Escena de Partenope en Viena Ópera en Viena Foto: Armin Bardel Il barbiere di Siviglia Llegar a Viena sigue siendo un privilegio por la cantidad de música que hay. Los conciertos empiezan hasta finales de septiembre, pero la ópera da principio el 1 de septiembre y hay funciones diariamente sin que necesiten ensayar, pues ya forman parte del repertorio. Me tocó asistir a la ópera de Rossini en la Staatsoper, que por fortuna sigue presentándose con la escenografía y el vestuario tradicionales. Para mí fue una sorpresa ver en el elenco a Javier Camarena como el Conde Almaviva, a quien no recordaba yo. Como él es el que inicia la ópera con su aria, fue un poco sorpresivo escucharlo con una voz apagada y engolada que después fue mejorando, pero no quedó muy bien parado junto al Fígaro de Tae Joong Yang que interviene inmediatamente después con espléndida voz, y hace un gran contraste. Yang se llevó los aplausos y las críticas periodísticas. pro ópera Una agradable sorpresa fue escuchar a Diana Damrau (a quien conocía por ser una asidua invitada a las Schubertiade de Austria), quien cantaba el papel de Rosina por primera vez en la Ópera de Viena. Tuvo un éxito sensacional con sus brillantes coloraturas y su timbre exquisito, además de tener gran desenvoltura escénica. El bajo Alfred Sramek cantó el Don Bartolo, también con espléndida voz, y el bajo Christof Fischesser, quien hacía su debut en la Opera de Viena con mucho éxito como Don Basilio. El director musical fue Paolo Carignani, que demostró tener un buen conocimiento de la obra y las actuaciones de todos, bajo la dirección de Richard Bletaschacher. La orquesta —que es la misma que la Filarmónica de Viena—, obviamente excelente. por María Teresa Castrillón Die Fledermaus No podía faltar a El Murciélago de Johann Strauss II, que lo veo (y escucho) cada año si está en cartelera. Este tuvo lugar en la Volksoper y, como todo en Viena, siempre a teatro lleno. Por supuesto que es la misma puesta en escena de hace años, el mismo vestuario, las mismas morcillas, y todo esto es parte de su encanto; es ya una tradición muy vienesa. Para empezar, la famosa Obertura se toca con un estilo incomparable. Se explica uno que Strauss no aceptaba viajar si no lo hacía con sus “segundos violines”, que son los que hacen el inigualable “chun-ta–ta” (alargando el segundo tiempo) que le da el aire vienés al vals. No son los maestros de la Filarmónica ni los cantantes son primeras figuras de la ópera, pero son los ideales para la opereta. El director Rudolf Bibl es todo un Strauss con la batuta. La escenografía ya es tradicional de Pantelis Dessyllas. Los cantantes todos son de excelente nivel y parece que nacieron cantando sus papeles: Rosalinde es Elisabeth Flechl, la coqueta Adele es Bernarda Bobro, su hermana Ida es Klaudia Nagy y Gabriel von Eisenstein es Herbert Lippert. Hay que destacar a la mezzo Annely Peebo que canta el papel del Príncipe Orlovsky con mucho desparpajo. El papel cómico de Fresch el carcelero lo hace Rudolf Wasserlof con gran comicidad y ya es una tradición. Todos cumplen cabalmente con sus partes con muy buenas voces y actuación ni qué decir. Es una obra que tiene todo el espíritu vienés y que regocija el alma. Y por si fuera poco, asistí también a la misa dominical enSan Agustín que ya es toda una tradición durante todo el año. Me tocó que fuera la Misa Nelson de Haydn, en éste, su año de celebración. Ese domingo estaba lleno a más no poder porque dirigía Franz Welser-Möst, director de la Ópera de Viena. Interpretaban el coro y la orquesta de San Agustín (excelentes) y como solistas Elisabeth Flechl, soprano, Katrin Auzinger, contralto, Alexander Kaimbacher, tenor, y Josef Wagner, bajo. En el órgano estuvo Wolfgang Capek. Cada domingo cantan diferente misa en esa preciosa y antiquísima iglesia. por María Teresa Castrillón pro ópera Partenope El Theater an der Wien brilla en Viena por la brillantez de sus espectáculos. Al funcionar como teatro de temporada, sin una orquesta propia y con el afán de diferenciarse de su “hermanas mayores” (la Staatsoper y la Volksoper) tiene la oportunidad de presentar títulos como este de Händel, injustamente olvidado dada la calidad de la partitura. El argumento de esta ópera está situado en Nápoles, donde tres galanes disputan los favores de la reina Partenope, mientras la tenaz Rosmira debe travestirse para rescatar el amor de su esposo. Para el director de escena, Pierre Audi, el marco geográfico-temporal careció de importancia y propuso un aggiornamento donde vemos a una glamourosa millonaria que tiene un entrenador personal, sirvientes y un fiel secretario personal que intenta controlar hasta el último detalle de la vida de su señora. Todo ocurre en una elegante casa de arquitectura y decoración minimalista. Con estos mimbres la tensión es continua y mantiene un buen ritmo teatral de principio a fin. Un compacto elenco dio buena cuenta, tanto vocal como escénicamente, de sus respectivas partes. Christine Schäfer creó una Partenope con ese aire superficial de quien lo tiene todo de forma fácil y aprovechó cada una de sus arias para exhibir lo dúctil de su rico instrumento. No le fueron a la saga los tres hombres que mordían el polvo por ella, el tenor Kurt Streit (Emilio) y los contratenores David Daniels (Arsace) y Matthias Rexroth (Armindo). A la misma altura se colocó la mezzosoprano Patricia Bardon en el personaje de Rosmira, esposa de Emilio, que se traviste en Eurimene para comprobar y rescatar a su amor de los encantos de Partenope, siendo el único “hombre” que no quiere conquistar a ésta. El hermoso timbre de la cantante y lo extenso de su registro dieron buena cuenta de su parte. El barítono Florian Boesch también exhibió un cuidado estilo en el papel, menor paro no menos importante escénicamente, de Ormonte. En el foso tuvieron a Christophe Rousset y su orquesta (Les Talens Lyriques), especialistas en este repertorio, mimando cada detalle y dando lustre a una música de gran valía. por Federico Figueroa