Chiapas - Cuauhtémoc Cárdenas

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Universidad Autónoma de Chiapas.
1er. Festival Universitario 2008.
San Cristóbal de las Casas, Chis.
10 de septiembre del 2008.
Cuauhtémoc Cárdenas.
Agradezco a la Universidad Autónoma de Chiapas la invitación que me ha hecho
para participar en este 1er. Festival Universitario 2008, lo que mucho me honra y me da la
oportunidad de compartir algunas ideas con jóvenes de las distintas sedes que esta
Universidad tiene en el Estado.
Me dio gusto recibir su invitación para acompañarlos en este día. Desde siempre me
he sentido atraído por Chiapas y he tenido la oportunidad, por mi trabajo profesional, como
turista cautivado por sus riquezas humanas y naturales y en mi actividad política, de visitar
buena parte del Estado y de recibir, corresponder y compartir la amistad y el afecto con
muchas de sus gentes.
¿Qué he encontrado en Chiapas, qué es Chiapas? En primer lugar su pueblo,
creativo y digno, y sus muy variadas diversidades, artesanías, música de marimba, agua,
ríos, lagos y cascadas, selva y bosque, caoba, cedro y pino, suelos feraces, riqueza
arqueológica, biodiversidad, esfuerzos para controlar la naturaleza y aprovecharla en
beneficio de la gente, café y plátano, maíz, petróleo, rebeldía ante la injusticia, sus héroes y
todavía una persistente y lacerante desigualdad social que se viene arrastrando por siglos.
Entender al Chiapas de hoy hace necesario dar un recorrido por un pasado que
marca el presente y sin duda se adentra al futuro.
Chiapas es México por voluntad y decisión democrática de su gente. En los avatares
de la consumación de la independencia y en los balbuceos de la república, los chiapanecos
votaron por la adhesión a México, que se proclamó el 14 de septiembre de 1824,
lográndose en 1842 la incorporación también del Soconusco, que se mantenía autónomo,
con lo que se consolidó como parte de la nación la totalidad del territorio de lo que hoy
constituye el Estado, aunque el Chiapas con el que hoy nos encontramos viene, de por lo
menos, dos milenios atrás.
Palenque, Bonampak, Yaxchilán, Toniná y muchos monumentos más de las culturas
indígenas, asentados por todo el territorio chiapaneco, dan cuenta de su florecimiento y nos
representan una herencia de la que debemos enorgullecernos y a la que debemos honrar.
Del choque de los pueblos originarios con los conquistadores surgió, básicamente,
un régimen de injusticias y fuertes confrontaciones, algunas de cuyas secuelas tienen
manifestaciones hasta nuestros días.
Bartolomé de las Casas, hombre de excepción entre los llegados a estas tierras, libró
una lucha en defensa de los indígenas, para él los únicos y legítimos dueños del Mundo
Nuevo, considerando que los españoles sólo acreditaban su presencia en estas tierras como
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evangelizadores, y debatió con altos dignatarios de la Iglesia sobre la naturaleza de los
propios indígenas, deshaciendo los argumentos de quienes sostenían que carecían de alma y
posibilidad de uso pleno de razón. Venció en la discusión del momento y sin duda
moralmente para siempre, pero la práctica que se impuso venció por largos siglos el ideal.
La conquista fue cruel y sangrienta. Las rebeliones de quienes se negaban a vivir
sometidos y explotados fueron una constante durante la colonia y a lo largo de todo el siglo
XIX: sublevaciones notables tuvieron lugar en 1712-13, cuando más de treinta pueblos
tzotziles tomaron las armas para defenderse de los abusos de los propietarios españoles o de
los descendientes de éstos; en 1868, al rebelarse tzotziles, tzeltales, tojolabales y choles que
casi tomaron esta ciudad, entonces capital del Estado; en los años que siguieron, 1869 y 70,
cuando se desató una guerra de castas al reivindicar los chamulas los derechos sobre sus
tierras, oponiéndose al mismo tiempo al régimen de servidumbre y explotación al que los
tenían sometidos los hacendados.
La violencia y el despojo a los pueblos indígenas se dieron en paralelo a la
explotación irracional de la selva y en particular de sus maderas preciosas. La Lacandonia y
la zona de Marqués de Comillas, de las que salían arrastradas por las corrientes de sus ríos
las trozas de caoba y cedro, vieron surgir un sistema social de enganchadores y
enganchados, de esclavitud real si bien no formal, de guardias blancas y trabajadores
explotados y sometidos por inicuas deudas interminables y por el alcohol, sistema que se
reprodujo en las fincas cafetaleras del Soconusco, en las que, junto con indígenas
chiapanecos de los Altos se enganchó también a miles de braceros indígenas de Guatemala
a los que la violencia, la explotación y la miseria estaban expulsando de sus pueblos.
Las primeras leyes reivindicadoras de la Revolución, la misma Constitución de
1917 entre ellas, no cobraron vigencia plena en Chiapas y por sí mismas no tuvieron la
fuerza suficiente para cambiar la situación de explotación de los peones de las haciendas.
Erasto Urbina, un destacado defensor de los derechos de los indígenas, originario de esta
ciudad, describió lo que encontró todavía en 1928. Cito: “…en las cuarenta y nueve fincas
que visitamos encontramos, con muy pequeña diferencia, una gran semejanza respecto a su
funcionamiento interior invariablemente al margen de las leyes, pues en ninguna se trabaja
durante ocho horas, sino por un tiempo mayor hasta catorce…
“Las tareas, como ya se dijo, son de una ejecución imposible; la alimentación es
verdaderamente precaria y el trato que se da a los peones, sin exageración, hace recordar
a los encomenderos de la época de la Colonia, pues observamos huellas de azotes en
múltiples espaldas de nuestros indios y constatamos la existencia de cárceles subterráneas
en donde se les recluye cuando se embriagan con el vino que las mismas ‘tiendas de raya’
les proporcionan, siendo de citarse como ejemplar, por inmundo, el calabozo de la finca
‘Argovia’”.1
Entre 1928 y 1932 gobierna el Estado el ingeniero Raymundo Enríquez, quien lleva
a cabo un amplio reparto de la tierra, que es frenado por el gobernador Victórico Grajales,
cuyo comportamiento despótico, el incumplimiento de las leyes agrarias y su incondicional
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Erasto Urbina García: “El despertar de un pueblo. Memorias relativas a la evolución indígena en el Estado
de Chiapas”. 1944. (Documento mecanografiado).
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apoyo a los hacendados provocaron levantamientos de indígenas tzotziles y tzeltales que
condujeron a su caída.
El reparto de la tierra y el reconocimiento de los derechos de las comunidades
indígenas cobraron nuevo impulso al decretarse, a mediados de 1936, la cancelación de las
llamadas deudas viejas, deudas de los trabajadores de las fincas cafetaleras que se les
imponían desde su primera relación con los enganchadores y que crecían y se hacían
inacabables, en consecuencia impagables, que se heredaban incluso de padres a hijos y de
esposo a esposa, estableciéndose entonces, que sólo se reconocerían los anticipos que en
efectivo hubieran recibido los trabajadores para la cosecha del año.
Otro paso importante para cambiar la situación de los trabajadores de las fincas fue
la constitución, en la finca Maravillas, el 24 de diciembre de 1936, del Sindicato Único de
Trabajadores Indígenas, con más de veinticinco mil afiliados, que condujo a la abolición de
los enganches y a que toda contratación de trabajadores, a pesar de la resistencia que
opusieron muchos finqueros, se hiciera con la intermediación del sindicato.
Con esas bases, hacia finales de la década de los años treinta, se pudo reanudar con
fuerza la reforma agraria, dotándose de ejido a muchas comunidades y reconociendo
derechos agrarios, inclusive, a miles de trabajadores indígenas guatemaltecos, explotados
en iguales condiciones y del brazo de los chiapanecos.
Por esos años y en las décadas siguientes la construcción de obras de infraestructura
–el tramo chiapaneco de la carretera Panamericana y otras carreteras importantes para la
comunicación en el Estado; la terminación del Ferrocarril del Sureste, que cruza por el
norte del Estado; las presas de Malpaso, Angostura y Chicoasén sobre el río Grijalva, entre
otras-, los avances en la agricultura, la ganadería y el aprovechamiento forestal; el impulso
a la educación; los trabajos en el campo social del Instituto Nacional Indigenista y de
organizaciones civiles; la explotación de petróleo, que comienza en el norte del Estado en
1972; todo ello trae consigo un cambio indiscutible en las condiciones económicas y
sociales que representaron progreso general para la entidad.
Como bien escribió Antonio García de León, refiriéndose principalmente a las
condiciones políticas y sociales del Estado, “La historia de Chiapas en realidad parecía
haberse detenido durante treinta y cinco años -entre 1939 y 1974-, cuando cesaron la
mayor parte de las luchas agrarias, al cumplirse su ciclo junto con el gran momento de la
conclusión de las reformas que provenían de la Revolución, expresadas todas en los
cambios generados por el cardenismo. Aquí habían destacado las luchas agrarias y
sindicales del Soconusco, los movimientos agrarios de La Frailesca y Cintalapa y los
movimientos políticos y sociales de los Altos y la región Norte…
“Durante estos tres decenios, Chiapas era una región marginal más en el contexto
del desarrollo estabilizador, con una producción agrícola en crecimiento y que daba, en
algunas ramas de cultivos comerciales (café, banano, cacao…), incluso para la
exportación con ganancias”.2
2
Antonio García de León: “Prólogo” en “EZLN. Documentos y comunicados”. Ediciones Era. México. 1994.
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En esos años, a pesar de todos esos esfuerzos, el alcohol, los acaparadores de
productos del campo, el caciquismo, la indolencia, corrupción e irresponsabilidad de
autoridades, no desaparecieron del todo, lo que hizo que se mantuviera, en diferentes
regiones y para ciertos grupos de población, una condición de desigualdad y atraso social
que sigue doliendo de sólo encontrarse con ella, más si se toman en cuenta la fertilidad de
los suelos chiapanecos, su rica biodiversidad y el potencial de sus muy variados recursos
naturales.
Entonces, a pesar del impulso que en esos años se dio al progreso, la desatención,
primero, a problemas de marginación, pobreza y abandono que afectaban a amplios grupos
de la población, sobre todo indígena, y la interrupción de la reforma agraria, a lo que se
sumó la acción contraria de autoridades locales socialmente insensibles o corruptas y
cómplices de caciques y terratenientes, incubó condiciones que nuevamente generaron
intranquilidad social y desataron la violencia contra grupos desprotegidos de la población.
Así, en marzo de 1974 se produce el asalto e incendio por miembros del ejército, de
29 chozas del poblado de San Francisco, en Altamirano, al que siguen en ese mismo tiempo
las sublevaciones de Larráinzar y Venustiano Carranza, así como los conflictos electorales
en San Juan Chamula, que conducen a la primera expulsión de un grupo numeroso de la
población local que realizaron caciques y autoridades, y las tomas de tierras de La
Frailesca; en 1976 y 77, los 120 desalojos de La Frailesca y un nuevo levantamiento en
Venustiano Carranza; las detenciones y torturas que llevaron a cabo policías en San Quintín
en el propio 77, y los desalojos violentos en Simojovel y Huitiupán; en 1980 los desalojos
sangrientos en el Soconusco y la toma de 68 fincas en Sitalá, Tila, Tumbalá, Yajalón,
Bachajón y Chilón.
Ese mismo año tiene lugar la traición y matanza de Wololchán, donde una tropa al
mando de Absalón Castellanos Domínguez ametralla, bombardea e incinera, con
lanzallamas, a una concentración de inermes indígenas tzeltales, que el propio Castellanos
había convocado para dialogar con ellos y buscar solución a sus problemas, y hace que,
consumido por las llamas, desaparezca el poblado mismo. La reacción nacional que
provoca la matanza de Wololchán trae consigo un cambio en la táctica represiva: de ahí en
adelante, para enfrentar la demanda social se emplea a fuerzas policíacas y sobre todo, a
cuerpos parapoliciales o paramilitares creados y protegidos por las autoridades.
Viviéndose esta situación en Chiapas, se asienta el neoliberalismo en el país. Sus
políticas y decisiones imponen la reforma contrarrevolucionaria del artículo 27
constitucional, que quita protección legal y desmantela al ejido y a la comunidad indígena,
y por el otro lado, provocan una desmedida concentración de la riqueza en pocas manos, la
destrucción de estructuras productivas, la cancelación de apoyos institucionales para el
campo, el estrechamiento de los programas sociales, un creciente desempleo, la reducción
en términos reales del ingreso de los trabajadores, una intensa migración, etc., que aquí se
vieron potenciadas por las políticas de gobiernos locales que tomaron partido por la
ilegalidad, que propiciaron la doble titulación de predios y ejidos, apoyaron el despojo de
tierras de comunidades indígenas y la acción de los grupos paramilitares contra éstas, como
sucedió entre otras partes en Acteal, municipio de Chenalhó, donde el 22 de diciembre de
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1997 un grupo paramilitar masacró a 45 personas que habían abandonado sus tierras para
refugiarse en esa comunidad.
Las secuelas de todo lo anterior se manifiestan hoy en la vida de Chiapas en dos
vertientes principales, una, la del progreso económico, social y tecnológico indudables; la
otra, de la que emergió y está en las raíces del levantamiento zapatista del 1° de enero de
1994, que deriva de injusticias y desigualdades sociales que subsisten, del despojo no
reparado de tierras de las comunidades indígenas, de la incuria, corrupción e impunidad de
funcionarios, y a la que corresponde también el incumplimiento, por parte de la autoridad
federal, de los Acuerdos de San Andrés.
Ustedes, los aquí presentes, aun los más jóvenes, conocen de estos hechos.
En San Andrés, el Ejecutivo federal tomó el compromiso de dar un primer paso para
superar la confrontación existente desde el 1° de enero de 1994 con el Ejército Zapatista y
abrir el camino a una efectiva distensión, mediante la expedición de una Ley sobre
derechos y culturas indígenas, en los términos del proyecto formulado por la Comisión de
concordia y pacificación (la cocopa), que estuvo integrada por legisladores de todos los
partidos políticos que tenían entonces presencia en el Congreso. La iniciativa de ley, como
saben, en el 2001 no pasó. Sigue siendo un pendiente y un compromiso a saldar para
garantizar paz en Chiapas y paz en la República.
La oportunidad de formarse dentro de una universidad sigue siendo un privilegio en
nuestro país, un privilegio al que debe corresponderse. En su tierra, en este Chiapas de hoy
coexisten dos mundos, el del desarrollo y el bienestar, que fuerzas de dentro y de fuera
tienden a estrechar, y el de las desigualdades, la marginación y la injusticia social. La lucha
política, social y en el terreno de la cultura tiene, por tanto, objetivos bien definidos:
realizar todos los esfuerzos posibles para combatir la inequidad desde sus causas, hasta
superarla, y ampliar los espacios en los que se dan las oportunidades de progreso, que son
los de una educación que alcance a todos, en todos sus niveles, el empleo, el
aprovechamiento social y universal de la biodiversidad y los recursos naturales, al tiempo
que se cuida y eleva la calidad del medio ambiente, el avance científico y el desarrollo
tecnológico, orientando este esfuerzo tanto a alcanzar la equidad en lo interno, en cuanto
individuo y colectividad, como en el campo internacional, en las dimensiones de la nación.
Recordemos a todos aquellos chiapanecos que nos han dado ejemplo porque desde
muy diversas trincheras han sabido luchar por la superación y los derechos propios y los de
los demás, desde los pueblos indígenas que hicieron florecer en estas tierras grandes
culturas y aquellos que se sublevaron contra las injusticias del yugo colonial, hasta el actual
e insatisfecho reclamo zapatista, pasando, entre otros muchos hechos, por la defensa del
federalismo que hace Joaquín Miguel Gutiérrez, a quien honrará la capital del Estado al
adoptar su nombre; la defensa de la integridad del territorio chiapaneco y la derrota de las
intentonas separatistas que encabeza Ángel Albino Corzo; la severa condena al crimen y la
firme oposición a la usurpación de Belisario Domínguez; la elección de Florinda Lazos
León como diputada local en 1926, cuando en Chiapas, dando ejemplo y adelantándose a
toda la República, votaron por primera vez las mujeres; la lucha y sacrificio de Carlos A.
Vidal por oponerse a la reelección presidencial; la obra literaria de Rosario Castellanos; la
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defensa de los indígenas lacandones y su selva de Gertrude Duby y Frans Blom; la lucha
por la explotación racional de la riqueza forestal que libró Pedro Vega; la protección y
rescate de la fauna autóctona de Miguel Álvarez del Toro; el asilo humanitario y político
que Chiapas ha brindado a los indígenas guatemaltecos expulsados de sus tierras por la
violencia de las dictaduras.
En esta tierra no hay razón que justifique el atraso, y menos pensando en el futuro:
suelos de alta fertilidad en prácticamente todo el Estado, cultivos altamente productivos
como el café y el plátano, ganadería de calidad, plantaciones forestales comerciales de
cedro, teka y caoba, petróleo, el Usumacinta y sus afluentes con un enorme potencial
hidroeléctrico y sin que sobre su curso se haya construido una sola obra de control, las
tierras regables en sus márgenes, como los llanos de Anaité, donde puede desarrollarse aun
más la agricultura de altos rendimientos, costa y pesca, los ríos que desembocan en el
Pacífico, riqueza arqueológica, lagos y cascadas como base para un mayor impulso al
turismo, frontera que hace de Chiapas nuestro puente hacia las naciones hermanas de
Centroamérica y, sobre todo, un pueblo trabajador de altísima creatividad.
Jóvenes amigos: constituye una fuerte responsabilidad ser hoy estudiante de la
Universidad Autónoma de Chiapas. Sean ustedes forjadores del presente y del futuro, de la
igualdad y el progreso que aquí se alcancen.
Les deseo todos los éxitos en sus estudios y más todavía, como forjadores de un
mejor presente y un futuro de grandes realizaciones para Chiapas y su pueblo.
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