CULTURA, IDENTIDAD NACIONAL Y UN CASO SINTOMATICO: TLAYACAPAN Por Ida Rodríguez Prampolini (publicado en La Cultura en México, Suplemento de Siempre. 26 de noviembre de 1980) Fragmento final. “La modernización” en México en el campo de las artes plásticas desde la década de los cincuentas no ha significado sino la pérdida de la identidad nacional. La dependencia económica de los centros de poder se refleja en la dependencia creativa. La producción en su mayor parte se hace en la esfera del “arte por el arte” desvinculada de la realidad y sus necesidades por artistas apátridas que siguen las modas extranjeras. Se ha creado, además, una infraestructura artística, pequeña calca de la que existe en París, Londres, Nueva York o cualquier gran ciudad. El mercado del arte dependiente cada vez más del mundo exterior necesita de críticos, suplementos de arte, numerosas revistas, salas de exposiciones y galerías para agilizar las promociones y ventas. Con muy pocas y valiosas excepciones las revistas y publicaciones no hacen sino recoger inquietudes artificiales, estilos importados y encauzar la producción por caminos apolíticos y alejados de la realidad mexicana. Basta ver la revista oficial del Museo de Arte Moderno, Artes Visuales, para darnos cuenta que, desde el formato pasando por la publicidad, la traducción al inglés y el contenido, es absolutamente antinacional en el más profundo sentido del término. Dos casos concretos de subcultura dominante son: el auge artístico que en este sexenio han consolidado los grupos de la iniciativa privada de Monterrey que, en un reto interclasista, pugnan por comprar cultura y la promoción por parte de un sector gubernamental, de la alta cultura de una manera costosa y extranjerizante. Como contrapartida de los artistas internacionalistas, sin conciencia social, desinteresados de la realidad nacional y sus problemas, que nos han traído con retrazo de años todo tipo de abstracción: del informalismo al geometrismo; del pop al arte conceptual, existen también y hay con justicia que destacarlos, grupos que entienden la cultura (y el arte como una de sus manifestaciones) como un complejo de comportamientos sociales. Baste recordar la “valiente labor que está desarrollando el grupo Taller de Investigación Plástica, el TIP de Morelia. Desde hace bastantes años estos artistas han revitalizado la tarea muralística y la han puesto al servicio de las luchas populares. Rompiendo con la idea dominante del artista individualista y genial, ponen su conocimiento y trabajo al servicio del pueblo. Son los habitantes de los lugares a los que acuden al llamado de sus servicios, los que expresan sus necesidades comunicativas en las paredes públicas. El pueblo pide lo que necesita que se diga en los muros o en las esculturas. Después de la hazaña realizada hace unos meses de colocar dos efigies realistas de los campesinos asesinados en el Municipio de Quiroga, Michoacán, por los ricos ganaderos del lugar, efigies que sirvieron para presionar a las autoridades del gobierno de ese Estado a hacer justicia, el grupo TIP acaba de dar una lección de lo que puede ser el compromiso cultural entendido socialmente. En el pueblo de Aranza, Mich., la comunidad Purhépecha, que desde hace varios meses libra una ejemplar batalla contra autoridades, caciques culturales y el sindicato de maestros, pidió a una de las integrantes del grupo de artistas, originaria del lugar, que les pintaran un mural con los problemas que los aquejan. Uno de los más agudos, que sufren cotidianamente, es la arbitrariedad de los maestros rurales. A diferencia de los maestros de los años 30 que se entregaron heroicamente a su tarea en muchos pueblos del país, estos maestros son, actualmente, los enemigos de la comunidad. Se han convertido en muchos lugares en verdaderos caciques del pueblo, dueños de centros de vicio y billares que ejercen la autoridad y el despotismo valiéndose de la supuesta educación que tienen e imparten. De una serie de obras del acervo cultural universal que el grupo TIP presentó a los indígenas para que escogieran las imágenes que querían ver reproducidas, los campesinos eligieron el célebre grabado de Goya en que se ridiculiza con la figura de un asno, a los malos maestros de escuela, pero pidieron que en el libro que sostiene la figura del burro apareciera una botella de aguardiente. Los maestros del lugar guiados por su inspector escolar, mandaron con lujo de fuerza destruir la obra que los identificaba. Este ejemplo viene a destruir la idea de la falta de juicios críticos y culturales del pueblo iletrado y muestra, una vez más, cómo la cultura universal es operativa y sabiamente utilizada por los hombres cuando sirve a sus propósitos concretos de salvación y lucha. En el mundo de las letras ha sucedido algo similar al del arte. Por años, la cultura oficial y la elitista han callado los nombres de poetas y escritores cuya producción está unida al proyecto de reivindicación social, sin el cual no puede haber cultura nacional. Por ejemplo, el poeta Efraín Huerta, el novelista y luchador político José Revueltas son hasta época muy reciente, después del movimiento estudiantil del 68, cuando comienzan a ser revaluados. Juan Rulfo tuvo que esperar su reconocimiento oficial hasta este año. Otro caso olvidado ha sido la acción cultural, casi desconocida, que el grupo estridentista llevó a cabo en Jalapa durante el gobierno del Gral. Heriberto Jara en 1925. Esta labor ha sido silenciada por muchos años por no encajar en el marco de la que pretende ser “Alta Cultura”. Los integrantes del movimiento estridentista, los escritores Maples Arce, Luis Arzubide, Arqueles Vela y varios otros intentaron por los mismos años en que nace el muralismo, revitalizar el arte nacional. El estridentismo pasó por varias etapas antes de descubrir que solo invirtiendo la pirámide de la concepción de cultura nacional podría vincularse con los problemas reales del país. La primera actuación pública de Maples Arce, fue una hoja volante que pega en las calles junto a carteles de anuncio de corridas de toros y programas de teatro, en ella lanza su primer manifiesto vanguardista. Siguiendo las corrientes europeas más recientes, el dadaísmo y el futurismo, el ultraísmo español y el creacionismo de Vicente Huidobro e intenta renovar el arte nacional, canta a la gran ciudad, a la máquina y a la técnica. Influido por el poeta Marinetti envía a “Chopin a la silla eléctrica” así como el poeta italiano había propuesto “asesinar al claro de luna”. Exalta la belleza de la velocidad, la forma del aeroplano y otros aparatos mecánicos e intenta renovar, europeizadamente, la literatura mexicana “anquilosada y académica”. La intención de Maples Arce, que pronto tuvo numerosos adeptos provenía, como ha explicado, de “la necesidad de dar una intención estética a la revolución y en mi poema Urbe junté mi emoción íntima y el clamor del pueblo”. Sin embargo, a pesar de esta intención el grupo no toca tierra mexicana sino flota hasta este momento en el cielo internacional de la Cultura Europea. El 2º manifiesto estridentista lo cierra ya un grito mexicanote, pero vacío de contenido real: Viva el mole de guajolote. Pero es hasta que Maples Arce entra en contacto directo con la realidad mexicana, al ser nombrado secretario del gobierno del Estado de Veracruz bajo el general Heriberto Jara, cuando puede decirse que comienza la labor cultural de este movimiento que rompe el cerco de la literatura pura y se convierte en un arma de lucha social, política y cultural. Los estridentistas en la ciudad de Jalapa, a la que bautizaron como Estridentópolis impulsaron las luchas obreras, campesinas e inquilinarias de larga tradición en el estado y las incluyeron en su tarea cultural. La cultura –publica Maples Arce- no debe ser patrimonio de unos cuantos, ni mucho menos la causa de creación de una casta privilegiada y casi siempre peligrosa, sino la forma de la vida social que permita a todos tener una visión más amplia de las cosas, y para poder cumplir de esta manera su finalidad generosa. La cultura, en Estridentópolis rompió el cerco elitista y abarcó todos los aspectos de cohesión de una sociedad que busca proyectarse al futuro anclada en sus propios valores. Los órganos difusores del estridentismo fueron las publicaciones de la Biblioteca popular que editó una serie de textos de revelación de problemas sociales, como Los de Debajo de Azuela, primera edición completa en forma de libro y la publicación de la Revista Horizonte, de gran circulación y de contenido de índole variada y siempre al servicio de la desenajenación popular. Los temas variadísimos comprenden técnicas nuevas sobre cultivos y cría de animales, alternativas industriales de fácil empleo, nociones de historia patria y universal. Casos concretos como las luchas estudiantiles en Cuba, el juicio de Sacco y Vanzetti y el desenmascaramiento del imperialismo yanqui van mezclados con cuentos, poesías, dibujos, viñetas y fotografías. Artistas y escritores comprometidos con las luchas populares como los pintores Fermín Revueltas, Alva de la Canal, el grabador Leopoldo Méndez, la fotógrafa Tina Modotti colaboran en esta renovación cultural veracruzana. Se estudia, preserva y divulga el folclore local en sus manifestaciones plásticas, musicales y dancísticas sin marcar diferencias entre arte culto y arte popular. En el momento en que cae en desgracia el general Jara el movimiento estridentista desaparece y sus autores se diluyen en el olvido cultural y cuando se les nombra y publica se hace recordando sus aportaciones “vanguardistas” en el plano únicamente de la renovación poética. El Instituto Nacional de Bellas Artes del que ustedes forman parte, tiene en sus manos la tarea justamente de recuperar y preservar la identidad nacional. Tenemos que estar conscientes que la concepción de la cultura dividida en alta y baja, en cultura de élite y cultura popular es el proyecto de los dominadores, en el que fincan su poder para seguir medrando a nuestra costa e impedir la realización del proyecto nacional que nos liberará y nos hará un país libre, autónomo y justo. Son las Casas de la Cultura una de las maneras como esta tarea puede llevarse a cabo. Tienen ustedes, además, en los medios masivos de comunicación el más fuerte adversario. Lo más peligroso de todo es el control ideológico de las masas a través de la acción del radio, el cine, la T. V. Televisa y desgraciadamente muchos voceros de los canales de T. V. Estatales y la gran mayoría de las estaciones de radio, son el máximo factor de penetración cultural que nos asedia. Transmiten su subcultura dominante a vastos sectores de la población que junto con la producción cinematográfica comercial va conformando hábitos, costumbres, gustos, impulsos consumistas, sueños, deseos, etc., que jamás serán alcanzados ni es deseable que lo sean. La subcultura dominante en las metrópolis, donde auténticamente se produce, maneja así mismo la cultura de masas por medio del mundo de las publicaciones, las historietas, las fotonovelas, las revistas femeninas y las policíacas, las primeras, dedicadas al público de la clase media y las segundas a un sector más amplio y pobre de obreros y campesinos. La clase media además, tiene en revistas tipo Reader´s Diget, la cápsula que la alimentará para crecer culturalmente. El verdadero planteamiento de una cultura nacional, debe partir de la afirmación de nuestros propios valores y aunado a ellos las tácticas de defensa. Éstas no pueden elaborarse a partir de la concepción de unos valores abstractos, universales e idénticos, sino de la aceptación de nuestra pluralidad étnica, histórica, social y cultural. Nuestro proyecto de nación, por ahora, no puede ser otro que alcanzar la igualdad y la justicia. Debemos mantener vivos y firmes los diversos elementos culturales, los mecanismos originales que han inventado y siguen inventando las clases sociales populares en su lucha por conservar su identidad liberadora. La aceptación de la pluralidad debe ser entendida no como mosaico del folclore nacional sino como proyecto conjunto de sobrevivencia y no de uniformidad en el conformismo enajenante que nos asalta desde afuera y desde dentro. La identidad liberadora y la justicia sólo podremos lograrla fomentando la objetivación de nuestras culturas por parte de las propias comunidades, es decir, desde dentro, para que en una crítica aclaradora y comprometida se reconozca la conducta colectiva que las ha hecho sobrevivir.