí desde la habitación tu codiciosa mirada sobre mi cuerpo desnudo- él se ha dejado caer en una silla de paja, aterrado por el descaro de la mujer-. Debo confesarte que lo hice a sabiendas, español. Escuché que una voz interior me lo exigía. Necesitaba saber si yo podría alimentar mi propio sueño..., ya sabes, ser correspondida por ti... Por favor, español... - la voz suena densa como una cascada de aceite. Resueltamente, avanza los tres pasos que la separan del hombre. Y llevada por un impulso incontrolable, aferra entre sus manos callosas, el cráneo y la frente de Alonso Lama-. Tengo cosas para ofrendarte, español... Ahora la cascada de aceite se ha convertido en una viscosa y gigantesca catarata. Durante un eterno minuto, ella apreta la cabeza del hombre contra su vientre, con la sensación de que alguien clava agujas en su vagina. Repentinamente, el hombre-macho se revuelve y de manera descontrolada, lleva sus manos hasta los cantos traseros de la mujer, besando y lamiendo de manera compulsiva el vientre y la cintura femenina. Desencajado, pega un tirón a la pollera y la prenda cae al piso, dejando al descubierto los pisos inferiores del desnudo edificio de la mujer (privadísimo coto, trofeo momentáneo de un erotismo contenido y refrenado tantos años) en una especie de preludio lujurioso de la ofrenda prometida. Como impulsado por una fuerza descomunal, salta de la silla apretándose fuertemente contra ella. Enseguida, ambos, tratando de que sus cuerpos no se separasen ni siquiera un milímetro, comienzan a recular en dirección a la habitación. El hombre percibe el temblor de la mujer; un temblor que baja desde su cabeza hasta la punta de los pies y casi sin darse cuenta, una profunda sinfonía de notas misericordiosas estalla en su corazón. Repentinamente, ha dejado de ser el macho en busca de su porción de sexo. Ahora ha recuperado al hombre, la compostura vertical que lo eleva sobre el bestialismo. Con infinita ternura, deposita el cuerpo de la mujer sobre las blancas sábanas. Desde el mismo centro de su corazón, siente que Alejandra se ha marchado en silencio, casi en puntas de pies. Sobre el limo sagrado de las sábanas, no está la desnudez del 90-60-90, objeto de todos los rituales eróticos del hombre. Sin embargo, en la imperfección de las formas arquetípicas, vislumbra una egregia belleza, un sublime desnudo, como una invitación de Dios para cicatrizar las antiguas heridas de ambas razas. Por eso, cuándo ella le suplica que lo penetre, él lo hace de la manera más suave posible, con la sensación nueva e inigualable de que alguien se dispusiera a liberar al fin el viejo cerrojo de los sentimientos. El orgasmo no tarda en llegar. Es un grito compartido. Decibeles del alma que rebotan en las paredes de la habitación traspasando el cristal de la ventana. Grito de conjunción de frustraciones y dolores que ambos-separadamente- habían mantenido celosamente guardados bajo siete llaves. En esos instantes, a través de la presión de millones de células enardecidas, uno puede imaginar que los gritos corren a campo traviesa, se adentran en los montes y ascienden a lo alto de los cerros, conformando el más formidable grito de protesta frente a las limitaciones impuestas por la muerte José Manuel López Gómez (Relato de mi novela “EVITA, MADONNA Y LAS TORRES GEMELAS”.