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PERSONAJES
DOMINICANOS
Archivo General de la Nación
Volumen CCVIII
Comisión Permanente de Efemérides Patrias
ROBERTO CASSÁ
PERSONAJES
DOMINICANOS
Tomo I
Santo Domingo
2014
Cuidado de la edición: Archivo General de la Nación
y Comisión Permanente de Efemérides Patrias
Diagramación: Eric Simó
Diseño de portada: Esteban Rimoli
Ilustración de portada: Composición que muestra, en el plano central, a Juan Pablo
Duarte; a su derecha, a Ulises Francisco Espaillat, y a su izquierda, a María Trinidad
Sánchez.
Primera edición, mayo de 2013
Segunda edición, enero de 2014
De esta edición
© Archivo General de la Nación (vol. CCVIII)
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz, No. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
© Comisión Permanente de Efemérides Patrias
Calle Arístides Fiallo Cabral, No. 4, Gascue,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-535-7285
[email protected]
ISBN: 978-9945-586-03-9
Impresión: Editora Alfa y Omega
Impreso en la República Dominicana • Printed in the Dominican Republic
A la memoria de Miguel Cocco,
mentor de estas biografías.
8
PERSONAJES DOMINICANOS
ADVERTENCIA
Todos los textos de este libro fueron escritos para la Colección Biografías
Dominicanas de la revista Tobogán. Los solicitó mi finado amigo Miguel
Cocco, en algunos casos con un interés especial suyo. Estas biografías se
concibieron para un lector joven, con el propósito de contribuir a motivar
el interés por el conocimiento y la valoración de las acciones de figuras
sobresalientes dominicanas. Traté de que fueran comprensibles para
cualquier persona; sin perder de vista el objetivo de retomar diversos
momentos del pasado nacional, como parte de la interpretación acerca
de determinantes, móviles y consecuencias de las acciones de los
personajes. Para ello, he procurado recuperar los contextos en los cuales
se insertaron los biografiados a fin de dar cuenta de su incidencia en el
decurso de los procesos históricos.
Cada biografía debe leerse como unidad separada de las restantes.
La obra no consta, por tanto, de una sucesión continua de capítulos,
sino de una discreta, cada una con peculiaridades. Esto hace inevitable
las repeticiones, y aunque se han eliminado párrafos innecesarios en esta
recopilación, en lo fundamental los textos quedaron como fueron
originalmente escritos. El orden en que están presentados responde a
una cronología aproximativa.
Todos los personajes pueden ser catalogados como dominicanos,
incluyendo aquellos que nunca creyeron en la autonomía nacional, como
Pedro Santana, y quienes no nacieron en esta tierra, como el
puertorriqueño Eugenio María de Hostos. Cierto hilo conductor explica
que no se escogieran figuras del período colonial, entre las cuales no
hubo atisbos de la intelección de conciencia nacional. Además, salvo
excepciones, la vida de los actores de la colonia no reviste el interés
actual de los republicanos. Por otra parte, de los incluidos, Antonio
9
10
PERSONAJES DOMINICANOS
Sánchez Valverde es el único cuya existencia estuvo ajena a los debates
acerca de la nación, pero fue el primero que plasmó en un tratado
historiográfico una noción acerca del conglomerado dominicano.
Se ha procurado, además, incorporar a sujetos “anónimos” desde el
ángulo de la narrativa tradicional, pertenecientes a sectores subalternos,
como Olivorio Mateo. De todas maneras, el énfasis de la síntesis aquí
practicada ha propendido a relevar las concepciones de los protagonistas,
aun de aquellos que no tenían dominio sobre el lenguaje escrito. Se
desprende que el modelo de prócer expuesto es el del patriota que plasma
un ideario a partir de una cavilación acerca de los problemas de su época.
Está sobreentendido que esas reflexiones contienen múltiples
significaciones de persistente vigencia.
Todavía quedan numerosas figuras por proyectar para una
panorámica adecuada de individuos en los terrenos de la acción patriótica
y revolucionaria, la política, los movimientos sociales, las ideas, la
literatura y el arte. La continuación de esta tarea puede resultar
interminable, por lo que corresponde reemprenderla, con síntesis
renovadas, a colegas jóvenes.
Agradezco a Juan Daniel Balcácer y demás integrantes de la
Comisión Permanente de Efemérides Patrias el interés de reunir estas
contribuciones de la Colección de Biografías Dominicanas de Tobogán.
ROBERTO CASSÁ
Marzo de 2012
CONTENIDO
ADVERTENCIA ......................................................................... 9
PRESENTACIÓN
Alejandro Paulino ....................................................................... 19
LOS PERSONAJES DOMINICANOS DE ROBERTO CASSÁ
Juan Daniel Balcácer ................................................................... 27
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
INTELECTUAL DEL CRIOLLISMO
La recuperación del siglo XVIII ............................................... 35
Entorno personal y social ......................................................... 38
Carrera sacerdotal accidentada .................................................. 40
El historiador .......................................................................... 44
El proyecto de revolución esclavista .......................................... 49
Bibliografía ............................................................................. 55
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
CAUDILLO DE LA RECONQUISTA
El inicio de la política nacional ................................................ 59
Orígenes hateros en Cotuí ....................................................... 62
Resistencia a los franceses ........................................................ 64
Gestiones conspirativas e inicios de la guerra ............................ 65
Palo Hincado .......................................................................... 69
Junta de Bondillo ................................................................... 70
Reorganización de la colonia .................................................... 74
Bibliografía ............................................................................. 78
11
12
PERSONAJES DOMINICANOS
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
PRECURSOR DE LA INDEPENDENCIA
Espíritu moderno ................................................................... 81
La vocación por las letras ......................................................... 82
Retorno a la patria .................................................................. 84
El espíritu nacional en las fábulas y poesías ............................... 87
Preparación de la independencia .............................................. 90
El Estado Independiente de Haití Español ............................... 94
Salida sin retorno .................................................................. 100
Bibliografía ........................................................................... 102
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
PRECURSOR DE LA DEMOCRACIA
Contexto histórico trastornado ............................................... 105
La formación del pensador ..................................................... 108
La Lógica .............................................................................. 110
Apologista de la democracia .................................................. 114
El independentista ................................................................ 120
Esperanzas en Haití y rápido desencanto ................................ 122
Media vida en Puerto Rico .................................................... 125
Bibliografía ........................................................................... 127
JUAN PABLO DUARTE
EL PADRE DE LA PATRIA
La grandeza de Duarte .......................................................... 133
Los años formativos ............................................................... 134
Fundación de La Trinitaria .................................................... 136
Las enseñanzas de Duarte ...................................................... 139
La Reforma ........................................................................... 143
Lucha contra los afrancesados ................................................. 146
Bibliografía ........................................................................... 157
TOMAS BOBADILLA
EL HOMBRE DE ESTADO
El saber del poder ................................................................. 161
La carrera del burócrata criollo ............................................... 164
CONTENIDO
13
Jefe conservador .................................................................... 168
Carrera azarosa ...................................................................... 172
De anexionista a nacionalista ................................................. 177
Bibliografía ........................................................................... 183
PEDRO SANTANA
AUTÓCRATA Y ANEXIONISTA
Autócrata y anexionista ......................................................... 187
Inicios .................................................................................. 188
Preparación de la Independencia ............................................ 190
Jefe del Frente Sur ................................................................. 191
Conato de guerra civil con los trinitarios ................................ 193
Primera presidencia ............................................................... 194
Ruptura con Báez ................................................................. 196
Tercera Administración ......................................................... 198
Preparativos de la Anexión a España ...................................... 199
Capitán general ..................................................................... 201
La última batalla ................................................................... 202
Bibliografía ........................................................................... 205
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
FUNDADOR DE LA REPÚBLICA
Su dimensión en la historia dominicana .................................. 209
Orígenes familiares ................................................................ 210
Infancia y juventud ............................................................... 211
Preparación de la Independencia ............................................ 212
El manifiesto del 16 de Enero ................................................ 214
El 27 de febrero .................................................................... 219
Los primeros meses de la República ....................................... 220
Exilio y retorno ..................................................................... 223
Con Báez .............................................................................. 225
Contra la Anexión ................................................................. 228
Expedición e inmolación ....................................................... 231
Bibliografía ........................................................................... 234
14
PERSONAJES DOMINICANOS
MATÍAS RAMÓN MELLA
EL PATRIOTISMO HECHO ACCIÓN
Su dimensión ........................................................................ 237
Iniciación revolucionaria ........................................................ 238
Hacia el 27 de febrero ........................................................... 239
De vuelta al Cibao ................................................................ 242
Con Santana ......................................................................... 246
Misión en España .................................................................. 247
En la Revolución de 1857 ..................................................... 248
Ruptura con Santana ............................................................. 249
Vicepresidente restaurador ..................................................... 250
Bibliografía ........................................................................... 252
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
LA HEROÍNA DE FEBRERO
Las persistentes facetas sociales de la colonia ............................ 257
La mujer en la historia ........................................................... 259
La mujer dominicana ............................................................. 261
La familia Sánchez ................................................................. 264
La larga vida de la heroína ..................................................... 268
Febrerista .............................................................................. 270
Conspiración contra el ministerio ........................................... 272
Camino al patíbulo ............................................................... 275
Bibliografía ........................................................................... 277
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
TRIBUNO DEL PUEBLO
Formación de un liderazgo .................................................... 281
Ascenso en el ejército ............................................................ 283
Jefe militar del 27 de febrero ................................................. 284
Jefe de la guarnición .............................................................. 287
Estrelleta .............................................................................. 292
Caída en desgracia y fusilamiento ........................................... 295
Bibliografía ........................................................................... 297
CONTENIDO
15
ANTONIO DUVERGÉ
PRIMER GUERRERO DE LA INDEPENDENCIA
El jefe militar ........................................................................ 301
Orígenes y años formativos .................................................... 303
Ingreso a la tropa .................................................................. 305
Hacia la frontera .................................................................... 308
Derrotas sucesivas y El Número ............................................. 311
Persecución y juicio ............................................................... 315
Confinamiento y ejecución .................................................... 318
Bibliografía ........................................................................... 320
BUENAVENTURA BÁEZ
CINCO VECES PRESIDENTE
Cinco veces presidente ........................................................... 323
Antecedentes familiares ......................................................... 324
Los primeros pasos ................................................................ 324
En la constituyente haitiana de 1843 ..................................... 325
El Plan Levasseur .................................................................. 325
Bajo la sombra de Santana ..................................................... 326
Redactor de la Constitución de 1844 ..................................... 327
Primera presidencia ............................................................... 329
Nacimiento del baecismo ....................................................... 330
Devaluación monetaria y guerra civil ..................................... 331
Mariscal de Campo ................................................................ 333
Retorno a la presidencia ........................................................ 334
Guerra con los azules ............................................................. 336
Los Seis Años ........................................................................ 337
El declive .............................................................................. 340
Bibliografía ........................................................................... 342
GASPAR POLANCO
PRIMER JEFE DE LA RESTAURACIÓN
El final de la República ......................................................... 347
Contradicciones del orden anexionista .................................... 349
La formación del adalid nacional ............................................ 351
16
PERSONAJES DOMINICANOS
Incorporación a la rebelión ..................................................... 354
Primer jefe de la Restauración ................................................ 355
La batalla de Santiago ............................................................ 358
Frente a Puerto Plata ............................................................. 361
Derrocamiento y muerte de Pepillo Salcedo ............................ 363
Cenit de la gesta nacional ...................................................... 366
Caída de la dictadura revolucionaria ....................................... 370
El prócer satanizado .............................................................. 373
Bibliografía ........................................................................... 375
JOSÉ MARÍA CABRAL
GENERAL DE TRES GUERRAS PATRIAS
El prócer ............................................................................... 381
La formación del guerrero ...................................................... 382
El héroe de Santomé .............................................................. 384
Con Báez .............................................................................. 385
Junto a Sánchez contra la Anexión ......................................... 386
Héroe de La Canela ............................................................... 387
El protector .......................................................................... 389
Segunda vez presidente ......................................................... 391
Jefe de la tercera guerra nacional ............................................ 394
Entrega de Salnave ................................................................ 398
Caída de la tiranía baecista ..................................................... 400
Los años finales ..................................................................... 402
Bibliografía ........................................................................... 404
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
Su relieve .............................................................................. 409
Precocidad ............................................................................ 410
Paladín de la Restauración ..................................................... 414
Precursor del radicalismo democrático .................................... 418
Exiliado en Haití ................................................................... 424
El martirio ............................................................................ 427
Bibliografía ........................................................................... 430
CONTENIDO
17
PEDRO ALEJANDRINO PINA
EL PATRIOTA INCANSABLE
El patriota incansable ............................................................ 433
Entorno familiar .................................................................... 433
El benjamín .......................................................................... 435
En el ojo del torbellino .......................................................... 437
Contra la dominación española .............................................. 440
Al servicio de los azules ......................................................... 442
Constitucionalista ................................................................. 443
Contra la anexión a Estados Unidos ....................................... 449
Bibliografía ........................................................................... 452
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
CIVILISTA DEMOCRÁTICO
El intelectual liberal .............................................................. 457
Orígenes familiares y juventud .............................................. 458
Primeras actividades políticas ................................................. 459
Por un sistema federal en la Revolución de 1857 .................... 461
Eminencia gris de la Restauración .......................................... 464
Sobre el remolino .................................................................. 467
El ideario democrático y nacional ........................................... 469
Elección a la presidencia ........................................................ 472
Planes gubernamentales ........................................................ 474
Hostilidad de los caudillos ..................................................... 476
Caída de la presidencia .......................................................... 478
Bibliografía ........................................................................... 481
PUBLICACIONES DEL ARCHIVO GENERAL
DE LA NACIÓN ..................................................................... 483
PRESENTACIÓN*
Personajes dominicanos es la obra más reciente del historiador
Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación (AGN). Esta
viene a llenar un vacío en el estudio biográfico de las figuras más
prominentes del pasado dominicano, desde el siglo XVIII hasta el último
cuarto del XX. A través de los biografiados por el doctor Cassá, podemos
conocer la historia misma de la formación y desarrollo de la nación
dominicana con sus protagonistas, sus coyunturas y proyectos sociales,
las divergencias y enfrentamientos políticos condensados en el liberalismo,
el nacionalismo y conservadurismo, así como la formación de una sociedad
en la que el despotismo, la corrupción y el autoritarismo se convirtieron
en limitantes para la construcción de una verdadera sociedad democrática
y participativa.
Las biografías contenidas en este libro comenzaron a conocerse desde
mediados de los noventa como parte de la Colección Tobogán y fueron
publicadas por la Editora Alfa y Omega atendiendo a una estrategia
educativa que “buscaba contribuir a motivar” a los jóvenes en “el interés
por la historia y la valoración de las acciones de figuras connotadas del
proceso histórico dominicano”, relacionadas con la “intelección de la
conciencia nacional”. Por lo tanto, este es un libro que atañe a la
formación del pueblo dominicano y sus luchas para alcanzar la estatura
de nación independiente, soberana y democrática.
De modo que podemos regocijarnos ante la posibilidad de poder
tener acceso a los dos volúmenes que forman la obra Personajes
dominicanos. Cada uno trae 17 biografías políticas, que están contenidas
*
Palabras de presentación de Alejandro Paulino Ramos en la puesta en circulación
de la obra Personajes dominicanos, AGN, 6 de agosto de 2013.
19
20
PERSONAJES DOMINICANOS
en 964 páginas y abarcan, en el primer volumen, desde Antonio Sánchez
Valverde, a quien el doctor Cassá sitúa como el primer intelectual del
criollismo; seguido por José Núñez de Cáceres, precursor de la
independencia; Andrés López de Medrano, precursor de la democracia;
Juan Pablo Duarte, padre de la patria; María Trinidad Sánchez, heroína
de febrero y Ulises Francisco Espaillat, civilista democrático. Además
de otros importantes personajes de la historia dominicana.
Entre las biografías del segundo volumen se encuentran Gregorio
Luperón, guerrero de la libertad; Pedro Francisco Bonó, intelectual de
los pobres; Eugenio Deschamps, tribuno popular; Eugenio María de
Hostos, maestro ; Salomé Ureña, mujer total ; Américo Lugo,
antiimperialista; Mauricio Báez, líder proletario; Minerva Mirabal,
revolucionaria y Francisco Alberto Caamaño Deñó, gigante de abril.
En estos personajes de nuestra historia, se resumen los proyectos sociales
vinculados con la dominicanidad, la fundación del Estado, la defensa a
la soberanía y las luchas por un futuro promisorio para todos los
dominicanos.
Al lado de estos biografiados y repartidos en los dos volúmenes,
también aparecen Tomás Bobadilla, hombre de Estado; Pedro Santana,
autócrata anexionista; Buenaventura Báez, el proteccionista y Ulises
Heureaux, el tirano moderno, quienes sintetizan las cualidades éticas y
morales de los políticos perversos, antinacionales, oportunistas y corruptos
que han marcado nuestro pasado y, posiblemente, los más responsables
del retroceso social vivido por los dominicanos en una parte importante
de la época republicana.
Es cierto que junto a estas biografías, contenidas en Personajes
Dominicanos, faltan otras que deberán ser publicadas oportunamente
por el doctor Cassá, entre las que me atrevo sugerir la de Santiago
Guzmán Espaillat, el nacionalista; Ramón Cáceres, el déspota; Manuel
Arturo Peña Batlle, el intelectual de la dictadura; Rafael Trujillo Molina,
el tirano; Ercilia Pepín, la maestra nacionalista; Maximiliano Gómez, el
revolucionario; Joaquín Balaguer, el continuador de la dictadura; Juan
Bosch, el padre de la democracia y José Francisco Peña Gómez, el orador
de las multitudes. Faltan biografías que recojan del olvido a los excluidos
de la historia, los liderazgos juveniles y los que por su condición de
clase, todavía no han provocado el interés de los que estudian el pasado
PRESENTACIÓN
21
dominicano, exceptuando al doctor Roberto Cassá que sí ha dedicado
parte de su vida y de sus esfuerzos intelectuales a escribir sobre la juventud,
el movimiento obrero y las luchas socialistas, el enfrentamiento de los
gavilleros contra el poder azucarero y la opresión extranjera. Ahora está
concluyendo la historia del movimiento mesiánico desarrollado en torno
a las figuras de Olivorio Mateo y los Mellizos de Palma Sola. El autor
tiene un importante reto al que no podrá rehuir: publicar dos tomos
más para completar la obra que a partir de hoy tendremos la oportunidad
de leer y estudiar.
La producción histórica del doctor Cassá está contenida en la
publicación de más de cincuenta títulos, que han estado apareciendo
desde 1974, cuando puso a circular Los taínos en la Española, pasando
por los dos volúmenes de la Historia social y económica de la República
Dominicana, así como otros de suma importancia entre los que sobresalen
Capitalismo y dictadura, Los doce años de Balaguer, Los orígenes del
Movimiento 14 de Junio, la Antología de Eugenio Deschamps, la
importantísima obra Rebelión de los Capitanes, y ahora su último libro,
Personajes dominicanos.
Debemos destacar el aporte del historiador Juan Daniel Balcácer y
la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, institución de la que el
licenciado Balcácer es presidente, para hacer posible esta primera edición
de Personajes dominicanos. En la presentación de la obra, Balcácer
destaca que Roberto Cassá “no se circunscribe a relatar de manera lineal
la vida de los personajes objeto de estudio […], sino que más bien se
adentra en la psicología de sus protagonistas y, tras ubicarlos en el marco
histórico social en el que les correspondió actuar, logra estructurar un
relato ponderado y bien documentado que torna mucho más inteligible
tanto la actuación de cada personaje como las causas de determinados
episodios históricos”, afirmación con la que coincido totalmente.
Cuando leía las biografías aparecidas en esta obra, con el fin de
preparar esta nota, sentí la necesidad de reflexionar sobre la forma en
que el pueblo dominicano se fue constituyendo como nación, las luchas
libradas para lograrlo y la manera en que la participación y las ideas de
los personajes se entrelazaban con los intereses políticos y económicos
propios de los dominicanos, a la vez que otros defendían su apego a las
intenciones geopolíticas de las potencias coloniales. Gran parte de las
22
PERSONAJES DOMINICANOS
preguntas surgidas en el proceso de elaboración de esta nota, están
aclaradas en el libro que estamos comentando.
Repasando cada una de las biografías, podemos ubicar algunos de
los ejes que motivaron a su autor. Relacionados con la construcción y la
existencia misma de la nación dominicana, y como parte de ella, con los
movimientos y las ideologías políticas, los intereses colonialistas de las
potencias, la lucha por la libertad, la independencia y la soberanía; el
enfrentamiento contra las potencias extranjeras, el nacionalismo, el
proteccionismo y anexionismo, así como los proyectos liberales y
democráticos y la clara intención de rescatar del olvido a los sectores
excluidos en casi todos los textos biográficos hasta ahora publicados en
nuestro país. Esto explica que en este libro, junto a Sánchez Valverde,
Juan Pablo Duarte y Gregorio Luperón, también estén presentes Ramón
Natera, Olivorio Mateo y Mauricio Báez.
En el caso de Antonio Sánchez Valverde, el doctor Cassá destaca el
propósito del autor de Idea del Valor de la Isla Española de enaltecer a
los criollos, considerándolos los legítimos habitantes, e igualándolos a
los españoles de la metrópolis, aunque su toma de conciencia “estaba
atravesada por la reafirmación de su hispanidad” y en contraposición
con los vecinos de la parte francesa de la isla, excluyendo a los esclavos,
negros y mulatos, a quienes negaba la condición de ser parte de la
comunidad dominicana.
Adentrándose en la vida y participación política de Juan Sánchez
Ramírez, al que ubica como “el primer personaje de significación política
en la historia dominicana”, el autor explica la resistencia de los
dominicanos a la decisión tomada por España de ceder a Francia el
territorio de la parte española y la forma en que la búsqueda de la
autonomía “se relacionó estrechamente con la protesta de los libertos y
esclavos, que aspiraban a la igualdad”, expresada en la lucha contra la
dominación francesa, indicio de que se percibía el “asomo de un
embrionario nivel de conciencia nacional”.
Esa conciencia nacional en formación se manifestó con claridad en
la actitud de José Núñez de Cáceres, el intelectual que diseñó el primer
proyecto social y político acorde con las ideas liberales de la época, y que
lo llevó a proclamar la Independencia Efímera de 1821, rompió con la
imperial España y trató de establecer un sistema político que “garantizara
PRESENTACIÓN
23
los derechos de los individuos y que permitiera a la sociedad canalizar
sus aspiraciones a través del Estado”, conjugó “las aspiraciones de los
criollos ilustrados que ansiaban el establecimiento de un estado político
moderno” y el interés de “evitar la absorción por Haití”.
En ese proyecto de nación, abortado por la presencia haitiana,
participó Andrés López de Medrano, el “más resuelto abanderado de
posturas liberales” de la época y quien reclamaba el derecho y “la libertad
de negociar con todos los países del mundo sin obstáculos artificiales o
arancelarios”. López de Medrano fue el primer dominicano de tendencia
liberal en dar “pasos para la defensa de la propuesta liberal, fundando el
primer partido político de la historia dominicana, el Partido Liberal”,
que se enfrentó a las corrientes absolutistas y conservadoras en el primer
cuarto del siglo XIX.
Abortados los esfuerzos de Núñez de Cáceres y López de Medrano
se impuso la dominación haitiana y la consiguiente resistencia de los
dominicanos para reafirmar su identidad y auspiciar de manera definitiva
la formación de la República Dominicana. Responsabilidad histórica
que recayó en el patricio Juan Pablo Duarte y sus seguidores de La
Trinitaria. Duarte, dice el doctor Cassá, tuvo el mérito de ser el que
primero comprendió “que el pueblo dominicano tenía las potencialidades
para constituirse en nación, es decir, llevar una vida soberana a través de
un Estado independiente” y que los dominicanos “constituían un
conglomerado con rasgos particulares y tenían conciencia de esa situación”
expresada en su posición de oponerse a toda dominación extranjera.
Pero una parte de las élites económicas y políticas, que participaron en
la separación de Haití, le negaban esa condición al pueblo dominicano y
prefirieron aliarse a los intereses de Francia y España para promover la
enajenación del territorio, el protectorado y la anexión. En esa posición
conservadora y antinacional se destacaron personajes como Tomás
Bobadilla, Buenaventura Báez y el general Pedro Santana.
La anexión a España, los intentos anexionistas de Buenaventura
Báez negociado con los Estados Unidos, los asomos relacionados con los
intereses haitianos para promover la vuelta a la condición de dependencia
que había quedado atrás, produjo la profundización de la conciencia
nacional manifestada en la guerra de la Restauración y la formación del
Partido Nacional, agrupación que por décadas se enfrentó al
24
PERSONAJES DOMINICANOS
conservadurismo, bajo la dirección de Gregorio Luperón y la orientación
democrática de Ulises Francisco Espaillat, a quien el doctor Roberto Cassá
considera “una de las cumbres culturales y morales de los dominicanos y
la conciencia más preclara del liberalismo nacional de su época”.
No puedo dejar de destacar el aporte e interés de Roberto Cassá al
conocimiento de la historia de la mujer dominicana. Aborda las biografías
de María Trinidad Sánchez, la primera mujer de la época republicana
asesinada por sus posiciones políticas; Salomé Ureña, a quien considera
un “paradigma de lo deseable” y figura “cumbre de la realización moderna
de la mujer dominicana”, y la de Minerva Mirabal, la responsable de
recoger las expectativas revolucionarias de su generación política, por
encima de la simbología que en su oportunidad resumió Manolo Tavárez
Justo, fue la mujer que “rompió los estereotipos sexistas que acuerdan
funciones secundarias a la mujer en la vida social”. Abordando esas
biografías, el autor confirma su apego al estudio de los excluidos y
marginados de la historiografía tradicional. Entre esos excluidos, el género
femenino que, a decir de él, estaban relegados y ausentes de los hechos,
y critica la posición de los historiadores, que con una visión excluyente,
solo destacan a los personajes que tuvieron relación con el Estado. “Visto
así el proceso histórico –dice Cassá–, resultan falaces las manidas
expresiones de historiadores tradicionales” sobre “pueblos sin historia”
o “grupos humanos sin historia”. Su posición lo lleva a formalizar la
necesidad de reescribir la historia, de “forma que ingresen a ella los “sin
historia”, en el que el género femenino “ocupa un espacio de primer
importancia en esta exigencia”.
Sería interesante profundizar en aspectos desconocidos de algunos
personajes que aparecen en la obra como, por ejemplo, el papel
desempeñado por Eugenio Deschamps en la fundación del proyecto
que se conoció como “Partido Liberal”, considerado por sus detractores,
a finales del siglo XIX, como una organización de carácter socialista y,
que entiendo como la primera agrupación izquierdista de la República
Dominicana; pero este no es el momento para entrar en los pormenores
de esta organización de vida efímera. Se nos quedan propuestas y
opiniones contenidas a todo lo largo del texto que estamos comentando,
pero ya ustedes tendrán la oportunidad de leer esta obra y, posiblemente,
llegarán a las mismas conclusiones a que hago referencia. Por esa razón,
PRESENTACIÓN
25
quisiera terminar no sin dejar de felicitar al doctor Roberto Cassá por
entregarnos este libro que entiendo fundamental para el conocimiento
de la historia y las biografías de los más importantes personajes del pasado
dominicano, así como al historiador Juan Daniel Balcácer y a los amigos
de la Editora Alfa y Omega por coincidir en este importante esfuerzo.
ALEJANDRO PAULINO RAMOS
Subdirector Archivo General de la Nación
Santo Domingo, D. N.
6 de agosto de 2013
LOS PERSONAJES DOMINICANOS
DE ROBERTO CASSÁ
Fueron los griegos quienes, al decir de Pedro Henríquez Ureña,
miraron al pasado y crearon la Historia; también miraron al futuro y
crearon las utopías.1 En el caso de la Historia, que permite conocer gran
parte del pasado, la cultura clásica griega lo mismo que la romana también
dieron origen a la biografía, uno de los primeros géneros narrativos
cultivados por poetas e historiadores. Paralelamente al surgimiento de
la narrativa en su expresión épica, el relato en formato de biografía, que
proporcionaba al lector un conocimiento pormenorizado de la vida y
hazañas de determinados personajes desde su nacimiento hasta la muerte,
adquirió cierta relevancia entre escritores e historiadores de la antigüedad.
En esas historias personales o biográficas, el autor por lo general destacaba
facetas, áreas o disciplinas en las que habían descollado sus protagonistas,
tales como la política, la guerra, el pensamiento, la filosofía, la poesía y
también la historia. Un ejemplo de esos estudios de carácter biográfico
de la antigüedad lo constituyen, para solo citar dos casos, Vidas paralelas,
de Plutarco, o Vida de los doce Césares, de Suetonio.
En Santo Domingo, desde que fue proclamado el Estado-nación,
el 27 de febrero de 1844, los primeros escritores e historiadores
republicanos pronto centraron su interés en el rescate del pasado
colonial con el fin de rastrear el origen, desarrollo y cristalización de la
identidad colectiva del pueblo dominicano, ahora constituido en nación
soberana, libre e independiente de toda dominación extranjera. Era
imperativo rescatar las tradiciones histórico-culturales del pueblo
dominicano a fin de que ese acervo espiritual contribuyera a fortalecer
el ethos nacional, en adición a las experiencias comunes de territorio,
idioma, costumbres y creencias religiosas.
1
Pedro Henríquez Ureña, “La utopía de América” en Obras Completas, 19211925, tomo V, Santo Domingo, UNPHU, 1978.
27
28
PERSONAJES DOMINICANOS
Conjuntamente con la eclosión de una literatura nacional, nuestros
ancestros también experimentaron el surgimiento de la historiografía
nacional, cuyos primeros exponentes fueron Antonio del Monte y Tejada
y José Gabriel García, quienes, por separado, escribieron monumentales
obras de historia sobre la evolución del pueblo dominicano que abarcan
desde los tiempos de la sociedad aborigen hasta gran parte del siglo
XIX. Pero fue José Gabriel García, considerado el padre de la historia
nacional, quien nos legó los primeros esbozos biográficos sobre
prominentes personajes de la política, la milicia, el clero y las letras en
Santo Domingo. Hacia 1875 publicó un conjunto de semblanzas sobre
destacadas figuras del quehacer político e intelectual que tituló Rasgos
biográficos de dominicanos célebres.2
Varios lustros después, en 1894, el escritor Rafael Abreu Licairac
dio a la luz pública su libro Consideraciones acerca de nuestra
independencia y sus prohombres con el cual, al decir de Joaquín Balaguer,
“se inició en nuestro país la crítica histórica”.3 En efecto, la obra de
Abreu Licairac salió a la luz pública en una coyuntura política en que
parte de la intelectualidad dominicana participaba en una acalorada y
apasionada polémica pública a través de la prensa escrita acerca de a
quién o a quiénes correspondían los títulos de Padres fundadores de la
República. La razón por la que cito esta obra de Licairac es porque en
ella su autor incluyó varias semblanzas de los principales actores de la
revolución que culminó con la proclamación de la República en 1844.
Casi un decenio después, esto es, hacia 1903, el periodista y escritor
Miguel Ángel Garrido publicó su libro Siluetas, un admirable conjunto
de reseñas biográficas de los prohombres, políticos y militares que
participaron tanto en la revolución nacionalista de 1844 como en la
guerra restauradora. Además, por las páginas de Siluetas desfilan, en
sintetizadas semblanzas, prestantes figuras que tuvieron una actuación
de primer orden en el sacerdocio, la diplomacia y la literatura.
2
3
Hay una reimpresión ampliada de Rasgos biográficos de dominicanos célebres.
Ver publicaciones de la Academia Dominicana de la Historia, Vol. XXIX, 1971,
compilación y notas de Vetilio Alfau Durán, con ocasión del centenario de la
muerte del trinitario Pedro Alejandrino Pina.
Joaquín Balaguer, Letras dominicanas, Santo Domingo, Editorial de la Cruz
Aybar, S.A., 1985, p. 77. La primera edición de esta obra fue en 1950 bajo el
título de Literatura dominicana, Buenos Aires, Argentina.
LOS PERSONAJES DOMINICANOS DE ROBERTO CASSÁ
29
Pese a estas obras que pueden considerarse precursoras de los estudios
biográficos en Santo Domingo, lo cierto es que dicho género, enfocado y
analizado desde una perspectiva historiográfica más abarcadora, comienza
con Rufino Martínez en el decenio de los años 40 del pasado siglo. A este
autor debemos una serie de extensos estudios sobre personajes nacionales,
que publicó en dos tomos, bajo el título de Hombres dominicanos; obra
esta que, según Máximo Coiscou Henríquez, “pocas observaciones cabe
hacerle”. Rufino Martínez, que tiene el mérito de ser el iniciador de la
biografía crítica en Santo Domingo4, también es autor de un magnífico
Diccionario biográfico histórico-dominicano, 1821-1930, de obligada
consulta entre estudiosos y especialistas de la historia nacional.5
Aun cuando no me propongo, con estos breves apuntes
introductorios, realizar un examen exhaustivo en torno a los estudios
biográficos dominicanos desde el siglo XIX hasta el presente, es
conveniente resaltar, para orientación de los jóvenes estudiantes, que en
la historiografía dominicana de mediados y finales del siglo XX el género
biográfico (especialmente la biografía de tipo político) tuvo notables
exponentes y que entre los personajes históricos que mayor atención
han concitado, tanto por parte de biógrafos como del público lector,
figuran los padres fundadores de la República, Juan Pablo Duarte,
Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Matías Mella; déspotas como
Pedro Santana, Buenaventura Báez y Ulises Heureaux; restauradores y
pensadores de la talla de Gregorio Luperón, Ulises Francisco Espaillat,
Pedro Francisco Bonó y Benigno Filomeno de Rojas; el presidente
Ramón Cáceres y el tirano Rafael L. Trujillo, entre otros.
Ahora bien, la biografía, en tanto que género historiográfico escrito
con rigor científico y didáctico y, por tanto, concebido para uso escolar, ha
tenido escasos cultivadores entre los historiadores modernos dominicanos.
4
5
Máximo Coiscou Henríquez, Historia de Santo Domingo. Contribución a su
estudio, Vol. II, Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, p. 33.
Rufino Martínez, Hombres dominicanos (Deschamps, Heureaux, Luperón), tomo
I, Santo Domingo, 1936; Hombres dominicanos. Santana y Báez, tomo II, Santo
Domingo, 1943. Posteriormente publicó un tercer tomo Hombres dominicanos.
Rafael Leonidas Trujillo. Trujillo y Heureaux. Santo Domingo, Editora del
Caribe, 1965. El Diccionario biográfico-histórico dominicano, 1821-1930, tiene
dos ediciones, la primera incluida en la Colección Historia y Sociedad de la
Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1971, y la segunda patrocinada por
Editora de Colores, Santo Domingo, 1997.
30
PERSONAJES DOMINICANOS
Sin embargo, justo es reconocer que el historiador Roberto Cassá es uno
de sus pioneros y ocupa un lugar cimero entre el reducido número de
autores cuyas obras han sido aprobadas como textos escolares. Autor de
más de 15 libros y de 85 ensayos sobre historia nacional, el historiador
Cassá, académico y profesor universitario, ha investigado y estudiado
exhaustivamente el pasado dominicano desde la sociedad aborigen hasta
la época contemporánea, por lo que el conjunto de su producción
historiográfica proporciona una visión integral de la sociedad dominicana.6
Entre las obras del profesor Roberto Cassá que han sido leídas por
diversas generaciones de dominicanos figura su Historia social y
económica de la República Dominicana, dos tomos, texto universitario
que lleva ya más de 30 reimpresiones. Asimismo, Cassá es autor de otras
dos obras claves para entender el engranaje económico, político e
ideológico del esquema trujillista de dominación que subyugó al país a
lo largo de tres decenios, así como el modelo de gobierno imperante en
el período 1966-1978, del que se ha dicho que fue una versión un tanto
moderada del esquema trujillista de dominación pero bajo la modalidad
de un despotismo de tipo bonapartista. Me refiero a Capitalismo y
dictadura (1982) y Los Doce años (1986).
Personajes dominicanos, en dos volúmenes, consta de más de 30
estudios biográficos de personajes que tuvieron una participación decisiva
en los acontecimientos y procesos históricos más trascendentales de la
nación dominicana. En cada uno de los perfiles biográficos que
conforma la presente obra, el historiador Cassá no se circunscribe a
relatar de manera lineal la vida de los personajes objeto de estudio,
esto es, desde su nacimiento hasta la muerte, sino que más bien se
adentra en la psicología de sus protagonistas y, tras ubicarlos en el
marco histórico social en el que les correspondió actuar, logra
estructurar un relato ponderado y bien documentado que torna mucho
más inteligible tanto la actuación de cada personaje como las causas
de determinados episodios históricos.
Un período clave para comprender los cimientos sobre los que se
edificó la identidad nacional dominicana es el que transcurrió entre las
postrimerías del siglo XVIII y el año 1822. En 1795 tuvo lugar el Tratado
6
Una importante contribución al género biográfico nacional, también para uso
escolar, es el libro del historiador Euclides Gutiérrez Félix, Héroes y próceres
dominicanos, Santo Domingo, 1995.
LOS PERSONAJES DOMINICANOS DE ROBERTO CASSÁ
31
de Basilea mediante el cual la parte española de Santo Domingo fue cedida
por España a Francia; mientras que en 1822, tras el fracasado experimento
de la “Independencia Efímera” de José Núñez de Cáceres, los dominicanos
presenciaron el inicio de la llamada Dominación Haitiana o Unión con
Haití, acontecimiento este último que dio lugar a la proclamación de la
República. Pues bien, en el primer tomo de Personajes dominicanos el
lector tiene la oportunidad de familiarizarse con el complejo proceso
político, social, económico e intelectual de ese período tan fundamental
para comprender la composición social dominicana en los primeros cuatro
lustros del siglo XIX. En efecto, las biografías de Antonio Sánchez
Valverde, Juan Sánchez Ramírez, José Núñez de Cáceres y Andrés López
Medrano, personajes que simbolizan las postrimerías del período colonial
dominicano, permitirán al lector identificar las claves de los primeros atisbos
del surgimiento de una conciencia nacional con anterioridad al pensamiento
liberal y nacionalista duartiano de mediados del siglo XIX. Los demás
personajes biografiados en el primer tomo de Personajes dominicanos son
los actores fundamentales del proceso independentista, de la guerra
dominico-haitiana y finalmente de la guerra restauradora, procesos que
acaecieron a lo largo del período que en nuestra historia se conoce como
Primera República (1844-1861). Las figuras biografiadas en el segundo
tomo corresponden a la Segunda República (1865-1916) y a la Tercera
República (1924 hasta el presente), respectivamente.
Se ha dicho que el hombre hace la historia, y eso es cierto; pero no lo
es menos el dictamen de Marx según el cual el hombre no hace la historia
conforme a su libre albedrío, pues, por lo general, el ser humano actúa
sujeto a fuerzas y corrientes sociales e históricas que, al margen de su
voluntad, pueden hacer cambiar el cauce de los movimientos sociales
que no necesariamente están supeditados a esquemas previamente
delineados por la mente humana.
En este sentido, los Personajes dominicanos de Roberto Cassá
constituyen una inestimable contribución para que los jóvenes
estudiantes, y el público lector no vinculado profesionalmente al
quehacer historiográfico, se compenetren con la dinámica del devenir
histórico dominicano a través de los hechos y acciones de aquellas figuras
públicas que descollaron y actuaron de manera influyente en
determinadas gestas históricas, aun cuando sus esfuerzos y proyectos no
resultaron lo suficientemente decisivos para orientar el curso de los
acontecimientos hacia el logro de metas previamente establecidas, como
PERSONAJES DOMINICANOS
32
aconteció (para solo citar unos pocos ejemplos) con los trinitarios
fundadores de la República, con Ulises Francisco Espaillat, con los
defensores de la “pura y simple” durante la resistencia nacionalista frente
a la Ocupación Militar Norteamericana (1916-1924) y, muchos años
después, con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.
El historiador Roberto Cassá, al principio de esta obra, revela que
hace ya algunos años comenzó a escribir textos biográficos orientados a
un público juvenil. Esas biografías fueron originalmente publicadas en
la conocida revista infantil-juvenil Tobogán, que fundara el siempre
bien recordado Miguel Cocco (q.e.p.d.), presidente-fundador de la
prestigiosa editora Alfa y Omega. Para la presente edición el profesor
Cassá se ocupó de revisar cada uno de los textos biográficos, introduciendo
algunos cambios y adiciones que han contribuido a enriquecer
notablemente estas semblanzas, razón por la cual los jóvenes estudiantes
tienen en Personajes dominicanos un nuevo texto que les servirá de
orientación y de guía para ampliar sus conocimientos acerca de la
trayectoria pública de aquellos próceres y mártires que, con su noble
sacrificio, legaron a las generaciones del futuro una nación libre y soberana.
Antes de concluir quiero agradecer el apoyo brindado por la distinguida
amiga Minerva de Cocco, gerente general de Alfa y Omega, empresa
propietaria de los derechos de estas biografías, por haber permitido la presente
publicación bajo el sello de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias.
Asimismo, agradezco la gentileza del académico Roberto Cassá al autorizar
la inclusión de sus Personajes dominicanos dentro de la colección de
publicaciones de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias.
No cabe dudas de que, con la publicación de este valioso conjunto
de biografías de prominentes personajes dominicanos, Roberto Cassá
hace un aporte significativo al enriquecimiento tanto de los estudios
históricos nacionales como de la bibliografía dominicana en general.
JUAN DANIEL BALCÁCER
Presidente CPEP
Santo Domingo
15 de mayo de 2013
“Año del Bicentenario del Natalicio de Juan Pablo Duarte”.
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
INTELECTUAL DEL CRIOLLISMO
LA RECUPERACIÓN DEL SIGLO XVIII
Al despuntar la cuarta década del siglo XVIII se puso de relieve un cambio
de coyuntura económica en la colonia española de Santo Domingo. Hasta
poco antes el número de habitantes se mantenía estancado alrededor de
las reducidas cifras del siglo anterior. A consecuencia de la despoblación
de la parte occidental ordenada por el rey Felipe III en 1605, la isla había
conocido una aguda y prolongada depresión. El problema se agudizó
debido al establecimiento de aventureros franceses en las comarcas
devastadas, quienes hostigaban a los moradores de las zonas cercanas.
Originalmente piratas y cazadores de reses, conocidos como bucaneros, a
la larga fundaron una estable colonia francesa. Durante décadas la isla de
Santo Domingo fue escenario de un enfrentamiento crónico entre los
aventureros franceses y las milicias criollas, en su mayoría compuestas por
personas humildes.
Esta caótica situación, conectada con la decadencia económica y
militar de España, dio lugar a que el comercio regular, regido por las
normas del monopolio comercial, virtualmente cesara. A veces pasaban
dos y tres años sin que llegara un buque mercante procedente de la
metrópoli, motivo por el cual casi todo el que podía salir de la isla no
dudó en hacerlo; permanecieron sobre todo los que no tenían recursos
para ubicarse en una posesión española cercana y los que estaban atados
por un cargo en la administración o por la propiedad de bienes inmuebles.
En la mayoría de las villas despareció la población de origen europeo
que se podía denominar “blanca”, reducida a una minoría insignificante
confinada en Santo Domingo, donde la mitad de las viviendas de piedra
cayeron en ruinas, creciendo entre los escombros ceibas y otros árboles de
tamaños colosales. Cesó asimismo la trata de esclavos, lo que minimizó la
actividad productiva, restringida en lo fundamental a la cacería de ganado
vacuno salvaje practicada por monteros. El número de esclavos se redujo a
la mínima expresión, a consecuencia de lo cual la población pasó a estar
35
36
PERSONAJES DOMINICANOS
compuesta, en su inmensa mayoría, por mulatos. Con el mestizaje
generalizado disminuyeron de los prejuicios, en lo que también incidía el
ambiente de pobreza extrema. Se llegó al caso de que las señoras de categoría
social elevada preferían asistir a misa en la madrugada, por considerar que
no tenían ropas acordes con su dignidad. El arzobispo Fernández de
Navarrete escapó de la isla a Curazao –posesión holandesa–, y señaló que
prefería ser encerrado en el presidio de Ceuta que volver a su puesto. Tales
carencias explican que la fiesta principal se produjera cuando se recibía el
situado, cantidad anual de recursos procedentes de México para el pago
del personal de la administración y los soldados.
A finales del siglo XVII, con el Tratado de Ryswick –por el cual España
aceptaba de manera implícita la colonia francesa en el occidente de la isla–,
comenzó a imperar la paz entre los dos territorios, superándose la causa
principal de la depresión extrema, la guerra. El establecimiento de un
flujo comercial con la parte francesa permitió un respiro en lo tocante al
abastecimiento de bienes del exterior. Por lo menos, la población volvió a
crecer, aunque todavía lentamente debido a que la pobreza seguía siendo
demasiado severa. España mantenía la decadencia debido a la incapacidad
de sus sectores dirigentes, a una coyuntura económica internacional
desfavorable y a la disminución de la plata extraída en México y Perú.
Para que Santo Domingo entrara en una fase de recuperación hubo
que esperar a que la colonia francesa lograse una dinámica de crecimiento
acelerado, gracias al avance económico de su metrópoli, tras unas décadas
de depresión. Francia amplió la demanda de azúcar, café, cacao, tabaco,
añil y otros géneros tropicales, y Saint Domingue emergió como su
principal establecimiento, a la larga el más rico del mundo, donde se
fundaron centenares de plantaciones agrícolas basadas en el trabajo de
esclavos africanos. Casi todo el territorio fértil de esa colonia (unos 22,000
km2), quedó ocupado por estas plantaciones, con lo cual se abandonaron
los hatos ganaderos y se pasó a depender del abastecimiento de reses
desde el Santo Domingo español.
A medida que Saint Domingue se desarrollaba, mejoraban las
perspectivas de la colonia española de Santo Domingo, solo que de manera
limitada, ya que los franceses llevaban las de ganar en el negocio fronterizo.
De todas maneras, cuando se hizo patente la expansión de la economía
esclavista allende la frontera, hacia 1725, la colonia española pudo al menos
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
37
comenzar a salir, muy lentamente, de la miseria extrema. El índice de
poblamiento es suficiente para apreciar la magnitud de lo acontecido desde
entonces. En la década de 1720 los habitantes eran poco más de 15,000
almas, mientras que para 1789 se estima que sumaban 125,000.
Desde 1730, aproximadamente, cesó la sangría emigratoria y la
población experimentó un crecimiento natural a consecuencia de la paz
imperante. Adicionalmente, el rey español dispuso subsidios para el
ingreso de miles de personas de las Islas Canarias aquejadas de extrema
miseria. Se fundaron villas en el interior, en especial hacia las fronteras,
que permitieron explotar las zonas que habían quedado vacías por efecto
de las devastaciones de 1605 y las emigraciones ulteriores. Todavía más
importante fue la adquisición de esclavos en la colonia francesa a cambio
de las cabezas de ganado vendidas en el tráfico fronterizo.
Ahora bien, Santo Domingo seguía siendo la colonia más pobre del
imperio español, lo que generaba la constante frustración de los sectores
dirigentes, quienes no lograban vencer la mediocridad derivada del primitivismo de la ganadería. Finalmente, la recuperación estaba sometida
a los dictámenes y conveniencias de los vecinos franceses, ya que, salvo
momentos, seguía rigiendo el anticuado monopolio comercial que impedía a los habitantes de la isla relacionarse con otros países. Esto dio
por resultado que se fundaran pocas plantaciones agrícolas y que casi
todas, ubicadas en los alrededores de la ciudad de Santo Domingo, no
traspasasen pequeñas dimensiones.
Esta frustración en los sectores superiores fue canalizándose a través
de la demanda de que se liberalizara el comercio con Saint Domingue y
con cualesquiera otros países. El punto crucial de la demanda radicaba
en que la corona española permitiese la libre introducción de esclavos
africanos, vistos como la condición esencial para el progreso. Los escasos
grupos dirigentes asentados en Santo Domingo y propietarios de
pequeñas plantaciones, encontraron en la colonia francesa el ideal de
sociedad al que había que emular. La vigencia del pensamiento de
Antonio Sánchez Valverde provino de haberse tornado el exponente
más sistemático de este programa esclavista, el cual racionalizó
intelectualmente.
38
PERSONAJES DOMINICANOS
ENTORNO PERSONAL Y SOCIAL
Antonio Sánchez Valverde nació en Santo Domingo, probablemente en
1729, cuando el país comenzaba a salir de la prolongada depresión. Sus
orígenes familiares y su ubicación social proveen claves del curso de su
vida y de la naturaleza de sus reflexiones. Pertenecía a los sectores
superiores que, a tono con lo arriba visto, se sentían frustrados a causa
del estado económico en que se encontraba la colonia.
Aunque su apellido tenía un origen metropolitano reciente, el grueso
de su familia se insertaba en el medio criollo, ubicación que lo situaba
en una posición desfavorable, fuese por la inferioridad a que estaban
sometidos los criollos en el conjunto del imperio español en América o
por la peculiaridad de que en Santo Domingo muchos de los criollos
eran mulatos. Su abuelo paterno, Pedro Sánchez Valverde, era un español
de Extremadura, que llegó como militar profesional en 1692. Al poco
tiempo, contrajo matrimonio con una natural de la isla, posiblemente
mulata. En el contexto de la pobreza reinante, el matrimonio no supuso
un retroceso de condición social, lo que se constata en el hecho de que
su padre, Juan Sánchez Valverde, fue un agrimensor que obtuvo amplias
extensiones de tierras. Pero la calidad del medio familiar era
inequívocamente criolla y mulata, lo que se observa en el matrimonio
de Juan Sánchez Valverde con Clara Díaz de Ocaña, celebrado en 1727.
La madre de Antonio Sánchez Valverde era nativa de Bayaguana e hija
de un capitán de milicias, por ende perteneciente al estrato superior de
su entorno pero con casi total seguridad mulato, por cuanto los padrones
de la época casi no registran vecinos blancos en la villa.
En ese entorno familiar sobresale la primacía de la tradición militar
con otros integrantes que decidieron vincularse al sacerdocio. Ambas
ocupaciones eran usuales en el medio español, donde el dominio de la
nobleza se expresaba en actividades ajenas a la generación de riquezas.
En particular, en la colonia, lo más frecuente era que las parejas
encumbradas tuvieran varios hijos militares (en realidad hacendados) y
otros sacerdotes.
El agrimensor estuvo en condiciones de colocar a su primogénito
–como luego hizo con su delfín–, en la carrera del sacerdocio, entonces
reservada a sujetos de cierto nivel social y étnico, en principio blancos
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
39
con prestigio y educación. Antonio Sánchez Valverde era mulato pero
suficientemente claro para ser admitido en el clero, lo que de seguro le
facilitó la condición del padre, agrimensor y hacendado. La descripción
que brinda un documento, citado por fray Cipriano de Utrera, permite
llegar a esa conclusión: “[…] estatura regular como de cinco pies y
tres pulgadas, color moreno, cejas pobladas, nariz aguileña y grueso
de cuerpo, cargado de espaldas, cerrado de barba […]”. Aun así, el
color de la piel le generaría dificultades permanentes, impidiéndole
alcanzar posiciones acordes con su talento, a las que aspiró en el seno de
la Iglesia católica. Tales dificultades debían resultarle particularmente
lacerantes, ya que chocaban con la autopercepción que tenía de sí mismo
como blanco, postura muy común desde mucho tiempo antes entre
mulatos claros.
Durante su adolescencia, Sánchez Valverde acompañó a su padre
en sus viajes por el interior, lo que le permitió conocer la gente y la
geografía de la nación, algo que raramente acometían las personas de
nivel social superior. Sin duda, sus antecedentes familiares y su
conocimiento del país fueron factores que contribuyeron a moldear la
personalidad del futuro sacerdote. La pobreza de la época condicionaba
la calidad de los estudios, por lo que Sánchez Valverde tuvo que
sobreponerse al entorno para alcanzar un elevado nivel intelectual.
Ambas determinantes debieron incidir en el temprano talento del
joven, quien decidió hacerse sacerdote. El nivel cultural del padre no
fue ajeno a que descollara en el colegio de los jesuitas San Francisco
Javier, transformado en aquellos años en Universidad de Santiago de la
Paz y Gorjón, donde alcanzó la licenciatura en teología en 1755, con lo
que dio inicio a su carrera sacerdotal. Este recinto se encontraba en
competencia con la Universidad de Santo Tomás, adscrita a la orden de
los dominicos. Mas, a diferencia de sus rivales dominicos, los jesuitas se
habían sumado a la enseñanza de la teología positiva, que cuestionaba la
tradición de la filosofía escolástica basada en Aristóteles y perseguía
compatibilizarse con los avances científicos desde el Renacimiento.
La formación de Sánchez Valverde estuvo matizada por su afinidad
por la Ilustración, muchos de cuyos postulados progresivos no eran
aceptados por la Iglesia. Ahora bien, a tono con la estrecha relación
entre las monarquías de España y Francia, ambas regidas por la casa
40
PERSONAJES DOMINICANOS
Borbón, las ideas ilustradas fueron ganando auge en los medios
burocráticos de España, lo que permitió que el debate en el seno de la
Iglesia no fuera objeto de prohibiciones o censuras. De hecho, el
racionalismo ilustrado fue acogido por integrantes conspicuos de la
burocracia española bajo el reinado de Carlos III, matizando los programas
innovadores emprendidos por el monarca.
CARRERA SACERDOTAL ACCIDENTADA
Fray Cipriano de Utrera informa que, poco después de graduarse en
Teología, Sánchez Valverde recibió el título de presbítero y fue asignado
a la parroquia de Bayaguana, a cargo de su tío Juan Sánchez Valverde.
Este le sirvió de preceptor, otra circunstancia favorable al desarrollo de
sus capacidades. Ya novel sacerdote, se inscribió en la Universidad de
Santo Tomás de Aquino, en la cual alcanzó el grado de bachiller en
Derecho Civil en 1758. De inmediato fue designado profesor de esa
universidad y promotor fiscal eclesiástico. Pese a que comenzaba a
descollar por la brillantez de sus sermones, confrontaba fuertes obstáculos
para su inclusión en el Cabildo Eclesiástico, por lo que decidió trasladarse
a la península, donde permaneció por dos años. Se puede suponer que
fue gracias a haber saltado las barreras de la burocracia insular que Sánchez
Valverde hizo valer sus condiciones de sacerdote culto ante los burócratas
de la corte. Fue en Madrid donde recibió la dignidad de racionero,
otorgada por el rey en 1765.
Ahora bien, la ración era una dignidad de menor jerarquía dentro
del Cabildo Eclesiástico, por lo que al año siguiente Sánchez Valverde
decidió presentarse a oposición por una canonjía de la catedral. Para
sostenerse, el racionero había tenido que dedicarse a la abogacía, lo que
le generó animadversión adicional entre compañeros del clero que veían
el oficio incompatible con sus deberes sacerdotales.
Pese a su patente superioridad frente a los demás candidatos,
Sánchez Valverde perdió la oposición a canónigo. El dictamen de la
Real Audiencia, comunicado por el presidente Antonio Azlor en febrero
de 1768, se justificó con el argumento de que el racionero había
descuidado sus obligaciones por culpa del ejercicio de la abogacía.
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
41
Con la pérdida de esa oposición comenzaron las dificultades de Sánchez
Valverde, quien se sintió postergado continuamente en aspiraciones
que consideraba legítimas por estar acordes a su capacidad. Sin que
nadie lo expresara por escrito, la inquina de que fue víctima estuvo
originada por la envidia que generaba su capacidad pero avalada por su
condición de mulato. Dentro de la Iglesia resultaba casi imposible
que alguien pudiera alcanzar una dignidad superior si no había pasado
la prueba de “pureza de sangre”, demostrativa de no tener antepasados
“negros, indios, judíos o moriscos”.
De ahí en adelante, Sánchez Valverde desarrolló una actitud beligerante que profundizó su desgracia en los medios burocráticos
civiles y eclesiásticos. Trasladó su tono conflictivo a los sermones,
con efectos todavía más contraproducentes para sus aspiraciones. Ya
en el dictamen de 1768, el presidente Azlor expresaba que “tiene el
genio muy vivo y emplea bastante libertad de lengua, y aun en el
púlpito es ordinariamente muy libre en el hablar”. La observación se
originó porque, al defender sus intereses personales, Sánchez Valverde
estaba cuestionando un sistema general de autoridad. Detrás de un
conflicto personal se proyectó, por una parte, la contraposición entre
peninsulares y criollos e, incluso más general, entre blancos y mulatos
de los estratos superiores. Más importante en la configuración de la
individualidad de Sánchez Valverde fue que, sin salirse de la fidelidad
al rey, desarrolló un sentimiento de hombre libre que presagiaba al
intelectual moderno, por cuanto enfrentaba aspectos del despotismo
vigente.
Sánchez Valverde perdió tres oposiciones sucesivas a canonjías, lo
que lo llevó a la conclusión de que debía emigrar, ya que los círculos de
poder en la Audiencia de Santo Domingo le hacían la vida imposible.
Por la defensa que él mismo presentó años después, se colige que estimaba
que sus dotes de orador sagrado no habían sido tomadas en consideración.
Se presentó entonces a oposiciones en Caracas y Santiago de Cuba,
lugares ambos donde también resultó perdedor. Utrera narra que en
Caracas fue atacado con saña por sus contendientes hasta hacerle perder
la ecuanimidad y abandonar la ciudad con evidente enfado. En Santiago
de Cuba, en 1778, la hostilidad de los jurados y contrincantes fue todavía
más aguda, y dio lugar a que elevara reclamos que justificaron una orden
42
PERSONAJES DOMINICANOS
de arresto. Marchó a España sin solicitar permiso, como era requerido a
personas de su categoría, con el fin de apelar la decisión. Al poco tiempo,
se emitió una real cédula que le ordenaba retornar de inmediato a la isla,
lo que hizo al cabo de año y medio.
Mientras experimentaba estos fracasos, había seguido redactando
sermones, reunidos en tres tomos publicados en Madrid entre 1782 y
1784. De igual manera, en viajes por toda la isla y consultas de
documentos, siguió recopilando las informaciones que le permitieron
escribir su obra cumbre, Idea del valor de la Isla Española. Para sostener
a sus familiares dependientes, mantuvo la ocupación de abogado. En
esos años gozó de la protección del arzobispo Isidoro Rodríguez, pero el
prelado, de acuerdo con las cláusulas del patronato real que pautaba las
relaciones entre la monarquía y la Iglesia, no tenía la facultad de intervenir
en la designación de los integrantes del Cabildo Eclesiástico. En el
contexto del absolutismo ilustrado de Carlos III, el grueso del clero se
distinguió por su adhesión a la autoridad real, lo que en Santo Domingo
facilitaba la omnipotencia de la Audiencia y, en lo personal, desfavorecía
a Sánchez Valverde.
Esta postura se puso de manifiesto en ocasión de la presencia de
un visitador de la orden de los mercedarios, quien revisó un pleito
entre José Beltrán, un particular al parecer humilde, y un sacerdote de
la orden, fray Mateo Álvarez, a propósito del pago de una esclava. El
visitador puso el pleito en manos de la Audiencia, hecho interpretado
por el arzobispo Rodríguez como un agravio a su persona, quien
encargó a Sánchez Valverde que asumiera la defensa de Beltrán. En la
litis entre el arzobispo y la Audiencia estaba en juego el destino de los
bienes confiscados a los jesuitas, orden que el rey Carlos III había
desterrado de sus dominios. Tras prolongados avatares, Sánchez Valverde
fue condenado a suspender sus actividades como abogado durante dos
años, acusado de haber proferido injurias contra la Orden de la Merced.
El sacerdote respondió a esta humillación a través de dos sermones, uno
el 14 de mayo y otro el 30 de agosto de 1781, en los que, entremezclados
con reflexiones teológicas, no disimuló ataques a las autoridades. La
Audiencia requirió al arzobispo que amonestase al racionero, a lo que el
prelado se rehusó.
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
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Por tercera vez Sánchez Valverde optó por dirigirse a la corte para
obtener apoyo, con el visto bueno de su protector, el arzobispo. Le
interesaba también editar sus obras en Madrid, ya que en Santo Domingo
no había imprenta. Para burlar la vigilancia de las autoridades, se dirigió
hacia Cabo Francés, principal ciudad de la colonia francesa. Unos cinco
kilómetros antes de llegar fue detenido por la milicia de la ciudad, tras
haber sido advertidas las autoridades francesas por el presidente de la
Audiencia de Santo Domingo. Luego de ser encarcelado, lo despojaron
del dinero, los libros y papeles que llevaba, devuelto a Santo Domingo
y entregado a la instancia eclesiástica.
Al cabo de cierto tiempo, la Audiencia lo autorizó a dirigirse a la corte
para exponer su caso. Llegó a Madrid en 1782, y casi de inmediato comenzó
la publicación de obras, mientras argumentaba a favor suyo en los medios
cortesanos. Ganó amigos en ellos, al apreciarse la solidez de su cultura.
Tras numerosas audiencias, el tribunal del Consejo de Indias lo condenó
a la pérdida de su prebenda de racionero, como era el deseo de los
letrados de la Audiencia de Santo Domingo. El asunto cobró cierta
notoriedad en Madrid, por la demostración de saber que había brindado
el sacerdote dominicano. Se emitieron tantos papeles que tres legajos del
Archivo General de Indias (Santo Domingo 915, H44 y 117) contienen
abundante documentación sobre la causa y sus antecedentes.
Al poco tiempo, sus amigos de la corte lograron que se le restituyese
su cargo de racionero, aunque no podría volver a desempeñarlo en Santo
Domingo. Se adujo que así se evitarían confrontaciones que alteraran el
sosiego público. Para justificar la propuesta, el fiscal había indicado que
“las luces de su entendimiento las ha manifestado en el púlpito, y que
con la privación de la prebenda se verá reducido a un estado lastimoso
un sujeto que, corregido y enmendado, podrá ser útil a la Iglesia,
trasplantado a otro territorio; añadiéndose a ello que la desunión en que
están los tribunales de Santo Domingo y sus jefes tiene dividida la ciudad
en facciones y partidos, consternados sus habitantes”. En virtud de esta
sentencia, en 1789 Sánchez Valverde marchó a Nueva España (México),
donde se le concedió una ración en Guadalajara. Se sabe que antes de
llegar a esa ciudad pasó una temporada en Mérida, Yucatán, y tal vez
otra en la ciudad de México.
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PERSONAJES DOMINICANOS
A partir de ahí se perdieron los pasos del sacerdote dominicano. A
ciencia cierta no se sabe siquiera la fecha de su fallecimiento. Su biógrafo,
José María Morillas, señala vagamente que ocurrió en los primeros años
del siglo XIX, mientras que una referencia antigua ofrece la fecha de 1790.
Se ha llegado a suponer que tal vez falleció en México, pero no hay nada
probado al respecto. Con independencia del tiempo que hubiera
transcurrido en México antes de su defunción, es casi seguro que no volvió
a hacer ninguna publicación y tampoco han trascendido sermones que
pronunciara en la fase postrera de su vida. Aunque no se le despojó de la
ración, la pena de expatriarlo para siempre debió resultarle particularmente
penosa a la luz de su contextura mental dominicana.
EL HISTORIADOR
Sánchez Valverde fue, en el púlpito, un orador sin par en su época, pero
su verdadera trascendencia como intelectual ha derivado de su obra
histórico-geográfica Idea del valor de la Isla Española, publicada en
Madrid en 1785, durante su tercera y última estadía en la capital del
imperio. La obra sintetiza el conjunto de sus preocupaciones políticas,
concepciones ideológicas e intereses por el conocimiento de la historia y
la geografía del país.
Se puede aseverar que su producción literaria lo convirtió en la figura
con mayor brillo intelectual de la época. Su atracción por los estudios
históricos no fue ocasional, ya que dedicó años a compilar información a
través de tres procedimientos: los incesantes viajes por el interior de la
isla, comenzados en la mocedad junto su padre; las entrevistas a
hacendados, ancianos y monteros; y la consulta de cuantos papeles
antiguos estuvieron a su alcance, especialmente del archivo de la Real
Audiencia y el Cabildo Eclesiástico. Asimismo, se valió de los cronistas
españoles más conocidos, como Gonzalo Fernández de Oviedo y Antonio
de Herrera. Producto de esas investigaciones, además de su obra cumbre,
según declaró, trabajaba en la preparación de una historia de la isla,
pero probablemente no la tenía terminada en ocasión de su última estancia
en Madrid. El manuscrito de ese texto se ha perdido, con seguridad por
haberlo llevado consigo a México.
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
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Sus preocupaciones histórico-sociales, por consiguiente, quedaron
casi exclusivamente plasmadas en la Idea del valor, aunque su motivación
de reivindicar al mundo americano quedó también expuesta en un
opúsculo de 1785, donde combate la teoría de que la sífilis tenía
procedencia americana: La América vindicada de la calumnia de haber
sido madre del mal venéreo. Pero este texto fue más bien un ensayo
dedicado a rebatir a quienes tomaron el tema de la sífilis como argumento
para corroborar la inferioridad natural de nuestro continente.
Si se le juzga como historiador por la Idea del valor, es obvio que, a
pesar de su persistente dedicación, Sánchez Valverde carecía de los estudios
requeridos para un trabajo a la altura de los tiempos. No muestra especial
rigor en avalar sus afirmaciones, sobre todo las que se refieren a hechos
pasados. Por otra parte, la obra está plagada de exageraciones o sesgos
dirigidos a validar tesis preconcebidas que lo motivaban a escribir. Los
antecedentes culturales de la nación no proporcionaban alicientes para un
tomo de historia. Tuvo que abrirse campo, solitario, para asumir la defensa
de su tierra, el mayor acicate de su elaboración. Y eso es, precisamente, lo
que le confiere importancia, dado que una síntesis histórica de ese género,
aun con las imperfecciones vistas, era desconocida en el país. Con Idea del
valor y la publicación de sermones y tratados filosóficos se evidenció como
un pensador sistemático, algo de escasos precedentes en la isla.
A pesar de las persecuciones que sufrió, los motivos de la obra recogen las aspiraciones del medio social al que pertenecía, lo que le otorgó
vigencia inmediata. Desde que se publicó Idea del valor, todos los interesados en la historia dominicana tuvieron que acudir a leerla como manantial principal. Y es que no hubo material comparable hasta mediados del
siglo XIX, cuando Antonio del Monte y Tejada publicó la primera versión de Historia de Santo Domingo. A pesar de la precariedad en que se
debatió el país a partir de 1801, tras la ejecución del Tratado de Basilea,
se hicieron varias ediciones de la Idea del valor, lo que se explica por el
interés que suscitaba y la dificultad de conseguir la edición original. La
primera reedición fue hecha por el gobierno unos años después de proclamada la independencia, en 1853. Tan pronto se produjo la anexión a
España en 1861, en los meses subsiguientes fue reproducida en entregas
sucesivas de la Gaceta de Santo Domingo. Al año siguiente apareció otra
edición, esta vez completa, de nuevo en la Imprenta Nacional.
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PERSONAJES DOMINICANOS
Como se verá más adelante, la elaboración histórica de Sánchez
Valverde estaba animada por el propósito de enaltecer a quienes
consideraba los únicos habitantes legítimos de la colonia y, en esa medida,
defender sus intereses. Junto al argumento de la igualdad antropológica
de los criollos dominicanos, el punto clave que guiaba su libro radicaba
en demostrar que Santo Domingo constituía una porción de territorio
repleta de riquezas que debían ser objeto de interés por parte de la
monarquía. La explotación económica deliberada, basada en el
aprovechamiento de los recursos naturales, compatibilizaría los intereses
de los nativos con los de la monarquía, pues la isla dejaría de ser una
carga financiera para esta, como acontecía desde inicios del siglo XVII
por medio de las asignaciones del situado. Grandes zonas iniciales de la
obra están dedicadas a exponer la geografía de la isla y las posibilidades
que ofrecía en aspectos tan diversos como: recursos minerales, árboles
maderables, tierras fértiles, ensenadas aptas para puertos grandes, etc.
La descripción geográfica, bastante escrupulosa por estar autorizada por
el conocimiento personal, se integra con recorridos de acontecimientos
históricos. Por ejemplo, para destacar la nula de explotación de las riquezas
en las montañas fronterizas, señala que sirvieron de refugio a bandas de
rebeldes cimarrones dedicados a negociar subrepticiamente con
extranjeros y dominicanos.
En lo inmediato, sin embargo, la colonia seguía registrando una
situación lamentable, muy distante del potencial que deparaban sus
riquezas naturales. Por consiguiente, cualquier obra histórica de respeto
debía tener por propósito principal explicar las razones de su evolución
adversa desde cerca de dos siglos. Para emprender la tarea, Sánchez
Valverde hizo uso de su arsenal intelectual, que tendía a hacer compatible
la herencia cristiana basada en la fe con el asentimiento de los principios
de la ciencia moderna que recogía la Ilustración. Acudió a ofrecer
explicaciones basadas en el instrumento de la razón, por lo cual debían
estar apoyadas por una información convincente. Se derivaron exigencias
intelectuales e históricas que fortalecieron la obra, no obstante la falta
de adiestramiento en el oficio de narrar y explicar los hechos del pasado.
Comenzó, sin embargo, partiendo de que una suerte de sortilegio,
de pecado original, había aquejado el porvenir de la isla, supuesto que
no guardaba nexos con los preceptos de la explicación racional. Encontró
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
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el origen de dicha fatalidad en la desastre de Colón, caído por la maniobra
funesta de personajes desaprensivos, que además habían condenado a la
extinción a la población indígena, otra fuente de desgracias.
Sencillamente, el historiador se refugiaba en las trivialidades cotidianas
de los integrantes de su sector social, incapacitados para percibir las causas
por las cuales, no obstante su pretendida superioridad innata, no habían
podido evitar o superar el hundimiento de su tierra.
Ese panorama retrospectivo y presente tan sombrío era la contrapartida
asentamiento español en constante de un pasado glorioso, cuando la isla
tuvo una tarea ecuménica: la de haber sido la base del asentamiento español
en América, el medio de expansión del cristianismo. La gloria del pasado
remoto también se encontraba afianzada en las conciencias de la élite social
dirigente, aun cuando en forma brumosa, a través de tradiciones familiares
transmitidas generación tras generación. Claro está, Sánchez Valverde
acudió a consultar exhaustivamente todos los libros que cayeron en sus
manos, comenzando por la Historia natural y general de las Indias, de
Gonzalo Fernández de Oviedo, que contenía una crónica de la actuación
española entre fines del siglo XV e inicios del XVI y había sido redactada in
situ, en la isla, prueba suplementaria de grandeza.
Lo que plantea Idea del valor de lo acontecido en el siglo XVI, por
ende, se reduce a repetir lo aportado por Oviedo y otros autores, a
falta de documentos originales. El aspecto principal de las páginas
consagradas a esa época radica en exaltar la grandeza de la isla, de la
que eran testigos las magníficas iglesias y palacetes de la ciudad. El
interés de la obra se acrecienta cuando entra en la decadencia
sobrevenida a inicios del siglo XVII, aunque Sánchez Valverde se cuida
de expresar críticas acerbas a la decisión del rey de despoblar la parte
occidental en 1605, aun cuando era patente que tal medida produjo
un daño terrible y permitió el establecimiento de los enemigos de
España. Ahora bien, la originalidad del volumen toma cuerpo cuando
aborda la recuperación acaecida en el siglo XVII. El autor logró reunir
suficientes materiales de un proceso reciente, en gran medida vivido
por él, lo que le permitió trazar una narración hasta hoy insustituible
de ese período de la historia dominicana.
Por una parte, logró sistematizar las causas de la recuperación,
haciéndolas encajar con el objetivo de que el monarca tomara medidas
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PERSONAJES DOMINICANOS
adicionales a favor de la isla. A tal respecto, destacó el impacto beneficioso
que tuvo la apertura del comercio a través de la declaración de puertos
libres y el permiso del tráfico fronterizo. También abundó en los efectos
favorables de la permisión de la piratería en ocasión de varias guerras
contra Inglaterra y de la inmigración de habitantes de las Islas Canarias.
Con esto, quería sentar premisas implícitas acerca de que todavía se
necesitaban mayores ventajas comerciales para que la isla se desarrollara
en beneficio del monarca. Y tal requerimiento estaba avalado en la
constatación de que el país seguía sumido en una situación inconveniente.
Para demostrarlo, Sánchez Valverde trazó bosquejos sobre la vida cotidiana.
Le preocupaba mostrar la falsedad en la acusación de que de los hateros
eran holgazanes; por el contrario, afirmó que eran mucho más laboriosos
que los potentados franceses de allende la frontera. Sus descripciones
contienen pinceladas imprescindibles para comprender la economía
ganadera y la vida social en el siglo XVIII. Hasta los grandes propietarios
con residencia en Santo Domingo –señala– llevaban una vida llena de
sacrificios en sus haciendas de cacao. Aún más duras eran las faenas de los
hateros y los monteros, expuestas en una página antológica del desarrollo
de la cultura dominicana.
Los pastores de La Española que se ocupan en la crianza de animales,
tienen que madrugar todos los días y salir descalzos, pisando el
rocío o el lodo, en busca del caballo que han de montar para sus
correrías. Como la caballería se mantiene de su diligencia, suele
estar muy distante o tan oculta entre los matorrales y arboledas,
que viene a costar mucho trabajo el encontrarla. Condúcela el
pastor a la casa y después de aparejarla, se desayuna con un plátano
asado si le tiene y una taza de jengibre o de café, que es todo su
alimento hasta la hora que vuelve. Así desayunado, monta a caballo
y va sufriendo los ardores del sol o la molestia de las lluvias por
bosques, montes o sabanas; ya al golpe, ya corriendo, para reconocer
los animales dispersos por muchas leguas, reducirlos, agregarlos
cuanto es posible y conducir a los corrales aquellos que ve picados
del gusano o con otro mal que necesite curación. Este ejercicio,
que en dejando de ser diario, trae conocidos perjuicios, es el más
suave. Al él se añade el que llaman de montear, al cual deben
darse con más o menos frecuencia, según pide la subsistencia de la
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familia que mantienen, no de lo que crían, sino de lo que cazan,
en un país que sólo el día de la matanza puede comerse la carne
fresca y donde casi todo el alimento es la vianda fresca o salada,
especialmente en los hatos. Por consiguiente, rara vez puede pasar
de ocho días y muchas veces debe anticipar esta trabajosa
diligencia que se ejecuta en el modo siguiente.
Sale el montero descalzo y a pie por lo regular, con una lanza y sus
perros. Si va a caballo, tiene que dejarle a la entrada del bosque o
montaña, porque son impenetrables si no es a pie. Aun así ha de
hacer mil contorsiones con su cuerpo para entrar y poder seguir la
caza. Suelta uno, dos o más perros, a los cuales, más el ejercicio y
la necesidad que su inclinación nativa, les enseña a rastrear la pieza.
Al ladrido de estos corre el pastor con su lanza, rompiendo ramas,
pisando espinas y tropezando con ganchos, en que quedan los
harapos de la camisa o calzones, y no pocas veces la carne. Tiénese
por feliz si encuentra un buen toro o un berraco grande (especie
de jabalí) que le embiste con furia y con el que lidia hasta matarle.
Divídela en bandas, después de sacado el cuero, deja la cabeza y
mucha parte de él, aprovechando sólo aquella carne que puede
llevar al hombro hasta su casa o dejar en paraje que vuelva con el
auxilio necesario a conducirla. (Se ha actualizado la ortografía de
la primera edición).
EL PROYECTO DE REVOLUCIÓN ESCLAVISTA
Todo el tramado expositivo, como ya se ha indicado, estaba dirigido
a reivindicar a los criollos dominicanos. Ahora bien, el alegato no se
realizaba en contraposición con la metrópoli, sino, por el contrario,
buscando la compatibilidad de intereses entre esta y la posesión
antillana. No hay razones para dudar de la sinceridad de la fidelidad
al rey del racionero. En su razonamiento, la toma de conciencia criolla
estaba atravesada por la reafirmación de su hispanidad, medio para
diferenciarse de los vecinos franceses y la mayoría de esclavos y negros
y mulatos pobres. El interés que suscitó la Idea del valor, desde que
se editó, se explica precisamente por su concepción hispanista, la
cual formaba parte de la arraigada cosmovisión de los sectores
superiores que se mantendría hasta muy avanzado el siglo XIX.
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PERSONAJES DOMINICANOS
Para dar asidero a su empresa localista, el autor realiza una distinción
conceptual entre la “nación”, que identifica a España o al conjunto del
imperio español, y la “patria”, la tierra natal, Santo Domingo. A tal
respecto, se pronuncia defensor de los intereses de la patria como medio
de hacerle honor a los de la nación. En otras palabras, el incipiente
localismo no lo llevó a disminuir su sentimiento de súbdito de Su
Majestad Católica, si bien la ambigüedad de objetivos entre los intereses
de la patria y la nación lo llevó a deslizar críticas suaves a la política
metropolitana en la isla, encubiertas en el supuesto de la fiabilidad que
debían merecer las decisiones del monarca.
Abocado a la defensa de quienes él visualizaba sus compatriotas,
enfrentó las consideraciones peyorativas que desarrollaron varios autores
europeos del siglo XVIII contra los habitantes de las colonias en América,
en especial de los españoles. Centró la polémica en las opiniones de
Raynal, Paw y Weuves, autores que habían abundado de manera
diversa sobre la supuesta inferioridad innata del medio natural
americano, inferioridad que extendían a sus pobladores como víctimas
irremediables del entorno. A Sánchez Valverde le preocupó en particular
rescatar la integridad de los criollos dominicanos, negando que la
pobreza reinante en la colonia se debiera a defectos congénitos. Como
era habitual en la época, abordó la problemática desde un ángulo racial,
recuperando, contra toda evidencia, el mito cotidiano de que los criollos
dominicanos eran descendientes puros de los conquistadores, sin
registrar la menor traza de mezcla con los africanos. Desde luego, aludía
a la minoría de propietarios, a la que él pertenecía, que reclamaba tal
condición como parte de la lógica de funcionamiento de la sociedad
colonial.
Con el argumento de la pureza racial iba más allá de lo que formulaba explícitamente: junto al cuestionamiento de las opiniones peyorativas de los anglosajones, estaba de hecho reclamando la igualdad de
los criollos respecto a los peninsulares. Aunque no formulase reclamos
específicos, se encargó de recalcar que todos, europeos y americanos,
pertenecían por igual a la gran nación española. De manera no menos
subrepticia, también reclamaba la igualdad de los que se encontraban
en su condición social, con lo que daba respuesta a la discriminación
que él había sufrido por no haber podido demostrar su “pureza de
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
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sangre”. Esto explica que la temática moderna de la igualdad formara también parte de sus brillantes consideraciones teológicas, plasmadas en sermones como el que se reproduce parcialmente, sobre la
humildad:
Apenas se hallará una máxima tan establecida en el mundo, ni tan
mal entendida al mismo tiempo, como la que induce cierta
diferencia de jerarquías entre los hombres, tomándolas de la
distinción de su origen y sangre. Mírase como indispensable para
la buena armonía, que unos nazcan superiores a los otros, y que
aquellos tengan a éstos como por una porción de otra naturaleza
inferior, sin otra relación con la suya, que la obligación de servirles,
y obsequiarles; pero confundiendo lo verdadero con lo falso, resulta
una liga monstruosa de soberbia, que destruye la Ley de Jesucristo
al mismo tiempo, que trastorna la armonía. Es verdad que en la
constitución a que el mundo se redujo, y que Dios ha permitido,
debe haber un orden jerárquico, o de mayores y menores en
dignidad. Esta doctrina no es contraria al Evangelio, Jesucristo la
confirmó con el ejemplo y con la palabra, sus Apóstoles la
predicaban, y recomendaban la subordinación a las potestades
temporales; como una parte de la gran virtud de la humildad.
Tampoco admite duda que el mismo desorden a que lleva la
soberbia, y que ha llenado el mundo de tantos estragos en la
conducta de los hombres por su natural altanería, ha sido una
causa justa, para ligar esta superioridad al nacimiento; causa
aprobada por Dios en sus sagrados testimonios y reconocida por
útil con la experiencia […].
Pero de esta misma preeminencia necesaria, útil y aprobada se ha
originado el abuso de extenderla infinitamente más allá de sus precisos
límites, usurpándola, a título del nacimiento, un número excesivo de
personas, que podemos llamar soberbios de sangre, las cuales aspiran,
en cuanto pueden, a las regalías que se deben a uno solo; y vulnerando
la humildad, trastornan igualmente las repúblicas.
Por si fuera poco, extendió su sesgado espíritu democrático al
cuestionamiento de quienes se consideraban superiores por ocupar
posiciones de poder, concentrar riquezas o estar dotados de capacidad
intelectual. Con esta exposición, Sánchez Valverde apuntaba a confrontar
el esquema de dominio social existente en su época.
52
PERSONAJES DOMINICANOS
A esta clase de soberbios, que hemos llamado de oficio, porque
vinculan la arrogancia a sus empleos, es semejante otra especie de
soberbios, que pueden decirse de fortuna, y son de dos géneros:
unos, que por razón de las riquezas que les dio su patrimonio
opulento o adquirieron con injusticia, desprecian a los demás; y
otros que por los talentos y la ciencia se entumecen y llenan de
cierto aire desdeñoso.
Ahora bien, su espíritu democrático, expresión del intelectual que
ha abrazado la filosofía ilustrada, quedaba circunscrito a su sector social.
Para él, como para todos los integrantes de su clase, los esclavos y los
libres de color no formaban parte de la comunidad dominicana. El
criollismo, cabalmente expuesto en sus obras, vino a ser en la época la
expresión de la toma de conciencia de los intereses particulares de un
sector de la clase esclavista, tanto por oposición a la metrópoli como a la
mayoría del pueblo.
A pesar de sus conflictos con los potentados de la Audiencia y el
Cabildo Eclesiástico, las reivindicaciones de Sánchez Valverde coincidían
con las que formulaban los integrantes de la cúspide esclavista que
controlaba el Cabildo de la ciudad de Santo Domingo. El propósito central
que exponían los hacendados y el intelectual radicaba en que se tomaran
las medidas que permitieran la superación de la pobreza en la que seguía
sumida la porción española de la isla. El modelo de lo que debía ser un
orden adecuado lo proporcionaba la colonia francesa, la más rica del mundo
en aquel entonces. Allí, los propietarios disfrutaban de una opulencia
extravagante sobre la base de la explotación atroz a casi medio millón de
esclavos. Sánchez Valverde cumplió con el cometido de argumentar de
forma erudita el anhelo de la clase a la que él pertenecía.
Detrás del tono conciliador e hispanista, la exaltación de la
humanidad de los criollos, equiparada a la de los peninsulares en
la Idea del valor, estaba dirigida a reclamar con firmeza que la corona
autorizase las medidas que dieran lugar a que, en beneficio de ella y de
los grupos dirigentes locales, Santo Domingo se transformara en una
réplica de Saint Domingue. Las condiciones naturales de Santo Domingo
–argumentaba– eran superiores, y la disposición al trabajo de los criollos
dominicanos más activa que la de los franceses. Entonces ¿qué faltaba, a
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
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su juicio, para que la parte española siguiera la senda ya trillada por la
parte francesa? O ¿dónde estribaba el secreto de la prosperidad de Saint
Domingue? No vaciló en responder de forma tajante: la condición para la
prosperidad de cualquier posesión americana radica en la disponibilidad
de grandes cantidades de esclavos. Los franceses de Saint Domingue eran
ricos –afirmó–, porque contaban con el trabajo gratuito de numerosos
esclavos. En consecuencia, el rey español debía autorizar la libre
introducción de africanos cautivos a Santo Domingo como clave para su
prosperidad y para que sus habitantes y la corona pudieran aprovechar
adecuadamente las enormes riquezas que contenía su suelo. Por lo demás,
el reclamo se inscribía en las concepciones de los ministros del rey Carlos
III, quienes, al amparo de las ideas ilustradas, se habían propuesto estimular
medidas tendentes a la explotación más intensiva de las colonias americanas.
Es lo que explica que Idea del valor fuera bien recibida en Madrid y que
durante su última estadía en la capital del imperio el racionero cultivase
amistades en círculos burocráticos que procuraron protegerlo de las
acusaciones de la Audiencia.
Como complemento de la libre introducción de esclavos africanos,
Sánchez Valverde proponía erradicar la esclavitud patriarcal. Entre los
males que achacaba a la modalidad de esclavitud vigente en la isla,
señalaba los siguientes: impedía un aprovechamiento adecuado de la
potencialidad productiva del trabajador, fomentaba las actividades delictivas entre esclavos y libertos y permitía, a nombre de un, para él
equivocado, sentimiento de humanidad, la proliferación de las manumisiones de cautivos en grave perjuicio de la economía insular. Sus argumentos coincidían casi al pie de la letra con los expuestos por los
representantes de los hacendados nucleados en el Cabildo en ocasión del
proyecto de Código Negro, redactado por Agustín Emparán, mexicano
regente de la Audiencia. Sánchez Valverde trazó un panorama ominoso
que impedía el florecimiento de la colonia, ya que los esclavos eran 30
veces menos que los de Saint Domingue, y se hallaban en una situación
de indisciplina incompatible con cualquier sentido de formación de riquezas. En particular se pronunció contra la esclavitud a jornal, que permitía a los esclavos desempeñar actividades por su cuenta o servir de jornaleros a terceros, especialmente en actividades urbanas.
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PERSONAJES DOMINICANOS
Nuestros esclavos huelgan o trabajan para sí casi una tercia parte
del año, que ocupan los días que llamamos de dos y de tres cruces.
El abuso de tener esclavos a jornal, demasiadamente extendido en
nuestra América, inutiliza una gran parte de los pocos que tenemos,
porque ésta es una especie de Negros que viven sin disciplina ni
sujeción; que saca su jornal, la hembra, por lo regular, del mal uso
de su cuerpo, y los hombres generalmente del robo. Se ocultan y
protegen unos a otros y a los que se escapan de las haciendas. Los
pocos que trabajan, lo hacen sin método y, en ganando una semana
para satisfacer el jornal de dos, descansan la segunda. Fuera de
que lo más frecuente es trampear a sus amos la mitad de los jornales
asignados. Este abuso está pidiendo no una reforma sino una
extinción y entero desarraigo, prohibiendo absolutamente el que
haya estos jornaleros dentro de la capital y demás ciudades.
En pocas palabras, lo que Sánchez Valverde estaba proponiendo era
una revolución esclavista, que colocase a los esclavos bajo el imperio de
la disciplina estricta garantizada por el fuete. Sería el fundamento de una
colonia de plantación similar a la que habían construido los admirados
hacendados franceses de Saint Domingue. El prelado cifraba el porvenir
en la entrada de muchos miles de esclavos y su sometimiento a un régimen
implacable de explotación de sol a sol. Para estos infelices no cabían
consideraciones de la compasión cristiana y menos de la igualdad por la
que propugnaba. Los esclavos, a su parecer, no solo no cabían dentro de la
comunidad de dominicanos, sino que de hecho estaban excluidos del
estatuto humano. Con esta propuesta queda de manifiesto que Sánchez
Valverde, pese a su agudo sentimiento criollo, no alcanzó nociones de tipo
nacional: todavía no percibía a todos los habitantes del país como una
comunidad de iguales, el fundamento histórico de la nación.
La anti-utopía esclavista no pudo ponerse en práctica. Los obstáculos
eran enormes por efecto de una pobreza que parecía insuperable y de la
inercia burocrática en el interior de la isla y en la metrópoli. Prueba de ello
fue que el Código Negro nunca llegó a promulgarse. Se agregó, pocos
años después, el estallido de la rebelión de esclavos en Saint Domingue,
con consecuencias tan profundas que trastornaron la evolución ulterior
del país. El mayor detonante de estas consecuencias fue el Tratado de
Basilea de 1795, por medio del cual se traspasaba Santo Domingo a Francia.
ANTONIO SÁNCHEZ VALVERDE
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Fue el preludio de la emigración de esclavistas y de la intromisión de los
haitianos en los asuntos internos de Santo Domingo. De ahí que la
evolución histórica del siglo XIX no respondiera a las expectativas de Sánchez
Valverde, sino más bien a lo opuesto, ya que los dominicanos tendieron a
considerarse partícipes de una comunidad integrada y, consecuentemente,
lucharon por la autodeterminación contra las potencias que pretendieron
recomponer un dominio externo y el sometimiento de la gente a
condiciones brutales de vida.
En tal contexto, la obra de Sánchez Valverde quedó como una
referencia de la historia pasada que, eventualmente, podía corroborar las
concepciones de los sectores conservadores que durante décadas no
confiaron en la capacidad del pueblo dominicano para construir un
destino nacional. Hoy, cuando estas concepciones han sido superadas, la
lectura de Idea del valor ha cobrado otro significado, si se quiere contrario
al antes visto: constituye un referente para visualizar una de las etapas
del proceso de formación del pueblo dominicano.
BIBLIOGRAFÍA
Morillas, José María. Siete biografías dominicanas. Ciudad Trujillo, 1946.
Rossi, Máximo. Praxis, historia y filosofía en el siglo XVII. Santo Domingo,
1994.
Sánchez Valverde, Antonio. Ensayos. Santo Domingo, 1988.
Sánchez Valverde, Antonio. El Predicador. 1782, Santo Domingo,
1995.
Sánchez Valverde, Antonio. Sermones panegíricos y de misterios, 17831785, Santo Domingo, 1995.
Sánchez Valverde, Antonio. Examen de los sermones del padre Eliseo,
1787. Santo Domingo, 1995.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
CAUDILLO DE LA RECONQUISTA
EL INICIO DE LA POLÍTICA NACIONAL
Juan Sánchez Ramírez fue el primer personaje de significación política
en la historia dominicana de los albores del siglo XIX. Producto de la
situación creada por la cesión de la colonia española de Santo Domingo
a la Francia de 1795, le correspondió encarnar la reacción de los
dominicanos, que tuvo por principal consecuencia un empeoramiento
de las condiciones de vida de la población. La resistencia alcanzó su
mayor expresión durante los años finales del período denominado Era
de Francia, que se prolongó entre 1802 y 1808, cuando los dominicanos
se vieron sometidos a un régimen de desigualdad en beneficio de la
minoría francesa dirigente. Había razones de fondo en tal conflicto,
como el propósito de reconstruir una economía de plantación basada
en el trabajo intensivo de los esclavos, lo que conllevaba la subordinación
a posiciones de inferioridad de casi todos los dominicanos. También
había razones de tipo cultural, por cuanto la idiosincrasia de estos no
se avenía con los preceptos jurídicos y morales introducidos por los
franceses. En suma, para el universo mental de entonces, ser súbditos
del rey de España aparecía como una condición natural, que había sido
vulnerada por un acto desafortunado del favorito Manuel Godoy. A
partir de esta reacción tradicionalista, se iniciaría una progresiva toma
de conciencia nacional, en el sentido de creación de una comunidad
independiente.
Eran años duros, con episodios trágicos, como el ataque de Jean Jacques Dessalines, jefe de Estado haitiano, en mayo de 1805, que provocó
centenares de víctimas en Santiago, Moca y otras localidades del norte.
Quedó patente, asimismo, la triste condición a que se habían visto reducidos los emigrados a Cuba, Puerto Rico y Venezuela, donde recibieron
escasísimas atenciones y se vieron forzados a gastar los ahorros que habían
sacado del país. Muchos de ellos retornaban en la primera ocasión, no
obstante las azarosas condiciones en que seguía sumido el país, actitud
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PERSONAJES DOMINICANOS
que revela su conexión vital con el espacio dominicano, por cuanto el
regreso implicaba renunciar a la condición de vasallos del rey de España.
Finalmente se hizo sentido común que resultaba preferible afrontar cualquier riesgo en el suelo patrio a tener que sufrir adversidades inevitables
en las posesiones españolas cercanas.
Floreció así un espíritu nacional incipiente, producto de la acentuación de la identidad local. Ante los cambios que continuamente
sobrevenían, incluyendo las experiencias en los países vecinos, se afianzó
el criterio de que el colectivo dominicano tenía rasgos particulares. De
tal manera, se fue perfilando la idea de que había que ganar el derecho
para vivir en el país dentro de condiciones adecuadas, que en términos
generales se identificaban con los rasgos de la organización social vigentes antes de 1789. La pobreza de la colonia contribuyó a conformar un sentido de comunidad generado por el amplio mestizaje y la
cercanía en los sistemas de vida y hábitos culturales entre los diversos
sectores étnicos-sociales.
Muchos aspectos de este ordenamiento fueron alterados por el proyecto de los dominadores franceses, así como por el cataclismo que significó el conjunto de cambios acaecidos desde los últimos años del siglo
XVIII. Las guerras fronterizas, a partir de 1793, mermaron considerablemente la riqueza ganadera, que constituía el fundamento económico desde tiempos inmemoriales. Se agregó el efecto del proceso revolucionario
de Saint Domingue y la proclamación del Estado haitiano, en 1804, que
dio lugar a la brusca disminución del monto de los intercambios fronterizos, sobre los cuales se había sustentado la economía de Santo Domingo
desde los primeros años del siglo XVIII.
Ante estas circunstancias inéditas se precisaban respuestas activas.
Los conflictos sociales habían quedado reducidos a una mínima
expresión a lo largo de todo un siglo, a consecuencia de las relaciones
patriarcales, tipificadas por el trato que le concedían los dueños de
ganado a sus esclavos y otros dependientes. Pese a la pobreza reinante,
la comunidad se hallaba tranquila bajo la égida española. Hasta 1789,
por tanto, no había hecho irrupción ningún proyecto de independencia,
a diferencia del malestar que afloraba en otras colonias españolas y que
se manifestó en movimientos armados, como la revuelta de Tupac
Amaru en Perú y la de los comuneros en Nueva Granada.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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Las adversidades llevaron a los dominicanos a hacerse cargo
de su destino sin estar preparados para ello. De ahí que el incipiente
espíritu nacional adoptara una orientación contraria a la que se
manifestaba en la mayoría de las colonias españolas. Mientras en Buenos
Aires y Caracas los criollos reaccionaban ante la deposición del rey
Fernando VII con la demanda de más derechos, en 1808 en su
generalidad los dominicanos de sectores superiores buscaron ampararse
bajo la protección del monarca. Los cambios introducidos por Napoleón
Bonaparte en España dieron lugar a que en América se generalizara el
espíritu independentista de los dirigentes criollos, quienes tomaban nota
de lo acontecido en Estados Unidos pocas décadas atrás. Los dominicanos,
en cambio, tan pronto se enteraron del estallido de la resistencia al
dominio francés en la península, protagonizaron la Guerra de la
Reconquista, en demanda del retorno de España. Comenzaba a perfilarse
el carácter específico del proceso histórico dominicano, que tomaba
senderos divergentes tanto respecto a los países que optaron por separarse
de España, como de Cuba y Puerto Rico, las únicas posesiones que, a la
larga, se mantuvieron fieles a España gracias a la ausencia de un espíritu
nacional y al surgimiento en ellas de economías de plantación basadas
en grandes contingentes de esclavos africanos, base del entendimiento
de los criollos ricos con la metrópoli.
Las expresiones de reivindicación nacional entre los dominicanos
fueron múltiples en los primeros años del siglo XIX, pero la búsqueda
de espacios de autonomía se relacionó estrechamente con la protesta
de los libertos y esclavos, que aspiraban a la igualdad. Fue en ese
panorama que la lucha contra la dominación francesa cobró magnitud, al sintetizar las aspiraciones de la casi totalidad de dominicanos.
Solo se solidarizaron con el dominio francés porciones de los sectores
dirigentes que consideraron factible beneficiarse del sentido de progreso que comportaba una metrópoli mucho más avanzada que España. Esos fueron quienes recibieron el calificativo despectivo de “afrancesados” y quienes se ganaron el odio de la población, puesto que
resultaban solidarios de las condiciones impuestas por los dominadores,
manifiestamente lesivas para el resto de la población.
Aunque aparecieron varias iniciativas para derrocar la dominación
francesa, al final sobresalió la dirigida por Juan Sánchez Ramírez, hasta
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PERSONAJES DOMINICANOS
entonces un personaje carente de significación en los medios dirigentes
coloniales, concentrados en la ciudad de Santo Domingo. El protagonismo de este personaje pone de relieve un cambio de condiciones históricas, puesto que, sin que él lo captara en toda su magnitud, expresaba una acción de nuevo tipo. No hay que olvidar que, al rebelarse contra
el dominio francés, los dominicanos desconocían la voluntad del rey
español, expresada en el Tratado de Basilea. Aunque tal movilización
propendiera al retorno de España, significaba algo nuevo, ya que era
producto de la voluntad del pueblo. Por ello, Américo Lugo calificó la
Guerra de la Reconquista como el primer episodio de afirmación de la
soberanía dominicana.
Esta nueva época tuvo su primera condensación en el liderazgo de
Juan Sánchez Ramírez, quien terminó sobreponiéndose a otros dirigentes que obraron contra el dominio francés. Sin duda, los estremecimientos que habían sacudido el país prepararon el terreno para que
este anodino hatero de Cotuí pasara a desempeñar una función política
que no tenía precedentes. Aunque contó con el apoyo del gobernador
de Puerto Rico, Sánchez Ramírez logró ser investido con la autoridad
local por una asamblea de notables, hecho sin precedentes, ya que se
produjo al margen de la intervención metropolitana.
Desde que afianzó su control sobre el país, Sánchez Ramírez se
desligó de la relación que le había unido al gobernador de Puerto Rico
y se dispuso a ganar una autoridad personal incontestable. Desde tal
óptica, vino a ser el prototipo del caudillo criollo identificado con
posiciones conservadoras. No fue casual que Pedro Santana, el primer
presidente de la República Dominicana, se inspirara, mucho tiempo
después, en el ejemplo que había representado Sánchez Ramírez.
ORÍGENES HATEROS EN COTUÍ
Sánchez Ramírez nació en Cotuí en 1762, hijo de Miguel Sánchez, jefe
de la comandancia de armas de la villa. En las condiciones de la época, a
pesar de que su padre era uno de los individuos más prestigiosos de la
localidad, no tuvo posibilidades de obtener una educación formal. Este
era uno de los aspectos que diferenciaban al sector de los hateros respecto
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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a la reducida aristocracia colonial residente en la ciudad de Santo
Domingo. Aunque propietarios de predios extensos, los hateros vivían
en condiciones humildes, pues sus heredades casi nunca pasaban de
pocos centenares de cabezas de ganado vacuno. La vida cotidiana de este
sector social fue descrita por autores de la época, como el sacerdote
Antonio Sánchez Valverde, quien llamó la atención sobre la dureza de
las faenas de estos propietarios, en un contexto de primitivismo que los
acercaba a los esclavos que los auxiliaban.
Había gradaciones en la categoría de los hateros, desde algunos que
se acercaban a los sectores superiores hasta otros que provenían de los
libertos y mejoraban de condición gracias al sistema de propiedad comunal
de la tierra y a las oportunidades que brindaban las hipotecas de fondos
de la iglesia. La familia de Sánchez Ramírez se encontraba en la escala
superior de Cotuí, pero esta era una zona deprimida, cuya única
importancia se derivaba del tránsito de los viajeros entre Santo Domingo
y las villas del norte, en especial de La Vega y Santiago de los Caballeros.
La condición material de su familia no se caracterizaba por la abundancia,
si bien participaba de los signos de distinción propios de los hateros.
Desde el punto de vista del prestigio, operaba que, como muchos hateros,
Sánchez Ramírez era mulato y, sin importar su tez clara, esta condición
lo segregaba de manera irremediable de la cúspide social de la ciudad de
Santo Domingo.
De acuerdo con José Gabriel García, la formación del personaje se
moldeó en su vínculo con el cura de la parroquia, quien le transmitió
valores religiosos y rudimentos culturales. Tal vez esta relación contribuyó
a que Sánchez Ramírez ganara prestigio en el entorno de Cotuí. Contrajo
matrimonio con la vegana Josefa Pichardo Delmonte, “una de las
señoritas más visibles de la comarca, dama asaz estimable, no sólo por su
elevada posición social, sino también por sus reconocidas prendas y
esmerada educación”.
Relata también el historiador nacional que la influencia de Sánchez
Ramírez se acrecentó por haberse prestado a la captura de Miguel Robles,
“bandido famoso que sembraba consternación y el espanto por donde
quiera que aparecía con su gavilla”. A pesar de no ser un hombre de
armas, la reputación que ganó con este episodio lo ayudó a ocupar la
jefatura de una compañía de lanceros que marchó a la frontera a combatir
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PERSONAJES DOMINICANOS
contra los franceses cuando se declaró la guerra entre las potencias europeas
y la República Francesa, a consecuencia de la ejecución de los reyes
depuestos Luis XVI y María Antonieta.
RESISTENCIA A LOS FRANCESES
A la nombradía social y de autoridad se agregó su insatisfacción por la
cesión del país a Francia en1795, que lo llevó a predicar sin ambages
contra la medida. Pensaba como un integrante de su sector social, que
por instinto se apegaba al mantenimiento de la soberanía española.
García acota que Sánchez Ramírez tomó parte en las gestiones
tendentes a impedir la materialización del Tratado de Basilea a lo largo
de 1800. Cuando Toussaint Louverture invadió la colonia española, a
inicios de 1801, por primera vez asumió una actitud activa al intentar
oponerse a la entrada de las tropas del país vecino, pero tuvo que
desistir tras la derrota que Louverture le propinó al gobernador español
Joaquín García a orillas del río Nizao. Decidió por el momento
contemporizar con la autoridad de los generales nativos de Saint
Domingue, que tenía en el general Clervaux su principal representante
en el Cibao. Al igual que gran parte de los dirigentes provincianos, se
negó a abandonar el país, intuyendo que nada bueno le esperaba en
otro lugar.
Dentro de las nuevas condiciones, Sánchez Ramírez tuvo que variar
de sistema de vida. Pasó a ejercer como escribano público, indicativo de
que su nivel cultural, aunque limitado, lo situaba por encima de lo
común en su medio. Se incorporó a los cambios que se producían en la
economía a consecuencia del cierre de la frontera, e incursionó en los
cortes de caoba y otras maderas preciosas. Además de abrir cortes en las
tierras de su propiedad próximas a Cotuí, estableció otro en El Jovero
(hoy Miches), zona entonces casi deshabitada en la orilla meridional de
la bahía de Samaná. Gran parte de su tiempo lo pasaba en este lugar
donde, por la cercanía a la costa, la extracción de madera era más rentable.
Al poco tiempo estableció otro corte en Macao, en el extremo oriental
de la isla, en sociedad con Manuel Carvajal, quien luego se hizo su
lugarteniente en la campaña militar contra los franceses.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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En febrero de 1802, cuando llegó la expedición enviada por
Napoleón Bonaparte y bajo el comando de su cuñado Víctor E. Leclerc,
con el fin de derrocar al régimen de Toussaint Louverture, Sánchez
Ramírez se integró a la movilización de los criollos dominicanos contra
los generales de origen esclavo. En realidad no congeniaba con los
franceses, pero concluyó que su presencia resultaba menos lesiva que la
de los libertos. Aun así, se mantuvo distante del nuevo gobierno, en
muestra de hostilidad sorda, no obstante las propuestas que recibió para
ocupar cargos en la administración. García es categórico en cuanto a
que Sánchez Ramírez se negó a comprometerse de cualquier manera
con la administración francesa, a fin de quedar en libertad de obrar en el
futuro contra ella.
Su voluntad de permanecer en el país fue doblegada
transitoriamente en los últimos días de 1803, cuando se visualizaba la
inminente victoria de los insurgentes haitianos y se preveía una invasión
de Jean Jacques Dessalines para expulsar a los franceses. Al igual que
tantos otros dominicanos, pensando en salvar la vida, escapó a Puerto
Rico, el territorio más cercano a sus cortes de madera de El Jovero y
Macao. La información relativa a la estadía de Sánchez Ramírez en
Puerto Rico es brumosa, pero se puede colegir que trató de retornar a
Santo Domingo tan pronto se le presentó la oportunidad, debido a que,
como él mismo lo consigna en su Diario de operaciones, tuvo que
gastar sus magros ahorros a causa de que la administración española
de Puerto Rico no cumplió el compromiso de entregarle tierras a
cambio de las que había abandonado en el país natal. El aferramiento
a la patria no era solo sentimental, sino condicionado por el imperativo
de la supervivencia. A mediados de 1807 regresó al país y en adelante
se mantuvo al frente de los cortes de caoba, amparado en la seguridad
que le deparaban esas remotas comarcas.
GESTIONES CONSPIRATIVAS E INICIOS
DE LA GUERRA
Desde cierto momento, a medida que se acrecentaba el malestar contra el
dominio francés, Sánchez Ramírez abandonó la tranquilidad de sus
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PERSONAJES DOMINICANOS
negocios y pasó a involucrarse en actividades conspirativas. Recorrió varios
lugares del país para entrevistarse con figuras influyentes y llevarles el
mensaje de que había que prepararse para derrocar a los gobernantes
extranjeros. Entre las personas que contactó sobresalieron Andrés Muñoz
en Santiago y Ciriaco Ramírez en Azua. Todavía no había estallado el
conflicto en la península, lo que indica que actuó por motivación propia,
y que encarnaba el espíritu contrapuesto al dominio de Francia, como
parte de un amplio estado de opinión entre los dominicanos.
Informó de sus gestiones a las autoridades de Puerto Rico y obtuvo
cierta promesa de apoyo del gobernador Toribio Montes, pero, como era
bastante indefinida, logró que algunos emigrados dominicanos abogaran
por su causa. Al acrecentar la propaganda subversiva, llegaron ecos al
gobernador francés Louis Ferrand. Este gobernante trataba de obtener el
concurso de los criollos de alcurnia, por lo que optó por convocar a Sánchez
Ramírez a una comida, donde lo trató con toda cortesía a fin de disuadirlo
de sus actividades, seguramente pensando que no ofrecía peligro para la
estabilidad política. Ello no fue óbice para que Sánchez Ramírez mantuviera
su acción conspirativa, llegando a abordar a Agustín Franco de Medina y
otros notables cibaeños comprometidos con el régimen francés. Se desató
entonces una persecución abierta que lo llevó a ocultarse en zonas remotas
del este con el fin de preparar las hostilidades.
Cuando se conoció la sublevación del 2 de mayo de 1808 en Madrid,
iniciada por la resistencia nacional española frente al dominio de
Bonaparte, no pasó mucho tiempo para que se desencadenara la
insurrección de dominicanos. El primer foco de rebelión surgió en la
región sur, por efecto de las incitaciones del gobernador de Puerto Rico.
Este tomó la iniciativa de enviar agentes, entre los cuales descollaron
Salvador Félix y Cristóbal Huber, quienes lograron encender la rebelión.
Félix era un dominicano natural de la zona de Neiba, emigrado a Puerto
Rico, por lo que contaba con buenas relaciones en el extremo sur. Huber,
nacido en Madrid, nunca había pisado territorio dominicano. El hecho
de que la rebelión comenzara lejos de la zona de influencia de Sánchez
Ramírez indica que sus vínculos con las autoridades de la isla vecina
aún eran débiles. En las semanas siguientes al estallido de la insurrección
el gobernador Montes envió otros agentes, señal de que no le concedía
demasiada importancia a Sánchez Ramírez.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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Desde que los dos primeros agentes llegaron a Puerto Alejandro,
cerca de la desembocadura del Yaque del Sur, avisaron a los naturales de
sus planes. Félix marchó hacia el interior y reclutó una tropa que, no
obstante su improvisación, infligió una derrota a los franceses en Malpaso,
el 25 de septiembre de 1808. Félix fue acusado de realizar exacciones
contra la población, por lo que la jefatura recayó en manos de Huber. Este
entró en contacto con Ciriaco Ramírez, próspero agricultor de la zona de
Azua, también español metropolitano, a quien delegó la conducción de la
guerra. En pocos días ambos jefes insurgentes se hicieron del control sobre
casi todo el territorio al oeste de Azua. En el transcurso de las operaciones
guerrilleras se comunicaron con el gobierno de Alexandre Pétion,
presidente de la República de Haití, quien con discreción les proporcionó
armas y parque. Hay noticias de que en Port-au-Prince se imprimieron
hojas sueltas que anunciaban propósitos liberales que no coincidían con
las aspiraciones conservadoras de los hateros. Tal vez por esa razón, a la
larga estallaron divergencias entre Ramírez y Huber, de una parte, y
Sánchez Ramírez, quien de seguro ya albergaba posiciones conservadoras.
Es probable también que mediaran intereses personales, ya que el
gobernador de Puerto Rico trató de mantener un apoyo privilegiado a
Huber, por considerarlo un asociado de su posible propósito de obtener
méritos con la reconquista de Santo Domingo, que podrían hacerlo
acreedor del cargo de virrey del Perú.
Las operaciones en el sur llevaron un ritmo lento debido a que el
gobernador Ferrand envió una nutrida tropa al mando del coronel
Aussenac, su mejor comandante. De hecho, Ramírez y Huber se
detuvieron, primero a las puertas de Azua y luego en Sabana Buey, por
petición de los vecinos de esas comarcas, temerosos de las represalias
francesas.
Mientras tanto, aprovechando el foco de atención en el sur, Sánchez
Ramírez se declaró en abierto estado de rebelión al frente de una guerrilla
de decenas de hombres de Higüey. Intensificó los contactos con Puerto
Rico y logró una colecta de dinero entre los emigrados, así como que
algunos de ellos intercedieran ante el gobernador Montes para que le
prestara su concurso directo. Obtuvo la preparación de una primera
expedición de refuerzos desde Puerto Rico con el fin de auxiliar a Sánchez
Ramírez. La llegada de esas fuerzas, a finales de octubre de 1808, unos
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PERSONAJES DOMINICANOS
200 hombres, en su mayoría dominicanos emigrados, que traían 400
fusiles y otros armamentos, provocó un vuelco en la situación. Ferrrand
fue informado del arribo de esta expedición por franceses dueños de
cortes de madera en las costas orientales. El gobernador se dispuso a
marchar en persona hacia el este, por llegar a la conclusión de que se
había incubado ahí el foco más peligroso para su régimen.
Gracias al celo que había impreso a las actividades conspirativas y a
la energía con que dirigió su pequeña guerrilla durante varias semanas,
Sánchez Ramírez logró concitar el liderazgo sobre toda la nueva tropa
insurgente. Obró a su favor que anulase la influencia de Antonio
Rendón y Sarmiento, uno de los comisionados del gobernador Montes,
quien pretendía el ejercicio de la autoridad amparándose en las
instrucciones que le fueron entregadas. Este detalle indica que Sánchez
Ramírez decidió ocupar la jefatura suprema sin considerar las opiniones
del gobernador de Puerto Rico. Lograda su posición preponderante
en el terreno de los acontecimientos, en diversas misivas se colocó con
astucia por debajo del arbitrio de Montes. En verdad, esto no pasó de
una declaración formal, como lo muestra el desenvolvimiento de los
hechos: el caudillo dominicano mostró la convicción de que el mando le
correspondía de manera irrestricta, como delegado de la Corona española,
sin interferencia de nadie.
Esa voluntad de mando, no ajena a su posición social, le permitió a
Sánchez Ramírez ser reconocido por varios hateros connotados de la
región que se distinguían por su hostilidad contra el dominio francés.
Con uno de ellos, Vicente Mercedes, que también aspiraba al poder,
tuvo que lidiar de manera diplomática. Considerándose portador de
más influencia social y capaz de reclutar una mayor cantidad de hombres
en los alrededores de sus predios de El Seibo, Mercedes reclamó la jefatura,
pero parece que carecía de dotes suficientes para el mando. Con el fin de
evitar una disputa abierta, Sánchez Ramírez le propuso que quedase
aplazada la cuestión hasta que se comprobase quién exhibía mayores
condiciones. Se trató de una estratagema propia de los caudillos
decimonónicos. En ningún momento Sánchez Ramírez perdió el control
sobre sus hombres. Mercedes fue de los pocos jefes que perdieron la vida
en la batalla de Palo Hincado, contingencia que despejó las dificultades
para que se afirmase la superioridad de Sánchez Ramírez.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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PALO HINCADO
Tan pronto llegaron los refuerzos de la expedición de Puerto Rico
a la desembocadura del río Yuma, Sánchez Ramírez se apresuró a dirigirse
hacia El Seibo, principal localidad del este, consciente de que Ferrand se
aprestaba a aplastar la insurrección. En pocos días reforzó su contingente
con nuevos reclutas, casi todos pertenecientes a la población pobre.
Luego de efectuar algunos movimientos, el autoafirmado caudillo
escogió la sabana de Palo Hincado para esperar a Ferrand. Contaba con
más de 1,000 hombres de infantería y unos 200 de caballería. La mayoría
de ellos carecían de armas de fuego, por lo que se hizo evidente que el
combate tenía que producirse cuerpo a cuerpo. Los dominicanos de la
época, como buenos criadores de ganado, eran diestros en el uso de la
lanza y el machete, circunstancia que Sánchez Ramírez decidió aprovechar.
Captó que el uso de armas blancas era el único medio para enfrentar a la
tropa francesa, mucho mejor armada y dotada de una impecable disciplina
militar. El medio que concibió fue el de la emboscada: colocó reservas de
lanceros ocultos que pudiesen caer sobre los flancos o la retaguardia del
enemigo en los momentos precisos.
El caudillo se reservó la posición central de la sabana, teniendo por
auxiliares a hateros de la región, en primer lugar a Miguel Febles a su
lado. Confió el mando del ala izquierda a Manuel Carvajal y la derecha
a Pedro Vásquez, sexagenario recién llegado de Puerto Rico para participar
en la guerra, auxiliados por cuerpos de caballería al mando de Vicente
Mercedes y Antonio de Sosa. La caballería quedaba como reserva para
evitar que los franceses rompieran el frente en alguna posición débil.
Sánchez Ramírez estaba preocupado porque poco antes se había
producido un conato de pánico entre la tropa, a consecuencia de la aparición
de un jinete que se consideró un espía de los franceses. Para infundir
ánimo a sus hombres, se dirigió a ellos con una arenga que concluyó con
las siguientes palabras, propias de un consumado jefe militar:
Pena de la vida para el que volviere la cara atrás; pena de la vida
para el tambor que tocare retirada; y pena de la vida al oficial que
lo mandare, aunque sea yo mismo.
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PERSONAJES DOMINICANOS
Como estaba previsto, Ferrand se confió de que la tropa dominicana
estaba compuesta por individuos sin experiencia militar. Atacó
resueltamente para desbaratar el flanco izquierdo y fue emboscado, con
lo cual en pocos minutos decenas de franceses perdieron la vida y el
conjunto de la tropa se desorganizó. Las fuentes establecen que algo
más de 300 franceses murieron en la sabana, la mitad del destacamento,
mientras que apenas siete dominicanos perdieron la vida, a los que se
agregaron otros tres que quedaron mal heridos. Este resultado, tan
contrastante con el orgullo de las huestes napoleónicas, fue producto
de los errores de cálculo de Ferrand, que aceptó el terreno escogido
por el caudillo dominicano, quien contaba con una partida tres veces
más numerosa.
Lo que siguió fue una cacería implacable: los jinetes dominicanos se
dedicaron a exterminar a los fugitivos franceses. Durante días, muchos
de ellos deambularon por los bosques, donde eran localizados por los
macheteros, conocedores de caminos y trillos. En particular establecieron
una barrera humana en la zona de Monte Grande, que era necesario
atravesar para llegar al Ozama.
Ante este catastrófico resultado, temeroso de ser capturado, Ferrand
prefirió suicidarse a escasos kilómetros de Palo Hincado, en la cañada del
río Guaiquía. El hatero Pedro Santana, padre del primer presidente
dominicano y capitán de las milicias, encontró el cadáver de Ferrand, le
cercenó la cabeza y la hizo colgar de sus largos bigotes para exhibirla
como trofeo macabro en El Seibo. Esta atrocidad de uno de los jefes
auxiliares del contingente dominicano de Palo Hincado muestra el odio
que había concitado la dominación francesa.
JUNTA DE BONDILLO
A continuación, las huestes dominicanas se posicionaron en los
alrededores de Santo Domingo. El sucesor de Ferrand, general Du
Barquier, fue conminado por sus lugartenientes a resistir, en especial
por Aussenac, quien ya había retornado de Azua con Ciriaco Ramírez
pisándole los talones al frente de unos 1,500 hombres. Este último había
tenido que reconocer la jefatura de Sánchez Ramírez, obligado por la
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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victoria contundente de Palo Hincado. Mientras tanto, la zona cibaeña
se había sublevado por diligencias de Andrés Muñoz, quien envió
refuerzos a la tropa de Ciriaco Ramírez y Cristóbal Huber.
En ese contexto, Sánchez Ramírez estuvo en las mejores condiciones
para fortalecer relaciones con el gobernador de Puerto Rico y hacerse el
interlocutor obligado y reconocido como jefe delegado de la guerra de
Santo Domingo. Pocos días después de Palo Hincado, llegó desde Puerto
Rico un nuevo refuerzo, de alrededor 150 hombres, entre los cuales
había muchos militares. Afianzada su autoridad, Sánchez Ramírez logró
que Montes enviara una siguiente expedición de 350 hombres al mando
del coronel José Arata, oficial del Regimiento Fijo de Puerto Rico. En
cada ocasión en que se recibían pertrechos y hombres, Sánchez Ramírez
debía cargar los buques de vuelta con caoba y otras maderas preciosas a
fin de sufragar los gastos, ya que el gobernador de Puerto Rico alegaba
carecer de recursos por no estar recibiendo el situado desde cinco años
antes. Montes llegó a sugerir que se enviasen esclavos para sufragar el
costo del armamento. Sin duda el apoyo del gobernador de Puerto Rico
fue importante en la lucha contra los franceses, pero esas transacciones
ponen en evidencia que hasta el sostenimiento material de la empresa
corrió por cuenta de los dominicanos.
Sánchez Ramírez aprovechó la distancia con Puerto Rico para consolidar los planos de autonomía. Desde que se produjo la victoria de
Palo Hincado, resolvió enviar un delegado a Jamaica, consciente de
que sin ayuda inglesa le resultaría difícil lograr la capitulación de los
franceses atrincherados en la ciudad amurallada. Esta dificultad se había
puesto de manifiesto cuando los sitiados lograron contraatacar, apoderarse del fuerte de San Jerónimo y hacerse del control del espacio cercano a la ciudad. Entre otras desventajas, la tropa dominicana carecía
de armamento pesado, ya que lo enviado desde Puerto Rico se reducía a
unos cuantos cañones pequeños, algunos de los cuales habían sido colocados sobre balandros con el fin de estorbar las comunicaciones de
los sitiados con el exterior por vía marítima.
Mientras estrechaba el cerco, Sánchez Ramírez convocó una asamblea
de notables de las diversas poblaciones del país, que se reunió en Bondillo
el 12 de diciembre de 1808, a escasos kilómetros al noroeste de Santo
Domingo. Una parte considerable de los delegados estaba compuesta
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PERSONAJES DOMINICANOS
por sacerdotes. En la asamblea se resolvió reincorporar el país a España,
reconocer a Fernando VII como único monarca legítimo y designar a
Sánchez Ramírez como gobernador interino.
El resultado ratificó la supremacía sobre Ciriaco Ramírez, quien
hasta entonces se había limitado a reconocer cierta superioridad a Sánchez Ramírez, pese a que las tropas del sur eran tan numerosas como las
del este. En los documentos no queda del todo claro en qué consistieron
los conflictos, pero en lo adelante Sánchez Ramírez, en su Diario, pasó a
calificar la acción de su rival como desordenada y perjudicial para los
habitantes de la región. En los días siguientes terminó de definirse la
superioridad de Sánchez Ramírez quien, investido del cargo de gobernador, logró la detención y extrañamiento del país de sus rivales Ramírez y
Huber. Es seguro que la prueba de fuerza se resolvió inmediatamente
antes de la Junta de Bondillo, entre cuyos integrantes no figuraron
Ramírez y Huber. Tal vez tienen razón los cronistas franceses cuando
aseveran que Bondillo fue producto de un cuartelazo que desplazó a los
jefes sureños. El desenlace revela la preeminencia personal de Sánchez
Ramírez, desde el momento en que Huber había sido enviado por Montes, quien luego le brindó protección sacándolo de la cárcel al retornar
detenido a Puerto Rico.
Las resoluciones de Bondillo estipulaban que la Junta de
Representantes del Pueblo permanecería como un órgano consultivo
que avalaría las decisiones del gobernador, pero “siempre que lo tenga a
bien y será el presidente de ella, en la inteligencia de que esta sola queda
con voz consultiva y la decisiva sólo pertenecerá al gobernador”. Otra
resolución consignaba la organización administrativa y judicial conforme
a las leyes españolas, pero consagrando una situación particular mediante
la cual Sánchez Ramírez capitalizaba plenos poderes. Esto respondía a la
concepción de que había que restablecer el sistema autocrático sustentado
en los poderes unipersonales del gobernador. Se trataba de la primera
manifestación de una organización política local que, reveladoramente,
adoptaba contornos despóticos que serían típicos del ordenamiento estatal
independiente.
El único límite que encontraba la autoridad omnímoda de Sánchez
Ramírez consistía en su subordinación a la Corona, a través de la Junta Central que se había trasladado a Sevilla. Pero la Junta estaba
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
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concentrada en la guerra contra los franceses y se limitó a enviar como
comisionado regio a Francisco Javier Caro, integrante de la oligarquía colonial, quien en ese momento era uno de los delegados de las
juntas de Castilla.
En su posición de gobernador, Sánchez Ramírez decidió acudir a la
asesoría de individuos ilustrados de la vieja clase dirigente local. El primero
de ellos fue Andrés Muñoz Caballero, quien cultivó tal intimidad con el
gobernador que recibió el encargo de redactar el Diario de operaciones,
iniciado retrospectivamente el 2 de mayo de 1809. Poco después, Muñoz
fue destinado a representar al país ante la Junta Central de España, lo
que coincidió con la llegada de Francisco Javier Caro, quien pasó a
imprimirle orientaciones al sistema administrativo.
Antes de que esto aconteciese, llegaron tropas inglesas desde Jamaica,
dirigidas por el comodoro Cumby y el general Carmichael, auxiliadas
por una escuadra de navíos que tendió un cerco sobre la desembocadura
del Ozama, lo que empeoró la situación de los franceses. Los sitiados en
el interior de la ciudad atravesaron penurias inenarrables; llegaron a
tener que alimentarse hasta con pieles de ganado, suelas de zapatos y
ratones. Después de meses, la voluntad de resistencia de los oficiales
franceses quedó resquebrajada, a pesar de que tenían conciencia de que
a los sitiadores les resultaría muy difícil efectuar un asalto sobre las
murallas.
Tras negociaciones prolongadas, los franceses aceptaron capitular
ante los ingleses, mediante un convenio concluido el 6 de julio de 1809 y
ratificado al día siguiente. Se estipuló que no se consideraría a los oficiales
franceses prisioneros de guerra y que serían trasladados a Francia por
cuenta del gobierno de Inglaterra, aunque asumían el compromiso de
no combatir durante varios años. Cuando los sitiadores entraron a la
ciudad, las tropas inglesas marcharon delante de las domínicopuertorriqueñas.
En virtud de las atribuciones que recibió la Junta de Bondillo,
Sánchez Ramírez firmó un acuerdo con los jefes ingleses, mediante el cual
se otorgaba libre acceso a los buques mercantes de ese país en todos los
puertos dominicanos, y a sus productos el mismo tratamiento arancelario
que a los españoles; también se estipulaba la posibilidad de que comerciantes ingleses se estableciesen en el interior del país, comprometiéndose
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PERSONAJES DOMINICANOS
la administración local a brindarles protección. La concertación de este
acuerdo equivalía a una forma de libre comercio que otorgaba ventajas a Inglaterra incluso respecto a la metrópoli, habida cuenta de la
superioridad de su aparato productivo. Esta decisión de Sánchez
Ramírez abrió un proceso novedoso en las relaciones económicas del
país, por cuanto se establecían vínculos comerciales regulares y legales
con la principal potencia económica mundial. En lo inmediato, esto
no tuvo demasiadas consecuencias debido al abatimiento en que se
encontraba el país después de la sangría demográfica que habían producido las emigraciones, guerras y epidemias, así como por la reducción de la cabaña ganadera, principal riqueza con que había contado
durante mucho tiempo. En adición, los ingleses procuraron asegurarse el reembolso de los gastos en que habían incurrido durante el sitio
de la ciudad, por lo que se apoderaron de cargamentos de caoba confiscados a los comerciantes franceses, así como de cañones de bronce y
campanas de iglesias.
REORGANIZACIÓN DE LA COLONIA
Los esfuerzos que desplegó Sánchez Ramírez durante la campaña de la
Reconquista terminaron de arruinar su salud, aquejada de hidropesía.
Esto determinó que profundizara su dependencia de la asesoría de Muñoz
primero y de Caro, enemigo del anterior, después, pero mantuvo la
potestad de imprimir orientaciones a la gestión gubernamental acordes
con sus convicciones. En todo caso, el caudillo reforzó sus posturas
conservadoras, por lo cual aceptó las propuestas institucionales que
sugirieron ambos consejeros. De manera inversa, Sánchez Ramírez ajustó
cuentas con todos los que lo estorbaban: redujo a prisión, por ejemplo,
a Rendón y Sarmiento a causa del rencor que les guardaba por haber
aspirado a la jefatura y por temor a que revelaran informaciones
inconvenientes. Desde el inicio de su gestión, el caudillo adoptó aires
de autócrata. El oficial francés Lemonnier-Delafosse describió
sarcásticamente su atuendo cuando entró a Santo Domingo al frente de
sus hombres.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
75
Este general, paisano improvisado militar, estaba vestido de una
manera que provocó nuestra risa. Un sombrero guarnecido con
galones dorados, de un tamaño asombroso; una casaca abigarrada
con mechones y nudos de cintas de los siete colores, adornada
con bordados que le cubrían todo el cuerpo. Nunca un
Polichinela de feria estuvo más cómico. Pero lo que era más
original, más increíble, era un cuadro de molduras de oro, de seis
pulgadas cuadradas, bajo cuyo vidrio brillaba iluminada esta
leyenda: El retrato hermoso de rey Fernando VII […] a cada
movimiento del caballo, el aparato dorado golpeaba el pecho de
aquel jinete-general.
Aunque se estableció un régimen autocrático, se respetaron algunas
competencias de otros órganos, como los ayuntamientos, inicialmente
reorganizados como “cuerpos civiles” compuestos de tres individuos
prestigiosos de cada localidad. Se dispuso la confiscación de los bienes
de los franceses, quienes fueron obligados a salir del país, a excepción
de los que aceptaron nacionalizarse españoles. En lo inmediato esto
agravó las dificultades económicas, dado que los franceses eran el grupo
de mayor capacidad gerencial. En teoría, la administración de la justicia
quedaba bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Caracas, pero
ello no pasó de puro formulismo. El gobierno cifró esperanzas en que
se reanudase el envío del situado desde México, mas, contrario a obtener
la antigua asignación anual de 300,000 pesos, se recibió solo una
partida por 100,000 pesos. Se hizo necesario restringir los gastos, y
aun así las posiciones del aparato administrativo fueron copadas por
recién llegados de Puerto Rico y Cuba, lo que generó descontento
entre quienes no habían abandonado el país y habían combatido a los
franceses.
Hasta Sánchez Ramírez fue víctima de esas condiciones. Había tenido
que gastar casi todos sus bienes en las operaciones militares contra los
franceses, y luego en procura de satisfacer necesidades personales de
algunos de sus subordinados. Las providencias tomadas en España para
indemnizarlo quedaron en letra muerta, por lo que, cuando falleció,
dejó a la viuda y a los hijos en la pobreza.
76
PERSONAJES DOMINICANOS
La precariedad económica era tal que el gobierno tomó medidas
para reactivar la economía, aunque sin éxito alguno. Por una parte, se
exoneró a los productores del pago de diezmo y alcabalas y se redujo el
arancel. A pesar de la orientación conservadora preconizada por Caro,
un decreto del 29 de abril de 1810 condonó los pagos de intereses de las
hipotecas o censos de los bienes que habían pertenecido a los jesuitas.
De igual manera, se tomaron medidas para asegurar la devolución de
los bienes de particulares y de la Iglesia que habían sido confiscados por
el régimen francés. Quedaba claro que la administración se esmeraba en
proteger los intereses de los antiguos sectores dirigentes criollos, en cuyo
retorno cifraba las esperanzas de la reorganización. En resumen, la
orientación adoptada por Sánchez Ramírez, de acuerdo con García, no
tuvo “otro resultado sino el de encarrilar las cosas por el estrecho cauce
de la vieja rutina, y dejar arraigada la semilla del descontento en las
masas populares”.
El aspecto principal de este deterioro radicó en el “favoritismo” hacia
emigrados recién retornados o de individuos de prestancia social que se
habían comprometido con la administración francesa. Los protagonistas
de la Reconquista se sintieron excluidos y abrigaron la convicción de
que habían sido víctimas de ingratitud por parte del gobierno español,
el cual no les reconoció los grados que les había concedido Sánchez
Ramírez en el transcurso de la guerra. Todavía en vida de Sánchez
Ramírez comenzó a aflorar descontento entre algunos de sus compañeros
cercanos, como Manuel Carvajal, su segundo. Rápidamente se gestó un
clima de inconformidad que caló en una parte de la población aquejada
de dificultades para la supervivencia. José Gabriel García traza un
panorama de las condiciones de la época, que explica el súbito
descontento.
Eran tan pocas las necesidades exigidas por la vida social a causa
de la miseria reinante, que no había pobres propiamente dichos,
teniendo todas las clases relativamente las mismas necesidades.
No se conocía la ostentación en el vestir, ni la moda variaba […],
en medio de la sencillez de sus costumbres, los más infelices de los
dominicanos vegetaban, más bien que vivían […], situación que
no llenaba de ninguna manera las aspiraciones de la gente
pensadora, ni ofrecía la perspectiva de un risueño porvenir.
JUAN SÁNCHEZ RAMÍREZ
77
Este clima no tardó en dar lugar a conspiraciones, que se fijaron
como meta derrocar el dominio español. La primera de ellas fue dirigida
por Manuel Delmonte, quien no fue ejecutado por ser familiar de
Francisco Javier Caro, personaje todopoderoso que logró que el inculpado
fuera absuelto en España pese a que había abrigado indudables propósitos
independentistas de los que se inspiró durante su estadía de emigrado
en Venezuela. Una segunda conspiración fue la de Fermín García, cubano
residente desde tiempo antes en el país, quien permaneció prisionero en
la Torre del Homenaje durante siete años. En esa conspiración hubo
ramificaciones importantes de sectores diversos de la población. Más
importante aún fue la Revolución de los italianos, así llamada por la
participación de algunos italianos que habían desertado del ejército
francés, entre ellos el capitán Pezzi. Tomaron parte de ella un haitiano
mulato, un venezolano y un puertorriqueño, además de otros oficiales
de la guarnición. El objetivo de los conjurados era establecer un régimen
independiente, pero antes de la fecha prevista para la rebelión –el 8 de
septiembre de 1810– fueron denunciados y apresados. Se trataba de
hechos sin precedentes que no solo revelaban el descrédito del régimen
español, sino el asomo de un embrionario nivel de conciencia nacional
entre sectores urbanos.
Sánchez Ramírez se mantuvo incólume ante las conspiraciones y
el clamor contra la metrópoli. Más bien, procuró que se aplicasen
sentencias capitales contra los principales conspiradores “italianos”.
Los tres civiles cabecillas de la conspiración fueron paseados sobre
burros y sus cadáveres quedaron en exhibición todo el día; por último, sus cabezas “fueron colocadas dentro de jaulas de hiero en los
lugares más concurridos con la mira de que sirviera de objeto a la
curiosidad”.
Con estas ejecuciones, Sánchez Ramírez dio muestras de su estilo
autocrático y de su empeño en consolidar la dominación española. Es
posible, sin embargo, que tanta crueldad terminara haciendo mella sobre
su estado de salud, que no había cesado de deteriorarse Una semana
antes de expirar, el 5 de febrero de 1811, tuvo fuerzas para dirigir una
proclama a la población, a manera de legado de su voluntad: encarecía
al pueblo dominicano a mantener la fidelidad a España como clave de
su felicidad futura.
78
PERSONAJES DOMINICANOS
BIBLIOGRAFÍA
Cordero Michel, José. “La reconquista de la Parte Española de la isla de
Santo Domingo, 1808-1809 (Mimeografiado).
Delafosse, J. B. Lemonier. Segunda campaña de Santo Domingo.
Santiago, 1946.
Del Monte y Tejada, Antonio. Historia de Santo Domingo. 3 vols.
Ciudad Trujillo, 1951.
García, José Gabriel. Compendio de la historia de Santo Domingo.
4 vols. Santo Domingo, 1968.
García, José Gabriel. Rasgos biográficos de dominicanos célebres. Santo
Domingo, 1971.
Guillermin, Gilbert. Diario histórico. Ciudad Trujillo, 1938.
Sánchez Ramírez, Juan. Diario de la Reconquista. Ciudad Trujillo, 1955.
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
PRECURSOR DE LA INDEPENDENCIA
ESPÍRITU MODERNO
José Núñez de Cáceres representa la aparición del espíritu moderno en
la historia dominicana. Probablemente fue el primero que emprendió
un proyecto literario animado por las filosofías de la Ilustración que
estaban en boga en las últimas décadas del siglo XVIII. Se conformó
como un intelectual moderno, cuyo propósito estribaba en poner las
ideas al servicio de un proyecto social y político. En un medio tan pobre
como el Santo Domingo de finales del siglo XVIII, comenzó a brillar
desde joven a causa de su capacidad excepcional.
Logrado ese nivel de formación, y tras ser reconocido como una
figura en la cultura y el derecho, le cupo ser el primero que concibió la
formulación de un proyecto moderno, acorde con los balbuceos de la
formación de la nación dominicana. Abrazó la doctrina liberal que ya
servía de marco normativo de los Estados modernos en el occidente de
Europa. Núñez de Cáceres se hizo partidario de un sistema político que
garantizara los derechos del individuo y que permitiese a la sociedad
canalizar sus aspiraciones a través del Estado. Cierto que él no tenía una
noción acabada de pueblo, por cuanto consideraba que el conglomerado
social que debía relacionarse con el Estado quedaba restringido a los
sectores superiores dotados de cierto nivel cultural y en ejercicio de una
forma de propiedad que los hacía aptos para la condición de ciudadanos.
Aunque no se desembarazaba de la cosmovisión de la clase alta a la cual
pertenecía, incursionó en la política animado de un espíritu liberal
genuino.
Su empeño por contribuir a la modernización del aparato estatal y a
que el país se encaminara por la senda de lo que se denominaba el
progreso, lo llevó a seguir el ejemplo de los insurgentes de América del
Sur, encabezados por Simón Bolívar, quienes liquidaron los lazos de
subordinación a España. No obstante ocupar una elevada posición en la
administración colonial, le cupo conformar el colectivo que creó el primer
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82
PERSONAJES DOMINICANOS
Estado independiente en 1821. Se ha propagado la especie de que actuó
movido por el resentimiento, cuando en verdad se había formado
conceptos claros sobre la necesidad de un ordenamiento autónomo.
Si bien precursor, no era un solitario, ya que la independencia respecto
a España expresaba las aspiraciones de los criollos ilustrados que ansiaban
el establecimiento de un sistema político moderno. En tal tesitura,
entendían preciso dotarse de la autonomía nacional con el fin de superar
los lastres del atraso que achacaban a España, y tomar el rumbo que
transitaban las potencias europeas y Estados Unidos. Ese sector ilustrado
era en extremo débil en Santo Domingo, por cuanto a inicios del siglo
XIX los medios dirigentes en general seguían fieles a la metropoli. De
ahí que Núñez de Cáceres más bien anunciara el espíritu de la modernidad,
lo que explica que su propósito no obtuviese éxito. De todas maneras,
en un sentido estricto, la proclamación del Estado de Haití Español, por
él encabezada, inició la vida independiente: pese a que la existencia de
ese ordenamiento político fue breve, el país no volvió a ser colonia de
una potencia metropolitana, con excepción de los paréntesis representados
por la anexión a España en 1861 y la ocupación militar de Estados
Unidos en 1916.
LA VOCACIÓN POR LAS LETRAS
Núñez de Cáceres nació en la ciudad de Santo Domingo en 1772, hijo
de un hacendado de mediana fortuna, quien debía participar
cotidianamente en las faenas del campo. Teniendo escasa edad, su madre
falleció, por lo que fue entregado a los cuidados de una tía. Mujer piadosa,
le transmitió los valores morales del catolicismo y el interés por la cultura.
Por lo menos la tía aseguró que asistiera a una de las pocas escuelas que
operaban con subsidio del Ayuntamiento. Desde temprana edad
desarrolló el ansia por el saber, no obstante la pobreza en que estaba
sumida la colonia de Santo Domingo.
Esta afición por la cultura no fue del agrado de su padre, quien
aspiraba que el hijo lo acompañara en las labores manuales del campo, y
si bien tenía los medios para apoyarlo en los estudios, se mostraba hostil
ante la aspiración de su hijo, lo que lo obligó a llevar una vida pobre y a
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
83
tener que agenciarse los recursos para la supervivencia, viéndose en el
extremo de vender palomas por las calles.
Producto de esta situación, en un momento dado Núñez de Cáceres
tuvo que aceptar las presiones del padre y abandonar su formación a fin
de integrarse a la rutina de las labores agrícolas Esa experiencia le inspiró
aversión hacia todo lo que fuese vida fuera del medio urbano y ratificó
su vocación por el estudio. Narra José Gabriel García que, mientras
permanecía junto a su padre, aprovechaba cada momento que se le
presentaba para dedicarse a la lectura y análisis de tratados científicos.
En el sordo debate entre uno y otro terminó venciendo el carácter
de quien se había propuesto como objetivo de vida hacerse un hombre
de letras. Finalmente el joven retornó al hogar de su tía, quien siguió
fungiendo de madre adoptiva. Ella hizo gestiones para que fuese admitido
en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, de la orden de los
dominicos, donde cursó estudios de derecho. En el plantel sobresalió
como un alumno excepcional, al grado de que los profesores le pasaban
los casos de más difícil solución. En especial dio muestras de una
elocuencia que llamó la atención y lo puso por encima de una parte de
sus profesores. José Gabriel García caracterizó sus dotes: “Elocuente sin
afectación, rápido en sus concepciones, preciso en la elección de los
términos, fuerte para la argumentación e impetuoso en el ataque, sus
discursos reunían a la pompa que encantaba, la lógica que persuade y el
brillo que fascina”. Esta capacidad en la oratoria no fue ajena al interés
por la literatura, aunque no se sabe que en esos años redactara
composiciones poéticas.
Su rendimiento fue tan fecundo que poco tiempo después de
graduarse de licenciado en derecho fue incorporado al cuerpo docente
de la Universidad, siendo posiblemente el profesor de menor edad en
aquel momento. Sus actividades se centraron en el ejercicio de la abogacía,
campo en el cual también comenzó a brillar. Dio muestras de una
honradez escrupulosa y una vocación de servicio que lo llevaban a no
aceptar honorarios de sus defendidos de condición pobre. Su capacidad
fue reconocida por la Real Audiencia, que le propuso la posición de
relator. Pero en ese momento se produjo el Tratado de Basilea que cedía
el país a Francia, y el órgano de gobierno paralizó sus iniciativas a fin de
preparar su traslado a Cuba, que se produjo en 1799.
84
PERSONAJES DOMINICANOS
Junto a otros abogados dominicanos, Núñez de Cáceres marchó
hacia Puerto Príncipe (actual Camagüey), ciudad donde
transitoriamente se reorganizó la Real Audiencia. Cuando se convocó
a concurso para el cargo de relator, lo obtuvo sin dificultad, en
reconocimiento de su formación jurídica. Además de un desempeño
eficiente en el ejercicio del cargo y en la profesión de abogado, Núñez
de Cáceres fue reconocido por un acusado espíritu de probidad,
haciéndose acreedor de la estima de los vecinos de la ciudad. Al parecer
se labró cierto caudal por su labor profesional. Más que nada, aprovechó
los años en Cuba para profundizar su formación cultural, y llegó a ser
uno de los hombres más prestigiosos del medio que lo acogía.
RETORNO A LA PATRIA
Núñez de Cáceres tenía asegurada una carrera como funcionario español
en Cuba, pero decidió prescindir de ese futuro halagüeño tan pronto
se enteró de que se había producido la reincorporación de Santo
Domingo a España en 1808. Al igual que tantos otros emigrados,
retornó a su ciudad natal, señal de que no solamente se consideraba
un criollo americano, sino con más precisión un dominicano. Llegó
rodeado de la aureola de letrado competente, con experiencia de casi
10 años en la administración en Cuba. Fue favorecido, asimismo, por
el comisionado regio, Francisco Javier Caro, encargado de la
reorganización institucional del país, a quien lo unía una antigua
amistad. Gracias a las relaciones personales y a su capacidad, obtuvo el
cargo de auditor de Guerra, segunda posición en importancia dentro
de la administración colonial.
Desde muy pronto en su nuevo desempeño, se tornó una pieza
imprescindible del tren administrativo. Sin lugar a duda era el funcionario
más competente y, en gran medida, muchas de las orientaciones que
aplicó la administración española en aquellos difíciles momentos fueron
producto de iniciativas suyas. Esto se explica porque logró establecer
relaciones cordiales con Juan Sánchez Ramírez, designado gobernador
tras dirigir la guerra de la Reconquista en 1808-09. El entorno era
francamente conservador, mas Núñez de Cáceres, en la medida de lo
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
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posible, trató de imprimir orientaciones liberales a sus ejecutorias. Si
bien nunca perdió la confianza de Sánchez Ramírez, ganó la
animadversión de Caro, quien se había erigido en el representante de
la mermada élite social de la colonia. Intuyendo los propósitos de Núñez
de Cáceres, Caro trató de arruinar su carrera, pero no lo logró debido a
que su antiguo protegido era una pieza de imposicible sustitución en el
aparato administrativo.
Después del fallecimiento de Sánchez Ramírez en 1811, se
sucedieron varios gobernadores, pero Núñez de Cáceres se mantuvo
como principal factor de continuidad. No quiere decir que se hiciese lo
que él hubiese aspirado, pero trató discretamente de limitar los excesos
del entorno autocrático y de proteger los intereses del país frente al
exclusivismo metropolitano. Por ejemplo, logró un cambio del arancel
aduanero impuesto desde la Península que perjudicaba a los productores
y al público consumidor. Tuvo el tino de encontrar soluciones a algunas
de las dificultades en las que se debatía el país, como la casi inexistencia de
moneda debido a la no recepción del situado que antes se enviaba
desde México y a los débiles montos de las exportaciones, reducidas
a partidas esporádicas de tabaco y caoba. Contrariando la postura de
Núñez de Cáceres, se decidió la emisión de papel moneda, solución que
se reveló inadecuada, por lo que se siguió su consejo de emitir una
moneda metálica de cobre. A diferencia del papel moneda, la de cobre
no sufrió repudio del público y contribuyó a dinamizar los intercambios
internos y a aligerar la depresión económica.
En esos años fue emergiendo un estado de opinión desfavorable
respecto a España, debido al absolutismo y la falta de atención
metropolitana por la suerte de la colonia. Los medios criollos se sentían
postergados frente al favoritismo de que gozaban los funcionarios llegados
de la metrópoli y las posesiones de la cuenca del Caribe. También causaba
resentimiento en los antiguos combatientes de la Reconquista el privilegio
que se otorgaba a las familias de alcurnia, que habían sido solidarias con
la dominación francesa. Núñez de Cáceres fue influenciado por esta
corriente de opinión y, desde su posición burocrática, pasó a operar como
un representante de los intereses locales, partidario de orientaciones liberales.
José Gabriel García recoge la versión de que, al poco tiempo de retornar,
el estado calamitoso de la colonia lo llevó a considerar la pertinencia de la
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PERSONAJES DOMINICANOS
ruptura con España, al grado de haberse atrevido a sugerirle al caudillo de
la Reconquista que se sumase a esa postura. Nada prueba, en realidad,
que Núñez de Cáceres, un funcionario precavido, diese un paso tan
arriesgado, pero parece seguro que su espíritu liberal lo fue llevando a una
distancia progresiva respecto a la metrópoli.
Como auditor de Guerra, le correspondía velar por la seguridad
del Estado, por lo cual dio seguimiento a los procesos incoados contra
diversos conspiradores, entre los cuales sobresalieron los de la Revolución
de los italianos. Refiere la tradición que intercedió ante el gobernador
Sánchez Ramírez para que las penas fuesen moderadas, pero sus
consejos fueron desoídos. Lo cierto es que en el momento en que le
tocó preparar los expedientes, abogó por castigos severos, que en el
caso de los cuatro cabecillas apresados fueron la pena capital. Es seguro
que Núñez de Cáceres no compartía una decisión tan terrible, pero se
vio obligado a aceptarla como parte de sus obligaciones. La tradición
también refiere que tuvo frecuentes desacuerdos sobre otras materias
con el gobernador, aunque no llegaron a empañar la cordialidad de
sus relaciones.
Como parte de la asunción de los intereses criollos, Núñez de
Cáceres entabló vínculos con algunos de los prohombres de la guerra
antifrancesa y con figuras de nivel intelectual. Su principalía en el
orden intelectual se trasladó al aspecto político. En su hogar, durante
las noches, se celebraba regularmente una tertulia, en la que se fue
deslizando la necesidad de independencia. Núñez de Cáceres era un
portador de esta posición, aunque al parecer la expresaba de manera
cuidadosa.
El protagonismo cultural que ejerció tuvo su primera manifestación
en la reapertura de la universidad en 1815. Al ser dicha disposición
producto de su iniciativa, el claustro lo eligió rector. Aunque no volvió
a tener el nivel existente hasta 1795, la entidad desempeñó un papel
cultural importante en la gestación de un espíritu libertario. De su
seno salieron propuestas tendentes a la instauración de un régimen
liberal. La incipiente intelectualidad moderna comenzó a expresarse
desde la cátedra, movimiento en el cual, además de Núñez de Cáceres,
tomaron parte figuras como Andrés López de Medrano y Bernardo
Correa y Cidrón.
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
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EL ESPÍRITU NACIONAL EN LAS FÁBULAS Y POESÍAS
A pesar de sus ocupaciones, Núñez de Cáceres tuvo tiempo para
incursionar en la literatura. En sus composiciones expresó las inquietudes
nacionales, aunque sin sugerir abiertamente la necesidad de la
independencia. El más importante de sus poemas fue el canto “A los
vencedores de Palo Hincado”, publicado en 1820, que enaltece la hazaña
de los dominicanos y pondera de manera positiva el retorno de la soberanía
española. El texto parece expresar conformidad con el estado de cosas,
pero, en realidad, como reza una de sus estrofas, destaca la ignominia
que significaba el dominio francés.
¡Gloria eterna a los bravos
hijos de Yuna, de Casuy, Almirante,
que al natal suelo con valor rescatan!
Yaceríamos esclavos
si ellos con el acero rutilante
las viles ataduras no desatan.
Asoma el rencor frente al gobierno metropolitano por haber dispuesto
la cesión a Francia, así como la declaración de que su final se debió al
esfuerzo solitario de los dominicanos. Solicita que se reconozca el mérito
de los guerreros de Palo Hincado, fórmula con la que estaba expresando
una contraposición con la metrópoli. Como lo puso correctamente de
relieve Federico García Godoy, el españolismo no pasa de ser un pretexto
para afirmar el espíritu criollo. Así se puede apreciar en las estrofas
siguientes:
Rogaréla se quite
la corona nacional de su cabeza,
y entretejida de olorosas flores
venga, y la deposite
por premio del valor y fortaleza
en la de estos heroicos vencedores,
88
PERSONAJES DOMINICANOS
que de extranjero yugo redimieron
la patria, y dulce libertad le dieron.
Si palaciega mano,
o de grado, o por fuerza en Basilea
firmó la esclavitud de la Española,
hoy el empeño vano
se deshizo, ganada la pelea
de estos guerreros por la virtud sola;
que el áulico servil todo estipula,
y el patriotismo nunca capitula.
En 1820, año en que publicó su poema, se inició un proceso
cultural y político sin precedentes en el país, a consecuencia de la
revolución liberal en España que obligó a Fernando VII a restaurar la
vigencia de la Constitución de 1812. Uno de los efectos del cambio
fue la libertad de imprenta y de libre expresión del pensamiento, lo
que posibilitó mostrar las inquietudes de la colectividad. Núñez de
Cáceres tomó parte en la elaboración literaria, sobresaliendo en la
confección de relatos, firmados con el seudónimo de “El fabulista
principiante”, mediante las cuales enunciaba máximas morales no ajenas
a sus inquietudes políticas. En sus alegorías no podía abogar por la
independencia, pero sugería críticas a aspectos del orden establecido y
proponía remedios de manera velada. Una idea de tales inquietudes se
puede observar en “La araña y el águila”.
De este trío acabóse su privanza,
cayó por tierra su soberbio imperio.
¡Que dulce es la esperanza
de salir de su yugo y cautiverio!
Su júbilo y placer así explicaba
una araña después de haber concluido
de sus débiles hilos un tejido
en que prender al águila intentaba.
Su colérico enojo le nacía
de ver cuán alto vuelo
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
89
la reina de las aves emprendía
de su morada a la región del cielo,
que todo vil insecto
de lo bueno y grande es desafecto.
Viene el águila, observa su embarazo,
muestra una garra y desbarata el lazo.
Si el valimiento y la opinión estriban
en mérito y virtud sobresalientes,
de la envidia los tiros impotentes
su solidez afianzan, no derriban.
Probablemente las primeras fábulas fueron impresas en hojas sueltas
y, más adelante, insertas en el periódico El Duende, fundado por el
mismo Núñez de Cáceres el 15 de abril de 1821. Para tal fin adquirió
una pequeña imprenta, en la cual, además de su periódico, se publicaron
volantes y folletos. Dentro de este florecimiento cultural, El Duende
fue antecedido en 10 días por otro periódico, El Telégrafo Constitucional
de Santo Domingo, vocero de la Diputación Provincial, fundado por el
doctor Antonio María Pineda, un letrado originario de las Islas Canarias.
Núñez de Cáceres y Pineda eran amigos personales y compartían
aspiraciones políticas, no obstante lo cual ambos periódicos desarrollaron
polémicas cuyo sentido no siempre es discernible.
Aunque El Duende tenía únicamente dos pliegos, su director y
propietario, además de insertar fábulas, desarrolló algunas de sus concepciones políticas. Entre otras cosas, defendió las libertades vigentes y
en particular el derecho de imprenta. Como hombre del orden, sin embargo, previno contra los excesos, por lo que estimaba que había dos
enemigos a considerar: la oligarquía, con lo que aludía al orden colonial
injusto, pero también su contrario, la anarquía. Exteriorizó esta consideración en uno de los artículos de su serie “Política”, con el fin de
defender la preservación de las asambleas de representantes del pueblo.
Dos grandes enemigos están de continuo a sus puertas: la oligarchia,
por la cual el pequeño número domina al mayor, y la anarchia, en
que cada individuo celoso de su independencia, se opone al voto
general. Rodeados de estos riesgos, ¿cuáles son sus medios de
90
PERSONAJES DOMINICANOS
defensa? No tiene otros que su régimen interior, y quién no podrá
salvarlos, sino en tanto que imponga constantemente al cuerpo
entero la necesidad de la moderación, de la reflexión y de la
perseverancia.
También mereció su atención la situación de la hacienda pública, por
lo que dio seguimiento a informaciones estadísticas y a decisiones que
tomaba la Diputación Provincial sobre la materia. Abogó por la reducción
de impuestos como medio para fomentar la producción, así como por el
mantenimiento de una disciplina en el gasto, para lo cual hizo uso de
consideraciones del economista francés Jean Baptiste Say. Es llamativo el
interés que le merecía la evolución de la situación política en la península
y en otros países europeos. Vale destacar como ejemplo la denuncia de los
planes para aplastar el ordenamiento constitucional en España por parte
de las potencias que habían firmado la Santa Alianza:
El autócrata Alejandro insistió en que su ejército pase por Francia
[…], llevando adelante su sistema de destruir la libertad y mandar
con arreglo a la Santa Alianza. Esta irrupción de los modernos
vándalos, si llega a verificarse, va por último resultado a dar la
libertad a los pueblos, cuyos tronos se elevarán majestuosamente
sobre las ruinas del despotismo.
PREPARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA
Las libertades garantizadas por la Constitución de 1812 facilitaron que
Núñez de Cáceres avanzara en sus propósitos independentistas. Se
sumaban dos circunstancias que los favorecían, puesto que daban lugar
a una creciente pérdida de credibilidad en España. La primera era la
incapacidad de la administración para superar la crisis económica que
arrastraba el país desde el restablecimiento de la soberanía española.
Este estado de cosas renovó la agitación debido al avance de las tropas
independentistas de América del Sur, capitaneadas por Simón Bolívar.
Desde años antes, las costas del país eran frecuentadas por corsarios
sudamericanos que se dedicaban a propagar ideas libertarias entre los
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
91
dominicanos. Se presentaron otros medios para que las personas de nivel
cultural conociesen las motivaciones que animaban a los criollos de
América del Sur a rebelarse contra la metrópoli. Fue, por ejemplo, lo
sucedido en 1817, cuando pasó por el puerto de Santo Domingo un
convoy de barcos que llevaba prisioneros políticos a España. Algunos
pasajeros lograron entregar ejemplares de una obra que trataba acerca
de la condición de las colonias españolas y las causas de la lucha
emancipadora.
Hay indicios de que desde mediados de 1821, precisamente mientras
editaba El Duende, Núñez de Cáceres comenzó a preparar el golpe de
Estado para derrocar el dominio español. A tal efecto, amplió el círculo
de contactos, aprovechando la impunidad que le deparaba su condición
de funcionario de la administración colonial. Pero conspiraba con sumo
cuidado, ya que el gobernador estaba alerta tras una delación que sufrió
uno de los asociados de Núñez de Cáceres, Antonio Martínez Valdés,
miembro de la Diputación Provincial. El asunto no tuvo mayor
trascendencia porque el afectado negó la veracidad de la denuncia y
procedió a someter a persecución judicial al delator.
En noviembre de 1821 entró en escena un nuevo factor en la crisis
que aquejaba al régimen español. Desde el día 8 de ese mes estallaron
movimientos insurreccionales en localidades próximas a la frontera,
especialmente Dajabón y Monte Cristi. Es revelador que el cabecilla de
una de estas rebeliones fuese Diego Polanco, uno de los adalides de la
guerra de la Reconquista y firmante del acta de la Junta de Bondillo.
Las insurrecciones tenían como propósito integrar Santo Domingo
a la República de Haití, objetivo que se tornó viable debido al derrumbe
de la monarquía de Christophe a fines de 1820. Jean Pierre Boyer,
quien en 1818 había sustituido a Pétion en la presidencia de la república
sureña, se apresuró a unificar a Haití y, casi de inmediato, concibió el
propósito de poner en ejecución la cláusula constitucional que estipulaba
que el territorio haitiano tenía por límite la isla. Para tal efecto, Boyer
destinó varios agentes hacia las zonas fronterizas, como Desir Dalmasí,
mayor del ejército haitiano, quien pretextaba realizar transacciones
comerciales de ganado para propagar el objetivo de la unión con Haití.
El gobernador Sebastián Kindelán protestó y al parecer quedó convencido
de las seguridades que le ofreció Boyer. En cualquier caso, lo que estaba
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PERSONAJES DOMINICANOS
en juego era la impotencia de la autoridad colonial española de Santo
Domingo frente al avance de los propósitos asimilacionistas de la clase
dirigente mulata de la República de Haití, por cuanto carecía de tropas
suficientes para escenificar una confrontación armada con el país vecino
y estaba fuera de toda posibilidad recibir apoyo de la península o de las
colonias cercanas a causa de la guerra de independencia que se libraba
en América del Sur.
A medida que fortaleció su poder interno, Boyer amplió los
dispositivos tendentes a lograr la incorporación de Santo Domingo, que
para los dirigentes haitianos no era sino la Partie de l’Est. Se aprovechó
de la profundización del descrédito de la administración española entre
importantes porciones de la población dominicana, así como del avance
de los insurgentes sudamericanos, quienes fortalecieron su presencia en
algunos puntos costeros del país, a veces en connivencia con oficiales
haitianos.
Puede desprenderse del cotejo de los documentos que ciertas figuras
de influencia en la frontera norte se inclinaron a favor de la unión con
Haití, como medio factible para acabar el dominio español, el cual se
veía inhabilitado para emprender cualquier obra de promoción
económica. La aparición de este “partido haitiano” se hallaba en
consonancia con el fortalecimiento del poder de Boyer y la gestación de
un espíritu progresivo entre algunos dominicanos resultante del
resentimiento al que había dado lugar el retorno de España en 1808.
Por lo menos es defendible la hipótesis de que personajes como Diego
Polanco y Andrés Amarante no debieron actuar por temor al poderío
militar del país vecino; es notorio que ambos perteneciesen a los sectores
dirigentes del extremo noroeste, que seguían dependiendo del comercio
fronterizo de ganado vacuno, por cuanto todavía no se había desarrollado
la agricultura de exportación.
Algunos historiadores han considerado que Boyer obtuvo respaldo
sobre la base exclusiva de la amenaza, con lo que obvian la aparición de
una corriente favorable a Haití que, sin duda, concitó cierto apoyo en
porciones de la población dominicana. Como parte de ese panorama,
cuando se puso de manifiesto de forma incontrovertible el interés de
Boyer por incorporar el territorio dominicano, ya proclamada la
independencia por Núñez de Cáceres, parte de las élites de las villas
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
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situadas al oeste de Santo Domingo decidieron inclinarse ante lo que
debieron estimar un desenlace inevitable, al cual no veían sentido
oponerse por cuanto podía dar lugar a represalias draconianas, como las
realizadas por Dessalines en 1805. Seguramente que esos sectores
hubiesen preferido otra solución, y en tal sentido sí es defendible que
operó la amenaza latente que subyacía detrás de las formalidades que
exhibía el presidente haitiano. Al margen de la fidelidad que muchos
todavía guardaban hacia España, para numerosos dominicanos, en
especial de los sectores dirigentes, resultaba inconcebible volver a quedar
bajo la tutela de antiguos esclavos, a quienes visualizaban como inferiores
por razones de “raza”.
Esa era la posición del círculo animado por Núñez de Cáceres en la
ciudad de Santo Domingo, no obstante su animadversión hacia España.
Dotado de sentido político, de seguro Núñez de Cáceres captaba desde
antes de noviembre de 1821 que el deterioro de la situación interna
podía redundar en beneficio de las pretensiones del Estado vecino. Antes
de las insurrecciones fronterizas, Núñez de Cáceres y sus compañeros
habían esbozado un proyecto de independencia, pero el mismo terminó
de cuajar con la finalidad de evitar la absorción por Haití. El rechazo
hacia Haití estaba motivado por razones sociales y culturales abrigadas
por los círculos dirigentes criollos, quienes calculaban que perderían su
poder social en el escenario de integración al Estado vecino. Si se les
presentaba la necesidad de romper con España, sería para hacerse con el
control directo del poder político. Ahí radicó el dilema que decidió
afrontar Núñez de Cáceres en compañía de una porción de los criollos
encumbrados.
Varios historiadores lo han criticado por considerar que su paso de
romper con España fue precipitado y que, por lo tanto, abrió el terreno
para el dominio haitiano. Estas críticas pecan de superficiales, por cuanto
no toman en consideración el descrédito en que había caído el dominio
español. Núñez de Cáceres debió aquilatar que la insurrección fronteriza
iba a ganar adeptos por todo el país y que subiría una marea pro-haitiana
imposible de detener. Debía serle obvio que Boyer había planificado su
movimiento haciéndolo depender de un pronunciamiento en apariencia
espontáneo de la población dominicana que le otorgara legalidad y lo
equiparara con lo que llevaban a cabo las huestes independentistas de
94
PERSONAJES DOMINICANOS
tierras continentales. Seguramente Núñez de Cáceres calculó que la
declaración de independencia podía lograr un apoyo suficiente para detener
las pretensiones de Boyer. Visto el asunto en retrospectiva, la decisión fue
tardía, ya que el presidente haitiano había armado un dispositivo minucioso
que le permitió desarticular el intento de Núñez de Cáceres.
Ante las insurrecciones fronterizas, los conjurados dirigidos por
Núñez de Cáceres se propusieron apresurar el compromiso de otras
personas, en especial de la tropa y de la administración. Los principales
compañeros de Núñez de Cáceres se contaban entre los integrantes de la
Diputación Provincial y altos funcionarios de la administración: Juan
Vicente Moscoso, tal vez el hombre más culto de la época; Manuel
Carvajal, principal lugarteniente de Sánchez Ramírez; Juan Ruiz y Vicente
Mancebo, “ricos propietarios del interior”. En esos días, al arreciar los
preparativos conspirativos, lograron captar al coronel Pablo Alí, antiguo
esclavo africano de la colonia francesa, quien resultó la pieza militar del
evento por cuanto comandaba el batallón de pardos y morenos.
Numerosos oficiales dominicanos de la guarnición siguieron los pasos
de Alí, como los capitanes Manuel Martínez y Mariano Mendoza y los
tenientes Manuel Machado, Patricio Rodríguez y Joaquín Martínez.
A diferencia de lo que sucedía en la frontera, el estado de opinión
prevaleciente en Santo Domingo se inclinaba por la proclamación de un
orden plenamente independiente. Esto permitió que los preparativos del
golpe de Estado estuviesen calculados con precisión meridiana para que
en la noche del 30 de noviembre de 1821 los complotados, “como por
encanto”, arriaran la enseña española e izaran la de la Gran Colombia. Los
pocos oficiales contrarios al cambio decidieron no oponerse por la fuerza,
al captar que la mayor parte de sus compañeros se habían comprometido
con el movimiento. Sin derramamiento de sangre, fue depuesta la soberanía
de España por obra de una conspiración que envolvió a pocas personas,
pero que de inmediato recibió amplio respaldo en la ciudad capital.
EL ESTADO INDEPENDIENTE DE HAITÍ ESPAÑOL
El medio jurídico del que se valió Núñez de Cáceres para dar
legitimidad a la independencia fue relacionarla con el proyecto de Bolívar
de un Estado unificado de una parte de las antiguas posesiones españolas,
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
95
la Gran Colombia. Por esto, el naciente ordenamiento adoptó el nombre
de Estado Independiente de Haití Español y se le consideró parte
integrante de la Gran Colombia. No es de dudar que Núñez de Cáceres
y sus compañeros estuviesen de acuerdo con el proyecto de Bolívar de
un supraestado que hiciera de la antigua América española una potencia
internacional capaz de competir con Estados Unidos y de prevenir
cualquier intento futuro de absorción por otra potencia. Pero también
intervenía el factor de que la población, no preparada ideológicamente
para la vida independiente, se sintiese protegida por un poder extraño.
Más importante aún debió ser que, eventualmente, Núñez de Cáceres
calculara que Boyer no se aventuraría a invadir Santo Domingo por
temor a una posible represalia de la Gran Colombia. No tomaba en
cuenta que Bolívar estaba concentrado en su campaña militar y que
Santo Domingo no representaba nada importante dentro de su proyecto.
Es sintomático que el Estado Independiente de Haití Español viniera
a ser la continuación de la misma Diputación Provincial estatuida de
acuerdo con la constitución española. Solo uno de los integrantes de la
Diputación, José Basora, un gran propietario, rechazó incorporarse al
régimen independiente. Junto a Núñez de Cáceres, pasaron a conformar
la Junta Provisional del nuevo Estado personas vinculadas a la
administración española, algunas de ellas dotadas de nivel intelectual,
como Juan Vicente Moscoso, Juan Nepomuceno de Arredondo, Juan
Ruiz, Antonio Martínez Valdés y Vicente Mancebo, a quienes se
agregaron Manuel López de Umeres, en calidad de secretario, y Manuel
Carvajal en la de capitán general, segunda figura en el orden jerárquico
y responsable de la tropa. Como presidente de la Junta, Núñez de Cáceres
identificaba al Poder Ejecutivo con su persona, aparte de lo cual era
reconocido como el mentor ideológico del régimen.
Núñez de Cáceres se postuló como representante de los círculos
criollos dirigentes en el arriesgado paso de crear un Estado. Tuvo que
enfrentar términos contradictorios. Trató de darle un contenido liberal
como medio de ganar legitimidad en el seno del pueblo y de contribuir
al arranque de un estilo moderno de progreso que dejara atrás lo que
para él constituía un orden colonial plagado de ignominia y opresión.
El argumento central de la Declaración de independencia del pueblo
dominicano, por él redactada, se dirigía a demostrar la oposición
96
PERSONAJES DOMINICANOS
irreductible entre la mezquindad de la metrópoli y la felicidad de los
habitantes de América. A nombre del conjunto de la población, en
realidad estaba cobrando cuerpo el interés particular de los círculos
criollos elevados que habían tomado conciencia de lo nocivo que
resultaba la continuación del dominio español. Al igual que en
América del Sur, una fracción de la élite criolla buscaba perpetuarse
en el poder y, de paso, resolver los viejos conflictos con la metrópoli.
Ciertamente, Núñez de Cáceres operaba como representante de
un sector social dirigente, pero al mismo tiempo trató de darle un
perfil lo más popular posible al nuevo orden, siempre y cuando no se
afectaran los intereses de los sectores superiores, ni se derivara a
oposiciones difíciles de lidiar en esas delicadas circunstancias. El aspecto
más controversial de ese primer Estado dominicano fue el
mantenimiento de la servidumbre, con lo que entró en conflicto con
una reivindicación ampliamente compartida entre libres y esclavos.
No cabe duda que Núñez de Cáceres y la mayoría de sus camaradas,
en concordancia con su postura liberal, aspiraban a abolir la esclavitud,
por lo que él mismo otorgó en los días siguientes cartas de manumisión
a todos sus esclavos. Pero, al mismo tiempo, el presidente del Estado de
Haití Español declaró que no contraería la responsabilidad de condenar
a la miseria a personas respetables cuya única riqueza residía en sus
esclavos. El dilema debió ser dramático, puesto que, como hombre
ilustrado, debió estar consciente de la necesidad de que un sistema
republicano pusiera fin al oprobio de la servidumbre; en sentido inverso,
se vio obligado a aceptar el interés inmediato de los integrantes de su
sector social, con lo que arruinó la posibilidad de que el nuevo orden
ganara la legitimidad que le permitiese resistir la previsible intentona
de Boyer. A lo sumo, el efímero régimen enunció de manera vaga el
propósito de reducción paulatina del número de esclavos mediante un
fondo especial que permitiese abonar su valor a los propietarios. En las
condiciones calamitosas que atravesaba la hacienda pública, este
procedimiento carecía de toda viabilidad.
Los lineamientos del nuevo orden se plasmaron, también gracias a
la pluma de Núñez de Cáceres, en el Acta Constitucional, documento
de 39 artículos que declaraba los rasgos institucionales y los propósitos
normativos del naciente Estado. El ordenamiento republicano se
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
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sustentaba en un sistema de representación por medio de la división del
territorio en cinco partidos. Se efectuó una división de poderes de acuerdo
con la cual el presidente de la Junta se identificaba al Ejecutivo, y la
Junta al Poder Legislativo. De la misma manera, se trazaron las bases
para un orden municipal autónomo, aunque conservándose los perfiles
del ya existente. Se otorgaron garantías para el ejercicio de las libertades,
específicamente de aquellas que interesaban en la época, como la de
imprenta. También se organizó el sistema judicial, otorgándole los
mayores niveles posibles de autonomía; mientras no se promulgase de
forma expresa una nueva legislación, se mantenía vigente la existente.
Se postuló la concesión de la ciudadanía a todos los libres, incluyendo
los nacidos en el exterior, al margen de color de la piel, país de origen y
creencias religiosas, por lo que se reconocía condición de ciudadanos a
quienes llevaban tres años residiendo en el país o estaban casados con
una nativa de Santo Domingo. Ahora bien, en caso de que alguien
optara por mantener la ciudadanía española, ipso facto debía ser expulsado
de cualquier empleo en el gobierno.
Puede observarse que el lineamiento constitucional perseguía
compaginar un sentido de continuidad del poder con una apertura hacia
principios liberales y negadores de la autocracia hispánica. En tal sentido,
hay que ponderar medidas como la abolición del fuero militar y el
empeño en las garantías a la integridad de la persona.
El mismo estatuto constitucional estipuló que se enviaría un
delegado ante la Gran Colombia con el fin de formalizar la integración
a ese Estado. Para ello recibió comisión Antonio María Pineda, quien
había sido director del primer periódico del país. Su misión fue
infructuosa, ya que Bolívar se encontraba distante de Bogotá y solo
vino a enterarse de la creación del Estado de Haití Español cuando había
dejado de existir. En una carta enviada a Santander, a cargo del gobierno
en Bogotá, Bolívar se limitó a sugerir de manera ambigua que debería
prestarse atención a quienes se habían solidarizado con la Gran Colombia;
pero también introdujo una nube oscura en su reflexión, al indicar que
el control sobre Santo Domingo podría utilizarse en beneficio de alguna
futura negociación diplomática. Fuese por el desinterés de los
independentistas sudamericanos o porque se hallaban muy lejos de Santo
Domingo, la misión de Pineda careció de efectos.
98
PERSONAJES DOMINICANOS
El Acta también estipuló que se deberían mantener las relaciones
con Haití, para lo cual se le propondría un tratado de amistad y alianza
que garantizase la seguridad de ambos países. El 1º de diciembre de
1821 coincidió con la visita de un delegado de Boyer, el coronel Fremont,
enviado para tranquilizar los ánimos del gobernador español Pascual
Real. Núñez de Cáceres aprovechó la presencia del personaje para enviar
una carta a Boyer en la que le propuso paz y amistad entre los dos
Estados. En vez de aceptar esta sugerencia, Boyer respondió, el 11 de
enero de 1822, que Haití abarcaba toda la isla, como garantía de su
existencia, y que, por ende, no obstaculizaría a quienes enarbolaran el
pabellón haitiano en la antigua parte española. Esta declaración fue
acompañada por un incremento del incentivo a los dominicanos
partidarios de la fusión con Haití. Hay señales de que de Port-au-Prince
salieron nuevos agentes a presionar a los ciudadanos notables de diversas
poblaciones para que proclamasen su sumisión a Haití.
La capacidad de maniobra de Núñez de Cáceres era casi nula, por
cuanto, a pesar de su actitud moderada de respeto de los intereses
dirigentes, porciones de dichos medios adversaban el orden
independiente. La mayor hostilidad provino de los peninsulares que no
estaban dispuestos a renunciar a su ciudadanía española. Aunque los
españoles no eran muchos en ese momento, tenían preeminencia en dos
sectores clave: el clero y el alto comercio. Los sacerdotes, a pesar de la
reducción del poder de la Iglesia, seguían siendo el colectivo de más
influencia social y cultural del país. La oposición de muchos de ellos fue
puesta de relieve por el arzobispo, quien se negó a todo trato con las
nuevas autoridades y solicitó que se le permitiese salir del país. Los
comerciantes, por su parte, en su mayoría catalanes, cerraron filas contra
Núñez de Cáceres, lo que tenía una significación especial por cuanto ya
constituían el sector que manejaba mayor poder económico. Pero incluso
una porción significativa de los grandes propietarios criollos no ocultó
la hostilidad hacia el régimen independiente, con seguridad por sentirse
españoles y considerar que no había posibilidad alguna de que el país
subsistiera como entidad autónoma.
Desde inicios de enero Boyer dispuso la formación de las tropas con
las que planeaba ocupar Santo Domingo, convocando para tal fin a los
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
99
principales generales. Mientras desplegaba estos trajines, la fortaleza
San Luis de Santiago fue asaltada por un grupo pro haitiano encabezado
por Juan Núñez Blanco, tras lo cual procedió a integrar gran parte de
la región del Cibao a la República de Haití y a constituir una junta
que repudió al Estado Independiente de Haití Español con el cargo
de que su obra era “informe y antisocial”, por no haber abolido la
esclavitud. En los días siguientes, los notables de casi todas las
poblaciones situadas al oeste de Santo Domingo firmaron documentos
de rechazo a Núñez de Cáceres, por medio de los cuales se llamaba a
Boyer a entrar al país para que lo incorporara a Haití. A fines de enero
era obvio que el Estado Independiente de Haití Español no tenía
posibilidades de subsistir, ya que su autoridad había quedado
prácticamente reducida a la ciudad de Santo Domingo.
Sobre la base de los giros franceses e imperfecciones gramaticales que
aparecen en las proclamas pro haitianas, se ha supuesto que fueron apócrifos,
confeccionados años después para legitimar la soberanía haitiana sobre
Santo Domingo frente a los reclamos de devolución de España. La realidad
es que los documentos fueron firmados en ese momento, en correspondencia
con el hundimiento de la autoridad de Núñez de Cáceres y del plausible
temor que abrigaban muchos de los suscritos a represalias haitianas. Desde
luego, respondieron a incitaciones llegadas desde la capital haitiana, lo
que se evidencia en el español defectuoso con que fueron escritos.
Fuese por efecto de las presiones y el temor o por existir una efectiva
corriente pro haitiana, lo cierto es que el proyecto autónomo quedó
aislado y Núñez de Cáceres no pudo presentar oposición a la entrada de
Boyer, bien recibido en las poblaciones por las que iba pasando al frente
de sus numerosas tropas.
Núñez de Cáceres adoptó una postura incoherente cuando le tocó
recibir a Boyer y entregarle las llaves de la ciudad amurallada. Tal vez
obedeciendo al peso abrumador del hecho consumado, se atrevió a aseverar
que la incorporación a Haití sería el último hecho político de la historia
del pueblo dominicano. Contrariamente a esta errada suposición, tuvo
la clarividencia de insinuar a Boyer, en el discurso que pronunció en el
acto formal de traspaso del mando, que las diferencias de idioma y
costumbres dificultaban la asimilación entre ambos pueblos.
100
PERSONAJES DOMINICANOS
SALIDA SIN RETORNO
Bajo el régimen haitiano resultaba imposible la permanencia de Núñez
de Cáceres en el interior del país. Boyer le ofreció una posición en el
aparato administrativo, a lo que se negó de manera categórica,
excusándose con el argumento de que no volvería a incursionar en asuntos
políticos. Vista esa actitud, Boyer consideró que la presencia de Núñez
de Cáceres resultaba perjudicial para sus intereses, pues la negativa a
colaborar se podía interpretar como una demostración de resistencia.
Con tal postura, Núñez de Cáceres tomaba una actitud bastante solitaria,
pues casi todos sus compañeros del Estado Independiente de Haití
Español aceptaron ocupar posiciones dentro de la administración haitiana.
Como autócrata, Boyer exigía que todas las personas de prestancia social
o cultural se comprometiesen con el poder, deseablemente a través de
cargos en el gobierno. Por tal razón, dio instrucciones para que Núñez
de Cáceres sufriera la hostilidad de las esferas oficiales, a fin de hacer
imposible su permanencia en el país.
Núñez de Cáceres esperó un tiempo prudente, tras el cual pidió
pasaporte para dirigirse a Venezuela. El único bien valioso que llevó
consigo fue la pequeña imprenta en que había impreso El Duende. Al
poco tiempo de llegar a Caracas inició la publicación de El Cometa,
sustituido posteriormente por otros periódicos. Esta labor lo situó como
una importante figura de la política y las letras de Venezuela, tanto en el
terreno de la cotidianidad como en el del pensamiento enjundioso. Se
vinculó a los círculos más influyentes de Caracas, entre ellos el general
Páez, figura preponderante de la autoridad local que iba ganando
influencia a medida que se agudizaban las tendencias regionalistas que
cuestionaban el gobierno central de la Gran Colombia. Con el tiempo,
Núñez de Cáceres secundó las aspiraciones autonomistas de Páez y, por
lo tanto, entró en conflicto con Bolívar, a quien atacó de manera aguda.
Se ha pensado que esta postura fue fruto del resentimiento frente a la
falta de apoyo en 1821, pero difícilmente haya sido así. Núñez de Cáceres
debía ser consciente de que no hubo tiempo para que Bolívar dispusiese
un apoyo a favor del Estado Independiente de Haití Español. Más bien
la causa del enfrentamiento debió radicar en cuestiones domésticas, tras
JOSÉ NÚÑEZ DE CÁCERES
101
adscribirse Núñez de Cáceres a una corriente de opinión dominante que
ponía énfasis en los intereses locales y llevaba al debilitamiento paulatino
del gran Estado presidido por Bolívar.
Desde Caracas no se limitó su labor de publicista, sino que durante
cierto tiempo se mantuvo atento a la evolución de los asuntos de su
patria. Durante los primeros años de destierro consideró que el dominio
haitiano no se había consolidado, por lo que resultaba factible derrocarlo.
A tal efecto, emitió diversos manifiestos llamando a los dominicanos a
luchar contra Haití. Dentro de esa tesitura obtuvo el apoyo de Páez para
una expedición que expulsara a los haitianos de Santo Domingo. Durante
meses trabajó con tal propósito, pero las combinaciones políticas locales
impidieron que se materializara. A partir de ahí se incrementó el
resentimiento de Núñez de Cáceres frente a Bolívar, pero también se fue
zambullendo en planos controversiales de la política venezolana. Terminó
por olvidarse de los asuntos dominicanos. En 1829 se vio forzado a
abandonar Venezuela, tras tener un conflicto con Páez y quedar en una
posición insostenible.
Marchó hacia México, y vivió durante cierto tiempo en Puebla,
pero finalmente tuvo por destino el Estado de Tamaulipas, en el noreste,
donde ganó nombradía como figura intelectual vinculada a los asuntos
políticos. Se integró por completo a la vida mexicana e incluso a la
dimensión regional de Tamaulipas. De seguro dio por concluida su
relación emotiva con la patria natal, al grado de que no reaccionó ante la
creación del Estado dominicano de 1844, no obstante el hecho de que
en lo fundamental rescataba su obra de 1821. Veintidós años después,
él era un olvidado, por lo que nadie mostró interés en convocarlo para
que prestara sus servicios al recién creado Estado. Más bien, desde
entonces los sectores conservadores tejieron sobre él una leyenda, al
hacerlo responsable de la entrada de Boyer en 1822. Adicionalmente,
quedó el fantasma del “partido colombiano”, que se había negado a
abolir la esclavitud. En el fondo, tales diatribas traslucían la añoranza
del orden colonial y el rechazo a un Estado independiente como fue el
creado el 1º de diciembre de 1821.
102
PERSONAJES DOMINICANOS
BIBLIOGRAFÍA
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Rodríguez Demorizi, Emilio. La imprenta y los primeros periódicos de
Santo Domingo. Ciudad Trujillo, 1944.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
PRECURSOR DE LA DEMOCRACIA
CONTEXTO HISTÓRICO TRASTORNADO
Andrés López de Medrano tiene una resonante significación en el campo
de la historia de las ideas entre los dominicanos: se destaca por ser el
primer autor que, hasta donde está establecido, expuso un texto de
filosofía de acuerdo con los cánones de la disciplina; pero, además, porque
su contenido coincidía con la orientación de los filósofos de la Ilustración
del siglo XVIII, que negaban la tradición aristotélica de la escolástica
católica medieval. Con su obra asumía la representación de una generación
de nuevo tipo entre los letrados de inicios del siglo XIX, como pionero
de la recusación del régimen colonial y de sus presupuestos ideológicos,
y como el más resuelto abanderado de posturas liberales.
Con esta actitud innovadora, López de Medrano, al igual que otros
espíritus de vanguardia de las primeras dos décadas del siglo XIX, tomaba
conciencia de los intereses de una parte de los sectores dirigentes criollos,
a los cuales él pertenecía. De más en más, para ellos se ponía de relieve la
contraposición de sus intereses con la antigua metrópoli.
Esto último constituía una corriente propia del siglo XIX, producto
de la combinación de las circunstancias internacionales y de los
acontecimientos que se estaban produciendo localmente desde finales
del siglo XVIII. En cuanto a lo primero, al concluir la década inicial del
siglo XIX, el panorama internacional presentaba un ambiente muy distinto
al de dos décadas atrás, fundamentalmente por efecto de los cambios
ideológicos y políticos provocados por la Revolución Francesa.
Acontecimiento que representó el hito crucial en la destrucción del
antiguo régimen vigente en Europa, caracterizado por el predominio de
las relaciones feudales y el orden autocrático de la monarquía absoluta. La
extensión del proceso francés a gran parte de Europa varió el curso de
la historia mundial impactando en América Latina, sobre todo como secuela
de la invasión de España por las tropas francesas en 1808, como parte de
los planes de Napoleón Bonaparte, heredero de la Revolución, de
conformar un imperio europeo.
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106
PERSONAJES DOMINICANOS
Los sucesos en Europa y la extensión de los principios revolucionarios
impactaron en sectores de las élites criollas hispanoamericanas. Estas
tenían viejos motivos de resentimiento hacia la metrópoli, pero hasta
entonces se habían manifestado dentro del respeto a la monarquía, lo
que significaba la aceptación del dominio metropolitano. La posición
de una parte de los criollos cambió súbitamente cuando captaron que,
en las nuevas circunstancias internacionales, resultaba factible romper
con España y aplicar el programa más conveniente para sus intereses.
Tal perspectiva incluía la aceptación de los principios del liberalismo y
la Ilustración, con consecuencias como el rechazo a la política económica
mercantilista, en aras de la vigencia del librecambio, o sea, la libertad de
negociar con todos los países del mundo sin obstáculos artificiales o
arancelarios.
De tal manera, los intereses de los criollos abrieron las compuertas
para que se planteara la reivindicación nacional. En el rumbo escogido
resultaba forzoso que emanara entre ellos la conciencia nacional, con lo
que se reconocía la existencia de una comunidad humana distinta a la
metrópoli, al tiempo que se propugnaba por que tuviera derecho a regir
su destino.
En Santo Domingo, a fines del siglo XVIII, los sectores superiores criollos seguían aquejados de una profunda debilidad. A diferencia de lo que
ocurría en América del Sur, sus conflictos con la metrópoli se limitaban a
demandar que se les diera la oportunidad de integrarse a la corriente de la
plantación esclavista, para lo cual requerían el acceso a esclavos traídos de
África y poder exportar los bienes producidos a cualesquiera países. Es
cierto que estas demandas se correspondían con las que hacían los
sectores dominantes criollos en las restantes colonias, pero en Santo
Domingo se hacían con un particular celo de lealtad hacia el rey.
Esta postura se ratificó con motivo del inicio de los acontecimientos
en Francia en 1789, los cuales tuvieron consecuencias inmediatas en la
vecina colonia francesa de Saint Domingue. Tras la sublevación de los
esclavos en Saint Domingue en 1791, los dominicanos de los sectores
superiores visualizaron en la revolución la principal amenaza a sus intereses, ya que se enfrentaban a la subversión del orden social.
Ahora bien, sorpresivamente, a mediados de 1795 los habitantes de
Santo Domingo se encontraron ante la terrible noticia de que su país
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
107
acababa de ser cedido a la República francesa. Tendrían un año de plazo
para marchar a otras colonias cercanas o bien acogerse a la nueva
autoridad. Para la totalidad de la población esto significó un duro golpe,
ya que todos, libres y esclavos, por razones variadas, se encontraban
identificados con el terruño, visto como el espacio donde habían nacido
ellos y sus antepasados y donde tenían la oportunidad de continuar una
vida en las condiciones menos desfavorables posibles. La mayor parte de
los dominicanos eran mulatos, y tenían conciencia de que su situación
empeoraría en cualquiera de las otras colonias españolas.
En los años siguientes los círculos dirigentes criollos trataron de
impedir la aplicación del Tratado de Basilea y, después de que este se
puso en ejecución, en 1801, mediante la toma de posesión de Toussaint
Louverture, muchos optaron por la emigración. Los que permanecieron,
en su mayoría, pasaron a depositar esperanzas en un retorno a la soberanía
española. Todavía no existía en el medio dirigente dominicano atisbo
de conciencia nacional, lo que explica que la guerra contra el ocupante
francés, en 1808, culminara con la consigna de reconocimiento de
Fernando VII, apresado por Napoleón, como único rey legítimo.
Pero el retorno al orden colonial significó un terrible fiasco para los
sectores criollos, por cuanto España no hizo concesiones que resolvieran
los viejos motivos de conflicto. Por el contrario, enfrascados en los
acontecimientos que se producían en el propio territorio metropolitano
y luego en varias de las colonias, los gobernantes españoles se
desentendieron de lo que ocurría en su más antigua posesión americana.
El sentimiento de frustración provocado por esta indiferencia se
derivó hacia crecientes posturas críticas entre sectores urbanos medios y
altos. Además de los precedentes en la América hispánica, influía en el
ánimo de los dominicanos el régimen independiente de Haití, aun
cuando se ponderaba como una amenaza sobre vidas y propiedades.
Algunos optaron por la conspiración tendente al logro de la
emancipación, siguiendo los pasos del país vecino. Otros se limitaban a
presionar a la metrópoli en pos de concesiones y auxilios.
Estas posturas se acentuaron con motivo de la reposición de la
Constitución liberal de Cádiz en 1820. Haciendo uso de la libertad de
palabra y de asociación, los actores tuvieron la oportunidad de exponer
muchos de sus pareceres, siempre y cuando no cuestionaran la relación
108
PERSONAJES DOMINICANOS
con la metrópoli. En estos debates, desarrollados entre 1820 y 1821,
Andrés López de Medrano expuso consideraciones políticas cuyo sentido
progresivo carecía de precedentes. Eran la consecuencia de la maduración
de un pensamiento que visualizaba los conflictos generados por la
dominación española y concluía en el imperativo de la democracia.
LA FORMACIÓN DEL PENSADOR
A causa del incendio de los archivos de Santiago, durante la invasión
haitiana de 1805, no se ha logrado determinar la fecha de nacimiento
de Andrés López de Medrano. Por referencias colaterales, se sabe con
seguridad que era oriundo de esa ciudad y se presume que nació alrededor
de 1780. No se tienen informaciones sobre su niñez y primera juventud,
pero sí acerca de los orígenes familiares.
López de Medrano pertenecía al estrato superior de la clase dominante
de Santiago, segunda aglomeración del país, en ese momento en una
coyuntura de auge a causa del incremento de las exportaciones de ganado
a la colonia francesa y de la producción de tabaco, tanto para consumo
en la metrópoli como entre los vecinos. Era nieto de Andrés Medrano
Contreras, alcalde mayor de la ciudad y primera autoridad en el partido
del Norte durante las dos décadas previas a su nacimiento. Estaba
emparentado con notables de la época, como el futuro historiador
Antonio del Monte y Tejada. Uno de sus hermanos, Antonio López
Villanueva, permaneció en Puerto Plata y participó en el proceso frente
a Haití entre 1843 y 1844.
A finales del siglo XVIII los integrantes del sector superior de Santiago
enviaban sus hijos a seguir estudios en la Universidad Santo Tomás de
Aquino, de la orden de los dominicos. Con seguridad, en su primera
juventud López de Medrano fue alumno de ese plantel, aunque se
desconocen los detalles al respecto. Fray Cipriano de Utrera señala en su
libro Universidades, que López de Medrano se graduó de abogado en la
universidad de los dominicos en Santo Domingo, en 1800. Julio G.
Campillo Pérez, cotejando el material disponible sobre el personaje,
muestra extrañeza ante la aseveración, al registrar que López de Medrano
se consideraba médico de profesión.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
109
En 1805, a secuela del temor dejado por la invasión haitiana encabezada por Jean Jacques Dessalines, López de Medrano marchó a Venezuela junto a parte de su familia. Allí siguió estudios y se graduó de
bachiller en filosofía y artes en la Universidad de Caracas. Esos años
debieron ser de mucha importancia en su formación intelectual. Su tesis
de bachiller en filosofía, defendida el 20 de mayo de 1806, se dividió en
cinco materias. En lógica se propuso demostrar que “la acción de la
lengua es innata, pero no la de las ideas”; en física, que “toda disolución
conlleva una absorción del calor”; en generación, que “los líquidos deben su existencia a la presión atmosférica”; en psicología, que “el alma
humana es creada por Dios y no se origina por el traducianismo de
padres a hijo”; y en metafísica, que “la fuerza física repugna a la simplicidad del alma, y por ello nunca debe admitirse”.
En tales tesis puede prefigurarse la adscripción de López de Medrano a las corrientes filosóficas en boga, que negaban la tradición
aristotélica. Es de particular importancia que aseverara que la lengua
es innata, mas no así las ideas. De la misma manera, se advierte que
aceptaba los principios básicos del catolicismo, lo que seguiría siendo
una constante en su trayectoria ulterior, aunque con el sesgo de hacerlos
compatibles con el espíritu científico, tal como queda expuesto en algunas de las tesis.
Dado que no está registrado que obtuviera otros títulos en Venezuela,
Campillo Pérez infiere, apoyado en las Memorias del venezolano José de
la Cruz Limardo, que fue tras su retorno a Santo Domingo, a finales de
1809, cuando López de Medrano debió obtener el grado de doctor en
medicina de la Universidad de Santo Tomás de Aquino, reabierta como
secular en 1815. De todas maneras, por medio de consultas en archivos
españoles, queda pendiente aclarar si el título de médico lo obtuvo antes
de su salida a Caracas o después de su retorno a Santo Domingo. En
todo caso, su profesión principal terminó siendo la de médico aunque
también ejerció las de abogado y profesor de filosofía.
Su carrera académica había comenzado en Caracas, poco después de
graduarse, al ser designado profesor de filosofía por ausencia del titular
de la asignatura. También fungió como examinador para la atribución
de premios a los estudiantes. Al aprestarse a retornar a la patria, a
mediados de 1809, renunció a esas posiciones. López de Medrano
110
PERSONAJES DOMINICANOS
ejemplifica el interés del retorno entre los dominicanos emigrados, algo
sobresaliente en su caso, ya que había logrado en breve tiempo radicarse
en condiciones aceptables en Caracas.
No mucho después de su regreso contrajo matrimonio con la dominicana Francisca Flores, señal adicional de que proyectaba permanecer de
manera estable en el país natal, no obstante la terrible situación material
por la que atravesaba. Por lo visto, no contempló la posibilidad de instalarse en Santiago, explicable porque solo en Santo Domingo había condiciones para su desenvolvimiento futuro acorde con el prestigio académico
que había alcanzado. En 1811 fue designado regidor del Ayuntamiento
de Santo Domingo, posición que lo colocaba dentro de los círculos gobernantes, como fue usual entre dominicanos que habían estado en la emigración y pertenecían a círculos encumbrados.
Después que se produjo la entrada de las tropas españolas en la
ciudad, a mediados de 1809, el arzobispo Pedro Valera y Jiménez
planeó patrocinar estudios de educación superior. López de Medrano
estableció excelentes relaciones con el arzobispo, quien en principio
estaba abierto a congeniar con las corrientes filosóficas que se abrían
paso en Europa. En 1811 fundó un seminario en el Palacio Arzobispal,
y el bachiller en filosofía, médico y abogado fue designado como
profesor de latín y retórica.
Cuando en 1815, por gestiones de José Núñez de Cáceres, fue reabierta
la universidad, desligada del cuerpo eclesiástico y con exclusivo patrocinio
gubernamental, López de Medrano fue nombrado profesor de filosofía.
Paralelamente a la carrera académica, iniciada en Caracas y continuada
en Santo Domingo, López de Medrano se involucró en actividades
administrativas. En 1812 fue promovido a síndico de la ciudad de Santo
Domingo, y a lo largo de los años siguientes se mantuvo vinculado a los
asuntos municipales, ya que en 1819 figuraba como alcalde de segunda
elección de la ciudad.
LA LÓGICA
En 1814 se produjo un acontecimiento intelectual dentro de la historia
dominicana: la edición de un tratado filosófico. Pese a que desde el siglo
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
111
habían existido dos universidades, no se tiene noticia de alguna
edición de escritos académicos de sus profesores y graduados. Fue solo a
finales del siglo XVIII, como parte de la gestación de un espíritu moderno,
que empezó a materializarse una producción cultural de cierta
significación. Esto se manifestó en varias ramas del saber, y tuvo entre
sus expositores a figuras como Antonio Sánchez Valverde, Bernardo
Correa y Cidrón y, en el aspecto filosófico, López de Medrano.
Redactó el texto en latín, como era usual en la tradición religiosa, con
el fin de proporcionar apuntes a los alumnos de filosofía. Por eso lo tituló
Elementos de filosofía moderna destinados al uso de la juventud dominicana. Fue publicado en la imprenta de la Capitanía General, posiblemente la única existente en el país. Está consignado que ese texto, obviamente
diseñado para incidir sobre de las condiciones por las que atravesaba la
nación, tuvo beneficiosas consecuencias sobre el nivel de instrucción de
los alumnos que asistían a la universidad y al seminario.
Como lo puso de relieve Juan Francisco Sánchez, catedrático de filosofía
de la Universidad de Santo Domingo en la década de 1950, cuando fue
traducida la obra al español con estudio introductorio suyo, el filósofo se
adscribía a la vertiente empirista de la Ilustración, en particular al
sensualismo de Condillac. Pero, como católico, él se mantuvo en una
postura de compromiso con la teología tradicional, por lo que no traspasó
un acento moderado. Ahora bien, pese a que no cuestionaba taxativamente
la doctrina de la Iglesia, sin duda se apartó de ella en aspectos importantes.
Lo animaba centralmente el propósito de fundamentar una noción de la
ciencia acorde con los preceptos de la modernidad. De ahí que Juan
Francisco Sánchez tenga razón cuando plantea que López de Medrano
representa un momento de transición, común en el mundo hispánico,
entre la tradición escolástica y la filosofía moderna de inspiración ilustrada.
En tal sentido, López de Medrano llega a la conclusión de que los
procedimientos de la ciencia y la religión resultan inasimilables. Con
esto acepta la verdad de la fe, pero no la generaliza al ámbito del examen
racional de los fenómenos, como era propio de la tradición escolástica.
La fe radica en la aceptación de la autoridad de otro, pero no se aplica al
ámbito de la realidad, cuyo conocimiento válido es únicamente el de
tipo científico. En definitiva, restringe el ámbito de la fe a aquello que
tiene un origen divino incontrovertible, ya que para él solo Dios es
XVI
112
PERSONAJES DOMINICANOS
infalible (aseveración crítica respecto a la condición que le acuerda la
Iglesia al Papa), debiendo ser sometido todo lo demás al examen de la
crítica. En contraste con la fe, el análisis científico produce un
conocimiento “claro y evidente adquirido a través de una demostración
confrontada”. La lógica que propone tiene por sentido coadyuvar a la
correcta aplicación de los requerimientos epistemológicos de la ciencia.
Sugiere las reglas a seguir en tal conocimiento científico, de acuerdo
con la incorporación del empirismo a las nociones tradicionales de la
lógica. Para él, el origen exclusivo de las ideas se encuentra en las
sensaciones que los objetos exteriores provocan en la mente a través de
los sentidos. Rechaza todo criterio de inmanencia de las ideas. Es decir,
se aparta del supuesto de que el ser humano posea ideas innatas por obra
de Dios. La conciencia humana es producto de las operaciones del juicio
con este cúmulo de ideas. En el proceso espontáneo de análisis, la mente
procede a separar los componentes de las ideas.
El tercer eslabón del proceso cognoscitivo radica en la formación del
discurso, por medio de una operación consistente en comparar ideas
para deducir el juicio de otros. Por último, el conocimiento requiere de
un método, instrumento consustancial al conocimiento científico.
A tono con lo anterior, descarta la variante realista de la escolástica,
según la cual la realidad proviene de ideas universales. Como empirista,
niega la existencia de tales ideas y afirma que únicamente existen
individuos. Para él, siguiendo la vertiente nominalista de la escolástica,
estas nociones universales no son más que el resultado de las operaciones
de la mente mediante la abstracción y la localización de semejanzas.
Estas propuestas, que reiteran preceptos de la lógica y de la
gnoseología empirista, se limitan a sentar los fundamentos de la ciencia.
Sin embargo, las consideraciones más originales de los Elementos se
refieren a las dificultades que deben resolverse en el proceso de
conocimiento. Tales argumentos están centradas en las operaciones de
interpretación de la existencia humana en sociedad. En todos esos
señalamientos sobresale la perspectiva crítica, dirigida a cuestionar los
prejuicios de autoridad, en aras de un examen libre y riguroso. Apunta
a la recuperación, en el terreno de la filosofía, del espíritu revolucionario
e iconoclasta de la Ilustración.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
113
Primero, alerta sobre factores como “[…] los prejuicios, la educación
defectuosa de parte de los padres, doctrina confusa de parte de los
maestros[…]”. La cultura científica se tendrá que asentar, pues, en una
tabula rasa, que deje atrás las tradiciones provenientes de las generaciones
previas, transmitidas a través del aparato educativo. De tal advertencia
concluye que existen dos vicios a considerar: el primero, “las opiniones
del vulgo”, que por principio no deben ser admitidas; y “el amor a la
Patria”, que provoca el desprecio de lo extraño. Con ello ataca
simultáneamente a las expresiones culturales poco elaboradas y la cerrazón
del hispanismo católico y fundamentalista frente al espíritu ilustrado y
libre de la modernidad. La conclusión básica de estas disquisiciones se
dirige a cuestionar el sentido de autoridad y a afirmar el libre ejercicio
del raciocinio, por medio de la máxima de que “no podemos asentir a
ninguna proposición sin previo examen”.
Lo que centralmente le interesa en tal indagatoria es la verdad
histórica. En lo fundamental, todo el discurrir de este breve tratado
filosófico se dirige a fundamentar un acercamiento a la historia en
concordancia con las reglas generales de la ciencia. Así, la historia tendría
un estatus científico similar al del conocimiento de la naturaleza,
preocupación que corrió pareja con la producción de los filósofos
empiristas ingleses.
Por consiguiente, los Elementos culminan en la sección IV, dedicada
a dilucidar los criterios para una metodología científica de la historia,
concepto con el cual alude a la realidad humana en su conjunto. En
torno a esta temática expone sus consideraciones más progresivas,
dirigidas a cuestionar las autoridades tradicionales. Exige responsabilidad
moral al sujeto cognoscente, cuestiona la narración huera que se compensa
con el recurso de la retórica y proclama la preferencia por los autores
modernos en contraposición con las normas de la tradición religiosa
medieval. Ninguna autoridad es eximida del requisito de la crítica,
quedando el estudioso obligado a razonar haciendo abstracción de
cualquier factor, como número, calidad y novedad.
Concluye en la exigencia ineludible de exponer las cosas conforme a
la realidad en que se desenvolvieron. Lo que implica el rechazo del adorno
retórico y, sobre todo, de cualesquiera consideraciones que tiendan a
114
PERSONAJES DOMINICANOS
oscurecer la verdad. El contenido de una conclusión no puede estar
supeditado a ninguna reflexión previa, sino que tiene que derivarse de
la propia esencia del fenómeno. El apego a lo real en su simplicidad
viene a ser la “regla de oro” del conocimiento. De ahí que asevere que
“son muy dignos de fe los historiadores que desnuda y simplemente
narran (o describen)”.
Sistematiza esta visión con varias reglas sobre las precauciones críticas
que debe observar todo historiador:
•
•
•
•
•
Probidad, plasmada en la vida y en la congruencia con los hechos
narrados.
Descalificación de aquellos autores que se dejan llevar por sus
preocupaciones, las del vulgo o por puntos de vista de alguna de
las partes en disputa.
Preferencia por los autores modernos sobre los extranjeros y
antiguos.
Rechazo de las narraciones apasionadas o excesivamente apegadas
al estilo o a preocupaciones por la forma.
La cualidad y dificultad del hecho histórico, la prudencia de los
testigos, la edad, el tiempo, distancia de los lugares en que
escribieron y la conformidad de todas las circunstancias.
APOLOGISTA DE LA DEMOCRACIA
López de Medrano no publicó nunca un texto de historia, pero las
consideraciones arriba glosadas le permitieron realizar un análisis de las
condiciones de su época con fines políticos. La toma de conciencia a la
que llegó sobre los efectos nocivos de la dominación española debió ser
el resultado de un prisma histórico del examen de los factores sociales.
Se ha visto que, poco después de su retorno de Venezuela, se
incorporó a la administración en el Ayuntamiento. En la medida en que
las circunstancias lo permitían, fue un exponente de las ideas liberales y
democráticas. En los años de la reincorporación a España, entre 1809 y
1821, todavía era limitado el margen para que se pudiera exponer tal
tipo de propuesta, ya que se mantenían los rasgos esenciales del
despotismo. Al igual que en la teoría filosófica, López de Medrano estuvo
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
115
compelido a adoptar una posición gradualista y moderada, ya que de
otra manera se hubiera visto forzado a abandonar el país.
Empero, en esos años el orden colonial se encontraba en crisis general.
El retorno al dominio español, por obra libérrima del pueblo dominicano,
había resultado un fiasco. Enfrascada en resolver sus problemas interiores
y en confrontar a los descontentos y rebeldes de varias posesiones, la
autoridad metropolitana se desentendió de la suerte de Santo Domingo.
Ni siquiera se ratificaron los grados militares otorgados por Juan Sánchez
Ramírez, principal jefe de la guerra contra el régimen francés y por el
retorno a la soberanía española. Con más agudeza que antes se puso en
evidencia el conflicto que enfrentaba al grueso del sector criollo dirigente
con la metrópoli. Algunos de sus integrantes se contagiaron del espíritu
de los criollos sudamericanos que se pronunciaban contra la metrópoli.
Se sucedieron varios movimientos conspirativos en la ciudad de Santo
Domingo, y en las mismas esferas dirigentes cundía el malestar.
No hay constancia de que López de Medrano, funcionario de la
administración municipal, tomara parte en las conspiraciones. Pero sí es
seguro que desde su retorno abrigaba posturas avanzadas que lo llevarían
a repudiar el absolutismo hispánico. Es probable que adquiriera tales
posiciones en su estadía de casi cinco años en Venezuela. Le tocó vivir
las primeras agitaciones en el seno de la municipalidad de Caracas ante
el destronamiento del rey Fernando VII, acontecimiento que abrió las
compuertas para que comenzaran a exhibirse, sin ambages, las
reivindicaciones de los criollos progresistas.
Resulta sintomático que en su labor administrativa López de
Medrano se distinguiera por enarbolar los intereses locales, por oposición
a la tradición centralizadora hispánica. Se explica que acogiera con júbilo
la proclamación de la Constitución liberal de Cádiz de 1812. En aquella
ocasión no desplegó posiciones destacadas pero, con el paso del tiempo,
fue definiendo posturas más visibles. En 1819, con motivo del
vencimiento de la gracia de 10 años de los diezmos, consideró que era
imperativo que se mantuviera esa concesión, con lo que fungía como
representante de un estado de inconformidad.
Pero cuando verdaderamente afloraron sus puntos de vista fue
durante la coyuntura abierta tras la segunda promulgación de la
Constitución de Cádiz, a mediados de 1820, a secuela de una sublevación
116
PERSONAJES DOMINICANOS
de las tropas que iban a ser enviadas a combatir a los insurgentes
sudamericanos. En esta nueva situación pasaron a primar condiciones
muy distintas a las de 1812, al estarse en presencia de una confrontación
declarada con el absolutismo, aunque sin que implicara la negación de
la monarquía como institución. La vigencia de un orden constitucional
en 1820 tuvo efectos sin precedentes en el establecimiento de organismos
locales de gobierno. En el mismo sentido operaron los derechos puestos
en vigencia de acuerdo con el espíritu liberal del ordenamiento, como
libre asociación, libertades de palabra, prensa e imprenta, etc.
De inmediato, López de Medrano le tomó la palabra a lo consignado
en el texto constitucional en cuanto a derechos democráticos. Esta postura
contrasta con el apego a los cánones institucionales tradicionales que
había observado en los años previos. La variación no se debe atribuir solo
a un orden personal, sino que también expresaba la descomposición de la
legitimidad del orden colonial por efecto de la no resolución de la situación
calamitosa en que se vivía.
De todas maneras, como es propio de un contexto de crisis, se
requería que determinadas personas obraran como precursores o
iniciadores de la contestación, y López de Medrano fue quien con más
decisión adoptó una resuelta postura democrática, en la dimensión que
replanteaba la política local. En tal sentido, en el plano doctrinario, con
López de Medrano comenzó el prolongado discurrir del liberalismo
decimonónico dominicano. Y, al mismo tiempo, fue la primera figura
que dio pasos para la defensa de la propuesta liberal, fundando el primer
partido político de la historia dominicana, el Partido Liberal, dirigido a
terciar en las elecciones de 1820. Esta formación se enfrentó a la corriente
partidaria del absolutismo, encabezada por el canónigo Manuel Márquez.
Por primera vez se compuso en el país un texto destinado a
fundamentar una opción política. Aprovechando la libertad de imprenta,
López de Medrano sistematizó sus posiciones en el folleto Manifiesto del
ciudadano Andrés López de Medrano al pueblo dominicano en defensa
de sus derechos, sobre las elecciones parroquiales que se tuvieron en esta
Capital el 11 y 18 de junio de este año de 1820. Ataca ahí el orden
político tradicional de la monarquía, al tipificarlo como un despotismo
derivado de una situación de “idiotismo” de la población, tan profunda y
generalizada que había llegado a penetrar a los medios cultos. Como sería
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
117
típico en los análisis de los liberales, el determinante básico de las condiciones
históricas existentes lo localiza en la ignorancia de la masa del pueblo y la
pobre condición moral que se desprendía. En cualquier caso, pone de
relieve la complementariedad entre ignorancia y despotismo, al igual que
el reverso entre cultura y libertad. De tal manera, para él, el despotismo,
en todas sus expresiones políticas y culturales, conllevaba la degradación
de la condición moral de la población.
Acostumbrado el pueblo por esta causa á obedecer por rutina á
moverse por los resortes de la voluntariedad, como si fuera un
autómata, y á temer con sobrado fundamento los horrores de la
bárbara Inquisición, el azote de la tiranía y los caprichos de un
ministerio corrompido, no solo perdió su primitiva grandeza,
olvidó su dignidad, desconoció el modo de recuperarla y se convirtió
en juguete de sus opresores, sino que caminó con pasos acelerados
á su degradación.
Adoptando una perspectiva histórica, atribuye la prolongada
decadencia de España a consecuencias derivadas del despotismo, como
la proscripción de la buena instrucción, la degradación del gobierno y la
censura a la libre difusión de las ideas. A su vez, este estado de degradación
respondía al dominio de un sector social, la minoría aristocrática, que
reciclaba su poder gracias a la discrecionalidad del despotismo. Con este
análisis, López efectuaba una trayectoria desde el liberalismo a la
democracia de tinte social. La igualdad no podía restringirse, para él,
a un principio abstracto o de participación política, sino que debía
englobar la garantía a oportunidades similares para los integrantes de
los sectores subalternos. En tal alegato democrático resalta la
reivindicación de la dignidad de la plebe, cuyo infortunio se superaría
a través de su participación política. Y es que visualizaba que la degradación
del pueblo tenía por contrapartida el dominio de la nobleza. Ahora
bien, López de Medrano situaba en el centro del conflicto la
contraposición entre la ignorancia de la minoría social dirigente y la
intención liberadora del estrato culto. Esto ponía de relieve que el espíritu
liberal se encontraba entre los letrados de vocación moderna, segregados
de la clase dominante, pero también de una masa del pueblo que estaba
imposibilitada de percibir la naturaleza de los problemas.
118
PERSONAJES DOMINICANOS
El egoísmo de los magnates, que habían erigido su
engrandecimiento sobre la ruina de sus semejantes, en nada más
se esmeró que en condenar perpetuamente la libertad de imprenta,
enervando el espíritu de los doctos, esterilizando el germen de la
ilustración y sofocando la luz que de tiempo en tiempo aparecía
ocultamente en la capacidad. Era preciso para mantener en su
vigor este predominio acrecentar la ignorancia en vez de destruirla,
incrementar los errores en vez de labrar el desengaño y obstruir
con actividad la difusión de ideas que conducen a la verdadera
gloria.
La lucha política que por primera vez se estaba entablando en Santo
Domingo, de acuerdo con su percepción, enfrentaba a los portadores de
la democracia con los aferrados a los privilegios de nacimiento del antiguo
régimen. Aunque registraba que no había propiamente una nobleza
insular, los partidarios locales del absolutismo actuaban en forma
equivalente. En principio, se desprende de su discurso que endilga al
conjunto de los sectores superiores la posición de soporte social del
absolutismo. Al menos identifica a los siguientes sectores como contrarios
a las libertades: los catalanes –el grupo comercial más importante en la
época–, el alto clero, los militares y la nobleza (que se puede considerar
el grupo dirigente de familias terratenientes de base urbana, que databa
de los tiempos coloniales iniciales).
Respondiendo a las acusaciones de este virtual partido conservador,
López de Medrano expuso una postura moderada. El propósito de los
liberales, aseguraba, no estribaba en destruir a los rivales, sino en el
logro de la convivencia de todos dentro del ordenamiento constitucional.
Concluía que la pluralidad de partidos políticos propende al bien común
y al avance de la libertad y la civilización.
Aun así, le resultó inevitable confrontar las aspiraciones de los sectores
superiores de perpetuar los privilegios basados en elementos tradicionales,
como los apellidos y el linaje hereditario. Proclamaba que la única
superioridad aceptable dentro de un ordenamiento democrático reside en
la virtud y el talento de los individuos. Los poseedores de estas cualidades
se autoerigían en portavoces de los sectores plebeyos de la población urbana,
los cuales aspiraban a obtener las mismas oportunidades que la minoría
que debía sus posiciones privilegiadas en las relaciones sociales y en las
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
119
instituciones a los vínculos de sangre. En su visión, la participación en
política de los sectores urbanos modestos vendría a operar como piedra de
toque de la conformación de un sistema político que potenciase el bienestar
general. Con motivo de la elección de regidores salidos del pueblo, López
de Medrano cuestionó la suposición de los conservadores de que se había
degradado la calidad del personal de la administración pública con la
incorporación de personas del pueblo a resultas de las elecciones.
Por lo mismo ignoro los motivos de que se irrogue inferioridad á
los nuevos capitulares. Sin apoyarme en aquellas comparaciones,
que suelen mirarse capciosamente, ni agraviar á alguien, de lo que
dista mi aserción, hallo que en general los del antiguo Cabildo no
son de mejores cualidades que los del constitucional, á no ser que
el haber comprado esos oficios, según he apuntado, y en ellos la
finca de sus atribuciones, instituya una razón de disparidad, que
no se encuentra en sustancia. Aun cuando se pudiere oponer en
controvertido alegato que eran de los que viven de un tráfico, que
utilice á la sociedad, de un taller, de una pulpería, de un almacén,
es incontrastable que no los rebajaría este concepto, así como
tampoco los elevaría al ser de otro destino. El zapatero, el
talabartero, el herrero, el tonelero, el carpintero, el albañil, el sastre,
el pintor, el músico, todo laborioso, todo artista puede ser tan
excelente ciudadano como un consejero de estado y un diputado
en cortes. Digámoslo de una vez: el talento, las luces, la integridad,
modales irreprensibles son las bellas disposiciones, la legítima
aptitud para ser hombre público.
En un hombre perteneciente a los estratos superiores, no deja de ser
sorprendente un alegato democrático tan resuelto, dirigido a reivindicar
la igualdad como cuestión de principio y a aseverar la eficacia en el
ejercicio de funciones públicas de quienes no han tenido acceso a la
educación superior. Si se observan las profesiones mencionadas, se colige
que la propuesta democrática tenía por sujetos a sectores urbanos que,
aunque humildes, habían logrado cierta dignidad gracias a la pericia en
el ejercicio de actividades artesanales. La mayoría poblacional del campo
quedaba excluida del alegato, acaso por no incorporar aún el embrión
de la vida “política”.
120
PERSONAJES DOMINICANOS
La limitación más importante de su propuesta democrática radicaba
en el problema de la esclavitud, tema no mencionado. Podía ser
ciertamente hasta peligroso, aun en el entorno constitucional liberal,
formular una crítica a la esclavitud; pero no hay indicio de que él se
planteara el problema. Es posible que, en términos generales, compartiera
los puntos de vista que entonces formulaban otros liberales, como Antonio
María Pineda, en el sentido de que el problema central que confrontaba
el avance hacia el desarrollo económico se localizaba en la masa rural
colocada al margen de las regulaciones de la disciplina y la eficiencia.
De todas maneras, López de Medrano representaba un extremo en la
potencialidad democrático-popular del liberalismo, no exento de graves
limitaciones, como se verá en sus actos durante las semanas de la
independencia efímera.
EL INDEPENDENTISTA
En el Manifiesto, López de Medrano se proclamó en todo momento
súbdito del rey, bajo el supuesto de que este se encontraba inserto
en un orden constitucional irreversible. Ahora bien, en América la
postura liberal expresaba las demandas de los criollos de quedar
incorporados en la gestión de los asuntos públicos. En gran medida,
en las nuevas circunstancias históricas, el discurso democrático quedaba
imbricado con el despertar del espíritu nacional. Es lo que explica que
el Manifiesto concluyera con el alegato de que, ya en el orden
constitucional, los dominicanos tenían idénticos derechos que los
españoles peninsulares:
Ya no sois unos miserables colonos, sino unos Españoles iguales á
nuestros hermanos carísimos de Europa. No basta victorear á la
Nación, á la Constitución, al Rey con verbales aclamaciones, ni
observar sus preceptos por pura obligación; es menester penetrarse
de sus máximas, de sus liberalidades, de su impulsión para ser
felices, nivelar vuestra situación con las más sobresalientes y poneros
en paralelo con los pueblos de la Monarquía.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
121
Sin embargo, el dominio metropolitano no se podía avenir con la
plataforma de los criollos, de lo que se derivaba el estado de inquietud
que se magnificaba a causa de una depresión económica que parecía
insuperable. Un grupo de criollos de elevado nivel educativo comenzó a
reunirse asiduamente en la residencia de José Núñez de Cáceres. En esa
peña, con mucho cuidado, se fue socializando el criterio de que al país le
convenía la ruptura con España. Seguramente los integrantes del
conciliábulo nocturno no concordaban en numerosas materias, pero
tuvieron la prudencia de continuar las deliberaciones.
Dotado de un elevado estándar intelectual y predispuesto hacia
posturas innovadoras, López de Medrano fue uno de los integrantes de
este círculo. Él y Núñez de Cáceres, por otra parte, tenían en común la
condición de profesores de la universidad. No obstante la severísima
situación material por la que atravesaba el país durante la España Boba,
la calidad de la educación alcanzó niveles sin precedentes, debido a que
reducidos círculos criollos visualizaron cierto proyecto de cambios
alrededor de la agenda educativa. El prestigio de López de Medrano se
acrecentó en esos días de libertades restringidas, al ser designado rector
provisional de la universidad, en mayo de 1821, con lo que consolidaba
su posición de orientador de los jóvenes.
Por otro lado, la libertad de prensa e imprenta se insertó en el
despliegue de tal proyecto, posibilitando que los pareceres de los contados
intelectuales comenzaran a difundirse. Ya se ha visto que las elecciones
de junio de 1820 proporcionaron el escenario para que el filósofo expusiera
sus concepciones democráticas. Núñez de Cáceres también se hizo
presente como editor del periódico El Duende, donde filtraba críticas
solapadas al régimen colonial.
Es presumible que López de Medrano se contara entre los
comprometidos con la conspiración dirigida por Núñez de Cáceres, que
llevó al derrocamiento del orden colonial, el 1º de diciembre de 1821, y
a la proclamación del Estado Independiente de Haití Español. El filósofo
fue designado regidor del Ayuntamiento de Santo Domingo en el nuevo
ordenamiento, posición desde la cual estuvo inmerso en el curso de los
sucesos durante las agitadas semanas posteriores.
Desde el principio de la proclamación de ese primer Estado soberano
estuvo subyacente la sombra de que podía naufragar por las pretensiones
122
PERSONAJES DOMINICANOS
absorbentes de Jean Pierre Boyer, presidente de Haití, quien siempre
planeó aplicar el artículo de la Constitución haitiana que estipulaba que
la República de Haití tenía jurisdicción sobre el conjunto de la isla.
Boyer obtuvo la adhesión de círculos dirigentes de villas próximas a la
frontera, quienes desconocieron el régimen presidido por Núñez de
Cáceres. Es probable que López de Medrano intuyera que había que
encontrar una salida a la delicada situación, por lo cual habría intentado
promover un movimiento tendente a la reinstauración del régimen
español. De acuerdo con la misma versión, habría desistido del propósito
al captar que el proceso carecía de posibilidades y que conllevaba el
riesgo de un conflicto intestino.
Desde su puesto de regidor, le tocó a López de Medrano formar
parte de la comitiva que recibió al dictador haitiano al borde de la muralla,
así como estar presente en el acto realizado en el Palacio Consistorial, en
el que se le entregaron las llaves de la ciudad.
ESPERANZAS EN HAITÍ Y RÁPIDO DESENCANTO
Aunque no hay indicaciones explícitas, todo parece señalar que al
principio López de Medrano se sumó a la postura de quienes decidieron
acatar la autoridad haitiana. Es probable que estuviera penetrado del
criterio de que había que evitar por todos los medios retornar a la
emigración. En cualquier caso, en su condición de profesor de medicina,
le tocó representar al rector designado por Boyer, Francisco González
Carrasco, en ocasión de la reapertura de las clases, el 1º de julio de 1822.
El discurso que pronunció en esa ocasión fue traducido en Le Telegraphe,
órgano periodístico del Gobierno haitiano, en su edición del 22 de
septiembre de ese año, fecha en que el autor había ya escapado de la isla.
En el texto se enunciaban grandes esperanzas en las potencialidades
regeneradoras del Estado haitiano, gracias a la atención que le prestaba
a la tarea educativa. El texto comienza evaluando la función de la
educación en el perfeccionamiento de las naciones. En el contexto de la
ilustración decimonónica, continúa, se siembra un “germen vivificante,
que desvanece las tinieblas donde ellos se encuentran, rompiendo las
cadenas de la estupidez; y acabando con los remanentes de la ignorancia”.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
123
Depositaba esta esperanza sobre todo en el nivel universitario, donde
se formaría la élite encargada de regir los destinos del colectivo.
Continuando su discurso en tal sentido, aseveró:
De donde se genera igualmente que las universidades, preciado
abrigo de las ciencias, han tenido la reputación por todas las
naciones, como los únicos medios para su superación, de su
solidez y de su complemento de su estabilidad; ya que sin
sabiduría no hay prudencia; no hay buen gobierno, no hay
prosperidad; las acciones que se emprenden no tienen ninguna
firmeza, los Estados no poseen ningún régimen, los intereses
están sin seguridad, las fatigas están sin recompensa, las opiniones
sin conciliación.
No dudó en asegurar que en el contexto del Estado haitiano se
encontraban las posibilidades de que se cumpliera esa perspectiva,
esencialmente por representar el modelo inédito de emancipación de un
pueblo otrora sometido a condiciones indignas, con lo que pronunciaba
una condena al coloniaje. Por lo que indican sus palabras, creyó que en
Haití existía el propósito de impulsar la instrucción como arma para la
consecución de la dignidad colectiva.
Puesto que Haití, tan famoso por los acontecimientos maravillosos,
se presenta simple a los ojos de las naciones, que la desconocen y
que la recelan, por no ser instrumento de sus especulaciones y del
crecimiento de sus riquezas, ella comenzó a trabajar por su
engrandecimiento científico. Ella edifica colegios, ella erige museos,
ella reconstruye este teatro de civilización, de donde han salido
estos genios sorprendentes que han eternizado sobre la tierra la
memoria de su patria.
Esta confianza contrastaba con la ingratitud que para él había
caracterizado la postura de España hacia los dominicanos. Recordó “con
vergüenza” el Tratado de Basilea, que los entregó a una dominación
extranjera. También recordó que el cambio de inicios de 1822 generó
un estado de ansiedad, pero fue superado por la claridad de los propósitos
de Boyer, acreedor de una encendida apología.
124
PERSONAJES DOMINICANOS
El filántropo Jean Pierre Boyer, el Excelentísimo señor presidente
de la República de Haití, vino a tranquilizar la parte del Este,
entró en su territorio y llegó a esta ciudad. Él se mostró exento de
vanidad, sin pompas, sin fastos, él no tiene la cabeza ceñida de
laureles verdes: él no tiene carros en su comitiva, él no espera arcos
de triunfo […] una candidez natural e imponente lo acompaña, la
propia del carácter de romano que lo distingue […]. Él examinó
todo, él fraternizó todo, él ejecutó todo, sin que sus penosas
ocupaciones ni el peso formidable que él soporta no lo conturbaran
con el fin de dotar de organización, conforme a las leyes de la
República. Él fijó su mirada sobre este edificio, él se informó en
particular del rector, del estado de las clases; él tomó notas exactas
y se consagró de preferencia a su conservación, a su estado floreciente
y a su crecimiento.
Al parecer, para López de Medrano el interés de Boyer por el
desarrollo de la educación universitaria constituía el toque distintivo de
su obra de gobierno. En tal sentido, detalla los pasos del mandatario
haitiano a tal efecto, comenzando por la designación de una comisión
encargada de elaborar un plan de reorganización de la institución
universitaria, compuesta por cuatro dominicanos funcionarios del
gobierno. Se decidió que se establecerían las siguientes cátedras: una
nueva de moral, medicina, ambos derechos, filosofía, latín y lengua.
También se designaron profesores, se puso en funcionamiento el claustro
y se introdujeron reformas institucionales.
Exultante, hizo una apología de la juventud dominicana, “ya
haitiana”, en presencia de una oportunidad inédita para empaparse del
saber.
Dulce esperanza de los hombres sensatos, delicias agradables de
la patria, apoyo futuro de su gloria, tú, amable juventud, pródiga
de sutileza de espíritu admirable, depósito de agradables alegrías,
tú que vas a saborear copiosamente de ese don inestimable, exento
de distinciones odiosas que el error inventa por accidentes
efímeros, que el egoísmo sostiene y que la filantropía condena,
entra con alegría en el augusto templo de Minerva que se abre
ahora para recibirte: aprende en filosofía a razonar con juicio, a
buscar la naturaleza.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
125
Después de haber alentado la reorganización de la universidad, a
escasas semanas de la sesión solemne en la que López de Medrano
pronunció el discurso arriba glosado, Boyer dispuso la clausura del
plantel, con el subterfugio de convocar a los jóvenes al servicio militar.
De golpe, al filósofo debieron esfumársele todas las esperanzas en el
cambio de soberanía recién acontecido y decidió abandonar el país de
inmediato. Aunque no dejó escritos los motivos que lo animaron, de
ninguna manera puede imputarse que obrara por conveniencias
personales, sino que es seguro que lo hizo por razones de principios.
Bien hubiera podido incorporarse a la administración haitiana, como lo
hicieron Tomás Bobadilla y José Joaquín del Monte, pero para él se
clausuraba la expectativa de laborar en la formación de los jóvenes dentro
de un orden auspicioso. Debió sobre todo calibrar el significado profundo
que comportaba el cierre de la Universidad.
MEDIA VIDA EN PUERTO RICO
Al abandonar el país, decidió dirigirse hacia Puerto Rico. No detalló las
razones de tal elección, en vez de haber marchado hacia Venezuela u
otro país liberado del yugo español, como poco después hizo Núñez de
Cáceres. Tal vez lo que quedaba entrañado, a partir de la evaluación de
lo acontecido en los meses recién transcurridos, era la sospecha de que
cualquier tentativa nacional concluía en el fracaso. Si se sigue al pie de la
letra lo que con posterioridad escribió en Puerto Rico, se concluye que
se volvió un conservador solidarizado con el despotismo español allí
vigente. En 1831 compuso dos textos apologéticos del gobernador
Miguel de la Torre y el monarca: “Apodícticos de regocijo” y “Coloquios
o congratulación a los puertorriqueños”.
Al llegar a Borinquen, a inicios de septiembre de 1822, fue
identificado como uno de los promotores de la ruptura de Santo
Domingo con España y apresado. Ofreció garantías de la reconsideración
de sus posturas y de su adhesión a la monarquía española. Se radicó en el
poblado de Aguadilla, donde persistía una nutrida colonia dominicana,
pudiendo ejercer la medicina. Debió destacarse en la profesión, ya que
años después el gobernador lo comisionó para investigar las causas de la
126
PERSONAJES DOMINICANOS
mortandad de ganado vacuno generada por una enfermedad conocida
como la llaguita.
Más adelante, en señal de que se había integrado a plenitud en la vida
puertorriqueña, fue designado síndico del Ayuntamiento de Aguada, en
cuya demarcación residía. Tiempo después, en 1836, al parecer
temporalmente en Mayagüez, ingresó a la masonería, pero al cabo de dos
años renunció, alegando motivos políticos, tras trascender que en el seno
de las logias se incubaba el descontento contra el orden colonial.
Desde 1839 hasta el final de sus días residió en Ponce, donde sobresalió
como munícipe. Además de la práctica médica, mantuvo su interés por
la educación y el periodismo. En 1847 fue designado director de la
escuela pública de la ciudad. En 1852 se contó entre los fundadores del
periódico El Ponceño –primera publicación periódica de la localidad–,
que duró dos años.
López de Medrano falleció en Ponce el 6 de mayo de 1856. Pasó
unos 34 años en Puerto Rico, casi media vida, si se acepta que nació
hacia 1780. Se trató de un prolongado y de seguro penoso anticlímax,
durante el cual no produjo nada de importancia. Después de haber sido
un introductor de la reflexión filosófica sistematizada, profesor universitario y pionero de la política democrática, llevó una oscura existencia
provinciana, conforme con el absolutismo hispánico, en manifestación
de retroceso intelectual y político. Aparentemente, nunca dejó de considerarse dominicano, ya que aludía a Puerto Rico como su segunda
patria. Pero no volvió a interesarse por el destino de su pueblo, pese a
que su hermano Antonio López Villanueva tuvo una destacada participación en el proceso posterior a la independencia de 1844.
En conclusión, el intelectual fue víctima de las circunstancias.
Cuando parecía que iban a crearse las condiciones para el ejercicio de
una pedagogía liberadora en un contexto de autonomía nacional, la
invasión foránea, prohijadora de ignorancia y despotismo, lo obligó a
expatriarse para siempre.
ANDRÉS LÓPEZ DE MEDRANO
127
BIBLIOGRAFÍA
Campillo Pérez, Julio Genaro. Dr. Andrés López de Medrano y su legado
humanista. Santo Domingo, 1999.
Cassá, Roberto. “La difícil emergencia de la modernidad dominicana: el
pensamiento de Andrés López de Medrano”. Separata de Vetas, año
VIII, No. 58, septiembre de 2001.
Coiscou Henríquez, Máximo. Documentos para la historia de Santo
Domingo. 2 vols. Madrid, 1973.
Cordero, Armando. La filosofía en Santo Domingo. Santo Domingo,
1973.
JUAN PABLO DUARTE
EL PADRE DE LA PATRIA
Sí, Juan Pablo, la historia dirá: que fuiste el Mentor
de la juventud contemporánea de la patria; que conspiraste,
a la par de sus padres, por la perfección moral de toda ella;
la historia dirá: que fuiste el Apóstol de la Libertad
e Independencia de tu Patria.
JUAN ISIDRO PÉREZ
La paz está restablecida en todo el país, pues el sosiego
público que se había turbado con el nombramiento ilegal
para Presidente de la República, a Juan Pablo Duarte,
cuyos servicios son ignorados, y eran desconocidos;
joven inexperto que lejos de haber servido a su país, jamás
ha hecho otra cosa que comprometer su seguridad
y las libertades públicas: pero los amantes del orden,
y de los principios, los buenos patriotas se apresuraron a poner
remedio a esta especie de calamidad.
TOMÁS BOBADILLA
LA GRANDEZA DE DUARTE
Pocos cuestionan que Juan Pablo Duarte es la figura de mayor estatura
en la historia dominicana. Su mérito principal radica en haber sido el
primero en comprender que el pueblo dominicano tenía las
potencialidades para constituirse en nación, es decir, llevar una vida
soberana a través de un Estado independiente. Al enunciar este objetivo,
trazó las orientaciones de las luchas por la libertad y la igualdad que
caracterizaron la historia dominicana en el siglo XIX.
Duarte fue mucho más allá de aspirar a una vida independiente,
porque también trazó los rasgos del orden político y social deseable. Se
adscribió a las nociones de la Revolución Francesa de libertad, igualdad
y fraternidad, que inauguraron la vida moderna, por oposición al “viejo
régimen” del absolutismo de los monarcas y la preeminencia de los nobles. El ideario nacional de Duarte, en consecuencia, estaba inserto en
una concepción democrática radical, que combatía las expresiones de
ideología conservadora, favorables al mantenimiento de los privilegios.
A pesar de que ya a inicios del siglo XIX los dominicanos constituían un conglomerado con rasgos particulares y tenían conciencia de
esa situación, la pobreza del país, manifestada en todos los órdenes,
incluyendo el político y el intelectual, impedía que de esa identidad
surgiera la aspiración hacia una vida libre de todo dominio extranjero.
El mérito de Duarte estriba en haberse sobrepuesto a esas dificultades,
negando toda forma de dependencia de una potencia extranjera.
Cuando se observan los movimientos nacionales previos a 1838,
fecha en que Duarte inició sus labores revolucionarias, se comprueba
que nunca llegaron a la propuesta de crear un Estado que respondiera a
la soberanía del pueblo y aplicara los preceptos de la libertad y la igualdad.
Por ejemplo, los dominicanos derrotaron la dominación francesa en 1808,
pero lo hicieron para volver bajo el dominio español. En ese momento
muy pocos consideraron que procedía crear un Estado, por lo que la
133
134
PERSONAJES DOMINICANOS
idea no tomó cuerpo como corriente política. En 1821 José Núñez de
Cáceres derrocó el dominio español, pero colocó al naciente Estado como
parte de la Gran Colombia y no visualizó un orden democrático de igualdad.
La capacidad innovadora de Duarte se explica por su constitución
moral superior, que se propuso sacrificarlo todo en aras de su ideal y sin
transigir con soluciones mediatizadas. Fue, por ende, un radical en las
ideas y en la acción. Y esto lo llevó a combatir a los conservadores, que
eran partidarios de anexar el país a una potencia extranjera. La
intransigencia de Duarte alcanzó ribetes excelsos: el ideal lo era todo,
más allá de las dificultades que pudieran presentar el medio y la oposición
de los enemigos.
Esta recia conformación le granjeó adversidades de todo tipo y lo
sustrajo muy pronto de la vida del país, al no transigir con el despotismo
y el anexionismo que se hicieron las guías de los dirigentes políticos
dominicanos. Duarte dirigió la resistencia para que esto no sucediera,
pero fue derrotado porque las condiciones no eran propicias para la
plasmación de su ideal. Su aislamiento de la vida dominicana tuvo ribetes
trágicos, porque no dejó un solo minuto de soñar con la felicidad de su
pueblo. Esta entrega a la causa nacional lo eleva hasta hoy a la categoría
de ejemplo de las virtudes cívicas y morales que deben concretarse en
un orden político y social que erradique la opresión y la desigualdad.
LOS AÑOS FORMATIVOS
Duarte nació el 26 de enero de 1813, cuando todavía existía el dominio
español. Su padre, Juan José Duarte, era un comerciante nacido en
España, y su madre, Manuela Diez, había nacido en El Seibo,
descendiente de españoles. Su infancia y primera juventud transcurrieron
entre la época denominada España Boba y el dominio haitiano. En estos
últimos años no había manifestaciones de oposición a los invasores de
occidente, quienes en un inicio tomaron medidas de tipo revolucionario
que les granjearon el apoyo de gran parte de la población, sobre todo de
los estratos pobres y de color.
Duarte no pudo realizar estudios superiores porque el país se había
quedado sin universidad. Según informó su hermana Rosa Duarte,
JUAN PABLO DUARTE
135
estudió en la escuela de Manuel Aybar, y luego aprendió inglés y francés.
Tuvo, empero, la suerte de que su padre lo complaciera con la realización
de un viaje por Estados Unidos y Europa, posiblemente entre los años
1829 y 1832, a fin de estudiar comercio. Esa estadía en el exterior le
permitió conocer las aspiraciones liberales y democráticas que bullían
en Europa contra los restos del antiguo régimen. También lo ayudó a
tomar conciencia de la reivindicación nacional. Es ilustrativo que, tras
su retorno, uno de los amigos de su padre, Manuel María Valverde, le
preguntó qué le había impresionado más de su viaje, a lo que respondió:
“los fueros y libertades de Barcelona, fueros y libertades que espero que
demos nosotros un día a nuestra patria”.
A pocos días de iniciado el viaje, el capitán del barco, después de
conversar un rato con Pablo Pujol, el catalán que acompañaba al joven Duarte, y hacer comentarios sobre el país, se dirigió a Duarte
preguntándole si no le daba pena decir que era haitiano; Duarte respondió en seco: “Yo soy dominicano”. Acto seguido el capitán español insistió: “Tú no tienes nombre, porque ni tú ni tus padres merecen
tenerlo porque, cobardes y serviles, inclinan la cabeza bajo el yugo de
sus esclavos”. Años después relató que estas palabras humillantes lo
llevaron en ese mismo momento a la resolución de luchar por la libertad de la patria.
Tras regresar del viaje, el joven Duarte ayudó a su padre en las
labores comerciales, algo que le dio sentido de trabajo y lo relacionó con
diversos sectores sociales. Al mismo tiempo se dedicó al estudio, tomando
clases particulares con Juan Vicente Moscoso, considerado uno de los
espíritus más preclaros de la época. Su capacidad se vio colocada por
encima del medio, lo que le permitió iniciar una labor educativa entre
algunos amigos, casi todos del mismo círculo social de familias de
raigambre urbana, ascendencia colonial y española, en las cuales bullía
un espíritu de inconformidad con el dominio haitiano.
Pero lo que pudo haber sido una reacción tradicionalista, en esos
jóvenes, gracias a Duarte se encaminó hacia la conformación de un núcleo
democrático-revolucionario. Tal vez la clave estuvo en la condición de
jóvenes de todos ellos. El repudio a la opresión, sin compromiso con el
pasado, los hizo receptivos a las prédicas de Duarte. El conglomerado
de amigos, cohesionados bajo su orientación en la actividad del estudio
136
PERSONAJES DOMINICANOS
y la reflexión intelectual, fue el antecedente de la organización
revolucionaria formada años después.
Estas actividades se fortalecieron con motivo de la llegada al país del
sacerdote peruano Gaspar Hernández, designado párroco de San Carlos,
de elevada formación intelectual, quien organizó un grupo de estudios de
filosofía en 1842. Sin embargo, Gaspar Hernández no tuvo
responsabilidad en la dirección patriótica y revolucionaria del conjunto
de jóvenes, puesto que era partidario del retorno del dominio español.
FUNDACIÓN DE LA TRINITARIA
Cuando Duarte consideró que había logrado transmitir su apostolado,
decidió pasar a una fase de organización política, y el 16 de julio de
1838 creó la sociedad secreta La Trinitaria, en una reunión sostenida en
la casa de Juan Isidro Pérez, ubicada en la hoy calle Arz. Nouel (antes
calle del Arquillo), frente a la iglesia del Carmen. De acuerdo con el
testimonio de Félix María Ruiz, uno de los congregados, se procedió a
hacer el siguiente juramento:
En nombre de la Santísima, Augustísima e Indivisible Trinidad de
Dios Omnipotente: juro y prometo, por mi honor y mi conciencia,
en manos de nuestro presidente Juan P. Duarte, cooperar con mi
persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano
y a implantar una República libre, soberana e independiente de
toda dominación extranjera, que se denominará República
Dominicana; la cual tendrá su pabellón tricolor en cuartos,
encarnados y azules, atravesado por una cruz blanca. Mientras tanto
seremos reconocidos los trinitarios con las palabras sacramentales:
Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo. Si tal
hago, Dios me proteja y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios
me castiguen el perjurio y la traición si los vendo.
Según la tradición, ese juramento fue firmado con sangre por cada
uno de los presentes. Ha habido criterios encontrados acerca de quiénes
fueron los fundadores de La Trinitaria. El tema ha sido dilucidado por
Vetilio Alfau Durán, en su artículo “Los fundadores de La Trinitaria”.
137
JUAN PABLO DUARTE
Tres fundadores de la organización el 16 de julio, José María Serra,
Félix María Ruiz y Juan Nepomuceno Ravelo, dieron versiones distintas
acerca de los asistentes a la ceremonia.
José María Serra:
Juan N. Ravelo:
Félix María Ruiz:
Juan Pablo Duarte
Juan Isidro Pérez
José María Serra
Juan N. Ravelo
Félix María Ruiz
Benito González
Jacinto de la Concha
Pedro A. Pina
Felipe Alfau
Juan Pablo Duarte
Juan Isidro Pérez
José M. Serra
Juan N. Ravelo
Benito González
Vicente C. Duarte
Felipe Alfau
Jacinto de la Concha
Juan Pablo Duarte
Fco. del R. Sánchez
Pedro A. Bobea
Ramón Mella
Félix María Ruiz
Pedro Pina
José María Serra
Juan Isidro Pérez
Serra, Ruiz y Ravelo convalidan su propia asistencia a esa reunión
solemne, al igual que las de Duarte, Pedro Alejandrino Pina y Juan
Isidro Pérez. La lista de Ravelo es incompleta, ya que señaló que había
habido 12 asistentes, de los cuales únicamente recordaba los nombres
de siete.
Cuando Emiliano Tejera interrogó a Duarte en Caracas, en 1864,
este le señaló que Sánchez y Mella ingresaron de inmediato a La Trinitaria.
Tejera llegó a la conclusión de que el 16 de julio hubo dos reuniones,
una inaugural en la mañana y otra en la tarde, en la que se incorporaron
nuevos integrantes. Distintas fuentes señalan que en el inicio de La
Trinitaria se contaron varias categorías de miembros. Tejera, con el aval
de otros estudiosos del tema, concluyó que los asistentes a la reunión de
la mañana fueron: Duarte, Juan Isidro Pérez, Pedro A. Pina, Jacinto de
la Concha, Félix M. Ruiz, José M. Serra, Benito González, Juan N.
Ravelo y Felipe Alfau. Además de estos nueve, se señala la adhesión
inmediata de varios más, que cabe considerar también como fundadores
de la organización revolucionaria: Francisco del Rosario Sánchez, Matías
Ramón Mella, Vicente Celestino Duarte, Félix María Delmonte, Juan
Nepomuceno Tejera, Tomás de la Concha, Jacinto de la Concha, José
A. Bonilla, Pedro Carrasco, Epifanio Billini, Joaquín Lluberes, Pedro
Pablo Bonilla, Pedro Antonio Bobea, Juan Evangelista Jiménez,
Remigio del Castillo y otros.
138
PERSONAJES DOMINICANOS
La Trinitaria fue una organización que no tenía precedentes en el
país: el primer agrupamiento revolucionario animado por una doctrina
política, con un programa y un sistema de organización. Su razón de ser
estribaba en plasmar el objetivo que había predicado Duarte: derrocar
el dominio haitiano para fundar un Estado independiente. Como puede
leerse en el juramento, la entidad se organizó alrededor de la fidelidad a
la persona de Duarte. Las enseñanzas del padre de la patria resumían la
doctrina y el programa de la sociedad. El movimiento de los trinitarios,
refirió su hermana Rosa Duarte, fue conocido como “revolución de los
muchachos” a causa de la juventud de casi todos. Los conservadores los
observaban con desconfianza y burla por el idealismo desinteresado.
Acuñaron el neologismo despectivo de “filorios”, palabra que venía de
filósofos, con lo que se quería denotar que eran románticos carentes de
realismo.
Contrario a esta visión, Duarte dotó a La Trinitaria de los recursos
prácticos y organizativos necesarios para alcanzar sus objetivos. Puede
asociar a La Trinitaria con la tradición masónica y las organizaciones
libertarias de los países mediterráneos que propugnaban por implantar
regímenes liberales, como los carbonarios de Italia. Su principal rasgo
distintivo fue el secreto que debía guiar las actividades. Se dotó de una
organización celular, de acuerdo con la cual cada núcleo de conspiradores
debía existir como un cuerpo independiente del resto. Se concibió, por
tanto, como una cadena de conspiradores que confluían en los primeros
iniciados: cada uno de ellos debía crear una célula con dos integrantes
más y, a su vez, cada uno de estos crear otras células con la incorporación
de dos nuevos adeptos. Pero cada miembro únicamente debía conocer a
los integrantes de las células a las que perteneciera.
Duarte fue nombrado presidente y general de la organización secreta,
con facultad de otorgar grados. Sus seguidores cercanos recibieron el
rango de coronel, y se les reconocía por un seudónimo y un color. Por
ejemplo, Duarte tenía el azul, que significaba gloria, Pérez tenía el
amarillo, símbolo de la política, Pina el rojo para significar la pasión
patriótica y Sánchez el verde, para la esperanza. La importancia que
concedió a las tareas militares se pone de manifiesto en el hecho de que
él ingresó a la Guardia Nacional, cuerpo militar haitiano compuesto
por civiles, e invitó a sus compañeros a hacer lo mismo. Las actividades
JUAN PABLO DUARTE
139
educativas de Duarte pasaron a incluir clases de tiro y de esgrima, a fin
de preparar a sus discípulos para la guerra.
A pesar de las precauciones conspirativas que acompañaron al
funcionamiento de la sociedad secreta, se ha inferido –por lo que contienen
las escasas fuentes– que hubo la defección de un Judas que llevó a su
virtual disolución. Por lo que indica Rosa Duarte, se supone que el
traidor fue Felipe Alfau, aunque probablemente no denunció lo que
conocía, sino que se alejó y cambió de posición política. En los años
posteriores, se señalaría a Alfau como uno de los conservadores más
opuestos a las ideas liberales y democráticas de Duarte. Tiempo después,
otros compañeros de Duarte le dieron la espalda a sus enseñanzas, como
Juan Nepomuceno Tejera, quien apoyó tanto la anexión a España de
1861 como el proyecto de anexión a Estados Unidos de 1869.
Aunque no se conozcan los detalles precisos, La Trinitaria dejó de
funcionar no mucho tiempo después de fundada. De seguro, aparte de la
posible defección de Alfau y otros incidentes, quedó patente que había
múltiples dificultades para proseguir la acción revolucionaria organizada
debido a la apatía de la población, que aún no comprendía las concepciones
de los jóvenes. Pero ello no significa que se paralizaran los trabajos. Duarte
procedió a crear La Filantrópica, una sociedad legal donde se pronunciaban
discursos políticos y se promovía la cultura, compuesta por el mismo núcleo
básico que había conformado La Trinitaria. También tomó la iniciativa de
fundar la Sociedad Dramática, cuyo objetivo era difundir los ideales a
través de la representación de obras teatrales. En algún momento las
autoridades haitianas se sintieron alarmadas a propósito de una de estas
obras, cuando se gritó “Haití como Roma”; sin embargo, decidieron no
reprimir la actividad por considerarla inofensiva y que debía ser incluso
imitada por los jóvenes haitianos.
LAS ENSEÑANZAS DE DUARTE
Diversos documentos informan acerca de su concepción del orden ideal
que debía alcanzar la nación. La principal fuente es el proyecto de
Constitución que elaboró entre los meses de abril y junio de 1844 y que
debió interrumpir por los acontecimientos que se sucedieron. Ante todo,
140
PERSONAJES DOMINICANOS
señala que la independencia absoluta constituye la ley cardinal de la
nación y el Estado, y que por tanto resulta inviolable, sin importar las
circunstancias. El padre de la patria se contraponía a los conservadores,
quienes carecían de fe acerca de la capacidad de los dominicanos para
hacer viable un Estado independiente.
Cuando los acontecimientos se precipitaron desde inicios de 1843,
casi todos los conservadores, pertenecientes a las generaciones mayores
de los estratos superiores urbanos, que hasta entonces habían colaborado
con los gobernantes haitianos, llegaron a la conclusión de que la fórmula
idónea para liberarse del yugo haitiano era el protectorado de Francia. Por
esto fueron calificados despectivamente como “afrancesados”. Además de
que veían imposible enfrentar la superioridad militar haitiana, estimaban
que la presencia de una potencia extranjera resultaba indispensable para
promover el progreso económico, ya que el país era demasiado pobre. El
más connotado de los afrancesados, Buenaventura Báez, justificaba su
postura favorable al protectorado o a la anexión del país con el principio
del cosmopolitismo, o sea, que el país estaba obligado a integrarse a las
corrientes de la civilización y el progreso vigentes en el mundo.
Para Duarte las ideas de los conservadores no eran sino la expresión
de una vocación antinacional, y utilizó el neologismo de “orcopolitas”,
o sea, ciudadanos del infierno, para calificar a los “cosmopolitas”
(ciudadanos del mundo). Muchos años después le escribió a su amigo
Félix María Delmonte sus consideraciones al respecto:
Esa fracción o mejor dicho esa facción ha sido, es y será siempre
todo menos dominicana; así se la ve en nuestra historia,
representante de todo partido antinacional y enemigo nato por
tanto de todas nuestras revoluciones.
Duarte mantuvo toda su vida la intransigencia contra los
conservadores anexionistas. En una ocasión indicó:
Mientras no se escarmiente a los traidores, como se debe, los buenos
y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus
maquinaciones.
Un segundo aspecto de las concepciones de Duarte era su apego a la
legalidad, puesto que perseguía establecer un régimen basado en las
JUAN PABLO DUARTE
141
normas de las instituciones, y no en las conveniencias accidentales de los
individuos. Su proyecto de Constitución contiene varias secciones
dedicadas a ratificar la obligatoriedad de obediencia de la ley, tanto para
gobernantes como para gobernados. El significado de la centralidad que
le asignaba el padre de la patria a la legalidad del ordenamiento estatal
residía en que prevenía cualquier asomo de dictadura, cuya fuente es la
violación de la ley. Duarte aspiraba a la construcción de un orden
democrático integral, donde las competencias de los poderes y de las
personas estuviesen delimitadas, a fin de que no hubiese menoscabo de
los derechos inherentes a la dignidad de la persona. El norte del sistema
político debía ser el respeto de las libertades, empezando por la de
creencias. En el proyecto de Constitución se consagra la religión católica
como la “predominante en el Estado”, pero sin menoscabo de la “libertad
de conciencia y tolerancia de cultos”.
Si bien establecía que la soberanía residía en la nación (la reunión de
todos los dominicanos), esta tenía que mantenerse de acuerdo con un
orden democrático. El artículo 20 del proyecto de Constitución reza: “La
Nación está obligada a conservar y proteger por medio de sus Delegados
y a favor de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e individual, así
como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos
que la componen”. En otro apartado del proyecto de Constitución
estableció: “Ningún poder de la tierra es ilimitado, ni el de la ley tampoco”.
La concepción democrática del orden político se expresó de manera
acabada en su planteamiento de que el Estado dominicano estuviese
dividido en cuatro poderes, y no en tres como era lo clásico a partir de la
doctrina de Charles de Montesquieu, quien había concebido la teoría de
la separación de los tres poderes como fórmula para evitar el despotismo.
Además de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, el proyecto de
Constitución introducía el poder municipal. Es decir, el municipio pasaba
a tener una dignidad similar a la de los otros poderes, gozando de plena
autonomía, cuestión relevante puesto que aseguraba el ejercicio de los
derechos ciudadanos. Con esta centralidad del municipio Duarte estaba
diseñando una democracia que garantizara el ejercicio participativo de
los derechos y deberes ciudadanos.
Lo anterior le llevó a incluir en el proyecto de Constitución una
definición del tipo de gobierno:
142
PERSONAJES DOMINICANOS
[…] deberá ser siempre y antes de todo, propio y jamás ni nunca
de imposición extraña bien sea esta directa, indirecta, próxima o
remotamente; es y deberá ser siempre popular en cuanto a su
origen, electivo en cuanto al modo de organizarle, representativo
en cuanto al sistema, republicano en su esencia y responsable en
cuanto a sus actos.
Pero no se limitaba a concebir su propuesta desde el mero ángulo
del sistema político, sino que la conectaba con la democracia social.
Desde sus inicios el círculo duartista fue visualizado como un
conglomerado de blancos que se oponían al dominio de los negros
haitianos. De hecho, muchos de ellos participaban de los prejuicios
provenientes del pasado colonial que asignaban un estado de superioridad
a los blancos y el correspondiente de inferioridad a los negros. Duarte se
opuso a estos criterios e inculcó a sus discípulos el principio de la “unidad
de raza”. Con ello significaba el reconocimiento de que la nación
dominicana se había estructurado a través de la mezcla de aportes étnicos
diversos, fundamentalmente el de los africanos y el de los europeos, para
dar lugar a un conglomerado particular de mayoría mulata. Esta realidad
era elevada a la categoría de principio que debía pautar la asociación de
todo el pueblo en una nación de iguales, donde no hubiese privilegios
por razones de casta o color. La importancia que le asignaba al tema
tenía motivos más que justificados, ya que el principal obstáculo que
enfrentaba la culminación de la conformación de la nación estribaba en
los criterios coloniales que establecían la desigualdad entre los
componentes étnico-raciales. La inquietud se observa en una de las poesías
escritas por Duarte:
Los blancos, morenos
cobrizos, cruzados
marchando serenos
unidos y osados
la Patria salvemos
de viles tiranos,
y al mundo mostremos
que somos hermanos.
JUAN PABLO DUARTE
143
El criterio social democrático está desarrollado en un texto suyo
trascrito por su hermana Rosa.
Todo el que contrariare de cualquier modo los principios
fundamentales de nuestra asociación política se coloca ipso facto y
por sí mismo fuera de la Ley, que la Ley no reconocería más nobleza
que la virtud, ni más vileza que la del vicio, ni más aristocracia
que la del talento, quedando para siempre abolida la aristocracia
de sangre como contraria a la unidad de raza, que es uno de los
principios fundamentales de nuestra asociación política.
Refiere la misma Rosa Duarte que, al ser combatido el principio de
la unidad de raza, su hermano procedió a destruir el proyecto de
Constitución.
LA REFORMA
Para que los anhelos de independencia pudiesen ganar terreno hacía
falta un estremecimiento, ya que los trinitarios no lograban traspasar su
influencia del círculo de jóvenes de los estratos urbanos medios y
superiores. Lo que les permitió pasar a una etapa superior de actividad
para la consecución de sus objetivos fue el movimiento de La Reforma,
iniciado en Les Cayes, principal ciudad del sur de Haití y bastión del
liberalismo opuesto a la autocracia del presidente Jean Pierre Boyer.
Al enterarse de la conspiración que dirigían los depuestos diputados
liberales de Les Cayes, Duarte dispuso que Matías Ramón Mella, quien
sobresalía como uno de sus compañeros más audaces, se trasladara a esa
región para llegar a acuerdos con los enemigos de Boyer. Mella cumplió
su cometido en una breve visita, retornando hacia Santo Domingo un
día antes del estallido de la insurrección iniciada el 27 de enero de 1843
que, tras operaciones militares, llevó a la renuncia del dictador el 13 de
marzo. Cuando el 24 de marzo llegaron a Santo Domingo las noticias
de la caída de Boyer, se produjo una movilización dirigida por algunos
de los compañeros de Duarte en unión con liberales haitianos residentes
144
PERSONAJES DOMINICANOS
en la ciudad. El pueblo se lanzó a la calle en repudio al despotismo y
aclamando la independencia dominicana.
Los conservadores acusaron a Duarte y a sus amigos de “colombianos”,
en alusión a Núñez de Cáceres, quien no abolió la esclavitud. Para
contrarrestar la acusación, Duarte subrayó enérgicamente que no era la
independencia lo que se buscaba en ese momento, sino La Reforma. Era
consciente de que aún no habían madurado las condiciones para la
proclamación de la independencia.
Las autoridades haitianas de la ciudad de Santo Domingo,
encabezadas por el gobernador Carrié, se opusieron al movimiento
popular y se produjo una balacera en la Plaza de Armas (hoy parque
Colón) cuando la multitud se acercaba a la residencia de Carrié para
exigir su dimisión. Muchos manifestantes se ocultaron y otros,
encabezados por Duarte, marcharon hacia San Cristóbal, donde se
encontraba un núcleo importante de conjurados. En esa villa se recibieron
refuerzos de otros lugares del sur y se obtuvo la renuncia de los boyeristas,
tras lo que se procedió a designar gobernador a Etienne Desgrotte, jefe
de los liberales haitianos que residían en Santo Domingo. Se formó, días
después, una Junta Popular presidida por el haitiano Alcius Ponthieux,
en la cual Duarte era uno de los vocales, junto a los trinitarios Manuel
Jiménes y Pedro Alejandrino Pina. La Junta le encomendó a Duarte la
misión de expandir los trabajos a las localidades del este.
Pronto se manifestaron divergencias entre los liberales haitianos y
los liberales dominicanos. Con motivo de la celebración de elecciones
para la designación de representantes legislativos compitieron tres
tendencias: los conservadores dominicanos, los liberales dominicanos y
los liberales haitianos. A pesar de la poca relación con el pueblo que
tenían los trinitarios, triunfaron en esas elecciones debido a que
encarnaban las ansias de libertad de los sectores más conscientes de la
población dominicana. Adicionalmente, días antes se había enviado a
las autoridades haitianas la petición de que los documentos oficiales
fueran redactados en español, pues los dominicanos no podían ser tratados
como pueblo conquistado. Esto alertó a los liberales haitianos acerca de
lo que perseguían los dominicanos.
A pesar de la lucha entre liberales y conservadores, algunos de estos
últimos comprendieron que era preciso llegar a un acuerdo con los
JUAN PABLO DUARTE
145
trinitarios, ya que ellos solos carecían de la fuerza para lograr la ruptura
con Haití. A tal efecto se realizaron reuniones entre Duarte y
personalidades conservadoras, en búsqueda de unidad de acción. Los
conservadores exigían concesiones contrarias a la soberanía dominicana
que Duarte consideró inadmisibles, por lo cual las negociaciones llegaron
a un punto muerto. Sin embargo, los trinitarios siguieron tratando de
recabar mayor apoyo de diversos sectores y no renunciaban a la unidad,
siempre y cuando se mantuviera el objetivo de un Estado plenamente
independiente. El mismo Duarte, en las labores de la Junta Popular,
logró la incorporación de los hermanos Ramón y Pedro Santana, dos de
los propietarios más influyentes de la región oriental, reconocidos por
su oposición al yugo haitiano. Duarte conversó con Ramón Santana, de
inclinaciones patrióticas, quien declinó la propuesta de ser nombrado
coronel por entender que ese cargo debía corresponderle a su hermano
Pedro, con vocación para el mando. Posteriormente Duarte envió a
Sánchez a ratificar el acuerdo, pues era amigo personal de los hermanos
Santana. Este episodio, sin duda verídico, evidencia que, a pesar de la
disputa entre trinitarios y afrancesados, se producían acuerdos de algunos
de los últimos con el movimiento de los primeros.
El nuevo presidente haitiano Charles Hérard, quien había dirigido
las operaciones militares de La Reforma, comprendió que se estaba
incubando una situación delicada en la “Partie de l´Est”. Parece que
su alarma fue motivada por el triunfo de los trinitarios en las elecciones
del 15 de junio, la petición de uso del idioma español y un proyecto
de solicitud, del que se desistió, de que concediese la independencia a
la parte dominicana. Algunos conservadores que colaboraban con el
régimen haitiano, como Manuel Joaquín Delmonte, instigaron a las
autoridades haitianas a reprimir a los trinitarios. Desde Cabo Haitiano,
Hérard dispuso una marcha militar para imponer el orden, y procedió
a arrestar a todos los sospechosos de realizar actividades
independentistas. Varios trinitarios fueron apresados, pero otros
lograron esconderse antes de la entrada de Hérard a la ciudad, el 12 de
julio, entre ellos Duarte, Sánchez, Pedro Alejandrino Pina y Juan
Isidro Pérez. Duarte, Pina y Pérez abandonaron el país en forma secreta
el 2 de agosto, mientras que Sánchez permaneció en el interior debido
a que se había enfermado. Haciendo correr el rumor de que había
146
PERSONAJES DOMINICANOS
fallecido, Sánchez pasó a dirigir los trabajos conspirativos en unión a
Vicente Celestino Duarte.
Primero desde Venezuela y luego desde Curazao, Duarte se mantuvo
atento al desarrollo de los acontecimientos, presto a retornar al país para
ponerse al frente de la insurrección que se planeaba contra el dominio
haitiano. Procuró infructuosamente obtener recursos del presidente
venezolano Carlos Soublette y, mientras tanto, envió a sus compañeros
Pina y Pérez a Curazao, a fin de que mantuvieran un contacto más estrecho
con el país. Cuando recibió una carta de Sánchez y su hermano Vicente
Celestino, fechada el 15 de noviembre de 1843, solicitándole ayuda urgente
para iniciar la sublevación, el padre de la patria escribió a sus hermanos, el
4 de febrero, pidiéndoles que dispusiesen de todos los bienes:
El único medio que encuentro para reunirme con Uds. es
independizar la patria; para conseguirlo se necesitan recursos, recursos
supremos, y cuyos recursos son, que Uds. de mancomún conmigo
y nuestro hermano Vicente ofrendemos en aras de la patria lo que a
costa del amor y trabajo de nuestro padre hemos heredado.
Pocos días después marchó a Curazao con vistas a retornar al país lo
antes posible. Mientras tanto, las hermanas de Duarte laboraban en la
fabricación de municiones, junto a mujeres de las familias Ravelo, Concha
y Valverde.
LUCHA CONTRA LOS AFRANCESADOS
Tan pronto se conformó la Junta Central Gubernativa el 28 de febrero
de 1844, al día siguiente a la proclamación de la independencia, una de
sus primeras disposiciones fue enviar a Juan Nepomuceno Ravelo en la
goleta Eleonora para que trajera a Duarte y a sus dos compañeros de
vuelta al país. Los tres trinitarios llegaron a Santo Domingo el 15 de
marzo y fueron recibidos apoteósicamente. El arzobispo abrazó a Duarte
diciéndole: “Salve al padre de la patria”. En la Plaza de Armas, Duarte
fue proclamado por el pueblo y el ejército general en jefe del ejército
dominicano. Pero encontró una patente hegemonía del sector
JUAN PABLO DUARTE
147
conservador, expresada en una mayoría en la Junta Central Gubernativa,
la presidencia de Bobadilla y la jefatura militar en el Frente Sur de
Pedro Santana. La Junta desconoció la proclama popular y designó a
Duarte comandante de armas de Santo Domingo.
Gracias a la hegemonía conservadora en la Junta Central
Gubernativa, el 8 de marzo ese organismo había tomado la resolución
de adoptar parcialmente un plan que había sido esbozado en la capital
de Haití por el cónsul general de Francia y varios representantes
dominicanos cuando estaban participando en la Asamblea
Constituyente que se había llevado a cabo como resultado del triunfo
de La Reforma. El plan Levausser estipulaba la designación de un
gobernador francés como ejecutivo del Estado dominicano, con lo que
el país quedaría en la situación de protectorado de Francia. También
estipulaba la cesión a Francia a perpetuidad de la península de Samaná
y la ayuda activa a Francia en el caso de que decidiera reconquistar su
antigua colonia en el occidente de la isla. La justificación de esta resolución
estribaba en la amenaza militar haitiana. En los meses de marzo a mayo
los cabecillas conservadores depositaron todas sus expectativas en la ayuda
francesa.
Hasta la llegada de Duarte, los jefes de los trinitarios, Sánchez y
Mella, mostraron una pasiva aceptación de la propuesta de cesión de
Samaná, pero Duarte imprimió un giro a estas posiciones y pasó a
encabezar una oposición discreta a las gestiones antinacionales. Consideró
imperativo obtener un éxito militar contundente frente a los haitianos,
y pidió ser designado en el frente del sur, donde fue destinado como
general asociado a Santana. Ya en Baní, Duarte abogó por una táctica
ofensiva que fue rechazada por Santana, quien siempre se caracterizó
por adoptar posturas militares defensivas. Los oficiales subordinados a
Duarte lo animaron a que tomara por su cuenta la ofensiva, haciendo
caso omiso de la postura de Santana, pero él prefirió acatar las instrucciones
de la Junta Gubernativa. Ante las divergencias con Santana, el 4 de
abril la Junta lo convocó de retorno a Santo Domingo, en obvia
desautorización de su postura.
Algunos historiadores han hecho un examen superficial de esta
divergencia, atribuyéndole a Duarte ingenuidad y falta de preparación
militar, juicios que obedecen a la aceptación de la supuesta
148
PERSONAJES DOMINICANOS
invencibilidad militar de Santana. Consideran que Duarte hubiese
llevado a un descalabro del esfuerzo defensivo, opinión que carece de
fundamento, ya que no toma en cuenta diversos aspectos, como la
desmoralización de que era víctima la tropa enemiga y las dificultades
de abastecimiento que sufría. También soslayan que la pasividad de
Santana respondía a una falta de confianza en la voluntad del pueblo
dominicano, y que lo que buscaba era simplemente ganar tiempo hasta
obtener la ayuda francesa.
Lo anterior explica que la Junta Central Gubernativa, comprometida
en negociaciones antinacionales con el cónsul de Francia en Santo
Domingo, Juchereau de Saint Denys, de nuevo desechara una propuesta
de Duarte, consistente en que se le destinara al mando de un cuerpo
expedicionario que, a través de Constanza, cayera en San Juan sobre la
retaguardia enemiga. La misión se le asignó a Mella, quien a su vez la
delegó en José Durán, comandante de Jarabacoa.
La amenaza militar haitiana desapareció a finales de abril a
consecuencia del derrocamiento del presidente Hérard, quien se
encontraba inmovilizado en Azua desde el mes anterior. Tan pronto los
haitianos volvieron detrás de sus límites, Santana despachó a Antonio
Duvergé a instalar puestos militares hasta la frontera. Ante esta situación,
la negociación con el Gobierno francés carecía de pertinencia, puesto
que había desaparecido el pretexto que la justificaba, que era la amenaza
militar haitiana. Sin embargo, los conservadores no renunciaron a su
objetivo proteccionista, lo que se manifestó en el discurso pronunciado
por Tomás Bobadilla en una reunión de notables convocada el 26 de
mayo por la Junta Central Gubernativa. Por primera vez de forma
pública, el presidente de la Junta abogó por la protección francesa, lo
que motivó la inmediata repulsa de Duarte.
Se abrió entonces una lucha de corrientes que tuvo por siguiente
capítulo la aceptación de las peticiones del cónsul francés, el 1º de julio,
resolución que Duarte se vio obligado a firmar. Las divergencias llevaron
a Duarte a presentar renuncia a la Junta Gubernativa. Poco antes, la
oficialidad de la guarnición de Santo Domingo había formulado la
solicitud de que se ascendiese a Duarte, Sánchez y Mella a generales de
división, lo que fue desestimado. El desenlace del conflicto fue la
destitución de una parte de los miembros conservadores de la Junta
JUAN PABLO DUARTE
149
Central Gubernativa por medio de un movimiento militar y popular el
9 de junio bajo la dirección de Duarte. Para ello obtuvo el apoyo de
antiguos esclavos residentes en las cercanías de Santo Domingo, que
componían una tropa de confianza del jefe de la guarnición de la ciudad,
Joaquín Puello.
Sánchez fue designado presidente de la nueva Junta, compuesta por
trinitarios. Diez días después, Duarte solicitó ser destinado al Cibao,
con el fin de lograr la adhesión de sus poblaciones al nuevo orden de
cosas, en reconocimiento de la importancia demográfica y económica de
la región. Desde los primeros días de la independencia el delegado del
gobierno en el Cibao era Mella, quien tuvo que enfrentar las intrigas de
los conservadores contra su autoridad y, en general, contra las posiciones
liberales. Pero a su paso por las poblaciones del Cibao, Duarte iba siendo
aclamado como la encarnación del ideal nacional. Esto explica que, el 4
de julio, Mella presentara a Duarte ante el pueblo y el ejército de Santiago
en tales términos que fue aclamado como presidente de la República.
Mella notificó a Sánchez la resolución, diciéndole: “Estos pueblos no
tuvieron más trastornos que la venida de la Delegación; se acabó esta
con la llegada de Juan Pablo, ¡Gracias a Dios! En fin, concluyo diciéndote
que llegó mi deseado y te lo devolveré Presidente de la República
Dominicana”. La proclamación de Duarte se hizo con la misión de que
“salve al país de la dominación extranjera y que convoque la
Constituyente y remedie la crisis de la hacienda pública”. Duarte siguió
a Puerto Plata el 8 de julio, lugar donde fue de nuevo proclamado
presidente por el pueblo y el ejército. El fuerte apoyo a los liberales era
producto de que en la región del Cibao se había desarrollado más que
en el resto del país la agricultura comercial, y por lo tanto los sectores
urbanos partidarios de una sociedad democrática eran más fuertes.
La designación de Duarte como presidente tuvo que ser acatada por
las principales figuras militares de la región del Cibao, a pesar de que
algunas de ellas cuestionaban a los ayudantes de Mella, Juan Evangelista
Jiménez y el venezolano Juan José Illás. En la tradición historiográfica
nacional se han vertido críticas al proceder de Mella y a que Duarte
aceptara la presidencia. Se ha calificado el acto como “precipitado”,
“atolondrado” o “el primer desconocimiento de la legalidad”. Estos juicios,
por lo general, como los de Rafael Abreu Licairac, son producto de empatía
150
PERSONAJES DOMINICANOS
respecto a los adversarios de los trinitarios, es decir, Santana y los restantes
jefes conservadores, a quienes se les atribuían los mayores méritos en la
consecución de la independencia, olvidando que fue resultado de los
preparativos realizados por Duarte desde 1838. Quienes critican a Mella
y a Duarte desde posiciones liberales olvidan que en el momento de la
proclamación de Duarte los liberales libraban una lucha contra los
conservadores, y que en ella se debatía la suerte de la República, algo
mucho más relevante que una disputa por el mando. Mella actuó movido
por patriotismo y Duarte aceptó la proclamación con el convencimiento
de que era la forma de salvar la independencia.
Los conservadores estaban dispuestos a acudir a cualquier medio
para impedir la consolidación de la precaria jefatura liberal. El 3 de julio
la Junta había enviado al coronel Esteban Roca a sustituir a Santana en
la comandancia de la columna expedicionaria del sur. La oficialidad,
encabezada por el coronel Manuel Mora, promovió un tumulto para
desconocer al nuevo jefe y ratificar la jefatura de Santana, quien ya gozaba
de gran ascendiente.
Comprobado que no había riesgo inmediato de una nueva invasión
haitiana, Santana marchó hacia Santo Domingo para enfrentar a la Junta
Gubernativa, pero tuvo la habilidad de mostrar una actitud negociadora,
anunciando que venía en son de paz. Los integrantes de la Junta,
encabezados por Sánchez, se vieron forzados a permitir la entrada de
Santana a la ciudad el 12 de julio. Al día siguiente de entrar a la ciudad,
las tropas desconocieron la Junta y aclamaron a Santana como dictador.
A las pocas horas, los trinitarios intransigentes comenzaron a ser apresados
y se procedió luego a reorganizar la Junta Gubernativa bajo el mando
de Santana. Aunque pasaba a tener prerrogativas de dictador, por consejo
del cónsul francés Saint Denys, declinó tal título. Rosa Duarte reseñó lo
ocurrido: “La ciudad, con las amenazas, estaba aterrada, y todo era
confusión y espanto. El pueblo temblaba bajo el imperio del sable”.
Las noticias de estos acontecimientos llegaron con tardanza al Cibao,
pues el trayecto a caballo entre Santo Domingo y Santiago tomaba
alrededor de tres días. Al recibir las noticias del golpe de Estado de
Santana al final de julio, Mella decidió dirigirse hacia Santo Domingo
con la intención de negociar a nombre del Cibao. Llevaba la propuesta
de que se celebrasen elecciones con Duarte y Santana como candidatos a
JUAN PABLO DUARTE
151
la presidencia, y que el perdedor ocupase la vicepresidencia. Pero tan
pronto traspasó los muros de la ciudad fue reducido a prisión junto a su
ayudante Juan José Illás.
El cambio de gobierno de mediados de julio fue acatado en el Cibao
unas semanas después, pues casi todos los que habían apoyado a Duarte
y a Mella estimaron que no reconocer a la Junta presidida por Santana
equivalía a una guerra civil que sería aprovechada por los haitianos. De
tal manera obró el general Antonio López Villanueva, principal autoridad
gubernamental de Puerto Plata, cuando recibió las noticias de Santo
Domingo. López Villanueva dispuso el arresto de Duarte, quien se había
retirado a una sección rural próxima a la ciudad, y lo embarcó hacia
Santo Domingo, adonde llegó el 2 de septiembre. En su ciudad natal,
Duarte se encontró con que sus amigos se encontraban presos, pues la
Junta Central Gubernativa había decidido expulsarlos del país a
perpetuidad por traición, so pena de muerte en caso de que retornaran.
A finales de agosto, varios de ellos fueron embarcados hacia Irlanda,
mientras Duarte fue destinado a Alemania el 10 de septiembre, a seis
meses del nacimiento de la República.
El padre de la patria estuvo diecinueve días en Hamburgo, donde
se relacionó con integrantes de la masonería, institución a la cual
pertenecía desde unos años antes, como era común entre personas de
cierto nivel educativo. La corta estadía de Duarte en Alemania puede
atribuirse a que le interesaba estar lo más cerca posible de su tierra.
Viajó a Saint Thomas, donde rechazó ofertas de ponerse al servicio de
Haití o de España para hacer oposición a Santana. A continuación se
desplazó a Venezuela, país donde había estado en dos ocasiones y en el
que tenía parientes y amigos. Por la correspondencia con Juan Isidro
Pérez, se sabe que estuvo atento a la evolución de la política dominicana
hasta los primeros meses de 1845. La consolidación del poder de Santana,
el fusilamiento de María Trinidad Sánchez y los cambios que se operaban
debieron provocarle un fuerte desencanto. Se dio cuenta de que algunos
de sus amigos trinitarios se habían plegado al orden de cosas, mientras
seguían las expulsiones de otros que se mantenían fieles a los ideales.
En especial la deportación de su madre y sus hermanos debió provocarle
un fuerte impacto. Sus impresiones de infortunio quedaron registradas
en versos:
152
PERSONAJES DOMINICANOS
Pasaron los días
De paz y amistad
De amor y esperanza
De fina lealtad.
Las glorias pasaron
La gala y primor…
Quedaron recuerdos
De amargo sabor…
Duarte se retiró al interior de Venezuela y perdió contacto con sus
familiares y los demás dominicanos expatriados. Al parecer quedó
aquejado de un estado de depresión crónica. En cierto momento los
familiares lo dieron por muerto. Poco se sabe acerca de su vida en el
interior de Venezuela, aunque estableció relaciones con figuras de la
corriente liberal radical de ese país. El grueso del tiempo lo pasó en una
zona muy remota, El Apure, desligado por completo de lo que sucedía
en el mundo. Se sabe que llevó una vida pobre, despreocupada de los
aspectos materiales, relacionándose con el presbítero San Gerví, quien
le enseñó historia sagrada y lo animó a tomar hábitos sacerdotales, lo
que no aceptó, pues estimaba que aún no había concluido la misión por
su patria.
El diario de Rosa Duarte no registra nada entre 1846 y 1862. De
seguro no le interesaba retornar al país en las condiciones de hegemonía
conservadora, cuando la política no se correspondía con sus ideales. Fue
el único de los trinitarios expulsos en 1844 que no retornó tras la amnistía
de 1848, y su memoria se borró de la conciencia pública o quedó rodeada
de una imagen estigmatizada por las acusaciones que le hicieron Santana
y Bobadilla.
Otros trinitarios, como Sánchez y Mella, tras retornar al país,
incursionaron en la política y cometieron el error de adherirse a los jefes
conservadores Santana y Báez, cuyas rivalidades acapararon la vida
política.
Sánchez y Mella, empero, no abandonaron sus posturas liberales y
patrióticas esenciales. Sus relaciones con los prohombres conservadores
fueron el precio para mantenerse en el interior del país e influenciar a
fin de que las cosas tomaran el mejor rumbo posible. Duarte veía las
cosas de otra manera, según mostró en documentos posteriores. Para
JUAN PABLO DUARTE
153
él resultaba imposible de aceptar cualquier tipo de acuerdo con lo que
calificaba como “facción”. Por lo que se infiere de una carta de Juan
Isidro Pérez, quedó desilusionado de Sánchez, probablemente por la
forma en que actuó a raíz del retorno de Santana a la ciudad, cuando
intentó llegar a un entendido con el jefe militar conservador. Para
Duarte, la única causa posible era la del patriotismo del pueblo, por lo
que no concebía la existencia de partidos, sino que solo reconocía la
oposición de los traidores. Refutando a Báez y sus inclinaciones a favor
de Estados Unidos, escribió en 1865: “En Santo Domingo no hay más
que un pueblo que desea ser y se ha proclamado independiente de toda
potencia extranjera, y una fracción miserable que siempre se ha
pronunciado contra esta ley, contra este querer del pueblo dominicano,
logrando siempre por medio de sus intrigas y sórdidos manejos adueñarse
de la situación”.
Duarte prefería el aislamiento a cualquier concesión. La política,
para él, tenía que estar pautada por fines nobles o se desvirtuaba. Implicaba altura de ideales, reflexión y acción en beneficio de la colectividad.
Por sobre todas las cosas, la política equivalía a patriotismo. Su noción
de la patria –sintetizada en la disposición al sacrificio a favor de los
principios y el bienestar del pueblo–, era la contraria a lo comúnmente
considerado como política: el reino de la lucha por el poder.
Aunque muchos aspectos de su vida en Venezuela siguen siendo
desconocidos, es seguro que no abandonó la disposición a la acción,
pues cuando estimó que la suerte de la patria se encontraba en peligro y
su presencia podía ser necesaria en el escenario de lucha, no vaciló en
ponerse presente. Fue lo que hizo cuando se enteró de la anexión de la
República a España, en marzo de 1861, noticia que recibió más de un
año después en las profundidades de la selva venezolana, trasladándose a
Caracas en agosto de 1862.
Durante los meses siguientes se mantuvo a la expectativa. Puede
deducirse que estimaba que su prolongada ausencia de la nación no lo
autorizaba a tomar iniciativas. Tal vez, además, seguía imbuido de un
sentimiento de pesar por el derrotero del país, ya que en apariencia la
mayoría de la gente había aceptado la traición de Santana.
Fue cuando estalló la guerra de la Restauración, en agosto de 1863,
cuando Duarte se puso en movimiento. El Diario de su hermana se
154
PERSONAJES DOMINICANOS
reinicia el 20 de diciembre de 1863, con motivo de la llegada a Caracas de su tío Mariano Diez. Tan pronto se enteró de que el pueblo
había iniciado la lucha contra la dominación española, Duarte conformó un centro revolucionario en Caracas. Tomaron parte en él su hermano Vicente Celestino, su tío Mariano Diez, el joven poeta Manuel Rodríguez Objío y el venezolano Candelario Oquendo. Varios venezolanos
se interesaron en apoyar la causa dominicana sobresaliendo entre ellos
Blas y Manuel Bruzual, este último conocido como “El soldado sin
miedo”, exponente de las posiciones radicales del liberalismo. El presidente Juan Crisóstomo Falcón recibió a Duarte y le prometió ayuda, no
obstante la situación difícil en que se encontraba Venezuela tras varios
años de guerra federal.
A pesar de la buena disposición de Falcón, la ayuda recibida por
Duarte fue mínima, ya que el asunto quedó en manos del vicepresidente
Antonio Guzmán Blanco, futuro autócrata de Venezuela, quien no se
interesó en ayudar a los dominicanos. Duarte reflexionó que en materia
de intrigas los venezolanos no se diferenciaban nada de los dominicanos.
Al parecer recibió 1,000 pesos fuertes del gobierno venezolano. Muchos
dominicanos acudían a ponerse a las órdenes de Duarte, pero él no podía
hacer nada por falta de fondos.
Sin haber logrado reunir recursos, como era su deseo, en unión de
los cuatro compañeros mencionados pudo embarcarse en Curazao con
destino a Monte Cristi en marzo de 1864. Llegó en abril de 1864 e
inmediatamente se dirigió al gobierno de la Restauración. Al llegar a
Santiago pudo darle un saludo postrero a su compañero Ramón Mella,
vicepresidente del gobierno, quien agonizaba víctima de cáncer. En las
entrevistas que tuvo con Ulises Francisco Espaillat, a cargo del gobierno,
Duarte pidió ser destinado al frente de combate, manifestando su interés
en conocer al presidente José Antonio Salcedo.
El gobierno restaurador no aquilató la trascendencia que tenía la
presencia de Duarte, lo que pudo deberse a que su figura había quedado
sepultada por el olvido y a que algunos de los líderes de la contienda
nacional habían sido partidarios de Santana. El 14 de abril el gobierno
de Santiago, a través de Espaillat, le pidió a Duarte trasladarse a Venezuela
al frente de una misión diplomática con el fin de obtener ayuda. Él no
estaba dispuesto a aceptar la encomienda, porque su interés era participar
JUAN PABLO DUARTE
155
en la lucha en el interior del país. Pero a los pocos días se recibió un
artículo publicado en el Diario de la Marina, de La Habana, firmado por
G. (que pudo ser el escritor Manuel de Jesús Galván, el principal portavoz
dominicano del régimen español en Santo Domingo), que pronosticaba
luchas intestinas de los restauradores por el mando a causa del retorno
de Duarte. Para que no se pudiera pensar que estaba animado por
ambiciones personales, Duarte le comunicó a Espaillat que aceptaba la
designación, aunque durante unos días albergó la esperanza de
permanecer en el interior del país. Espaillat, sin embargo, ratificó a
Duarte aunque le señaló que no debía quedarse con la impresión de que
la intriga de G. había tenido efecto.
De nuevo en Venezuela, se le hizo imposible obtener respaldo para
la lucha dominicana. La Restauración fue una epopeya que tuvo que
librar el pueblo dominicano sin contar con apoyo externo alguno, sino
gracias al sacrificio tremendo de los agricultores pobres, que entregaban
el grueso de sus cosechas para la compra de armas a través de Haití.
Duarte seguía con atención la evolución del país, como se muestra
en la activa correspondencia que tuvo durante esos meses, aunque
renunció a la representación diplomática a raíz del derrocamiento del
presidente Gaspar Polanco, quien le había librado las credenciales. Le
preocupaba la recomposición del anexionismo, esta vez a favor de Estados
Unidos, que promovía Buenaventura Báez. En carta a Félix María
Delmonte señaló:
Si después de veinte años de ausencia he vuelto espontáneamente a
mi Patria a protestar con las armas en la mano contra la anexión a
España llevada a cabo a despecho del voto nacional por la superchería
de ese bando traidor y parricida, no es de esperarse que yo deje de
protestar (y conmigo todo buen dominicano) cual protesto y
protestaré siempre, no digo tan sólo contra la anexión de mi Patria
a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, y
al mismo tiempo contra cualquier tratado que tienda a menoscabar
en lo más mínimo nuestra Independencia Nacional […].
Desde finales del mismo 1865 la política dominicana se apartó de los
objetivos patrióticos enunciados en la Restauración. La mayor parte de los
caudillos surgidos de esa guerra se orientaron a posturas desordenadas y
156
PERSONAJES DOMINICANOS
conservadoras. Duarte debió aquilatar la pobreza del liderazgo político,
pues, el 2 de mayo de ese año, en otra carta a Delmonte, refiere:
Tú dices (y es cierto) que Benigno Rojas no es sino yanqui, y Báez
que no es sino haitiano-galo-español, y Lavastida y Alfaus y
Manueles son yanquis; Báez dizque dice que Bobadilla no es sino
Pandora, Melitón es todo, menos dominicano, dice José Portes
que se halla en Saint Thomas, y añade a esto que siendo Senador,
para que se callara la boca cuando la Anexión, Santana le regaló
una casa. ¡Pobre patria! Si estos son los consultores, ¿qué será lo
consultado?
De seguro experimentó un nuevo desengaño cuando vio que el viejo
anexionista Buenaventura Báez era elevado a la presidencia, nada menos
que traído por el entonces presidente José María Cabral, adalid de la
Restauración. A partir de entonces, aunque no abandonó Caracas, se
desvinculó de la política dominicana. El país entró en una vorágine de
pasiones entre jefes y en un difícil trance en que se aprobó la anexión a
Estados Unidos en 1870. Todo el mundo se olvidó de Duarte. Solo recibía
visitas o correspondencia de intelectuales liberales interesados en la
reconstrucción de los hechos que llevaron al nacimiento de la República.
Hubo que esperar la decadencia del anexionismo baecista, a fines de
1873, con la instalación del gobierno de Ignacio María González para
que se iniciara la revalorización de Duarte, aunque todavía en un grado
muy tenue. Los promotores de esta obra de reparación contra el olvido
fueron sobre todo José Gabriel García, Emiliano Tejera, Federico
Henríquez Carvajal y Fernando A. de Meriño. Al afianzarse
progresivamente la posición de los liberales, se crearon las condiciones
para que se desechara el mito que acordaba la gloria de la independencia
a Santana y desconocía la obra de Duarte. Las investigaciones históricas
de José Gabriel García pusieron en claro lo que verdaderamente había
acontecido en 1844.
Duarte llevaba una vida de pobreza increíble cuando recibió una
epístola del presidente González que lo invitaba a reintegrarse al país.
Le quedaban pocos días de vida, y ni siquiera sintió la curiosidad de
leer la carta, quedando su sobre cerrado cuando expiró el 16 de julio
de 1876.
JUAN PABLO DUARTE
157
BIBLIOGRAFÍA
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para la biografía del general dominicano Juan Pablo Duarte y Diez.
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Domingo, 1997.
Tena Reyes, Jorge (ed.). Duarte en la historiografía dominicana. Santo
Domingo, 1994.
TOMÁS BOBADILLA
EL HOMBRE DE ESTADO
EL SABER DEL PODER
Si se mide la importancia de un sujeto por su incidencia en los procesos
históricos, Tomás Bobadilla no ha sido reconocido debidamente en los
anales del siglo XIX dominicano. Basta decir que fue uno de los artífices
de la independencia del 27 de febrero de 1844, en calidad de principal
representante de los conservadores, y presidente del primer gobierno
dominicano. Su figura ha sido escasamente resaltada, tal vez debido a
que enfrentó a los patriotas de La Trinitaria, luego fue opacado por
Pedro Santana dentro del bando conservador y se le rodeó de una aureola
de maquiavélico inescrupuloso. Algunos analistas lo han situado de forma
categórica como un personaje de segunda categoría. Sin embargo, un
estudio de su vida contribuye a proveer claves acerca de la evolución
política dominicana en el siglo XIX. El aspecto cardinal de su vida es
haberse encontrado de manera casi constante dentro de instancias del
poder desde 1810 hasta casi el final de su vida. Incluso en sus postreros
días de exilio, con más de 80 años, los únicos en que estuvo cierto
tiempo alejado de cargos elevados en la administración pública, mantuvo
inalterable su vocación de político.
Su biografía se identifica, casi de manera precisa, con la evolución
del poder político, no obstante los accidentados cambios de formas de
gobierno; Bobadilla se adaptaba a los cambios, sin importar su naturaleza, y lograba mantener su posición de pieza indispensable en el engranaje del Estado, con independencia de cómo funcionara. Dio siempre
muestras de poner sus convicciones al servicio de las causas que parecían
tener vigencia y mayores oportunidades de imponerse. De ahí que su
fuerza no radicara en formulaciones doctrinarias abstractas, sino en una
pragmática de lo viable dentro del ejercicio del poder. Aunque conocedor de las teorías políticas en boga durante el siglo, para él sólo contaba
lo posible y conveniente, y nunca principios ideales ajenos a las peculiaridades del medio dominicano. Pero, justo por su apego al poder, se
161
162
PERSONAJES DOMINICANOS
situaba inequívocamente en el partido conservador, pues consideraba toda
innovación sustancial como perturbadora, o hasta peligrosa, en caso de
que no se sustentara en realidades inconmovibles. Tal género de certezas
lo llevó durante casi toda su vida a considerar ilusoria la aspiración a la
autonomía nacional, postura que constituía el nudo de su ubicación como
uno de los prohombres de la corriente conservadora.
Bobadilla ingresó al estamento burocrático tan pronto los franceses
abandonaron el país en 1809 y, salvo paréntesis bastante cortos, se mantuvo
en altos cargos hasta 1868. Su vida estuvo asociada con casi dos terceras
partes del siglo, período durante el cual se conformaron las líneas maestras
de la nación dominicana. El grueso de su sector social abandonó el país a
inicios de ese siglo para no retornar. En cambio, él se contó entre los que
decidieron aferrarse al suelo natal como a un clavo ardiente, con lo que
daba muestra de asociación con el colectivo nacional en formación, fuese
por apego sentimental o por conciencia de sus intereses.
Aunque ha sido caricaturizado, no cabe duda de que su incidencia
en la política estuvo relacionada con las características de su personalidad, entre las cuales sobresalía el cálculo. La primera definición de su
biógrafo Ramón Lugo Lovatón es elocuente: “Es físicamente fuerte, espiritualmente acerado, es sereno y calculador como una máquina de
sumar aplicada a la política”. Se puede interpretar que en él ese don
del cálculo implicaba no aplicar los principios de manera dogmática,
ya que el componente más sobresaliente de su capacidad residía, gracias al talante vivaz, en el despliegue de los recursos para adaptarse a
los giros de las circunstancias. Se justificaba a sí mismo, al igual que
otros políticos de su escuela, al aseverar que, moviéndose dentro del
terreno de lo posible, contribuía a que las cosas tomaran un mejor
camino. Creía firmemente que su capacidad era excepcional en el atrasado medio dominicano y, por consiguiente, que a la colectividad le
convenía que le prestara sus servicios.
Su comportamiento ha suscitado ponderaciones variadas. Se ha juzgado
que su aferramiento al poder estaba únicamente motivado por el egoísmo y
por el afán de disfrutar de las ventajas que se derivaban. Desde tal ángulo,
no habría pasado de ser un desalmado cuyo único propósito fue sobrevivir
de acuerdo con su conveniencia personal. Para otros, en cambio, incluyendo
autorizados exponentes de los procesos históricos del siglo XIX, las actuaciones
TOMÁS BOBADILLA
163
del sujeto muestran que estaba motivado por el propósito de contribuir, en
la medida de lo posible, al bienestar de la colectividad. Ya desde los años en
que estaba en la palestra pública, en especial a partir de 1844, fue objeto de
opiniones encontradas. Muchos de su medio social lo respetaban desde
entonces como máximo exponente de la sabiduría en los asuntos públicos.
Otros lo detestaron con intensidad, como un intrigante que no creía en
motivaciones patrióticas ni en ningún sentimiento de nobleza. Llegó un
momento en que, identificado como el cerebro gris de la camarilla
conservadora, se le odió incluso más que a Pedro Santana. Juan Pablo Duarte,
víctima de sus maquinaciones, lo calificó como Pandora, mote que inauguró
una visión que combinaba el odio con el recelo a sus habilidades.
Al margen de la evaluación a que se le someta, se observa que
Bobadilla tenía un concepto dúctil acerca de los principios, lo que es
independiente de que estuviera animado por propósitos egoístas o
altruistas. Se explica así que defendiera posturas variadas, incluso
contrapuestas, en etapas diversas de su vida. Sabía que estaba obligado
a ceñirse a las conveniencias del poder, por lo que no tuvo reparos en
variar las posiciones y las lealtades según las evoluciones momentáneas.
Se le ve, en tal tesitura, como funcionario español desde 1811, adherente
del fugaz Estado Independiente de Haití Español en 1821, servidor de los
haitianos hasta meses antes del fin de su dominio, relacionado a casi todos
los gobiernos posteriores a la “Separación” de 1844, funcionario de la anexión
de 1861 hasta el final y, por último, partidario de los gobiernos liberales
presididos por José María Cabral. En su dilatada carrera, el defensor de
España de 1811 siguió la corriente y se trastocó en republicano partidario
de la fusión con Haití en 1822; el conservador anexionista de 1844, terminó
su vida solidarizado con la causa nacional y los principios liberales.
Estamos, pues, ante una de las personalidades más complejas y de
más poderosa incidencia en el decurso del siglo XIX desde su posición
como pieza del poder.
LA CARRERA DEL BURÓCRATA CRIOLLO
La capacidad de Bobadilla resalta cuando se vincula con las condiciones
en que se desenvolvía el país durante las primeras décadas del siglo XIX.
164
PERSONAJES DOMINICANOS
Su juventud estuvo rodeada de precariedades y giros imprevistos. Nació
en Neiba en 1786, momento en que Santo Domingo se encontraba en
una coyuntura de incipiente prosperidad. Pero esta fase concluyó con
las guerras fronterizas de la última década del siglo XVIII y la cesión del
país a Francia en 1795. En adelante, la existencia del personaje
acompañaría las tribulaciones del conjunto de su entorno social. La
situación de los habitantes de las zonas fronterizas se tornó casi
insostenible, por lo que la mayor parte de ellos debieron trasladarse
hacia Azua, Baní u otros lugares menos expuestos a incursiones
provenientes del país vecino.
Aunque no hay información detallada sobre los primeros años de su
vida, se puede asegurar que se formó en estrecha asociación con el medio
criollo dominicano. De ahí que debió resultarle dolorosa la decisión de
emigrar que tomaron sus padres para eludir los peligros de las tropas
haitianas. La familia se refugió en Puerto Rico, al igual que muchos,
justo cuando se hizo evidente que los independentistas haitianos estaban
al borde de derrotar a los franceses, por lo que se cernía la posibilidad de
que traspasaran la antigua frontera.
La experiencia en la emigración debió marcarlo para el resto de su
vida, ya que de seguro sus padres atravesaron momentos difíciles. Avala
este criterio el hecho de que los padres regresaron en 1810, es decir, tan
pronto se produjo el retorno de la soberanía española y juzgaron que no se
reiterarían las peligrosas condiciones que los mantenían fuera del terruño.
Podría aseverarse que la decisión tenaz de no abandonar el suelo dominicano
que mostró el resto de su vida, clave explicativa de su comportamiento
político, obedeció a esta aciaga experiencia de la juventud.
Pese a la probable dificultad en que sobrevivieron sus padres mientras
vivían en el exterior, Bobadilla debió lograr cierta formación que lo
puso en condiciones de desempeñar una posición en el aparato
gubernamental tan pronto retornó, con menos de 25 años. Refiere Lugo
Lovatón que en Mayagüez logró emplearse en una escribanía pública,
ocupación que le proveyó los primeros rudimentos de letrado. Pero no
recibió educación universitaria, ni siquiera después que retornó a Santo
Domingo. De ahí que su formación intelectual y de abogado fuera
producto de una actividad de autodidacta.
TOMÁS BOBADILLA
165
En 1810, al regresar a la patria, Bobadilla ratificó su rancio espíritu
criollo. Los antecedentes familiares revelan líneas cruzadas de remotos
antepasados criollos con inmigrantes canarios de reciente instalación.
Con motivo de la postulación a su primer cargo en el aparato español
tuvo que someterse a la prueba de “limpieza de sangre”, consistente en
la formación de un expediente genealógico que probara que no tenía
antepasados negros, mulatos, judíos o herejes. El hecho de que un
provinciano nacido a fines del XVIII pudiera postularse blanco puro, como
él hizo, no fue ajeno a la inyección demográfica canaria. En los recuentos
de población del siglo XVII y primeras décadas del XVIII se observa la virtual
desaparición de los blancos en las villas del interior. Pero Neiba,
precisamente, fue fundada para albergar uno de los contingentes de canarios
llegados a mediados del siglo XVIII. La entrada de los canarios, al tiempo
que permitió recomponer el sector social de propietarios blancos, introdujo
peculiaridades que contribuyeron a la gestación de los rasgos culturales
del pueblo dominicano. Los canarios no se sentían españoles metropolitanos,
posición psicológica que contribuyó a que se integraran a plenitud al
medio local y se tornasen un conglomerado activo en los procesos de
conformación de la cultura dominicana. Es notorio que los canarios y sus
descendientes tendieron a emigrar menos que otros sectores de blancos a
raíz del Tratado de Basilea o mostrasen mayor disposición al retorno al
país tan pronto como las circunstancias lo permitiesen, como fue el caso
de la familia Bobadilla.
Dado el contexto vivencial, iniciado en su niñez en Neiba, las
ocupaciones de Bobadilla y su capacidad no le impedían sentirse como
un hombre del pueblo. Siendo un dignatario, llevaba una vida sencilla,
deleitándose con los placeres típicos del dominicano, como las riñas de
gallos, paseos a caballo o baile en los interminables fandangos. Se le
señaló como un impenitente mujeriego, no obstante el carácter adusto.
Su sostenimiento económico personal era fruto de la combinación de las
posiciones administrativas y los cortes de caoba, actividad que lo
conectaba con el medio rural. En su correspondencia se lee que, hasta
poco antes de morir, se trasladaba con frecuencia a los abruptos
emplazamientos de sus cortes de caoba, al norte de Baní, para culminar
las operaciones.
166
PERSONAJES DOMINICANOS
Su vida matrimonial fue expresión del acendrado criollismo. Los
altos cargos no impidieron vivir amancebado, durante más de una década,
con María Virginia Desmier D´Olbreuse, hija de franceses emigrados,
dos veces viuda de franceses. Bobadilla tuvo con ella sus hijos fuera de
matrimonio, aunque los reconocía. Vino a ser en mayo de 1832 que la
pareja formalizó legalmente su situación matrimonial, tanto en lo civil
como en lo eclesiástico. Distinguía a la esposa con la delicadeza de la
mentalidad de la época, llamándola La Madama, con lo que aludía a su
origen francés. La relación, empero, no dejó de ser tormentosa, y la
esposa terminó por separarse de él cuando conoció uno de sus romances.
La rápida inserción en el aparato gubernamental español pudo
deberse a la orientación de favorecer a los recién retornados de la
emigración, como forma de premiar la fidelidad al rey, compensarlos
por las penalidades sufridas y estimular a otros a seguir su ejemplo. De
nuevo en el país natal, Bobadilla alternó el ejercicio de la abogacía con
el desempeño de posiciones en el aparato estatal. Gracias a la experiencia
lograda en Puerto Rico, en 1811 ocupó el cargo de escribano público,
que mantuvo hasta la entrada de los haitianos en 1822. Poco después
fue nombrado notario mayor del Arzobispado de la Diócesis de Santo
Domingo, atribución ampliada no mucho después con el cargo de
secretario de dicho organismo. Por si fuera poco, en 1813 fue designado
secretario de la Diputación Provincial, que funcionó menos de dos años,
mientras se mantuvo vigente la constitución de 1812. En 1817 adquirió
una notaría, lo que le permitió consolidarse en la profesión de abogado.
Por último, obtuvo las plazas de regidor y síndico del Ayuntamiento de
Santo Domingo en 1820.
Durante esa época se consideraba un ciudadano español, pero tal
identidad no fue óbice para que aceptara el nombramiento de oficial
primero de la Tesorería del Estado que le otorgó José Núñez de Cáceres,
presidente del Estado Independiente de Haití Español, producto del
derrocamiento de la dominación española. A pesar de que tenía 35 años,
todavía no era una figura de primer orden, no obstante gozar de la confianza
de los sucesivos gobernadores españoles así como de Núñez de Cáceres.
Acorde con la situación creada por la entrada del presidente haitiano
Jean Pierre Boyer a inicios de 1822, y resuelto a no abandonar el país bajo
ninguna circunstancia, Bobadilla decidió adoptar los principios
TOMÁS BOBADILLA
167
republicanos que en teoría regían el Estado haitiano. Se contó entre los
escasos dominicanos que desempeñaron cargos de manera continua en la
administración haitiana y mostraron eficacia en recoger los alegatos de los
dominadores a nombre de los principios de la libertad y la igualdad. En
particular ganó la estima del mismo presidente Boyer, así como del
gobernador del Departamento de Santo Domingo, Maximilien de
Borgella.
En el inicio de sus servicios a los nuevos dominadores, un mes
después de Boyer retornar a Port-au-Prince en 1822, designó a Bobadilla
miembro de una comisión para hacer propuestas acerca de la educación.
Meses más tarde fue nombrado fiscal de El Seibo. En 1830 le fue
confirmada la profesión de abogado, entonces denominado defensor
público, y al año siguiente recibió el nombramiento de notario público
de Santo Domingo.
Su prestigio en los círculos gobernantes haitianos se acrecentó con
motivo del reclamo de España de la soberanía sobre Santo Domingo en
1830, a través de la misión de Felipe Dávila Fernández de Castro.
Bobadilla redactó un opúsculo titulado “Observaciones sobres las notas
oficiales del plenipotenciario del rey de España y los de la República de
Haití sobre el reclamo y la posesión de la parte del Este”. En ese texto
parte del supuesto de que la dominación española se caracterizó por el
ejercicio de crueldades que llevaron a la extinción de los únicos investidos
de derecho de posesión, los indígenas. Acorde con los principios liberales,
para él el orden político debía originarse en la voluntad de la colectividad,
por lo que consideraba que el pueblo dominicano había expresado su
voluntad de unirse a Haití. Llegó al extremo de declarar a Boyer como
“ángel de la paz”, por haber instituido un régimen justo que acabó con
la esclavitud y la opresión.
De la misma manera, Bobadilla procuró hacer lo posible por
representar los intereses de su medio social. Al tiempo que se mantenía
fiel a los dominadores, se ganaba el prestigio en el seno de la población
como un letrado competente, el experimentado por antonomasia, que
lograba atenuar los rigores del poder extranjero. En 1840, con motivo del
anuncio de la puesta en ejecución de la abolición del sistema de los terrenos
comuneros, Bobadilla, en unión a José Joaquín del Monte, se trasladó a la
capital haitiana con el fin de abogar por la derogación de la disposición.
168
PERSONAJES DOMINICANOS
Al inicio de la ocupación, en julio de 1824, el Gobierno haitiano había
desconocido de hecho la legalidad del sistema de títulos comuneros, la
forma más extendida de propiedad del suelo, al ordenar que esas extensiones,
en las que coexistían múltiples copropietarios, se subdividiesen y se
adjudicasen títulos individuales a los codueños. En lo inmediato Boyer
renunció a aplicar esta disposición por cuanto podía generar perturbaciones
entre los propietarios de hatos y en otras porciones de la población que, de
una u otra manera, lograban el sustento amparados en ese sistema. Pero,
urgido por el déficit fiscal, en 1840 Boyer dispuso el pago de un impuesto
de 25 pesos por cada millar de pies de caoba cortada, forma de desconocer
la validez de los títulos de propiedad, lo que generó encendidas protestas.
Bobadilla y Delmonte lograron que la medida fuese anulada, lo que
acrecentó su prestigio, principalmente entre individuos de cierto nivel
social, en su mayoría vinculados al negocio de la madera.
JEFE CONSERVADOR
A inicios de 1843 en el sur de Haití estalló la rebelión que llevó al
derrocamiento de Boyer y abrió una situación de inestabilidad aprovechada por los conspiradores de la sociedad secreta La Trinitaria, dirigidos por Juan Pablo Duarte. En ese momento, bajo el régimen de La
Reforma, Bobadilla cayó en desgracia por primera vez a consecuencia
de ser sindicado como colaborador del depuesto presidente Boyer. No
se puede, empero, considerar que se inclinase por la independencia dominicana movido por el resentimiento. En realidad, conocedor como
nadie del medio de la época, intuyó que la independencia iba a producirse y anunció a sus íntimos que había decidido acompañar a “los muchachos”. El mayor efecto de su separación de posiciones públicas debió
consistir en facilitarle la participación en trajines conspirativos. Hasta
ese momento Bobadilla aparecía como un colaborador del régimen
haitiano, aunque puede suponerse que esta postura fue producto de la
convicción de que no había otra alternativa. En los años posteriores
emitió juicios virulentos sobre el dominio haitiano, que posiblemente
reflejaban su verdadera consideración y, por ende, lo llevaron a pronunciarse por la ruptura tan pronto la vio factible. Su rechazo retrospectivo
TOMÁS BOBADILLA
169
estuvo justificado por consideraciones de tipo cultural que aseveraban
una sustancia cuestionable del pueblo haitiano.
El carácter distintivo de los haitianos es vano, orgulloso, poco
inclinados al trabajo, amigos del ocio y de la disolución, sin moral,
sin costumbres, sin Religión, inclinados al robo, a la mentira, a la
ebriedad y a todos los vicios que pueden constituir la degradación
de un pueblo, y casi no se les puede señalar una virtud civil y política.
Ejercidos en asesinar, pillar y devastar, su ambición es dominante y
jamás han podido establecer un gobierno sólido, habiendo dejado
desaparecer los elementos que tenían para constituir un Estado bajo
las leyes de la razón y de la justicia, conocida por derecho de gentes;
así es que no han podido progresar; han marchado siempre en
decadencia: son enemigos de los extranjeros, no les permiten casarse
en el país, adquirir bienes raíces […].
Con su compromiso, Bobadilla le dio un empuje considerable a la
causa de la creación del Estado dominicano en 1844, debido a que
muchos lo ponderaban como el prototipo del político que nunca se
equivocaba y razonaban que si se había orientado en tal sentido el hecho
terminaría produciéndose. Este prestigio le permitió entablar vínculos
conspirativos con figuras importantes de Santo Domingo y villas cercanas.
El objetivo de Bobadilla difería por completo del que sostenían los
trinitarios, puesto que carecía de fe en la posibilidad de que en el país se
diese un estatuto definido de Estado independiente. Esta conclusión era
producto del sentido común que le proporcionaba su experiencia. Para
él resultaba inevitable que una potencia se hiciera cargo de los asuntos
dominicanos mediante anexión. La diferencia de posturas entre Bobadilla
y los trinitarios no impidió que trataran de ponerse de acuerdo, para lo
cual se celebró una cumbre en la casa de los dos cañones, propiedad de
Manuel Joaquín del Monte, otro letrado conservador que hasta entonces
colaboraba con los haitianos. La intransigencia de ambas partes impidió
acuerdos y el movimiento se retrajo tras la represión desplegada por el
presidente Charles Hérard a mediados de 1843. Duarte debió abandonar
el país y Francisco del Rosario Sánchez quedó al frente de los trinitarios,
manteniendo la postura de que el objetivo no podía ser otro que la
independencia absoluta.
170
PERSONAJES DOMINICANOS
Aunque Bobadilla no cejaba en depositar sus esperanzas en el
establecimiento de un protectorado de Francia, en un momento dado
se dio cuenta que no sería factible derrocar el dominio haitiano sin
contar con los jóvenes liberales, el sector más activo de esos días. En la
segunda mitad de 1843 estableció vínculos con Matías Ramón Mella,
quien insistió en la necesidad de que se produjese una alianza de todos
los opuestos al dominio haitiano. Finalmente, Sánchez aceptó esta
postura y entró en negociaciones con Bobadilla. Dispuesta la
realización del golpe el 27 de febrero por un comité secreto de los
trinitarios, sus integrantes, comandados por Sánchez, decidieron pactar
con Bobadilla y otros conservadores sobre la base de reconocer que se
iba a fundar un Estado plenamente independiente. Sánchez redactó el
Manifiesto del 16 de Enero, que enunciaba las causas del derrocamiento
del dominio haitiano y la política que debía seguir la República
Dominicana. Las fuentes coinciden en que Bobadilla tomó parte en la
elaboración del texto o fue él su redactor; lo más creíble es que lo corrigiese
y ampliase.
La noche del 27 de febrero Bobadilla se encontraba fuera de la ciudad
en gestiones para obtener nuevos apoyos. Pero tan pronto retornó,
Sánchez, quien había sido designado presidente de la Junta Central
Gubernativa, declinó el cargo en Bobadilla, en reconocimiento de la
importancia que tenía su presencia.
En esos días, urgidos por el imperativo de preparar la resistencia
frente a los haitianos, Sánchez y sus compañeros trinitarios no le concedían
importancia a las diferencias de objetivos que los separaban de los
conservadores. Se explica que el 8 de marzo la Junta enviase un
documento al cónsul de Francia en el que solicitaba la protección de ese
país en caso de que ingresaran tropas haitianas; la propuesta incluía la
cesión de la península de Samaná, que ya comenzaba a ponderarse de
valor estratégico. Entre Bobadilla y Pedro Santana, designado jefe del
Frente Expedicionario del Sur, se establecieron vínculos confidenciales
dirigidos a obtener la protección de Francia, por cuanto coincidían en
que el país no disponía de los recursos militares para hacer frente a la
agresión haitiana. Paralelamente, Bobadilla entabló vínculos con el cónsul
francés Eustache Juchereau de Saint Denys, quien fungió como consejero
confidencial del naciente Estado.
TOMÁS BOBADILLA
171
Pese a que a fines de abril, tras el derrocamiento de Hérard, el
ejército haitiano retornó a su país, Bobadilla insistió en que se obtuviese
de inmediato el protectorado de Francia. Para tal fin convocó una
reunión de notables con el propósito aparente de informar sobre la
precariedad financiera del gobierno. Tal panorama le permitió exponer
públicamente por primera vez su posición contraria al mantenimiento
de la independencia. Duarte y otros trinitarios elevaron su protesta de
inmediato; se creó un estado de opinión que llevó a un golpe de Estado,
el 9 de junio, con apoyo del pueblo y la tropa de la ciudad, mediante
el cual se expulsó de sus cargos en la Junta Central Gubernativa a los
conservadores que habían defendido la protección francesa. Bobadilla
tuvo que ocultarse y esperar la evolución de los acontecimientos.
Un mes después Santana entró a la ciudad, dio un contragolpe de
Estado y procedió a reorganizar la Junta, expulsando a los trinitarios y
desterrándolos “para siempre”. Triunfaron los conservadores mediante
este acto militarista y la jefatura recayó en Pedro Santana, por lo que
Bobadilla dejó de ser la primera figura de este bando. De todas maneras,
decidió sin ambages colaborar con Santana para que este concentrara la
mayor cuota posible de poderes, en lo que veía una garantía para
mantener el orden en circunstancias que ponderaba delicadas. Bobadilla,
ciertamente, aspiraba a un ordenamiento tradicional institucionalizado,
en el que no hubiese un dictador, sino el poder de la élite dirigente.
Pero, en lo inmediato, juzgó necesario sumarse a la reacción militarista
que concluyó en el establecimiento de la dictadura de Santana. Durante
varios meses Bobadilla fue el consejero más cercano del tirano, en calidad
de vocal de la Junta y luego de secretario de Justicia, Instrucción Pública
y Relaciones Exteriores. Desde entonces el núcleo del poder se ubicó en
el gabinete, integrado por Bobadilla, Manuel Cabral, Ricardo Miura y
Manuel Jiménes. Entre ellos, Bobadilla era la figura clave, el hombre de
la capacidad y la experiencia, la encarnación de la razón de Estado, el
símbolo de la continuidad tan cara a los conservadores.
Esa función quedó de relieve con motivo de las deliberaciones para
promulgar la constitución en la segunda mitad de 1844. La mayoría de
los diputados, reunidos en San Cristóbal a fin de mantenerse alejados
del influjo de Santana, si bien tenían criterios conservadores, deseaban
una constitución que recogiera un ordenamiento de división de poderes
172
PERSONAJES DOMINICANOS
que garantizase un estado de derecho. Todos esos preceptos, provenientes
de la teoría liberal, quedaron plasmados en la constitución, calco de la
existente en Estados Unidos. Santana se negó a aceptar la presidencia
bajo tales condiciones y adujo que necesitaba disponer de prerrogativas
extraordinarias como único medio de confrontar la amenaza haitiana.
Bobadilla, asesorado por Saint Denys, sugirió la introducción del artículo
210, que le confería plenos poderes a Santana en caso de que él mismo
decretase estado de emergencia. Todo el articulado de la constitución
quedaba en los hechos desconocido por el artículo 210, que consagraba
la dictadura de un solo individuo.
CARRERA AZAROSA
En el desempeño de sus funciones, luego de la independencia de 1844,
Bobadilla dejó de ser un simple burócrata: se elevó a la altura de estadista
dotado de la capacidad para percibir el contenido de los problemas y
proponer soluciones acordes con las circunstancias. Desde ese ángulo,
era probablemente la primera figura político-intelectual de su época,
con una capacidad sobresaliente explicada por el largo desempeño en el
poder. Estaba profundamente compenetrado con el medio dominicano
y conocía a todas las figuras connotadas de su época; estaba familiarizado
al dedillo con las claves de funcionamiento del Estado y penetraba en
los secretos recónditos del alma popular. En cualquier caso, su experiencia
en el desempeño de cargos como letrado, las dotes culturales y la pericia
profesional le permitieron ser el expositor de mayor nivel de los problemas
del país durante el período conocido como Primera República, entre
1844 y 1861.
Pese a tal relieve, Bobadilla pasó a tener una relación ambigua dentro
del Estado dominicano. Por una parte, como se ha visto, su presencia
era casi insustituible como la figura de mayor experiencia y capacidad
de letrado y jurista. Al mismo tiempo, después de 1846, nunca logró
una cuota de poder que le permitiese incidir decisivamente en la
evolución del proceso político. Más bien, en la medida en que aspiró a
ejercer un protagonismo de primer orden, sufrió fracasos que lo llevaron
a resignarse a desempeñar funciones subordinadas y a moverse con
TOMÁS BOBADILLA
173
extrema cautela en medio del torbellino de intereses contrapuestos.
En realidad esta situación era universal entre políticos y funcionarios,
ya que la debilidad del naciente Estado tendía a concentrar los poderes
en la figura del Ejecutivo, quien regulaba la asignación de puestos y
prebendas. Bobadilla, que había concebido el artículo 210, resultó
una de las primeras víctimas de este recurso clave del régimen
autocrático de Santana, aunque en ningún momento su vida estuvo
en peligro.
Desde su posición preeminente en el gabinete, Bobadilla
propugnaba por una institucionalidad que reconociese las funciones de
los ministros, las cuales incluían la ratificación de las medidas del
presidente. Santana, por el contrario, perseguía ampliar sus prerrogativas
dictatoriales, por lo que terminó produciéndose un conflicto entre ambos
que llevó a la renuncia de Bobadilla a su cargo en abril de 1846. El
presidente le había retirado con anterioridad la confianza a su poderoso
auxiliar a consecuencia de un opúsculo anónimo, en el que se exigía la
devolución de las tierras de la Iglesia, y que fue atribuido al sacerdote
José M. Bobadilla, hermano del miembro del gabinete.
Poco después, sin el asentimiento previo de Santana, Bobadilla fue
designado miembro del Tribunado, nombre que se le daba a la cámara
baja del Congreso. Inicialmente el dictador aceptó la designación, por
considerar conveniente no entrar en una disputa abierta con su antiguo
mentor. En 1847 Bobadilla fue designado presidente del referido cuerpo,
posición desde la que pasó a propugnar activamente por una efectiva
separación de poderes, lo que implicaba debilitar las atribuciones de
Santana y conferir verdadera autonomía al Poder Legislativo. Era
exactamente lo contrario de lo que había hecho en noviembre de 1844
con el artículo 210. También cuestionó los informes del secretario de
Finanzas, Ricardo Miura, lo que llevó a Santana a exigir su destitución
inmediata. Bobadilla se resistió, pero el tirano promovió un tumulto
del “pueblo y el ejército” que irrumpió en la sala de sesiones y obligó al
tribuno a solicitar una licencia para marchar al extranjero, no sin antes
pronunciar un discurso en que se auto-alababa como el verdadero artífice
de la creación del Estado dominicano. Cuando supo que unos militares
amenazaban con matarlo, se presentó a la Cámara desafiante y armado
de un revólver.
174
PERSONAJES DOMINICANOS
En junio de 1847 Bobadilla tuvo que marchar al destierro, su bestia
negra de toda la vida, tras la amarga experiencia juvenil en Puerto Rico.
Tan dramático le resultaba el destierro que en dos ocasiones remitió
cartas a Santana, pidiendo que lo autorizase a retornar al país, con lo que
implícitamente le proponía una reconciliación. En ese momento el
dictador no se dignó a responderle, seguramente porque aún le guardaba
resentimiento y temía que la presencia del “ministro universal” pudiese
contribuir a fortalecer las intrigas de enemigos y rivales. La débil posición
de Santana se puso de relieve cuando se vio obligado a presentar su
renuncia en agosto de 1848, siendo sustituido por el secretario de Guerra,
Manuel Jiménes, designado en septiembre de 1848.
Como era de esperar, Bobadilla retornó de inmediato al país, satisfecho
con la caída de Santana, y le anunció al nuevo presidente su disposición
de apoyarlo. Pero al poco tiempo Jiménes fue depuesto por una
combinación de jefes militares y congresistas encabezados por
Buenaventura Báez, quienes consideraron que la presencia de Santana
era imprescindible. Aunque discretamente, Bobadilla se puso de nuevo
a la orden de quien lo había desterrado y poco después fue designado
procurador fiscal de la Suprema Corte de Justicia, principal función
dentro del aparato judicial. Buenaventura Báez, designado presidente
días después, lo ratificó en el cargo. Como ya era característico en él y lo
seguiría siendo en adelante, desempeñó otros cargos en el aparato
judicial, además de dirigir un plantel educativo público e impartir clases
de Derecho civil en el colegio San Buenaventura.
Investido de vigor extraordinario, en adición a esas funciones
encontraba tiempo para ejercer la profesión de abogado y dedicarse al
negocio de corte de caoba. Compaginaba así el ejercicio de altas funciones
con un sostenimiento personal independiente. Pero, como era frecuente
en la época, Bobadilla no era rico, sino que lograba los ingresos necesarios
para llevar una vida cómoda, acorde con su posición social y sus funciones
públicas. Vivía en el casco colonial, tenía tierras, vestía con elegancia,
pero carecía de fortuna. En sus papeles, publicados por Lugo Lovatón,
se observa que tuvo que hacer diversas transacciones de venta de casas
de piedra dentro del perímetro amurallado de la ciudad; y en su
testamento se constata que, al final de su vida, solo tenía una casa,
parte de la cual atribuyó al aporte de su esposa en el matrimonio. Cierto
TOMÁS BOBADILLA
175
que poseía enormes extensiones de tierra en Baní, Azua, Neiba y San
Juan, que totalizaban más de 1,000 pesos en títulos comuneros; y aunque
el valor efectivo de esos títulos sobrepasaba el nominal, quedaba patente
el escaso valor de la tierra. En consecuencia, hasta el final de su vida
Bobadilla debió mantener una ardua lucha para agenciarse los medios
de subsistencia. Esta precariedad ayuda a explicar el aferramiento a las
altas posiciones en el aparato estatal. Cuando tuvo que marchar al
destierro en 1847, puso como condición de que se le facilitase el medio
de transporte y una pequeña ayuda inicial, ya que carecía de dinero
para sostenerse en el exterior.
Cuando Santana retornó al poder en 1853, Bobadilla fue designado
miembro del Consejo Conservador, nombre que recibía entonces la
cámara alta del Poder Legislativo. Desde esta posición intervino en los
debates constitucionales, pues le tocó formar parte de la comisión
redactora de la constitución de diciembre de 1854. En febrero de ese
año los congresistas habían logrado aprobar un texto constitucional
menos autoritario, que eliminaba el artículo 210 y restauraba la división
de poderes. Santana objetó el cambio y presionó para que se produjese
la revisión constitucional de diciembre, mediante la cual se retornaba a
un rígido espíritu autocrático. En adelante la constitución de diciembre
1854 fue considerada el prototipo del ordenamiento autoritario, por
cuanto extremaba las facultades omnímodas del presidente.. Diez años
después, Bobadilla volvía a desempeñar el papel de noviembre de 1844,
como abanderado de un ordena despótico.
Recuperó la confianza de Santana, aunque nunca lo repuso dentro
de su círculo íntimo. Juzgado imprescindible, de todas maneras, el letrado
siguió desempeñando funciones relevantes en el seno del Estado, además
de la de presidente del Senado. Se abstuvo a evitar volver a protagonizar
un conflicto con el generalote hatero, con lo cual se resignaba a quedar
inserto en una tiranía.
Con motivo de la guerra civil de 1857, se le presentó un nuevo
paréntesis. Buenaventura Báez había retornado al poder en 1856 y
Bobadilla procuró no entrar en conflicto con el nuevo orden de cosas, no
obstante su declarada fidelidad a Santana, quien fue apresado y deportado.
Hasta la ascensión de Báez, al parecer Bobadilla trató infructuosamente
de que se reconciliara con Santana, tal vez pensando que así no sufriría
176
PERSONAJES DOMINICANOS
represalias. Pero tan pronto estalló la insurrección en Santiago contra el
gobierno de Báez, el 7 de julio de 1857, en protesta por los manejos
financieros del gobierno en la compra del tabaco, Bobadilla fue encarcelado
con el pretexto de complicidad en el asesinato de un pariente de Báez.
Este se negó a liberarlo por temor a que se uniese a los sitiadores de la
ciudad, por lo que pasó cerca de un año en una mazmorra de la Torre del
Homenaje.
Cuando Báez capituló, Bobadilla recibió diversas comisiones del
gobierno de Santiago presidido por José Desiderio Valverde. Fue
designado senador de Santo Domingo y expresó su satisfacción con el
orden de cosas. Se seguía repitiendo la historia: Bobadilla se mostraba
dispuesto a adaptarse a la situación existente, al tiempo que quienes la
controlaban se veían obligados a contar con sus servicios, fuese en
reconocimiento de su capacidad o para prevenir que se sumase al bando
enemigo. Pero, de la misma manera, cuando las cosas cambiaban
mostraba una habilidad de prestidigitador para incorporarse al grupo
de los vencedores.
Conforme a ese proceder, Bobadilla se solidarizó de inmediato con
Santana cuando este desconoció el gobierno de Santiago y
la constitución liberal de Moca. De nuevo las dotes retóricas y la capacidad
jurídica del letrado se pusieron al servicio del despotismo y redactó un
memorial justificativo del golpe de Estado de Santana. En el texto adujo
que la sede del gobierno en Santiago alteraba un ordenamiento natural,
que la división territorial establecida por la constitución de Moca
provocaría enfrentamientos entre las regiones y que, en conjunto, esa
constitución estaba sesgada por un errado intento de innovar.
Simplemente, ratificaba su cosmovisión conservadora para legitimar la
reposición de la constitución de diciembre de 1854. No era óbice para
que reiterara, impertérrito, principios democráticos modernos, al tiempo
que reconocía que Santana era un dictador “benigno”. Proclamaba que
la constitución era perfectamente democrática, pese a haber abolido las
diputaciones provinciales y otros componentes del espíritu liberal que
tenían las dos constituciones anteriores. La presencia de Santana y la
consiguiente dosis autoritaria, según Bobadilla, resultaban necesarias
para enfrentar a Báez, a quien acusó de asaltante desaprensivo de las
arcas del Estado.
TOMÁS BOBADILLA
177
En premio por sus servicios, en su último gobierno Santana lo hizo
designar como presidente del Senado Consultor. Al igual que en ocasiones
anteriores, Bobadilla pasó a intervenir de manera activa en la dilucidación
de problemas centrales del país, aunque sin ser una pieza clave del
tinglado de poder. Ya había dado muestras de ocuparse de temas como
el fomento de la inmigración, el funcionamiento de los tribunales, la
racionalización del sistema impositivo y la regulación de los terrenos
comuneros. Desarrolló la tesis de que la condición del progreso
presuponía, muy en primer término, diferenciarse del legado haitiano,
país de política “infernal”. Conllevaba abrirse al comercio exterior como
medio básico para acceder a los factores de la prosperidad de que carecían
los dominicanos y que, por fuerza, había que encontrar entre los
extranjeros. Consecuentemente, aceptó la decisión de Santana de
incorporar el país a España, en marzo de 1861, pero no fue corresponsable
de ese paso ni tampoco mostró entusiasmo por él. Como lo pone de
relieve Rufino Martínez, siguiendo su cautelosa actitud de cálculo,
consideró que, ya decidida, la medida se cumpliría y estaba obligado a
acogerla por cuanto coincidía con sus convicciones acerca de la
imposibilidad de que el pueblo dominicano forjase un ordenamiento
independiente estable y fructífero.
DE ANEXIONISTA A NACIONALISTA
Durante la anexión a España el “ministro universal” fue confirmado
ipso facto en elevadas funciones del aparato estatal. A los pocos días
de producido el hecho lo nombraron miembro de una comisión
encargada de resolver la cuestión monetaria, que constituía uno de los
problemas más graves que aquejaban al país. Meses después fue
designado oidor de la Real Audiencia, una de las pocas posiciones de
verdadera responsabilidad asignadas por los nuevos dominadores a
dominicanos. En señal de confianza, recibió encomiendas adicionales,
como la de traducir del francés los códigos y compatibilizarlos con la
realidad del país. Fue ratificado en el oficio de abogado y recibió
distinciones honoríficas, incluyendo la propuesta de un título de
nobleza.
178
PERSONAJES DOMINICANOS
Cuando estalló la guerra de Restauración se mantuvo inconmovible
en el respaldo a la dominación española, lo que se infiere en su correspondencia con personas de su confianza, con las cuales no tenía necesidad de fingir. En esas cartas muestra satisfacción por los éxitos que a
veces lograban las tropas españolas contra los patriotas dominicanos.
Bobadilla, simplemente, calificaba a los insurgentes como bandidos, y
reducía a sus jefes a la condición de depredadores, asesinos y revoltosos
incapacitados para una acción política. Cuando se hizo patente el avance incontenible de los rebeldes, por primera vez el anciano expresó una
postura pesimista acerca del futuro del país. No se trataba únicamente
de que todo había quedado en ruinas, sino que no concebía la posibilidad de que estos rústicos jefes guerrilleros, a sus ojos burdos analfabetos, pudiesen regir los destinos del país. Tal consideración lo llevó a
mantener hasta última hora las esperanzas de que pudieran sobrevenir
accidentes que terminaran por inclinar la balanza a favor de España. El
triunfo nacional representaba para él, en esos días, la recaída en la barbarie. Se aferraba a las convicciones del letrado apegado al poder hasta las
últimas consecuencias, máxime cuando estaban en juego sus certezas
acerca del régimen deseable bajo tutela extranjera directa. España era el
poder vigente y la consideraba dotada para asegurar una relación que
proporcionase al país estabilidad y progreso; además, era la nación originaria del pueblo dominicano, con comunidad de lengua, raza y religión, los componentes de la identidad.
Ni siquiera cuando vio todo perdido y que hasta su hijo Tomás se
sumó a los restauradores, tras el desastre de La Canela, flaquearon sus
principios anexionistas. Y, sin embargo, cuando llegó el momento en
que se le planteó abandonar el país, prefirió quedarse y afrontar cualquier
riesgo que pudiese provenir de esa gavilla de asaltantes, incendiarios y
asesinos que afirmaba eran los restauradores. Declinó, por tanto, el
ofrecimiento que le hicieron los españoles de ser confirmado en el cargo
de oidor en Cuba o Puerto Rico. A fin de cuentas primó su apego al
suelo, fuese por cálculos mezquinos de conveniencia, por temor a las
vicisitudes de la emigración o por compenetración con el estilo de vida
de los dominicanos.
Para su sorpresa, los restauradores triunfantes, lejos de arrestarlo o
fusilarlo por traidor, le pidieron de inmediato que brindase sus servicios
TOMÁS BOBADILLA
179
a la República Dominicana. Se seguía repitiendo la historia: Bobadilla
era solicitado, como cosa natural, en reconocimiento de sus dotes políticas,
vistas como necesarias para el éxito de una gestión gubernamental; y, al
igual que en ocasiones anteriores, él se inclinaba ante la demanda,
también como cosa natural y como destino inevitable.
Colaboró con el régimen de Cabral y con el tercer período de Báez
instaurado a fines de 1865, que pretendía ganar la confianza de todo el
mundo, en especial de los restauradores. Ahora bien, al poco tiempo, la
tendencia centralista de Báez provocó la ruptura con Cabral, quien
anunció desde Haití una insurrección, de inmediato apoyada por Pedro
A. Pimentel, otro prohombre de la Restauración, quien ostentaba la
cartera de Interior y Policía. Como era de rigor, Bobadilla aceptó
colaborar con los nuevos gobernantes, pero no lo hizo por simple
oportunismo, sino sobre todo porque no habían desaparecido los
conflictos que enfrentaban a los antiguos partidarios de Santana con
Buenaventura Báez.
Desde 1866, al concluir el tercer gobierno de Báez, la política se
polarizó entre sus seguidores, ya conocidos como rojos, y los del bando
liberal, proveniente de los principales generales de la Restauración, que
poco tiempo después pasaron a ser conocidos como azules. Aunque
muchos conservadores que habían sido adeptos de Santana tomaron
partido a favor de Báez, en la época se llegó a la conclusión de que,
como tendencia política, el santanismo había experimentado una
metamorfosis en las condiciones creadas tras la salida de los españoles y
que, para sostenerse en el poder, se había integrado a la corriente liberal.
Este comportamiento de una parte considerable de los santanistas se
explica porque le daban prioridad a su conflicto con Buenaventura Báez.
La enemistad entre baecistas y santanistas llegó a ser tan terrible que,
desaparecido Santana, sus seguidores podían preferir cualquier cosa con
tal de que no reinase su inveterado enemigo.
Bobadilla fue tal vez el principal artífice de esta simbiosis entre los
antiguos conservadores santanistas y los nuevos liberales restauradores,
no obstante que ambas partes habían protagonizado una guerra de dos
años. Pero la naturaleza de la sociedad vigente alentaba alianzas
insospechadas, que terminaban siendo vistas con naturalidad. No
importaba que miles hubiesen muerto y que las cenizas de los campos
180
PERSONAJES DOMINICANOS
aún estuviesen humeantes; contaban únicamente los imperativos de la
lucha por el poder. Para los restauradores se puso en claro que Báez
constituía una amenaza formidable a su preponderancia, de forma que
se sintieron obligados a anudar alianzas con todos los que rechazasen al
único que entonces tenía una categoría de líder popular.
Está claro que los liberales –quienes conformaron una entidad
fantasma que llamaron Partido Nacional– inicialmente constituían un
grupo distinto al de los antiguos santanistas y que recurrían a estos
compelidos por las circunstancias adversas. La generalidad de los
conservadores no tenía una vocación doctrinaria sectaria y el movimiento
liberal era demasiado reciente, por lo que se hizo factible la colaboración
de ambas partes en el Partido Azul. Por ello, una de las pautas de los
dos gobiernos de José María Cabral radicó en incorporar a los antiguos
santanistas. Como sería recurrente en sucesivas experiencias, los liberales
dominicanos podían aliarse con los conservadores al tiempo que
adoptaban muchos de sus criterios y comportamientos.
Pero en tales alianzas no solo se modificaban los conceptos de los
liberales sino también los de los conservadores involucrados, y a Bobadilla
le tocaría desempeñar una de las funciones relevantes para que los
santanistas terminaran siendo azules y, por consiguiente, aceptaran
principios doctrinarios del liberalismo, en especial la defensa de la
independencia absoluta. Durante sus últimos años de vida, sin abjurar
de actuaciones previas, el letrado evolucionó hacia posturas nacionales,
decantándose de sus sempiternas certezas anexionistas. Seguramente,
sobre la base de analizar lo acontecido en la Restauración, llegó a la
conclusión de que el pueblo dominicano había alcanzado un estatuto
que le permitía sostener un Estado independiente. No parece que
diera este giro tan radical movido por la contraposición con Báez, aunque
tal elemento no dejó de estar en su origen. Este giro respecto a su anterior
trayectoria valoriza su talento político, su compenetración con la vida
del país y su compromiso con lo que entendía que debían ser las
expectativas válidas de la comunidad dominicana.
En enero de 1868, cuando Cabral fue derrocado por una oleada de
caudillos que arrastraban a los campesinos al grito de “viva Báez”,
Bobadilla optó por emigrar. La animosidad entre rojos y azules no tenía
precedentes, y en esos momentos los diferendos se arreglaban con
TOMÁS BOBADILLA
181
fusilamientos, en especial de parte de los rojos, animados por un
furibundo espíritu de venganza.
En el postrero exilio Bobadilla se trazó el objetivo de poner su talento
y experiencia al servicio de la causa de los liberales nacionalistas. Esto no
fue óbice para que intentara retornar al país, al resultarle insoportable la
condición de emigrado, solicitud que le fue negada por Báez, movido
por el resentimiento respecto a todos aquellos que habían sido sus
enemigos.
El giro de posiciones de Bobadilla respecto a la problemática nacional
se puso de manifiesto con motivo del proyecto de anexar la República
Dominicana a Estados Unidos, preliminarmente acordado a fines de
1869. Se irguió como uno de los adalides de la causa nacional y promovió
un manifiesto de los dominicanos residentes de Puerto Rico en rechazo
al proyecto anexionista del régimen de los Seis Años. Tras un momento
de duda, decidió comprometerse nuevamente de lleno con la causa de
los azules, con el fin de impedir que se materializase el proyecto
anexionista. Se involucró en las negociaciones entre los jefes del Partido
Azul, tratando de favorecer la primacía de Cabral, a quien consideraba
más dotado y con las condiciones necesarias para comandar la guerra
nacional. Puso su intelecto al servicio de la independencia en la redacción
de documentos como el enviado al senador estadounidense Charles
Sumner, quien encabezaba la oposición a la anexión en los círculos
dirigentes de Washington. En la carta a Sumner, Bobadilla afirma
que la anexión a España pudo estar justificada debido a que había sido
la metrópoli de los dominicanos durante más de tres siglos, por lo que
los unía a ella ese lazo histórico y factores derivados del mismo, como
lengua y raza. Razonaba que la mentalidad dominicana no se podía
corresponder con la forma de vida vigente en Estados Unidos y acotaba
que, aunque la potencia del norte había mostrado su fecundidad
civilizadora, la presencia de los dominicanos en ella constituiría un
cuerpo extraño, situación inconveniente tanto para estadounidenses
como dominicanos.
Mucho conozco al pueblo dominicano. Abandonado siempre a
sus propias fuerzas, ha luchado siempre por su libertad, y siempre
sus esfuerzos se han visto coronados por el éxito deseado. Puede
182
PERSONAJES DOMINICANOS
por un momento ser dominado por los extraños, porque la sorpresa
del acto que cambie su condición política, le embargue los medios
de resistencia y de acción; mas pasado ese primer momento de
estupor, se levantará como un solo hombre, obedeciendo a un solo
pensamiento, para oponerse a quien pretenda arrebatarle su
libertad, su independencia.
Acostumbrado durante más de cincuenta años a gobernarse por
sí, a vivir la vida de los campamentos, a pasar los días, los meses y
los años con las armas en las manos, careciendo de todo, desafiando
el hambre y la inclemencia; acostumbrado a vivir libre, sin deber
su libertad más que a su propio esfuerzo, no resiste extraña
dominación, la sacude, empeña la lucha contra el dominador, y
aun con la conciencia de su debilidad, la sostiene; la engrandece
con su desesperación, y en su deseo de ser libre, la hace larga,
horrorosa y sangrienta.
Dotado de la voluntad de contribuir al avance de la guerra que
libraban los azules en la zona fronteriza del sur, a principios de 1871
Bobadilla decidió trasladarse a Haití con el fin de poner su experiencia
al servicio de los jefes insurgentes. Daba muestras de una voluntad
implacable, pues tenía casi 85 años y estaba aquejado por quebrantos
que le habían mermado su conocido vigor. Vivió primero en Cabo
Haitiano, en medio de tremendas dificultades materiales, donde procuró
colaborar con el general Pimentel. Pero juzgó que su papel político lo
compelía a trasladarse a Port-au-Prince, a fin de incidir sobre los círculos
gobernantes haitianos para que brindaran apoyo resuelto a la causa
dominicana. Su hijo Tomás, también exiliado en Haití, que realizaba
actividades comerciales, quiso ayudarlo, pero no pudo hacerlo en forma
significativa al encontrarse al borde de la bancarrota.
En esos trajines patrióticos su salud experimentó un rápido deterioro,
no ajeno a las duras condiciones de exiliado. Falleció en la capital haitiana
el 21 de diciembre de 1871. Recibió en Port-au-Prince honores de Estado
por sus servicios a los dos países de la isla.
TOMÁS BOBADILLA
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BIBLIOGRAFÍA
García, José G. Compendio de la historia de Santo Domingo. 4 vols.
Santo Domingo, 1968.
García Lluberes, Alcides. Duarte y otros temas. Santo Domingo, 1971.
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Archivo General de la Nación. Vol. XIII (1950), pp. 142-166,
273-330, 406-447; vol. XIV (1951), pp. 9-72, 175-228, 291346.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano (18211930). Santo Domingo, 1997.
Morillas, José María. Siete biografías dominicanas. Ciudad Trujillo, 1944.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Discursos de Bobadilla. Ciudad
Trujillo, 1938.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Discursos históricos y literarios.
Ciudad Trujillo, 1947.
PEDRO SANTANA
AUTÓCRATA Y ANEXIONISTA
Pedro Santana ha sido uno de los personajes que más han incidido en la
historia dominicana. Jugó un papel militar de primera importancia en
la consolidación de la independencia frente a Haití en 1844 y, poco
después, fue el primer presidente de la República. Contemporáneos e
historiadores han coincidido en considerarlo la figura dominante del período
conocido como Primera República, que se extendió entre la proclamación
del Estado dominicano y la anexión a España (1844 y 1861).
Pero su figura ha concitado interminables polémicas. En vida fue
amado, temido y odiado. Con posterioridad a su muerte, se le ha ponderado
con no menos pasión: para algunos como la espada de la patria, el héroe
sin quien la independencia no hubiera sido posible, tal vez un mal necesario
en su época; y para otros como un autócrata que desterró a Juan Pablo
Duarte y demás fundadores de la República y que la traicionó al acordar
la anexión a España en 1861.
AUTÓCRATA Y ANEXIONISTA
Santana se hizo una figura de primer plano debido a la importancia que
tenia la función de jefe militar para rechazar las pretensiones del Estado
haitiano de aplastar la independencia dominicana. Encarnó por vez
primera el predominio del elemento militar dentro del Estado
dominicano, lo que comportaba un ejercicio autocrático del gobierno.
En este sentido, representa el prototipo del hombre de armas que termina
haciéndose árbitro de la política. Fue muy celoso de su condición de jefe
supremo y se consideraba a sí mismo en rigor como el único general
dominicano, cuyo papel en beneficio de la colectividad era insustituible.
Aunque no tenía vocación de político, pensaba que le correspondían
prerrogativas absolutas, como único medio de conservar la unidad del
país y, con ella, garantizar la separación de los haitianos. Al parecer,
creía en su misión, y ejerció con honradez la administración de los recursos
187
188
PERSONAJES DOMINICANOS
financieros del Estado, pero estuvo dispuesto a aplicar medidas represivas
extremas para permanecer en el poder, incluyendo el fusilamiento de
figuras de la independencia.
No era un caso aislado, sino que sintetizaba las prevalecientes
concepciones políticas de su medio histórico-social. Los grupos dirigentes
de la sociedad consideraban que no era posible instaurar un régimen
democrático, ya que la única forma de mantener el orden consistía en
otorgar amplios poderes al Ejecutivo. Por otra parte, durante las primeras
décadas de la existencia del Estado dominicano, esos sectores carecían
de fe en la posibilidad de que la independencia pudiera mantenerse. El
país había quedado en una situación económica ruinosa, por lo que ellos
creían que la anexión o el protectorado de una potencia extranjera
constituían el único recurso para alcanzar el progreso. Como todavía no
tenían una noción acabada del pueblo dominicano, el ejercicio de la
soberanía no les preocupaba.
El despotismo y el anexionismo fueron combatidos por los liberales,
quienes habían comenzado a actuar con la fundación de La Trinitaria por
Juan Pablo Duarte, en 1838. Los trinitarios, imbuidos de las enseñanzas
de Duarte, luchaban por un Estado soberano sustentado en un orden
democrático, punto de vista que combatían los conservadores, quienes
terminaron teniendo a Pedro Santana como jefe. Duarte y Santana
representaron en su momento los extremos de posiciones divergentes; el
primero fue derrotado por el segundo debido a que los sectores dirigentes
del país de orientación conservadora detentaron el control de las armas y
lograron concitar el apoyo de la mayoría de la población.
INICIOS
Los orígenes familiares y los primeros tiempos de vida de Santana
ayudan a explicar aspectos de su carrera pública. Nació en 1801 en la
villa de Hincha, próxima a la frontera con Saint Domingue (poco
después Haití), población que precisamente en esos días comenzaba a
ser ocupada por tropas del país vecino comandadas por Toussaint
Louverture, quien alegó la aplicación del Tratado de Basilea, de 1795,
PEDRO SANTANA
189
mediante el cual la Corona española traspasó Santo Domingo a Francia.
En virtud de la inseguridad creada, los padres de Santana, Pedro
Santana y Petronila Familias, pertenecientes a los sectores superiores
de propietarios de ganado (denominados hateros), decidieron trasladarse
a lugares situados más al este. Primero permanecieron cierto tiempo
en Gurabo, en los alrededores de Santiago; luego se establecieron en
Sabana Perdida, cerca de Santo Domingo; y, finalmente, se fijaron de
manera permanente en El Seibo.
El padre de Santana era capitán de milicias y participó en la batalla
de Palo Hincado, cerca de El Seibo, en 1808, cuando los dominicanos
vencieron a los franceses llegados en 1802. La contienda se motivó debido
a la persistente disposición de los dominicanos a desconocer el Tratado
de Basilea. El capitán Pedro Santana pasó a la historia porque cortó la
cabeza del gobernador francés Louis Ferrand después que se suicidó.
Al establecerse en El Seibo, el capitán Pedro Santana adquirió el
hato El Prado en sociedad con su amigo Miguel Febles, quien también
había emigrado de Hincha. Como habían tenido que abandonar sus
tierras, la vida de los Santana al principio fue dura. Se ha recordado que,
durante los años que vivieron en Sabana Perdida, los niños mellizos
Pedro y Ramón Santana se trasladaban con frecuencia a la ciudad de
Santo Domingo para vender leña. Pero las cosas fueron mejorando
paulatinamente. Cuando murieron los dueños originales de El Prado,
se produjo un acuerdo matrimonial para evitar que la propiedad se
dividiera: Pedro Santana contrajo matrimonio con la viuda de Miguel
Febles, Micaela Rivera, a pesar de que esta le llevaba 15 años, y pocos
años después su hermano Ramón lo hizo con Floriana Febles, hija del
matrimonio Febles-Rivera. Como Febles había sido uno de los hateros
más ricos, este doble matrimonio colocó a los hermanos Santana como
las figuras de mayor influencia social en El Seibo.
Sin embargo, los hermanos Santana no gozaban de un ambiente de
lujo. En realidad, la vida de los hateros era rústica, y ellos, como los de
su clase, vivían en casas de tabla de palma y techos de cana. Tenían que
trabajar afanosamente todo el día para acrecentar las riquezas,
acompañando a los peones en las labores habituales. Estas condiciones
explican que, a pesar de su posición social, Santana no pudiera educarse.
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PERSONAJES DOMINICANOS
PREPARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA
En 1822 el presidente haitiano Jean Pierre Boyer ocupó la parte española
de Santo Domingo (hoy República Dominicana) y la integró a la
República de Haití. Aprovechó la declaración de independencia que
semanas antes habían hecho criollos de la ciudad de Santo Domingo,
encabezados por José Núñez de Cáceres. Durante los primeros años, el
régimen haitiano aplicó una política de cierto contenido revolucionario:
abolió la esclavitud, confiscó los bienes de la Iglesia católica y de los
grandes propietarios ausentes, y distribuyó lotes de terrenos entre los
libertos y todos los que los requirieran. A pesar de que esa política fue
abandonada pocos años después, los hateros mantuvieron una postura
de animadversión hacia el régimen haitiano. Como se seguían sintiendo
españoles, consideraban que la única solución consistía en el retorno de
la soberanía de la Madre Patria.
Los hermanos Santana no ocultaban su postura contraria al régimen
haitiano, actitud explicable por el hecho de que sus padres habían perdido
las tierras en Hincha y se habían visto precisados a emigrar en condiciones
ominosas. Ostensiblemente, ellos se negaron a colaborar con los
dominadores, por lo que se mantuvieron apartados en las faenas del
hato. Su animadversión hacia los haitianos se acrecentó por los robos de
ganado que atribuían a merodeadores de esa nacionalidad. En el interior
del hato, Santana impuso un régimen de orden y disciplina que
constituyó la principal experiencia que aplicó luego en los asuntos
públicos. Como general y presidente, Santana operó de manera parecida
a como lo hacía en El Prado dirigiendo los peones.
Cuando el Estado haitiano entró en crisis a raíz de la caída del
presidente Boyer, en 1843, Duarte y sus compañeros de La Trinitaria
decidieron acelerar los trabajos para proclamar la independencia. Con
ese fin, procedieron a contactar a todos los contrarios al dominio haitiano.
Vicente Celestino Duarte, quien tenía actividades comerciales en Los
Llanos, cerca de El Seibo, entró en contacto con los hermanos Santana.
Juan Pablo Duarte dispuso la concesión del grado de coronel a Ramón
Santana, pero este declinó en favor de su hermano Pedro, quien había
expresado que estaba dispuesto a comprometerse en la lucha contra los
haitianos a condición de que se le pusiese en una posición de mando. Si
PEDRO SANTANA
191
bien Pedro Santana aceptó integrarse a los planes de los trinitarios, no
compartía sus principios políticos.
En esos días, algunas figuras de relieve se propusieron lograr
un protectorado francés como único medio para asegurar la separación
de Haití. A ellos se les conoció con el calificativo de “afrancesados”;
irónicamente, estos comenzaron a designar a los trinitarios como “filorios”,
aludiendo a su afición por la filosofía y el teatro, con lo que querían
denotar que eran jóvenes desconectados de la realidad. La búsqueda del
protectorado fue estimulada por André de Levasseur, cónsul de Francia
en Port-au-Prince, capital de Haití, ya que su gobierno era el que mayor influencia tenía en los asuntos haitianos.
JEFE DEL FRENTE SUR
A finales de 1843, tras difíciles negociaciones, los trinitarios, dirigidos
por Francisco del Rosario Sánchez, llegaron a un acuerdo con un sector de
los afrancesados dirigidos por Tomás Bobadilla. Ambos dirigentes
redactaron el Manifiesto del 16 de Enero, en el cual se llamaba a la
proclamación de la República Dominicana como Estado plenamente
soberano. Con el fin de lograr la independencia, se buscó la adhesión de
personas influyentes en todos los confines del país. Como era de rigor, a
los hermanos Santana se les encomendó garantizar el éxito del movimiento
en El Seibo –la principal población de la región Este.
Horas antes de que Sánchez proclamara el nacimiento de la
República Dominicana el 27 de febrero de 1844, Pedro y Ramón
Santana tomaron la población del El Seibo. De inmediato, los mellizos
dispusieron el reclutamiento de una tropa de peones y campesinos
que debían marchar hacia Santo Domingo. Por todos los lugares que
pasaban se les unían nuevos reclutas, lo que puso de manifiesto que, desde
el primer momento, la independencia gozó del apoyo entusiasta de la
población dominicana.
La tropa seibana pasó a tener un peso decisivo en la capacidad del
nuevo Estado para defenderse frente a la amenaza haitiana, lo que se
explica por los hábitos de vida y trabajo vinculados a la producción de
ganado. Los orientales se distinguieron como excelentes jinetes y lanceros,
192
PERSONAJES DOMINICANOS
cualidades imprescindibles en el proceso de trabajo de la primitiva
ganadería practicada en la región. En las acciones militares contra Haití,
la superioridad militar de los dominicanos se debió en buena medida al
manejo del arma blanca y la caballería, lo que compensaba el menor
número de soldados y la inferioridad del armamento.
En forma tumultuosa, la tropa proclamó a Santana general en jefe,
valorando sus dotes de mando y en señal de reconocimiento de la
influencia social de que gozaba. La Junta Central Gubernativa, primer
gobierno dominicano, únicamente lo había confirmado con el rango de
coronel que le había expedido Duarte; pero como no se puso en discusión
que era la figura dotada de más capacidad de mando, fue destinado a la
jefatura del frente del sur con el grado de general.
Después que consiguió armas y municiones, Santana se dirigió
apresuradamente al suroeste, pues se supo que el presidente de Haití,
Charles Hérard, marchaba hacia Santo Domingo al frente de 20,000
soldados. Con apenas 3,000 hombres, el general dominicano se dispuso a
enfrentar al ejército haitiano en las afueras de Azua. El 19 de marzo, las
avanzadas haitianas fueron rechazadas, tal vez porque no esperaban una
resistencia enconada. Este triunfo, aunque de poca monta, elevó la moral
de los dominicanos y amplió la percepción que ya empezaban a tener
muchos de que la única persona que reunía las condiciones para derrotar
a los haitianos era Pedro Santana.
Sin duda, Santana contaba con dotes para la guerra, aunque no
puede aceptarse que su persona fuera imprescindible. Esta visión era
fruto de las circunstancias y de la necesidad que a menudo muestran los
grupos humanos de confiar su suerte a figuras que elevan a sitial
predestinado. La capacidad militar de Santana no se puede entender
separada del potencial de sacrificio del pueblo, el verdadero héroe de la
independencia. Tal disposición se manifestó en los años siguientes, cuando
gran parte de la población masculina adulta tenía que permanecer largos
meses en las fronteras, sustrayéndose de las actividades productivas, lo
que agudizaba el estado crónico de pobreza. Otro factor que contribuyó
a facilitar los triunfos de las armas dominicanas fue la falta de motivación
de los soldados haitianos, por cuanto ellos no defendían su libertad.
La concepción militar de Santana se caracterizaba por la prudencia,
criterio que mantuvo hasta el final de sus días. Inmediatamente después
PEDRO SANTANA
193
del choque con el ejército haitiano el 19 de marzo, dispuso la retirada a
Sabana Buey, entre Baní y Azua. Charles Hérard entró a Azua sin
resistencia, y durante las siguientes semanas las partes contendientes se
mantuvieron a la expectativa, aunque algunas avanzadas haitianas fueron
detenidas. Hérard no quiso avanzar por temor a lo que podía suceder en
Haití, ya que los partidarios del depuesto presidente Boyer conspiraban
para derrocarlo.
Ante el estancamiento de las operaciones, Juan Pablo Duarte, retornado de su exilio en Venezuela y ratificado en el rango de general,
solicitó ser destinado al frente del sur, donde fue designado como jefe
alterno junto a Santana. De inmediato se manifestaron divergencias entre
ambos, cuando Duarte consideró que era preciso pasar a la ofensiva, a lo
que se opuso Santana haciendo valer su criterio. La Junta Central
Gubernativa, que contaba con una mayoría conservadora, decidió
llamar de vuelta a Duarte a la ciudad de Santo Domingo.
CONATO DE GUERRA CIVIL CON LOS TRINITARIOS
La postura defensiva de Santana no se explica solo por razones militares.
Igual de importante era su falta de confianza en la posibilidad de que
los dominicanos lograran consolidar la independencia por sí mismos.
En las cartas que intercambió en esos días con Tomás Bobadilla,
presidente de la Junta Central Gubernativa, se advierte que veía la
resistencia militar como un medio para ganar tiempo antes de que se
lograra el protectorado de Francia. El 8 de marzo, con Duarte todavía
en el exterior, la Junta Central Gubernativa había acordado solicitar el
protectorado de Francia en caso de ataque haitiano. En sus misivas,
Santana presionaba a fin de que se apuraran las negociaciones al efecto,
incluso después que los haitianos se retiraron a raíz del derrocamiento
de Hérard a inicios de mayo.
A pesar de haberse diluido en lo inmediato el peligro haitiano,
Bobadilla pronunció un discurso el 26 de mayo, en el que llamaba al
establecimiento del protectorado francés, posición que agudizó las
divergencias intestinas entre los dominicanos. El 9 de junio los trinitarios,
bajo dirección de Duarte, expulsaron a los conservadores de la Junta
194
PERSONAJES DOMINICANOS
Gubernativa. La presidencia del organismo pasó a manos de Sánchez, y
Duarte fue enviado al Cibao para obtener la adhesión al nuevo gobierno.
En Santiago, Matías Ramón Mella, uno de los trinitarios más connotados,
proclamó a Duarte presidente de la República, con el asentimiento de la
generalidad de las personas de prestigio.
Como jefe de la columna expedicionaria del sur, la tropa más numerosa
del país, al inicio Santana se mantuvo en una actitud prudente. Incluso
presentó su renuncia, pretextando mala salud; pero cuando llegó el coronel
Esteban Roca, enviado por la Junta para sustituirlo, la tropa, incitada por
el coronel Manuel Mora, se insubordinó y proclamó obediencia exclusiva
a Santana. Se abría así el peligro de una guerra civil entre liberales y
conservadores, representados por Duarte y Santana. Este, cuando consideró
que no había amenaza inminente de que los haitianos retornaran, y después
de dejar pequeñas guarniciones en puntos cercanos a la frontera, decidió
retornar a Santo Domingo con el fin de derrocar a la Junta. El aumento de
la beligerancia de Santana se ha explicado por el fallecimiento repentino
de su hermano Ramón, quien era su consejero y tenía posiciones favorables
al entendimiento con los liberales.
Al presentarse la tropa proveniente del sur ante los muros de la
ciudad, el jefe de la guarnición, Joaquín Puello, decidió no resistir, ante
las promesas de Santana de que no abrigaba intenciones hostiles. Sin
embargo, en pocas horas la Junta fue depuesta, algunos de los trinitarios
encarcelados y se constituyó una nueva Junta bajo la presidencia de
Pedro Santana. Los sectores influyentes del Cibao decidieron reconocer
la nueva entidad gubernamental para prevenir una secesión que pudiera
ser aprovechada por los haitianos. Duarte y sus compañeros más cercanos
fueron deportados del país a perpetuidad.
PRIMERA PRESIDENCIA
Desde que se instaló como presidente de la Junta Central Gubernativa,
Santana pasó a detentar amplios poderes. En general, los conservadores
vieron su preeminencia como medio de impedir que los liberales
amenazaran su hegemonía. Ahora bien, durante los primeros años
Santana tuvo que tomar en cuenta las posiciones que se expresaban en
PEDRO SANTANA
195
su sector político-social, ya que aún no contaba con un liderazgo
incuestionable; como se irá observando, lo construyó con ayuda del mito
de jefe militar invencible.
Desde el principio Santana trató de ampliar en lo posible su
margen de control sobre el país, prefiriendo salir del poder en caso
de que se intentase recortar sus atribuciones. Esto se puso de manifiesto en ocasión de la instalación de la Asamblea Constituyente, en
octubre y noviembre de 1844. Los integrantes de la asamblea, casi
todos conservadores, decidieron trasladarse a San Cristóbal con el fin
de limitar posibles presiones de Santana. Incluso el redactor de la constitución, Buenaventura Báez, cabecilla de los afrancesados, propuso
que los propios constituyentes proclamaran la inviolabilidad de su
función.
La Constitución de San Cristóbal, aprobada el 6 de noviembre,
designó a Pedro Santana presidente durante dos períodos consecutivos,
pero sus atribuciones se restringían de acuerdo con la separación de
poderes. Santana se negó a recibir la presidencia en tales condiciones
y, asesorado por Tomás Bobadilla, exigió la inclusión del artículo 210,
una monstruosidad jurídica que lo facultaba para no rendir cuentas de
sus actos.
Legalmente, el artículo 210 lo hacía un dictador, y Santana con
frecuencia se amparó en él para ejecutar a quienes se atrevieran a desafiar
el orden. El primer episodio de este género se produjo poco tiempo después
de la proclamación de la constitución. Algunos liberales trataron de
armar un movimiento para destituir a los secretarios de Estado, lo que
fue considerado por Santana una conspiración, por lo que dispuso el
establecimiento de tribunales especiales, uno de los cuales condenó a
muerte a María Trinidad Sánchez, tía de Francisco del Rosario Sánchez,
a un hermano de este y a dos personas más, todos ellos ejecutados el 27
de febrero de 1845, en macabra conmemoración del aniversario de la
independencia.
Un par de años más tarde, se descubrió una nueva conspiración
encabezada por el secretario de Interior, Joaquín Puello, que tenía por
propósito deponer a Santana. De nuevo se pusieron en movimiento los
trámites judiciales extraordinarios, y Puello, su hermano Gabino y otras
personas fueron fusilados. Estas ejecuciones formaron parte del
196
PERSONAJES DOMINICANOS
establecimiento de un régimen represivo, en el que cualquier infracción
podía ser castigada con la pena capital; incluso el robo a pequeña escala
cayó bajo la prescripción de esta sanción. Como advertencia, el anciano
Bonifacio Paredes fue fusilado en El Seibo acusado de haber robado un
racimo de plátanos.
La dictadura fue generando cada vez más rechazo. El tirano se
enfrentó incluso a la Iglesia, cuando rechazó las peticiones de la institución
para que se le devolvieran los bienes que le habían sido confiscados por
los haitianos. A pesar de su condición de católico practicante, no resistía
que los sacerdotes intentasen hacerle sombra.
En ese ambiente, el general Manuel Jiménes, secretario de la
Guerra y quien había sido trinitario, montó una nueva conspiración.
Ante las señales del descontento creciente, Santana se refugió en El
Prado y tiempo después presentó su dimisión, el 4 de agosto de 1848.
Quedaba de manifiesto que prefería salir del poder antes que soportar
una oposición desagradable. Se veía a sí mismo como un general
predestinado, situado por encima de las pequeñeces de la política.
Empero, osciló siempre entre la pasión por el poder absoluto y el placer
de la vida privada en el campo, por lo que, al renunciar, se dedicó a
disfrutar del ambiente pastoril de El Prado, como volvería a hacer en
siguientes ocasiones.
RUPTURA CON BÁEZ
Manuel Jiménes fue electo por las cámaras a la presidencia.
Inmediatamente promulgó una amnistía y los trinitarios desterrados
fueron autorizados a retornar al país, lo que hicieron todos con excepción
de Duarte. Pero el ambiente liberal impulsado por el segundo presidente
dominicano no duró mucho tiempo a causa de la invasión de Faustin
Soulouque, llegado a la presidencia de Haití dos años antes. Jiménes
designó jefe de las tropas del sur al general Antonio Duvergé, uno de
los que más se había distinguido en campañas anteriores. Como
Soulouque había reunido fuerzas impresionantes, el pánico se apoderó
de la población de Santo Domingo y se estimó que Duvergé no cumplía
correctamente con su cometido. Los integrantes de las cámaras legislativas
PEDRO SANTANA
197
comenzaron a conspirar contra el presidente y, a iniciativa de
Buenaventura Báez, designaron a Santana como jefe de las operaciones.
Al igual que en 1844, Santana congregó una tropa de seibanos y su
sola presencia contribuyó a insuflar confianza entre los dominicanos. Su
estrella se levantó definitivamente cuando logró derrotar al ejército haitiano
en Las Carreras, a orillas del río Ocoa, el 21 de abril de 1849, ratificándose
como nunca la certeza que muchos abrigaban de que la jefatura de Santana
resultaba imprescindible para salvaguardar la independencia.
A los pocos días de su resonante triunfo en Las Carreras, las cámaras
pusieron en acusación a Jiménes y, con posterioridad, reconocieron a
Santana como jefe supremo de la nación. En agradecimiento a sus
servicios, se le otorgó el título de El Libertador, se le donó un sable de
honor y se colocó su retrato en el palacio de gobierno, junto a los de
Cristóbal Colón y Juan Sánchez Ramírez. Como se estimó que él había
gastado gran parte de sus recursos en la defensa del país, también se le
concedió la explotación de la isla Saona y se le donó una casa en Santo
Domingo.
En ese momento a Santana no le interesó retomar la presidencia de
la República, por lo que las cámaras se abocaron a designar al sustituto
de Jiménes. El preferido de Santana era Santiago Espaillat, representante
de Santiago de los Caballeros, quien declinó seguramente por considerar
que su autoridad iba a estar limitada por la incidencia de Santana, y
terminó siendo electo Buenaventura Báez, quien había dirigido la
oposición a Jiménes.
Durante su primer período presidencial, entre 1849 y 1853, Báez
desarrolló una administración eficiente que le fue ganando la adhesión
de un pequeño sector de burócratas y militares. Esto resultó intolerable
para Santana, quien consideraba que solo él debía estar dotado del poder,
de manera que decidió retornar a la presidencia tras cumplirse el
cuatrienio de Báez. Al poco tiempo de su reinstalación en la presidencia,
atacó violentamente a Báez y lo expulsó del país, con lo que la política
dominicana pasó a polarizarse entre ambos personajes. Aunque Santana
no vio mermada la inmensa popularidad que tenía entre la población,
todos los que lo cuestionaban se agruparon alrededor de su enemigo.
Todavía Santana obtuvo cierto respiro a causa de la última invasión
haitiana, a fines de 1855, comandada de nuevo por Soulouque; pese a
198
PERSONAJES DOMINICANOS
que en esta ocasión no se encontró en los campos de batalla, se reafirmaba
que su jefatura suprema era insustituible.
En esa administración procuró consolidar sus prerrogativas, a través
de reformas constitucionales en febrero y diciembre de 1854. La segunda
estuvo motivada por la demanda de Santana de fortalecer las facultades
del Poder Ejecutivo, todavía en un grado mayor que el que había
estipulado el artículo 210.
No obstante el liderazgo que mantenía el dictador, los baecistas se
dedicaron a conspirar, dificultando las actuaciones gubernamentales de
Santana. En una de las conspiraciones participó el general Antonio
Duvergé, quien fue juzgado en El Seibo y fusilado junto a su hijo, un
acto que estremeció la conciencia del país a causa de la importancia que
había tenido Duvergé en las campañas contra los haitianos.
Particularmente en la ciudad de Santo Domingo se creó un ambiente
hostil contra Santana, situación que tomó cuerpo a raíz de la llegada del
cónsul español Antonio María Segovia, a fines de 1855. Este diplomático
dispuso que todos los dominicanos que lo solicitaran recibieran la
nacionalidad española, por lo que numerosos baecistas se inscribieron como
españoles con el fin de hacer una labor opositora contra Santana sin que
sus vidas corrieran peligro.
Más adelante proliferaron las manifestaciones, que recibieron la
denominación de pobladas; en ellas se entonaban coplas que maldecían
la figura del Libertador. De nuevo, Santana optó por renunciar, ya que
temía entrar en conflicto con el delegado de España, en todo momento
fue muy cuidadoso en las relaciones con los cónsules de las potencias.
En aquella circunstancia había concebido el arriendo de la península de
Samaná a Estados Unidos, potencia que tenía entonces el propósito de
apoderarse del país, pero el proyecto tuvo que ser revocado a causa de las
presiones que desplegaron los cónsules de Gran Bretaña y Francia.
TERCERA ADMINISTRACIÓN
Al poco tiempo de la renuncia de Santana, Báez, su feroz enemigo, retornó
al país y fue designado vicepresidente, con el claro propósito de que
sustituyera de inmediato al presidente provisional Manuel de Regla Mota.
PEDRO SANTANA
199
Tan pronto asumió la presidencia, Báez ordenó la detención de Santana,
deportándolo hacia Martinica el 11 de enero de 1857.
Poco después, el 7 de julio de 1857, estalló en Santiago una rebelión
contra el gobierno de Báez debido a una operación gubernamental en la
adquisición del tabaco que perjudicó a los comerciantes. Los jefes del
movimiento tenían concepciones liberales y, aunque habían sido amigos de
Santana, manifestaron la intención de inaugurar un nuevo estilo en el devenir
político del país, para lo cual instalaron un gobierno provisional en Santiago
presidido por José Desiderio Valverde. Pese a que recibieron la adhesión
de casi todas las poblaciones, calcularon que no les sería fácil desalojar a
Báez de la presidencia, ya que este contaba con un gran apoyo en Santo
Domingo, ciudad amurallada. El gobierno de Santiago otorgó permiso a
Santana para que retornara al país, designándolo al poco tiempo al frente
de las operaciones contra Báez. El cerco de la ciudad duró 11 meses, lo
que constituye una señal de la fuerza que había logrado el baecismo.
El nuevo protagonismo de Santana se explica porque los cibaeños
carecían de recursos militares; de tal forma, tras concluir la guerra civil,
a él se le hizo fácil deponer al gobierno de Valverde, a fines de julio de
1858. En septiembre se inició formalmente la tercera y última
administración de Santana. Encontró un país en estado crítico, tras casi
un año de guerra civil. Ello se expresó en la devaluación del papel
moneda, cuya cotización se situó a más de 500 pesos por cada peso
fuerte. Parecía que no había medios para que la economía se recuperase,
y el descontento volvió a crecer con rapidez, lo que fue capitalizado por
los baecistas. Como parte de este deterioro, el general Domingo Ramírez,
jefe de la frontera sur, se pasó a los haitianos en unión de algunos de sus
subordinados. Volvieron a proliferar las conspiraciones. En una de ellas
fue involucrado Francisco del Rosario Sánchez, entonces partidario de
Báez, quien tuvo que marchar al exilio. En 1860, aparentemente se
habían dado las condiciones para que Santana tuviera que marcharse del
poder y darle de nuevo paso a su archienemigo Báez.
PREPARATIVOS DE LA ANEXIÓN A ESPAÑA
En tan críticas condiciones, Santana y sus ayudantes concibieron
la anexión a España. Hasta entonces Santana había sido partidario de la
200
PERSONAJES DOMINICANOS
anexión a Estados Unidos, convencido de que esta potencia tenía más
futuro en la región. Ahora bien, las tentativas que había esbozado a
favor de Estados Unidos habían fracasado por la intervención de los
cónsules europeos. Adicionalmente, en 1860 se veía venir la guerra
entre los Estados del Sur y del Norte de los Estados Unidos. España
tenía interés de expandir su poderío colonial, por lo que la posesión de
Santo Domingo pasó a ponderarse como un medio de afianzar el dominio
sobre Cuba y Puerto Rico, lo que explica que las ofertas de Santana
fueran bien recibidas en los círculos gobernantes de Madrid. Estados
Unidos, que se debatía ante la inminencia de la guerra civil, no pudo
obstaculizar las negociaciones, y los soberanos de Inglaterra y Francia,
sobre todo de la última, aceptaron el retorno de la soberanía española en
Santo Domingo.
Santana nunca había abandonado su concepción anexionista y no se
compenetraba de conceptos nacionales, convencido de la imposibilidad
de que el país marchara por su cuenta. Aunque antes había abogado por
la protección de Francia y la anexión a Estados Unidos, España era en
verdad la solución ideal, porque nunca dejó de considerarse un español.
Además, en 1860, se orientó por la anexión en razón de encontrarse
bajo el peligro de que los baecistas lo derrocaran. No tuvo dificultad en
recabar la adhesión de casi todas las figuras influyentes de la
administración gubernamental y de las diversas comarcas.
Sin embargo, las negociaciones se llevaron a cabo bajo estricto
secreto. El presidente envió a España al general Felipe Alfau, uno de
sus hombres de mayor confianza. Al país llegaron enviados del
gobernador de Cuba, Francisco Serrano, personaje de mucha influencia
en el gobierno español, y el secretario dominicano de Hacienda, Pedro
Ricart, se trasladó a La Habana. En una entrevista entre Santana y
Antonio Peláez de Campomanes, segundo cabo de Cuba, celebrada
en Los Llanos, se precisaron los detalles de la reincorporación a España.
Primero, el país pasaría a ser reconocido como provincia ultramarina,
lo que supondría plenos derechos de los dominicanos como súbditos
de la monarquía; lo que era todavía más importante, no se restablecería
la esclavitud, que aún existía en Cuba y Puerto Rico; se designaría a
Santana al frente de la administración local con el título de capitán
general y se reconocerían los grados de los militares dominicanos; por
PEDRO SANTANA
201
último, la nueva metrópoli se comprometería a canjear el papel moneda
dominicano, que se ponderaba como el principal cáncer de la economía.
Estos acuerdos ponen de manifiesto que el móvil de los partidarios
de Santana estribó era mantener sus posiciones preeminentes bajo la
sombra de la Madre Patria. Adicionalmente su suerte mejoraría gracias
al aumento de los salarios. Los comerciantes, en su mayoría de origen
extranjero, también apoyaron la anexión, por entender que la dinámica
económica experimentaría una mejoría sustancial.
CAPITÁN GENERAL
Poco antes de consumarse la anexión, a fines de 1860, Francisco del
Rosario Sánchez y José María Cabral, que habían estado junto a Báez en
su segunda administración, lanzaron en Saint Thomas un manifiesto
denunciando el hecho y llamando al derrocamiento de Santana.
Bajo la dirección de Sánchez se conformó una Junta Revolucionaria,
integrada principalmente por seguidores de Báez. Una parte de los
baecistas se opusieron a la anexión no por principios nacionalistas, sino
porque no la habían realizado ellos. Sánchez y otros integrantes de la
Junta se trasladaron a Haití con el fin de recabar apoyo de su gobierno
para una expedición. Sánchez regresó al país en junio de 1861, cuando
ya habían llegado tropas españolas, pero no obtuvo apoyo de la población;
fue capturado y fusilado junto a 20 compañeros por orden directa de
Santana, quien instrumentó el juicio en San Juan.
La población mostró una actitud de expectativa ante lo que podría
deparar el régimen español. Todavía no se había afianzado una conciencia
nacional mayoritaria que propendiera a la existencia del Estado
independiente. Además, mucha gente consideraba que la dominación
externa traería la prosperidad que los gobiernos dominicanos habían
sido incapaces de lograr. Por último, debe considerarse que Santana
seguía contando con el favor de una parte elevada de la población, que
lo veía como protector de sus intereses.
De todas maneras, como en sectores minoritarios del pueblo ya se
había afianzado la conciencia nacional, no se hicieron esperar actos de
oposición, el más importante de los cuales fue el dirigido por José Contreras,
202
PERSONAJES DOMINICANOS
en Moca. A pesar de contar con amplio apoyo, de acuerdo con su estilo
de gobierno Santana consideró necesario aplicar duras medidas represivas.
Fueron fusilados varios de los conspiradores de Moca encabezados por
José Contreras.
Algunos de los funcionarios españoles se mostraron opuestos a la
dureza de Santana y desaprobaron los fusilamientos, lo que introdujo
un primer factor de malestar en el flamante capitán general dominicano.
Al poco tiempo de establecido el régimen anexionista se manifestaron
otros motivos de conflicto entre Santana y los burócratas españoles, desde
el momento en que aquel había creído, con cierta dosis de ingenuidad,
que el gobierno español mantendría prerrogativas autocráticas similares
a las que estaba acostumbrado a ejercer en la República. Por otro lado,
la burocracia española llegó imbuida de un espíritu de discriminación
contra los dominicanos, y Santana tuvo que asumir la defensa de sus
amigos, que generalmente fueron postergados; fue el caso de los generales
y demás oficiales del ejército dominicano, colocados en la reserva, por lo
que se consideraron humillados no obstante haber pasado a devengar
mejores salarios.
El antiguo dictador, acostumbrado a detentar poderes absolutos, se
encontraba en la posición de virtual prisionero de la maquinaria de
funcionarios españoles. Puesto que no le resultaba factible recuperar sus
prerrogativas, y a inicios de 1862, como hizo en ocasiones anteriores presentó
la renuncia pretextando razones de salud. Hay motivos para especular que
esperaba que su renuncia fuese rechazada por la reina Isabel II, pero no
resultó así, pues se había ganado la animadversión de la corte. Los dirigentes
españoles consideraron conveniente debilitar a Santana como medio de
obtener la adhesión de Báez, quien fue nombrado mariscal de campo del
ejército español. Con el fin de no desairarlo en extremo, cuando se aceptó
la renuncia, Santana recibió el título de marqués de Las Carreras y el cargo
de senador del reino con sueldo de 12,000 pesos fuertes.
LA ÚLTIMA BATALLA
Humillado y decepcionado, retornó a El Prado, el lugar de sus ensueños.
A pesar de la sacudida que experimentó su orgullo, nunca se planteó
PEDRO SANTANA
203
deponer la fidelidad al régimen español, que veía como la culminación
de su obra y medio para anular la amenaza haitiana, evitar las guerras
intestinas y alcanzar un régimen de orden que garantizara el progreso.
La tranquilidad que le deparaba la vida en El Prado no duró mucho,
pues en febrero de 1863 estallaron sublevaciones contra el dominio
español en Neiba, Santiago y Guayubín. Santana se sintió en el deber
de advertir que la política de la administración española era errónea y
contribuiría a desencadenar de nuevo la rebelión, mas no se le escuchó.
En agosto de ese año, efectivamente, estalló la Guerra de la Restauración,
y en septiembre se formó un gobierno nacional en Santiago. Esta situación
puso a Santana en la obligación de volver a ofrecer sus servicios a España
como jefe militar.
Pese a las divergencias que habían tenido, las autoridades españolas
confiaron en el genio militar de Santana y lo designaron jefe de una
columna expedicionaria con destino al Cibao. Al igual que en otras
ocasiones, reclutó multitud de campesinos seibanos, pero en esta
oportunidad se ponía también al frente de oficiales y soldados españoles,
lo que estaba llamado a traerle dificultades.
El aura militar de que estaba revestido hizo cundir el pavor entre los
insurgentes. El gobierno de la Restauración de Santiago encargó a uno
de los recién nombrados generales, Gregorio Luperón, que marchara
con prontitud al frente de una columna para impedir que el ejército
español penetrara en el Cibao. Antes de partir, Luperón exigió que el
gobierno promulgase un decreto declarando a Santana fuera de la ley
por traición a la patria y condenándolo a muerte.
Santana, sin embargo, perdió mucho tiempo y no avanzó hacia el
Cibao en el momento en que todavía la resistencia no se había organizado.
Más bien, decidió consolidar sus posiciones en Guanuma, lo que permitió
a los restauradores ganar tiempo, y Luperón pudo llegar al teatro de
operaciones justo cuando las avanzadas dominicanas se batían con las
españolas, logrando impedir que estas ascendieran el Sillón de la Viuda,
montaña que dividía el Cibao del Este. Días después, chocaron de frente
las tropas de los gobiernos de Santo Domingo y Santiago, teniendo por
jefes respectivos a Santana y Luperón. El duelo de los dos titanes sintetizó
dramáticamente la lucha entre las concepciones opuestas que se debatían.
En efecto, si Santana ganaba la batalla, se le abría la ruta hacia el Cibao
204
PERSONAJES DOMINICANOS
y la causa nacional habría caído en grave riesgo. No sucedió así, puesto
que Santana no logró aplastar la resistencia dominicana. Se había revertido
la situación de sus anteriores victorias militares, cuando combatía a una
tropa de dominicanos que luchaban por su libertad. De golpe se le
esfumó la aureola de general invicto. Santana optó por volver a consolidar
sus posiciones de Guanuma, estrategia que retrata su falta de fe y que
aprovecharon los restauradores para expandirse por las demás regiones.
La táctica defensiva le había funcionado con los haitianos, pero no resultó
con los dominicanos.
En la medida en que las tropas restauradoras consolidaron posiciones
se fueron agudizando las contradicciones entre Santana y sus superiores
españoles, al grado que él desobedecía las instrucciones que recibía desde
Santo Domingo. A inicios de 1864 se negó a acatar la orden de retirada
hacia la ciudad amurallada. Cuando José de la Gándara fue designado
capitán general, el 31 de marzo de 1864, se hizo inevitable el choque
con Santana. Al aflorar divergencias, se produjo un duro intercambio
de cartas, en las que Santana rechazaba las conminaciones y amenazas del
capitán general. Este convocó a Santana a Santo Domingo a inicios
de junio, con el fin de someterlo a proceso por desacato y enviarlo preso
al exterior.
Poco después de haber llegado a la ciudad, el 14 de junio de 1864,
Santana falleció de repente. No se ha podido establecer la causa de su
muerte pues, aunque tenía dolencias desde mucho tiempo antes, no
parecía encontrarse en situación grave. Se han tejido diversas versiones,
como que fue envenenado o que cometió suicidio. También se ha pensado
que murió bajo el efecto de la humillación del anuncio que le hizo el
general español Villar de que sería enviado preso hacia Cuba para ser
posteriormente juzgado en España. A petición de sus familiares, fue
enterrado en La Fuerza (hoy conocida como Fortaleza Ozama), por temor
a que la tumba fuera profanada.
PEDRO SANTANA
205
BIBLIOGRAFÍA
Balcácer, Juan Daniel. Pedro Santana: Historia política de un déspota.
Santo Domingo, 1974.
Martínez, Rufino. Santana y Báez, Santiago, 1943.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano, 18211930. Santo Domingo, 1998.
Molina Morillo, Rafael. Gloria y repudio. México, 1959.
Rodríguez Demorizi, Emilio. Papeles del general Santana. Roma, 1952.
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
FUNDADOR DE LA REPÚBLICA
SU DIMENSIÓN EN LA HISTORIA DOMINICANA
Francisco del Rosario Sánchez fue un adalid de las luchas nacionales en
el siglo XIX. Acompañó a Juan Pablo Duarte en la fundación de la
sociedad secreta La Trinitaria, en 1838. Cuando Duarte abandonó el
país en 1843, quedó al frente de los trabajos conspirativos y fue la figura
clave en los preparativos de la proclamación de República Dominicana
el 27 de febrero de 1844. Le correspondió, por último, iniciar la
resistencia frente a la anexión a España de 1861, y su muerte en esa
magna empresa lo eleva a la condición de figura heroica por excelencia
de los anales de la patria.
Junto a esa trascendencia en nuestra formación nacional, Sánchez se
involucró en la política doméstica después que retornó al país en 1848,
y apoyó a Buenaventura Báez, lo que le ha valido reproches de
historiadores como los hermanos Alcides y Leonidas García Lluberes y
Juan Isidro Jiménes Grullón.
En lo fundamental las críticas que descalifican a Sánchez son
desproporcionadas y motivadas en rebatir a quienes, como Américo
Lugo, lo elevaron erróneamente a la condición de prócer supremo de
nuestra historia, en cuestionamiento de la primacía de Duarte. Estas
últimas posturas fueron iniciadas por descendientes de Sánchez, el primero
de los cuales fue su hijo Juan Francisco Sánchez.
Si bien las críticas de Lugo y otros sanchistas contra Duarte carecen
de asidero, no es menos cierto que las réplicas aludidas obvian la
dimensión de prócer que tuvo Sánchez. Sobre todo ignoran que, aunque
realizó concesiones a los jefes conservadores, nunca abandonó los puntos
cardinales del ideario nacional y democrático, como lo demuestra el
hecho de que asumiera la jefatura de la lucha contra la traición anexionista
de Pedro Santana.
Las actuaciones de Sánchez que tantas críticas le han valido se explican
por su condición de político realista, inclinado a la búsqueda de soluciones
209
210
PERSONAJES DOMINICANOS
factibles. Pero esta preferencia no puede confundirse con la del político
convencional o conservador: en todo momento mantuvo un porte de
grandeza que le otorgaba la condición de patriota integral. Este talante
provocó que su figura fuera reconocida como ejemplo de patriotismo, a
diferencia del olvido en que cayó Duarte.
ORÍGENES FAMILIARES
Sánchez se contó entre los pocos fundadores de la sociedad La Trinitaria
que no eran de color claro y no provenían de un hogar de la típica clase
media urbana. Este protagonismo de alguien salido de los sectores humildes de la población se explica por los cambios sociales que habían
ocasionado la emigración de los blancos esclavistas tras el Tratado de
Basilea de 1795 y la ocupación haitiana en 1822. El vacío dejado por
los esclavistas emigrados fue gradualmente ocupado por sectores sociales que se iban desarrollando.
Aunque de origen humilde, el ascenso social de Sánchez se explica
porque sus padres ya tenían ubicación urbana. Vivían en la calle del
Tapado (hoy 19 de Marzo), en plena ciudad intramuros. Todavía la
madre de Sánchez, Olaya del Rosario, era catalogada como parda libre
en documentos anteriores a 1822. El término pardo se utilizaba
entonces para designar al mulato de condición humilde y ascendientes
esclavos no muy lejanos. La situación del padre, Narciso Sánchez, Señó
Narcisazo, era todavía más evidente en ese sentido: de tez negra, parece
que los antepasados esclavos estaban en la memoria familiar. Heredó
de su padre, Fernando Sánchez, la ocupación de administrador de
hatos en el este, donde se concentraba la producción ganadera. Este
trabajo lo colocaba en una situación intermedia entre el mundo urbano
y el rural, algo común en aquella época. Muchos de los dueños de
hatos preferían vivir en las ciudades y designaban administradores
que se encargaban de las tareas habituales. Ese fue el caso del padre de
Sánchez, quien, aunque residente en Santo Domingo, pasaba gran
parte del tiempo en la vida montaraz de la ganadería. Más tarde, Señó
Narcisazo tomó la profesión de tablajero o mercader en carnes y logró
cierto nivel de ascenso social, según Ramón Lugo Lovatón, por el
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
211
trato con gente blanca que había tenido en la administración de hatos.
Ello explica que su hijo pudiera acceder a un nivel educativo. Pero no
significa que tuviera fortuna: en su testamento aclara que su esposa y
él no llevaron bienes al matrimonio. Al ir mejorando de posición, a
partir de un pedazo de tierra cerca de Los Alcarrizos donado por un
amigo, se hizo dueño de un pequeño hato, cercano al de los hermanos
Pedro y Ramón Santana.
Un detalle que ilustra la condición social de los padres de Sánchez
es que su relación inicial fue de concubinato, a pesar de que la madre
tenía ascendientes canarios. Sánchez tuvo un hermano materno mayor,
Andrés, el cual fue adoptado por su padre. El mismo prócer nació fuera
de matrimonio, y aunque su apellido definitivo fue Sánchez, conservó el
apellido de su madre como un segundo nombre.
Su padre tenía una posición proespañola, al decir de Lugo Lovatón,
debida a los perjuicios que habían causado los haitianos, desde 1801, a la
actividad ganadera y a sus propietarios, los blancos de la sociedad colonial,
quienes eran sus patronos. Esas posiciones políticas distintas entre padre e
hijo retratan los cambios de mentalidad que protagonizaron los jóvenes
liberales fundadores de La Trinitaria.
INFANCIA Y JUVENTUD
Francisco del Rosario Sánchez nació el 9 de marzo de 1817, en Santo
Domingo. A pesar de sus orígenes humildes, obtuvo una educación
fuera de serie gracias al cuidado de su madre y, en especial, de su tía
María Trinidad Sánchez. Aprendió a tocar instrumentos musicales, al
igual que algunos de sus hermanos, y luego hizo estudios de inglés con
Mr. Groot y de filosofía y latín con Nicolás Lugo.
Más allá de lo inculcado por su familia, Sánchez mantuvo un esfuerzo
por educarse, lo que constituyó la clave de su acción patriótica. Fue un
autodidacta, al igual que casi todos sus compañeros, ya que en el país no
existían centros de educación superior.
Se nutrió, como la mayoría de los fundadores de La Trinitaria, de las
enseñanzas del sacerdote Gaspar Hernández, quien montó una especie
de seminario de filosofía en el convento de Regina. La cultura fue, pues,
212
PERSONAJES DOMINICANOS
su norte en la vida, dedicando mucho tiempo a la lectura de la Biblia y
de autores griegos y romanos.
Durante varios años se benefició de su estrecha relación con Duarte
que le permitió empaparse de las enseñanzas del padre de la patria.
Sánchez probó ser uno de los integrantes más dinámicos y capaces de la
constelación de jóvenes patriotas que fundaron la República.
En cierto momento, Sánchez trabajó como peinetero en concha, oficio
equivalente a barbero. Salía con su padre a las propiedades que administraba
cercanas a Santo Domingo; así pudo relacionarse con personas de diversos
estratos sociales, lo que era factible por las condiciones vigentes.
PREPARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA
Pese a que se sabe poco sobre los trabajos conspirativos de Duarte y sus
compañeros antes de 1843, desde temprano Sánchez sobresalió como
uno de los más activos y capaces. Tradicionalmente se ha considerado
que Sánchez no fue uno de los fundadores de La Trinitaria, pues no
figura entre los presentes de la toma de juramento hecha por Duarte el
16 de julio de 1838 que muchos años después, con ligeras divergencias,
recordaron dos de los presentes: Juan Nepomuceno Ravelo y José María
Serra. Sin embargo, el propio Duarte le testimonió a Emiliano Tejera
que Sánchez fue uno de sus compañeros desde el mismo inicio de las
tareas conspirativas. Eso llevó a Tejera a la conclusión de que aquel 16
de julio hubo dos reuniones constitutivas, aunque tal vez las cosas
pudieron acontecer de otra manera, como que, tras el juramento inicial,
ya no se requiriera tanta formalidad para el ingreso de otros conjurados,
entre los cuales se encontraban Sánchez y Matías Ramón Mella. La
composición de los nueve primeros integrantes no puede aclararse del
todo por divergencias entre los testimonios de los involucrados. Así,
uno de ellos, Félix María Ruiz, sí contaba a Sánchez entre los nueve
iniciadores juramentados, junto a Duarte, Mella, Pedro A. Bobea, el
mismo Ruiz, Pedro Alejandrino Pina, José María Serra, Juan Isidro
Pérez y Jacinto de la Concha.
El que Sánchez estuviera o no presente en el juramento tomado por
Duarte a los primeros ocho reclutados de la organización secreta
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
213
revolucionaria carece de importancia. No cabe duda de que fue uno de
los compañeros más próximos de Duarte, connotado por el fervor que le
abrigó. Lo trascendente es que Sánchez formaba parte del grupo de
unos 20 jóvenes, que incluían juramentados, adeptos y prosélitos, que
fueron fundadores de La Trinitaria y, como discípulos de Duarte,
mentores del sentimiento nacional.
La significación de Sánchez se advierte en que fue uno de los que
encabezaron el derrocamiento de las autoridades haitianas de Santo
Domingo designadas por el presidente Jean Pierre Boyer, depuesto a
finales de marzo de 1843 por el movimiento denominado La Reforma.
Al poco tiempo, los trinitarios y los liberales haitianos de La Reforma
tomaron caminos divergentes, pues los primeros se formularon el objetivo
de independizarse del Estado haitiano.
Al advertir el auge de las ideas independentistas entre los
dominicanos, el presidente haitiano Charles Hérard, llegado al poder
tras el triunfo de La Reforma, decidió hacer una visita intimidatoria a la
antigua colonia española de Santo Domingo, conocida por los haitianos
como “Partie de L´Est”.
Duarte y varios de sus compañeros, entre los cuales se hallaba Sánchez,
se ocultaron. Los haitianos desataron una tenaz persecución de los prófugos
y Duarte, Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina abandonaron el
país el 2 de agosto de 1843. Sánchez no pudo hacerlo por hallarse enfermo,
circunstancia que aprovechó para dirigir las tareas conspirativas, en virtual
sustitución de Duarte. Logró el apoyo de familiares de algunos de sus
compañeros de La Trinitaria, lo que le hizo factible permanecer oculto
durante más de siete meses, pues en todo momento rechazó la posibilidad
de abandonar el país. Para poder actuar con menos dificultades, hizo correr
el rumor de que había fallecido y había sido enterrado de manera secreta
en el pequeño cementerio de la iglesia del Carmen.
Al parecer las autoridades haitianas creyeron la versión o no le
prestaron demasiado interés a la persona de Sánchez, pues entendieron que había disminuido la agitación independentista entre los dominicanos. Coincidiendo con la apertura de la Asamblea Constituyente de
Port-au-Prince, decidieron disminuir las acciones represivas, y liberaron a casi todos los detenidos por Hérard, en septiembre de 1843, entre
los que se encontraba Mella.
214
PERSONAJES DOMINICANOS
Esa despreocupación del gobierno haitiano, en los meses finales de
1843, puede atribuirse a que se habían agudizado las pugnas entre los
grupos de poder en Port-au-Prince. Los partidarios del depuesto Jean
Pierre Boyer amenazaban con retornar al poder, organizando un intento
insurreccional. En el aplastamiento de los boyeristas jugaron un papel
destacado los regimientos 31 y 32, compuestos por dominicanos,
unidades que se encontraban en la capital haitiana por orden de Hérard
a fin de prevenir cualquier pronunciamiento independentista. A finales
de enero de 1844 Hérard dispuso el retorno de dichos regimientos a
Santo Domingo, lo que resultó decisivo para que se pudiera producir la
declaración de independencia.
EL MANIFIESTO DEL 16 DE ENERO
En ese ambiente menos tenso pudo Sánchez reorganizar a los partidarios
de la independencia, labor en la que contó con sus antiguos compañeros
trinitarios. El objetivo era un alzamiento a finales de 1843, para lo cual
le envió una carta a Juan Pablo Duarte, que también firmó Vicente
Celestino, fechada el 15 de noviembre de 1843. Sánchez y Vicente
Celestino Duarte le pedían al padre de la patria que llegara por la costa
de Guayacanes para ponerse al frente de la insurrección, y que procurase
traer armamentos. La carta retrata la situación por la cual atravesaban
los esfuerzos en pos de la independencia.
Después de tu salida, todas las circunstancias han sido favorables,
de modo que sólo nos ha faltado combinación para haber dado el
golpe. A esta fecha los negocios están en el mismo estado en que
tú los dejaste: por lo que te pedimos, así sea a costa de una estrella
del cielo, los efectos siguientes: 2000 ó 1000, ó 500 fusiles, a los
menos; 4000 cartuchos, 2 a 3 quintales de plomo; 500 lanzas o
las que puedas conseguir. En conclusión: lo esencial es un auxilio
por pequeño que sea, pues este es el dictamen de la mayor parte
de los encabezados.
Esto conseguido deberás dirigirte al puerto de Guayacanes, siempre
con la precaución de estar un poco retirado de tierra, como a una
o dos millas, hasta que se avise, o hagas señas, para cuyo efecto
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
215
pondrás un gallardete blanco si fuere de día, si fuere de noche,
pondrás encima del palo mayor un farol que lo ilumine todo,
procurando, si fuere posible, comunicarlo a Santo Domingo, para
ir a esperarte a la costa el 9 de Diciembre, o antes, pues es necesario
temer la audacia de un tercer partido, o de un enemigo nuestro,
estando el pueblo tan inflamado.
Ramón Mella se prepara para ir por allá, aunque nos dice que va a
Santhomas, no conviene que te fíes de él, pues es el único que en
algo nos ha perjudicado nuevamente por su ciega ambición e
imprudencia.
Se desprende de la carta que Sánchez y Vicente Celestino Duarte
pretendían llevar a cabo la ruptura con Haití contando únicamente con
el sector liberal trinitario. Así se puede entender el reproche que le
lanzan a Mella y la prisa que requerían para evitar que se les adelantaran
los rivales del tercer partido, los afrancesados. Sánchez redactó un
manifiesto llamando a la independencia, el cual se distribuyó por el
país, cuyo texto se ha perdido. Por informaciones que recibió Pedro
Alejandrino Pina y le transmitió a Duarte, en carta del 27 de noviembre
de 1843, se colige que los trinitarios se habían recuperado de la represión
de Hérard y ganaban fuerza, mientras que los afrancesados se debilitaban.
Dice Pina a Duarte:
Ha progresado el partido duartista, que recibe vida y movimiento
de aquel patriota excelente, del moderado, fiel y valeroso Sánchez
a quien creíamos en la tumba.
Ramón Contreras es un nuevo cabeza de partido, también duartista.
El de los afrancesados se ha debilitado de tal modo, que sólo los
Alfau y Delgado permanecen en él; los otros partidarios, unos se
han agregado al nuestro y los demás están en la indiferencia. El
partido reinante le espera a Ud. como general en jefe, para dar
principio a ese grande y glorioso movimiento revolucionario, que
ha de dar la felicidad al pueblo dominicano.
A los pocos días de la primera carta debió quedar claro para Sánchez
que al sector por él dirigido le resultaba imposible producir por sí solo
la independencia y que, por tanto, era imperativo llegar a un acuerdo
con personas de otras orientaciones. En tal sentido, a finales de 1843 se
216
PERSONAJES DOMINICANOS
reorientó hacia el logro de una alianza con un sector conservador, postura
que poco antes le había criticado a Mella. Así se puede entender lo que
le transmitía Pina a Duarte, en el sentido de que algunos afrancesados
se habían unido a los liberales.
El eslabón básico de tal alianza fue Tomás Bobadilla, un letrado que
ostentaba posiciones en la administración pública desde la época de la
España Boba y que había colaborado con el régimen haitiano. Bobadilla,
al igual que otras figuras de prestigio social, captó que la crisis en que se
debatían los grupos dirigentes de Haití había creado las condiciones
para derrocar su dominio. Por razones accidentales, Bobadilla no había
llegado a acuerdos con Buenaventura Báez, la figura dominante entre los
representantes dominicanos en la Asamblea Constituyente de la capital
haitiana, quienes establecieron negociaciones secretas con el cónsul general
de Francia, Emile de Levasseur, con el fin de que la proyectada República
Dominicana se constituyera como un protectorado de Francia. Tal proyecto
estaba supuesto a materializarse a través de la designación de un gobernador
francés por 10 años prorrogables, la cesión de Samaná y la cooperación
con Francia en la reconquista de Haití.
Liberales y conservadores tenían conciencia de sus debilidades y de
la importancia de una alianza, pero los intentos que se habían hecho
terminaban en el fracaso. Estando Duarte todavía en el país se celebraron
reuniones en las cuales quedó de manifiesto que las divergencias eran
insalvables.
Le correspondió a Sánchez romper esa animadversión mutua,
siguiendo los pasos iniciados por Mella, cuando se convenció de que el
sector trinitario que encabezaba no podría declarar la independencia por
sí solo. Se debe advertir que, aunque la participación conservadora fue
crucial para que se materializara el 27 de febrero, todos los trabajos fueron
dirigidos por Sánchez y sus compañeros trinitarios, quienes tenían mayor
capacidad de iniciativa que el grupo de los afrancesados. Esta primacía
facilitó que los trinitarios se mantuvieran compactados alrededor de Sánchez.
A partir de esa alianza, se confeccionó un documento en el que
ambas partes convocaban la creación de la República Dominicana. El
documento se titula “Manifestación de los pueblos de la Parte del Este
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
217
de la Isla antes Española o de Santo Domingo, sobre las causas de su
separación de la República Haitiana” y se conoce como Manifiesto del
16 de Enero por la fecha en que fue leído por primera vez. Se sacaron
cuatro copias, una quedó en Santo Domingo y se enviaron las otras
tres a las regiones principales del país: al Cibao la llevó Juan Evangelista
Jiménez, al sur, Gabino Puello, y al este, Juan Contreras.
El Manifiesto del 16 de Enero era una respuesta al elaborado por
Buenaventura Báez el 1º de enero del mismo año, en que convocaba a la
creación de la República Dominicana como protectorado de Francia. El
primero, en cambio, enunciaba con claridad el propósito de establecer
un Estado plenamente soberano, aunque no mencionaba el término
independencia sino el de separación. Aun así, no hay ningún asomo de
planteamientos proteccionistas que mediatizaran la autonomía nacional.
La difusión secreta del texto terminó por crear las condiciones para que
el dominio haitiano fuera derrocado.
Dicho documento planteaba que los dominicanos habían recibido
bien a los gobernantes haitianos en 1822, creyendo en las promesas de
protección que hacía Boyer. Empero, señalaba, se implantó un régimen
de opresión, vicios y perfidia que trajo discordia y destrucción, afectando
todos los intereses sociales.
Por medio de su sistema desorganizador y maquiavélico, obligó a
que emigrasen las principales y más ricas familias, y con ellas, el
talento, las riquezas, el comercio y la agricultura: alejó de su consejo
y de los principales empleos, a los hombres que hubieran podido
representar los derechos de los ciudadanos, pedir el remedio de los
males, y manifestar las verdaderas ecsigencias de la Patria. En desprecio
de todos los principios del derecho público y de jentes, redujo a
muchas familias a la indijencia, quitándoles sus propiedades para
reunirlas a los dominios de la República, y donarlas a los individuos
de la parte Occidental, o vendérselas a muy Ínfimos precios. Asoló
los campos, destruyó la agricultura y el comercio, despojó las Iglesias
de sus riquezas, atropelló y ajó, con vilipendio a los Ministros de la
Religión, les quitó sus rentas y derechos.
A pesar de esta tónica tradicionalista, la conclusión del documento
era instalar un Estado liberal,
218
PERSONAJES DOMINICANOS
[…] que protejerá y garantizará el sistema democrático: la libertad
de los ciudadanos, aboliendo para siempre la esclavitud: la igualdad
de los derechos civiles y políticos sin atender a las distinciones de
origen y de nacimiento: las propiedades serán inviolables y sagradas;
la Religión Católica, Apostólica y Romana, será protegida en todo
su esplendor como la del estado; pero ninguno sería perseguido ni
castigado por sus opiniones religiosas. La libertad de la imprenta
será protegida.
Entre los historiadores se ha discutido quién fue el autor del
Manifiesto del 16 de Enero. Tomás Bobadilla, pocos años después, con
motivo de un conflicto con Santana, aseveró haber sido su autor, versión
que ha sido aceptada por la generalidad de historiadores, empezando
por José Gabriel García, el padre de la historia dominicana y principal
fuente informativa de lo que aconteció en 1844. Empero, hay suficientes
elementos que permiten afirmar que el autor del Manifiesto fue Sánchez,
aun cuando nunca lo reclamó. Lo cierto es que Bobadilla se atribuyó
otras cosas que carecen de toda validez, como haber sido el primero en
decir “Dios, Patria y Libertad” o haber dirigido los hechos la noche del
27 de febrero.
La pista más importante a favor de la tesis de que Sánchez fue el
autor del Manifiesto la ofrece su secretario, Manuel Dolores Galván,
quien explica que Sánchez le dictó un borrador que entregó a Bobadilla
para su corrección, atendiendo a que se le consideraba sujeto de muchos
conocimientos. En cualquier caso, el Manifiesto estaba concebido como
un documento de transacción entre los dos sectores que se pusieron de
acuerdo para fundar la República. No es de dudar que Bobadilla le
introdujese modificaciones importantes. Esto ha llevado a algunos
historiadores de la corriente liberal, como Alcides García Lluberes, a
considerar que este documento desvirtúa el ideario nacional de Duarte,
lo que explica que no fuera rubricado por su hermano Vicente Celestino.
Es indudable que algunas afirmaciones contenidas en él no podían ser
suscritas por Duarte, pero en lo fundamental no se niegan sus
concepciones.
Tanto Sánchez como Bobadilla debían estar de acuerdo en el
argumento central del Manifiesto: que el régimen de Boyer había sido
recibido bien por los dominicanos, pero que habían sido tratados como
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
219
pueblo conquistado. También debían estar de acuerdo en la
reivindicación de las tradiciones culturales de origen español, que habían
sido agredidas por los dominadores.
EL 27 DE FEBRERO
Aunque la participación de los conservadores le diera garantías de éxito,
el golpe del 27 de febrero fue obra de los trinitarios, y su planificación y
ejecución fue dirigida por Sánchez. El 24 de febrero se celebró una
reunión de conjurados prominentes para preparar el golpe. Estuvo
presidida por Sánchez y contó con la presencia de Mella, Vicente Celestino
Duarte, Juan Alejandro Acosta, Ángel Perdomo, los hermanos Jacinto
y Tomás de la Concha, Manuel Dolores Galván y Marcos Rojas. A
Sánchez se le confirió la jefatura con el rango de coronel y comandante
de armas de la ciudad. Los propuestos para integrar la Junta Central
Gubernativa, como Manuel María Valverde y Manuel Jiménes,
expresaron su deseo de que Sánchez fuera designado presidente del
proyectado primer gobierno dominicano.
En los días previos se había logrado el compromiso de los oficiales
de los regimientos 31 y 32, así como de la guarnición de la ciudad. Por
ejemplo, Manuel Jiménes obtuvo la adhesión de Martín Girón, oficial a
cargo de la Puerta del Conde.
El plan establecía que una parte de los conjurados se congregarían
en la Puerta de la Misericordia y desde ahí confluirían con otros que se
dirigirían a la Puerta del Conde, como punto de reunión para asumir el
control de la ciudad y tomar la Fortaleza Ozama. Los testimonios indican
que muchos de los comprometidos no se presentaron a la hora prevista,
al filo de la medianoche del 27.
Sánchez no se presentó de inmediato a la Puerta del Conde debido
a que frente a la casa donde estaba oculto, en la esquina de las calles
Hostos y Arzobispo Nouel, se encontraban conversando varios oficiales
haitianos, uno de los cuales lo conocía. Cuando los militares se separaron,
ignorando lo que sucedía al otro lado de la ciudad, Sánchez pudo tomar
el mando. Sánchez distribuyó la gente por diversos lugares de la ciudad;
entre las tres y las cuatro de la madrugada, tras hacerse detonar tres
220
PERSONAJES DOMINICANOS
cañonazos para convocar a los patriotas de la ciudad y sus alrededores,
lanzó una arenga a la multitud congregada frente a la Puerta del Conde.
De la misma manera, él preparó la instalación de la Junta Central
Gubernativa, de la cual fue designado presidente, tal como estaba
convenido desde días antes. Ordenó a Bobadilla dirigirse a Monte Grande
a asegurar a los libertos que la esclavitud no sería reimplantada.
La pequeña guarnición haitiana no osó ofrecer resistencia. Se encerró en
la Fortaleza, desde donde sus jefes entablaron negociaciones con el cónsul
francés que llevaron a la capitulación sin derramamiento de sangre el mismo
28 de febrero. Los haitianos residentes en la ciudad, aunque recibieron
garantías de que podrían hacerse dominicanos, prefirieron emigrar.
El 29 de febrero, al parecer por voluntad propia, Sánchez cedió la
presidencia de la Junta a Bobadilla, en reconocimiento al papel que estaba
llamado a jugar en lo adelante el sector conservador, con más influencia
social que los trinitarios entre la población rural del interior del país.
Desde el momento de su instalación el 28 de febrero, la mayoría de
integrantes de la Junta pertenecían al sector conservador: además de
Bobadilla se adscribían a esas posiciones: Francisco Javier Abreu, Félix
Mercenario, Carlos Moreno, Mariano Echavarría, José María Caminero,
Delorve y J. T. Medrano. Los únicos que habían formado parte de La
Trinitaria, aparte de Sánchez, eran Matías Ramón Mella, Silvano Pujol
y Manuel Jiménes, aunque estos dos últimos tomaron posiciones
equidistantes. Manuel María Valverde también era liberal, por lo que
fue excluido del organismo. Se dejó una plaza a Juan Pablo Duarte, la
que ocupó tan pronto retornó de Curazao. El relegamiento de Duarte a
la condición de simple vocal sintetizaba una correlación de fuerzas
favorable a los conservadores.
LOS PRIMEROS MESES DE LA REPÚBLICA
El conflicto entre trinitarios y afrancesados era inevitable en tales
condiciones, puesto que los segundos carecían de fe en la viabilidad de
la República. No obstante, la postura de Sánchez fue coherente en asumir
las consecuencias del predominio de los rivales. En eso se distanciaba de
Duarte, pero obtuvo la adhesión de la generalidad de sus compañeros.
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
221
El punto central que pautaba los planes de los conservadores estribaba
en obtener el protectorado francés, pues estaban convencidos de que el
nuevo Estado carecía de los recursos para hacer frente a la agresión
haitiana. La acción del cónsul francés en Santo Domingo, Juchereau de
Saint Denys, fue de mucha importancia en esos días, pues alentó a los
jefes conservadores a depositar esperanzas en Francia.
El 8 de marzo de 1844 la Junta Central Gubernativa emitió una
resolución secreta, transmitida al gobierno de Francia, que en lo
fundamental adoptaba el Plan Levasseur. Dicha resolución ofrecía ceder
a perpetuidad a Francia la península de Samaná a cambio de la
protección que ese país le acordaría a la República Dominicana para
mantenerse separada de Haití. El Estado dominicano se comprometía
a colaborar con Francia en caso de que se propusiera reconquistar Haití.
Esta resolución no estipulaba el establecimiento de un protectorado,
sino que dejaba la relación con Francia en un plano genérico de
protección.
La Resolución del 8 de marzo contravenía la doctrina de Duarte
acerca de la independencia absoluta. Algunos de los trinitarios
mantuvieron reservas sobre ella, aunque no hicieron una oposición
manifiesta. Alrededor de ello se volvieron a poner de relieve las
apreciaciones distintas que tenían Duarte y Sánchez respecto a la
relación con los conservadores. El segundo trató de que la alianza no
se rompiera, mientras Duarte le dio mayor prioridad al criterio de la
conservación de la independencia absoluta y de la integridad del
territorio. Duarte condicionaba la alianza a que se respetara la
independencia. Prueba de ello es que, tras su regreso, no objetó la
resolución del 8 de marzo, tal vez confiado en que no tendría que ponerse
en ejecución.
Los conservadores no cejaban en el empeño de lograr el protectorado
francés, y tal objetivo constituyó el meollo de un discurso de Bobadilla
ante figuras notables de la ciudad, el 26 de mayo, en el que trató de que
se aprobase el Plan Levasseur al pie de la letra, no obstante que para esa
fecha había desaparecido el peligro militar haitiano. Duarte hizo su
protesta, actitud que fue seguida por todos sus compañeros: Sánchez,
Juan Isidro Pérez, Manuel M. Valverde, Joaquín Puello y Jacinto de la
Concha, entre otros.
222
PERSONAJES DOMINICANOS
El 1º de junio la mayoría conservadora impuso una resolución de la
Junta Central Gubernativa, comunicada al cónsul de Francia, que
mantenía el propósito de obtener la protección de Francia. Duarte y
Sánchez firmaron el documento, de seguro forzados por las circunstancias,
lo que puso al rojo vivo la confrontación de opiniones. Sobrevino, en
respuesta, la petición formulada por la oficialidad de la guarnición de
Santo Domingo, el 31 de mayo, solicitando a la Junta que Duarte,
Sánchez y Mella fueran ascendidos a generales de división y Puello a
general de brigada. La Junta respondió negando los ascensos, con
excepción del solicitado para Puello. Las personas partidarias de mantener
la unidad no pudieron impedir que las relaciones entre conservadores y
liberales se deterioraran.
El equilibrio de posiciones se debía a las presiones que desplegaba el
cónsul de Francia. Mucha gente temía que si se retiraba de su puesto,
como anunció en reiteradas ocasiones, el país quedaría a expensas de los
propósitos punitivos de los haitianos. El desenlace de las divergencias se
produjo mediante un golpe de Estado promovido por Duarte y respaldado
por el jefe de la guarnición de la ciudad, Joaquín Puello. Los conservadores
más conspicuos fueron expulsados de la Junta Central Gubernativa,
sobresaliendo Bobadilla y Caminero. Fueron incorporados Pedro Pina,
Manuel María Valverde y Juan Isidro Pérez, este último como secretario.
Sánchez fue designado presidente, lo que sugiere que se le consideraba la
figura de mayor relevancia práctica dentro del grupo liberal.
En la presidencia de la Junta, Sánchez mantuvo una postura
moderada, cónsona con su temperamento. Procuró que no se rompieran
todos los lazos con los conservadores y mantuvo relaciones correctas con
el cónsul de Francia, a quien aseguró que las anteriores solicitudes de
protección se mantenían en pie.
La Junta envió a Duarte al Cibao, a fin de consolidar el apoyo en
la región. A partir de entonces aparecieron divergencias entre Sánchez
y Duarte. El delegado de la Junta en el Cibao, Ramón Mella, proclamó a
Duarte presidente de la República, como medio de contrarrestar la oposición soterrada de los conservadores, decisión que Sánchez no secundó.
Respondió a Mella de inmediato y, aunque el original de la carta se
perdió, se sabe que argumentó que, pese a que Duarte lo merecía todo, su
proclama tumultuosa entronizaría la anarquía. Entendía que el proceder
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
223
de Mella violentaba la legalidad gubernamental instituida, que no sería
acatada por personas con posiciones equidistantes entre los dos sectores y
que, por tanto, podría agudizarse el peligro de guerra civil.
De todas maneras, Sánchez intentó oponerse a Santana cuando anunció que procedería a entrar a la ciudad al frente del cuerpo expedicionario
del sur, tras haberse negado a entregar su mando al delegado enviado
por la Junta. Sánchez no halló respaldo en el jefe de la guarnición de la
ciudad, general Joaquín Puello, quien comandaba la tropa que sostenía
a la Junta. El cónsul francés reiteró la amenaza de abandonar el país
en caso de que se enfrentase a Santana. Sánchez tuvo que dirigirse a San
Cristóbal a conferenciar con Santana, quien le prometió que no albergaba actitud hostil. Sobre esa base, ambos llegaron al acuerdo de permitir
la entrada de la tropa llegada desde Baní, lo que se produjo el 12 de
julio. Parece que Sánchez confió en la palabra de Santana.
Al día siguiente, en una formación militar en la Plaza de Armas
(hoy parque Colón), la soldadesca pidió la muerte de los “filorios”
miembros de la Junta y proclamó a Santana dictador. Se consumaba el
contragolpe de Estado por parte de Santana, asesorado por Bobadilla y
el cónsul francés, quien le aconsejó moderación. El 16 de julio se procedió
a reorganizar la Junta bajo presidencia de Santana, cuando ya había
reducido a prisión a los más conspicuos trinitarios. Personas como Puello
y Jiménes se adscribieron al nuevo orden de cosas, que implicaba la
exclusión de los trinitarios y un orden despótico. Tal vez para evitar que
las cosas tomaran el peor rumbo, Sánchez no descartó del todo colaborar
con la situación creada, por lo que Santana tardó un día en expulsarlo de
la Junta. La firma de Sánchez aparece en uno de los actos de la Junta
reorganizada por Santana, horas antes de ser reducido a prisión.
EXILIO Y RETORNO
El 22 de agosto de 1844 la Junta Central Gubernativa dictó una
resolución que declaraba a los jefes trinitarios traidores a la patria y los
deportaba a perpetuidad. Junto con algunos de sus amigos, Sánchez fue
embarcado hacia Irlanda entre los últimos días de agosto y los primeros
de septiembre. Antes de llegar a la costa de esa isla el barco naufragó,
224
PERSONAJES DOMINICANOS
pero ninguno de los trinitarios perdió la vida. Tan pronto como fue
posible Sánchez retornó a América, pasando por Estados Unidos y
estableciéndose en Curazao hasta que el presidente Manuel Jiménes dictó
la amnistía, poco después de haber sucedido a Santana, en agosto de
1848. En el exilio recibió la infausta noticia del fusilamiento de su tía
María Trinidad Sánchez y de su hermano Andrés, acusados por el
Gobierno de conspiración.
En Curazao Sánchez se sostenía dando clases de español y de otras
asignaturas, protegido por amigos de su compañero venezolano Juan
José Illás. Estableció relaciones matrimoniales con Leoncia Rodríguez,
quien le dio una hija y falleció al poco tiempo. Al retornar al país, en
1848, Sánchez formalizó matrimonio con su antigua novia Balbina Peña,
su compañera hasta el final.
Desde que retornó al país, Sánchez se puso a las órdenes del
presidente Jiménes y fue designado comandante de armas de Santo
Domingo. Encontrándose en esa posición sobrevino la invasión de Faustin
Soulouque, presidente de Haití, en marzo y abril de 1849. El jefe del
ejército dominicano, Antonio Duvergé, sufrió algunas derrotas ante las
tropas haitianas, lo que fue aprovechado por los partidarios de Santana
para desacreditarlo y desobedecer sus órdenes. La población de la ciudad
de Santo Domingo cayó en el pánico por estimar que nada pararía a
Soulouque. En el Congreso, Buenaventura Báez promovió la designación
de Santana como jefe del ejército, contraviniendo la postura de Jiménes.
El intento que este hizo de ponerse al frente de las tropas también se
saldó en el fracaso, víctima del sabotaje de los fieles de Santana.
Sánchez acompañó a Santana durante unos días. Sin embargo, parece
que surgieron divergencias entre ellos por motivos desconocidos, y en el
momento en que se inició la batalla de Las Carreras, el 21 de abril,
Sánchez se había retirado hacia Santo Domingo. Aunque se devolvió al
teatro de los hechos tan pronto oyó las descargas de cañón, llegó después
de concluida la batalla.
A pesar de que cuatro años antes Santana había hecho asesinar a su
tía y a su hermano, en ese momento Sánchez tuvo cuidado en no
hostilizarlo. Se vio obligado a pactar con la política conservadora
prevaleciente como precio para poder mantenerse en el interior del país.
No obstante, se negó a secundar el golpe de Estado que dirigió Santana
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
225
contra el presidente Jiménes, y prefirió retirarse de la vida política para
ejercer el oficio de abogado o defensor público. Es cierto que, durante la
breve segunda administración de Santana, en 1849, Sánchez aceptó el
cargo de procurador fiscal de Santo Domingo, posición en la que se vio
obligado a ser acusador del general Antonio Duvergé en el primer
sometimiento a juicio que le hizo Santana, quien le había tomado
animadversión por haberse opuesto al golpe de Estado. Sánchez y
Duvergé siguieron siendo amigos, a pesar de este acto odioso de Santana.
Movido por esa actitud cautelosa, y aunque retirado al ejercicio de
la profesión, en 1853 Sánchez publicó el artículo “Amnistía”, en el
que felicitaba a Santana por su disposición de permitir el retorno de
todos los perseguidos políticos a raíz de tomar la presidencia por tercera vez, y lo elevaba a la condición de héroe máximo de la nación. Esa
decisión de Sánchez de enaltecer a Santana le ha valido duras críticas.
Sin duda Sánchez se resignó a insertarse en el orden de cosas existente,
pero ello no significa que abdicara de sus posiciones esenciales en los
objetivos nacionales. Parece haber llegado a la conclusión de que el
país no estaba preparado para un orden democrático y que había que
garantizar metas factibles, sobre todo salvaguardar la independencia de
la República.
CON BÁEZ
Cuando Santana expulsó a Buenaventura Báez, en 1853, y se abrió una
pugna feroz entre ambas figuras, Sánchez, al igual que Duvergé, se puso
del lado del segundo. El baecismo fue en esos años el medio de acción que
encontraron todos los adversarios del despotismo de Santana. Los baecistas
más entusiastas fueron los jóvenes cultos de convicciones liberales de la
ciudad de Santo Domingo. Sánchez se colocó del lado que estimó más
afín con sus posiciones, por lo que se comprometió con Báez cuando vio
que podía cuestionar la autoridad de Santana. Debió ponderar su decisión
de incursionar de nuevo en la política, pues estaba penetrado –y lo
seguiría estando hasta su muerte– de un agudo sentimiento de
desengaño. Pero pudieron más el sentido del deber y la vocación de
entregarlo todo al bien de la patria, prendas máximas de su grandeza.
226
PERSONAJES DOMINICANOS
Se involucró en la conspiración de 1855, dirigida por Pedro E.
Pelletier y Pedro Ramón de Mena con el fin de derrocar a Santana y
traer de vuelta a Báez. El 25 de marzo de ese año hubo un conato de
rebelión que fracasó. Poco después, Duvergé, Tomás de la Concha y
otros fueron fusilados por orden de Santana, quien volvía a hacer uso de
sus atribuciones omnímodas. Sánchez fue expulsado de nuevo, por ser
reconocido como opositor de Santana, aunque todavía no era exactamente
baecista. Fue durante su segundo exilio en Curazao cuando estableció
relaciones sólidas con Báez, quien advirtió la importancia de contar con
un partidario de su estatura.
El retorno de Báez se facilitó por el acuerdo al que llegó con el
cónsul de España, Antonio María Segovia, mientras se encontraba exilado
en Saint Thomas. La beligerancia de Segovia se debía a que Santana
estaba orientado a una anexión a Estados Unidos, propósito que se
empezó a delinear a través de un tratado por medio del cual se arrendaba
la península de Samaná. Y si República Dominicana caía bajo la tutela
norteamericana, como era el interés de Santana, los intereses de España
en Cuba se verían afectados.
Con el fin de socavar el acercamiento de Santana hacia Estados
Unidos, Segovia dispuso que todos los dominicanos que así lo quisieran
podrían hacerse ciudadanos españoles. Los baecistas aprovecharon la
oportunidad para ampararse detrás de su condición de súbditos españoles
y realizar una oposición sin correr riesgos. Esto creó un estado de cosas
que Santana no podía controlar.
Tras renunciar Santana y ocupar la presidencia Manuel de Regla
Mota, Sánchez pudo retornar al país, en agosto de 1856. Y desde que
Báez volvió por segunda vez al poder, Sánchez se dispuso a apoyarlo con
el fin de desterrar la influencia de Santana. Desechó la candidatura a la
presidencia por estimar que Báez era más conocido. El nuevo presidente
designó al prócer como gobernador de la provincia de Santo Domingo
y comandante de armas de la ciudad, posición en la que se mantuvo en
actitud discreta. Cuando José María Cabral condujo preso a Santana
desde El Seibo hasta la capital para embarcarlo hacia Martinica, Sánchez
lo recibió en su casa y lo trató con consideración.
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
227
El segundo gobierno de Báez enfrentó una sublevación iniciada en
Santiago el 7 de julio de 1857 a causa de la emisión de gran cantidad de
papel moneda para la compra de la cosecha de tabaco. Los políticos y
comerciantes ciabaeños estimaron que el gobierno había agredido los
intereses de la región. A los pocos días, casi todo el país se había adherido
al gobierno provisional de Santiago, presidido por José Desiderio
Valverde, pero las tropas cibaeñas no podían asaltar la ciudad amurallada.
El gobierno de Santiago dispuso permitir el retorno de Santana y le
entregó la dirección de las tropas que cercaban la capital, en
reconocimiento de su capacidad militar.
El cerco se prolongó durante casi un año, sin que Santana osara
ordenar el asalto de la ciudad. Esto se debía a que Báez contaba con el
apoyo de gran parte de la población capitaleña. Al frente de la defensa
de la ciudad fueron colocados Francisco del Rosario Sánchez y José María
Cabral, quienes desplegaron iniciativas como la ofensiva que los llevó
hasta Mojarra pocos días después de estallar la rebelión cibaeña. Luego
del combate de La Estrella, cerca de Los Llanos, Sánchez y Cabral se
retiraron a Guerra y más tarde a Santo Domingo, limitándose con
posterioridad a fugaces incursiones fuera de la muralla.
Sánchez renunció a su cargo un día antes de la capitulación de la
ciudad, de seguro como parte de los acuerdos entre las partes. Se le
dieron garantías de que podría permanecer dentro del país sin sufrir
persecución, y volvió al ejercicio de la abogacía, apartado de los asuntos
políticos.
Al poco tiempo de tomada la ciudad, Santana promovió un
pronunciamiento desconociendo el gobierno de Santiago, pese a que había
sido electo por los constituyentes de Moca. Desde muy pronto el poder de
Santana quedó erosionado a causa de la situación económica, mientras
que los baecistas conspiraban y se preparaban para el retorno al poder.
Como parte del descontento reinante, en la noche del 30 de agosto
de 1859 un grupo de baecistas intentaron un pronunciamiento en Santo
Domingo. Sánchez, que estaba sometido a vigilancia desde meses atrás,
no tuvo relación con la conspiración, pero Santana estimó que su
presencia era peligrosa, por lo que lo extrañó del país por tercera vez.
228
PERSONAJES DOMINICANOS
CONTRA LA ANEXIÓN
El tercer exilio lo pasó en Saint Thomas, donde su existencia estuvo
llena de privaciones, sobreviviendo casi en estado de indigencia y gran
parte del tiempo enfermo. Desde que se enteró de los planes de Santana
para anexar el país a España, tomó la jefatura de la oposición. Báez, por
el contrario, prefirió no mostrar desacuerdo, pues calculaba que la anexión
iba a ser inevitable y que, ya consumada, sobrevendrían conflictos entre
los españoles y Santana, lo que le daría a él la oportunidad de volver a
posiciones de mando. Sin embargo, dejó a sus partidarios en libertad de
actuar, consciente de que no le era posible evitar que se dispusieran a
combatir la anexión.
De ahí en adelante se rompieron los vínculos de Sánchez con Báez.
La vida política de Sánchez entró en una fase nueva, que lo retornaba a
sus orígenes trinitarios y le devolvía la estatura de prócer que personificaba
la idea de la libertad.
Los lugartenientes de Báez aceptaron la jefatura de Sánchez, pero el
movimiento no tenía por objetivo el retorno de Báez y no estaba
compuesto exclusivamente por baecistas. Fue Sánchez quien le dio la
tónica a los propósitos que se perseguían. Dispuso la formación de una
Junta Revolucionaria en Curazao, compuesta en gran parte por baecistas
como Manuel María Gautier y Valentín Ramírez Báez. La segunda figura
del movimiento era el general José María Cabral, quien, si bien había
sido partidario de Báez, en todo momento mantuvo su independencia
de juicio y una postura liberal y nacional, como se mostraría en su
evolución ulterior. En la Junta se encontraba también Pedro A. Pina,
trinitario que se mantuvo firme en todas las luchas nacionales.
Fueron varios los textos redactados por Sánchez contra la anexión.
En todos hay una vehemente denuncia a Santana como traidor y tirano.
La Manifestación que dirigió a los pueblos del sur el 20 de enero se
inicia de la siguiente manera:
El déspota PEDRO SANTANA, el enemigo de vuestras libertades,
el plagiario de todos los tiranos, el escándalo de la civilización,
quiere eternizar su nombre y sellar para siempre vuestro baldón,
con un crimen casi nuevo en la historia. Este crimen es la muerte
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
229
de la Patria. La República está vendida al extranjero y el pabellón
de la cruz, mui presto, no tremolará más sobre vuestros alcázares.
En el mismo manifiesto, el prócer se adelanta a las acusaciones
que sabía le haría Santana por haber solicitado apoyo de Haití:
He pisado el territorio de la República entrando por Haití, porque
no podía entrar por otra parte, escogiéndolo así, además, la buena
combinación, porque estoy persuadido que esta República, con
quien ayer cuando era imperio, combatíamos por nuestra
nacionalidad, está hoy tan empeñada como nosotros, porque la
conservemos merced a la política de un gabinete republicano, sabio
y justo.
Mas, si la maledicencia buscare pretextos para mancillar mi
conducta, responderéis a cualquier cargo, diciendo en alta voz,
aunque sin jactancia, que YO SOY LA BANDERA NACIONAL.
Otro manifiesto, firmado también por José María Cabral pero de
seguro concebido por Sánchez, abordaba las consecuencias de la anexión.
En ese texto pone de relieve la concepción social de la libertad que lo
ratifica como una personalidad superior en su época. En él analizaba por
qué el régimen español resultaba incompatible con los intereses del
pueblo dominicano, en especial de sus sectores pobres, y hacía un anuncio
profético de lo que significaría la dominación española.
La España, dominicanos, tiene que seguir uno de estos dos sistemas
para gobernaros:
O debe dejaros la libertad civil, la libertad política y la igualdad
de que disfrutáis, hace cuarenta años, o debe gobernaros con un
sistema de esclavitud civil y política, con sus preocupaciones de
raza y con su desigualdad de jerarquías. El primer sistema es
imposible, porque implica contradicción con sus propios intereses;
el segundo, le es forzoso seguirle para no dar motivos de queja y
conservar el equilibrio colonial de Cuba y Puerto Rico.
Es verdad, dominicanos, que los primeros días os halagarán con
sueldos y con demostraciones de fingida consideración; pero que
esto será muy pasajero. Tan pronto como la España asegure su
dominación, os veréis sometidos al vilipendio de los impuestos más
230
PERSONAJES DOMINICANOS
caprichosos y de la desigualdad más chocante; entonces vereís que
habréis trocado vuestra bandera en vano, porque seréis españoles
como súbditos, pero permaneceréis siempre en calidad de pueblo
conquistado, y a quien el temor de volver a pensar en su libertad,
hará que el nuevo gobierno adopte las medidas más duras y más
vejatorias con tal que le aseguren la presa que desea conquistar.
La España no puede dar el mal ejemplo de respetar en Santo
Domingo la libertad y la igualdad que proscribe en Cuba y Puerto
Rico; entonces vereis que el cambio de bandera solo se ha operado
para asegurar el goce tranquilo de unos pocos que van a disfrutar
del precio de vuestra libertad.
[…] la República Dominicana no puede de ninguna manera formar
parte integrante de la Monarquía Española: ella no podrá ser más
que una colonia, como lo son Cuba y Puerto Rico, es decir: tierra
de esclavos, tierra de opresión para todos sus habitantes, tierra de
desigualdad para los pobres y los pequeños, tierra de humillación
y de desprecio para los que no son nobles, tierra, en fin que no
puede convenir sino a los sátrapas que la gobiernan y a los esbirros
que recojen las primicias del despotismo, sacrificando toda dignidad
personal.
Sánchez captó que el único aliado que tendría el movimiento nacional
sería el gobierno haitiano, presidido desde poco tiempo atrás por Fabré
Geffrard, quien varió la actitud agresiva de Soulouque, aunque sin
reconocer la independencia dominicana. El gabinete de Geffrard estaba
dividido entre un sector hostil a los dominicanos y otro que entendía
que había llegado el momento de respetar su decisión de vivir aparte de
Haití. En esta última posición se distinguió el ministro de Policía, L.
Lamothe. Pero la posición de Lamothe era minoritaria, por lo que Sánchez
se vio precisado a presentar, el 20 de marzo, un memorándum a los dos
ministros con los cuales negociaba, en el que expuso sus concepciones
de lo que debían ser las relaciones cordiales entre los dos países que se
dividían la isla. Una tradición familiar recoge que en la entrevista que
sostuvo con el presidente haitiano, Sánchez le refirió lo siguiente:
Presidente, yo fui el instrumento de que se valió la providencia en
1844 para sacudir la dominación haitiana y crear una República
independiente. Mas, no lo hice por odio, por algún sentimiento
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
231
innoble o debido a ideas de preocupación social, sino porque creí
que constituíamos dos pueblos con caracteres diferentes en todos
los órdenes, que somos dos pueblos distintos que podemos formar
estados separados, y que la isla es bastante grande y hermosa para
compartirla entre ambos, dividiéndonos el dominio de ella. Además,
yo en cierto modo consolido con mi acción la independencia de
Haití, pues una vez conseguido el éxito de nuestra causa,
celebraríamos un tratado que garantizara nuestra mutua vida
independiente.. No sería así, cuando España, potencia de primer
orden, posea la parte Este de la isla con peligros para ustedes.
EXPEDICIÓN E INMOLACIÓN
Finalmente Geffrard aceptó prestar ayuda a Sánchez y se convino que
abandonaría Haití y retornaría de manera secreta, de forma tal que el
gobierno haitiano no quedara comprometido con la expedición que
iba a realizar. Además del permiso para utilizar su territorio, la administración haitiana acordaba proveer armamentos a los revolucionarios
dominicanos. Sánchez retornó a Saint Thomas y sus seguidores se fueron congregando en la capital haitiana, provenientes desde Saint Thomas y Curazao. Sus planes fueron apoyados por militares dominicanos
que se habían pasado a Haití poco tiempo antes, como Domingo Ramírez y Fernando Tabera. Los jefes baecistas prefirieron permanecer en
Port-au-Prince.
La expedición traspasó la frontera el 1º de junio, dividida en tres
cuerpos. El central iba dirigido por Sánchez y penetró en la zona de
Hondo Valle con el fin de atacar San Juan desde el este. El segundo
cuerpo iba dirigido por José María Cabral y penetró por Comendador
(hoy Elías Piña), teniendo como misión atacar San Juan desde el oeste.
El tercer cuerpo estaba bajo el mando de Fernando Tabera y debía tomar
Neiba, de donde era oriundo el veterano general. Iba a proteger ese
flanco y luego dirigir parte de sus fuerzas en apoyo a Sánchez. Además,
la expedición contó con el apoyo de milicianos haitianos de Mirebalais e
Hincha, zonas próximas a la frontera. No está claro por qué estos
milicianos fueron movilizados, aunque probablemente fue por iniciativa
del gobierno de Haití.
232
PERSONAJES DOMINICANOS
Tabera encontró dificultades, pues no gozaba de popularidad en el
Valle de Neiba debido a sus inclinaciones autoritarias y su defección
hacia Haití el año anterior. En cambio, Sánchez obtuvo el apoyo de
personas de influencia de la Sierra, entre los cuales sobresalía Santiago
de Óleo. Por tal razón, no encontró obstáculos, traspasó El Cercado y
pudo avanzar hasta Vallejuelo con la intención de caer sobre San Juan.
Por su parte, Cabral tomó Las Matas de Farfán sin encontrar gran
obstáculo y se preparaba para avanzar sobre San Juan.
Mientras tanto Cabral recibió la información de que el gobierno
haitiano había decidido retirar el apoyo a los patriotas dominicanos,
compelido por las amenazas de una escuadra española que se situó en
la bahía de Port-au-Prince. Ante esa situación, procedió a dar marcha
atrás sin esperar orden de Sánchez. Unos cuantos de sus subordinados
solicitaron autorización para ir a El Cercado a avisar a Sánchez. Al
recibir la noticia, Sánchez decidió también retroceder, a pesar de que
consideró la posibilidad de ignorar la decisión de la regencia haitiana.
Seguramente, la acción precipitada de Cabral lo compelió a ordenar la
retirada.
Al no haber tropas españolas en la zona, Sánchez y sus compañeros
avanzaban confiados, pero fueron sorprendidos por una emboscada
tendida por Santiago de Óleo en la loma Juan de la Cruz, cerca de
Hondo Valle, el 20 de junio. De Óleo y algunos de sus amigos decidieron
traicionar a Sánchez con el fin de evadir responsabilidades en la
expedición y no ser perseguidos por el gobierno español. Varios de los
patriotas murieron en el acto, otros pudieron escapar, algunos de ellos
heridos, mientras que el resto, un último grupo de 20 entre los cuales
muchos estaban heridos, cayó prisionero. Sánchez desechó la sugerencia
de Timoteo Ogando de huir dejando atrás a sus compañeros heridos,
por lo que fue capturado.
Los patriotas fueron conducidos a San Juan, donde Santana ordenó
que fueran juzgados. En realidad se trataba de un juicio prefabricado,
ya que desde Azua, Santana dirigía todo lo que acontecía en San Juan.
El segundo cabo Antonio Peláez de Campomanes, el español de más
jerarquía en el gobierno, se opuso al juicio por percibir que la condena
a muerte de los expedicionarios capturados iba a constituir un precedente
funesto que minaría el prestigio de España.
FRANCISCO DEL ROSARIO SÁNCHEZ
233
El juicio careció de probidad. Aquejado de graves heridas, Sánchez se
defendió a sí mismo y a sus compañeros, argumentando que no podían
ser juzgados por las leyes dominicanas pero tampoco por las españolas, ya
que estas últimas todavía no habían entrado en vigencia. Trató de echar
sobre sus hombros toda la responsabilidad de la expedición con la esperanza
de salvar la vida de sus compañeros. Los términos de su defensa realzan su
grandeza. En medio del juicio increpó a uno de sus acusadores, Romualdo
Montero, quien había sido uno de los traidores en Hondo Valle, por lo
cual las autoridades lo arrestaron y lo sumaron a Sánchez y sus compañeros.
También increpó al juez Domingo Lazala, acusándolo de guardarle rencores
por motivos personales. Ante las amenazas de este, Sánchez le respondió,
desafiante y altivo: “Puesto que está resuelto mi destino, que se cumpla”.
A pesar de su templanza de ánimo, el prócer no pudo sino
experimentar momentos de amargura. Es lo que explica la misiva a su
esposa, aconsejándole que procurara que sus hijos no incursionaran en
política y se dedicaran al comercio fuera del país.
Para no ser cómplice de la ignominia, uno de los comandantes de
las tropas españolas que habían llegado a San Juan días antes, Antonio
Luzón, decidió alejarse con su batallón en dirección a Juan de Herrera
para realizar ejercicios.
Herido, Sánchez debió ser trasladado al lugar del fusilamiento sobre
una silla. Inmediatamente antes de caer abatido, en la tarde del 4 de
julio de 1861, gritó a todo pulmón “Finis Polonia”, rememorando lo
dicho por el general polaco Tadeus Kosciusko. Sánchez, al igual que
varios de sus compañeros, murió con la primera descarga. Otros no
tuvieron esa suerte y fueron rematados a machetazos y a palos. Observaban
la salvaje ejecución, impasibles, los generales anexionistas Eusebio Puello
y Antonio Abad Alfau.
La majestad mostrada en el juicio y el fusilamiento terminó de
equiparar la figura de Sánchez con la libertad de la patria.
234
PERSONAJES DOMINICANOS
BIBLIOGRAFÍA
García, José Gabriel. Rasgos biográficos de dominicanos célebres. 2da
ed. Santo Domingo, 1971.
García Lluberes, Alcides. Duarte y otros temas. Santo Domingo, 1971.
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Domingo, 1975.
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Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano (18211930). Santo Domingo, 1997.
Rodríguez Demorizi, Emilio. Acerca de Francisco del Rosario Sánchez.
Santo Domingo, 1976.
MATÍAS RAMÓN MELLA
EL PATRIOTISMO HECHO ACCIÓN
SU DIMENSIÓN
Matías Ramón Mella fue una de las figuras de mayor relieve en las luchas
patrióticas del siglo XIX. Compañero temprano del padre de la patria
Juan Pablo Duarte en los afanes libertarios, se distinguió por una especial
capacidad para la acción, que lo llevó a brillar en todos los capítulos de
la lucha nacional de su tiempo. Combinó la compenetración con los
postulados nacionales y democráticos pregonados por Duarte con la
voluntad de hacerlos prevalecer.
Compelido por las circunstancias de su tiempo, y al igual que casi
todos sus compañeros de la sociedad La Trinitaria, desde cierto momento
transigió con el predominio conservador, ocupando funciones estatales
entre los años 1849 y 1859. Incluso estableció relaciones personales con
Pedro Santana, el prototipo del conservadurismo anexionista; pero no
se trató de una debilidad personal, sino del resultado de las circunstancias
de su época: para los liberales como Mella, resultaba más adecuado
insertarse en la situación política, pese al predominio conservador, que
mantenerse aislado. Al igual que otros, no estaba movido por aspiraciones
de carrera o por conveniencias, sino por el convencimiento de con su
participación en los asuntos públicos contribuía a que el proceso tomara
los mejores cauces dentro de lo posible. Puede juzgarse, sin embargo,
que esa alternativa dificultó la consolidación de una corriente liberal, lo
que retrasó la evolución política del país. Adicionalmente, se pueden
advertir fallas en determinadas actuaciones de Mella, quien se involucró
en episodios que no tenían relación con una finalidad patriótica.
Pero, al igual que para Francisco del Rosario Sánchez, había un
límite fundamental en esta cooperación con los conservadores: que
se respetara la independencia dominicana. Ese principio hizo que se
convirtiera en uno de los adalides de la soberanía dominicana y rompiera
relaciones con Santana cuando decidió anexar el país a España.
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238
PERSONAJES DOMINICANOS
INICIACIÓN REVOLUCIONARIA
Matías Ramón Mella nació en Santo Domingo el 25 de febrero de 1816,
vástago de Antonio Mella y Francisca Castillo, quienes conformaban un
hogar típico de clase media. El padre era mercader de profesión. Es poco
lo que ha trascendido acerca de su niñez, pero se puede suponer que
recibió la educación que podía adquirirse en aquella época.
Contrajo matrimonio en 1836, a los 20 años, con Josefa Brea, su
compañera en afanes patrióticos, también de familia urbana de clase
media. La pareja Mella-Brea tuvo cuatro hijos: Ramón María, Antonio
Nicanor, América María e Ildefonso, nacidos entre 1837 y 1850. Uno
de ellos, Ramón María, fue un continuador del ejemplo de su padre:
sirvió en la Restauración y luego combatió la implantación del gobierno
de los Seis Años de Buenaventura Báez para fallecer en prisión en 1868.
Un nieto, Julio Antonio Mella, hijo de Nicanor, fue un prominente
líder estudiantil revolucionario de Cuba.
Los hijos de Mella mantuvieron la tradición patriótica de la familia.
Su hermano Ildefonso Mella Castillo lo acompañó en los trajines de La
Trinitaria y fue uno de los primeros en protestar contra la anexión a España.
Encontrándose en Puerto Plata, recorrió a caballo la ciudad ondeando
una bandera mientras gritaba: “Viva la bandera dominicana, pésele a quien
le pese”. Más tarde fue remitido preso a Cuba.
Dadas sus responsabilidades familiares, Mella se dedicó desde joven a
faenas productivas, combinando sus actividades patrióticas y políticas con
una vocación constante por el trabajo. En esa época era común que personas
del medio urbano se dedicaran a los cortes de maderas preciosas, en especial
la caoba. A menudo los cortadores de madera estaban vinculados a
posiciones oficiales, ante todo porque la labor requería del recurso de la
autoridad. Mella se inició en esa actividad económica en San Cristóbal y la
continuó en Puerto Plata después de su retorno del exilio en 1848. Sin
embargo, como era usual, tal desempeño no le proporcionó fortuna, sino
un nivel de vida modesto.
Aunque tal vez no figuró entre los que prestaron juramento el 16
de julio de 1838, al decir del propio Duarte, Mella fue uno de los
fundadores de la sociedad secreta La Trinitaria. En todo caso, sobresalió
como uno de los activistas más connotados del contingente de jóvenes
MATÍAS RAMÓN MELLA
239
que se propusieron derrocar el yugo haitiano y fundar la República
Dominicana. La divisa de su personalidad fue la acción, pero penetrada
de las motivaciones excelsas que había predicado Duarte. Precisamente
por ello, Mella fue uno de los jóvenes que se inició en las luchas patrióticas
teniendo por enseña el culto a la personalidad del padre de la patria.
HACIA EL 27 DE FEBRERO
Duarte y sus compañeros lograron crear en el ánimo de muchos
dominicanos la convicción de que era factible lograr la independencia.
Es lo que explica que estuvieran preparados cuando se iniciaron pugnas
por el poder entre sectores dirigentes de la sociedad haitiana. Desde
inicios de la década de 1830, en la Cámara de Diputados de Haití surgió
una oposición liberal contra el presidente Jean Pierre Boyer. Casi todos
los delegados del Departamento del Sur formaban parte de esta oposición,
que tenía por base social a un segmento del mismo sector mulato dirigente.
Boyer procedió a destituir a algunos de los liberales electos,
principalmente Hérard Dumesle y David Saint Preux, con lo que su
gobierno adoptó tintes dictatoriales no disimulados.
Los jefes liberales acudieron a la conspiración con el objetivo de
derrocar a Boyer. Enterado de los planes de los liberales haitianos y
dando muestras de lucidez sobre lo que debía ser el proceso de preparación
de las condiciones para la independencia dominicana, Duarte decidió
entablar una alianza con ellos. El padre de la patria debió calcular que la
caída del régimen de Boyer daría lugar a un agravamiento de los conflictos
en el interior de Haití y debilitaría el Estado haitiano.
En esa tesitura y conscientes de que se avecinaban grandes
acontecimientos, los trinitarios entablaron relaciones con haitianos
liberales que residían en la ciudad de Santo Domingo. Duarte envió a
Mella a Les Cayes, bastión de la oposición liberal haitiana, con el fin de
ofrecer apoyo y coordinar actividades. Mella llegó a la ciudad meridional
de Haití un día antes de que se iniciara la sublevación contra Boyer,
pero tuvo tiempo para entrevistarse con algunos dirigentes políticos
liberales de esa ciudad. Para facilitarse libertad de movimientos, se
hospedó en la casa de Maximilien de Borgella, quien había establecido
240
PERSONAJES DOMINICANOS
amistad con su familia mientras desempeñaba la función de gobernador
de Santo Domingo.
Por esos días, a finales de enero de 1843, en la finca Praslin, propiedad
de Charles Hérard (Riviere), situada en los alrededores de la ciudad de
Les Cayes, estalló el movimiento insurreccional denominado La Reforma.
Al cabo de mes y medio de operaciones militares en la dilatada península
del sur de Haití, las tropas de Boyer acabaron siendo derrotadas, lo que
determinó la huída del dictador y la instalación de Charles Hérard como
presidente provisional.
Puede inferirse que los trinitarios y los liberales haitianos de la ciudad
de Santo Domingo no disponían de mucha fuerza, pues tuvieron que
esperar a que llegaran las noticias de que Boyer había presentado renuncia
para iniciar una sublevación a favor de La Reforma. En realidad, mucha
gente se tiró a la calle espontáneamente cuando se supo de los
acontecimientos en la capital haitiana. Pero los trinitarios se pusieron al
frente de las manifestaciones, con lo que se convirtieron en los
representantes de los anhelos de la población.
Mella fue uno de los que sobresalieron en los acontecimientos que
llevaron a la capitulación de las autoridades boyeristas de Santo Domingo.
Por eso fue designado, junto a Duarte, miembro de la Junta Popular de
Santo Domingo, órgano local de poder en el que coexistieron trinitarios y
liberales haitianos. Rápidamente las relaciones entre los dos sectores se
deterioraron. Los trinitarios pasaron a realizar una propaganda
independentista casi abierta, y sobre la base de esa prédica ganaron en
Santo Domingo las elecciones locales celebradas el 15 de junio. En este
momento se consumó la ruptura entre liberales haitianos (reformistas)
y los liberales dominicanos (trinitarios), al igual que entre estos últimos y
los conservadores dominicanos, quienes se propusieron a partir de entonces
separarse de los haitianos a través del protectorado y su posterior anexión
a Francia, por lo que fueron designados como afrancesados.
La importancia de Mella en los acontecimientos se aprecia de nuevo
en la decisión de Duarte de enviarlo a hacer propaganda independentista
al Cibao. En ese momento se debatía quién obtendría la representación
del pueblo dominicano, abriéndose un antagonismo entre liberales y
conservadores. La misión de Mella consistió en obtener el mayor número
de adhesiones entre las personas de significación social y política de
MATÍAS RAMÓN MELLA
241
las ciudades cibaeñas, centrando sus acciones en San Francisco de
Macorís y Cotuí.
Algunos conservadores dominicanos delataron a las autoridades
haitianas los propósitos de los trinitarios, por lo que, a principios de
julio, el presidente Hérard estimó necesario realizar una marcha
de intimidación. Por cada localidad que pasaba, hacía arrestar a los
sospechosos de albergar intenciones independentistas. Mella fue detenido
en San Francisco de Macorís en una redada de patriotas y remitido a
Port-au-Prince.
Cuando estimó que había sido superado el peligro de un estallido
independentista, a mediados de septiembre de 1843, Hérard ordenó
que los dominicanos apresados fueran liberados. El presidente haitiano
llegó a la conclusión equivocada de que los dominicanos carecían de la
fuerza necesaria para hacerse independientes. Podía partir del cálculo de
que la población dominicana ascendía a unas 135,000 personas, frente
a unas 800,000 en Haití. Hérard también debió calcular que las medidas
represivas que había aplicado bastaban para aplacar la agitación, por lo
que prefirió concentrarse en la solución de otros problemas que estimaba
más apremiantes para su supervivencia en el poder. Los partidarios de
Boyer maniobraban para retomar el mando, lo que hizo que Hérard
dejara de prestar atención a lo que sucedía en la lejana, pobre y poco
poblada “Partie de L´Est”, hecho que benefició a los trinitarios.
Mella reinició sus labores en pro de la independencia y tomó
iniciativas por su cuenta. La más importante, por lo que indican los
documentos, fue propugnar por una alianza con los conservadores. Al
hacer balance de la redada practicada por Hérard, llegó a la conclusión
de que el sector liberal carecía de la fuerza necesaria para derrocar por
sí solo al dominio haitiano. Inicialmente, Francisco del Rosario Sánchez,
quien había quedado al frente de los trinitarios tras la salida de Duarte,
se opuso a este planteamiento, intentando que la declaración de
independencia fuera hecha por los trinitarios por separado. Finalmente
Sánchez fue convencido de la pertinencia de la alianza, por lo que retomó
la colaboración con Mella. Este último había establecido relaciones con
Tomás Bobadilla, uno de los conservadores de más prestancia, quien
también había llegado a la conclusión de que procedía superar las
divergencias con los “muchachos”, puesto que ninguna de las dos
242
PERSONAJES DOMINICANOS
partes tenía la capacidad de impulsar la independencia sin el concurso
de la otra.
La incidencia de Mella en el acuerdo entre liberales y conservadores
lo llevó a ser uno de los inspiradores del Manifiesto del 16 de Enero de
1844, documento que exponía los motivos de la independencia de Haití.
El contenido del documento fue primero discutido entre Sánchez y Mella,
quienes luego lo presentaron a Bobadilla, a fin de que le introdujera
correcciones y ampliaciones, en reconocimiento a su experiencia y
capacidad intelectual y porque actuaba como el representante de los
sectores sociales superiores. En los días previos al 27 de febrero, tras el
acuerdo entre liberales y conservadores, Mella tuvo participación en todo
lo que se tramaba.
Fue de los primeros en presentarse la noche del 27 de febrero a la
Puerta de la Misericordia, donde se había dado cita el contingente que
participaba en la conspiración independentista. Al apreciar vacilaciones,
decidió disparar el célebre trabucazo, que obligó a los presentes a
mantenerse en sus puestos. Algunos de los asistentes recordaron que
Mella acompañó el trabucazo de malas palabras, lo que desmiente la
versión de que el disparo fuera accidental. Manuel Dolores Galván relata
que antes de lanzar el trabucazo expresó: “No, ya no es dado retroceder:
cobardes como valientes, todos hemos de ir hasta el fin. Viva la República
Dominicana”. Un hecho aparentemente tan trivial como un disparo fue
decisivo en la culminación de lo planeado para la noche del 27 de febrero.
DE VUELTA AL CIBAO
El 28 de febrero se constituyó la Junta Central Gubernativa, primer
gobierno dominicano, donde Mella quedó como vocal. La primera misión
que se le encomendó fue marchar hacia el Cibao, con el fin de dirigir la
defensa frente a los haitianos y proceder a la organización del nuevo
Estado en esa región, la más importante del país desde el punto de vista
de la riqueza económica y la cuantía de su población.
Con el grado de coronel y delegado de la Junta, Mella se propuso
organizar la defensa alrededor de Santiago, epicentro de la región. Tenía
conciencia de que si esa ciudad caía se le abriría el camino a los haitianos
MATÍAS RAMÓN MELLA
243
para marchar sobre Santo Domingo. Al llegar, sustituyó a su comandante
de armas y captó que faltaba gente para la defensa, por lo que dejó un
cuadro de mando y un plan de combate antes de marchar hacia San José
de las Matas, principal localidad de lo que se conocía como La Sierra, a fin
de hacer reclutamientos. También dejó instrucciones para obligar a los
personajes influyentes de la Línea Noroeste que aún vacilaban a subordinarse
al gobierno dominicano, evitar acciones de poca monta contra los haitianos
y concentrar todos los recursos en la defensa de Santiago, puesto que
resultaba la posición de más fácil defensa. Ponderaba, además, que Santiago
estaba lejos de la frontera, por lo que llegar hasta allí implicaba marchas
agotadoras y dificultades de abastecimiento.
Al abandonar Santiago en dirección a La Sierra, Mella no calculó la
capacidad de maniobra del enemigo. El gobernador del Departamento
del Norte de Haití, general Louis Pierrot, dispuso el avance de 10,000
hombres sobre Santiago a marchas forzadas. Esto se facilitó por el hecho
de que no registró casi ninguna oposición a causa de la superioridad
numérica y de la directriz de Mella de concentrar todos los recursos
disponibles en Santiago.
Mella había dejado el mando de la ciudad en manos del francés José
María Imbert, residente en Moca, quien tenía formación militar. Las
previsiones tomadas por Mella y la competente dirección de Imbert
dieron por resultado que el 30 de marzo se infligiese una derrota
aplastante a los haitianos, quienes tuvieron cientos de muertos, mientras
que, al parecer, pocos dominicanos perdieron la vida. El desconcierto
para los haitianos fue tan grande que Pierrot aceptó una tregua y decidió
retornar precipitadamente a Cabo Haitiano cuando le fue mostrado un
volante que recogía la falsa noticia de que el presidente Hérard había
muerto en Azua. Esta retirada garantizó la seguridad del Cibao.
En abril y mayo Mella se dedicó a consolidar la defensa de la región
y dispuso el avance de las tropas dominicanas hasta la frontera. Como
representaba a los liberales, enfrentó la oposición de sectores conservadores
de la región, quienes obedecían a la orientación de la mayoría de la
Junta Gubernativa. Pero Mella obtuvo un amplio apoyo, lo que era una
señal de que en el Cibao las posiciones liberales hallaban mayor acogida
que en Santo Domingo. La capital era el foco del grupo conservador,
como residencia de los sectores dirigentes provenientes de la colonia.
244
PERSONAJES DOMINICANOS
Por otra parte, en la Banda Sur subsistían relaciones sociales que en
gran medida tenían origen en los tiempos coloniales, sobre todo la
ganadería extensiva. En cambio, en los alrededores de Santiago se había
ido desarrollando la producción de tabaco que permitía la aparición de
un campesinado vinculado al mercado y de una clase media urbana más
moderna y dinámica que la existente en Santo Domingo.
A pesar de ese contexto social favorable, las dificultades que
confrontaba Mella se agudizaron después de que Duarte impulsó la
expulsión de los conservadores de la Junta Gubernativa en junio de
1844. Como lo expone Federico García Godoy en su novela histórica
Rufinito, los sectores conservadores del Cibao se dedicaron a intrigar y
a relacionarse con Santana, en quien depositaban su confianza.
Ante tal situación de divergencias, los trinitarios, que controlaban
el gobierno tras la expulsión de los conservadores, decidieron enviar a
Duarte al Cibao, a fin de reforzar la autoridad de Mella. Este promocionó
que Duarte fuera recibido en forma apoteósica en todas las poblaciones
que iba atravesando. En Santiago la tropa y el pueblo reunidos aclamaron
a Duarte como presidente de la República. Tal vez Mella promovió el
pronunciamiento, aunque no cabe duda que Duarte era considerado
como el padre de la patria y operó como intérprete de un sentir popular,
contrario a lo que han afirmado algunos historiadores, que sostienen
que los trinitarios carecían de influencia en esos álgidos momentos.
Varios historiadores también han criticado a Mella por haber
encabezado la proclama de Duarte como presidente, con el argumento
de que fue un acto improvisado y el primero de los pronunciamientos
ilícitos que darían lugar posteriormente a las contiendas civiles. En
realidad, la proclama respondía a un criterio bien definido que tenían
los trinitarios acerca de su jefe y maestro. Adicionalmente, en esos
momentos Mella y otros liberales entendían que la suerte de la República
corría peligro, lo que justificaba que Duarte fuera elevado al mando
supremo. Ellos estimaban imperativo enfrentar los manejos antinacionales
de los conservadores, que por todos los medios querían que el país pasara
a ser una colonia encubierta de Francia. Por otra parte, no se pretendía
establecer una dictadura ilegal, pues la presidencia de Duarte se consideró
siempre como provisional, sujeta a posterior consulta con la población,
de acuerdo con las concepciones democráticas de los trinitarios.
MATÍAS RAMÓN MELLA
245
Lejos de haber sido un error, la proclama de Duarte a la presidencia
enaltece la memoria de Mella; muestra que captó en toda su intensidad
la grandeza del padre de la patria y lo que representaba contra el
anexionismo de los conservadores. Mella evidenció estar dotado de ideas
superiores y dio muestras de arrojo y audacia, rasgos que le permitieron
un protagonismo práctico sin igual en la lucha por la independencia.
Empero, la proclama de Duarte a la presidencia careció de
consecuencias prácticas en la resolución del debate que enfrentaba a
conservadores y liberales. El 12 de julio, Santana marchó sobre la ciudad
de Santo Domingo, donde no encontró oposición, y al otro día dio un
golpe de Estado. Cuando se conocieron los cambios acaecidos en Santo
Domingo se debilitó la posición de Mella. Los conservadores cibaeños
arreciaron la conspiración y los liberales se encontraron sin condiciones
para enfrentar la implantación de la dictadura de Santana. De todas
maneras, al inicio Mella logró mantener la fidelidad de las principales
autoridades, pero su situación se tornaba cada vez más inestable.
A pesar de su peso económico y demográfico, la región del Cibao
carecía de mecanismos de poder, sobre todo en el aspecto militar, al no
existir sistemas de mando que pudieran competir con los de Santo
Domingo. Una parte considerable de sus dirigentes –aunque no eran
partidarios de Santana y los conservadores–, llegaron a la conclusión de
que resultaba imposible oponerse a ellos, porque se introducía el riesgo de
una guerra civil, en la que probablemente serían derrotados y abrirían las
puertas al retorno de los haitianos. El temor de los dirigentes cibaeños a la
guerra civil, que los llevó a inclinarse por un acuerdo con la autoridad
establecida en Santo Domingo, significó la derrota de la región frente al
centralismo de Santo Domingo, lo que se reiteraría en ocasiones ulteriores.
Sometido a la presión de algunas figuras prestigiosas de la zona,
Mella decidió ir a Santo Domingo a negociar con Santana a nombre del
Cibao. Al llegar, a finales de agosto, fue de inmediato reducido a prisión,
lo que dio la señal para que todas las autoridades cibaeñas decidieran
acatar la autoridad de Santana. La hostilidad hacia Mella fue encabezada
por el general Francisco A. Salcedo (Tito), pero otras figuras con postura
dubitativa, como el general Antonio López Villanueva, decidieron
plegarse a la Junta conservadora. De hecho, nadie osó prestarle apoyo a
Duarte después de que Mella abandonó Santiago.
246
PERSONAJES DOMINICANOS
CON SANTANA
Mella fue deportado a Europa junto a los otros trinitarios que habían
escenificado hasta el final el conflicto con los conservadores. Se estableció
en Puerto Rico, en espera el desarrollo de los acontecimientos. Al
igual que otros, retornó al país en ocasión de la amnistía del presidente
Manuel Jiménes, en 1848. Casi inmediatamente después de retornar,
Mella se incorporó a la administración pública, dado el deseo de Jiménes
de contar con el respaldo de sus antiguos compañeros de La Trinitaria.
Pero, por razones no claras, se mostró hostil con Manuel, anatematizado
en forma caricaturesca por supuesta ineptitud. Cuando el presidente
haitiano Soulouque inició su ofensiva, en marzo de 1849, Mella
encabezó una tropa enviada hacia la frontera para hacerle frente. Forzado
a retirarse hasta Azua, aconsejó a Antonio Duvergé continuar la retirada
hacia Baní. Dos semanas después, Santana ocupaba la jefatura del
ejército por imposición del Congreso. Mella tomó parte en el combate
de Las Carreras, en uno de los principales puestos de mando.
Tras propinar la célebre derrota a las tropas haitianas, Santana
desconoció al gobierno de Jiménez. Mella se vinculó a Santana, quien lo
nombró su secretario particular. Al igual que Sánchez, Mella visualizó
que no había posibilidad de reconstituir un agrupamiento liberal, por
lo que creyó necesario integrarse a la política vigente. Ahora bien, los
dos próceres tomaron posturas en gran medida divergentes en la política
de la época: mientras Sánchez se asoció con Buenaventura Báez, Mella
mantuvo una relación constante con Santana. Mella llegó al error de
secundar al autócrata en la orientación de asociar la suerte del país con
la protección de una potencia. Esa posición abre una etapa difícil de
evaluar de la vida de Mella, que como parte del equipo dirigente que
rodeaba a Santana, mantuvo silencio ante las actuaciones despóticas del
gobernante. Sin embargo, no renunció a sus concepciones liberales; aun
cuando llegó a aceptar el establecimiento de un protectorado, en todo
momento lo condicionó a que se respetara el status independiente del
Estado.
En la primera administración de Buenaventura Báez, Mella fue
designado secretario de Hacienda, posición en la que se mantuvo por
breve tiempo. Por razones que no están claras, no estableció buenas
MATÍAS RAMÓN MELLA
247
relaciones con el mandatario y se retiró a la vida privada en Puerto
Plata, donde montó un corte de caoba. Cuando Santana retornó al poder,
denunció a Báez y lo desterró, Mella se puso de parte del primero.
MISIÓN EN ESPAÑA
La actuación más importante de Mella durante esos años fue la misión
diplomática ante el gobierno español, con el fin de que aceptara hacerse
cargo de un protectorado sobre la República o, en caso de no interesarle,
que hiciera un reconocimiento diplomático. Mella creía que los planes
de Soulouque constituían un peligro real e inminente, y que al país no
le quedaba otra salida que obtener la protección de una potencia. En la
memoria colectiva seguía vivo el pánico que produjo la invasión del jefe
haitiano en 1849, y los informes que llegaban a la capital dominicana
indicaban que en cualquier momento se produciría una nueva invasión.
Se puede colegir que en este temor radicaba la base del acuerdo de Mella
con la jefatura de Santana, quien era visto como garantía de la
independencia frente a las agresiones del Estado haitiano.
A mediados de diciembre de 1853, Mella se embarcó hacia Puerto
Rico, donde obtuvo credenciales del gobernador, y de ahí continuó hacia
España. Llegó a la antigua metrópoli a inicios de febrero de 1854 y durante
los meses siguientes sostuvo negociaciones con funcionarios de Madrid,
sin consecuencia alguna. En ese momento España no tenía interés en
hacerse cargo de un protectorado sobre República Dominicana, y se
negó a reconocer la independencia por considerar que no le acarreaba
ventajas. Mella argumentó a los funcionarios españoles que mediante
el protectorado sobre República Dominicana se consolidaría la posesión
de Cuba y Puerto Rico. Estos argumentos indican que, al menos en
ese momento, carecía de una concepción de solidaridad con los pueblos
antillanos. La misión de Mella en pos del protectorado español
constituye el episodio más controversial de su vida, puesto que entraba
en flagrante contradicción con los postulados nacionales del liberalismo.
Es posible que, en medio de su tarea, él captara la ambivalencia de lo
que hacía, de lo que hay señal por la prisa que tuvo desde cierto
momento en retornar al país.
248
PERSONAJES DOMINICANOS
A fines de mayo abandonó Madrid y llegó enfermo a Santo Domingo
en los primeros días de agosto. Días después recibió votos para la
vicepresidencia.
EN LA REVOLUCIÓN DE 1857
Al retornar de España, Mella pidió que se lo comisionara en Puerto
Plata, a fin de poder atender su corte de caoba; tras declinar el
nombramiento de secretario de Guerra fue designado comandante de
armas de esa plaza. Aceptó poco después el puesto de gobernador de
La Vega y se hizo uno de los consejeros de Santana en los momentos
en que era atacado por el cónsul español Antonio María Segovia. Esta
hostilidad de España se debió a que, al fracasar la misión de Mella en
Madrid, Santana orientó la búsqueda de protección hacia Estados
Unidos. Alarmada, España consideró que debía reconocer la
independencia dominicana, a fin de evitar que el país cayera en la
órbita de Estados Unidos, lo que podría tener efectos perjudiciales
para la estabilidad de su dominio sobre Cuba, isla que los
norteamericanos aspiraban anexarse.
En 1856, el cónsul español Antonio María Segovia dispuso que los
dominicanos que lo quisieran se inscribiesen como súbditos españoles, lo
que puso en jaque al régimen de Santana. Los partidarios de Báez se
inscribieron en el consulado y se ampararon en su condición de españoles
para desplegar una oposición activa. En un momento se propuso a Mella
para que ejerciera la dictadura a fin de contrarrestar al cónsul español,
pero no aceptó. En cambio, él abogó por expulsar a Segovia, propuesta
que Santana desestimó. Se refiere que en esa ocasión Mella exclamó:
El Gobierno Constitucional tiene fuerza bastante en la ley para
hacerse respetar y salvar la Nación. Yo, Gobierno, cojo a Segovia,
lo envuelvo en su bandera y lo expulso del país.
En el proceso de renuncia de Santana, Mella fue propuesto para la
vicepresidencia, lo que indica la importancia que había adquirido entre
sus seguidores. Este, sin embargo, prefirió a figuras de mayor confianza,
MATÍAS RAMÓN MELLA
249
como Felipe Alfau. Fue designado Manuel de Regla Mota, pero tuvo
que renunciar al poco tiempo para cederle el paso a Báez.
Desde que volvió por segunda vez a la presidencia, Báez dispuso el
arresto y expulsión de Santana, mas permitió que casi todos sus partidarios
permanecieran en el país. Mella se mantuvo en Puerto Plata, alejado de
los asuntos públicos y concentrado en su corte de madera.
El 7 de julio de 1857, al año de que Báez volviera al poder, estalló
en Santiago una rebelión que desconoció su autoridad. Se estableció un
gobierno en Santiago y sus tropas avanzaron con rapidez por todo el
país. Uno de los escasos puntos donde los cibaeños pudieron ser
contenidos fue en Samaná, cuya defensa estuvo a cargo del general Emilio
Parmantier. Las fuerzas atacantes se mostraron impotentes para expulsar
a los baecistas. El cerco a la amurallada Santo Domingo y los combates
en Samaná fueron las acciones que concentraron la atención del gobierno
de Santiago. La dirección del cerco de Santo Domingo fue encomendada
a Santana, mientras Mella fue destinado a Samaná, tras ser designado
secretario de Guerra por el presidente José Desiderio Valverde en febrero
de 1858. En mayo Mella desalojó a los baecistas de Samaná. Aunque
no coincidieron en combate frontal, la Revolución de 1857, puso en
bandos contrarios a Mella y a Sánchez, este último con el cargo de
gobernador de Santo Domingo del gobierno de Báez.
RUPTURA CON SANTANA
Mella se mantuvo relacionado a Santana después que tomó la presidencia
de la República por última vez en agosto de 1858, tras la huida de
Báez. A pesar de la consideración que le había mostrado el presidente
Valverde, Mella apoyó el golpe de Estado de Santana, quien lo nombró de
nuevo comandante de armas de Puerto Plata. Pero las relaciones entre ambos
empezaron a deteriorarse a consecuencia de las gestiones para anexar el país
que desplegaba Santana, con las cuales Mella mostró desacuerdo. En enero
de 1860 Santana dispuso la deportación de Mella hacia Saint Thomas. En
esa pequeña isla Mella experimentó terribles padecimientos de enfermedad
y pobreza y, apremiado por necesidades, aceptó pequeñas ayudas del
gobierno. Después de un tiempo, se le permitió retornar al país.
250
PERSONAJES DOMINICANOS
Cuando se hizo patente que la anexión era inminente, Mella reiteró
su desacuerdo y anunció que no acataría la disposición, y de nuevo fue
apresado y deportado. Desde un barco inglés, intentó iniciar un
movimiento armado en Puerto Plata días después de proclamada la anexión.
En carta a Santana del 3 de julio de 1861 le expresó:
Ha llegado el caso de recordarle por medio de esta carta que no
soy súbdito de Su Majestad Católica ni he trocado ni deseo trocar
mi nacionalidad por otra alguna, habiendo jurado desde el día
27 de febrero de 1844 ser ciudadano de la República Dominicana,
por cuya independencia y soberanía he prestado mis servicios, y
ofreciéndolos cuando mi escasa capacidad y poco valimiento me
lo han permitido. Por idénticas razones jamás me ha ocurrido
pensar, menos pretender, ser general español, cuyo título en mí,
como general dominicano que ningún servicio he prestado a
España, fuera un sarcasmo que poniéndome en ridículo, me haría
a la vez objeto de discreta desconfianza entre los mismos españoles.
En la carta Mella le advertía al autócrata anexionista: “Cumpliré con
mi deber del modo que me sea posible, siempre como hijo y ciudadano de
la República Dominicana”. Con esta declaración ante la traición de Santana,
recobró su estatura de prócer. No pudo alistarse a la expedición de Sánchez
a causa de su mal estado de salud.
VICEPRESIDENTE RESTAURADOR
Después del fusilamiento de Sánchez, Mella se mantenía atento a la
evolución de los acontecimientos, buscando la forma de reiniciar la lucha
contra el dominio español. En dos ocasiones intentó ingresar al país por
Puerto Plata, pero fue sorprendido por las autoridades. Se puede entender
que el 15 de agosto de 1863, un día antes del grito de Capotillo, ingresara
al territorio nacional tras haber hecho el simulacro de aceptar la
ciudadanía española. A los pocos días de llegar a Puerto Plata se unió a
las tropas restauradoras y fue requerido por el gobierno formado en
Santiago a mediados de septiembre.
Desde su inicio, el gobierno nacional de Santiago le encomendó
tareas de primera importancia, en reconocimiento de su capacidad militar
MATÍAS RAMÓN MELLA
251
y sus méritos patrióticos. En los primeros días de 1864 fue designado
ministro de Guerra. En tal calidad fue comisionado como delegado del
gobierno en el sur, misión que aceptó pese a su deteriorado estado de
salud, consciente de las dificultades que enfrentaba la guerra nacional en
la región. Hizo el trayecto a San Juan a través de Jarabacoa y Constanza en
febrero de 1864. No le pudo cumplir su cometido, a causa de la resistencia
que le opuso el general Juan de Jesús Salcedo, Perico, un sujeto carente de
cualquier condición patriótica. Mella permaneció solo unos días en su
destino y tuvo que retornar a través de abruptos caminos en Haití. Ese
viaje agravó su salud, carcomida por el cáncer. El gobierno de Santiago
tuvo que enviarle una litera para que pudiera llegar a la ciudad.
Desde antes de hacerse cargo del Ministerio de Guerra, trazó
orientaciones para las operaciones contra las tropas españolas. Había
observado que los encuentros frontales llevaban a la derrota de los
dominicanos, como le había ocurrido al presidente José Antonio Salcedo,
Pepillo, en San Pedro, en enero de 1864. Emitió una circular relativa al
empleo del método guerrillero. En el texto, que condensaba su genio
militar y su compenetración con el medio dominicano, argumentaba que
las desventajas en organización y armamentos obligaban a los dominicanos
a adoptar una táctica de guerra de guerrilla, adelantándose a las exposiciones
teóricas sobre esta táctica. Algunos de los puntos principales de su
extraordinario texto son los siguientes:
Nuestras operaciones deberán limitarse a no arriesgar jamás un
encuentro general, ni exponer tampoco a la fortuna caprichosa de
un combate la suerte de la República; tirar pronto, mucho y bien,
hostilizar al enemigo día y noche; interceptarles sus bagajes, sus
comunicaciones, y cortarles el agua cada vez que se pueda […].
Agobiarlo con guerrillas ambulantes, racionadas por dos, tres o
más días, que tengan unidad de acción a su frente, por su flanco y
a retaguardia, no dejándoles descansar ni de día ni de noche, para
que no sean dueños más que del terreno que pisan, prendiéndolos
siempre que se pueda […].
No dejarlo dormir ni de día ni de noche, para que las enfermedades
hagan en ellos más estragos que nuestras armas; este servicio lo
deben hacer sólo pequeños grupos de los nuestros, y que el resto
descanse y duerma.
252
PERSONAJES DOMINICANOS
Si el enemigo repliega, averígüese, ese bien, si es una retirada
falsa, que es una estratagema muy común en la guerra; si no lo es,
sígasele en la retirada y destaquen en guerrillas ambulantes que le
hostilicen por todos lados; si avanzan hágaseles caer en embocadas
y acribíllese a todo trance con guerrillas, como se ha dicho arriba,
en una palabra, hágasele a todo trance y en toda la extensión de la
palabra, la guerra de manigua y de un enemigo invisible.
Después de retornar del sur fue designado vicepresidente de la
República, pero el agravamiento de su enfermedad le impidió desempeñar
funciones. Al poco tiempo quedaba postrado en su pobre morada de
Santiago, construida apresuradamente después del incendio que sufrió la
ciudad. En el lecho de muerte tuvo la satisfacción de recibir la visita de
Duarte, tras 20 años sin verse; se reencontraban en el fragor de una guerra
que daba plena razón a los postulados que ambos habían defendido.
Antes de morir, Mella pidió que su cadáver fuera envuelto en la bandera
dominicana. Expiró en la cama el 4 de junio de 1864, con tal temple
como si lo hubiera hecho en combate. Al advertir la llegada del momento
final sacó fuerzas para exclamar “Viva la República Dominicana”.
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Domingo, 1964.
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Soto Jiménez, José M. Semblanzas de los adalides militares de la
independencia. (Santo Domingo), s. f.
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
LA HEROÍNA DE FEBRERO
LAS PERSISTENTES FACETAS SOCIALES
DE LA COLONIA
En la colonia española de Santo Domingo, desde muy pronto, se
originaron realidades sociales con escasos parangones en el entorno de
las islas antillanas. Desde el mismo siglo XVI había tomado un rumbo
que no se correspondía con el papel que terminó asignándosele a las
islas, consistente en la producción a gran escala de géneros agrícolas de
exportación sobre la base del trabajo esclavo. A diferencia de las
posesiones inglesas y francesas, en Santo Domingo se modeló una
estructura sociodemográfica en la que la mayor parte de la población no
estaba compuesta por esclavos, sino por libres de color. Esta composición
fue producto de la pérdida de contenido de la economía esclavista desde
finales del siglo XVI, situación que se vio potenciada por las Devastaciones,
en 1605, de las villas que se encontraban en la porción occidental de la
isla, con el fin de extirpar el contrabando que sus habitantes realizaban
con mercaderes holandeses. El establecimiento de enemigos de España
en los territorios despoblados, pocas décadas después, trajo consigo la
exacerbación de la decadencia económica, la casi desaparición de la
esclavitud organizada en los procesos productivos y la reducción de sus
habitantes a niveles exiguos.
Aunque a partir de la década de 1730 la población y la economía
entraron en una fase de recuperación que se prolongó hasta 1790, los
rasgos patriarcales sobrevivieron a causa de la imposibilidad de que se
reconstituyera una economía esclavista intensiva. Si bien a instancias del
relativo crecimiento entraron numerosos esclavos desde la vecina colonia
francesa, casi siempre se asociaban a las tareas de los hatos ganaderos,
principales explotaciones económicas, en los que primaba la captura o
cacería de reses y no tanto su cría organizada. Los sectores dirigentes de la
ciudad de Santo Domingo no lograron acumular excedentes económicos
que les permitieran fundar haciendas agrícolas para la exportación,
sustentadas en el trabajo multitudinario y cruel de esclavos.
257
258
PERSONAJES DOMINICANOS
Contrariamente a la economía agrícola de plantación, en los hatos
ganaderos de Santo Domingo, amos y esclavos convivían en la
cotidianidad, empeñados en tareas bastante parecidas, realizadas en un
esquema de cooperación. De esta modalidad de relación de producción
surgió un patrón de mestizaje que impactó las manifestaciones culturales.
Con el fin de ascender socialmente y desprenderse de su condición, los
esclavos se apropiaban de usos de los amos con el beneplácito de estos
últimos. Este trasiego social tuvo por consecuencia la gestación de
patrones culturales criollos compartidos, que en varios aspectos
trascendían las exclusiones, desigualdades y diferencias que caracterizaban
las relaciones entre sectores étnicos y sociales en las economías de
plantación. El componente más acusado de esta comunidad cultural fue
la consolidación de la primacía de los mulatos en la composición
demográfica del país, sector que asoció su suerte al suelo de la isla, en el
cual comprendía que existían las mejores condiciones para sobrellevar
una vida con cierta autonomía social.
Entre 1795 y 1801 la modorra patriarcal experimentó las primeras
sacudidas a resultas del Tratado de Basilea, mediante el cual España
cedió a Francia su posesión de Santo Domingo. En adelante, los
dominicanos tuvieron que hacerse cargo de su destino, librando luchas
por la libertad e igualdad contra poderes externos. El paso a la soberanía
francesa y los múltiples acontecimientos que acarreó generaron un estado
de inestabilidad crónica que tuvo por eje las injerencias de Haití en los
asuntos internos del país. Concomitantemente con la crisis del orden
colonial se fueron gestando parámetros de la conciencia nacional: el
reconocimiento colectivo se trocó en ansia creciente por la
autodeterminación, como mecanismo de resistencia frente a la opresión.
Las intervenciones haitianas constituyeron el factor clave que accionó
sobre la decadencia de las relaciones coloniales. Tanto en 1801 como en
1822, los invasores haitianos abolieron la esclavitud. Las interferencias
haitianas tuvieron un efecto paradójico sobre el colectivo, ya que despejaron
obstáculos de la ideología colonial que todavía se interponían para que se
completara la formación de un concepto de igualdad que trascendiera la
pertenencia a grupos étnico-raciales. A resultas del Tratado de Basilea y
las amenazas haitianas, muchos amos abandonaron el territorio de la isla,
lo que significó el debilitamiento de la producción ganadera organizada y
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
259
un proceso suplementario de igualación social. De tal manera, los rasgos
patriarcales encontraron renovados recursos de supervivencia en una
comunidad que cayó en una extrema pobreza.
Este prolongado estado de cosas explica que la generalidad de la
población recibiera con tranquilidad a los invasores haitianos dirigidos
por el presidente Jean Pierre Boyer, en enero de 1822. Durante su
gobierno se entró en una fase de lenta recuperación económica y
demográfica, sustentada en la generalización del campesinado como clase
productora. Este grupo se encontraba en una posición ideal de autonomía
social a causa de la política agraria del régimen haitiano y la débil
incidencia de los sectores urbanos ligados al comercio y al Estado. Para
la mayoría campesina, la cuestión nacional quedaba sumergida debajo
de su interés por la autonomía social. Seguían siendo en extremo reducidos
los sectores urbanos potenciales portadores de una conciencia nacional
con el sentido moderno instaurado por la Revolución Francesa.
LA MUJER EN LA HISTORIA
Acorde con los moldes sociales de la época, la que hoy se denomina vida
pública estaba reservada para un sector minúsculo de la población. Los
campesinos, jornaleros, libertos y esclavos llevaban una existencia al
margen de actividades de ese género. Las aspiraciones de esos grupos no
tenían connotaciones exactamente políticas, sino que se reducían en lo
fundamental a la búsqueda del libre albedrío, la autonomía social y la
igualdad jurídica. Los campesinos y, en general, las clases inferiores, en
la medida de lo posible tomaban distancia del poder con el fin de
salvaguardar un estilo de vida sustentado en la libertad personal.
Los regímenes republicanos, precisamente, tuvieron que ajustarse a
este talante social del campesinado, pues cada vez que se intentaba vulnerarlo sobrevenían conflictos, como aconteció en 1863. En consecuencia,
el poder era débil e interfería poco en el estilo consuetudinario de vida
de los humildes.
El universo social dominicano estaba segmentado entre un polo de
poder que acaparaba el espacio público, y la masa campesina, a la que se
veía como objeto pasivo y que se encontraba desconectada de la
260
PERSONAJES DOMINICANOS
intervención en la política. Al mismo tiempo, la fuerza de los hábitos
patriarcales facilitaba el ascenso social de personas de origen humilde.
Este tipo de dualidad, a su manera, se repetía en las relaciones
entre los géneros. Como es propio de las sociedades clasistas y estatales,
en Santo Domingo los procesos de la vida social de hombres y mujeres
mostraban particularidades significativas. El género femenino se
encontraba casi siempre ausente de los hechos que, superficialmente,
se identifican con la marcha de la historia. Todavía hoy, en la práctica,
en muchos historiadores predomina la visión de que lo único que
alcanza “dimensión histórica” es el ámbito de la vida de los personajes
importantes, sobre todo en el área estatal. Un enfoque más adecuado
de la historia se centra en la vida social y sus determinantes. En primer
término, concebida con mayor tino, la historia es la del pueblo, visto
como la totalidad de la población y de los sectores sociales en que está
dividido. Si bien no puede descartarse el estudio de las instituciones
de poder y de los sectores sociales vinculados a ellas, se establecen las
conexiones de estos con el conjunto de la realidad social. Desde esa
perspectiva, la historia pone el énfasis en la explicación racional de
causas y consecuencias de los procesos, y no tanto en la narración de
los hechos; va al fondo de los fenómenos, para situar el centro del
análisis en la vida social, al tiempo que concede la debida importancia
a la política.
Visto así el proceso histórico, resultan falaces las manidas expresiones
de historiadores tradicionales acerca de “pueblos sin historia” o “grupos
humanos sin historia”, en sí mismas contradictorias. En verdad, todo lo
humano es histórico y no existen jerarquías de importancia entre pueblos
y sectores sociales.
Por consiguiente, se requieren reescrituras de la historia, de forma tal
que ingresen a ella los “sin historia”, aquellos que no producen documentos,
al menos en cantidades significativas, y cuyas actuaciones y mentalidades
no han sido registradas por las crónicas de los historiadores o han sido
objeto de malentendidos, deformaciones o abiertas falsificaciones. El
género femenino ocupa un espacio de primera importancia en esta
exigencia, por constituir la mitad de la humanidad que ha sido apartada
en buena medida de la narrativa histórica por obra de los mecanismos
sociales que la han postergado a condiciones de inferioridad.
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
261
En esta tarea de revisión histórica el objetivo central no debe estribar
en resaltar los aportes de las mujeres en la política; se trata, más bien, de
estudiar las áreas en que ellas operaban y visualizar su importancia en la
vida social. Cuando Voltaire enumeró los componentes de lo que vendría
a ser la visión novedosa de una “historia de la civilización”, opuesta a la
historia política centrada en los actos de los príncipes y las “locuras” como
las guerras, colocó en primer lugar la “vida en los hogares”. Si se reflexiona
acerca de cómo se produce la socialización de los seres humanos, es obvio
que el hogar tiene la primacía. Ahí la mujer desempeña una función
cardinal en todos los sentidos, que comienza por la compactación familiar,
la transmisión de tradiciones y conocimientos, la preparación de los
alimentos y el cumplimiento de exigencias para la subsistencia; asimismo,
en el hogar las mujeres ejercen una influencia que sella la existencia social
colectiva, porque tienen a su cargo la formación de los niños.
LA MUJER DOMINICANA
Por ausencia de estudios especializados, todavía resulta prematuro trazar
características de la vida tradicional de la mujer dominicana. Sin duda
se produjeron cambios importantes a lo largo del tiempo, además de
notables diferencias que separaban los estilos de vida de las mujeres de
los estratos superiores respecto a los de las libres de color y esclavas.
Por ejemplo, muchas esclavas del medio urbano se dieron a conocer
como “ganadoras”, en referencia a que disponían de una libertad de
movimientos que les permitía ejercer actividades por su cuenta, entre
las cuales se hallaba la prostitución, motivadas por el incentivo de
reunir una suma de dinero que les permitiera comprar su libertad y la
de sus hijos.
No obstante esa falta de conocimientos, se pueden trazar algunos
patrones generales acerca de la vida social de la mujer dominicana de
épocas anteriores. Ante todo, su existencia en el entorno hogareño se
encontraba rígidamente subordinada a la voluntad de los hombres,
fueran padres o esposos. Pero, como contrapartida, la mujer tenía un
peso extraordinario en el espacio doméstico, por la escasa atención que
le concedía el hombre. Dada la frecuencia de las uniones libres por
262
PERSONAJES DOMINICANOS
efecto de las características de la cultura criolla, la mujer representaba
la continuidad del hogar, así como su estabilidad; en rigor, el hogar se
identificaba con la mujer y no con el hombre, quien dedicaba el grueso
del tiempo a faenas fuera del mismo, a menudo variaba de esposa o
alternaba con otras mujeres. Cuando se producía la ruptura del vínculo
matrimonial, era casi siempre la mujer la que permanecía en la casa.
Incluso está registrado que cuando una mujer joven enviudaba y volvía
a contraer matrimonio, era frecuente que el nuevo consorte se trasladara
a la vivienda de ella. Al margen de las peculiaridades de los diversos
tipos de hogares, era siempre ella quien aseguraba el funcionamiento
del colectivo familiar y operaba como eslabón de cohesión.
Esto significaba, entre otras cosas, que, como parte de las claves de
la vida cotidiana, la mujer debía llevar a cabo su existencia fundamentalmente dentro de un horizonte hogareño, dedicada sobre todo a quehaceres domésticos. De crónicas y recuerdos familiares se deriva que
muchas mujeres optaban por salir lo menos posible de la vivienda, y
reducían su sociabilidad a la obligada misa semanal o a la visita de alguna amiga o familiar vecina. Es probable que tal restricción no fuera solo
producto de la imposición de los hombres por fuerza de las costumbres,
sino también por elección de las propias mujeres, quienes contribuían a
la gestación de esquemas culturales. En su propia perspectiva del ideal
de la sociedad tradicional, las mujeres concebían sus expectativas vitales
constreñidas a la condición de madres y consortes sumisas.
Ello significa que no solamente la mujer no participaba en el
restringido espacio de vida pública, sino que, con excepción de algunas
esclavas, tenía una intervención subordinada en las faenas productivas.
En el espacio urbano, la participación productiva de la mujer era nula,
dada la ruptura entre el hogar y el centro de trabajo. En el entorno
rural, las mujeres raramente se trasladaban a las tareas productivas
lejanas del hogar. El trabajo del hombre era, por definición, cosa ruda,
no apta para la mujer. A lo sumo, la mujer campesina ayudaba al
hombre en tareas accesorias que se facilitaban por la proximidad entre
el bohío y el conuco. Allí, la mujer podía realizar algunas actividades,
aunque se concentraba en tareas como la preparación de los alimentos
y la fabricación de artesanías.
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
263
De lo anterior se desprendían actitudes constantes en los mecanismos
de esparcimiento o la prioridad de áreas de la cultura espiritual en la
vida femenina. Hombres y mujeres de sectores populares compartían el
fandango, pero no las mujeres de la clase superior. Ellas no iban nunca a
la gallera, el punto por excelencia de la diversión masculina; en cambio,
frecuentaban los templos mucho más que los hombres y hacían de lo
religioso el ámbito preferido de su existencia espiritual.
Aun en el medio urbano, muy pocas mujeres superaban un nivel
rudimentario de educación, si bien está suficientemente establecido que
desde la época colonial no pocas mujeres poseían un grado mínimo de
instrucción para asegurar la educación de los niños en el hogar o en las
contadas escuelas que existían. De todas maneras, fue solo tras la
independencia de 1844 cuando algunas mujeres empezaron a descollar
en el magisterio. Todavía primaban las barreras que estatuían que a una
mujer le resultaría nocivo alcanzar un nivel educativo avanzado. En el
siglo XIX no había mujeres con profesiones universitarias. Las escasas
mujeres que sobresalían por el nivel de cultura tenían que ocuparse del
magisterio o de la actividad literaria, concebida como exteriorización
intimista, algo admitido como acorde con los preceptos de lo femenino.
Las poetisas decimonónicas lograron expresar los ideales femeninos
de la cultura, con lo que revelaban una estructura moral diferente a la de
los hombres. En una época en que la definición de cierto ideal de
masculinidad se concretaba en la participación en acciones bélicas, para
las mujeres, que las resentían más intensamente, la paz pasó a ser uno de
los anhelos para el advenimiento de una vida mejor.
Este papel que desempeñaban las mujeres en la formación de la
descendencia y su talante moral llevaron a Luperón a insertar una
encendida apología en sus Notas autobiográficas.
En cuanto a la mujer, es un gran tipo de dulzura exquisita, de
ternísima bondad y de sublime heroísmo. La mujer dominicana
es consorcio indefinible de belleza y de candor, de honestidad y de
encanto. Eterno y amoroso sueño de nuestra azarosa vida, que ha
suavizado nuestro carácter, amenizado nuestras constantes
desventuras […].
264
PERSONAJES DOMINICANOS
La mujer dominicana es el tipo más tierno y más perfecto de la
madre, de la compañera constante y sufrida, ya en la dicha, bien
en medio de la adversidad.
Dado el poderoso influjo que ella ejerce en el sexo fuerte, hay que
pensar que la regeneración de la República Dominicana está en
sus manos, inculcando en el corazón de las generaciones los más
saludables sentimientos […].
Con estas líneas, el prócer de la Restauración mostraba que su
remembranza trascendió con mucho a su persona y a los simples hechos
políticos, al ser capaz de captar profundidades de la vida social. Sobre la
base de la constatación de este papel social aparentemente oculto, Luperón
extrajo un desideratum acerca del reconocimiento de la acción
bienhechora de la mujer como parte de los contornos de la sociedad a la
que se debería aspirar.
Siempre reposará el porvenir de las naciones en la voluntad de las
mujeres, más que en la sabiduría de los legisladores. Sólo ellas
están llamadas a formar el corazón de los pueblos, así como a formar
el corazón de los niños […].
Son ellas las que pueden conducir sin dificultad las generaciones a
la libertad, a la justicia, a la igualdad de derechos, a la abolición
de la guerra y al descubrimiento de todas las verdades físicas y
morales […].
Estas expresiones no respondían a un imaginario personal, sino que
recogían un sentir extendido entre los hombres, contrapartida consciente
del machismo generalizado, aunque únicamente adquiriera expresiones
deliberadas en sujetos cultos y de sólida contextura.
LA FAMILIA SÁNCHEZ
María Trinidad Sánchez mostraba una personalidad concordante con
los estereotipos de la época que, como se ha visto, excluían a la mujer de
la política. Sin embargo, por ser tía de Francisco del Rosario Sánchez,
desempeñó un papel inusual en los procesos que desembocaron en la
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
265
consecución de la independencia. Como es sabido, a su sobrino le
correspondió dirigir el pronunciamiento del 27 de febrero de 1844.
Pero el papel de María Trinidad Sánchez no fue ajeno a que ella y demás
integrantes de su familia encarnaban los procesos sociales y culturales
que se estaban produciendo durante las últimas décadas del siglo XVIII y
las primeras del siglo XIX. Este carácter representativo le confiere valor a
la historia familiar de los Sánchez, mejor conocida que la generalidad
por estar asociada a la memoria de Francisco del Rosario Sánchez, lo que
llevó a sus descendientes a mantener un cúmulo de informaciones orales
que fueron recogidas en textos por Socorro Sánchez y Juan Francisco
Sánchez, hermana e hijo del fundador de la República.
Aunque la memoria oral no se adentra en las profundidades del
siglo XVIII y está salpicada de inexactitudes, permite inferir aspectos
reveladores de la evolución de la familia Sánchez, como prototipo de los
procesos macrosociales que se llevaban a cabo en la época. Algunos datos
pudieron consignarse gracias al temprano renombre de Sánchez. Por
ejemplo, se ha podido establecer la condición social de los primeros
Sánchez gracias a que Narciso Sánchez, padre de Francisco del Rosario y
hermano de María Trinidad, vivió hasta 1872. Tenía la piel oscura, por
lo que durante la colonia podía ser identificado alternativamente como
moreno o como pardo, denominaciones de los descendientes de europeos
o los mezclados con descendientes de europeos. Las informaciones
familiares, aunque de seguro sesgadas, no ocultan que Fernando Sánchez,
padre de Narciso y María Trinidad, tenía cercanos antepasados esclavos.
Igualmente sintomática es la presumible condición de la madre: de
acuerdo con la tradición oral, su nombre era Isidora Alfonseca, pero en
los registros demográficos de la Iglesia está consignada como Isidora
Ramona. Esto significa que no fue registrada con un apellido o que se le
dio como apellido un segundo nombre. De tal apellido en el registro
eclesiástico puede inferirse, a pesar de mencionársela como parda, que se
trataba de una liberta, que tal vez recibió la manumisión justo al nacer,
como se estilaba dentro de los patrones patriarcales de esclavitud.
Estos antecedentes no obstaculizaron que Fernando Sánchez se
insertara en los procesos de promoción social que podían seguir al logro
de la condición de libre. Registra también la tradición de la familia que
Fernando se dedicó a administrar hatos y otras propiedades rústicas de
266
PERSONAJES DOMINICANOS
grandes propietarios que abandonaron la isla tras el Tratado de Basilea
de 1795. Ahora bien, aunque tal ocupación denotaba una promoción
social, no significa que tuviera por resultado un enriquecimiento
personal. Las informaciones testamentarias de su hijo Narciso indican
que contrajo matrimonio sin aportar bienes, señal de que probablemente
no recibió herencia alguna de su padre. En la época casi no había ricos,
a excepción de un número reducidísimo de terratenientes, profesionales,
funcionarios, sacerdotes y comerciantes, que llevaban una vida modesta.
Un segundo capítulo conocido de promoción social lo protagonizó
Narciso Sánchez: por una parte, mantuvo la ocupación del padre de
administrar hatos de ausentes y de propietarios residentes en Santo
Domingo, al tiempo que pasó a desempeñar otras actividades; era
tablajero y tratante de ganado, ocupaciones que, aunque se vinculaban
con personas humildes, tenían un ingrediente urbano. Esto le permitía
a Narciso entablar relaciones amistosas con propietarios de tierras
asimilados a la condición de blancos. Tal entorno cultural le abrió la vía
para contraer matrimonio con una mujer de tez clara –aunque calificada
de “parda libre” en el acta de nacimiento–, Olaya del Rosario, de padres
criollos de la villa de San Carlos, con probables antepasados canarios.
Con el tiempo, Narciso logró hacerse propietario de un hatillo en
El Seibo y de un fundo en Los Alcarrizos.
El matrimonio con una mulata de piel clara le abría a un moreno
posibilidades adicionales de promoción social. Se trataba, por lo demás,
de un tipo de relación poco frecuente, ya que el primer grado de la mezcla
de sectores étnicos se producía casi siempre entre un europeo o descendiente
con una esclava o morena libre. Está consignado que Narciso, a quien se le
apodaba Seño Narcisazo, era un personaje bien conocido en la ciudad por su
sentido del humor y su condición de trabajador responsable. Los apócopes
de siño, seño, señó o ñó se utilizaban en la época, de acuerdo con César
Nicolás Penson y Lugo Lovatón, para dirigirse a morenos que gozaban de la
estima de propietarios blancos. El hecho de que Narciso Sánchez contrajera
matrimonio revela un esfuerzo de acoplarse a los preceptos formales del
estamento dirigente. Poco antes de entrar en relación de concubinato con
Narciso, Olaya del Rosario había tenido un hijo, Andrés, nacido en 1815,
producto de una breve relación con un español de apellido Zorrilla, según la
tradición oral. Como han referido personas ancianas, aunque en principio el
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
267
concubinato en una mujer indicaba una procedencia humilde, no
necesariamente era así, pues era común que mujeres de estratos urbanos de
clase media aceptaran ese tipo de vínculo matrimonial.
Dos años después de nacer Francisco, su primogénito, Seño Narcisazo
aceptó el ruego de su hermana María Trinidad de contraer matrimonio,
con el fin de que el hijo fuera reconocido como legítimo, condición de
importancia en los patrones culturales y sociales de los sectores urbanos
dirigentes. El mismo nombre del niño revela ambigüedad, porque se le
puso el apellido de la madre delante del de su padre, fórmula común en los
hijos naturales, apellido que luego quedó como segundo nombre, cuando
su padre contrajo matrimonio. Como lo aclaró Vetilio Alfau Durán, sus
nombres y apellidos correctos son Francisco del Rosario Sánchez del Rosario.
Consciente del valor de tener una profesión, Narciso Sánchez procuró
que cada uno de sus hijos dominara uno diferente como recurso para
labrarse un porvenir digno. Era de rigor, como parte de los compromisos
del matrimonio, que le confiriera su apellido a Andrés, quien, a instancias
de su padre adoptivo, escogió el oficio de herrero; varios de sus hermanos
se hicieron músicos. Francisco del Rosario Sánchez protagonizó un tercer
capítulo de promoción social en su entorno familiar. Aunque se inició
con oficios modestos, a semejanza de su padre, como “peinetero en
concha”, el futuro fundador de la República mostró interés por la
superación cultural, expresión de su pertenencia a la clase media, de los
procesos sociales que se estaban produciendo durante la ocupación
haitiana, y de la evolución particular de su entorno familiar. Eso explica
que Francisco pudiera frecuentar el círculo de jóvenes cultos dirigido
por Juan Pablo Duarte, cuyo propósito propendía a la formación de un
Estado soberano. Al igual que el padre de la patria, Sánchez tomó clases
de inglés con Mr. Groot y asistió a las clases de latín y filosofía de Nicolás
Lugo y Gaspar Hernández. Gracias a la educación que recibió en el
hogar y a su inteligencia, descolló en el selecto círculo de jóvenes
intelectuales, compuesto casi exclusivamente por blancos, formó parte
del cuadro fundador de la sociedad secreta La Trinitaria y, a la larga,
cuando se pasó a la lucha abierta contra la dominación haitiana, fue el
discípulo más sobresaliente de Duarte.
Ese nivel cultural superior y su protagonismo en el proceso político
le permitieron a Sánchez lograr un nuevo estudio de promoción social.
268
PERSONAJES DOMINICANOS
Cuando las condiciones políticas lo hicieron factible, y tras realizar los
estudios de rigor, recibió el nombramiento de defensor público,
equivalente a abogado. Su biógrafo Ramón Lugo Lovatón considera
que la preferencia por mujeres blancas no pudo ser fruto de la casualidad,
sino que formaba parte de un ímpetu familiar por “mejorar la raza”.
Dentro de la familia también descolló con posterioridad Socorro
Sánchez, una de las ocho criaturas de Seño Narcisazo, quien llegó a ser
una de las maestras de más renombre en las últimas décadas del siglo XIX.
LA LARGA VIDA DE LA HEROÍNA
María Trinidad Sánchez, recordada por su semblante dulce y tranquilo,
fue, en cierta manera, una mujer típica de su época, pues en ella se
conjugaron algunos de los patrones sociales arriba señalados para el género
femenino dominicano. Pero habría que hacer la salvedad de que Trinidad,
como era conocida por todos, formó parte de cierto tipo de mujer que,
aunque común, no era el más frecuente. Lugo Lovatón la define como
persona de “un humor muy especial y amiga de frases sentenciosas y de
raras anécdotas”.
Tal vez sus atributos principales residieron en la religiosidad y en la
responsabilidad en el trabajo con el fin de alcanzar una vida digna. Del
conjunto de relatos familiares es factible inferir que el ascenso social
protagonizado por Seño Narcisazo estuvo fuertemente influido por el
talante de su hermana. En primer lugar, sobre la base de su acendrada
religiosidad, ella logró convencer al hermano de que contrajera matrimonio
eclesiástico, uno de los aspectos que distinguía a los sectores medios y
superiores de la población.
Trinidad, segunda de tres hermanos, nació el 16 de junio de 1794,
un lustro después que Narciso y un año antes del Tratado de Basilea
que dio inicio a las vicisitudes del colectivo dominicano que precipitaron
la toma de conciencia nacional. En sus cinco décadas de existencia
sobresalieron las actividades religiosas, al grado de que Juan Francisco
Sánchez, nieto de su hermano, recoge que se la consideraba una beata.
Como expresión de la fuerza de las costumbres, en medio siglo de vida
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
269
nunca abandonó la ciudad, actitud normal en muchas mujeres de la
época. Pertenecía a una sociedad de la parroquia del Carmen, templo
del vecindario donde vivía. Vestía normalmente un hábito de esa virgen,
con el cual realizaba frecuentes penitencias que llamaban la atención de
sus vecinos. Es de notar que, en su origen en el siglo XVII, la iglesia del
Carmen fue concebida como capilla de una cofradía de esclavos, función
que debió prolongarse durante el siglo XVIII. Esta relación se correspondía
con la condición modesta de Trinidad, quien habitaba en un bohío de
tablas en la parte meridional de la calle de la Luna, que en la actualidad
lleva el nombre de Sánchez. En la época colonial, la porción occidental
de la ciudad servía de residencia a personas pobres o humildes, pues la
mayor parte de las construcciones eran de tablas y yaguas y se encontraban
intercaladas con solares que se utilizaban como pequeños conucos. Con
el tiempo, Trinidad entabló una relación intensa con las monjas del
convento de Santa Clara, situado en la franja oriental de la ciudad
amurallada. El vinculo con estas puede indicar que Trinidad había
logrado reconocimiento social gracias a su laboriosidad y acendrada
religiosidad.
Tal vez por esa razón nunca contrajo matrimonio. Los recuerdos
familiares no aclaran, empero, si se abstuvo de toda forma de vínculo
matrimonial, aunque es probable, dado su misticismo. Como parte
de esa contextura, se preocupó por llevar una vida digna, por lo que
se dio a conocer como una de las costureras con mejor dominio del
oficio en la ciudad. La preocupación que tendían a asumir las mujeres
por la reproducción cultural, junto a un ideal de superación social y
espiritual de la descendencia, los aplicó Trinidad en su sobrino
Francisco, a quien hizo objeto de sus preferencias. En cierta manera,
actuó como una segunda madre de sus sobrinos, al colaborar
activamente en todos los asuntos hogareños, hombro con hombro con
su cuñada. La crónica familiar da cuenta de que la educación inicial
recibida por el futuro trinitario se debió a los afanes, en el estricto
horizonte hogareño, de la madre y la tía. En medida considerable, la
tía también incidió en la vida ulterior del joven, puesto que “siempre
fue mujer de numerosas y magníficas amistades con las cuales se
relacionó Francisco”.
270
PERSONAJES DOMINICANOS
FEBRERISTA
Como era de rigor, Trinidad no debía tener interés en la política. Sin
embargo, no es de dudar que compartiera el punto de vista de su hermano
contra la dominación haitiana. La posición social de Narciso Sánchez,
protagonista, como se ha visto, de procesos de promoción desde la fase
colonial, explica su hostilidad al gobierno haitiano instaurado en 1822,
no obstante las medidas que tomó a favor de esclavos y libertos. A pesar
de su origen humilde, Narciso frecuentaba sectores encumbrados, lo
que lo llevó a compartir sus puntos de vista. Lugo Lovatón asegura que
“le tenía cariño a España”, entre otras cosas porque su padre Fernando
“vivía satisfecho y en paz cuando gobernaban los ‘blancos’ que emigraron
al invadir Louverture”. De ahí que cuando, en 1824, la promulgación
de medidas tendentes a la destrucción de la gran propiedad ganadera
tradicional, dio lugar a una abortada rebelión contra el régimen haitiano,
Narciso Sánchez se incorporara a la conspiración a través de Agustín
Acosta, uno de los cabecillas. Las autoridades se enteraron de la trama
por la delación de un sujeto a quien Narciso había puesto al corriente de
algunos planes. Por tal razón, fue apresado junto a otros conspiradores;
pero mientras varios recibieron condenas, Narciso solo fue objeto de
una amonestación severa por no haber comunicado lo que sabía.
En adelante Narciso Sánchez se circunscribió a la vida cotidiana, como
casi toda la población, pero sus puntos de vista debieron influir en su hijo
Francisco, aunque de manera relativa. El padre, si bien partidario de la
ruptura con Haití, no llegó a tener una concepción nacional, ya que estaba
embargado de escepticismo acerca de la potencialidad política del pueblo
dominicano. Refiere la tradición que, con motivo de nombramientos en
cargos públicos de importancia de personas carentes de mérito, le expresó
al hijo: “Convéncete, Francisco; esto podrá ser país, pero nación, nunca”.
Tal convicción explica que no volviera a involucrarse en asuntos políticos
y que, incluso, de manera implícita llegara a albergar ciertas ilusiones en
la anexión de 1861, no obstante el fusilamiento de su hijo en los inicios.
Trinidad se involucró activamente en la lucha que llevó a la fundación
de la República el 27 de febrero de 1844. No fue la única mujer que
tomó parte en el magno evento, lo que se puede comprender a la luz del
consenso al que habían llegado los sectores urbanos sobre la conveniencia
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
271
de la ruptura con Haití. Ahora bien, como lo destaca Vetilio Alfau Durán,
en la pléyade de las febreristas, Trinidad ocupó el lugar más destacado.
Otras mujeres que participaron en los preparativos del 27 de febrero o en
acciones posteriores fueron Concepción Bona, Manuela Diez, Rosa Duarte,
Baltasara de los Reyes, Josefa Pérez de la Paz, Ana Valverde, María de
Jesús Pina, las hermanas Villa y Juana Saltitopa.
Se puede llegar a la conclusión de que el protagonismo excepcional
de Trinidad se debió a la condición de tía de quien quedó al frente de los
afanes conspirativos de los jóvenes liberales demócratas de la antigua
sociedad La Trinitaria. Eso es indudablemente cierto, ya que Trinidad se
integró a los trabajos a través del sobrino, pero no lo explica todo, pues su
participación no puede reducirse a un apoyo accidental y pasivo. En
realidad, ella estaba exteriorizando las convicciones patrióticas que formaban
parte del acervo cultural que le permitió a Francisco del Rosario Sánchez
un papel político tan relevante.
Desde el mismo momento en que Francisco Sánchez fue objeto de
persecución por las autoridades haitianas, contó con la ayuda de su tía.
Poco después de abandonar su casa, tras un breve refugio donde las
hermanas Alfonseca, íntimas de sus padres, se ocultó en la morada de
Trinidad, donde se enfermó, circunstancia que le permitió difundir el
rumor de que había fallecido. Fue en esa casa donde el doctor Manuel
Guerrero curó al jefe de los trinitarios. El acosado conspirador aprovechó
un aljibe oculto en el patio para refugiarse cuando las autoridades
requisaban la vivienda. Pero decidió abandonar el hogar de Trinidad,
consciente de que sus perseguidores sospechaban que se encontraba en
él, y tuvo que cambiar de escondite en varias ocasiones. Eso no fue óbice
para que la tía siguiera visitándolo cuando resultaba factible, empeñada
en colaborar con la lucha patriótica.
Durante los meses previos a la independencia, cuando se puso en
claro para la generalidad de la población que estaba planteado tal objetivo,
Trinidad pasó a tener mayor peso en las actividades conspirativas,
momento en que de seguro ninguna otra mujer lo hacía de manera tan
activa y responsable. Se colige que, simplemente, formó parte del colectivo
como un comprometido más. Es lo que explica que después que el líder
trinitario cambió de escondite, la tía siguiera ocupada en llevar mensajes
y ayudar a moverlo de un sitio a otro.
272
PERSONAJES DOMINICANOS
Más aún, al llegar el momento para el golpe contra la dominación
haitiana, Trinidad se encargó de confeccionar cápsulas para los escasos
armamentos que tenían los conjurados. Tomó parte en los preparativos
del pronunciamiento, y la noche del 27 de febrero, según refiere el trinitario
José María Serra, “en sus propias faldas conducía pólvora” para distribuirla
entre los que se presentaron en el Baluarte del Conde con armas de fuego.
La tradición familiar también refiere que, por ser costurera,
precipitadamente cosió una bandera, agregándole una cruz blanca al
pabellón haitiano, antes de que llegara la hecha por Concepción Bona.
Ciertamente, el 27 de febrero de 1844 fue un día muy especial, en
el que se dieron cita centenares de personas de la ciudad, incluidos
ancianos, mujeres y jóvenes. Lograda la Separación, las mujeres retornaron
a la cotidianidad, aunque se mantenía el peligro de ataques haitianos.
De todas maneras, ya no se hacía necesaria la participación tan activa de
mujeres, por lo que Trinidad, al igual que otras, desapareció de las huellas
dejadas por las crónicas. Eso no quiere decir que quedara en plena
pasividad, pues lo acontecido el 27 de Febrero de 1844, está recogido
de manera mucho más detallada que los hechos posteriores.
Como es sabido, los trinitarios fueron derrotados por los conservadores
anexionistas, en julio de 1844, y Francisco Sánchez fue deportado junto a
sus principales compañeros, acusados de traición a la patria. Pedro
Santana, gracias a su prestigio militar, pasó a ejercer una dictadura como
líder de la camarilla conservadora de partidarios del protectorado de
Francia. Esta dictadura quedó legalizada por el artículo 210 de la
Constitución promulgada en San Cristóbal en noviembre de 1844, el
cual estipulaba que el presidente podía acaparar plenos poderes cada vez
que considerase que el país se encontraba en situación de peligro.
CONSPIRACIÓN CONTRA EL MINISTERIO
La persistente disposición a la acción de Trinidad queda demostrada
con motivo de su participación en la conspiración que se fraguó en la
ciudad de Santo Domingo a partir de los últimos días de 1844, con el
fin de lograr el retorno de los trinitarios desterrados pocos meses antes.
Diversas personas se habían acercado a Santana para interceder a favor
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
273
de los jóvenes liberales, ante lo cual el tirano respondía que no le era
posible por no permitírselo los integrantes de su gabinete, según él,
partidarios de mantener fuera a los proscritos. Es cierto que la
Constitución recién promulgada estipulaba que los actos del presidente,
en su condición de titular del Poder Ejecutivo, debían ser refrendados
por el ministerio. Sin embargo, es evidente que él era el artífice de la
proscripción de los líderes trinitarios y que al respecto no tenía
divergencias con sus ministros. El tirano, simplemente, pretendía evadir
responsabilidades en la situación para hacerse lo más simpático posible,
subterfugio que también formaba parte de los inicios de la sorda rivalidad
que comenzaba a sostener con Tomás Bobadilla, quien entonces dirigía
los actos cotidianos del gobierno, al grado de conocérsele como el
“ministro universal”. Santana, sin embargo, pretendía un poder personal
absoluto, de tal forma que los ministros se le subordinaran a plenitud.
La respuesta que daba a las solicitudes indica que ya estaba maniobrando
sigilosamente para recortar la potestad de sus asociados conservadores.
Poco más de dos años después, la pugna de intereses se focalizaría entre
Santana y Bobadilla, en la que el primero quedó triunfador.
Mientras tanto, a finales de 1844, esas respuestas suscitaron
esperanzas de que sería factible revertir la situación imperante nada menos
que con ayuda de Santana. Con sus ardides, el tirano estimuló un
movimiento que partía de un acto de ingenuidad: la pretensión de
conseguir el retorno de los trinitarios sobre la base de lograr el
derrocamiento del ministerio y la ampliación de las potestades de Santana.
Se planeaba producir en la Plaza de Armas un pronunciamiento contra
el gobierno, tendente a derrocarlo. Quienes se opusieran, deberían ser
eliminados de inmediato.
No hay claridad acerca de si, además de las que fueron descubiertas,
había involucradas otras personas en la conjura. Se especuló que detrás
de los conjurados se encontraban algunos funcionarios de alto nivel,
entre ellos el ministro de la Guerra, Manuel Jiménes, quien nunca fue
partidario de Santana y disputaba posiciones a Bobadilla. Se sabe que
María Trinidad Sánchez, su sobrino Andrés Sánchez y varias personas
más, entablaron contactos con militares activos, quienes estuvieron de
acuerdo en comprometerse, bajo el entendido de que se depondría a
los ministros y se atribuirían facultades dictatoriales a Santana. Esta
274
PERSONAJES DOMINICANOS
coincidencia indica que el tirano había podido confundir a los descontentos,
para echar sobre sus subordinados la culpa que a él mismo le correspondía.
Manuel Joaquín del Monte, en su crónica acerca de los acontecimientos
acaecidos entre 1838 y 1845, considera que la idea de la conspiración
provino del engaño del cual fue víctima Trinidad, deseosa de que el sobrino
regresase, quien creyó la versión de un sargento que prestaba servicio en la
casa de Santana, de que este procedería en tal sentido si se le nombraba
dictador. Este sargento involucró a otros militares, hasta que uno de ellos
decidió que Santana debía ser puesto al corriente. Es probable que no
todos los hilos quedaran al descubierto, pues tal vez hubo personas
experimentadas detrás de quienes fueron procesados. En cualquier caso,
los conspiradores dieron muestras de ingenuidad, lo que mueve a duda
acerca de los alcances de lo que hacían.
Contrario a lo esperado por algunos de los conspiradores, tan pronto
tuvo noticias de la conjura, el Presidente decidió castigar con severidad
extrema a los complotados, consciente de que un acto de esta naturaleza
debilitaba el poder conservador y a la larga lo podía perjudicar. Por lo
que indica la carta que envió a Bobadilla, quien parece haber sido el
primero en recibir la denuncia aunque al inicio se mostró escéptico
sobre su veracidad, Santana ratificó su confianza en el superministro y
se dispuso a desarticular la conspiración. El tirano calibró que, aunque
se tuviera el propósito de elevarlo a la condición de dictador, se
cuestionaba el orden que él representaba. La pésima ortografía de la
esquela muestra el nivel cultural de quien comenzaba a manejar el país
como su hato El Prado.
Muy hapresiado Don tomás: me ha sorprendido su esquela en
cuanto alo que Ur. medise de la asonada para tumbar el ministerio
yo creo que esto puede ser falso y si esto fuese así seria hun atentado
yo procurare in formarme y esbitar cualquier de sorden hasies que
no lo creo repito lo que llo es sabido hoy es que halgunos ofisiales
han dado su dimisión, como se me dise. Su hafetisimo servidor y
hamigo. Santana.
Con prontitud, el 16 de enero el Presidente dispuso la formación
de una comisión militar, de acuerdo con lo estipulado en el artículo 210
de la Constitución. Los militares detenidos confirmaron la participación
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
275
de la heroína y su sobrino Andrés, así como del venezolano José del
Carmen Figueroa y de Nicolás de Barias, soldado participante en
el pronunciamiento del Baluarte. La decisión fue, como era de esperar,
la condena de los cuatro a la pena de muerte. Se puede suponer que la
sentencia fue ordenada por Santana, quien tenía especial ascendiente en
el estamento militar. Pecan de candor quienes han considerado que fue
Bobadilla el verdadero responsable. Ante las peticiones de clemencia,
Santana se limitó a responder que no estaba dentro de sus facultades
atenderlas, excusa de nuevo motivada por su deseo de evadir
responsabilidades.
CAMINO AL PATÍBULO
La vesania de Santana y sus colaboradores llegó tan lejos que,
macabramente, escogieron el 27 de febrero para que se produjera el
fusilamiento de los condenados. Era el primer aniversario de la todavía
llamada Separación, hecho en el cual los cuatro habían tomado parte. La
selección de la fecha tenía un valor simbólico, a fin de advertir que todo
aquel que pretendiese cuestionar el orden vigente tendría que afrontar
consecuencias drásticas. A diferencia de lo acontecido en julio del año
anterior, cuando Santana no se atrevió a fusilar a Duarte y sus compañeros
a causa de las presiones que se suscitaron, esta vez no encontró obstáculos.
Se agregaba el hecho inusitado de que la mujer con participación más
conspicua en el pronunciamiento del año anterior iba a ser fusilada,
baldón de la cobardía de Santana y sus acólitos. Como expresión de la
instauración de un orden autocrático, los abogados de los encausados,
Juan N. Tejera y Félix María Delmonte, pese a haber sido trinitarios y
amigos de Duarte, en la solicitud de clemencia elevada a Santana, se
refirieron a los apresados en forma despectiva, como “miserables
autómatas”, y les hicieron un flaco servicio al reconocer la validez legal
del dictamen:
Convencidos, tanto de la legalidad de la sentencia, como del
idiotismo, ignorancia e inocentes intenciones de los condenados,
pedimos a V. que a pesar de la inflexible severidad de la Ley, las
276
PERSONAJES DOMINICANOS
armas victoriosas de la República no se empleen en la destrucción
de sus hijos.
La noche del 26 de febrero, horas antes del momento fatal, Trinidad
recibió la visita de Bobadilla, quien, de acuerdo con la tradición familiar,
le ofreció conmutar la pena si revelaba quiénes habían encabezado
verdaderamente la conspiración. Por lo que se desprende del relato lleno
de falsedades que hizo a su yerno Carlos Nouel, el “ministro universal”
buscaba que su rival Manuel Jiménes, ministro de Guerra, quedara
inculpado. La respuesta de una heroína no podía hacerse esperar:
Ud. me ofrece la vida a cambio de que revele los nombres de los
encabezados principales, para Ud. matarlos entonces. Ellos son
más útiles que yo a la causa de la República. Prefiero que los
ignoren y se cumpla en mí la sentencia dada.
En ningún momento Trinidad perdió la calma. Como mujer de
convicciones religiosas, que meses antes había cumplido cincuenta años,
se preocupó únicamente por proteger su pudor, a cuyo efecto confeccionó
unos calzones. Ya frente al piquete de fusilamiento, le pidió a su hermano
que le amarrara las faldas. El camino de los condenados, entre la fortaleza
y el cementerio extramuros, se acompañó por un clamor que llevó a la
heroína a taparse los oídos, a fin de no escuchar los sollozos y no padecer
debilidad. Fue acompañada por el arzobispo Tomás de Portes, con quien
tenía amistad por sus vínculos con la Iglesia.
Los integrantes del pelotón de fusilamiento intentaron evadir la
carga de fusilar a una mujer, por lo que desviaron las primeras dos descargas, lo que prolongó la agonía y puso de relieve una entereza estoica.
Juan Francisco Sánchez recogió los instantes finales de la heroína.
Se le hicieron tres descargas. En la primera cayó Andrés. Al ver
que las descargas la dejaban ilesa, pidió que su hermano Narciso
–que era muy buen tirador– la ejecutase. El arzobispo don Tomás
de Portes se negó a ello, declarando que sí hubiese aceptado, en el
caso de padre e hijo, pero nunca entre dos hermanos, pues esto
equivaldría a repetir autorizadamente el ejemplo de Caín y Abel.
Por fin se dieron órdenes para que se acercara el piquete, le hicieron
MARÍA TRINIDAD SÁNCHEZ
277
fuego a boca de jarro, y surtió efecto. (En la segunda descarga le
hirieron una mano y le cogió fuego el traje).
BIBLIOGRAFÍA
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1999.
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JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
TRIBUNO DEL PUEBLO
FORMACIÓN DE UN LIDERAZGO
Como ningún otro prócer de la independencia dominicana de 1844,
José Joaquín Puello representa el componente popular del espíritu nacional. Se le ha visualizado como un símbolo de la adhesión al dominio
haitiano que se produjo entre sectores humildes, generalmente antiguos esclavos o libertos, que entendieron que su condición social había
experimentado mejorías tras la conclusión del orden colonial español, al
abolirse los preceptos que legalizaban un estado de desigualdad por
motivos del color de la piel o lugar de nacimiento. Originario de estratos populares, Puello se promovió a través de la carrera de las armas y
llegó a ser uno de los oficiales dominicanos de más alto rango dentro de
la tropa haitiana antes de 1843. En esa posición dio muestras de un
carisma que lo convirtió en adalid de personas del pueblo.
Pertenecía al sector mulato de la clase media y desde joven tomó
conciencia del relegamiento social derivado de la ideología colonial, de
acuerdo con la cual la plenitud de derechos de ciudadanía correspondía
únicamente a los blancos. Aunque, como se ha puesto de relieve, la vida
colonial de Santo Domingo no comportaba el tipo de discriminación
racial de la esclavitud intensiva, el dominio social estaba reservado a los
blancos. Tal situación no fue ajena a la popularidad de que gozó el
régimen haitiano entre sectores que habían sido marginados por el orden
colonial. Llegó un momento en que una parte de ellos comenzaron a ser
influidos por la aparición del espíritu nacional, que privilegiaba la libertad
política del colectivo.
Era lógico que los liberales de la sociedad secreta La Trinitaria,
comandados por Juan Pablo Duarte, ganaran la adhesión de quienes se
identificaban con los principios de la libertad del pueblo y la igualdad
entre todos sus integrantes, puesto que la plataforma democrática radical
que enunciaban perseguía la conformación de un colectivo nacional
integrado, sin las barreras y los privilegios derivados de la tonalidades
281
282
PERSONAJES DOMINICANOS
de la piel. Los trinitarios tenían por meta una comunidad de iguales y
ponderaban la autonomía nacional como su principal requisito. En el
debate político se conectaron los componentes políticos y sociales
expuestos por los diversos actores. La independencia absoluta aparecía
como la contrapartida de la postura democrática, en lo político y lo
social, expuesta por los trinitarios.
En términos generales, durante los últimos años del dominio
haitiano las ideas democráticas y nacionales de los trinitarios únicamente estaban al alcance de pequeños sectores de las localidades urbanas con
cierto nivel cultural. Las personas típicas de los estratos superiores depositaban sus expectativas en la anexión o la protección de una potencia
extranjera. Las masa popular, por su parte, restringía sus aspiraciones a
que se respetasen las conquistas sociales logradas durante las décadas
previas, en especial la abolición de la esclavitud, el acceso a la propiedad
de la tierra, el goce libre del estilo de vida tradicional y el final de los
privilegios étnico-raciales.
No era fácil que estas preocupaciones sociales se conectaran con un
objetivo político, ya que la masa popular carecía de nociones acabadas
sobre la política moderna. Su objetivo, más bien, residía en que las cosas
quedaran como estaban, lo que se vinculaba con el tipo de vida patriarcal
vigente. Amplias porciones del pueblo aceptaban la autoridad de los
individuos influyentes, casi siempre de posiciones conservadoras, aunque
matizadas para que resultaran atractivas a nombre de valores aceptables,
como el respeto a la religión católica.
José Joaquín Puello, junto a otras personas como su hermano Gabino,
tuvo el mérito de conectar el sentido democrático social instintivo de los
sectores populares con la meta nacional que encarnaban Duarte y sus
jóvenes compañeros. Comprendió que la comunidad dominicana estaba
condenada a mantenerse en una situación de inferioridad de derechos
bajo la administración haitiana. Como líder de los sectores de color de
Santo Domingo y localidades cercanas, su decisión de asociarse con los
trinitarios fue crucial para que pudiera materializarse el pronunciamiento
del 27 de febrero de 1844. Hombre de armas ampliamente relacionado
con la gente del pueblo, le cupo dirigir dispositivos prácticos que
permitieron la independencia, secundando la jefatura de Francisco del
Rosario Sánchez.
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
283
Durante los años siguientes, hasta su fusilamiento en diciembre de
1847, operó como un representante de las aspiraciones del pueblo en el
interior de las altas esferas del Estado. A mediados de 1844 fue la pieza
clave sobre la que se apoyó a Duarte en su pugna con los conservadores,
pero operó con sentido de realismo político y luego aceptó asociarse con
Pedro Santana, cabecilla de la tendencia conservadora, seguramente por
pensar que su jefatura era inevitable. De todas maneras, siguió siendo
un defensor intransigente de la independencia absoluta y de la igualdad
social, lo que dio lugar a que fuera fusilado por Santana.
ASCENSO EN EL EJÉRCITO
Los orígenes familiares de José Joaquín Puello y sus hermanos Gabino y
Eusebio, quienes también alcanzaron el grado de general, no han sido
del todo aclarados, a pesar del esfuerzo de Víctor Garrido Puello,
descendiente de Eusebio. De las informaciones obtenidas por el biógrafo,
se colige que provenían de los medios modestos típicos de fines del período
colonial. Esto incluía la presencia cercana de antepasados españoles y todavía
más patente de libertos o descendientes de esclavos. La estructura social
de Santo Domingo proporcionaba a estos sectores un espacio de
desenvolvimiento, aunque sujeto al respeto de la superioridad del grupo
de propietarios terratenientes y funcionarios. No queda claro si los
antepasados de los Puello lograron un ascenso social acusado, pero es posible
que así fuera, ya que el protagonismo de los tres hermanos es significativo,
no obstante su identificación con el pueblo. No hay muchos datos acerca
de la condición social de padre, Martín Puello, pero el hecho de que
residiera en el interior de la ciudad amurallada es un indicador de que se
encontraba dentro de la clase media. Se sabe que Gabino, después de salir
del ejército, trabajaba como músico.
Se manejan fechas distintas del nacimiento de Joaquín Puello, pero
es probable que se produjera en 1806. El segundo de los hermanos,
Gabino, casi seguro nació en Puerto Rico, lo que sugiere que, como
miles de dominicanos, sus padres marcharon al exterior. Al igual que
tantos otros, regresaron tan pronto las condiciones lo permitieron, lo
que se ve en el hecho de que Eusebio nació en Santo Domingo en 1811.
284
PERSONAJES DOMINICANOS
Ya se ha visto que Joaquín ocupó puestos de jefatura en la tropa
haitiana, lo que lo puso en condiciones de desempeñar funciones en el
estamento militar del Estado dominicano. Gabino gozaba también de
influencia, y participó en los preparativos del golpe de 27 de febrero de
1844, aunque no logró los planos de autoridad de su hermano mayor.
Eusebio, tal vez por ser el menor, en un principio estuvo bastante
opacado, pero luego del período de desgracia que siguió al fusilamiento
de sus hermanos, se asoció a Pedro Santana, aceptó los preceptos conservadores y llegó al grado de mariscal de campo de España tras la guerra
de Restauración.
Durante mucho tiempo Joaquín asoció la presencia del dominio
haitiano con la suerte de los suyos, por lo que le mantuvo el respaldo hasta
mediados de 1843. Cuando Charles Hérard derrocó al dictador Jean Pierre
Boyer, expulsó a los hermanos Puello de la tropa por considerarlos
partidarios de este último. Este accidente ayudó a que Joaquín se inclinase
ante el avance de las posiciones favorables a la ruptura con Haití, tendencia
estimulada por la crisis que sacudía a los medios dirigentes de ese país.
JEFE MILITAR DEL 27 DE FEBRERO
A partir de la caída de Boyer, en marzo de 1843, entre los dominicanos
comenzó a ganar cuerpo el criterio de que se habían creado las condiciones
para la independencia u otra modalidad de ruptura con el dominio
haitiano. Los conservadores, muchos de los cuales habían colaborado
con los haitianos en la administración pública, comenzaron a orientarse
hacia la búsqueda de un protectorado de Francia, la potencia que mayores
intereses tenía entonces en Haití. En la Asamblea Constituyente de
Port-au-Prince, encabezados por Buenaventura Báez, llegaron a un
acuerdo secreto con el cónsul general de Francia, André Nicolás de
Levasseur. Según ese acuerdo, el Estado dominicano se colocaría bajo el
protectorado de Francia durante 10 años prorrogables, cedería a
perpetuidad la península de Samaná y colaboraría con el retorno de
Haití al dominio francés. Pese a que las negociaciones se llevaron a cabo
de manera discreta, para los medios urbanos quedó claro que los
conservadores, descreídos en la viabilidad de un orden independiente,
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
285
cifraban expectativas en la protección de Francia, por lo que comúnmente
recibieron el calificativo de “afrancesados”. Estos se opusieron por todos
los medios al objetivo de los trinitarios de establecer un orden autónomo,
por considerar que era producto de la ingenuidad de jóvenes inexpertos.
Con el tiempo, ambas partes llegaron a la conclusión de que era
imposible que cualquiera de ellas lograra por su cuenta expulsar a los
haitianos, por lo que entre los trinitarios emergió una corriente de
entendimiento con los conservadores.
Puello se incorporó a los trajines por la independencia cuando tuvo
conocimiento de la posición democrática de los trinitarios. Dio la
casualidad de que Gabino Puello era vecino de Duarte, quien se ocultó
en su casa cuando fue sometido a persecución por Hérard. El
involucramiento de los Puello en el movimiento se produjo a través de
José Diez, tío de Duarte, que abordó a Gabino, quien a su vez le presentó
a Joaquín. Estos reclutamientos contribuyeron a que los trinitarios
ampliaran su influencia sobre porciones de la masa del pueblo en la
ciudad capital. A Joaquín se le garantizó que los trinitarios no reiterarían
el ejemplo dejado por los “colombianos”, como propagaban los
funcionarios haitianos. Con eso se hacía alusión al Estado Independiente
de Haití Español proclamado el 1º de diciembre de 1821, concebido
para formar parte de la Gran Colombia, desacreditado por no haber
abolido la esclavitud.
Desde el principio de los preparativos que culminaron el 27 de
febrero de 1844, Joaquín y sus hermanos se distinguieron como piezas
insustituibles. Puede aseverarse que a Joaquín le correspondió obtener
el compromiso de muchos integrantes de los regimientos 31 y 32,
compuestos por dominicanos de la ciudad de Santo Domingo, sin los
cuales el derrocamiento del dominio haitiano no hubiera sido posible.
Dentro de estas actividades conspirativas sobresalió la capacidad mostrada
para incorporar personas de sectores populares que hasta entonces habían
estado desconectadas de las prédicas de los trinitarios.
Cuando comenzaron a ultimar los preparativo, Joaquín Puello operó
junto a Francisco del Rosario Sánchez en calidad de especialista militar
y encargado de los detalles operativos necesarios para producir el golpe
contra el dominio haitiano. En las semanas previas al 27 de febrero se
constituyó un centro revolucionario dirigido por Sánchez, con la presencia
286
PERSONAJES DOMINICANOS
de Manuel Jiménes, Joaquín Puello, Vicente Celestino Duarte y Matías
Ramón Mella.
El centro revolucionario de los trinitarios logró del letrado
conservador Tomás Bobadilla concesiones sobre aspectos políticos que
consideraban innegociables. Esto se advierte en los términos del
Manifiesto del 16 de Enero, mediante el cual se convocaba a establecer
un Estado soberano que no cuestionase las conquistas logradas durante
la ocupación haitiana, como la abolición de la esclavitud. Parece ser que
en el transcurso de las negociaciones surgieron divergencias, que explican
que Vicente Celestino Duarte decidiese no firmar el documento. Pero,
en lo fundamental, los trinitarios estimaron que sus posiciones nacionales
y liberales quedaban reconocidas dentro de los parámetros políticos e
ideológicos del proyectado Estado. Fue sobre esa base que Puello aceptó,
como figura conspicua que representaba a las personas humildes y de
color, la alianza con los conservadores.
En los días que precedieron a la proclamación de la República
Dominicana, a Puello le tocó la misión de garantizar la factibilidad
práctica del movimiento. Sánchez estaba oculto, por lo que solamente
podía trazar orientaciones que otros debían ejecutar. El único que se
señala con un protagonismo parecido al de Puello fue Manuel Jiménes,
quien también gozaba de cierto ascendiente sobre la tropa y sobre personas
cuya cooperación resultó ser fundamental.
El activismo de Puello se hizo extensivo al resto de su familia, que
tenía vínculos personales con Sánchez. Sobresalió en esas labores Gabino,
quien recibió la misión de llevar la copia del Manifiesto del 16 de Enero
a la región sur, a fin de obtener la cooperación para que el golpe fuese
secundado. Esa zona resultaba de vital importancia, pues por ella debería
incursionar el ejército haitiano en cualquier reacción tendente a aplastar
al naciente Estado dominicano. El problema principal que debía resolver
Gabino Puello consistía en neutralizar la influencia de Buenaventura
Báez en Azua, localidad más importante de la región. Báez trataba por
todos los medios de impedir que los trinitarios tuvieran éxito, llegando
a denunciar las actividades de Gabino, lo que ocasionó que fuera
perseguido por los haitianos.
Entre los acuerdos finales que tomaron los complotados, se dispuso
que Sánchez presidiera la Junta Central Gubernativa, el gobierno
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
287
provisional de la proyectada República Dominicana, y quedar como
jefe del Departamento de Santo Domingo. En el mismo orden, se acordó
que Puello sería designado jefe de la guarnición de la ciudad, con el
rango de coronel, la posición militar más importante dentro del esbozo
de ordenamiento de la autoridad independiente.
JEFE DE LA GUARNICIÓN
Durante la noche del 27 de febrero de 1844, Puello dio muestra de una
firmeza de carácter acorde con la responsabilidad que tenía bajo su cargo.
Desplegó el dispositivo para ocupar los puntos estratégicos de la ciudad,
en especial el puerto y los bastiones de las murallas. Ello garantizaba la
comunicación con la ribera opuesta del río, crucial para permitir la llegada
de refuerzos desde Los Llanos y El Seibo, sobre los cuales se cifraban
expectativas para asegurar la capitulación de la reducida guarnición
haitiana.
Un problema que debió resolver Puello fue la resistencia del Batallón
Africano, compuesto de antiguos esclavos de Monte Grande, dirigido por
el comandante Esteban Pou, cuya tropa temía que el Estado independiente
restableciese la esclavitud. Ese batallón impedía el movimiento entre Santo
Domingo y el este, por lo que Puello ordenó que se le comunicara a Pou
que “si no hace su entrada en el momento con su batallón, lo voy a hacer
entrar con dos piezas de artillería”. La orden fue llevada por su hermano
Eusebio, quien logró que los antiguos esclavos abandonaran la rebeldía y
se pusiesen a las órdenes de la República. Cuando los jefes del batallón, el
comandante Pou y el capitán Santiago Basora, hicieron su presentación
en la ciudad con muchos de sus hombres, Puello les explicó que la
República Dominicana les garantizaba la libertad, en prenda de lo cual
ponía su origen personal.
Durante los primeros meses de la vida independiente, las actuaciones
de Puello fueron discretas, por entender que, como militar, no le
correspondía inmiscuirse en los asuntos políticos. Se limitó a reforzar la
capacidad defensiva de la ciudad y a tratar de respaldar las actividades
del Frente Sur, comandado por Santana. Pese a esa actitud reservada, era
partidario de los planteamientos democráticos radicales de Juan Pablo
288
PERSONAJES DOMINICANOS
Duarte, lo que le fue granjeando mayor popularidad. Para consolidar
las posturas favorables a la independencia absoluta, Puello seleccionó su
tropa entre negros y mulatos, quienes no podían sino ver con hostilidad
la conducta de los conservadores. La importancia de Puello como figura
clave que sostenía las posiciones de Duarte se observa en un manifiesto
firmado por integrantes de la tropa de la ciudad capital, en el que se
solicitaba que se ascendiese al rango de generales de división a Duarte,
Sánchez y Mella, y que a Puello se le confiriese el grado de general de
brigada. La Junta Central Gubernamental rechazó la primera petición,
pero tuvo que aceptar el ascenso de Puello.
A fines de mayo se precipitaron los conflictos entre liberales trinitarios y conservadores afrancesados, cuando los segundos intentaron,
de manera abierta, imponer el Plan Levasseur, que estipulaba el protectorado francés. Tomás Bobadilla, en su calidad de presidente de
la Junta, pronunció un discurso ante las autoridades y figuras prestigiosas de la capital, que intentaba oficializar la concepción
proteccionista. De inmediato Duarte elevó su voz reprochando estas
propuestas antipatrióticas, preludio de una cadena de conflictos que
culminaron el 9 de junio con la deposición de la mayoría conservadora
de la Junta por obra de un movimiento popular que tuvo por principal instigador a Puello.
Ese día se reorganizó la Junta Central Gubernamental. Se colocó en
su presidencia a Francisco del Rosario Sánchez y se incorporó a Juan
Isidro Pérez y a Pedro Alejandro Pina, fieles compañeros de Duarte.
Este último fue enviado al Cibao, a fin de obtener apoyo para el nuevo
gobierno. Mientras tanto, Pedro Santana, jefe de la tropa más numerosa,
se mantenía a la expectativa y el país quedaba al borde de la guerra civil.
En la confrontación con los conservadores, Puello mostró posiciones
beligerantes, en defensa de las ideas de Duarte. Se rodeó de una “guardia
pretoriana” compuesta por integrantes del Batallón Africano. El cónsul
francés Eustache Juchereau de Saint Denys le tomó animadversión, por
considerar que su intransigencia se erigía en el obstáculo básico para
que se adoptara el Plan Levasseur. El Cónsul contribuyó a difundir la
especie de que Puello era un dictador que tenía por propósito eliminar
la influencia de los blancos.
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
289
La correlación de fuerzas a favor de los trinitarios comenzó a
desvanecerse cuando Santana se negó a entregar el mando al coronel
Esteban Roca, designado por la Junta para que preparara el terreno a
Sánchez, designado jefe del Frente Sur. En Santo Domingo cundió la
confusión cuando se tuvieron noticias de que Duarte había sido
proclamado presidente de la República en Santiago. Se produjeron
divergencias entre Duarte y Sánchez, ya que el segundo era partidario
de llegar a alguna forma de acuerdo con los conservadores. Ahora bien,
lo que ponía las cosas en estado crítico era la beligerancia de Santana,
proclamado jefe supremo del país el 3 de julio por la oficialidad del
Frente Sur. Días después, el hatero seibano marchó hacia San Cristóbal
con el propósito de entrar a Santo Domingo en aparente plan conciliador.
Al parecer, Sánchez, no obstante su posición moderada, intentó oponerse
a la entrada de Santana y a la opinión prevaleciente en contra de la
guerra civil. Pero la habilidad de Santana logró el efecto deseado: al
anunciar que no venía en son de guerra, tranquilizó los ánimos de muchos
que pensaron en un entendimiento amigable.
Las dos figuras que tuvieron mayor incidencia en esta postura fueron
Manuel Jiménes, jefe de la provincia de Santo Domingo, y Joaquín
Puello, jefe militar de la ciudad, los dos comandantes militares con que
habían contado los trinitarios el 27 de febrero. Particularmente decisivo
en el desenlace del conflicto fue el hecho de que Puello, quien tenía los
hilos del control militar de la ciudad, decidiese no ofrecer resistencia
armada a Santana.
No hay testimonios sobre las razones que llevaron a Puello a esta
decisión, pero no es riesgoso suponer que obedeció a la convicción de
que la guerra civil sería funesta y abriría el terreno al retorno del dominio
haitiano. Es posible que recibiese garantías de que la vuelta de los
conservadores a la jefatura de la Junta no comportaría el desconocimiento
de los ordenamientos sociales y políticos favorables a los sectores
mayoritarios de color.
El 21 de julio Santana entró a la ciudad al frente de la tropa, bien
recibido por Jiménes y Puello. Obró con cautela, a fin de evitar
derramamientos de sangre, y al día siguiente fue proclamado jefe supremo
del país, tras lo cual reorganizó la Junta Central Gubernativa,
290
PERSONAJES DOMINICANOS
adjudicándose él mismo su presidencia. En la primera reforma de la
Junta, Sánchez fue designado vocal, pero cuando Santana captó que no
se presentaría una oposición de consideración al contragolpe, decidió
expulsar a los trinitarios que habían mostrado actitudes beligerantes.
Mientras Sánchez, Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina, entre
otros, fueron encarcelados, Manuel Jiménes y Joaquín Puello fueron
ratificados en sus puestos. En cosa de horas debió producirse un deslinde
entre quienes decidieron aceptar la preponderancia de Santana y quienes
no estaban dispuestos a plegarse a ella. Santana decidió operar con tacto
en tales circunstancias, consciente de que carecía de mucha fuerza y, por
ende, le convenía concitar el mayor número de partidarios. Le resultaba
crucial, para asentar su autoridad, neutralizar al grueso de las personas
que habían respaldado las posturas de Duarte. De tal manera, el
apresamiento y la posterior deportación de Duarte y sus compañeros
más conspicuos tuvo por contrapartida la integración al nuevo gobierno
del mayor número posible de antiguos trinitarios que, como Puello, se
habían distinguido por sus posiciones radicales pero decidieron
deponerlas en aras de la unidad del país.
El hecho de que Puello le diera la espalda a Duarte y fuese el artífice
de que Santana se impusiera sin derramamiento de sangre, no significa
que depusiese la esencia de sus posiciones políticas. Por motivos tácticos,
el dictador decidió no dar a conocer su postura anexionista, y poco después
de llegar a la presidencia se supo que el gobierno francés había decidido
desligarse de las maniobras desplegadas por su cónsul en Haití, prefiriendo
por el momento no inmiscuirse en los asuntos internos de la República
Dominicana. En los años siguientes ninguna potencia mostró interés en
anexar a la República Dominicana o colocarla bajo su protección. En tal
contexto no se presentaba conflicto entre Santana y Puello. Al primero le
interesaba mantener al segundo a su servicio como medio para dejar la
impresión de que representaba a todos los sectores. A Santana además le
convenía mantener a Puello como un medio de debilitar a otros
conservadores que no aceptaban sus prerrogativas dictatoriales. Santana
no había logrado una autoridad absoluta, por lo que se veía precisado a
maniobrar entre personas y facciones.
Como parte de ese tinglado, resultaba patente el enfrentamiento
bajo cuerda entre Puello, defensor intransigente de la independencia
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
291
absoluta, y una camarilla de conservadores, dirigida por los principales
ministros, algunos de los cuales no ocultaban su fe anexionista. Aunque
dejó de hablarse de manera explícita en ese sentido, para muchos de
ellos Puello seguía siendo el representante de los negros. Planteaban
una cuestión de “raza” que no existía, puesto que eran los únicos que
propugnaban por una política exclusivista, de acuerdo con la cual el
dominio debía estar reservado a los blancos.
Puello cuestionaba esta orientación en materia étnico-social, con lo
que ratificaba el fondo de las convicciones que lo habían llevado a aceptar
la independencia, a solidarizarse con Duarte y, por último, a integrarse al
régimen de Santana como un mal menor en aquellas circunstancias. Puello,
seguía siendo un ídolo entre los pobres de color, y para él la independencia absoluta se identificaba con los intereses de ese sector social. Pero no
aspiraba a la eliminación de los blancos, sino a que se garantizase la igualdad de derechos entre todos los dominicanos, al margen del color de la
piel, apellido o creencias religiosas, tal como había sido enunciado por
Duarte. Esta postura resultaba intolerable a los conservadores recalcitrantes, que veían en él a un enemigo peligroso, capaz de desplazarlos del
poder, como había demostrado el 9 de junio de 1844. Les preocupaba
que siguiese manteniendo una fuerte cuota de mando como jefe de la
guarnición de la capital y, más adelante, como ministro del Interior y
Policía. Se agregaba un componente de tipo personal: Puello se sentía con
la autoridad suficiente para desafiar a sus enemigos, mostrando a veces un
talante irascible, producto de su formación de militar. Terminó siendo
odiado intensamente por algunos de los integrantes del gabinete.
El conflicto de posiciones se agudizó con motivo de un proyecto
de ley para promover la llegada de inmigrantes que aportasen el componente poblacional necesario al desarrollo del país. La necesidad de
la inmigración no la discutía nadie, ya que el territorio dominicano
estaba prácticamente deshabitado, situación que conspiraba contra la
posibilidad de que la nación labrase los medios de su prosperidad.
Adicionalmente se presentaba la desproporción demográfica entre Haití y
República Dominicana como un problema para la perpetuación de la
independencia. Se ha estimado que en 1844 la República Dominicana
tenía alrededor de 135,000 habitantes, mientras el país vecino sobrepasaba los 700,000.
292
PERSONAJES DOMINICANOS
Ahora bien, los sectores dirigentes asociaban el objetivo migratorio
a un estilo de desarrollo que implicaba la preponderancia de los europeos
o descendientes directos, por cuanto veían a estos como los únicos agentes
del progreso. Para que el país se desarrollase, estimaban, había que contar
con aquellos que trajesen los hábitos de trabajo y los niveles culturales
que habían permitido el avance civilizado de Europa. Aunque rechazaban
una política racial de cualquier género, muchos liberales aceptaban que
los blancos eran los portadores de la idea del progreso, por lo que también
consideraban que los inmigrantes deseables eran europeos.
En los debates que se abrieron con motivo de la enunciación de las
políticas migratorias, Puello introdujo una nota discordante. Manifestó
que no objetaba la pertinencia de la llegada de extranjeros para que
contribuyesen al engrandecimiento del país, pero que debían ser de todas
las condiciones raciales; de lo contrario, acotaba, se estaba sacralizando el
privilegio de los blancos. En consecuencia, para él debía favorecerse, junto
con los europeos, la entrada de negros y mulatos en igualdad de
proporciones. Estaba proponiendo una inmigración proveniente de países
cercanos, como Puerto Rico, con una población mayoritaria de color.
ESTRELLETA
Hasta 1845, Puello no participó en ninguna acción bélica contra los
haitianos. Durante el tiempo que duró lo que más tarde los historiadores
militares denominaron “Primera campaña”, se mantuvo como jefe de la
guarnición de Santo Domingo. Al concluir esos combates, a Santana le
bastó dejar una tropa reducida en la proximidad de la frontera, al mando
del general Antonio Duvergé. La situación cambió cuando Louis Pierrot
llegó a la presidencia de Haití, a inicios de 1845, y anunció una
disposición agresiva contra la independencia dominicana. Las hostilidades
comenzaron hacia finales de marzo con pequeñas incursiones, pero en
junio cuando se inició una sucesión de escaramuzas por el control del
fuerte Cachimán, cerca de Bánica, que le había sido quitado a los haitianos
por Duvergé en diciembre de 1844.
El Gobierno dominicano estimó que la situación se tornaba delicada
en el área de la frontera, donde podía sobrevenir una ofensiva enemiga,
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
293
y decretó la movilización general. Duvergé tuvo que replegarse a fines
de julio, se temió que se rompiese el frente y los haitianos avanzaran
hasta el pie de la muralla de Santo Domingo. Se decidió enviar refuerzos
al Frente Sur, y Puello fue colocado a la vanguardia, señal de la confianza
que le tenía Santana en el aspecto militar. Se le confió la primera división
del Frente Sur, con un nivel de mando similar al de Duvergé. Entre
agosto y mediados de septiembre de 1845, las tropas comandadas por
Puello y Duvergé efectuaron maniobras que permitieron mantener la
iniciativa e impedir que los haitianos traspasasen la raya fronteriza.
El 16 de septiembre Puello tuvo conocimiento de que en la orilla
del río Matayaya se había producido una concentración de efectivos
haitianos comandados por los generales Toussaint, Samedi y Morissette.
El general dominicano intentó ganar tiempo para que la división de
Duvergé, acantonada en la sabana de Santomé, próxima a San Juan,
pudiese reunirse con la suya; pero para frenar el avance enemigo, decidió
al otro día librar solo el combate. Escogió la sabana de Estrelleta y dividió
la tropa en dos alas, cada una compuesta de seis batallones, comandadas
por los coroneles Bernardino Pérez y Valentín Alcántara. En un despacho
de ese día, Puello describió lo acontecido.
Al llegar a las alturas de Mata-Yaya, percibimos al enemigo en la
ribera opuesta al río, y militarmente posesionado en una cordillera
de cerros situados en la sabana de Estrelleta, cubiertas sus dos
únicas entradas con dos piezas de artillería, y un trozo de caballería
avanzado, bastante distante de su cantón general. Inmediatamente
avistaron la columna bajo mi mando, tocaron generala y se
dispusieron a esperarnos: le contesté con nuestra batería y me
preparé a entrar en acción, que era todo mi anhelo, esperando solo
que el ala derecha hiciera la señal concertada. En efecto, al cuarto
de hora de mi llegada rompió esta el fuego, siendo las 8 en punto
de la mañana y la columna bajo mi mando, volando con la rapidez
del rayo se lanzó sobre los enemigos burlándose de sus balas y
metrallas. En un instante se posesionaron de las piezas de artillería
y rompieron la división enemiga: la mismo ejecución a el ala
izquierda; y después de 2 horas de un vivo combate derrotamos a
los haitianos, quedando en nuestro poder la dos piezas de artillería,
pertrechos, cajas de guerra, algunos fusiles y el campo sembrado
294
PERSONAJES DOMINICANOS
de innumerables cadáveres, y por otros tantos heridos, no habiendo
de nuestra parte, sino 3 heridos levemente.
Seguramente Puello faltó a la verdad al afirmar que solo hubo tres
heridos, consciente de que Santana, con fines propagandísticos, haría
publicar en hoja suelta su parte de la batalla. En todas partes los ejércitos
tienden a minimizar sus bajas y a exagerar las del enemigo. Aun así, no
cabe duda de que la derrota haitiana fue contundente, por lo que significó
el final de la ofensiva en la frontera meridional. Al poco tiempo, el 27 de
octubre, se produjo una victoria gemela en Beler, en la frontera norte,
bajo la dirección del general Francisco A. Salcedo.
La batalla de Estrelleta fue el hecho bélico más importante que hasta
ese momento se había producido con Haití, tanto en el sentido del número
de las tropas involucradas como del alcance de la victoria. Este triunfo ha
sido considerado el más virtuoso desde el punto de vista militar, ya que
Puello puso de manifiesto su destreza en la forma en que desplegó las
columnas y las movió para desbaratar el avance enemigo. Se distinguieron
hombres de armas que tomarían parte en sucesivos combates, como José
María Cabral y Valentín Alcántara. Pero, sobre todo, Estrelleta significó
la ratificación de la capacidad de los dominicanos, al grado de que no se
produjeron nuevas incursiones haitianas hasta 1849.
La importancia de la victoria fue objeto de reconocimiento por Santana, quien poco después decidió nombrar a Puello como ministro de
Interior y Policía, en sustitución de Tomás Bobadilla, con quien había
tenido graves desavenencias. De acuerdo con Víctor Garrido, mientras
Santana privilegiaba las relaciones con Francia, Bobadilla se oponía al
pago de la cuota de la deuda contraída por Haití en 1825. Esta maniobra confirma cómo Santana usaba el ascendiente de Puello, en ese
momento en su cenit por el triunfo de Estrelleta, para dirimir pugnas
con otros prohombres del bando conservador.
De acuerdo con José Gabriel García, esa designación agudizó la
animadversión de los conservadores hacia Puello, debido a que se lo veía
mejor posicionado para oponerse a los proyectos anexionistas. Garrido
añade que el conflicto se puso de manifiesto con motivo de la visita del
coronel español Pablo Llenas, a inicios de 1846, momento en que Puello
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
295
se puso en estado de alerta para impedir cualquier intento de alterar el
equilibrio político existente.
Pero Puello seguía siendo una pieza clave en el tinglado de poder
de Santana, como se verificó en ocasiones delicadas. Una de ellas fue la
negativa de reclutas de la zona de San Cristóbal a marchar hacia el frente,
a inicios de 1845, en ocasión de la ofensiva anunciada por Pierrot. En
esa oportunidad se consideró que había una motivación racial, pues los
conjurados objetaban el dominio de los blancos, por lo que no deseaban
oponerse a Haití. A pesar de sus posturas favorables a la población de
origen africano, ante un atentado contra la seguridad del Estado, Puello
decidió actuar con una dureza que formaba parte de su personalidad. Se
trasladó al terreno de los hechos y dispuso castigos contra los inconformes,
que incluyeron la prisión del general Manuel Mora, hasta entonces
partidario de Santana. La segunda vez que mostró esa energía propia del
militar fue durante la reducción de un conato de motín de tropas en la
frontera, en protesta por las difíciles condiciones de vida que atravesaban,
y asumió la responsabilidad de disponer el fusilamiento de dos oficiales
considerados generadores del malestar.
CAÍDA EN DESGRACIA Y FUSILAMIENTO
Desde mediados de 1847, la posición de Santana comenzó a debilitarse.
Es posible que la causa inicial de tal giro radicara en la coyuntura
económica desfavorable, producto de la crisis que comenzaba a
manifestarse en las economías de Europa. Fueron proliferando
desacuerdos en los círculos dirigentes y se llegó a ponderar la remoción
de Santana, a quien se le achacaba la preponderancia de la camarilla de
funcionarios corrompidos que no se preocupaban por los problemas del
país. En el seno del gabinete se abrió un debate y se visualizó a Puello
como un aspirante a la presidencia, cuyo propósito estribaría en favorecer
a las personas de color.
Como parte de este estado de descomposición, se desarrolló una
conspiración encabezada por el ministro de Guerra y Marina, general
Manuel Jiménes, quien, tal vez por su origen común entre los trinitarios,
296
PERSONAJES DOMINICANOS
le propuso a Puello formar parte del plan, lo que el segundo rechazó. La
negativa dio lugar a cierta hostilidad de parte de Jiménes contra Puello,
lo que ha sido interpretado erróneamente por algunos historiadores que
han llegado a la conclusión de que la desgracia de Puello estuvo
provocada por las maniobras de Jiménes.
En realidad, fueron los conservadores a ultranza, como José María
Caminero, quienes prepararon un expediente para arruinar la influencia
del ministro de Interior y Policía. La inquina dio frutos. Desde cierto
momento Santana se mostró indispuesto contra Puello, por sospechar
que abrigaba el propósito de alcanzar la presidencia y decidió esperar la
ocasión para destituirlo. Lo que aconteció a finales de 1847 en las esferas
del poder ha quedado bastante oscuro en sus detalles, porque se han
emitido explicaciones carentes de fundamento. A pesar de esta falta de
claridad sobre algunos aspectos, no cabe duda, como pone de relieve
Víctor Garrido, que Puello fue víctima de una intriga de vastas
proporciones. El primer indicador fue la destitución de su cargo de
Interior y Policía y su designación al frente del Ministerio de Hacienda,
posición que no se correspondía con su condición de militar. De todas
maneras, Santana lo mantuvo como interino al frente del Ministerio de
Interior y Policía, aunque ya objeto de suspicacia. Hay indicios de que
Jiménes, consciente de lo que le esperaba a su compañero de gabinete,
intentó protegerlo, pero tuvo que hacerlo de manera cuidadosa,
empeñado ya en buscar los medios para forzar la renuncia de Santana.
En ese contexto fue anunciada una conspiración cuyo supuesto
propósito consistía en implantar una dictadura de los negros. Puede
aseverarse que tal trama nunca existió, pero Santana aprovechó la
denuncia para destituir a su ministro. Por su posición, le correspondía a
Puello investigar el supuesto complot, pero fue detenido por orden del
presidente, quien se amparó en el artículo 210 de la Constitución, que
le otorgaba facultades dictatoriales, para formar una comisión encargada
de juzgar el caso. En ese momento estaba claro que Santana buscaba el
fusilamiento de Puello, pero decidió, al igual que en otras ocasiones,
darle legalidad judicial. Llegó al extremo de imponer su criterio de que
se aplicase la pena de muerte, interpretando que 11 votos a favor
componía la mayoría, pese a que hubo 13 votos divididos entre libertad,
prisión y destierro. Pocas veces en la historia del país se ha fabricado un
JOSÉ JOAQUÍN PUELLO
297
expediente tan burdo con el fin de justificar un fusilamiento previamente
decidido.
Tan obcecado estaba el tirano en su propósito de deshacerse del
antiguo ministro que, obtenida la condena a muerte el 22 de diciembre
de 1847, lo hizo fusilar al otro día, a fin de no dar tiempo para que se
manifestara el clamor de la sociedad, ya que casi todo el mundo tenía la
convicción de que la conspiración “negrófila” era inexistente.
Como en las otras ocasiones, Santana decidió castigar con pena de
muerte a familiares cercanos del afectado. Fueron involucrados en la
fantasmagórica intentona el general Gabino Puello, quien ni siquiera
residía en la ciudad, y el tío de los hermanos Puello, Pedro de Castro,
ambos fusilados junto a Joaquín Puello el 23 de diciembre de 1847. El
tirano se desembarazaba de un patriota que había decidido servirle, como
mal menor, pero que no ocultaba su hostilidad frente a cualquier proyecto
anexionista o proteccionista.
BIBLIOGRAFÍA
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Welles, Sumner. La viña de Naboth. 2 vols. Santiago, 1939.
ANTONIO DUVERGÉ
PRIMER GUERRERO DE LA INDEPENDENCIA
EL JEFE MILITAR
La proclamación de la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844,
tuvo que afrontar de inmediato el peligro militar que representaba Haití,
entonces con una población cinco veces mayor y con recursos económicos
y militares muy superiores. Los gobernantes haitianos se negaban a
reconocer la independencia nacional y mostraron una actitud agresiva
hasta la caída de Faustin Soulouque en 1858. La defensa del territorio
pasó a tener entre los dominicanos la mayor importancia.
Tan apremiante resultaba el requerimiento de enfrentar la amenaza
militar haitiana que el prestigio político de Pedro Santana se originó en
el mito de que su presencia resultaba indispensable. Santana fue un
autócrata que usufructuó indebidamente un aura de gran militar. Análisis
interesados en resaltar la figura de Santana han opacado que los éxitos
de sus campañas defensivas frente a Haití se debieron sobre todo a una
participación popular activa, fruto de la compenetración de la población
con la existencia de un Estado propio. De igual manera, al inflar las
dotes militares de Santana, se soslayaron las contribuciones de los jefes
de tropa en las campañas que se escenificaron entre 1844 y 1856.
De seguro, el adalid más relegado por esas apreciaciones políticas e
históricas fue Antonio Duvergé. El examen de los hechos bélicos muestra
que disponía de una capacidad militar sustancialmente mayor que la de
Santana. Hizo escuela al sistematizar un conjunto de procedimientos
para subsanar la inferioridad númerica de soldados y la calidad de los
pertrechos. Estos recursos pueden resumirse en el asalto de infantería
con armas blancas, especialmente machetes, lo que en el contexto de los
armamentos de la época todavía resultaba factible. Duvergé mostraba
sagacidad al dar una solución que se apoyaba en una tradición bélica
nativa proveniente del siglo XVII. Había sido con el uso de esa arma que
los criollos proto-dominicanos, casi todos de sectores populares ubicados
en las milicias y en las de pardos y morenos, lograron detener el avance
301
302
PERSONAJES DOMINICANOS
de los bucaneros franceses y derrotar la expedición inglesa de 1655
enviada por Oliver Cromwell. Esa arraigada tradición bélica se había
puesto también en práctica en la batalla de Palo Hincado, que puso fin
al dominio francés en 1808.
Pero además de teórico del arte de la guerra, Duvergé se reveló
como un táctico consumado cuando encabezó momentos estelares del
esfuerzo defensivo en los años posteriores a 1844. Esas condiciones le
permitieron fungir de maestro de los mejores jefes militares, sobre los
cuales recayó la defensa de la frontera sur. Su formación se produjo en
escasas semanas, como parte de los preparativos para el golpe del 27 de
febrero. Sin duda fue él quien se mostró más dotado para recibir las
enseñanzas que, en forma secreta, transmitió el francés Francisco Soñé,
veterano de las tropas de Napoleón Bonaparte, a los complotados en Azua.
Sus méritos le fueron regateados por motivos políticos, con el fin de
enaltecer de manera artificiosa la figura de Santana. Duvergé y Santana
representaron polos antagónicos de actitudes del militar. Santana utilizó
la carrera de las armas como medio de supremacía política, mientras
Duvergé se situó como un subordinado disciplinado de la superioridad
política en el ordenamiento del Estado. Santana carecía de vocación
patriótica y nunca se asoció a los anhelos de libertad e igualdad; Duvergé,
en cambio, abrigaba genuinas intenciones patrióticas. Santana tenía un
temperamento irascible y hacía valer sus intereses por encima de todo,
mientras Duvergé exhibió una modestia inconmovible, que lo llevaba
al terreno de las armas animado por el sentido del deber. Como militar,
Santana se contentaba con dirigir desde lejos, Duvergé se encontraba
siempre en medio del fragor del fuego. Sobre todas las cosas, Duvergé
brilló por su bondad, por lo que Alcides García Lluberes lo califica
de “modesto, noble y meritísimo”.
Es probable que desde muy pronto Santana abrigase recelos respecto
a la gloria de Duvergé, a los cuales no dio curso de inmediato por tener
conciencia de requerir sus servicios. Pero desde el momento en que
Duvergé se negó a secundar a Santana en el desconocimiento del
gobierno legal de Manuel Jiménes, en 1849, cayó en desgracia y fue
traducido a juicio y relegado a confinamiento en El Seibo. Se abrió una
animadversión desenfrenada que concluyó con la condena a muerte en
1855, instigada personalmente por Santana.
ANTONIO DUVERGÉ
303
ORÍGENES Y AÑOS FORMATIVOS
Tienen razón, en lo fundamental, Alcides García Lluberes y Joaquín
Balaguer al indicar que la actitud beligerante de Duvergé a favor de la
independencia dominicana se encontraba asociada a sus orígenes familiares.
Sus padres, José Duvergé y María Duval, eran criollos mulatos de la colonia
francesa de Saint Domingue, probablemente de posición económica
desahogada, radicados en Mirebalais, localidad de la zona central no
lejana de la frontera. Al igual que tantos otros propietarios, se vieron
obligados a emigrar desde Saint Domingue a territorio dominicano, por
haberse solidarizado con las posiciones del sector mulato de “viejos libres”
que confrontó el ascenso de los jefes de los esclavos liberados.
Alcides García Lluberes ha determinado que el matrimonio DuvergéDuval abandonó el territorio vecino a raíz del avance de las huestes
independentistas comandadas por Jean Jacques Dessalines en 1803. El
insigne historiador determinó que los padres del héroe se consideraban
ciudadanos franceses, por tanto refractarios al establecimiento de un
Estado independiente. Es probable que, al igual que otros mulatos
emigrados, proyectasen desde muy pronto radicarse de manera
permanente en Santo Domingo. Pero se vieron forzados a trasladarse a
Puerto Rico poco después, al igual que muchos dominicanos y refugiados
de la colonia francesa, a fin de protegerse de los insurgentes haitianos.
En 1807, año de nacimiento del futuro adalid de la libertad de los
dominicanos, sus padres tenían cierto tiempo residiendo en Tortuguero,
localidad próxima a Mayagüez. José Duvergé se ganaba la vida en un
ingenio azucarero situado cerca de una zona boscosa. Sus faenas lo
obligaban a permanecer en el monte, y ahí se hallaba cuando su esposa
dio a luz. De ahí vino el apodo de Bois –Buá– (bosque en francés), con
el que Duvergé pasó a ser designado por sus conocidos. La posición de
sus padres en Puerto Rico no debía ser desahogada, por lo que, al igual
que miles de dominicanos emigrados, decidieron retornar a Santo
Domingo tan pronto desapareció la amenaza bélica, a raíz de la división
de Haití en dos Estados.
Es poco lo que se sabe acerca del discurrir ulterior de la familia.
Durante la primera década de vida en territorio dominicano, los
Duvergé se establecieron en El Seibo, donde sobrellevaban una
304
PERSONAJES DOMINICANOS
existencia llena de privaciones. Hacia 1818 se trasladaron a San Cristóbal,
tal vez aprovechando que tenían parientes radicados allí. La formación
del héroe se vinculó al espacio de San Cristóbal y zonas aledañas. Durante
esos años José Duvergé siguió dedicado a labores agrícolas, pero pudo
ahorrar una pequeña suma de dinero que le permitió dedicarse al negocio
del corte de maderas preciosas, con lo que su situación mejoró.
Llegado al país con menos de dos años, Duvergé se integró al medio
como un dominicano más, sin que lo estorbase el origen de sus padres.
Síntoma de esa asociación fue el cambio del apellido original, Duverger.
Duvergé decidió permanecer en el terruño tras la implantación del dominio
haitiano en 1822. Los traumas familiares no vencieron su determinación
de seguir residiendo en el país, a lo que se debió agregarse la forma pacífica
con que se estableció el dominio de Jean Pierre Boyer. De todas maneras,
es probable que el origen familiar de alguna manera contribuyera a su
irreductible compenetración con lo dominicano. Se cuenta que José
Duvergé inoculó a su hijo aversión al dominio haitiano, como expresión
de las experiencias traumáticas que había pasado por pertenecer al sector
mulato. Pero esto no significa que Antonio Duvergé se situara, respecto
al ordenamiento en Haití, desde la óptica de los antiguos propietarios
franceses. Más bien elaboró conceptos acordes con su ubicación como
dominicano. Así se muestra en la proclama que dirigió a los haitianos el
18 de diciembre de 1848, en respuesta a la que días antes había enviado
el presidente Faustin Soulouque a los dominicanos. Es un documento
en el que contrasta los ordenamientos político-sociales de los dos países.
Del lado dominicano destaca una solidaridad nacional efectiva y fructífera:
Vuestro Gobierno nos recuerda por medio de su proclama que la
sangre africana circula por nuestras venas, ¿Y quién de nosotros lo
ha dudado? Echad una ojeada sobre todos nuestros empleados
civiles y militares de toda categoría, los veréis indistintamente
matizados por los diversos colores que produce la naturaleza
humana, y distinguiréis una sola escala para ascender a los puestos
más elevados de la República, la virtud.
En contraste, caracterizaba la formación social haitiana como
escindida por pugnas funestas entre grupos étnico-sociales de color,
que denomina “castas”. Desechaba que el Estado haitiano pudiera
ANTONIO DUVERGÉ
305
brindar la protección que ofrecía a los dominicanos, incluyendo a los
“muy pocos” antiguos esclavos.
¿Lo es la guerra terrible y destructora, esa guerra civil, esa guerra de
castas, esa guerra fratricida en que se os compele a degollar a los
unos a los otros; guerra infausta que sostiene la política más bárbara,
más imprudente, más maquiavélica, y más antisocial del mundo?
Un hito de la existencia de Duvergé fue su matrimonio, en 1831,
con María Rosa Montás, dominicana también descendiente de mulatos
de Saint Domingue. Independizado del padre, desde joven siguió
dedicado al corte de caoba y otras maderas preciosas, la principal
actividad económica en la época. El corte de madera era emprendido
generalmente por los antiguos dueños de hatos de ganado y por una
categoría de lo que hoy se designa como clase media, situada entre
los grandes comerciantes del puerto y el campesinado. Gran parte
del liderazgo político y militar de la independencia y la acción política de
las décadas posteriores obtenía su sustento material de la actividad
maderera. Esta requería de pericias vinculadas al medio rural. El
empresario de un corte de maderas debía bregar con trabajadores rudos
en soledades agrestes y estaba sujeto a riesgos económicos considerables.
De hecho, la actividad dejaba márgenes reducidos de beneficios, los
necesarios para la subsistencia de la familia.
La formación de las habilidades guerreras de Duvergé no debió ser
ajena a su prolongada ocupación como cortador de maderas. Se vio
obligado a realizar frecuentes recorridos por la región sur, lo que le
permitió un profundo conocimiento de la gente y la geografía que llegaba
a los límites fronterizos. Su genio guerrero estuvo relacionado al medio
donde libró todas las batallas, a su gente, pueblos, ríos, montañas y
quebradas, que conocía como la palma de su mano.
INGRESO A LA TROPA
Si Duvergé estuvo enrolado en el ejército haitiano de seguro fue como
simple recluta y no como oficial. En cualquier caso, no parece que se
306
PERSONAJES DOMINICANOS
hubiera distinguido como hombre de armas. Su papel como militar más
bien debe atribuirse a su relativa prestancia social como pequeño
empresario maderero y a las habilidades adquiridas en los años de dura
labor en los montes.
Aun con esas posibles carencias, su vínculo con la conspiración que
llevó a la proclamación de la República en 1844 se hizo desde un ángulo
militar. Los núcleos de conspiradores le asignaron la misión de asegurar
que el pronunciamiento fuera apoyado en la zona al oeste de San Cristóbal.
Para tal fin se asoció con figuras prestigiosas que pasaron a formar parte
de los cuerpos armados improvisados del naciente Estado.
Tan comprometido se encontraba Duvergé en los aprestos que, el
28 de febrero, se presentó ante las murallas de la ciudad con el fin de
recibir instrucciones directas de los jefes del movimiento respecto a cómo
enfrentar la oposición de Buenaventura Báez a la ruptura con Haití.
Tras conferenciar con Francisco del Rosario Sánchez, tomó el camino de
retorno hacia Azua. Pasó de largo por San Cristóbal, donde otros se
encargaron de hacer los arreglos tendentes a la organización del nuevo
orden, pero se detuvo en Baní para colaborar con Joaquín Objío en el
pronunciamiento del final del dominio haitiano. No tardó en continuar
hacia Azua, presionado por preparar el dispositivo defensivo frente a
una previsible embestida haitiana. Al llegar, recorrió las calles de la
ciudad incitando a los moradores a tomar las armas. Pasó a ser “el jefe
natural” del incipiente ordenamiento nacional desde Azua hacia el oeste.
Sus labores se facilitaron por la existencia de un estado de opinión
ampliamente compartido que llevó a que la disposición al combate fuese
asumida por una porción considerable de la población masculina adulta.
Durante los días subsiguientes, logró montar una línea defensiva en
Azua, localidad de crítica importancia militar, tanto por ser la principal
ciudad del sur como porque en ella se bifurcaban las dos rutas que
unían la ciudad de Santo Domingo con Haití. Era previsible, como en
efecto sucedió, que en ese punto convergieran dos cuerpos del ejército
haitiano. Duvergé calibró la conveniencia de concentrar las fuerzas y no
avanzar hacia la frontera. Si bien había dispuesto medidas para la
organización de tropas en las localidades próximas a esa zona, su
sagacidad le indicó que en ese momento no había posibilidad alguna de
impedir que el enemigo llegara hasta Azua.
ANTONIO DUVERGÉ
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Los primeros hechos de armas se produjeron en los alrededores del
lago Enriquillo. Las avanzadas haitianas encontraron, en la Fuente del
Rodeo, la oposición de las escasas tropas dominicanas comandadas por
Fernando Tavera, quien logró una frágil victoria. Después los
dominicanos sufrieron derrotas sucesivas desde las Cabezas de las Marías
y tuvieron que replegarse. La tropa acantonada en Azua estaba a la
espera de la inminente llegada del ejército haitiano.
Desde que llegó a la zona, poco antes de la batalla de Azua del 19 de
marzo, Pedro Santana tomó el mando de las operaciones como general en
jefe del Cuerpo Expedicionario del Sur. Traía centenares de hombres
provenientes de El Seibo, quienes mostraban habilidad guerrera. Al disponer
el orden de la tropa, Santana designó un estado mayor y un escalafón de
mando, asignándole a Duvergé tareas relevantes con el grado de coronel.
Lo acompañaban comandantes llamados a tener protagonismo en los
hechos bélicos ulteriores, como los coroneles Manuel Mora y Feliciano
Martínez.
Como jefe del conjunto de la tropa en Azua, Santana pudo aquilatar
la eficiencia con que se desenvolvió Duvergé, tanto en ocasión de los
preparativos como en el mismo trajín del combate, el 19 de marzo,
donde ocupó la posición más difícil de la vanguardia, y que consistió
esencialmente en un rechazo sorpresivo de la marcha de la avanzada del
ejército haitiano. De acuerdo con los relatos, Duvergé dirigió el
contingente situado en El Burro, donde su desempeño logró parar en
seco la marcha de sus rivales. El asalto masivo con arma blanca por él
encabezado contribuyó decisivamente al desenlace favorable a los
dominicanos. El francés Francisco Soñé posiblemente fue la segunda
persona que más se distinguió en el combate, al dirigir una de las piezas
de artillería que detuvieron el avance enemigo.
A las pocas horas de librado ese encuentro, Santana dispuso la retirada
en dirección a Baní, aduciendo una desventaja numérica respecto a los
efectivos del enemigo. No hay indicaciones de que ninguno de sus
subordinados, incluido Duvergé, discreparan con la decisión, aunque
era inconveniente, por cuanto se había infligido un revés al ejército
haitiano. Tuvieron que pasar dos días para que el presidente Charles
Hérard, en su campamento a escasos kilómetros, recibiera la información
de que Azua había sido evacuada y ordenara ocuparla. Es sintomático,
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PERSONAJES DOMINICANOS
por otra parte, que Hérard decidiera no avanzar más allá de los terrenos
abandonados por los dominicanos, en lo que incidían el temor a sufrir
una nueva derrota y la conciencia de que a su espaldas pululaban las
conspiraciones para derrocarlo.
A pesar de la parálisis que inutilizaba al ejército haitiano, Santana decidió
no moverse, actitud motivada tanto por consideraciones militares como de
cálculo político, para despejar el camino a una intervención francesa.
Sin embargo, se vio obligado a variar su inmovilismo cuando recibió
noticias de que el ejército enemigo perseguía envolver sus posiciones desde
el norte, tras el fracaso por el camino costero, sometido a fuego desde
varias goletas mercantes dominicanas que fueron artilladas. Hérard dispuso
que una tropa atacara El Maniel (hoy San José de Ocoa), y Santana desplegó
un contingente para enfrentarla, a cuyo frente designó a Duvergé. En
El Memiso, quebrada de las estribaciones bajas de la sierra, posiblemente
el 30 de abril, los dominicanos detuvieron el avance haitiano. Fue una
ocasión donde se puso de relieve la pericia de Duvergé cuando aprovechó
los accidentes del terreno para esperar a los haitianos en riscos desde los
cuales se les lanzaban piedras de gran tamaño. El triunfo de El Memiso
ratificó que los dominicanos tenían aptitud para vencer, contrariamente a
los temores de Santana, quien llegó a suponer que se había sufrido una
derrota. A Santana, carente de fe en la independencia nacional e imbuido
de rígidos criterios conservadores, le interesaba únicamente ganar tiempo
con el fin de que la Junta Gubernativa obtuviera el protectorado de Francia.
HACIA LA FRONTERA
El éxito de Duvergé en El Memiso lo colocó como el principal oficial
subordinado de Santana. Tan pronto se produjo el derrocamiento de
Charles Hérard y su retorno a Haití, a inicios de mayo, se dispuso que
las tropas dominicanas avanzaran en dirección a la frontera. El ejército
haitiano desalojó casi todo el territorio dominicano, conscientes sus
jefes de que guarniciones aisladas no podrían resistir la contraofensiva
dominicana. Duvergé quedó al mando de la operación, con la
encomienda de no dar tregua hasta establecer control sobre la totalidad
del territorio de la antigua colonia de Santo Domingo.
ANTONIO DUVERGÉ
309
Duvergé se encontraba en labores de organización militar en la zona
fronteriza cuando, entre junio y julio, se abrió la amenaza de guerra civil
entre los trinitarios duartistas que controlaban la Junta Central
Gubernativa y el sector conservador que encontró en Santana la reserva
básica de su influencia. A inicios de julio la tropa del cuartel general
del Frente del Sur desconoció la jefatura del coronel Esteban Roca,
designado sustituto provisional de Santana cuando este presentó dimisión
pretextando motivos de salud. La oficialidad amotinada proclamó a Santana
como jefe supremo del país, lo que equivalía a una declaración de guerra
civil. Duvergé no firmó el manifiesto del Frente del Sur, pero seguramente
no lo hizo debido a que no se encontraba en ese momento en Baní.
Aunque no se le puedan ubicar simpatías políticas patentes en ese
momento, a Duvergé debió parecerle normal la exaltación de Santana,
criterio que muchas personas aceptaron por considerar que resultaba
obligatorio conceder prioridad a la tarea bélica. En los partes militares
de Duvergé se infiere que aceptaba como correctas las orientaciones de
Santana, su superior jerárquico. Con los años, sin embargo, se vería que
no tenía vocación política, que no participaba de una visión conservadora
y que, por tanto, no se consideraba adepto a Santana. En 1844 se limitó
a plegarse a un estado de opinión extendido.
Cuando Santana tomó la presidencia de la Junta Central
Gubernativa, a mediados de julio, designó a Duvergé como jefe del Frente
Expedicionario del Sur con el grado de general de brigada. El cuartel
general de dicho cuerpo se estableció en Las Matas de Farfán, desde
donde atendía la amplia porción central de la frontera. En los meses
siguientes sobresalió la acción sobre Cachimán, un fuerte construido
por los haitianos en territorio dominicano, entre Bánica y Las Caobas.
Al recuperar terreno, las tropas dominicanas todavía no habían logrado
tomar el control sobre todas las zonas otrora pertenecientes a la colonia
española de acuerdo con el Tratado de Aranjuez de 1777. Tras la salida de
las tropas de Hérard, el bolsón de Hincha y otras poblaciones no habían
sido recuperadas, de seguro a causa de haberse establecido una numerosa
población haitiana, ya mayoritaria. No era el caso de otras comarcas, como
la próxima a Cachimán, poco poblada, lo que determinó que el fuerte
fuera tomado por primera vez en la primera semana de diciembre de
1844, con lo que se culminó la campaña iniciada meses atrás.
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PERSONAJES DOMINICANOS
Duvergé dirigió la toma del fuerte, ocasión en que ratificó el arrojo
que lo caracterizaba. El parte que envió a Santana el 6 de diciembre
describe la acción.
Me resolví quitar al enemigo una fortaleza en que encerraba todas
sus provisiones, para lo cual nombré una fuerza como de ciento
cincuenta hombres de infantería y setenta de caballería y
poniéndome a su cabeza, marchamos sobre el lugar nombrado el
Cachimán donde estaba la principal fuerza de las Caobas, como
llave al fin de su territorio. Conocía a mi llegada que era de toda
necesidad el tomar aquel punto, así por su excelente situación,
como por el modo con que estaba fortificado, amurallando todo
su circuito sin más entrada que tres pequeñas portañolas que sólo
permitían la entrada de un hombre a la vez; pero confiados en la
justicia de la causa que defendemos y en los valientes que me
rodeaban, dispuse dividirlos en tres columnas para atacar el fuerte
por tres puntos diferentes, comenzó el fuego por todos tres, pero
resistido vigorosamente por los enemigos, estuvo indecisa la victoria
de diez a doce minutos; mas al fin los bravos militares mezclando,
con el ruido de sus tiros los vivas a la patria y a nuestro presidente
Santana, redoblaron su ardor, y acometieron a montar el fuerte, lo
que visto por mí, ordené el asalto a cuya voz volaron los valientes
y se apoderaron del espaldón de la trinchera, al mismo tiempo los
enemigos saltaron los muros precipitándose en una profunda
cañada, y al cabo de veinte y cinco a treinta minutos se vio tremolar
sobre dicha fortaleza el pabellón de la cruz blanca.
El ejército haitiano se negó a reconocer la presencia dominicana en
Cachimán, por lo que se tornó en punto álgido de la disputa y en sus
alrededores se libraron continuos enfrentamientos. Desde su cuartel
general en Las Matas de Farfán, Duvergé dirigía a los subordinados que
defendían la simbólica avanzada de la soberanía dominicana.
La situación se agravó cuando ascendió a la presidencia de Haití el
general Louis Pierrot, quien se propuso retomar una línea ofensiva contra
los dominicanos. En mayo de 1845 el presidente haitiano ordenó una
movilización general y la invasión del territorio dominicano. Con
antelación al plan de incursión masiva, el ejército haitiano desplegó
asaltos restringidos, en uno de las cuales logró desalojar a los dominicanos
ANTONIO DUVERGÉ
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de Cachimán, visto como la llave para la fase siguiente de ofensiva sobre
la frontera meridional. Duvergé reunió tropas y dirigió la acometida
que logró por segunda vez expulsar a los haitianos del fuerte.
Aprovechando el efecto moral de este triunfo, en los días siguientes
dispuso un avance sobre los territorios dominicanos aún controlados
por los haitianos, esfuerzo que se reveló infructuoso. La respuesta haitiana
no se hizo esperar, como parte de la decisión de Pierrot de aplastar la
independencia dominicana. Tomaron parte en ella los principales
generales del país vecino: Thelemaque, Toussaint y Morissette. Entre
julio y septiembre de 1845, el ejército dominicano, encabezado por
Duvergé, efectuó maniobras hasta que logró de nuevo hacerse del control
sobre Las Matas de Farfán y restringir la guerra a la zona fronteriza. El
gobierno envió a Joaquín Puello, ministro de Interior y Policía, para que
colaborara con Duvergé. Tras diversos movimientos de tropas, el general
Puello libró combate en La Estrelleta, sabana cerca del río Matayaya,
donde infligió una derrota sin precedentes al ejército haitiano. No fue
necesario que llegara el cuerpo comandado por Duvergé. De todas maneras,
las maniobras del otro contingente resultaron esenciales para que Puello
alcanzara un rotundo triunfo. Este hecho determinó que se derrumbaran
los planes de Pierrot, quien fue derrocado de la presidencia.
Tras concluirse en La Estrelleta la campaña de 1845, Duvergé fue
ascendido a general de división y designado jefe político de la provincia
de Azua. Trasladó su cuartel general a San Juan de la Maguana y delegó
el cuidado de la frontera en Valentín Alcántara, su principal subordinado.
Aunque no tenía pretensión inmediata de recuperar los territorios
dominicanos bajo control de Haití, durante los años siguientes Duvergé
se mantuvo en alerta constante. Cada cierto tiempo ordenaba incursiones
restringidas, entre otras cosas para estorbar la acción de los “maroteros”,
quienes realizaban depredaciones a ambos lados de la frontera.
DERROTAS SUCESIVAS Y EL NÚMERO
En 1848 ascendió a la presidencia de Haití Faustin Soulouque, quien
concedió prioridad al designio de liquidar la independencia dominicana,
modificando la postura pasiva de su predecesor Jean Baptiste Riché.
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PERSONAJES DOMINICANOS
Mientras tanto, Santana había abdicado de la presidencia al sentir que
su popularidad había mermado y que corría el riesgo de ser derrocado.
Fue sustituido en septiembre de 1848 por el general Manuel Jiménes,
ministro de Guerra, quien encabezaba una conspiración para apartar a
Santana. El nuevo presidente abandonó la orientación autocrática de
Santana y adoptó una postura tolerante, acorde con su antigua condición
de trinitario. Entre otras medidas, promulgó una amnistía que permitió
el retorno de los proscritos de 1844. Aunque el presidente mantuvo a
una parte de los funcionarios de Santana, los sectores más conservadores
le abrigaron animadversión.
A inicios de 1849 comenzaron los movimientos en la frontera, lo
que obligó al presidente Jiménes a decretar la movilización general. De
nuevo fueron llamados a las armas más de 10,000 hombres para afrontar
la agresividad de Soulouque, esfuerzo que consumía los escasos recursos
con que contaba el país y restaba brazos a las faenas agrícolas. Jiménes
ratificó a Duvergé en la jefatura del sur y destinó a varios generales para
que lo auxiliaran.
La tropa dominicana resultó insuficiente para frenar el avance
haitiano, que se concretó en toda la regla en febrero de 1849. Un mes
después, Soulouque en persona se puso al frente de más de 18,000
hombres. Ante ese dispositivo, las defensas dominicanas en la frontera
se derrumbaron. Duvergé intentó hacer frente a la invasión en Las
Matas de Farfán y, al fracasar, tuvo que ordenar la retirada hasta el
Yaque del Sur. En ese momento comenzó a cundir el desconcierto
entre sus generales, cada uno de los cuales adoptaba criterios distintos
y, en algunos casos, desobedecían las instrucciones de la superioridad.
El momento más álgido se produjo cuando la tropa dominicana se
concentró en Azua, adonde se trasladó el mismo presidente Jiménes
con el fin de restaurar el orden. Aun así continuó la indisciplina, de
la que dio muestra destacada el coronel Juan Batista, quien se negó
a acatar la orden de dirigirse hacia el frente y unilateralmente operó
una contramarcha. También Ramón Mella se mostró remiso a aceptar
la pertinencia de las orientaciones de su superior, y comenzó a manifestar
rechazo hacia la persona del presidente. Probablemente, detrás subyacía
una intriga política orquestada desde Santo Domingo, tendente
a debilitar a Jiménes y promover el retorno de Santana. Aunque la
ANTONIO DUVERGÉ
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indisciplina estaba dirigida contra Jiménes, presente en Azua y Baní
durante unos días, afectaba los esfuerzos de Duvergé.
Un asunto que también enturbió el ambiente fue la designación del
general Valentín Alcántara al frente de uno de los cuerpos de ejército, tras
haber caído prisionero al inicio de las operaciones de ese año y ser canjeado
por soldados haitianos. Alcántara era un comandante competente que
se había distinguido como lugarteniente de Duvergé en los años
anteriores, pero suscitó dudas que aceptara ostentar un uniforme que le
regaló Soulouque. En realidad, entonces no le servía a los haitianos, pero
muchos, de buena o mala fe, le retiraron la confianza.
Producto de esta situación, la descomposición de la tropa llevó al
abandono desorganizado de Azua. La desmoralización llegaba a su clímax
y presagiaba que el terreno quedaría franco para el avance haitiano. Si
hasta entonces había una correlación de fuerzas favorable a los haitianos,
la caída de Azua anunciaba el siempre temido desastre. Sin embargo, el
ejército dominicano había mostrado capacidad de resistencia durante
los días anteriores, gracias a haber concentrado fuerzas y a ser dirigido
con impecable eficiencia por Duvergé, quien evitó que los haitianos
rodeasen al grueso de los defensores de la plaza durante la batalla de
Azua. Duvergé tuvo que desplegar esfuerzos tremendos para
sobreponerse al derrotismo, la insubordinación y la incompetencia de
algunos de los generales. Producto de esa actitud y de la intriga política,
la ciudad fue abandonada al día siguiente de haberse frenado el avance
haitiano, sin que Duvergé pudiera evitarlo.
Aun así, tras ordenar la retirada, le resultó factible restablecer el
orden dentro del destacamento, tomar el control de las operaciones,
insuflar confianza y organizar una línea de frente entre la costa y las
montañas, en la cual reunió más de 2,000 hombres, aprovechando que
el general Fabré Geffrard, comandante en jefe haitiano, decidió posponer
unos días el avance hacia Baní. Al igual que en 1844, el ejército
dominicano contó con el auxilio de varios buques capitaneados por Juan
Bautista Cambiaso, los cuales impedían que las fuerzas haitianas avanzaran
por el camino costero.
Mientras tanto, el avance arrollador de Soulouque había creado una
atmósfera de caos en Santo Domingo, donde muchos habitantes se
aprestaban a escapar del país. Los comerciantes realizaban transacciones
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PERSONAJES DOMINICANOS
apresuradas pensando que con ellas protegían sus bienes. Parecía
inevitable el restablecimiento del dominio haitiano, circunstancia
aprovechada por los conservadores a ultranza para desacreditar al
presidente Jiménes, achacándole la responsabilidad del desastre militar.
Desde su posición en el Senado, Buenaventura Baéz, la figura más
competente del bando conservador, abogó por convocar a Santana para
designarlo en la jefatura de las operaciones. Al inicio, Jiménes pudo
eludir las presiones de los conservadores, pero el estado de opinión pública
lo obligó a ceder a inicios de abril, procediendo a aceptar la designación
de Santana en la jefatura del Frente Sur.
A Santana se le encomendó compartir la jefatura con Duvergé, pero
en los hechos ganó mayor ascendiente, ya que se le veía como garantía
de la unidad de acción necesaria para el triunfo, como pretendidamente
había quedado de manifiesto cinco años antes. Esta postura cobró fuerza
en la medida en que, víctima de maquinaciones, Duvergé no había
logrado en las semanas previas cohesionar el mando alrededor de su
persona. Pero la capacidad de Duvergé no estaba puesta en entredicho,
aunque así le pareciera a algunos que habían sido ganados por el pánico.
En realidad, le correspondió a Duvergé dar inicio a una sucesión
de victorias de los dominicanos sobre el invasor, si bien es cierto que
la presencia de Santana contribuyó a restaurar la confianza, tanto por la
imagen que se había formado en 1844 como por las intrigas
conservadoras. Esto se demostró en ocasión del avance haitiano sobre
El Número, donde Duvergé se encontraba apostado, una formación
montañosa al final de la llanura de Azua que tenía que ser atravesada
por los haitianos para eludir el camino costero.
El 17 de abril, en la batalla que se libró en El Número, Duvergé le
dio un giro al sentido de las operaciones, al infligir una derrota al cuerpo
del ejército haitiano comandado por Geffrard. De nuevo, dando muestra
de extrema pericia táctica y renovando el procedimiento de ataque
sorpresivo con machetes y otras armas blancas, el jefe dominicano
aprovechó las condiciones del terreno para compensar la inferioridad
numérica. Aunque durante los días siguientes la tropa de Geffrard intentó
continuar el avance, El Número inició la reversión de la coyuntura. Al
otro día, junto a José María Cabral, uno de sus subordinados más
aguerridos, Duvergé volvió a propinar una derrota a sus contrarios.
ANTONIO DUVERGÉ
315
Hasta entonces Santana no había intervenido en los eventos, pues se
había limitado a situarse prudentemente en la retaguardia sin asumir el
mando efectivo. Entre el 19 y el 23 de abril el ejército haitiano volvió a ser
derrotado en Las Carreras, a orillas del río Ocoa, victoria que ha sido
adjudicada a Santana. Alrededor de este episodio existen versiones distintas,
pues más que una batalla fue una sucesión de encuentros que se saldaron
en la imposibilidad de que el ejército haitiano pudiera seguir avanzando.
Crítico acerbo de Santana, Joaquín Balaguer desarrolla la tesis de Emiliano
Tejera de que Las Carreras no pasa de ser un “mito” construido
para magnificar la figura del déspota. De acuerdo con esa propuesta,
no hubo tal “batalla”, sino una sucesión de escaramuzas con un ejército
haitiano que marchaba de retirada y en desorden tras el golpe que le había
asestado Duvergé en El Número. La generalidad de historiadores
interpretan de otra manera los documentos y, aun sea con matices, admiten
que el 21 de abril se produjo un enfrentamiento de magnitud que detuvo
la ofensiva haitiana. Pero el triunfo de las armas dominicanas en esta acción
principal del 21 no fue completo, por lo que en los dos días siguientes
Santana desplegó avanzadas para hostilizar los flancos del oponente,
logrando arrebatarle piezas de artillería y obligándolo a evacuar la posición.
Al margen de la interpretación que se ofrezca sobre lo
verdaderamente acontecido, no cabe duda de que Las Carreras no hubiera
sido posible sin la acción previa en El Número, relación manipulada
con el fin de enaltecer a Santana. Tan es así que el primer encuentro en
Las Carreras, el día 19, antes de que se apersonara Santana, lo dirigió el
coronel Francisco Domínguez, de origen venezolano, dejado por
Duvergé al mando de la tropa cuando decidió retirarse a descansar a
Baní. Domínguez se había situado en Las Carreras, a orillas del río
Ocoa, a fin de aprovisionar de agua a la tropa. Existe la versión,
recogida por García Lluberes, de que en Baní se produjo una tensa
entrevista entre Santana y Duvergé, en la que el primero expresó:
“Usted es más valiente que yo; pero yo soy más militar que usted”.
PERSECUCIÓN Y JUICIO
En aquel momento, el prestigio de Santana se hizo incuestionable, por
cuanto se presentó como el artífice de la retirada de los haitianos,
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PERSONAJES DOMINICANOS
aprovechando que no hubo más combates tras Las Carreras. Los
conservadores de los cuerpos legislativos intensificaron sus planes para
deponer a Jiménes y lo acusaron con pretextos baladíes. El Estado Mayor
del Frente Sur, instigado por la camarilla conservadora, desconoció el
poder civil, tal como lo había hecho en 1844, y por segunda vez proclamó
a Santana jefe supremo del país mediante pronunciamiento de 9 de
mayo de 1849. Jiménes intentó resistir detrás de los muros de la ciudad
al cerco de la hueste llegada desde Baní, pero al cabo de unos días
capituló, con lo que Santana se volvió a hacer cargo de la conducción
del país. Tras retornar al poder, Santana se rodeó de un aura sin
precedentes: fue designado Libertador, se le donó un inmueble en la
ciudad, se le entregó un sable conmemorativo y su retrato fue colocado
en el palacio de gobierno junto a los de Cristóbal Colón y Juan Sánchez
Ramírez.
El pronunciamiento de los generales que desconocía el gobierno de
Jiménes había sido promovido por el mismo Santana, quien le propuso
a Duvergé que firmara el documento. El jefe militar entendió que no le
correspondía dar tal paso, obligado a la obediencia al poder civil, por lo
que le espetó a Santana: “Mi espada no se desenvaina sino para pelear
contra los haitianos”. La negativa generó el furor del déspota, quien
probablemente ya abrigaba resentimientos por ser Duvergé el único
jefe con la suficiente categoría para opacar su artificiosa gloria militar.
Tan pronto exteriorizó su negativa a secundar el golpe de Estado,
Duvergé fue encarcelado por orden de Santana, bajo el pretexto de que
era responsable por las sucesivas derrotas que tuvieron su culminación
en Azua. Se abrió una investigación ordenada por Santana, que tenía
por finalidad juzgar la pretendida traición de Alcántara como causa de
la caída de Azua y establecer si Duvergé había sido su cómplice. Se
adujo que Alcántara había hecho llegar a su superior una misiva del
gobernante haitiano, pero en realidad se probó que Duvergé había
señalado a Pedro Florentino que “al que le hablase de reducción le daría
un balazo”.
En el juicio al que fue sometido el insigne guerrero, culminado en
diciembre de 1849, Santana, mostrando su faceta más odiosa, hizo designar
como fiscal acusador a Francisco del Rosario Sánchez, amigo personal del
acusado y quien se había solidarizado con el gobierno de Jiménes tras
ANTONIO DUVERGÉ
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retornar del destierro en Curazao. En ningún momento se rompió la
amistad entre ellos, consciente Duvergé de que Sánchez había obrado
contra su voluntad y que evitaba ser otra víctima de Santana.
La defensa del acusado fue dirigida por Félix María Delmonte, uno
de los primeros poetas dominicanos y amigo de Duarte, todavía con
ciertas posiciones liberales. Delmonte se centró en destacar los méritos
del acusado y le rindió un homenaje que se reserva a los héroes, poniendo
de relieve por primera vez lo que le debía el país. Al mismo tiempo,
hizo una premonitoria advertencia acerca de las implicaciones del proceso.
¡General Antonio Duvergé, vos que durante seis años habéis
conducido con honor las huestes dominicanas por el sendero de la
gloria, desplegando el celo y actividad que os infunde el amor a
nuestra Santa Causa y el odio a los enemigos de vuestro padre! No
temáis que el hecho de ocupar breves instantes el banco del crimen
mancille vuestro honor y vida militar esclarecida […]. Confortaos
con la idea de que si el cadalso se convierte en altar cuando sube a
él un inocente, el proceso se convierte aureola resplandeciente
cuando administran la justicia manos tan puras como las de vuestros
jueces […]. Si después de replegaros en vosotros mismo, ese juez
interior os dice que él huérfano de los bosques después General de
División, siempre nuncio del triunfo y ardiente Dominicano, puede
ser cómplice de un traidor en favor de Haití, aplicad la Ley; vosotros
a vuestro turno seréis también juzgados.
No bastó que no se probara ninguna de las acusaciones, ni que se
tuvieran que aceptar los argumentos de Delmonte, puesto que había
una determinación política contra el héroe. El tribunal condenó a
Alcántara, considerando erróneamente que había actuado por traición,
pero descargó a Duvergé de la acusación de complicidad por lo
acontecido en Azua. De todas maneras, Santana logró que se le redujera
a confinamiento en El Seibo. Buenaventura Báez, quien tomó la
presidencia por designación de los cuerpos legislativos poco después, a
pesar de que imprimió una orientación distinta a la de Santana en los
asuntos públicos, no se propuso alterar la sentencia, consciente de que
desafiaría la autoridad suprema de Santana, quien se encontraba en el
cenit de su gloria.
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PERSONAJES DOMINICANOS
CONFINAMIENTO Y EJECUCIÓN
Duvergé llevó una vida tranquila durante su confinamiento en El Seibo,
dedicado a actividades de subsistencia. No obstante, cuando Santana
retornó a la presidencia en 1853 tomó conciencia de que sería su víctima
en la primera ocasión propicia. El paso más importante que dio Santana
al inicio de su tercera administración fue denunciar a su otrora protegido,
Buenaventura Báez, como un traidor, disponiendo su arresto y
deportación. El dictador había captado que Báez, mientras se encontraba
en la presidencia, trató de socavar su ascendiente.
El tirano no pudo evitar que se manifestara el carácter retrógrado de
su régimen y que mellara parte considerable de su prestigio.
Paulatinamente los partidarios de Báez se fueron movilizando para traerlo
de nuevo al poder. Desde el exterior, los baecistas deportados se
aprestaban a efectuar una expedición armada.
Tal vez la más importante de las conspiraciones fue la dirigida por
Pedro Eugenio Pelletier, uno de los franceses con experiencia militar
que había hecho carrera en el país. El propósito del intento consistía en
suscitar un pronunciamiento en la ciudad de Santo Domingo que diera
inicio a una insurrección. Muchas personas se encontraban
comprometidas, como Pedro Ramón de Mena y Francisco del Rosario
Sánchez, pese a que este se encontraba bajo vigilancia. Una delación
impidió el éxito y los principales conspiradores fueron capturados,
mientras otros lograron escapar del país.
Una de las ramas de la conjura se había extendido hasta El Seibo, y
Duvergé tomó parte en ella. Esta actitud, que rompía con su rechazo de
la actividad política, se explica por el hecho de que su posición personal
se había tornado vulnerable tras el retorno de Santana a la presidencia
en 1853. Temía que en cualquier momento su enemigo lo hiciera asesinar.
Es probable, de todas maneras, que a la luz de su experiencia, considerara
necesario derrocar a la autocracia, y por tanto decidiera solidarizarse con
Báez, quien era objeto de apoyo por parte de todos los sectores que
cuestionaban a Santana.
Las autoridades recibieron confidencias y dispusieron el arresto de
Duvergé junto a sus hijos y otros conspiradores. De acuerdo con García
Lluberes, “[…] el eterno Caín, quien lo asechaba sin descanso, encontró
ANTONIO DUVERGÉ
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el pretexto que necesitaba para descargar sobre él su ira fratricida[…]”.
Duvergé eludió el arresto después que recibió la notificación y procedió
a ocultarse en los montes de las cercanías. Tras unos días, fue capturado,
víctima de una delación, y traducido a un tribunal que lo condenó a
muerte. En contraste con el trato que el déspota dio a los conspiradores
apresados en Santo Domingo, a los cuales conmutó la pena capital,
ratificó la condena de Duvergé y los restantes implicados en El Seibo,
incluyendo dos de sus hijos. Tanta inquina le guardaba al antiguo
subordinado, que permaneció en El Seibo mientras se celebraba el juicio
y hasta que se ejecutó la condena. El odio del tirano llegó a límites
insospechados: Daniel Duvergé, uno de los hijos de Duvergé, menor de
edad, debía ser mantenido en prisión hasta llegar a la mayoría de edad,
cuando sería fusilado. Los otros dos hijos del prócer, niños de nueve y
11 años, fueron condenados a confinamiento en Samaná.
El 11 de abril de 1855 Duvergé y su hijo Alcides fueron conducidos
al cementerio de El Seibo para ser pasados por las armas. Los acompañaron
al cadalso el comandante Juan María Albert, el trinitario Tomás de la
Concha y el español Pedro José Dalmau. Como último deseo, Duvergé
solicitó al jefe del piquete que su hijo fuera fusilado primero a fin de
ahorrarle la pena de ver caer a su padre. Él, valiente a toda prueba, no
pudo contener las lágrimas al ver a su hijo acribillado.
Refiere la tradición que Santana, en acto inicuo que lo retrata, se
apersonó poco después de los fusilamientos y, entre interjecciones,
descargó un puntapié sobre el cuerpo exánime de su víctima.
El fusilamiento de Duvergé se inscribía en la carrera criminal de
Santana, siguiendo a los de María Trinidad Sánchez, Andrés Sánchez,
Joaquín Puello, Gabino Puello y Aniceto Freites, y continuaría con los de
José Contreras y Francisco del Rosario Sánchez y sus 20 compañeros en
1861. Era el trágico precio de sangre en aras de la libertad.
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I. Santo Domingo, 1985.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano, 18211930. Santo Domingo, 1997.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Guerra domínico-haitiana. Ciudad
Trujillo, 1957.
BUENAVENTURA BÁEZ
CINCO VECES PRESIDENTE
CINCO VECES PRESIDENTE
Buenaventura Báez todavía hoy puede considerarse como el prototipo
más acabado del político dominicano. Se inició joven como figura destacada,
cuando el país se encontraba bajo la dominación haitiana, y tomó parte en
los procesos que llevaron a la fundación del Estado dominicano durante
1844. Fue el tercero en ocupar la presidencia de la República, en 1849,
y desde entonces se rodeó de un grupo de fieles. Por su capacidad y el
apoyo que concitó de diversos sectores, obtuvo tal popularidad que le
permitió ocupar la silla presidencial en cinco ocasiones.
Tuvo por cualidad señera la astucia, aunque no descendió a la
categoría de político vulgar. De todas maneras, no mostró pruritos en
utilizar variados medios para afirmar su liderazgo. A pesar de un adecuado
nivel intelectual y de su posición conservadora, no le preocupaba mostrar
principios consistentes, al entender que las posiciones debían guardar
correspondencia con las circunstancias. Su interés personal estaba por
encima de toda idea y, como nadie, supo identificar las conveniencias
momentáneas al margen de escrúpulos.
Aunque pronunciaba discursos correctos, no llegaba a ser un orador.
Tampoco tuvo vocación de militar, medio para proyectar a muchos
dirigentes en el siglo XIX. Y, aunque estaba dotado de cierto nivel cultural,
no tuvo inclinación intelectual. Lo único que contaba para él era la
búsqueda del poder. El carisma que la población reconoció en él se
derivaba de considerarlo la única persona con las condiciones para
enrumbar al país hacia la prosperidad. El secreto de la idolatría de que
se hizo acreedor radicaba en su capacidad, puesta al servicio de las
aspiraciones personales, en un medio histórico caracterizado por el atraso
en todos los planos.
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PERSONAJES DOMINICANOS
ANTECEDENTES FAMILIARES
Los orígenes de Báez están teñidos de leyenda. Su padre, Pablo Altagracia
Báez, fue un niño expósito, tal vez hijo del sacerdote Antonio Sánchez
Valverde, recogido en el hospital de San Nicolás y adoptado por un
joyero que le trasmitió el oficio. Sin que se conozcan detalles de cómo
acumuló fortuna, sobresalió como uno de los hombres más ricos del
país. Se estableció en Azua, donde se hizo dueño de hatos, cortes de
madera, recuas, alambiques, comercios y panadería.
Poco después de 1808, cuando existía la esclavitud, Pablo Báez se
enamoró de Teresa Méndez, una joven mulata, esclava de un íntimo
amigo suyo. Logró que este le vendiera su esclavita y estableció con ella
vínculos matrimoniales. Buenaventura Báez, nacido en Rincón (hoy
Cabral) en 1812, fue el primero de una larga lista de hermanos, que
incluían vástagos de su padre con otras mujeres.
LOS PRIMEROS PASOS
Deseoso de labrar un porvenir brillante a su primogénito, Pablo Báez lo
envió a estudiar a Inglaterra. Buenaventura Báez no realizó estudios
universitarios formales, pero desde joven sobresalió por su atención a la
cultura. Hasta el final de su vida fue un lector voraz, lo que le permitió
conocer las principales teorías sociales y políticas y estar al tanto de la
evolución de los procesos internacionales. Su prolongada estadía en
Europa lo situó por encima de la media cultural de los jóvenes del sector
social dirigente, en una época en que no había instituciones de educación
superior.
La riqueza del padre y su talento le facilitaron una temprana incursión
en la política haitiana como representante de la región de Azua. Además
de la afición por la política, Báez mostró interés en los negocios, al igual
que su padre. En los primeros tiempos de vida adulta, antes de dedicarse
de lleno a la lucha por el poder, ayudó al padre a acrecentar la riqueza
familiar.
BUENAVENTURA BÁEZ
325
EN LA CONSTITUYENTE HAITIANA DE 1843
A inicios de 1843 estalló en Les Cayes, la tercera ciudad en importancia
de Haití y núcleo del sector liberal mulato, un movimiento armado que
recibió el calificativo de La Reforma. El presidente Jean Pierre Boyer,
quien había gobernado como autócrata desde 1818, tuvo que abdicar al
poco tiempo. Quienes derrocaron a Boyer en teoría se proponían
establecer un régimen democrático, para lo cual convocaron a una
asamblea constituyente, que sesionó durante la segunda mitad de 1843
y aprobó una nueva constitución que sustituyó la de 1816.
Gracias a sus dotes e influencia, Buenaventura Báez fue electo
representante de Azua a la asamblea constituyente. En ella comenzó su
vida pública. Ganó un sitial en el mundo político con propuestas que
llamaron la atención y lo situaron como una figura representativa de los
intereses de los sectores dirigentes dominicanos.
La propuesta más osada que presentó Báez en esa ocasión fue que se
derogara la cláusula constitucional que estipulaba que ningún blanco
podría ser propietario de bienes en territorio haitiano. Argumentó que
eso impedía el ingreso de capitales e inmigrantes de otros países, que
resultaban imprescindibles para el avance económico. Se advierte el
germen de lo que sería siempre el componente central en las
preocupaciones de Báez: que el país entrara en una senda de progreso
parecida a la que transitaban los países de Europa Occidental y Estados
Unidos. La contrapartida de esta concepción consistió en el
convencimiento de que el país carecía de los medios para lograr por sí
mismo el progreso, de manera que estaba obligado a buscar la protección
de una gran potencia o, de ser factible, integrarse como parte de ella.
EL PLAN LEVASSEUR
Los dominicanos que formaban parte de la constituyente en Port-auPrince, encabezados por Báez, establecieron vínculos con el cónsul general
de Francia, André de Levasseur. El diplomático les propuso un plan
para que la ruptura de los dominicanos con el Estado haitiano se orientase
326
PERSONAJES DOMINICANOS
al establecimiento de un protectorado de Francia. República Dominicana
estaría regida por un gobernador francés durante un plazo de 10 años,
con posibilidad de prórrogas; le donaría a Francia la península de Samaná,
y estaría dispuesta a colaborar en el caso de que Francia emprendiera
una guerra para reconquistar Haití. La propuesta, aunque de carácter
confidencial, recibió el calificativo de Plan Levasseur, y fue acogida por
los representativos dominicanos en la capital haitiana, de lo cual se originó
el calificativo de “afrancesados”.
El cónsul francés, sin autorización de su gobierno, concibió ese plan
como el primer paso para que Haití volviera a ser colonia francesa. Los
conservadores dominicanos vieron la oportunidad de liberarse del dominio
haitiano y lograr la ayuda de una potencia para el despegue hacia el
progreso. Consideraban que el dominio haitiano los colocaba en una
situación subordinada que les impedía el desarrollo de los negocios y, en
general, el despliegue de sus intereses. La corriente antihaitiana fue tomando
cuerpo en buena medida a causa de que la economía en la parte dominicana
estaba experimentado cierto dinamismo, mientras la haitiana se mantenía
estancada.
Báez y los otros afrancesados lanzaron un manifiesto –cuyo texto se
ha perdido– el 1º de enero de 1844, por medio del cual llamaban a la
fundación de la República Dominicana bajo la protección de Francia.
La progresión de los trabajos del grupo de Báez fue lo que empujó a los
trinitarios, dirigidos por Francisco del Rosario Sánchez, a establecer una
alianza con un sector de los conservadores encabezado por Tomás
Bobadilla. Conjuntamente redactaron el Manifiesto del 16 de Enero,
que también llamaba a la constitución de la República Dominicana,
pero como un Estado soberano.
BAJO LA SOMBRA DE SANTANA
Al enterarse de las gestiones de los trinitarios, a inicios de 1844, Báez,
quien tenía buenas relaciones con los funcionarios haitianos, denunció a
Gabino Puello, cuando llegó a Azua con el Manifiesto del 16 de Enero.
Puello se libró de ser capturado por el aviso que le dio el futuro general
Valentín Alcántara. Como la proclamación de la independencia el 27
BUENAVENTURA BÁEZ
327
de febrero chocaba con sus planes políticos, Báez intentó oponerse a ella
en Azua, razón por la cual fue apresado y enviado a Santo Domingo. A
los pocos días fue liberado y retornó a Azua con el cuerpo expedicionario,
al lado de su jefe Pedro Santana, con quien estableció buenas relaciones.
Haciendo uso de sus facultades de general en jefe del Frente Sur,
Santana designó a Báez con el rango de coronel, y como tal estuvo cerca
de los hechos que culminaron en la batalla del 19 de marzo. Terminada
la campaña, Báez se encontró con que las tropas haitianas, cuando pillaron
e incendiaron a Azua, provocaron la destrucción de gran parte de la
riqueza de su familia. En los años posteriores, el protagonismo político
de Báez le depararía pérdidas cuantiosas de sus bienes.
Santana y Báez coincidían en la conveniencia de buscar la protección
francesa, ambos convencidos de que el país carecía de los recursos para
enfrentar la amenaza militar haitiana. Cuando los trinitarios destituyeron
a los conservadores de la Junta Central Gubernativa –el gobierno
colegiado provisional instaurado el 27 de febrero– Báez fue uno de los
que tuvieron que ocultarse y pidió asilo en el consulado francés.
Durante los primeros años posteriores a la independencia, a pesar
de su capacidad, Báez fue una figura de segundo plano, posiblemente
debido a que quedó en el ánimo de muchos que había intentado oponerse
al nacimiento de la República. Algunas versiones propagadas con
posterioridad por sus enemigos ratificaron detalles de la delación a la
conspiración dirigida por los trinitarios. Aunque Santana lo consideró
uno de los suyos, parece que en esos años lo mantuvo a cierta distancia,
tal vez ponderándolo como un individuo con demasiada independencia
personal.
REDACTOR DE LA CONSTITUCIÓN DE 1844
A pesar de su actitud equívoca el 27 de febrero, Báez tuvo que ser
tomado en cuenta por su talento y sus relaciones en Azua y otros lugares
con figuras sociales de relieve. Fue electo para la asamblea constituyente
que sesionó en San Cristóbal y que aprobó la primera constitución de la
República Dominicana, el 6 de noviembre de 1844. Siendo el más
capaz de dicho cuerpo constituyente, tomó las principales iniciativas en
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PERSONAJES DOMINICANOS
los trabajos. Por moción suya se acordó que las personas de los
constituyentes eran inviolables mientras desempeñaran sus funciones,
una forma de tomar distancias frente a la influencia avasalladora de
Santana. En esos días se desarrolló una situación de tensión entre los
integrantes de la Junta Central Gubernativa y los constituyentes, a pesar
de que ambas partes tenían posturas conservadoras. Varios de los
delegados a la asamblea mostraron reticencias al poder omnímodo al
que aspiraba Santana. Esto no hizo sino renovar la posible ojeriza que
Santana podía tener en esos días respecto a Báez.
Gracias a que Báez había tenido la experiencia en la asamblea
constituyente de Port-au-Prince, el año anterior, los delegados reunidos
en San Cristóbal acordaron que dirigiera la comisión encargada de redactar
el proyecto de constitución. El grueso del documento parece haber sido
obra de Báez. Entendiendo que procedía el establecimiento de un orden
político moderno, similar al existente en los países “civilizados”, Báez se
inspiró sobre todo en la constitución de Estados Unidos, aunque tomó en
cuenta también la constitución haitiana, que él conocía al dedillo. El
documento aprobado en noviembre de 1844 no llegaba a tener un carácter
exactamente liberal –por ejemplo, estatuía restricciones al derecho de elegir
y ser elegido–, pero contenía muchos aspectos de la concepción liberal,
como la separación de poderes. Esos conservadores dominicanos de 1844,
entre los cuales sobresalía Báez, aplicaban un criterio de acuerdo con l cual
el régimen conservador al que aspiraban, con el mandato de salvaguardar
los intereses tradicionales, debería estar regido por preceptos tomados de
la moderna corriente liberal.
Santana fue nombrado presidente para dos períodos consecutivos
en la constitución. Pero se negó a tomar posesión bajo las cláusulas
bastante liberales contenidas en la carta magna. Exigió, sin empacho,
que se le reconocieran potestades absolutas. Los constituyentes se vieron
forzados a incluir el famoso artículo 210, que otorgaba al presidente
facultades dictatoriales.
En 1846 Báez fue destinado para llevar a cabo una misión en Francia
e Inglaterra con el fin de obtener el reconocimiento de la República
Dominicana. Esa representación duró alrededor de dos años, tiempo
durante el cual Báez estuvo aislado de los asuntos del gobierno. Al
retornar al país fue designado miembro del Consejo Conservador, nombre
BUENAVENTURA BÁEZ
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que entonces tenía la cámara alta, hoy conocida en nuestro país como
Senado. En los debates de ese organismo se distinguió como exponente
de propuestas tendentes a que el país adoptara preceptos que lo prepararan
para la vida moderna. Báez era entonces un conservador con fuertes
matices de liberalismo y sentido progresivo burgués.
PRIMERA PRESIDENCIA
A pesar de su notoriedad personal, la actuación de Báez fue discreta en
esos años. Tal vez a eso se debió que Santana no lo objetara cuando fue
electo por los congresistas para la presidencia de la República, el 24 de
septiembre de 1849, después que Manuel Jiménes fue destituido y
Santiago Espaillat se negó a aceptar la posición en las condiciones de
preeminencia de Santana. Además, Báez había sido el promotor de la
designación de Santana como jefe supremo del ejército en abril de 1849,
cuando se temía que el gobernante haitiano Faustin Soulouque llegara
ante las murallas de Santo Domingo. Esta posición relevante a favor de
Santana facilitó que este último abandonara las dudas que tenía sobre
un político tan audaz y capaz.
Báez fue el primer presidente que cumplió el período para el que
fue electo, algo que en el siglo XIX solo pudieron volver a lograr él, en
una ocasión, y los presidentes posteriores a 1880, Fernando Arturo de
Meriño y Ulises Heureaux. Su administración contrastó con la de Santana,
ya que mantuvo la postura de Jiménes de no incurrir en actos represivos. Respetó la libertad de prensa y disminuyeron los rencores que había
dejado la gestión dictatorial de Santana. Una de las notas distintivas de
esta gestión fue el orden en el manejo de los recursos presupuestarios, lo
que permitió limitar el daño que ocasionaba la circulación del papel
moneda. Báez también introdujo una concepción militar nueva, gracias
a la asesoría de oficiales franceses que aconsejaron acciones marítimas
ofensivas contra Haití.
A pesar de la escasez de recursos, el singular presidente conservador
de ribetes liberales tuvo el tino de preocuparse por el fomento de la
educación. Durante ese período de gobierno, por instancias suyas, se
fundó el Colegio San Buenaventura que, aunque no tenía nivel
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PERSONAJES DOMINICANOS
universitario, reunió a los espíritus más selectos del país y contribuyó a
formar la generación de intelectuales que siguió al nacimiento de la
República. Logró granjearse la adhesión de algunos intelectuales y
funcionarios jóvenes, a los cuales asignó posiciones preeminentes, como
Manuel María Gautier, Nicolás Ureña y Félix María Delmonte.
Posiblemente todo eso provocó envidias en los integrantes del
círculo íntimo de Santana, quienes debieron sentirse desplazados por un
grupo emergente y rival. Al concluir el período de los cuatro años, en
febrero de 1853, traspasó la presidencia a Santana, quien había manifestado interés en volver a ocuparla. Poco después, el nuevo presidente
denunció acremente a Báez y dispuso su expulsión del país, posiblemente porque temía que pretendiera hacerse la figura dominante.
NACIMIENTO DEL BAECISMO
Desde el exilio Báez preparó las bases para la confrontación abierta con
Santana. Afloraba así una división dentro del bando conservador, lo que
no tenía precedentes, pues hasta entonces Santana había sido reconocido
como su jefe indiscutible. Las contradicciones de Santana con algunos
conservadores no habían conllevado a la formación de una corriente rival.
Báez, en cambio, reunía una voluntad política férrea, inteligencia y dinero,
y gozaba del ascendiente de haber realizado una gestión gubernamental
muy superior a la de Santana. Por lo tanto, todos los que repudiaban las
actuaciones de Santana no tuvieron otra salida que alinearse detrás del
liderazgo de su enemigo.
Báez se preocupó por ampliar lo más posible la base de apoyo que le
debía permitir retornar al poder. Por una parte, cuestionó el dominio de la
reducida oligarquía que acompañaba a Santana. Tal vez por su condición
de mulato, hizo saber que se consideraba representante de los intereses de
la población de color, en contra del exclusivismo de los blancos, y se
proclamó abanderado de la mayoría pobre, sobre todo de los campesinos.
Lo cierto es que, pese a tales proclamas, nunca dejó de ser un conservador
que utilizaba la defensa de los humildes como un recurso demagógico. Él
no creía en la realización soberana del conglomerado nacional, sino en un
progreso llamado a beneficiar a la porción superior de la sociedad.
BUENAVENTURA BÁEZ
331
En su lucha contra Santana, además de postularse como un tribuno
del pueblo, Báez procuró atraerse el apoyo del mayor número de sectores.
Fue muy hábil en presentar su propuesta como compatible con todos, por
lo que su popularidad fue creciendo. Primero, ofreció al clero
compensaciones y un trato distinto del que le había dispensado Santana.
En segundo lugar, procuró obtener el apoyo de los cónsules europeos,
con el fin de cuestionar la posición pro-norteamericana de Santana.
Adicionalmente, atrajo el apoyo de la juventud liberal y culta de la
ciudad de Santo Domingo, que abominaba el absolutismo de Santana.
De paso hacia Santo Domingo, Antonio María Segovia, primer
cónsul español, se entrevistó con Báez en Saint Thomas, isla donde se
encontraba exiliado. El diplomático llegaba con la misión de entorpecer
el avance de la influencia de Estados Unidos. Al instalarse en Santo
Domingo, Segovia anunció que todos los dominicanos que lo solicitaran
recibirían la nacionalidad española, lo que aprovecharon los baecistas
para oponerse a Santana. Ante una oposición creciente de tinte popular
que contaba con el apoyo de los cónsules europeos, Santana optó por
renunciar en el momento en que se le hizo imposible arrendar Samaná a
Estados Unidos.
DEVALUACIÓN MONETARIA Y GUERRA CIVIL
Al poco tiempo de que Santana abandonara el poder , Báez retornó al
país y retomó la presidencia en octubre de 1856. Ordenó de inmediato
que el general José María Cabral, uno de sus partidarios, apresara a
Santana, quien fue deportado. Durante varias semanas los baecistas
estuvieron en plena euforia, celebrando la desgracia de Santana.
En su segunda administración, Báez tomó una medida trascendental,
consistente en emitir gran cantidad de papel moneda en ocasión de
la cosecha del tabaco en los alrededores de Santiago, supuestamente
con la intención de proteger a los agricultores. Este rubro era ya el que
dejaba mayores sumas dentro de las exportaciones.
Durante el período de cosecha, la cotización del papel moneda se
revalorizaba porque aumentaba la cantidad de oro en circulación a causa
de los envíos que realizaban los comerciantes extranjeros para comprar
332
PERSONAJES DOMINICANOS
la cosecha de tabaco. Los campesinos compraban y vendían en papel
moneda. Cuando ellos se endeudaban con los comerciantes, al adquirir
por adelantado bienes para la subsistencia, lo hacían a una tasa devaluada
de los billetes, ya que había escasa circulación de monedas de oro; sin
embargo, durante la cosecha, debían saldar de inmediato las deudas a
una tasa revaluada a causa de la abundante circulación de oro, lo que
resultaba desfavorable para ellos. Tales diferencias estacionales en la
cotización eran utilizadas por los comerciantes para acrecentar sus
ganancias a través de los créditos a tasas de usura.
Aduciendo que ese año el agio contra los cosecheros había llegado a
niveles exorbitantes, Báez dispuso una emisión de pesos nacionales en
papel, con el fin declarado de mejorar los precios que recibirían los
cosecheros en las transacciones con los comerciantes, y posteriormente
realizó sucesivas emisiones hasta alcanzar varios millones de pesos. Sin
duda la emisión de papel moneda y su subsiguiente devaluación en lo
inmediato beneficiaban a los campesinos, que así podrían obtener mejor
precio por el tabaco y pagar con mayor comodidad las deudas que tenían
contratadas con los comerciantes. Pero con la medida el gobierno central
entraba en conflicto abierto con el sector comercial del Cibao, la zona
más rica del país. Los comerciantes se veían ante el riesgo de quiebra, no
solo porque disminuían sus márgenes de ganancia, sino porque el
gobierno despachó agentes con fuertes cantidades de billetes con el fin
de adquirir una porción considerable de la cosecha y acaparar la mayor
cantidad posible de pesos fuertes en oro.
Detrás de esta operación pudo esconderse el propósito de fortalecer
al régimen a costa de los intereses regionales del Cibao. Es posible
también que Báez concibiera la medida para lucrar personalmente. El
resultado fue que los comerciantes y otros sectores urbanos del Cibao
entendieron que estaban siendo víctimas de una agresión intolerable
del gobierno central, por lo que optaron por declararse en rebelión. El
7 de julio de 1857 estalló un alzamiento en Santiago que se propagó
rápidamente por todo el país y dejó aislados a los baecistas detrás de las
murallas de Santo Domingo. Los partidarios de Báez en otros lugares,
como los generales Pedro Florentino en La Vega, y José Hungría en
Santiago, fueron neutralizados sin mayor dificultad. Además de Santo
Domingo, los progubernamentales solo pudieron oponer resistencia en
BUENAVENTURA BÁEZ
333
Higüey y Samaná. En esa ocasión, tomados por sorpresa, los campesinos
cibaeños no pudieron expresar la gratitud que de seguro ya comenzaban
a sentir por Báez.
Los jóvenes ilustrados de Santo Domingo prestaron apoyo entusiasta
a Báez, sobre todo cuando Santana se puso al frente de las operaciones
contra la ciudad sitiada. Francisco del Rosario Sánchez y José María
Cabral, dos figuras de mucho prestigio, dirigieron las operaciones de
defensa de la capital. Tras 11 meses de cerco, Báez capituló, pero quedó
como una alternativa de poder frente a Santana, quien derrocó a los
liberales del Cibao que habían iniciado la revolución del 7 de julio.
MARISCAL DE CAMPO
Cuando se proclamó la Anexión a España, en marzo de 1861, Báez
se encontraba en Europa y no interfirió en la postura tomada por sus
partidarios en el exilio de oponerse al hecho. Varios baecistas
prominentes, como Manuel María Gautier y Valentín Ramírez Báez,
hermano del caudillo, se habían unido a Francisco del Rosario
Sánchez, en una Junta Revolucionaria, para luchar contra la anexión
a la metrópoli. En lo inmediato, Báez no desautorizó a sus partidarios,
pero mantuvo distancia de sus gestiones. Y cuando el régimen
anexionista se consolidó, Báez brindó sus servicios a la monarquía
española, seguramente calculando que no tardarían en sobrevenir
conflictos entre Santana y los españoles, lo que en tal caso le permitiría
convertirse en la figura dominante de la administración española.
En retribución, la reina de España, Isabel II, lo nombró mariscal de
campo. Ante la postura de su líder, los baecistas del exterior se
apartaron de las gestiones patrióticas. Cuando estalló la guerra de
Restauración, Báez adoptó una actitud prudente y optó por establecerse
en París, pero en ningún momento renunció a su cargo en el ejército
español.
La rebelión contra el dominio español no tuvo relación con las
banderías antes existentes. Participaron por igual antiguos partidarios
de Santana y de Báez, así como personas que no habían tomado parte en
ese conflicto. Ello explica que, a pesar del apoyo que Báez otorgó al
334
PERSONAJES DOMINICANOS
gobierno español, muchos de sus partidarios que habían permanecido
dentro del país tomaran parte en la guerra de Restauración. Por ejemplo,
el primer presidente del gobierno restaurador de Santiago, José Antonio
Salcedo, Pepillo, era conocido como baecista, al igual que Pedro
Florentino, quien fue designado jefe de operaciones en el sur.
El liderazgo que seguía detentando Báez quedó evidenciado por el
hecho de que, a pesar de su adhesión a España, el presidente Salcedo se
propusiese gestionar su retorno al país para entregarle la presidencia.
Esa fidelidad a su líder fue una de las razones de la destitución y
fusilamiento de Salcedo, ya que el jefe del ejército restaurador, Gaspar
Polanco, había sido partidario de Santana, y las cabezas civiles del gobierno
en Santiago fueron dirigentes de la rebelión contra Báez en 1857.
RETORNO A LA PRESIDENCIA
Báez renunció a su rango en el ejército español solo después que las
tropas peninsulares abandonaron la isla, y ponderó que su apoyo
al gobierno español había sido un error que lo mantendría alejado del
país durante mucho tiempo. Se instaló en Curazao para esperar
pacientemente el desarrollo de los acontecimientos, de seguro calculando
que, a la larga, contaba con factores a su favor pese a su error. Estaba
seguro de encontrarse cerca de la fruta madura. Lo primero que debió
sopesar fue que, desaparecido Santana, no había otro dirigente con
experiencia capaz de reunir fuerzas para instaurar un gobierno estable. En
medio de la irrupción desordenada de los caudillos, que habían ganado
poder en la lucha restauradora, Báez podía esperar que entre ellos siguieran
aflorando conflictos que, más tarde o más temprano, rescatarían su vigencia.
Además debió calibrar que contaba con muchos partidarios en las filas
restauradoras; el mismo José María Cabral, quien ocupó la presidencia
tras la salida de los españoles, era reconocido como antiguo baecista.
Los generales de la Restauración, en su mayoría, carecían de
cohesión y de un proyecto acabado de gobierno; solo unos pocos se
habían compenetrado con los principios liberales adoptados por los
miembros del mando de Santiago. Estos dieron lugar a una corriente
liberal que adoptó el nombre de Partido Nacional, aunque no era un
BUENAVENTURA BÁEZ
335
verdadero partido en el sentido que hoy se entiende, y fue conocido
como Partido Azul. Se proponían instaurar un régimen democrático
institucionalizado que garantizara la soberanía nacional y la marcha
del país hacia el progreso.
Las concepciones de los liberales chocaban de frente con las aspiraciones
personales de Báez. Sin embargo, al principio las posiciones no estaban
del todo deslindadas, lo que explica que varios generales restauradores del
este seguidores de Báez, encabezados por Pedro Guillermo, armaran en
octubre de 1865 un movimiento para derrocar a Cabral, quien no los
enfrentó, sino que aceptó traspasar la presidencia a su antiguo jefe,
Buenaventura Báez, a quien fue a buscar a Curazao en noviembre.
Al tomar posesión de la presidencia sin oposición, Báez designó a
Cabral como secretario de la Guerra y a Pedro Pimentel, otro de los
principales adalides de la Restauración, como secretario de Interior. Solo
Gregorio Luperón, entre los prohombres de armas, se negó a todo trato
con el nuevo presidente e intentó sin éxito armar un movimiento en su
contra. Empero, algunas figuras civiles se sintieron atónitas ante el curso
de los hechos, lo que fue exteriorizado por el sacerdote Fernando Arturo
de Meriño, en el discurso de investidura del nuevo presidente, cuando le
echó en cara que se había mostrado indiferente respecto a la lucha del
pueblo contra el dominio español.
Incómodo por su dependencia de figuras cuya fidelidad aún no
estaba garantizada, Báez concibió medidas para consolidarse en la
presidencia. Una de ellas fue distribuir 200 pesos fuertes, suma
considerable entonces, a los generales que participaron en la guerra de
la Restauración. Pero sobre todo puso en juego sus habilidades
administrativas para afirmar la idea de que solo él era capaz de imprimir
eficiencia a la gestión gubernamental. Su popularidad se recuperó sin
mayores dificultades, ya que el sentir del pueblo no tomó en cuenta su
anterior adhesión a España. En un país destruido tras dos años de guerra,
la población solo deseaba que el gobierno lograra mejorar la situación.
En sus memorias, Luperón admite la popularidad de su enemigo, que
explica por el recuerdo que dejó en la población campesina la
devaluación monetaria de 1857. Báez se preocupó en todo momento
de retroalimentar su imagen de protector del pueblo pobre, lo que le
permitiría diferenciarse de los liberales azules, quienes bajo los dos
336
PERSONAJES DOMINICANOS
gobiernos de Cabral concedieron prioridad a la recomposición de la élite
comercial, sector al que veían generador del progreso.
GUERRA CON LOS AZULES
En 1866 todavía no se había recuperado del todo la preeminencia de
Báez a causa de que la mayor parte de los generales de la Restauración –
principal sector dirigente de los asuntos públicos– no habían tenido
participación previa en la política nacional y, por ende, no eran baecistas.
Esta situación permitió que algunos de los prohombres de la Restauración
se coaligaran contra Báez, al parecer porque calibraron que trabajaba
para adquirir prerrogativas absolutas. Cabral marchó al exterior, se
pronunció contra el gobierno y se dispuso a preparar una expedición en
Haití. Luperón desembarcó en Puerto Plata, donde el gobernador Manuel
Rodríguez Objío dio la espalda al ejecutivo, y el movimiento se extendió
por el Cibao. El gobierno destinó a Pedro A. Pimentel, secretario de
Interior para aplastar la insurrección, pero al llegar al Cibao cambió de
bando. Báez cayó en pocos días y abandonó nuevamente el país.
No es de extrañar que en adelante el partido antibaecista tuviera por
jefes a Cabral, Luperón y Pimentel. Pero entre ellos hubo divergencias
casi constantes, mientras que en el partido rival había un liderazgo único
en manos de Báez, a pesar de que se apoyaba en caudillos de estirpe
primitiva. Fue a raíz de la caída del tercer gobierno de Báez cuando se
produjo el deslinde abierto entre sus partidarios y los liberales.
Para dirimir divergencias, entre los liberales se designó un triunvirato
provisional, pero finalmente la presidencia recayó en Cabral, el más
influyente de los tres generales. El país se polarizó entre los que gritaban
de voz en cuello “viva Báez” y quienes se le oponían. Se retomaron los
colores rojo y azul, usados en la guerra civil (1857 a 1858), por lo que
muchos han sostenido que los azules de 1866 eran los antiguos partidarios
de Santana, opuestos a Báez por motivos personales. Como lo explica
Manuel Rodríguez Objío, en su libro Relaciones, esa es una conclusión
errada, porque el Partido Nacional se nutrió de los liberales de Santiago y
de personas que recién se iniciaban en la política, aunque reconoce que
algunos viejos santanistas se les unieron por odio a Báez.
BUENAVENTURA BÁEZ
337
A pesar de contar con gran parte de los intelectuales, la ineptitud
de los azules en el manejo de los asuntos públicos fue aprovechada por
Báez. En poco tiempo obtuvo la adhesión de casi todos los caudillos que
habían tomado parte en la Restauración. Hasta Benito Monción y
Federico de Jesús García, dos de los más connotados líderes de la pasada
guerra nacional en la Línea Noroeste, y hasta poco antes adheridos a las
filas azules, se pasaron al bando rojo. El retorno de Báez era un reclamo
de la gran mayoría de la población, por lo que los caudillos, que lo
idolatraban, tendieron a levantarse en armas. Difícilmente en el resto de
la historia dominicana se haya producido un fenómeno parecido de tanta
popularidad de un jefe político.
En octubre de 1867 estalló una revuelta en Monte Cristi, dirigida
por Francisco Antonio Gómez y otros caudillos baecistas, que ya no
pudo ser contenida. Luperón narra en sus memorias que los
campesinos cibaeños se levantaron masivamente contra los liberales
en el gobierno y cercaron las ciudades. La segunda administración
de Cabral terminó desacreditándose por completo cuando se supo
que había autorizado negociaciones para arrendar la península de
Samaná a Estados Unidos a cambio de una suma de dinero y armamentos
con el fin de aplastar a los caudillos. Báez y sus seguidores, levantando
un nacionalismo de oportunidad, acusaron a Cabral de traición a la
patria.
LOS SEIS AÑOS
Los rojos obligaron a Cabral a capitular en enero de 1868, y Báez retomó
la presidencia tiempo después. Aunque rechazó la dictadura que le
ofrecían sus seguidores, se dispuso a establecer un régimen férreo, que
garantizara su permanencia indefinida. Como se ha expresado, gozaba
del apoyo de la mayoría del pueblo, que, como lo pone de relieve Sócrates
Nolasco en Viejas memorias, creía firmemente que el presidente
conservador garantizaba su bienestar a través de los altos precios del
tabaco. Este apoyo se manifestaba a través de la casi unanimidad a su
favor que manifestaban los caudillos, los hombres fuertes e influyentes
de cada comarca del país.
338
PERSONAJES DOMINICANOS
Por su lado, los azules representaban a medios urbanos minoritarios
que estimaban que era preciso doblegar a los caudillos y establecer un
sistema político moderno. Casi todos los intelectuales se identificaban
con los azules, pero los comerciantes terminaron plegándose en su mayoría
ante Báez, convencidos de que él garantizaba la estabilidad y era el
único político dotado de los conocimientos requeridos para gobernar
con eficiencia. Con todo, los azules tenían vigencia porque representaban
la propuesta de instaurar un sistema moderno. Seguros de la razón de su
causa, a los azules no les importaba haber quedado aislados de la mayoría
de la población.
Tan pronto como fueron desplazados del poder, los liberales se
dispusieron a derrocar a Báez, para lo que procedieron a aliarse con
sus congéneres haitianos dirigidos por Nissage Saget. Cabral se dirigió
a Haití e inició las operaciones en la frontera sur, donde contaba con
prestigio por haber sido allí el último jefe de la Restauración.
Consiguió el apoyo de algunos generales, en especial de los hermanos
Ogando, y pudo iniciar una guerra que se sostuvo durante más de
cuatro años.
La guerrilla de los azules en el sur se proclamó la encarnación de la
tradición patriótica dominicana, subrayando que la independencia se
hallaba en peligro por las gestiones anexionistas del gobierno rojo.
Efectivamente, desde que llegó a la presidencia y aprovechando el interés
expansionista de círculos del gobierno de Washington, Báez había entablado
negociaciones para anexar el país a Estados Unidos. En noviembre de
1869 se firmó una convención preliminar, tras lo cual se celebró un
plebiscito, en el que solo se registraron 11 votos en contra de la anexión.
La consulta se hizo en condiciones de represión política extrema, lo que
impedía que las personas se manifestaran espontáneamente. De todas
maneras, es seguro que la mayoría de la población se mostró de acuerdo
con la anexión por el simple hecho de que Báez así lo proponía y porque
la veía como un medio para salir de las guerras y la pobreza; pero también,
con absoluta seguridad, una porción no desdeñable estaba opuesta por
consideraciones patrióticas.
Como la guerra dirigida por Cabral lograba cierto apoyo por su
contenido patriótico, el gobierno desató medidas de terror para extirpar
a sus enemigos. Las cárceles se llenaron de presos políticos y muchos
BUENAVENTURA BÁEZ
339
opositores se vieron precisados a huir del país para eludir el asesinato o
la prisión. En las tareas represivas, el gobierno rojo utilizó a maleantes
que se dedicaron a aplicar el terror con una ferocidad sin precedentes en
el país, asesinando a centenares de personas. Esos sicarios eran
ampliamente conocidos en el suroeste por sus apodos, como Solito, Baúl,
Musié, Llinito y Mandé. Penetraban furtivamente detrás de las líneas
guerrilleras, allende el Yaque del Sur, donde se dedicaban a matar a
todos los que encontraban.
Dondequiera que los azules intentaban rebelarse, el gobierno aplicaba
la represión sanguinaria, como hizo en el este el general José Caminero,
en las operaciones contra la guerrilla del general restaurador Eusebio
Manzueta, quien fue capturado y fusilado. En el Cibao los liberales no
pudieron hacer nada, ante el inconmovible respaldo de los campesinos a
quien veían como salvador de los altos precios del tabaco, por lo que el
delegado del gobierno, Manuel Altagracia Cáceres, no tuvo que recurrir
al terror.
Por diversos motivos, la situación económica del país siguió siendo
desesperante. La suerte de la cuarta administración de Báez dependía de la
obtención de recursos financieros extraordinarios, a fin de ganar tiempo y
poder culminar la anexión a Estados Unidos. Con ese fin, el gobierno
designó como agente financiero en Inglaterra a Edward Hartmont, quien
recibió autorización para contratar un empréstito. Este banquero judío
cometió un fraude extravagante, ya que emitió bonos por más de 400,000
libras esterlinas y apenas entregó 38,000 al gobierno dominicano.
La pequeña suma percibida no le permitió al gobierno superar la
precariedad. Ni siquiera los secretarios de Estado cobraban regularmente
sus emolumentos. Báez dio muestra de coherencia, al garantizar el uso
correcto de los escasos recursos, y la devoción al Partido Rojo llevaba a
que todo el mundo mostrara disposición al sacrificio. La realidad era que,
con posterioridad a la anexión a Estados Unidos, Báez tenía previstos
grandes negocios en unión a funcionarios cercanos al presidente Ulysses
Grant y a los aventureros William Cazneau y Joseph Fabens, inspiradores
de todo lo que se tejía.
El Senado estadounidense rechazó el tratado de anexión en 1871, con
lo que la caída de Báez fue cuestión de tiempo. El gobierno dominicano
todavía mantuvo esperanzas en las relaciones con los norteamericanos,
340
PERSONAJES DOMINICANOS
puesto que se había firmado un tratado preliminar paralelo de arrendamiento de la península de Samaná a cambio de anualidades de 150,000
dólares, la primera de las cuales fue pagada por Washington. La bandera de Estados Unidos ondeó sobre la península durante esos años, lo que
fue aprovechado por los filibusteros estadounidenses para formar una
compañía con fines especulativos, la Samana Bay Company.
El monto del arrendamiento era una suma relativamente alta para la
época, pero ello no impidió que se propagara el malestar. Ahora bien,
la cuarta administración de Báez se había consolidado a pesar de la difícil
situación económica, al grado de que la insurrección en el sur quedó
derrotada a inicios de 1873. Dondequiera que los azules intentaban
sacar la cabeza, eran aplastados. En esas circunstancias, la única manera
de que Báez cayera era si lo hacía a manos de sus propios seguidores.
Ante la impotencia de los liberales y el desgaste de la administración,
no tardaron en producirse diversas manifestaciones de oposición en las
propias filas de los rojos contra su presidente. El foco del descontento se
localizó en la Línea Noroeste.
Para culminar el desgaste, el 25 de noviembre de 1873 se levantaron
en armas los pilares del baecismo en el Cibao, Ignacio María González,
gobernador de Puerto Plata, y Manuel Altagracia Cáceres, delegado
del gobierno, y en pocos días forzaron a su antiguo jefe a presentar
la dimisión. Además de la grave situación económica, causó malestar
una reforma constitucional que ampliaba los poderes de Báez y le permitía
reelegirse indefinidamente.
EL DECLIVE
El 25 de noviembre marcó el final del papel central de Báez en la política
dominicana. Empezaron a sobresalir nuevos caudillos nacionales salidos
de las filas rojas, mientras los azules, bajo la jefatura de Gregorio Luperón,
comenzaron a ampliar lentamente su influencia. Los caudillos se dividieron
y la política se caracterizó por un caos continuo, en el que cada facción
trataba de hacerse con el poder en forma desordenada. Parecía que el
liderazgo de Báez había quedado sepultado, pero él no se daba por vencido.
Seguía contando con una porción considerable de la población, y esto le
BUENAVENTURA BÁEZ
341
permitió aprovechar el desorden que causaban las apetencias por el poder.
Sus partidarios lograron derrocar al segundo gobierno de Ignacio María
González y pudo así llegar por quinta vez a la presidencia a fines de 1876,
permaneciendo en ella poco más de un año.
Político avezado, Báez se dio cuenta de que en poco tiempo las
condiciones del país habían experimentado cambios, que la
independencia nacional no se podía poner en duda y que la opinión
pública demandaba un clima de paz. Al llegar por quinta vez a la
presidencia, procuró adaptarse a estas nuevas condiciones y procedió a
emitir un manifiesto en el cual se autocriticaba por actuaciones previas,
declarando que la democracia y la independencia nacional serían en lo
adelante sus banderas. De inmediato recibió el respaldo de connotados
intelectuales de la corriente liberal, quienes deseaban por encima de
cualquier otra cosa que se implantaran el orden y la paz. Hasta José
María Cabral, antiguo jefe de los azules, aceptó una secretaría de Estado
en la última administración del caudillo rojo.
Empero, otros azules consideraron que el presidente tenía el propósito
de establecerse de nuevo como dictador y que por lo bajo desplegaba
gestiones anexionistas. A inicios de 1878 en la Línea Noroeste estalló
una rebelión dirigida por Máximo Grullón y Benito Monción, que fue
seguida por otros dirigentes. En el este se levantó Cesáreo Guillermo,
quien barrió a las tropas gubernamentales en Pomarrosa, cerca de Guerra.
Al poco tiempo, Báez se vio forzado a huir del país, esta vez para siempre.
En octubre de 1879 Gregorio Luperón derrocó al presidente Cesáreo
Guillermo, con lo que se inició un orden estable, caracterizado por la
preponderancia de los azules. Los intentos sediciosos de los caudillos de
las otras banderías pudieron ser aplastados, aunque requirieron que el
segundo presidente azul, el sacerdote Fernando A. de Meriño, se
autoasignara facultades dictatoriales y dispusiera el fusilamiento sumario
de quienes se levantaran en armas. Durante esos años el país conoció
una fase de prosperidad y las condiciones cambiaron con rapidez. La
figura antes señera de Báez perdió vigencia aunque siguió siendo añorado
por muchos antiguos seguidores.
Báez falleció en su casa de Hormiguero, en el occidente de Puerto
Rico, en 1884. Los jefes de más renombre del Partido Rojo, como Manuel
María Gautier, optaron por aliarse a Ulises Heureaux, el pupilo de
342
PERSONAJES DOMINICANOS
Luperón que terminó traicionándolo y adoptando los principios
autocráticos de sus antiguos enemigos. El olvidado Báez reencarnó, en
cierta manera, en el relevo autocrático de Heureaux.
BIBLIOGRAFÍA
Martínez, Rufino. Santana y Báez. Santiago, 1943.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano, 18211930. Santo Domingo, 1971.
Nolasco, Sócrates. Viejas memorias. Santo Domingo, 1968.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Papeles de Buenaventura Báez. Santo
Domingo, 1969.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Informe de la comisión de
investigación de los E. U. A. de 1870. Ciudad Trujillo, 1955.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Proyecto de anexión de Santo
Domingo a Norteamérica. Santo Domingo, 1965.
GASPAR POLANCO
PRIMER JEFE DE LA RESTAURACIÓN
Un historiador consciente puede recoger datos preciosos;
y si algún día la pluma de la imparcialidad dijese:
“Fuera del Gobierno Polanco ningún
otro tuvo tan a pecho la defensa del principio nacional,
ningún otro fue más serio y decoroso,
ninguno más enemigo de los traidores,
ninguno en fin imprimió a la Revolución Restauradora un vuelo
más rápido y seguro, ni fue más digno en el cumplimiento de su
misión”;
y si esto dijere en la posteridad algún hijo de nuestra Patria,
creeremos que el fallo de los hombres no es tan interesado
como se presume […].
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
EL FINAL DE LA REPÚBLICA
El 18 de marzo de 1861, el presidente Pedro Santana anunció la
anulación de la República Dominicana, al disponer la reincorporación a
España, bajo el supuesto de que los dominicanos nunca habían dejado
de ser españoles. Este acto no tuvo carácter fortuito; materializaba el
componente central del programa de los sectores que casi siempre habían
controlado las altas instancias del país, desde su mismo nacimiento en
1844. Con el propósito de una anexión que sepultara la facultad de
autodeterminación del pueblo dominicano, estos sectores expresaban la
ausencia de confianza de que un país pobre pudiese gestar un Estado
habilitado para impulsar el progreso económico y afrontar la amenaza
militar de la nación vecina.
Este último punto fue presentado como el decisivo, aunque, en
realidad, los círculos gobernantes haitianos habían depuesto su extrema
belicosidad, tras el derrocamiento del emperador Faustin Soulouque en
1858. Su sucesor, Fabré Geffrard, había optado por incitar a militares
dominicanos descontentos a colaborar con Haití. El caso más sobresaliente
estuvo representado por el general Domingo Ramírez, jefe de la frontera
sur, quien protagonizó una rebelión respaldada por Haití en 1859. Estos
hechos, sin embargo, no significaban que la independencia dominicana
se encontrase amenazada por el poderío militar haitiano. En las cuatro
campañas agresivas desplegadas por los vecinos, los combatientes
dominicanos lograron casi siempre victorias resonantes, no obstante la
disparidad en el número de tropas y recursos.
Lo que en realidad subyacía en la trama anexionista era la
continuación del poder omnímodo de Pedro Santana, quien
se consideraba el único habilitado para dirigir la suerte de los
dominicanos. En los años anteriores a 1861 se había puesto de manifiesto
la incapacidad de los sectores dirigentes para promover una recuperación
económica. El componente más crítico radicaba en la división de los
347
348
PERSONAJES DOMINICANOS
sectores políticos dirigentes entre los partidarios de Santana y los del
antiguo presidente Buenaventura Báez. La pugna estuvo motivada
por las ansias de poder absoluto de Santana, de manera que muchos
descontentos se agruparon detrás de su inveterado enemigo. Sin
embargo, Báez compartía con Santana la concepción anexionista, lo
que no impidió que, momentáneamente, los jóvenes liberales de Santo
Domingo y sectores humildes marginados por la cúpula oligárquica,
se enrolaran en el baecismo.
La culminación del conflicto se produjo con la revolución cibaeña
de 1857, dirigida a sacar a Báez del poder, cuando los promotores del
levantamiento de la ciudad de Santiago, reconociendo su debilidad
militar, convocaron a Santana para que dirigiera el sitio sobre Santo
Domingo, tras cuyas murallas se habían parapetado los baecistas. Esta
guerra civil duró un año y profundizó la sempiterna depresión
económica. Como consecuencia, muchos se mostraron indiferentes ante
la suerte de la República, con lo que se despejaba el terreno para una
intentona anexionista. Mientras tanto, otra respuesta masiva fue el repunte
de la popularidad de Báez, quien había logrado dejar la impresión de
ser un defensor de los pobres y los campesinos.
Por consiguiente, el hecho de 18 de marzo dio respuesta simultánea
al programa anexionista, a una situación coyuntural de deterioro
económico extremo, y al auge de la oposición baescista. El pacto que
llevó a la anexión consignaba, entre otras cosas, la permanencia de
Santana al frente de la administración local, en calidad de capitán
general. El tirano pretendía perpetuarse bajo la sólida cobertura del
pabellón español.
Inicialmente hubo pocas reacciones ante el golpe de Santana y su
camarilla, lo que expresaba un momento de agotamiento de las energías
nacionales. Varios factores permiten entender por qué, tras casi 40 años
de ruptura con la vieja metrópoli, muchos dominicanos aceptaron la
reincorporación al estatuto colonial con ella y otros decidieron aguardar,
atentos a la evolución de los acontecimientos. Primero, Pedro Santana
seguía teniendo niveles indiscutibles de prestigio, sobre todo gracias
a su liderazgo entre los círculos influyentes, desde donde se irradiaban a
la masa del pueblo. Todavía se le veían facultades excepcionales que se
juzgaban necesarias para garantizar la independencia dominicana. Tal
GASPAR POLANCO
349
prestigio tenía por principal punto de apoyo los círculos militares, que
lo consideraban el único jefe posible. De esta suerte, todos los intentos
que se fraguaron contra la anexión pudieron ser aplastados, algunos de
ellos con el fusilamiento de una parte de sus participantes, como ocurrió
en San Juan el 4 de julio, día en que Francisco del Rosario Sánchez y 20
de sus compañeros fueron fusilados.
CONTRADICCIONES DEL ORDEN ANEXIONISTA
Santana prometió la llegada inminente de un flujo de prosperidad para
todos los sectores sociales por efecto de la reincorporación a la antigua
metrópoli. Asimismo, anunció que los dominicanos gozarían de las
atribuciones ciudadanas de los españoles, en virtud de que el país pasaba
a ser una provincia ultramarina del reino. Diversas medidas se enunciaron
respecto a esas promesas centrales: no restablecimiento de la esclavitud, a
diferencia de lo que sucedía en Cuba y Puerto Rico; entrada masiva de
emigrantes españoles, con lo que se incrementaría la riqueza pública; canje
del papel moneda dominicano por pesos fuertes españoles a una tasa
equitativa, que apuntaba a erradicar el cáncer más devastador de la precaria
economía dominicana; inversiones públicas y privadas en vías de
comunicación y otros proyectos de infraestructura; reconocimiento de las
posiciones de la burocracia y de los militares dominicanos, con lo que
pasarían a devengar salarios similares a los vigentes en la metrópoli.
Tales promesas en breve tiempo se mostraron fallidas. Si bien se
intentaron poner en práctica algunos de estos lineamientos, el régimen
anexionista mostró especial ineptitud técnica y administrativa, por ello no
solo no mejoraron las condiciones del país, sino que en muchos aspectos
empeoraron. Se agregaron conflictos en esferas sociales y étnico-nacionales,
los cuales alcanzaron a los círculos burocráticos y militares que poco antes
habían suscrito con entusiasmo la anexión. Sin duda la mejoría de sueldos
para la burocracia local, en pesos fuertes, constituyó un aliciente para que
se comprometiese con el régimen español. Ahora bien, esto se acompañó
de una nutrida entrada de peninsulares provenientes de Cuba que
desplazaron a posiciones secundarias a los veteranos santanistas. De
particular relieve fue la humillación a que se vieron sometidos los militares,
350
PERSONAJES DOMINICANOS
dejados en condición de reservistas, en señal obvia de desprecio étnico,
por el hecho de tener, la mayoría, antepasados africanos, lo que los
inhabilitaba a ojos de la mentalidad racista de los peninsulares habituados
a la modalidad de esclavitud vigente en Cuba.
De tal manera, la mejoría de la posición material de los jerarcas
santanistas se vio contrarrestada por una pérdida de influencia que en
muchos casos rayaba en situaciones indignas. Muy pronto, como
expresión de este conflicto casi manifiesto, comenzó una pugna entre
Santana y sus colaboradores metropolitanos: el antiguo tirano se solidarizó
con los intereses de sus viejos socios criollos y se negó a compartir el
poder. De ahí que en enero de 1862, el primer presidente dominicano
renunciara a su condición de capitán general.
Colateralmente, el incremento de salarios y la entrada de burócratas
peninsulares generaron un alza abrupta de los gastos gubernamentales,
lo que se tradujo en un incremento de la presión tributaria. De golpe, la
masa popular, acostumbrada no más que a pagar impuestos aduanales
moderados, vio mermada su capacidad de ingreso. Los cultivadores de
tabaco de la zona del Cibao fueron los más afectados con esta disposición.
Pero además del incremento impositivo, la presión gubernamental se
manifestó en requerimientos apremiantes y abusos que chocaban con el
orden republicano existente desde 1821, cuyos componentes se habían
asentado ya como parte de la mentalidad colectiva. Fue el caso de la
reglamentación que ordenaba que todos los habitantes de las zonas rurales
contribuyesen al transporte de los equipajes de los militares y que
pusiesen al servicio de estos sus animales de carga. El espectro de la
esclavitud no pudo sino resurgir, al agregarse un hiriente desdén sobre
los dominicanos por parte de los funcionarios y militares peninsulares.
Otras medidas tuvieron carácter contraproducente, como fue el canje
del papel moneda. Con motivo de esta disposición, proliferó la
falsificación de billetes, aupada incluso por funcionarios españoles, con
lo que se agravó el desorden monetario. Por otra parte, el objetivo de
unificación en el peso fuerte dio lugar a prácticas de corrupción
administrativa que exacerbaron el descontento de los afectados.
Tales componentes de la administración española generaron un
malestar creciente en todos los sectores sociales, ya fuera por motivos
económicos, de posiciones de poder o de dignidad nacional. No solo los
GASPAR POLANCO
351
campesinos eran víctimas de las exacciones tributarias, sino que también
los comerciantes antiguamente establecidos resintieron el favor a
los buques peninsulares, las ventajas arancelarias a los productos
industriales catalanes, el incremento del arancel de exportación y las
prácticas corruptas que alteraban las reglas existentes. Mientras tanto,
proliferaba el desorden monetario junto con los abusos de poder, y no
aparecía ninguna contrapartida de progreso: en más de dos años de paz,
el régimen anexionista no construyó un solo kilómetro de carretera, con
lo que se evidenció la ausencia de interés de la burocracia dirigente por
generar el desarrollo de la riqueza pública.
Quedó claro que desde la perspectiva peninsular, aparte de su valor
geopolítico para contribuir a conservar el control de Cuba, la anexión
de 1861 estuvo concebida desde el prisma de expoliación de los recursos
humanos y naturales de la nueva posesión ultramarina. El desengaño
sin duda había alcanzado a una parte mayoritaria de la población a finales
de 1862, desvaneciéndose las ilusiones de prosperidad y de tratamiento
digno por parte de la metrópoli, estado de ánimo que presagiaba un
estallido insurreccional. Fue, en efecto, lo que primero aconteció
fallidamente en febrero de 1863 y se reiteró de manera irreversible en
agosto de ese año, al iniciarse la Guerra de la Restauración en Capotillo,
paraje próximo a la línea fronteriza del norte.
LA FORMACIÓN DEL ADALID NACIONAL
Uno de los jefes militares que aceptaron, sin signos aparentes de reserva,
la reincorporación a España fue Gaspar Polanco, quien poco tiempo
antes había sido ascendido a general de brigada. Al cabo de dos años,
su fidelidad hacia Santana y la confianza que posiblemente albergaba
en el proyecto anexionista se habían trastocado en una animadversión
virulenta, que lo llevó a la conducción de la Guerra de la Restauración.
Cumplió esa misión gracias a haber sido un prototipo del ascenso
social a través de la carrera de las armas. Su posición de oficial superior,
coronel y luego general, lo asoció al desempeño de responsabilidades
en el seno del Estado y con una visión de los asuntos públicos distinta
a la habitual en los medios rurales de los cuales procedía.
352
PERSONAJES DOMINICANOS
La Guerra de la Restauración, iniciada en agosto de 1863, tuvo por
principal característica su contenido popular. Es lo que explica que un
provinciano de origen rural, como Polanco, ganara tanto protagonismo
en ella. Resumía la visión popular contra los dominadores, al tiempo
que estaba dotado de los instrumentos profesionales para encabezar una
acción que se disputaba en el terreno de las armas. En tal sentido, el
personaje resume las fortalezas y las debilidades de la Guerra de la
Restauración: sin dejar de ser analfabeto, fue un estratega de la lucha
armada; asumió un radicalismo que lo elevó a figura preponderante del
hecho nacional, al tiempo que carecía de propuestas precisas de
organización de un orden alternativo.
Se sabe poco hasta el momento sobre sus antecedentes personales.
Ni siquiera se conoce con exactitud su año y lugar de nacimiento,
aunque se presume que se produjo en Guayubín o en el paraje Corral
Viejo de ese municipio, en 1816. Su padre, Valentín Polanco, era un
criador de reses y cosechero de tabaco residente en Guayubín, desde donde
resultaba fácil realizar exportaciones hacia Haití. El comercio fronterizo se
había reanudado a partir de cierto momento tras la independencia
dominicana, aunque no existía un armisticio entre los dos países. Gaspar,
el más capaz de los tres hermanos, mantuvo el patrimonio familiar, logrando
compatibilizar sus actividades de jefe militar regional con la administración
de su hato ganadero.
Como era normal después de la Independencia, Gaspar Polanco
se incorporó tardíamente a las faenas militares. Es probable que
participara en las guerras con Haití desde el propio 1844, pero solo
comenzó a descollar como coronel de caballería en las batallas de Jácuba
y Talanquera, esta última el epílogo de las agresiones haitianas, en
enero de 1856. Las dotes guerreras exhibidas en estas batallas y la
adhesión a Santana tras la guerra civil de 1857 le facilitaron el ascenso
a general en 1859. Desde la posición de jefe de la sección de la La
Peñuela se hacía sentir como una de las figuras preponderantes en la
zona fronteriza del norte, y destacaba por su capacidad de reclutar
contingentes de campesinos para las campañas bélicas, función clave de
los representantes locales de la administración pública.
Este prestigio en el orden regional no fue obstaculizado por sus
limitaciones culturales. Compensó su condición de analfabeto con
GASPAR POLANCO
353
una recia personalidad que se canalizaba hacia las dotes guerreras, el
don de mando y la exhibición del valor personal, cualidad esta última
indispensable para todos los que se promovían a través del oficio bélico. Como parte de esta combinación, a la competencia en la jefatura
militar unió una dureza de escasos precedentes, que se haría uno de
sus atributos de prócer. Alrededor de esto, algunos historiadores como
Archambault lo han juzgado como un sujeto sanguinario, mientras
otros lo reducen a la condición de tosco elemental. Sin duda, Polanco
mostró una predisposición al uso de la violencia, pero lo hizo como
parte de una visión de la guerra y de sus objetivos patrióticos. Se
mostró inflexible frente a los traidores, y era a menudo presa de furor
cuando se presentaban situaciones críticas en el combate. Pero de ninguna manera fue un criminal, pues obró en todo momento de acuerdo
con un ideal de autodeterminación nacional que recogió como casi
ningún otro de los jefes militares de la contienda. Fue esta concepción
de la naturaleza nacional y civil de la Restauración lo que lo llevó a
mostrarse implacable contra los españolizados. Manuel Rodríguez
Objío, quien lo trató de cerca durante la gesta, acierta al compararlo a
Robespierre.
En aquellos días la revolución no perdonaba la menor infidelidad,
y Gaspar Polanco, su primer representante, era la encarnación viva
de esa tremenda justicia; Robespierre de nuevo género, él habría
querido redimir y afianzar la República sobre las osamentas de sus
contrarios.
Esto indica que el empleo de la violencia formaba parte de una
visión patriótica, concepción por lo demás compartida en ese escenario
impetuoso que fue la Guerra de la Restauración, cuando surgieron nuevos
actores de la resistencia nacional. Polanco fue la expresión más cabal del
fenómeno sociológico; pero, como prócer, lo dirigió a un sentido patriótico
y revolucionario. Para nada obedeció a los instintos elementales de los
caudillos: por el contrario, en su desempeño como presidente de la
República en armas mostraría su disposición a dejar los asuntos públicos
en manos de los civiles cultos, dotados de una concepción democrática y
nacional que él compartió sin reserva alguna.
354
PERSONAJES DOMINICANOS
INCORPORACIÓN A LA REBELIÓN
Mientras él se mantenía como militar de las reservas en la Línea Noroeste,
en febrero de 1863 estallaron sublevaciones antianexionistas en Guayubín
y otras localidades de la zona, con repercusión en Santiago, donde se
intentó sin éxito expandir la rebelión. En pocos días de operaciones las
tropas españolas y de criollos anexionistas lograron sofocar el intento.
Una de las razones de que esto sucediese fue que todavía muchos oficiales
de las reservas se mantuvieron fieles al régimen español. Entre los militares
dominicanos que en aquel momento no secundaron la acción liberadora
estaba Gaspar Polanco, pese a que su hermano mayor, Juan Antonio, se
contaba entre los cabecillas. Se ha llegado a afirmar que una de las causas
del fracaso residió en la fidelidad de Polanco a España, a causa de su
influjo en la región fronteriza del norte.
Es probable, sin embargo, que ya en febrero de 1863 Polanco estuviese
predispuesto a la sedición, pero decidiese no unirse a ella. Un testimonio
de la época señala que llegó a la conclusión de que le convenía interceder
por la vida de su hermano, lo que deja implícito que ponderaba que
todavía no habían madurado las condiciones para el éxito. Algunos
funcionarios españoles desde ese momento sospecharon que esperaba la
oportunidad propicia para pasarse al bando rebelde. Aun así, no cabe
duda de que entonces contribuyó al fracaso del levantamiento, ya que
encabezó las principales tropas criollas al servicio del gobierno.
No se sabe si Polanco participó en las faenas conspirativas que
precedieron el estallido de la rebelión en Capotillo el 16 de agosto.
Al menos no se contó entre los jefes iniciales que en escasos días
lograron derrotar a las guarniciones españolas en casi todas las
localidades de la Línea Noroeste. Empero, no cabe duda de que se
hallaba proclive a la revuelta, como parte de un amplio consenso que
se había formado en la región a consecuencia de las medidas de la
administración española en el Cibao, comandada por el general Buceta
y el coronel Campillo.
Entre Santiago y la frontera cundía el descontento, por cuanto las
disposiciones antipopulares arriba vistas, que habían estimulado el
alzamiento de febrero, no habían sido derogadas. Por otra parte, los jefes
militares españoles cometieron el error de fusilar a varios de los participantes
GASPAR POLANCO
355
en las acciones fronterizas y de Santiago, después que se habían
comprometido a respetar la vida de todos los prisioneros. Tras la rebelión
de febrero cundió el terror a lo largo de la Línea Noroeste, lo que tuvo el
efecto inevitable de atizar de nuevo el espíritu antianexionista.
Polanco se unió a la rebelión hacia el 20 de agosto, pocos días
después de comenzar, cuando Benito Monción y Pedro Antonio
Pimentel perseguían a muerte a Buceta. A pesar de que la insurrección
era ya masiva, la incorporación de Polanco le aportó perspectivas más
ciertas. Del hecho de que él se sumara en Esperanza, a mitad de camino
entre Guayubín y Santiago, se infiere que decidió preparar las
condiciones en esa comarca, hasta entonces ajena al desenvolvimiento
de los combates. Prueba de ello fue que se integraron al frente de más
de 300 hombres, cantidad considerable en un momento inicial de la
guerra. Ese contingente pasó a desempeñar un papel primordial en la
ofensiva lanzó sobre Santiago, después que se organizaron los diversos
cuerpos que habían operado en el espacio comprendido entre Sabaneta,
Guayubín, Monte Cristi y Dajabón. Al frente de la tropa, rápidamente
reforzada con nuevos reclutas, Polanco derrotó en La Barranquita de
Guayacanes al contingente enviado desde Santiago al mando del
comandante Florentino Martínez con el fin de auxiliar a Buceta. El
repliegue de los derrotados abrió a los insurgentes el terreno hacia la
capital cibaeña.
PRIMER JEFE DE LA RESTAURACIÓN
A escasos días de haberse adherido a la causa nacional, Polanco fue
reconocido como jefe máximo del ejército nacional, la tropa informe de
los “mambises”, por el simple hecho de que era el único que había
ostentado el rango de general en la época republicana. Parece que no
hubo objeciones a esta decisión, que ponía de relieve el sentido de la
rebelión de retornar a la condición existente antes de marzo de 1861.
Años después, en un importante escrito dictado a Mariano Cestero,
Benito Monción reconoció que hasta el nombramiento de Polanco en la
jefatura, los distintos cuerpos que operaron sobre Monte Cristi, Guayubín
y Dajabón carecían de un mando unificado. Desde ese momento le
356
PERSONAJES DOMINICANOS
correspondió a Polanco dirigir las acciones que culminaron en la toma
de Santiago y en la persecución de las tropas españolas hasta Puerto
Plata días después. Los éxitos en las operaciones comprueban que la
designación del jefe trascendía la formalidad del general más antiguo, y
había recaído en alguien que pasó a mostrar pericia impecable en la
conducción de las maniobras.
Polanco se tornó en esos días en la figura preponderante de la
Guerra Restauradora, pese a no ser electo presidente de la República.
El doctor Alcides García Lluberes, en su apasionado pero lúcido
artículo “El general Gaspar Polanco”, lleno de empatía por el prócer,
fue el primero que revisó el criterio por muchos aceptado de que
Gregorio Luperón había sido la primera espada de la Restauración.
García Lluberes tiene razón al destacar que a Polanco le correspondió
encabezar el inicio de la guerra, plasmado en la toma de Santiago, y
asimismo su final triunfante, culminado meses después en la desocupación
del país. La visión de la preponderancia de Luperón se explica por la
excepcional conciencia histórica del futuro caudillo del Partido Azul,
expresada en los tres tomos de sus Notas autobiográficas y apuntes
históricos . Si se estudian con atención esos textos, queda
incuestionablemente establecida la primacía de Polanco, tanto en el
aspecto militar como en la calidad de la conducción política de la gesta
nacional, invalidándose los reclamos de preeminencia de Luperón, quien,
aunque sin faltar a la verdad, exageraba los méritos propios por aspirar a
la gloria.
Polanco, más allá de toda duda, mostró las dotes supremas que
llevaron a los dominicanos a la victoria, especialmente cuando se debatió
si se lograría consolidar la insurrección en el Cibao. Pero fue sobre todo
en la presidencia de la República donde manifestó en forma plena su
capacidad de conducción de la guerra nacional.
Aunque a Polanco, ciertamente, como lo han puesto de relieve
historiadores como Rodríguez Objío y García Lluberes, le correspondió
el principal papel militar en la Restauración como general en jefe, no
significa que se encontrara en una situación de superioridad absoluta
respecto a otros comandantes. Polanco no ostentó en las filas patrióticas
un ascendiente indiscutido como lo había tenido Santana durante las
guerras con Haití. Ello se explica porque la naturaleza de la guerra
GASPAR POLANCO
357
restauradora impedía que se produjese una efectiva jerarquía de mandos.
En cada frente se gestaba una jefatura que actuaba con independencia
del conjunto, establecía sus propios planes de combate, sus procedimientos
de mando y operaciones y las líneas de abastecimiento. Las tropas de
patriotas carecían de la compactación propia de los ejércitos modernos.
Más bien actuaban como huestes informales, desplegadas sobre frentes
imprecisos, de acuerdo con preceptos adoptados por sus jefes. La guerra
de guerrillas constituía, a tal efecto, el principal método bélico de los
patriotas, único recurso para confrontar un ejército mucho más numeroso,
mejor adiestrado y con armamentos incomparablemente superiores.
Vistas así las cosas, se comprende que a lo largo de la guerra
sobresalieran varias figuras que desempeñaron papeles trascendentes en
sus frentes respectivos, para mencionar unos cuantos: Benito Monción y
Pedro Antonio Pimentel en el noroeste, el mismo Polanco en Puerto
Plata, Luperón en los momentos iniciales de invasión al este y al sur,
Eusebio Manzueta y Antonio Guzmán en el este y Pedro Florentino y
José María Cabral en el sur. También sobresalió José Antonio Salcedo,
designado presidente de la República el 14 de septiembre de 1863,
quien, a pesar de carecer de méritos para tal posición y de haber cometido
graves errores militares, se elevó a la condición de un guerrero intrépido
que a menudo estuvo en primera fila en los frentes álgidos de las
operaciones. Otros jefes brillaron en acciones de envergadura, entre ellos:
José Cabrera, Federico de Jesús García, Juan Antonio Polanco, Santiago
Rodríguez, Manuel Rodríguez, El Chivo, Benito Martínez, Pedro Pablo
Salcedo, Perico, Juan de Jesús Salcedo, Marcos Adón y muchos más.
Lo anterior permite concluir que, ciertamente, Polanco fue la primera
espada, pero más por el hecho de ostentar el rango de general en jefe
que por sus acciones en sí, ya que jefes de otros frentes desempeñaron
funciones de extraordinario peso. Fue el nacionalismo intransigente,
como ya se ha referido, el que permitió que Polanco se colocara en la
cresta de la galería de próceres que dirigieron la gesta restauradora.
Gracias a ese talante le correspondió detener el avance de las posiciones
de los partidarios de un avenimiento con España o de traer de retorno a
Buenaventura Báez, ideas ambas esbozadas por el presidente José Antonio
Salcedo, Pepillo. Fue su actitud nacional, popular y democrática lo que
le permitió al general en jefe, en su condición de presidente, llevar
358
PERSONAJES DOMINICANOS
las acciones a su punto culminante, al grado de que la jefatura española
debió renunciar a proseguir las operaciones y se limitó a concentrar
las tropas en seis o siete puntos fortificados de la costa.
LA BATALLA DE SANTIAGO
Puesto al frente de la aglomeración de mambises, en número cercano a
5,000 al incorporarse refuerzos de La Vega y Moca, el 4 de septiembre
Polanco estudió la situación desde el puesto de mando de Quinigua
antes de disponer el asalto sobre Santiago. Al día siguiente todos los
jefes se posicionaron en cantones que cercaron la ciudad, desde los cuales realizaron operaciones ofensivas que culminaron en el desalojo de
los españoles de las calles. El cuadro de mando encabezado por Polanco
estaba compuesto por los generales Gregorio Luperón, Ignacio Reyes y
Gregorio de Lora y por los coroneles Pedro Antonio Pimentel, Benito
Monción y José Antonio Salcedo. En una de las treguas, Luperón solicitó a Polanco el ascenso de los dos últimos al rango de general, como
reconocimiento a sus hazañas de esos días, y fue complacido de inmediato. En medio de los combates, sobresalió Polanco en la primera línea
de fuego, lo que no le impedía coordinar la acción de los destacamentos
al mando de los generales subordinados. En esta doble función de jefe
táctico y estratega se revela la excepcional capacidad militar del general
en jefe. Tanto más notable en la medida en que los dominicanos enfrentaban una tropa española numerosa, con alta moral y bien apertrechada
en el centro de la ciudad. Adicionalmente, cabe considerar que los dominicanos no habían superado un formato bélico espontáneo. Pero la
ausencia de disciplina y de mando efectivo quedaba compensada por
la disposición a pelear a toda costa, el secreto último del éxito de la
Restauración. Luperón, segundo jefe en importancia en la batalla,
describe la forma heteróclita del armamento.
Era por lo demás curioso contemplar aquellas columnas de los
patriotas; unos con lanzas, algunos con fusiles antiguos; varios con
trabucos de todas las épocas, otros con pistolas de todas clases, los
más con su machete y no pocos con garrotes; pero los revolucionarios
habían adquirido el audaz vigor que dan continuas victorias, y con
GASPAR POLANCO
359
la bravura que inspiran las guerras de independencia, se lanzaban a
la lucha con las desventajas de las armas, pero con la indómita
intrepidez e inmensa alegría de dar la vida por la patria.
Precisamente, desde esos días Polanco tuvo el mérito de encarnar el
espíritu nacional. El 6 de septiembre, día culminante del enfrentamiento,
se señaló al general en jefe en todas partes en que se debatía el desenlace.
En varios escritos se recuerda que peleaba como una fiera, reforzando
posiciones con el ejemplo o imprimiendo empuje en medio de
imprecaciones si los españoles daban muestras de avanzar, al tiempo que
impartía órdenes a los diversos jefes distribuidos en otros puntos. Su
presencia se hizo sentir como la de ningún otro jefe en el resultado
obtenido. De nuevo debemos al testimonio de Luperón una descripción
del terrible choque.
La batalla de Santiago, el 6 de Septiembre de 1863, es un
acontecimiento único por su grandiosidad en el país.
Esfuerzos de valor y ejemplos de heroísmo dieron ambos
combatientes aquel día memorable que no podrán borrarse jamás
de la historia de la guerra, ni de la memoria de aquellos que
tuvieron la inmensa gloria de presenciarlos […].
Las descargas de fusilería y de cañones se hacían a quema ropa, y
los sitiados rechazaban a los asaltantes con las puntas de sus
bayonetas y con chorros de metrallas.
Refugiados finalmente los españoles en la fortaleza San Luis, Polanco
ordenó su asalto, para lo cual dispuso que se incendiase una vivienda
situada en un costado. De ahí se originó el incendio que en pocas horas
convirtió en cenizas a la entonces ciudad más rica de la República. Este
hecho no inmutó a los cabecillas restauradores, partidarios de la tierra
quemada como precio para retornar a la autodeterminación nacional. La
batalla llegaba a su cenit, al decir de Luperón “un cráter en espantosa
actividad”, cuando “la cólera de los hombres se mezclaba en terrible
maridaje a la cólera de los elementos”.
La belicosidad de los guerreros restauradores colocó a las tropas
españolas en situación defensiva, no obstante la alta moral de combate
que en todo momento mostraron. Mientras los dominicanos sostenían
360
PERSONAJES DOMINICANOS
el cerco sobre la fortaleza y se aprestaban a tomarla, hizo aparición una
columna española proveniente de Puerto Plata, bajo el mando del
coronel Cappa y del general de las reservas Juan Suero, el legendario
“Cid Negro” que tan valerosamente combatió contra sus connacionales.
De nuevo en esta ocasión se puso de manifiesto la pericia de mando
del general en jefe, cuando decidió no obstaculizar el ingreso de la
columna de refuerzo a la fortaleza, a pesar de que él personalmente
dirigió su hostigamiento por los flancos. Pero no fue cualquier
hostigamiento, sino el paroxismo de una lucha salvaje, cuerpo a cuerpo,
entre soldados que compartían una disposición a llevar el combate
hasta la muerte.
Desde varios días antes cercado con sus tropas, el 13 de septiembre
Buceta acudió al subterfugio de proponer negociaciones, para lo cual
contó con la colaboración del sacerdote francés Francisco Charboneau,
párroco de Santiago. El brigadier aprovechó la situación para iniciar la
retirada en dirección a Puerto Plata, después de un intento fallido hacia
La Vega. De nuevo le correspondió a Polanco dirigir la persecución de
la columna en retirada, acción que se desarrolló durante cuatro días y en
la cual perecieron unos 700 soldados peninsulares. Mientras Polanco se
asignó montar emboscadas, ordenó a Pimentel y a Monción mantener
el hostigamiento de la tropa en retirada desde la retaguardia. Colaboraron
otros jefes, entre los cuales sobresalieron los líderes campesinos de la
zona montañosa conocida como Los Ranchos, Juan Lafitte y Juan Nuezit,
quienes tendieron emboscadas y levantaron obstáculos (como gruesos
árboles derribados), que entorpecieron la marcha de la tropa extranjera.
Tras esta carnicería, en la única edificación de calidad que sobrevivió
al incendio, entre escombros humeantes, el 14 de septiembre se reunieron
en Santiago unos pocos oficiales que habían permanecido en tareas locales,
entre los cuales sobresalían Luperón y Salcedo. Los principales asistentes
a la reunión fueron las figuras civiles que se harían cargo del gobierno
restaurador casi hasta el final del conflicto, que ya se habían compactado
como conglomerado político a raíz de la revolución de 1857. Ocupaban
categorías sociales disímiles: algunos de los intelectuales más preclaros,
como Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas y Pedro
Francisco Bonó; comerciantes como Pablo Pujol, Alfredo Deetjen y
Máximo Grullón; y antiguos funcionarios del Ayuntamiento y de otras
GASPAR POLANCO
361
oficinas estatales, como Julián Belisario Curiel, Silverio Delmonte y Rafael
María Leyba.
De creer a Luperón, única fuente de lo acontecido, la reunión fue
convocada por José Antonio Salcedo, quien mintió al asegurar que lo
hacía por disposición del conjunto de jefes. Luperón también asegura
que él fue primero propuesto a la presidencia, a lo que se negó. Eso
permitió, según su propio testimonio, que Pepillo Salcedo se
autopropusiese y resultase electo, pese a las advertencias en contrario.
Al enterarse de la decisión, Polanco la objetó aduciendo que no se le
había consultado en su calidad de general en jefe. Su primera reacción,
pretendidamente, habría sido ordenar el fusilamiento de Salcedo por
usurpación. Aconsejado por otros jefes, accedió a reconocer a Salcedo,
aunque de seguro quedó un mal de fondo entre ellos.
FRENTE A PUERTO PLATA
En los días en que se llevaba a cabo la batalla de Santiago y la persecución
de los españoles cuando se dirigían a Puerto Plata, casi todas las restantes
localidades cibaeñas fueron sublevadas. Al norte de la Cordillera Central,
únicamente Puerto Plata quedó en manos de los españoles. Esta ciudad
era el punto donde se realizaba el volumen más grueso de comercio
exterior del país. Aunque sus edificios también fueron pasto de las llamas,
tras retirarse de Santiago los españoles lograron mantener un bastión de
trincheras alrededor del fuerte San Felipe.
Desde Puerto Plata resultaba factible emprender un movimiento
contraofensivo, ya que el control que mantuvieron los españoles sobre la
zona portuaria les permitía recibir refuerzos y provisiones. Los mandos
del ejército restaurador estaban contestes de que los españoles desatarían
operaciones ofensivas y, por ende, veían a Puerto Plata como un punto
delicado. Tal consideración llevó a Polanco a la decisión de hacerse cargo
personalmente de la conducción de la acción bélica contra el reducto
español. Desde tal consideración, prefirió dejar en manos de otros jefes
la invasión de las demás regiones, convencido de que el destino de la
guerra se jugaba en el Cibao. Mantuvo junto a él a varios de los mejores
comandantes y a tropas selectas, probadas en Santiago. Dirigiendo
362
PERSONAJES DOMINICANOS
las acciones siempre a primera fila, se le agregaron a Polanco varias
heridas a las que ya mostraban su condición de guerrero.
Durante más de un año, las tropas dominicanas comandadas por
Polanco sometieron a los españoles a un sitio riguroso. Los soldados
enemigos podían verse las caras, cada parte cobijada detrás de trincheras y
barricadas. Los guerreros restauradores se distribuyeron en tres cantones
que rodeaban la ciudad: Cafemba, Las Jabillas y Maluis. Cada uno de ellos
estaba comandado por un general, a su vez situado bajo el mando directo
de Polanco. Este no daba cuartel, considerando que el estado de sitio no
autorizaba la pasividad. Su determinación era tan rotunda que tardó en
moverse de su puesto ante las noticias de que su esposa había enfermado,
y no logró asistir a su funeral. Día a día se producían escaramuzas, como se
revela en los partes de guerra transcritos por Rodríguez Objío y los
cronistas españoles La Gándara y González Tablas. En cuantas ocasiones
los españoles intentaron romper las formaciones de los cantones
sitiadores, terminaron derrotados. Pero, en sentido inverso, los
mambises se revelaron impotentes para desalojar a los enemigos, habida
cuenta de la desproporción en armamentos. El empate técnico le confirió
significado especial a lo que se debatía en Puerto Plata y llevó a Polanco a
no apartarse del lugar.
La decisión tuvo el efecto de ampliar la influencia del presidente
Salcedo, quien de hecho pasó a operar como general en jefe, con lo que
intervenía en los frentes donde se llevaban a cabo maniobras consideradas
cruciales. Sobre todo, tras los éxitos de Luperón al abrir líneas de frente
al norte de Monte Plata y entre Baní y San Cristóbal, Salcedo tomó el
mando de las operaciones en el primer lugar, lo que tenía impacto sobre
la zona donde se hallaba la máxima influencia de Santana y, por
consiguiente, la Restauración registró mayores dificultades en extenderse.
Aunque lejos del escenario del gobierno y de los demás frentes,
Polanco seguía atento el desarrollo de los acontecimientos. Como general
en jefe, tenía razones para mostrarse preocupado por la recuperación de
la capacidad bélica de los españoles. A los triunfos fulgurantes de los
dominicanos durante los primeros meses, siguió la contraofensiva de
los peninsulares que puso en entredicho el que la guerra se saldara en
un triunfo nacional. Esto se debió a la llegada de refuerzos masivos
desde Cuba, que elevaron las tropas foráneas a cerca de 30,000
GASPAR POLANCO
363
hombres, comprendiendo las reservas de naturales de las otras dos
Antillas hispánicas. Con esos destacamentos, el general José de la
Gándara emprendió una ofensiva en dirección sur, acompañado por el
anexionista Eusebio Puello. A la larga, las tropas españolas aplastaron la
resistencia nacional en el Frente Sur, llegando a hacer contacto con
la línea fronteriza. Meses después, en abril de 1864, el mismo La Gándara
dirigió el desembarco de unos 8,000 hombres sobre Monte Cristi, que
tenía por propósito iniciar una marcha sobre Santiago. Lo que llevó a
Polanco a una postura hostil frente al mandatario, a quien, junto a otros,
responsabilizó de lo que entendía era el estancamiento desfavorable de
las operaciones militares.
DERROCAMIENTO Y MUERTE DE PEPILLO
SALCEDO
Las derrotas no fueron debidamente procesadas Salcedo, quien además,
dio muestras de incapacidad mientras encabezaba los principales
contingentes en el frente cercano a Monte Plata, donde fue derrotado
cuando presentó combate. Esta situación generó preocupación en el
seno del Gobierno provisional de Santiago. Su vicepresidente, Ulises
Francisco Espaillat, lanzó una circular que aconsejaba desistir de
operaciones frontales y limitar las operaciones al marco de la táctica
guerrillera. A resultas de estos reveses, Pepillo Salcedo se vio imbuido
de un espíritu derrotista, que lo llevó a aceptar las propuestas de
negociaciones que le hizo llegar La Gándara desde Monte Cristi. A
pesar de una primera ronda, en la que participaron generales y civiles, se
vio que el capitán general español no tenía oferta razonable alguna,
Salcedo insistió en proseguir las negociaciones. Llegó a sugerir, de acuerdo
con el testimonio de Luperón, aceptar una suerte de armisticio, que de
hecho equivalía a la capitulación. Parece que el capitán general La
Gándara confiaba en Salcedo para obtener una posición favorable que le
permitiera una desocupación honorable. Cuando Salcedo fue derrocado,
La Gándara cometió la torpeza de interceder a su favor.
Todos estos antecedentes llevaron a la caída y posterior ejecución de
Salcedo. El doctor García Lluberes sintetiza el punto de la siguiente
364
PERSONAJES DOMINICANOS
manera: “Polanco vió en peligro la unidad de la Revolución, casi
triunfante, y quiso eliminar el riesgo de su retroceso o de su fracaso”.
Igualmente grave fue que, también de acuerdo con Luperón,
Salcedo llegó a proponer un movimiento que condujera al retorno de
Buenaventura Báez a la Presidencia. Salcedo había sido partidario de
Báez antes de 1861, y a partir de la contraofensiva española volvió a
depositar expectativas en la habilidad proverbial del veterano
anexionista para poner fin a una guerra que veía sin perspectivas ciertas.
Pero ese no era el sentir de numerosos generales y dirigentes civiles
del Gobierno Provisional, quienes habían sido partidarios de Santana
o habían participado en la revolución de 1857 en el bando opuesto a
Báez. Para ellos el retorno de ese personaje resultaba intolerable, pues
con razón lo identificaban con posiciones anexionistas. Luperón refiere
que fue interpelado por Salcedo a favor de llamar a Báez, y supone que
su negativa llevó a que el Presidente fraguara planes para fusilarlo. En los
mismos días en que Salcedo propugnaba sigilosamente la instalación de
Báez al frente de la República en armas, este recibía en Madrid la dignidad
honoraria de mariscal de campo del ejército español. Ante las dificultades
de Santana, su viejo enemigo, se aprestaba a dar los pasos para presentarse
como la solución a los problemas de España en Santo Domingo. La terrible
pasión que había dividido a santanistas y baecistas se mantenía encendida,
aunque de forma soterrada, en medio de la conflagración nacional y fue
uno de los motivos que llevaron a la caída de Salcedo.
Hubo otras causas del desenlace desfavorable a Salcedo. La más
importante estribó en que pretendió erigirse en dictador, para lo cual
dispuso el cese del Gobierno Provisional, dejando en su puesto
únicamente al vicepresidente Ulises Francisco Espaillat. Una medida
de tanta trascendencia no fue consultada con los restantes generales, lo
que entrañaba una imprevista concentración de poder que no se
correspondía con los objetivos enunciados de la guerra. En el terreno
personal, además, Salcedo dio muestras lastimosas de disolución, al
dedicarse al consumo de bebidas alcohólicas y a juegos de azar.
Entre los principales generales de la Línea Noroeste, cuyo frente
ante Monte Cristi en ese momento tenía especial importancia, se
empezó a fraguar un descontento contra el Presidente. Benito Monción,
Pedro Antonio Pimentel y Federico de Jesús García encabezaron un
GASPAR POLANCO
365
pronunciamiento contra el mandatario. Gaspar Polanco, quien debía
estar enterado de la trama, se presentó en Santiago, ciudad donde fue
aclamado presidente el 10 de octubre, mediante un manifiesto firmado
por un nutrido grupo de prohombres de la guerra patriótica. Nadie
objetó el cambio y Salcedo tuvo que desistir de presentar resistencia.
El depuesto presidente fue apresado y entregado a Luperón para que
lo condujera hasta la frontera, pero el jefe haitiano de Ouanaminthe,
general Philantrope, se negó a recibirlo aduciendo problemas internos
en la región.
Ante la imposibilidad de que Salcedo fuera deportado a través de
Haití, Polanco determinó que se le enviara a Blanco (hoy Luperón),
ensenada donde se daban cita goletas que burlaban el bloqueo marítimo
español para realizar cargas de caoba y tabaco. Comenzó una tortuosa
marcha del ex presidente, que finalizó en Maimón, donde fue fusilado
por un piquete dirigido por el comandante Agustín Masagó. Este
actuó por orden expresa del presidente Polanco, quien gozaba de
especial prestigio en la zona por haber estado al frente de los cantones
durante largos meses.
Depuesto Polanco, se achacó responsabilidad de la ejecución de
Salcedo a los integrantes del Gobierno Provisorio de Santiago. Rodríguez
Objío tiene razón al negar los cargos, aun cuando era parte afectada,
pues hay elementos suficientes de juicio que permiten discernir que la
decisión la tomó Polanco por su cuenta, haciendo uso de las facultades
dictatoriales de las que estaba investido para la conducción de la guerra.
A lo sumo, la otra persona de relieve con cierta responsabilidad en el
hecho fue el venezolano Candelario Oquendo, quien había llegado en la
expedición comandada por Juan Pablo Duarte en abril de ese año y
fungía de secretario personal del Presidente. Junto a Rodríguez Objío,
Oquendo fue uno de los inspiradores de la intransigente postura
nacionalista del gobierno de Polanco.
A falta de un informe oficial del presidente, ningún documento
ilustra las razones de la ejecución de Salcedo. Sin embargo, puede llegarse
a la conclusión de que, enfrascado en una lucha sin cuartel contra
enemigos externos e intestinos, Polanco debió calibrar que, de mantenerse
con vida, el depuesto mandatario podría representar un peligro para la
suerte de la causa restauradora. Lo debía visualizar fundamentalmente
366
PERSONAJES DOMINICANOS
como un posible representante de los españolizados y los partidarios de
Báez. Desde tal ángulo, el fusilamiento de Salcedo se inscribe en el
conjunto de actuaciones de la administración de Polanco, reconocida
por quienes han emitido juicios ecuánimes como el momento cumbre
de la Restauración. El hecho tuvo carga simbólica, porque indicaba que
la guerra era a muerte y que no se daría cuartel a quienes pretendieran
llegar a compromisos de cualquier género.
En el momento, nadie objetó la ejecución, que había sido solicitada
por Monción y Pimentel, quienes al igual que otros generales le habían
tomado animadversión a Salcedo. Aun así, se puede juzgar que se trató de
un acto inútil, al margen de juicios de valor acerca de la pena de muerte y
de los requerimientos judiciales para su aplicación, ya que en ese momento
en realidad el peligro para la causa nacional no estaba representado por
una persona determinada y menos aún por Salcedo. En medio de
circunstancias tan difíciles, debieron mediar pasiones elementales y no
solo consideraciones políticas: al parecer Salcedo se había ganado el rencor
de muchos por sus fracasos e intentos dictatoriales. Por otra parte, sobre
Polanco quedó una sombra de déspota criminal que ha ensombrecido su
contribución a la causa de la libertad. Su respuesta fue la del hombre de
armas, poco inclinado a soluciones políticas, convencido de que la violencia
era el único terreno en que se dirimían los conflictos de intereses. Su
actuación fue distinta a la de Luperón, quien, pese a que Salcedo había
dado orden de ejecutarlo, le ofreció protección y logró salvarle la vida en el
momento en que Monción y Pimentel pretendían fusilarlo.
CENIT DE LA GESTA NACIONAL
A pesar de su tesitura violenta, Polanco no tenía vocación de tirano.
Prueba de su compromiso con la causa democrática fue que, al margen
del acto controversial de hacer fusilar a Pepillo Salcedo, su administración
fue ejemplar en todos los sentidos, caracterizada por la integridad
patriótica de sus integrantes, el nacionalismo programático esbozado
como doctrina de Estado y la subsiguiente verticalidad de sus ejecutorias.
No había habido nada similar en la historia dominicana, pues la naturaleza
popular de la conflagración llevó a que Polanco se tornara en el adalid
GASPAR POLANCO
367
de un sentimiento nacional y democrático. Combatió resueltamente lo
que comenzaba a verse por algunos protagonistas cimeros como “oleada
reaccionaria”, que pretendía concluir la guerra a cualquier precio y
desnaturalizar su contenido democrático y nacional. Lo complejo de ese
cuestionamiento es que se producía desde dentro, disfrazado de
patriotismo, siendo el baecismo subrepticio su principal receptáculo. La
orientación nacional del gobierno de Polanco representó el precedente
principal de la constitución del liberalismo como movimiento político,
en lo que vendría con el tiempo a recibir el calificativo de Partido Azul.
La orientación del gobierno de Polanco se plasmó en la relevancia
que le acordó al equipo de civiles que había estado participando en el
gobierno de Santiago. Aunque centrado en la conducción de la guerra, el depuesto Salcedo había entrado en conflicto con los civiles del
gobierno, tal vez por querer imponer posiciones respecto a un posible
armisticio. Polanco dio marcha atrás y fue transparente al entregar los
asuntos administrativos y políticos a los civiles. Estos, desembarazados de las inconveniencias que suponía la presencia de Salcedo,
imprimieron un contenido democrático a los actos de gobierno. Se
produjo una retroalimentación entre el Presidente, dotado de poderes
dictatoriales en lo concerniente a los asuntos de guerra, y los integrantes de su gabinete. Casi todos los intelectuales de la Restauración
tuvieron una participación señera en los meses de la presidencia de
Polanco. Sobresalió entre ellos Ulises Espaillat, ponderado por Rodríguez Objío como “el alma de la revolución”. Fue también reveladora
la actitud de Luperón, el militar de mayor lucidez política y exponente de un lineamiento radical contra el anexionismo, de plena solidaridad
con el gobierno de Polanco, a pesar de haber sido el único que trató de
impedir el fusilamiento de Salcedo.
Bajo tales auspicios, durante los escasos tres meses de existencia de
la dictadura revolucionaria, se formularon los fundamentos conceptuales
de lo que debía ser el objetivo patriótico de una nación soberana, para
cuya plasmación se convocó a la formación del Partido Nacional, primera
denominación que recibió el Partido Azul. Es interesante que se apelara
al calificativo de nacional, en algunos países latinoamericanos utilizado
por los conservadores para denotar un tradicionalismo opuesto al
liberalismo. En República Dominicana, en cambio, se empleaba el
368
PERSONAJES DOMINICANOS
concepto para señalar la voluntad de autodeterminación por oposición
al anexionismo.
En un manifiesto del Gobierno Provisorio fechado el 25 de
noviembre de 1864, firmado por el presidente Polanco, el vicepresidente
Espaillat y los encargados de las comisiones, Belisario Curiel, Rafael M.
Leyba, Pablo Pujol y Rodríguez Objío, se enunciaron los principios
que debían servir de pauta para el programa del Partido Nacional. En
primer término se afirma el nacionalismo intransigente, para lo cual se
convoca a todos los dominicanos, de manera especial a quienes estuvieron
antes pugnando en banderías opuestas.
Tras ese cúmulo de glorias está el porvenir, lleno de prosperidades,
si después de tanto heroísmo no nos dormimos sobre los laureles;
si la unión se empeña en consolidar el triunfo, cosechando en paz
los óptimos frutos de tan cruentos sacrificios. Ese mismo porvenir
aparecerá lleno de embarazos y cubierto de espesas nubes si
prestando oídos a las intrigas de que le dejara sembrado el enemigo
de nuestras libertades, renacen en el seno de la Patria los antiguos
odios, si torna a erguir su cabeza el monstruo de la discordia civil.
El Gobierno Provisorio debe prevenir tan grave mal y confía para
ello, en la sensatez del pueblo heroico cuyos destinos le han sido
encomendados. ¡Compatriotas! La infame traición consumada el
diez y ocho de marzo de 1861 puso fin a nuestras querellas de
familia, bien que ellas no tuvieron jamás grande importancia y
realizó la fusión de los divergentes en el gran partido que hoy
debe llamarse Nacional.
A pesar del llamado unitario, en el referido manifiesto se advierte
acerca del peligro de las discordias intestinas por obra de la cizaña de
traidores y ambiciosos, como en efecto comenzó a acaecer en breve tiempo. De ahí que el texto pusiera énfasis en la polarización de la escena
política entre patriotas y traidores. Mientras el primer término abarcaba
la generalidad del pueblo, el segundo quedaba reducido a minúsculas
camarillas.
El Partido servil de los traidores lo componen el Ejecutivo y
Ministerio que consumaron la venta de la Patria; y los oficiales
superiores del Ejército Dominicano que han ingresado con una
GASPAR POLANCO
369
graduación efectiva en las filas del Ejército de línea español,
aceptando esa distinción como una recompensa de su participación
en el crimen de los primeros. El gran Partido Nacional lo compone
el resto de los dominicanos, y a éstos ofrece desde ahora y para
siempre seguridades y consideraciones el Gobierno Provisorio, sean
cuales fuesen, o hubiesen sido sus extravíos políticos.
Tal actitud se aplicó en la resolución de revertir la situación
desfavorable que había atravesado la guerra en los últimos meses del
gobierno de Salcedo. Polanco en persona quiso dar demostraciones
de predicar con el ejemplo: intensificó las hostilidades sobre Puerto
Plata y encabezó una marcha de más de 2,000 voluntarios con el fin de
desalojar a los españoles de Monte Cristi. Este último acto, en realidad,
se redujo a una muestra simbólica de voluntad beligerante, contraria a
quienes propugnaban por un armisticio o transacción y concebida
precipitadamente, sin que se sopesaran sus posibilidades de éxito,
habida cuenta de la superioridad numérica de los españoles atrincherados.
Infructuosamente, Polanco en persona retó al enemigo a una batalla
campal, sin resultados. A todos los jefes se les instruyó activar las
operaciones a fin de sacar la contienda del estancamiento en que la había
dejado Salcedo, que representaba una amenaza de soluciones
mediatizadas. La renovación del reclamo de abandono incondicional
del territorio dominicano por la monarquía española se acompañó del
despliegue ofensivo sobre todas las líneas de frente. De especial
significación fueron los combates que se escenificaron en el sur y
el este, regiones que el régimen anexionista se aferraba en controlar.
José María Cabral había tomado la jefatura del Frente Sur tras la
inestabilidad que siguió a las derrotas infligidas a Pedro Florentino.
En La Canela, paraje del valle de Neiba, al frente de una reorganizada
aglomeración de mambises, Cabral infligió una derrota fulminante a
la tropa mixta de españoles y dominicanos anexionistas comandada
por el general Puello. En los días siguientes los restauradores avanzaron
con rapidez a todo lo largo de la región, volviendo a colocarse casi a
tiro de piedra de la muralla de Santo Domingo. La autoridad del
régimen anexionista quedó circunscrita a las ciudades de Azua y Baní,
gracias a hallarse cerca de la costa, a las cuales afluyeron todos sus
colaboradores del sur.
370
PERSONAJES DOMINICANOS
En el este, el otro espacio que se disputaba entre las partes
en guerra, el general Manzueta arrolló las posiciones españolas en
Guanuma y Monte Plata, tras lo cual centró su atención en el reducto
de las villas entre Los Llanos e Higüey. La liquidación de la presencia
española en la región comenzó con la caída de Los Llanos y concluyó
simbólicamente con la de Higüey. Como lo puso de relieve Rodríguez
Objío, este último hecho de armas concluyó las operaciones de
movimiento. Más adelante, habiendo decidido abandonar el país desde
que fuera posible y conscientes de la imposibilidad de librar cualquier
operación ofensiva, los españoles se mantuvieron pasivos detrás de
escasos enclaves fortificados sometidos a cerco: básicamente Monte
Cristi, Puerto Plata, Samaná, Santo Domingo, Baní y Azua. De hecho,
la guerra había terminado, y en tal logro estribó el principal mérito de
la dictadura de Polanco.
Un mérito adicional fue la capacidad administrativa de la dictadura
revolucionaria, señal de la probidad de sus funcionarios civiles. Esto se
manifestó relevantemente en el aspecto financiero, como resultado de la
correcta gestión de los asuntos públicos. La tasa de cambio del papel moneda
se revalorizó en escaso tiempo de 1,000 pesos nacionales por peso fuerte a
la mitad, lo que redundó en beneficio de toda la población.
CAÍDA DE LA DICTADURA REVOLUCIONARIA
Tan pronto quedó claro que la victoria resultaba incontrovertible, en el
campo restaurador comenzaron a agitarse pasiones. Las proclamas que
hacían Polanco y sus compañeros de gobierno sobre la unidad absoluta
de quienes adversaban a los anexionistas no se correspondían con la
realidad. Entre una parte de los generales comenzó a cundir el
descontento contra el Presidente, lo que tenía origen en las atribuciones
discrecionales que disfrutaban los jefes de zona. Asomaba el fenómeno del
caudillismo, cristalizado por los efectos de la guerra. Pedro Francisco Bonó,
intelectual que formó parte del Gobierno Provisorio, explicó el fenómeno
como producto de la ruptura de jerarquías sociales. Al salir Santana de la
escena, quedó un vacío en los mecanismos de la autoridad central que fue
llenado, en medio de la guerra, por personas que en su mayoría provenían
GASPAR POLANCO
371
del sector acomodado del campesinado o de estratos similares. Desde que
la guerra concluyó, comenzó de inmediato a agitarse entre ellos la pasión
por el mando. Por eso, Polanco fue víctima de las ambiciones
desordenadas de otros jefes, que no le formulaban críticas políticas o
ideológicas y se limitaban a dirimir aspiraciones personales o grupales.
Detrás de estos generales se movían en las sombras civiles con visiones
más definidas, que objetaban las orientaciones radicales de Polanco y su
gabinete. De especial importancia fue la maquinación urdida por el
dúo de Benigno Filomeno de Rojas y Theodore Stanley Heneken.
El primero había sido un favorito de Pepillo Salcedo, quien lo puso en un
momento al frente de las tropas cercanas a Santo Domingo; se diferenciaba
de Espaillat y Bonó por tener posiciones menos democráticas, y no ocultaba
sus pretensiones de alcanzar la presidencia, para lo cual diversos autores
señalan que utilizaba la intriga. Su asociado Heneken era un súbdito inglés,
que obraba como agente extraoficial de su gobierno. Andaba detrás de
concesiones ventajosas, como se vio a propósito de una franquicia para
instalar una línea ferroviaria. Según refieren autores de la época, Heneken
aceptó un soborno de La Gándara para preparar las condiciones de un
armisticio favorable a España.
Otros civiles no compartían la intransigencia del gobierno frente a
España y buscaban las vías para un entendido supuestamente honorable
para ambas partes. Y, como era de rigor, la presencia de Polanco constituía
un obstáculo para que este plan pudiese prosperar. De tal suerte,
convergieron varios intereses contra el prócer revolucionario: el gobierno
español, en primer término; el gobierno haitiano, con una postura
negociadora de desocupación a toda costa, con tal de que cesara una
eventual amenaza sobre el territorio fronterizo que había sido reclamado
por España; caudillos ambiciosos; políticos e intelectuales de orientación
moderada, muchos de ellos antiguos partidarios de Santana o de Báez.
Estos intereses se pusieron claramente de manifiesto a propósito del
arbitrio de la misión de los ministros haitianos Roumain y Doucet, en
los primeros días de 1865. Anteriormente el gobierno haitiano, por
temor a España, se había negado a reconocer como beligerante al Gobierno
Provisorio de Santiago. En esa ocasión presentó una propuesta de carta
a la reina, inspirada por La Gándara, que a su juicio prepararía una
retirada honrosa de España. Sin embargo, la famosa carta, cuyo borrador
372
PERSONAJES DOMINICANOS
fue redactado en Port-au-Prince, era el preámbulo de exigencias
exorbitantes que tenía preparadas el capitán general para abandonar a
República Dominicana en condición de país subordinado a España,
aunque conservase su independencia formal. El gabinete de Santiago
decidió aceptar la carta, considerando que su contenido no implicaba
sacrificio del derecho a la autodeterminación. Como se mostraría pocos
meses después, en las negociaciones en la quinta El Carmelo, cerca de
Santo Domingo, La Gándara pedía condiciones que sí lesionaban la
soberanía dominicana, lo que no fue óbice para que los delegados
dominicanos las aceptaran, debiendo ser poco después desautorizados
por el presidente Pedro Antonio Pimentel.
Las maniobras contra Polanco se avivaron por quedar patente que la
carta a la reina, de enero de 1865, abría el terreno para el final de la
guerra, situación todavía más definida por el cese de las operaciones tras
las victorias de las tropas comandadas por Cabral y Manzueta. Ante tal
perspectiva, los principales generales de la Línea Noroeste se pusieron
de acuerdo para derrocar a Polanco. Se trataba del mismo grupo que
había tomado la iniciativa de derrocar a Salcedo, capacidad decisoria
explicable por el hecho de ser esa región la cuna de la contienda patriótica,
donde se mantenía el frente sobre Monte Cristi, la principal concentración
de tropas españolas.
De nuevo Benito Monción, Pedro A. Pimentel y Federico de Jesús
García encabezaron un manifiesto acusatorio, esta vez contra Polanco, a
quien inculpaban de actitudes tiránicas; sobre todo levantaron la bandera
de achacarle al Presidente la responsabilidad por la muerte de Salcedo,
con lo que se erigieron en ejecutores de la reparación de una injusticia.
Con rapidez otros generales influyentes se sumaron al movimiento, entre
ellos Juan Antonio Polanco, hermano del Presidente. Este intentó
presentar resistencia, pero captó que se había quedado aislado. El
desconocimiento del gobierno tomó forma desordenada, al grado de
que casi todos los generales abandonaron con sus tropas los cantones
que rodeaban a Monte Cristi. Ante la fuerza del movimiento
antigubernamental de la Línea, los generales que habían estado apoyando
la gestión de Polanco prefirieron esperar el desenlace de los
acontecimientos. Fue el caso de Luperón, tal vez considerando que, en
lo fundamental, se debatían intereses personales, por lo que se limitó a
GASPAR POLANCO
373
postular que se observasen los principios de la independencia absoluta.
Polanco tuvo que deponer la resistencia y fue arrestado el 21 de enero,
cuando su gobierno cumplía 98 días.
EL PRÓCER SATANIZADO
Poco después todos los integrantes del gabinete fueron reducidos a prisión
y luego confinados a distintas localidades, bajo el cargo de complicidad
en la muerte de Salcedo. Pero cuando se celebraron los juicios, solo
Polanco y su secretario privado, Oquendo, fueron sentenciados a muerte.
Previendo ese veredicto, Polanco escapó de la cárcel y, para eludir la
persecución de Pimentel, se dirigió a Blanco, donde pretendió levantar
una insurrección contra el gobierno que lo había sustituido.
Varios autores han afirmado que el movimiento insurreccional de
Blanco se inició con cierta fuerza, gracias al apoyo que Polanco gozaba
en la zona. Pero –de acuerdo con las acusaciones del gobierno de
Pimentel, aceptadas por esos autores–, Polanco cometió la torpeza
de levantar un estandarte en el que se entrelazaban las banderas
dominicana y haitiana. De inmediato, según esos relatos, todo el mundo
desertó y Polanco tuvo que ocultarse. García Lluberes, acérrimo defensor
del prócer restaurador, niega que sucediese tal cosa, amparado en la
inexistencia de documentos originales y en las afirmaciones de Manuel
Ubaldo Gómez, quien entrevistó a participantes en la rebelión. El
historiador vegano acepta que la especie circuló en la época, pero que
carecía de toda veracidad. Con todo, resulta difícil pronunciarse sobre
la verdad de la acusación, puesto que, si bien es innegable la probidad
de Gómez y se autoriza la duda metodológica de García Lluberes, el
levantamiento de la bandera haitiana está afirmado por Rodríguez
Objío y Luperón, quienes no ocultan en sus textos simpatías por
Polanco. Rodríguez Objío sentencia que, producto de este acto
equivocado, Polanco perdió vigencia. A pesar de la negativa rotunda
de Gómez y García Lluberes, el hecho pudo haber sucedido como
expresión de la exaltación temperamental de Polanco y de su
nacionalismo radical que bien podía encontrar un ejemplo aleccionador
en Haití.
374
PERSONAJES DOMINICANOS
Con independencia de que Polanco levantase o no el estandarte
haitiano, la versión propagada por el gobierno de Pimentel de que así
aconteció bastó para acrecentar el descrédito sobre él. El affaire de la
bandera haitiana se agregaba a la imagen interesada de que era un
sanguinario que se había cebado en la persona “inocente” del ex presidente
Salcedo. Así, el primer guerrero de la Restauración en cierta manera
quedó opacado para la generación contemporánea.
No se sabe qué pasó a hacer Polanco cuando menguó la hostilidad
gubernamental, pero es de suponer que se refugió en su terruño de
Guayubín con el fin de dedicarse a actividades agrícolas y ganaderas,
como era lo usual para todo aquel que no estuviese desempeñando
posiciones de mando. Pero como era, más que nada, un patriota, no
tardó mucho en salir de su destierro, aprovechando la caída de Pimentel
un mes después de la salida de las tropas españolas, y ponerse a la orden
de José María Cabral, el nuevo presidente, puesto que provenía del
mismo sector que se identificaba con el proyecto del Partido Nacional.
Con el tiempo volvió a ocupar una posición militar cimera en la Línea
Noroeste, desde la cual pretendía mantener la defensa de los principios
democráticos y nacionales. Como era de esperar, el prócer tomó posición
en la confrontación contra los partidarios de Báez que, en 1867, se
hallaban insurreccionados en la región. La presencia de Polanco en las
operaciones tuvo gran peso, tanto por sus dotes guerreras como por el
respeto que muchos seguían profesándole.
En un encuentro sostenido contra los caudillos baecistas en Esperanza,
el 13 de noviembre de 1867, Polanco fue herido en un pie. Su salida del
campo de batalla contribuyó a allanar el avance de los caudillos sediciosos,
algunos de ellos con arraigo en la zona. Polanco fue primero trasladado a
Santiago y, poco después, a La Vega por motivos de seguridad, ante la
persistente ofensiva baecista. A diferencia de las anteriores ocasiones en
que resultó con heridas, esta vez no pudo curarse. El tétano contraído lo
llevó a la sepultura el 28 de noviembre de 1867. Fue enterrado en medio
de las circunstancias que presagiaban la pronta caída del gobierno de
Cabral, aunque se le hizo justicia desconociéndose la leyenda negra que
había rodeado su persona y se le rindieron los honores de que era acreedor
como ex presidente y primer jefe de la recién pasada gesta.
GASPAR POLANCO
375
BIBLIOGRAFÍA
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2 vols. Santiago, 1939.
JOSÉ MARÍA CABRAL
GENERAL DE TRES GUERRAS PATRIAS
La Guerra de los Seis Años no debe ser considerada como una de
nuestras contiendas civiles, sino la tercera guerra para sostener la
independencia
de Santo Domingo; y el mayor mérito de Cabral, como libertador,
no debe limitarse a la victoria de Santomé, batalla campal
en que vencieron al haitiano y humillaron al Emperador Soulouque;
ni a La Canela, batalla complementaria de otros
triunfos en una guerra de sangrientas alternativas en que intervenían
los hombres más aptos de la nación. Su máximo heroísmo,
su servicio patriótico más digno de alabanza,
ha de señalarse en la protesta continua durante seis años de incesante
combatir porque se salvara la República. Sus adversarios lo declararon
traidor, cobarde,
“el de las frecuentes fugas…” Pero él demostró
que las guerras por la libertad no se ganan sólo con victoriosos
combates.
Las aparentes derrotas también suelen volverse triunfos.
SÓCRATES NOLASCO
EL PRÓCER
La historia del pueblo dominicano de la segunda mitad del siglo XIX no
se puede escribir sin el nombre de José María Cabral. En primer lugar,
porque fue presidente de la República en dos ocasiones, pero más
importante fue su participación militar en casi todas las luchas que se
libraron contra los intentos de dominio extranjero. Como lo han apuntado
varios historiadores, el siglo XIX fue el período en que se constituyó la
nación dominicana a través de la lucha por la autodeterminación y la
igualdad jurídica de todos. En tal sentido, el logro de la soberanía plena
del Estado constituía el principal objetivo que unía a los sectores que
habían esbozado una conciencia nacional.
De esa característica del proceso de formación de la nación dominicana
se deriva la trascendencia de José María Cabral. Estuvo presente desde
los primeros hechos de armas, en marzo de 1844, contra los intentos de
los gobernantes haitianos por aplastar el recién constituido Estado
dominicano. Secundó a Francisco del Rosario Sánchez en el propósito
de impedir la consumación de la anexión a España de 1863, y logró tal
prestigio en la Guerra de la Restauración que fue designado presidente
días después de que las tropas españolas abandonaron el país. Por último,
le cupo la jefatura principal en la resistencia contra los planes de
Buenaventura Báez de anexar el país a Estados Unidos entre 1869 y
1871. Diversos historiadores, como Alcides García Lluberes, han llamado
la atención acerca de la significación que tuvo la guerra contra la tiranía
de Báez de los Seis Años para consolidar la nación dominicana, por lo
que le han adjudicado igual importancia que a la Independencia y la
Restauración. A José María Cabral le cupo la honra de haber encabezado
esta cruzada de los dominicanos por la libertad.
Logró el señalado protagonismo gracias a los atributos de su
personalidad, entre los cuales sobresalió la valentía. Probablemente,
381
382
PERSONAJES DOMINICANOS
en todas las guerras que se sucedieron a lo largo del siglo XIX no se
encuentre otro jefe militar que superara el coraje de Cabral, para él
nada extraordinario, parte de su forma de ser. Adicionalmente, estaba
revestido de un sentido estricto de honradez, lo que atenúa su escasa
preparación política, que lo condujo a actuaciones que algunos
historiadores han considerado como inconsecuencias. Fue el héroe de
una causa que parecía perdida, cuando la mayoría se abrazó al
anexionismo que predicaban los tiranos Santana y Báez. Lo mantuvo su
reciedumbre, ya que nunca temió quedarse solo defendiendo la libertad
de la patria.
LA FORMACIÓN DEL GUERRERO
Son escasos los datos que han trascendido acerca de las dos primeras
décadas de vida de Cabral. Nació en Ingenio Nuevo, cerca de San Cristóbal, el 12 de diciembre de 1816. Su familia, que tenía antecedentes
coloniales antiguos, probablemente portugueses y canarios, formaba parte
de los débiles estratos superiores que permanecieron en el país tras las
convulsiones ocasionadas por el tratado de Basilea de 1795, que estipuló el traspaso a Francia.
La posición social de sus padres hizo posible que el joven Cabral marchara a Inglaterra a estudiar. No logró una formación académica, sino que
se concentró en estudios comerciales. Pero el conocimiento del país más
desarrollado en la época penetró su carácter y sus concepciones políticas.
Su identificación con el liberalismo, como corriente que daba asidero a un
Estado independiente y democrático, no debió ser ajena a la experiencia
inglesa, el país donde por primera vez surgieron las instituciones políticas
modernas y donde se dieron cita los primeros pensadores liberales.
En 1844, Cabral tenía 27 años, edad en que se comienza a salir de
la juventud y se terminan de definir los rasgos de la personalidad. Entonces respondía ya a la caracterización magistral de su figura que, como
si lo estuviera pintando en vivo, hizo el historiador Sócrates Nolasco.
Es difícil encontrar otro libertador de América tan paciente para
leer injurias contra su reputación sin conmoverse ni contestarlas.
JOSÉ MARÍA CABRAL
383
Alto y seco, sobrio y frío […]. Su templanza era admirable y
admirable su entereza en los padecimientos. Comía, puesto que
vivía; pero en parquedad nadie le igualaba. Pensaba y hablaba,
puesto que dirigía hombres; pero solía permanecer horas y horas
en actitud silenciosa, interrumpida al fin por breve orden o
monosílabo concreto. A veces parecía que se iba a convertir en
pétreo monumento.
Era aún joven, pero estaba listo para entrar de lleno en la escena
histórica que se inauguraba. Como tantos otros, se propuso contribuir
a la consolidación de la independencia dominicana. El gran problema
a vencer en aquellos momentos radicaba en los intentos de los
gobernantes haitianos de anular la independencia y retrotraer el proceso
recién iniciado enero de 1822. En consecuencia, la carrera de las armas
estaba a la orden del día para quienes querían ayudar a la patria. Acorde
con su vocación, Cabral se enroló en el ejército dominicano, tomando
parte en la batalla del 19 de Marzo en Azua.
Sus dotes de guerrero le valieron ascensos; en 1845 fue ascendido a
coronel y pasó a formar parte del Estado Mayor del general Antonio
Duvergé, bajo cuya responsabilidad quedó la defensa del territorio
dominicano, y por ello tomó parte en todas las acciones militares
importantes que se produjeron en esos primeros años de vida
independiente en la frontera sur. Entre Duvergé y Cabral se anudaron
relaciones de amistad, lo que debió contribuir a culminar la formación
militar de nuestro héroe. Hay que tomar en consideración que Duvergé
era el estratega número uno del ejército dominicano. Le cupo sistematizar
la acción militar basada en el asalto con armas blancas, a fin de compensar
la inferioridad en número y en armamentos modernos. La doctrina militar
de Duvergé se inspiraba en una memoria de larga duración que provenía
del siglo XVII, cuando los nativos del país, agrupados en milicias, se
opusieron exitosamente a los ataques de los bucaneros.
Cabral no era en realidad un militar profesional, ya que entonces el
ejército no era una institución de carácter permanente, sino que estaba
compuesto por reclutas convocados a causa de los planes agresivos de los
gobernantes haitianos. Cuando el peligro cesaba, cada quien marchaba a
su casa a ocuparse de sus asuntos habituales. Y esto fue precisamente lo
384
PERSONAJES DOMINICANOS
que hizo Cabral, cuyas ideas liberales no eran del agrado del presidente
conservador Pedro Santana. Ahora bien, sus dotes militares comenzaban
a ser reconocidas, por lo que Santana lo ascendió a general en 1855.
EL HÉROE DE SANTOMÉ
Mientras en las tres primeras campañas contra los haitianos, entre 1844
y 1849, Cabral participó como un oficial de segunda categoría, se cubrió
de gloria en la cuarta campaña, entre diciembre de 1855 y enero del año
siguiente. Había sido designado uno de los jefes de la frontera sur cuando
se supo que el emperador de Haití, Faustin Soulouque, se disponía a
invadir el país por segunda vez. Tras el inicio de la ofensiva haitiana,
Santana no quiso otorgarle el mando de las tropas a Cabral, a pesar del
conocimiento que tenía de la zona, posiblemente por no inspirarle
confianza política. Los 12,000 hombres del ejército haitiano avanzaban
con rapidez y los dominicanos tuvieron que replegarse. La tropa que se
reagrupó en San Juan de la Maguana, compuesta de unos 3,000 efectivos,
quedó comandada por el general Juan Contreras, amigo personal de
Santana. A Cabral se le asignó la jefatura del ala derecha.
Santana amenazó con aplicar castigos terribles si los caballos de los
haitianos bebían agua en el río San Juan. El combate se entabló en la
Sabana de Santomé, a escasa distancia de San Juan de la Maguana. El
general Contreras perdió el seguimiento del conjunto de la batalla. Eso
ocasionó que una parte de la tropa del ala izquierda creyera que los
haitianos habían vencido, iniciando la retirada. Ante el vacío creado,
Cabral asumió el mando y logró infligir una derrota fulminante al ejército
haitiano, que dejó sobre el terreno cientos de muertos.
Por primera vez Cabral exhibía sus excepcionales dotes castrenses.
Representaba un ejemplo de jefe militar distinto al de Santana, quien
siempre se mantenía a distancia del teatro de operaciones. En Santomé la
figura de Cabral comenzó a adquirir tintes legendarios. Sus subordinados
se asombraron al verlo batirse como una fiera en la primera línea de fuego.
En medio del fragor del combate asomó otro de los rasgos de su
personalidad: la humanidad. Cuando el general en jefe de la tropa haitiana,
Antoine Pierre, duque de Tiburón, vio que la derrota era inminente,
JOSÉ MARÍA CABRAL
385
prefirió perder la vida y se abalanzó casi solo contra las líneas dominicanas.
Cabral calibró la intención de su enemigo y se dispuso a salvarle la vida, al
revelar un respetable sentido del honor. Pero llegó tarde donde el duque,
víctima del machete de un dominicano. Con el tiempo circuló una leyenda,
contraria a los hechos, según la cual el general dominicano le cercenó la
cabeza al duque haitiano en duelo de cuerpo a cuerpo.
La victoria de Santomé paró en seco los planes de Soulouque y ratificó
la capacidad de los dominicanos para mantener la independencia gracias
a sus propias fuerzas. También terminó de evidenciar la incapacidad del
ejército haitiano, pese a su ventaja numérica y en armamentos. Cabral
quedó cubierto de gloria, como una de las personificaciones señeras de
la patria, lo que le fue reconocido por el Congreso después que Santana
renunció de la presidencia.
CON BÁEZ
Desde que se abrió la pugna por el poder entre Santana y Buenaventura
Báez, en 1848, tras concluir la primera administración del segundo,
Cabral se puso de su lado, aunque inicialmente de forma discreta. Cuando
Báez volvió a la presidencia a mediados de 1857, encontró en Cabral a
uno de sus pocos sostenedores con méritos militares. El nuevo mandatario
le encomendó al héroe de Santomé la simbólica misión de dirigirse a El
Seibo para traer preso a Santana y deportarlo.
Según han explicado historiadores como Sócrates Nolasco y Rufino
Martínez, el baecismo en ese momento constituyó una amalgama de
sectores que por diversos motivos repudiaban el despotismo de Santana.
Entre ellos sobresalieron los jóvenes de la ciudad de Santo Domingo
con inclinaciones liberales.
A causa de la guerra civil de 1857 y 1858, cuando los sectores
dirigentes de Santiago cuestionaron las acciones de Báez, Cabral ocupó
la principal responsabilidad militar del baecismo, como comandante de
la provincia de Santo Domingo. Se enfrentó directamente a Santana, a
quien los cibaeños cedieron la jefatura del cerco sobre la centenaria ciudad
amurallada. A pesar del entusiasmo de los jóvenes capitaleños, su causa
estaba perdida, ya que eran enfrentados por el resto del país.
386
PERSONAJES DOMINICANOS
JUNTO A SÁNCHEZ CONTRA LA ANEXIÓN
Báez tuvo que abandonar el poder a mediados de 1858 y Santana
desconoció el gobierno de Santiago y la constitución liberal promulgada
en Moca meses atrás. Cabral salió del país junto al mandatario caído y
sus colaboradores. Pero, como tantos baecistas de ese momento, él se
mantenía junto al ex mandatario en la medida en que representaba la
oposición a Santana. En ocasión de los planes de Santana de anexar
República Dominicana a España, se afianzó la postura nacional y
democrática de Cabral, en contraste con la ambigüedad de Báez. Este se
retiró hacia Europa, dejando a sus partidarios en libertad de oponerse a
los planes de Santana, pero a la postre se gestionó el cargo de mariscal de
campo del ejército español con la esperanza de sustituir a Santana como
favorito de los dominadores.
Ante semejante actuación, algunos amigos de Báez se unieron bajo
la jefatura de Francisco del Rosario Sánchez, quien definió los motivos
de la oposición a la anexión y se propuso concertar una alianza con el
gobierno haitiano de Fabré Geffrard para luchar contra ella. El segundo
de Sánchez en esa gloriosa jornada, colocado al frente de las operaciones
militares, no podía ser otro que José María Cabral. Ambos habían
combatido hombro con hombro en 1857 y volvieron a hacerlo en junio
de 1861, en la expedición que dirigieron desde territorio haitiano.
Sánchez tomó el mando de la columna central del cuerpo
expedicionario, mientras asignó a Cabral la columna izquierda, que tenía
por misión tomar Las Matas de Farfán y avanzar desde el oeste sobre San
Juan de la Maguana. A Fernando Tabera se le asignó la columna derecha,
que debería caer sobre Neiba.
La marcha de la expedición se detuvo a consecuencia del cese de
la ayuda de Geffrard, producto de las presiones de una flotilla española
anclada en la bahía de Port-au-Prince, que amenazaba con bombardear
la ciudad en caso de no retirarse el apoyo a los patriotas dominicanos.
Al recibir la noticia, Cabral comprendió que la expedición estaba
condenada al fracaso, por lo que dispuso unilateralmente la retirada y
volvió al destierro. Aunque envió un mensaje a Sánchez, poniéndolo al
corriente de su decisión, se evidenció en ella la ausencia de sentido político
que es a menudo propia de los militares, ya que lo correcto hubiera sido,
JOSÉ MARÍA CABRAL
387
antes de ordenar retirada, esperar las disposiciones de Sánchez. Lo anterior
no quiere decir que Cabral tuviera responsabilidad en el holocausto de
Sánchez y sus compañeros, pues estos fueron víctimas de la traición
de Santiago de Óleo, uno de los hombres influyentes de la zona de El
Cercado, quien montó una emboscada con vistas a reconciliarse con
el gobierno español.
Cabral nunca abandonó la visión militar de las cosas, lo que
probablemente constituyó la mayor limitación de su trayectoria. Pese a los
servicios que rindió a la independencia de la patria, careció de una
propuesta política e intelectual del ordenamiento nacional, a diferencia
de próceres como Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez,
Pedro Francisco Bonó o Gregorio Luperón. De la misma manera, esa
ausencia de elaboración política lo llevó a posturas moderadas que
obviaban enfrentar con dureza a los agentes del despotismo y el
anexionismo.
Acorde con ese talante, cuando los gobernantes españoles dispusieron
una amnistía que favorecía a quienes se habían opuesto a la anexión,
Cabral arrió la bandera de combate por juzgar que no había posibilidades
de renovar la lucha insurreccional. En un documento del 6 de julio de
1861, aceptó el hecho consumado del dominio español y más adelante
retornó al país, donde se mantuvo tranquilo, esperando la marcha de los
acontecimientos.
HÉROE DE LA CANELA
Tras iniciarse la Guerra de la Restauración, en agosto de 1863, Cabral
fue deportado al extranjero, por sospechoso de simpatizar con los alzados.
Cuando volvió a poner los pies en el suelo patrio, en junio de 1864, las
tropas españolas tenían cierto tiempo desplegando una ofensiva en el
sur. Para responder a ese avance, el entonces jefe restaurador en la región,
Pedro Florentino, había respondido con la aplicación de medidas de
terror contra los españolizados, lo que no impidió que cundiera el caos
en las filas nacionales. Gravitaban circunstancias adversas como la
influencia que tenía en la región el mocano Juan de Jesús Salcedo, quien
actuó a la usanza de un jefe de bandoleros. El general Manuel María
Castillo, tal vez por no ser oriundo de la región, no lograba imprimir
388
PERSONAJES DOMINICANOS
unidad a la resistencia frente al anexionista general Eusebio Puello. Tras
intentos fallidos por enderezar las cosas en el sur, el Gobierno Restaurador
de Santiago confió la jefatura de ese frente a Cabral, contando con su
conocimiento de la zona y su don de mando.
Desde los primeros días en la jefatura comenzó a revertirse la
inferioridad en que se encontraban los dominicanos en el sur. Cabral
logró sacar de circulación a Juan de Jesús Salcedo y otros caudillos que
protagonizaban escenas de saqueo, y dio seguridades a quienes por
miedo se habían acogido a la protección de los españoles. Impuso
orden en las formaciones militares y preparó las condiciones para la
contraofensiva.
La ocasión para consolidar la recuperación de la causa nacional se
presentó en La Canela, el 4 de diciembre de 1864, cuando las tropas
dirigidas por Cabral derrotaron a las del general traidor Puello. Los
dominicanos emboscaron al enemigo y le ocasionaron un gran número
de bajas, procediendo los que se salvaron a huir. En adelante el ritmo de
las operaciones entró en una fase ascendente, y Cabral procedió a avanzar
sobre casi todo el territorio, con excepción de las ciudades cercanas a la
costa y sus alrededores. Desde inicios de 1865 la ciudad de Santo
Domingo quedó casi sitiada, ya que las guerrillas restauradoras
dominaban el territorio que la separaba de San Cristóbal.
Cabral se convirtió en el adalid de la Restauración en el sur y
obtuvo la adhesión de casi todos los generales, quienes lo veían como
el garante de la victoria. La guerra en la región tomó un curso autónomo del que le imprimía el gobierno de Santiago. Desde que las tropas
españolas abandonaron el país, el 11 de julio de 1865, asomó un sentimiento regionalista entre los generales sureños, quienes consideraron que dejaba de tener validez que la capital de la República continuase en Santiago, como era la intención del presidente cibaeño Pedro
Antonio Pimentel. Este comprendió la débil posición en que se encontraba y decidió trasladarse a Santo Domingo; pero en el camino fue
sorprendido por un pronunciamiento de generales encabezados por
Eusebio Manzueta que procedió a derrocarlo. El 4 de agosto de 1865
Cabral fue proclamado protector, título con el cual fue elevado a la presidencia de la República.
JOSÉ MARÍA CABRAL
389
EL PROTECTOR
A pesar del sesgo regionalista que dio origen al primer gobierno
posrestaurador, la República se encontraba ante el reto de encauzarse
por un sendero de unidad nacional que abriera las puertas a la paz y el
progreso. Tras dos años de conflagración, el país estaba destruido y sumido
en la miseria, pero en mucha gente existía la esperanza de que, recuperada
la independencia, no habría obstáculos para que su destino obrase en
beneficio de todos. Esa ilusión imprimió de un tinte bello a los meses
del Protectorado, como se denominó a la primera administración de
Cabral. Pero con demasiada rapidez se puso en evidencia que tal
esperanza no pasaba de una quimera. El nivel de desarrollo económico y
cultural del país colocaba trabas casi insalvables a la concreción de los
ideales de redención.
Revestido de enorme prestigio, el protector se propuso reconciliar
a todos los dominicanos, por lo que ofreció posiciones en el tren
gubernamental a las personas preparadas que habían colaborado con
las autoridades españolas, sin importar que hubieran sido seguidores
de Santana o de Báez. Aspiraba a la instauración de un régimen
democrático, sujeto al gobierno de los más capaces, ya que estaba
convencido de que la misión de gobernar le estaba reservada a los
dotados de un adecuado nivel cultural. Puede colegirse que, imbuido de
patriotismo y desinterés genuino, ponderó su misión como presidente
desde el ángulo del hombre de armas llamado a garantizar el correcto
ejercicio del poder por los capaces. La verdad es que el título de protector
que le dispensaron los generales del sur estaba hecho a la medida de sus
intenciones.
Siguiendo esa lógica, y en consonancia con su modestia, adoptó un
perfil bajo como presidente, delegando gran parte de sus atribuciones
en Juan Ramón Fiallo, un letrado que le merecía confianza, quien
propugnaba una orientación moderada tendente a concitar el apoyo de
los sectores conservadores. Cabral estaba identificado con la concepción
de Fiallo, por cuanto estimaba que resultaba imperativo unificar a los
sectores pensantes en el gobierno y que sus ejecutorias debían garantizar
el correcto funcionamiento de las instituciones y la actividad económica,
lo que en primer lugar suponía ofrecer garantías a los comerciantes
390
PERSONAJES DOMINICANOS
exportadores e importadores de los puertos, casi todos extranjeros, quienes
dominaban la economía del país.
Mas su gobierno, a pesar de la acogida favorable de los sectores
superiores, no pudo hacer nada en un país aquejado de dificultades
tremendas, en primer lugar porque disfrutó de menos de tres meses de
estabilidad. En octubre de 1865 el caudillo Pedro Guillermo, uno
de los jefes de la Restauración en el este, enarboló la enseña de la rebelión
y arrastró a otros hombres fuertes en la demanda de que Buenaventura
Báez fuera llevado a la presidencia. Como tantos otros jefes locales de la
Restauración, Guillermo había sido partidario de Báez hasta 1861, y
no encontró contradictorio con su fidelidad al líder el que hubiera
prestado juramento al pabellón español mientras él tomaba parte en la
guerra nacional.
Cabral intentó resistir, buscando el apoyo de las unidades de reservas
de los alrededores de Santo Domingo; pero cuando Pedro Guillermo se
situó amenazante del otro lado del Ozama, optó por buscar una salida
negociada a la situación. Decidió obtemperar a la demanda de los
caudillos sublevados, para lo cual dio fe de su antigua simpatía por Báez
y se ofreció a ir a buscarlo a su exilio en Curazao con el fin de entregarle
la presidencia.
En verdad, desde mucho antes Cabral había dejado de contarse entre
los seguidores de Báez, puesto que su protagonismo durante la
Restauración lo había hecho un símbolo de la causa nacional, en diametral
oposición a quien había gestionando un cargo de España. Pero los campos
aún no se habían deslindado y Cabral prefirió, al igual que casi todos los
prohombres de la gesta, contemporizar con Báez. Este, deseoso de ganar
nuevos partidarios entre los adalides militares de la recién concluida
guerra, le ofreció a Cabral el Ministerio de Guerra y Marina.
No pasó mucho tiempo sin que se presentaran divergencias
insalvables entre Cabral y el flamante Presidente. El primero captó que
su antiguo jefe tenía por objetivo establecer un régimen dictatorial que
garantizase su preeminencia. Cabral ya no podía dejar de ver en Báez a
un confeso partidario de entregar los destinos del país a una potencia.
Por otra parte, a pesar de su falta de ambiciones políticas, debió llegar a
la conclusión de que su categoría estaba muy encima de la de subordinado
de Báez.
JOSÉ MARÍA CABRAL
391
SEGUNDA VEZ PRESIDENTE
Cabral salió del país preparado para promover un movimiento
insurreccional. El 26 de abril de 1866 publicó en Curazao un manifiesto
que constituía un memorial de agravios contra Báez. Lo acusaba de
haber ocupado ilegalmente el cargo a través de la violencia, ejercer el
poder de manera arbitraria y sin sujeción a la ley, desconocer la
constitución liberal y haberla suplantado con la de 1854 que consagraba
el despotismo, así como de llenar las cárceles de opositores, presionar a
los congresistas, permitir desmanes y exacciones, comprometer el crédito
del país por medio de una abultada deuda en el exterior y malgastar los
recursos presupuestarios.
Con estos argumentos en mano y obtenida la adhesión de Andrés
Ogando y otros generales que habían sido sus subordinados durante la
Restauración, Cabral atravesó la frontera. El alzamiento en el sur fue
seguido por una manifestación en Puerto Plata que trajo a Luperón de
su exilio de Islas Turcas. Báez no dispuso de la fuerza para detener el
avance de los hombres de Cabral y Luperón. Envió a Pimentel, ministro
de Interior, a hacer frente al alzamiento en el Cibao, pero el ex presidente
se sumó a los sublevados, sus compañeros de la Restauración.
Báez abdicó y tomó el gobierno un Triunvirato compuesto por Gregorio
Luperón, Pedro A. Pimentel y Federico de Jesús García. Acorde con la
concepción de Luperón y Pimentel, ellos se trazaron como único objetivo
el llamar a elecciones para la designación de un gobierno definitivo. Cabral
fue seleccionado como el candidato de los círculos liberales, que ya
empezaban a reconocerse por el color azul, en contraposición al rojo de los
partidarios de Báez. Luperón no aspiraba a la presidencia, Pimentel no se
había recuperado del desprestigio en que quedó sumido al final de la
guerra y Cabral seguía siendo el jefe que gozaba de mayor reconocimiento
en los círculos influyentes de la capital. El 22 de agosto de 1866 se
juramentó de nuevo como presidente de la República.
En este segundo gobierno Cabral volvió a confiar los asuntos del
gobierno a Juan Ramón Fiallo, quien colocó a los antiguos santanistas
en las posiciones señeras de la administración pública, empeñado en
borrar las divisiones que había dejado la guerra nacional y animado por
la consideración de que había que ganarlos como aliados para enfrentar
392
PERSONAJES DOMINICANOS
el prestigio de Báez entre caudillos y campesinos. Quizás por ello, desde
entonces algunos interpretaron que los azules eran los mismos antiguos
seguidores de Santana, siempre empeñados en oponerse a Báez,
conclusión falsa por cuanto obviaba el surgimiento de una corriente
ideológica inspirada en los ideales de la Restauración, la cual pretendió
dar lugar a una entidad formal portadora de los principios liberales, que
se denominó Partido Nacional. Lo que sucedió fue que, para mantener
vigencia y oponerse a Báez, los santanistas decidieron aliarse a los liberales
y estos los aceptaron.
Armado de demagogia, Báez se presentaba como campeón del pueblo
humilde, en contraposición al sector liberal que defendía el papel
protagónico de la minoría culta de la clase media, aunque en verdad su
concepto del progreso apenas difería del que enarbolaban sus enemigos
liberales. Dejando de lado consideraciones nacionales, para él, el progreso
debía lograrse a la sombra de una potencia; y, en el ínterin, él era el
único dotado de los privilegios para gobernar, por lo que debía hacerlo
investido de prerrogativas dictatoriales. Para los liberales azules resultaban
inaceptables ambos supuestos de los rojos: el ejercicio del despotismo
como garantía de la sociedad y la anexión a una potencia como panacea
del progreso. Ellos creían que el pueblo reunía las condiciones para ser
agente de un destino feliz, a través de un gobierno democrático.
Pero para sostenerse en el poder, enfrentando la sedición desordenada
de los caudillos que idolatraban a Báez, los azules acudieron a medidas
de excepción, empleando métodos represivos que no se diferenciaban
mucho de los que caracterizaban a los conservadores. El segundo gobierno
de Cabral dictaminó el fusilamiento de quienes fueran culpables de
sedición, contradiciendo la abolición de la pena de muerte por motivos
políticos que había establecido el mismo presidente en agosto de 1865.
Algunos caudillos rojos fueron pasados por las armas, aunque en casi
todos los casos se celebraron juicios de acuerdo con las leyes vigentes.
Pero las medidas represivas no podían contener la avalancha en favor
de Báez, aclamado por la mayoría de los dominicanos. Frente a eso, los
azules se aferraban al poder, convencidos de que representaban la justicia,
el orden y la civilización, y de que la revolución que promovían sus
enemigos conllevaba la desaparición del respeto a los intereses sociales y
el imperio del despotismo desembozado.
JOSÉ MARÍA CABRAL
393
En octubre de 1868 los rojos iniciaron una insurrección en Monte
Cristi, gracias al apoyo que recibieron del presidente haitiano Sylvain
Salnave y con el visto bueno del círculo gobernante en Estados Unidos,
que operaba a través de dos aventureros inescrupulosos, Joseph Fabens y
William Cazneau. Se estaba consolidando una alianza entre los rojos y los
partidarios de Salnave para oponerse al concierto entre liberales haitianos
y dominicanos que trataba de impedir que una potencia, especialmente
Estados Unidos, ocupase cualquier porción de la isla de Santo Domingo.
El gobierno de Estados Unidos, en efecto, se había trazado el
lineamiento de expandir su influencia por la zona del Caribe, con el fin
de consolidar la superioridad naval sobre las potencias europeas e
incorporar territorios que permitieran el abastecimiento de azúcar, café
y otros géneros tropicales. En lo inmediato, el gabinete de Ulysses Grant,
general en jefe de los Estados del norte que habían vencido a los Estados
del sur en la recién concluida Guerra de Secesión, estaba urgido por
establecer una base naval en la zona del Caribe. Dos puntos aparecieron
especialmente atractivos: la Mole de Saint Nicolas, extremo noroccidental
de Haití, y la península de Samaná, al noreste de República Dominicana.
El gobierno dominicano recibió la propuesta de arrendamiento de
Samaná a través del subsecretario de Estado William Seward Jr., quien
visitó Santo Domingo. Agobiado por el irresistible empuje de los rojos,
Cabral cometió el tremendo error de aceptar que viajara a Washington
Pablo Pujol, con el fin de culminar las negociaciones. El enviado
dominicano llegó a un acuerdo con William H. Seward, secretario de
Estado, por medio del cual se arrendaba Samaná por 29 años a cambio
de un millón de dólares en efectivo y otro millón pagadero en armamentos.
Esta ayuda fue vista por el círculo que rodeaba a Cabral como la única
tabla de salvación que evitaría el retorno de los rojos al poder.
El efecto del plan de arrendamiento de Samaná fue del todo desastroso.
Tan pronto trascendieron los detalles de la negociación, los jefes rojos
exiliados clamaron que los azules habían traicionado a la patria y que se
preparaban para actos peores. Un desprestigio inevitable se abalanzó sobre
el régimen de los azules, y entre ellos mismos surgieron discrepancias
agudas. Luperón decidió abandonar el país en protesta, advirtiéndole a
Cabral que estaba en disposición de oponerse con las armas en la mano, en
caso de que las negociaciones prosiguieran.
394
PERSONAJES DOMINICANOS
La defección de Luperón dejó un vacío imposible de llenar en la
región cibaeña y contribuyó a precipitar la caída del gobierno azul.
JEFE DE LA TERCERA GUERRA NACIONAL
Con la entrada en Santo Domingo del general Manuel A. Cáceres, el 31
de enero de 1868, se inició el llamado gobierno de los Seis Años, uno de
los períodos más trágicos de la historia decimonónica. Cabral y sus
partidarios abandonaron el país en dirección a Venezuela y luego se
diseminaron entre Puerto Rico, Curazao y Saint Thomas. Algunos se
aventuraron a dirigirse hacia Haití, no obstante la presidencia de Sylvain
Salnave, a quien en buena medida los rojos le debían su triunfo. Pese al
peligro que podía correr y aprovechando la presencia de algunos de sus
partidarios, Cabral pasó varias semanas en Haití a mediados de 1868,
en gestiones para preparar la guerra contra los rojos. Los liberales
haitianos, encabezados por Nissage Saget, ocuparon la ciudad de Jacmel,
en el sur del país, y se renovaron los acuerdos de cooperación entre los
liberales de ambos países de la isla. Los voluntarios azules jugaron un
papel importante en varias derrotas de los partidarios de Salnave. Llegado
el momento propicio, tras firmar un pacto de unidad con los otros jefes
azules en la ciudad haitiana de Saint Marc y mientras se desarrollaba la
guerra civil en el interior de Haití, Cabral consiguió que hombres de
Saget le franquearan el paso hacia la frontera, acompañado por contados
seguidores.
De nuevo en territorio dominicano en marzo de 1869, volvió a
acogerse a la protección del general Andrés Ogando, principal caudillo
en los confines del suroeste, donde Báez no había logrado consolidar su
presencia. Con rapidez, Cabral obtuvo la adhesión de otros generales de
la región y formó una tropa considerable que se puso en condiciones de
disputarle el terreno al gobierno. Muchos de sus partidarios, que se
encontraban en Haití y en otros países cercanos, corrieron a unírsele,
dispuestos a librar batalla contra los inveterados enemigos rojos.
Pero los azules se encontraban en una situación desventajosa. Su
retaguardia en Haití era insegura, ya que todavía el partido de Saget no
controlaba el territorio de ese país en su totalidad; al mismo tiempo, los
JOSÉ MARÍA CABRAL
395
rojos habían desatado una horrorosa escalada de terror. A medida que se
implantaba la guerrilla de los azules, el gobierno respondía creando
cuadrillas volantes de forajidos que hacían cundir el pánico en las
poblaciones que se encontraban bajo el dominio de los insurrectos. Los
jefes más célebres de dichas partidas, Carlos Justo de Vargas y Aniceto
Chanlatte, conocidos por los apodos de Baúl y Solito, confesaron años
después, en un proceso judicial, que habían asesinado con sus manos
143 y 94 personas, respectivamente.
Adicionalmente, Báez gozaba de un carisma extraordinario entre
la población, mientras que los azules no tenían ninguna figura que los
unificara, víctimas de las disputas por la hegemonía entre Cabral,
Luperón y Pimentel, así como, en menor medida, entre algunos
intelectuales de prestigio que los apoyaban desde el exilio. Ninguno
de los tres jefes supremos estaba dotado de la capacidad de Báez ni
estaba rodeado de su aureola de popularidad. Con todo, los azules
pudieron consolidar su extenso bastión allende el Yaque del Sur, porque
representaban el sentido ascendente de la historia, que propendía a
consolidar el ordenamiento nacional, pese a todos los obstáculos que
se presentaban.
La causa de los azules ganó legitimidad cuando se hicieron públicos
los aprestos del gobierno dominicano para anexar el país a Estados Unidos.
Se trataba de una venta vulgar, puesto que en la operación estaban
involucrados personeros corruptos del círculo gobernante de Estados
Unidos, quienes esperaban apoderarse de enormes extensiones del
territorio dominicano a precio de bagatela. Ya comenzaba a desplegarse
la sombra del monstruo del norte contra la independencia del pueblo
dominicano. Antes de disolverse, el Estado dominicano recibiría la suma
de dos millones de dólares, con el pretexto de sanear las acreencias
públicas, pero dirigida obviamente a compensar a la camarilla gobernante.
El 29 de noviembre de 1869 fue firmado un protocolo preliminar
entre Manuel María Gautier, cerebro gris del Partido Rojo, y Raymond
Perry, a nombre del gobierno de Washington. Con el fin de ofrecer una
ayuda de emergencia al régimen de Báez, se firmó un acuerdo de
arrendamiento de la península de Samaná, que entraría en vigencia en
caso de que apareciesen reparos a la anexión en el Congreso de Estados
Unidos. A cambio de 150,000 dólares anuales, Estados Unidos pasaba
396
PERSONAJES DOMINICANOS
a disponer de prerrogativas soberanas sobre la península y los cayos
adyacentes.
El tratado de anexión estipulaba que debía ser ratificado por el
Congreso de Estados Unidos y por el pueblo dominicano a través de un
plebiscito. Este fue convocado apresuradamente en febrero de 1870, a
menos de cinco años de concluida la guerra de Restauración, arrojando
la falacia de que solo 11 dominicanos se oponían a la integración como
territorio, es decir colonia, de Estados Unidos. Es cierto que una amplia
porción de los dominicanos favorecía la anexión por los motivos
siguientes: para muchos bastaba que así lo desease Báez, a quien se le
adjudicaba el don de ser infalible, al igual que el papa; otros estaban
cansados del estado continuo de guerras, que asociaban a la pobreza,
llegando a la conclusión de que la única forma de que reinase la paz era
a través del dominio extranjero; un juicio parecido se derivaba de la
convicción de muchas personas de elevado nivel cultural de que el país
carecía de los medios para emprender por sí solo la marcha hacia el
progreso, por lo que alguna forma de protectorado o de anexión resultaría
conveniente.
Los azules habían quedado bastante marginados, pero eso no significa
que constituyeran una minoría insignificante, como lo proclamaban los
publicistas rojos Félix María Delmonte y Javier Angulo Guridi, quienes
se solazaban en acusar a los patriotas de bandoleros agentes de Haití,
adjudicándoles el calificativo de cacos. No cabe duda de que los azules
contaban con el apoyo de la porción más consciente de la población,
pero eso no pudo traducirse a la práctica, con excepción de la zona
fronteriza del sur, a causa del despliegue del terror por las bandas baecistas
o de lo aplastante que resultaba la adhesión de gran parte de la masa del
pueblo a la figura del antiguo mariscal de campo español.
Adicionalmente, los azules estaban aquejados de debilidades
profundas que contribuían a recomponer la vigencia de sus enemigos,
la más importante de las cuales era la división de sus filas entre los
seguidores de sus tres principales jefes. Particular gravedad revistieron
las disputas entre Cabral y Luperón, al punto que el último llegó a
expresarse de manera dura y a veces insultante sobre su compañero, en
diversos pasajes de su libro Notas autobiográficas y apuntes históricos.
La clave de esa rivalidad radicaba en que cada uno de ellos aspiraba a la
JOSÉ MARÍA CABRAL
397
jefatura suprema sobre las operaciones. A instancias de los liberales
haitianos, se firmó un pacto de unidad entre los jefes liberales
dominicanos. De hecho, ese instrumento consagraba la supremacía de
Cabral, a quien se le asignaba el mando del Frente Sur, único en el cual
habían logrado implantación. Luperón y Pimentel, en cambio, no
tuvieron éxito en la frontera del norte, donde los caudillos estaban
firmemente unidos detrás de Báez y contaban con el respaldo de la masa
campesina, que desde 1857 visualizaba a ese tirano como defensor de
sus intereses.
A pesar del pacto de unidad entre los tres líderes, cada uno siguió
operando por su cuenta. Luperón obtuvo apoyo de los comerciantes de
Saint Thomas, preocupados por las negativas consecuencias que les
provocaría la anexión a Estados Unidos. Adquirió el vapor El Telégrafo,
desde el cual intentó, sin éxito, concitar respaldo de las poblaciones que
iba tocando. Cabral se negó a brindar ayuda a los planes de Luperón,
pese a la profunda carga simbólica que tuvo la aventura de El Telégrafo
para confrontar los planes del gobierno de Estados Unidos, lo que valió
que este declarase a Luperón como pirata.
En la medida en que Cabral era el único de los tres que estaba
librando una guerra efectiva, su liderazgo se consolidó y pasó a ser
reconocido por casi todos los exiliados como el jefe indiscutible. El héroe
de Santomé y La Canela volvía a cubrirse de gloria al tornarse el símbolo
de la redención de los dominicanos en la resistencia frente a la anexión a
Estados Unidos. De nuevo supo aplicar sabiamente sus dotes militares,
captando que carecía de los recursos y el apoyo requerido para derrocar a
Báez en corto plazo. Apeló a la guerra de guerrillas, táctica que había
aplicado durante la Restauración y que reconocía la superioridad
del enemigo, por lo cual evitaba choques frontales y se sustentaba en el
control del territorio por medio de pequeños destacamentos que sometían
al contrario hostigamiento. Si bien es cierto que las tropas azules dominaban
el territorio al occidente del Yaque, lo hacían de forma inestable, sujetas
a retiradas cada vez que los rojos realizaban expediciones desde Azua.
Entre 1869 y 1872 la guerra entre rojos y azules se caracterizó por
expediciones dirigidas por dignatarios gubernamentales, como Francisco
Antonio Gómez, Manuel Altagracia Cáceres, Juan de Jesús Salcedo y
Valentín Ramírez Báez, este último hermano de padre del Presidente y
398
PERSONAJES DOMINICANOS
su delegado en Azua. Tras cada una de esas expediciones, quedaba de
manifiesto que los rojos no podían sostener el hostigamiento de las partidas guerrilleras de los azules, por lo cual procedían a operar la retirada
hacia Azua. Como lo observó Sócrates Nolasco, las guarniciones que
dejaban en algunos puntos de la desolada región eran indefectiblemente exterminadas.
ENTREGA DE SALNAVE
En febrero de 1870, después de estar Cabral dirigiendo la resistencia
guerrillera durante cerca de un año, fue derrocado el presidente haitiano
Sylvain Salnave, quien, al frente de 1,500 hombres, abandonó Puerto
Príncipe con el designio de escapar a los sitiadores de la ciudad. Al sufrir
varias derrotas en el camino, Salnave se vio obligado a internarse en República Dominicana con vistas a acogerse a la protección de Báez. Pero
tuvo que entrar a la zona dominada por los azules. Desde que se enteró de
la llegada de Salnave a suelo dominicano, Cabral puso todas sus tropas en
estado de alerta, temiendo que los baecistas intentaran un ataque simultáneo desde Azua. Además, para él era cuestión de principio impedir que
los fugitivos haitianos atravesaran su territorio armados.
Cabral aceptó entablar negociaciones con una delegación que Salnave
ofreció enviar. Cuando vio que este hizo una contramarcha y no cumplió
su promesa, se dispuso a atacarlo. Envió un pequeño destacamento, al
mando del coronel Bartolo Batista, que entabló combate y tuvo que retirarse
ante la superioridad de la tropa de Salnave. Cabral despachó entonces al
general Vidal Guitó con 150 hombres. El ex presidente haitiano intentó
despistar a los azules y envió solicitudes a Valentín Ramírez Báez para que
atacara desde Azua, lo que se llevó a efecto, aunque sin resultados. El 10
de enero de 1870 se trabó un sangriento choque entre azules dominicanos
y salnavistas haitianos en el paraje La Cuaba, en plena sierra de Bahoruco,
cerca de Polo. Después de varias horas de combate, con cuantiosas bajas
de ambos lados, incluyendo al general Guitó y mujeres y niños familiares
de la comitiva de Salnave, este se rindió.
El gobierno recién instalado en la capital haitiana, presidido por
Saget, aliado de Cabral, le requirió a este que Salnave le fuera remitido
JOSÉ MARÍA CABRAL
399
junto a sus acompañantes, por cuanto estaban acusados de cometer
crímenes políticos. En desesperado intento para salvarse, Alfred Delva,
antiguo ministro de Salvane, ofreció a Cabral una fuerte suma de dinero
a cambio de que no los entregara. Le razonó que, con esa suma, le sería
fácil avituallar su tropa para derrocar a Báez. El ex ministro no tomó en
cuenta el talante moral de Cabral, quien se indignó ante semejante osadía.
El adalid de los patriotas dominicanos decidió delegar el delicado
asunto que representaba el destino de Salnave a un consejo de generales,
en el cual él se limitó a fungir de presidente. Se resolvió, al parecer por
unanimidad, que Salnave y sus ayudantes fuesen entregados al Gobierno
haitiano. Esta decisión adquirió de inmediato tintes altamente polémicos,
por cuanto Salnave y algunos de sus camaradas fueron fusilados por las
autoridades haitianas. Dirigentes políticos de la época y posteriormente
historiadores han estimado que, con esa decisión, Cabral empañó su
historia personal, debido a que no observó la norma de la neutralidad en
su territorio. Hasta Luperón censura la decisión en su libro de memorias,
reclamando que en aquel momento hizo pública su protesta. Se ha
aducido que los azules recibieron del gobierno haitiano una fuerte suma
de dinero en recompensa, y hay quien se ha atrevido a insinuar que
Cabral se benefició de la operación.
En realidad, la suma entregada por el presidente Saget tuvo carácter
simbólico, ya que fue de 5,000 pesos fuertes o dólares, monto que, si
bien para los azules no dejaba de tener cierto peso, carecía de efectos
sobre la marcha de la guerra. Es definitivo, además, que Cabral no le
puso las manos a ese dinero. De ello puede concluirse que la entrega de
Salnave no envolvió una operación pecuniaria. Con seguridad a Cabral
y a algunos de sus generales tuvo que resultarles duro acceder a la
demanda del régimen haitiano, pero por razones de realismo político se
inclinaron por hacerlo. Dejar pasar a Salnave equivalía a poner en peligro
toda la causa nacional, fortaleciendo a Báez, quien podría usarlo para
hostilizar al aliado haitiano. Estaba comprobado que Salnave era un
enemigo declarado de los patriotas dominicanos y que había entrado a
su territorio en son de guerra. Uno de sus generales era el dominicano
Tomás Cristo, quien se había distinguido en el sitio de Jacmel.
Adicionalmente, puede aceptarse el argumento de que, de no haber
accedido a la petición, Cabral y sus compañeros ponían en riesgo la
400
PERSONAJES DOMINICANOS
alianza con los liberales haitianos, que resultaba vital para sostener la
resistencia guerrillera.
CAÍDA DE LA TIRANÍA BAECISTA
La guerra siguió con los altibajos característicos, aunque en fase
ascendente para los azules hasta 1871, gracias a la legitimidad del objetivo
de impedir la anexión a Estados Unidos. Cuando los generales patriotas
estimaron que habían consolidado su dominio sobre el extremo suroeste,
decidieron constituirse en gobierno con el título de Gobierno Provisorio
de la Revolución, a cuyo frente Cabral quedó como presidente de la
República.
Los actos y argumentos de este singular gobierno guerrillero se
recogerían en un periódico editado en Haití, que terminó con el nombre
de Pabellón Dominicano. El gobierno de Cabral reclamó tener control
sobre el territorio e intentó armar dispositivos administrativos. En aquellas
dificilísimas circunstancias, Cabral se preocupó por garantizar la seguridad
individual y la propiedad; para prevenir la degeneración al bandolerismo,
se sancionaba cualquier acto de pillaje con la pena de muerte.
A pesar de todos los triunfos, las condiciones no eran propicias
para el funcionamiento del Gobierno Provisorio, y en diciembre de
1871 los ministros Alejandro Román y Mariano Cestero decidieron
abandonar sus cargos sin siquiera presentar renuncia. Se produjo una
reorganización del gobierno en comisiones de Interior, Justicia y
Relaciones Exteriores, Hacienda y Comercio y Guerra y Marina; como
directores de ellas quedaron los principales jefes militares e intelectuales
que acompañaban a Cabral, casi todos generales, como Andrés
Ogando, Francisco Moreno, Manuel Rodríguez Objío, Manuel María
Castillo, Tomás Castillo, Francisco Gregorio Billini y Timoteo
Ogando.
Tras el fracaso de las sucesivas campañas, el tirano en persona
decidió encabezar una marcha con el fin de aplastar a los guerrilleros.
Hizo una leva de cerca de 10,000 hombres y él mismo asumió la
dirección del cuerpo principal que cayó sobre San Juan y Las Matas.
Otros cuerpos estaban a cargo de sus principales lugartenientes, como
JOSÉ MARÍA CABRAL
401
el vicepresidente Cáceres. A pesar de que los azules no fueron aniquilados,
la insurrección entró en una fase de debilitamiento, hasta quedar como
algo que dejó de preocupar a los jerarcas rojos. Esta evolución es atribuida
por Nolasco al asesinato de Andrés Ogando, mientras dormía en
Cambronal, a manos de una partida de macheteros gubernamentales
dirigida por Baúl, que había logrado infiltrarse detrás de las líneas de
los azules.
En 1873 el foco de atención de Báez se trasladó a resolver los
conflictos crecientes que confrontaba con sus propios seguidores. Tal
vez los azules perdieron cierta legitimidad, tras haber sido rechazado el
proyecto de anexión por el Senado de Estados Unidos en 1871. El cese
de la perspectiva de una anexión hacía de la caída de Báez una cuestión
de tiempo. Hubo un último respiro por efecto del arriendo de Samaná
por 150,000 dólares a una empresa aupada por Fabens y Cazneau, la
Samana Bay Company of Santo Domingo, de acuerdo con las mismas
cláusulas del instrumento que para tal fin se había firmado antes con el
gobierno de Estados Unidos.
Ese dinero tenía una importancia cardinal para Báez, ya que en esos
años ningún gobierno podía sostenerse si no contaba con recursos
financieros extraordinarios. En 1870 el banquero judío Edward Hartmont
suscribió títulos de deuda a nombre del gobierno dominicano por unas
450,000 libras esterlinas, de las cuales únicamente entregó 38,000.
Este sonado fraude impidió que en lo sucesivo el Gobierno dominicano
pudiera contratar otros empréstitos en el exterior.
Desde mediados de 1873 comenzaron a manifestarse signos de
descontento en la Línea Noroeste, al grado que algunos de los principales
sostenedores del gobierno en esa región se propusieron derrocarlo. El
25 de noviembre de ese año los dos máximos jerarcas rojos del Cibao,
Manuel Altagracia Cáceres e Ignacio María González, iniciaron un
movimiento que dio al traste con el régimen de los Seis Años.
El 25 de noviembre tuvo una importancia trascendental en la historia
dominicana, ya que significó la consolidación del Estado nacional. En
lo sucesivo ningún gobernante osó abogar abiertamente por la anexión
a Estados Unidos. Pedro Henríquez Ureña caracterizó el cambio acaecido
como producto de la intelección de la nación por parte del pueblo
dominicano.
402
PERSONAJES DOMINICANOS
Estos hechos ponen de relieve que la tiranía de los Seis Años no
cayó a consecuencia de la resistencia de los azules; pero no disminuye la
trascendencia de la guerra que durante cuatro años libraron los patriotas
dirigidos por Cabral en los confines del suroeste. En su oposición al
plan del presidente Grant para anexar el territorio dominicano, el senador
de Massachussets, Charles Sumner, argumentó que la resistencia dirigida
por el general Cabral constituía evidencia contraria a los resultados del
plebiscito instrumentado por Báez. Sumner estaba animado por ideas
liberales, por lo cual reprobaba el autoritarismo de los rojos y se identificaba
con la causa de los azules. Para ganar crédito ante la opinión pública
internacional, los azules organizaron un plebiscito en el territorio que
dominaban, arrojando más de 6,000 votos contrarios a la anexión. Sumner
refutó de forma contundente los alegatos de su colega Oliver Morton, en
el sentido de que José María Cabral era “meramente un jefe de bandidos
que no perjudica y tampoco ha perjudicado al gobierno de Báez”.
Pero el fracaso del proyecto de anexión también estuvo motivado
por consideraciones racistas, pues varios de los congresistas
estadounidenses consideraron que el pueblo dominicano no era apto
para la vida civilizada. En los debates, el senador de Nueva York,
F. Wood, por ejemplo, se pronunció en forma despectiva acerca del
pueblo dominicano.
La población es de un tipo degenerado en grado sumo, estando
principalmente compuesta de una raza cuya sangre tiene dos tercios de africano nativo y un tercio de criollo español, a diferencia
de cualquier raza de color conocida en este país o en cualquiera
parte del mundo. Esta es una mezcla completamente incapaz de
asimilar la civilización, y descalificada, bajo cualesquiera circunstancias posibles, de hacerse ciudadanos de los Estados Unidos y
ejercer, como lo hacen todos bajo nuestro actual sistema modificado, los privilegios de representación y de ser representados.
LOS AÑOS FINALES
Caído el gobierno de los Seis Años, Cabral quedó desfasado en tanto
político, como acertadamente José Gabriel García lo percibió en una
JOSÉ MARÍA CABRAL
403
carta. Su contribución a la causa nacional fue estrictamente militar, y
ya había desaparecido el peligro de un proyecto de anexión. En esas
condiciones, Cabral se despojó de todo espíritu de partido,
respondiendo al clamor de los núcleos pensantes que demandaban el
fin de las contiendas civiles. Consideró que su contribución debería
pasar a ser la de ente moderador, con el propósito expreso de contribuir
a la paz. Hizo galas de desprendimiento y ofreció respaldo al gobierno
de Ignacio González, siendo designado por este ministro de Guerra y
Marina en 1875.
Pero Luperón, el otro prohombre azul, pensaba de manera muy
distinta; aunque no aspiraba a ocupar la presidencia, sí pretendía que el
poder pasara a manos del sector liberal. Por tal razón, Luperón entró en
conflicto con el presidente González y respaldó al movimiento cívico
que llevó a su derrocamiento en 1876. Ese mismo año, todavía bajo la
presidencia de Ulises Francisco Espaillat, Cabral, identificado, aceptó el
cargo de inspector de Agricultura de la provincia de Azua. Pero, a
diferencia de Luperón, se había apartado de su propio partido. Eso lo
llevó a apoyar a Buenaventura Báez en su quinta y última administración,
iniciada en 1877, cuando el tirano de los Seis Años se declaraba
demócrata. Cabral no obró solitario en el acercamiento hacia su antiguo
jefe, ya que, en aras de la paz, varios de los intelectuales prominentes de
Santo Domingo, como: Emiliano Tejera, José Gabriel García y Mariano
Cestero, ofrecieron su concurso al último gobierno de Báez.
Estas posiciones expresaban una disminución de las diferencias
conceptuales que habían enfrentado mortalmente hasta poco antes a las
dos corrientes de liberales azules y conservadores rojos. Ahora bien,
Luperón continuaba negado a aceptar esas posturas, correspondiéndole
mantener la identidad de los azules. Estaba dotado de un sentido político
más desarrollado que Cabral. Y, aunque no contaba con popularidad, se
hizo el jefe único de los liberales y fue preparando el terreno para la
toma del poder en 1879. Como es sabido, en los años siguientes, los
azules implantaron una suerte de dictadura, por cuanto, en los hechos,
impidieron la competencia electoral de las otras banderías políticas, que
entraron en un marcado declive. Fue bajo la égida de Luperón cuando
se conformó un conglomerado liberal integrado, aunque tampoco
entonces surgió un partido político en el sentido moderno.
404
PERSONAJES DOMINICANOS
Así pues, la toma del poder por los azules, en 1879, implicó que
Cabral, su principal fundador, quedara apartado de los asuntos públicos.
Hasta su fallecimiento, en 1899, pasaba largos períodos en San Juan de
la Maguana. Todavía está en pie la casa que el prócer construyó en esa
ciudad, muestra elocuente de la pobreza en que vivía. Le quedaba la
satisfacción de haber contribuido al bien de la patria en lo que le fue
posible, sin perseguir riquezas, poder o gloria. Por eso, gozó de la
admiración de todos los que lo rodeaban, quienes veían en él a un símbolo
viviente de la libertad.
BIBLIOGRAFÍA
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vols. Santo Domingo, 1968.
Luperón, Gregorio. Notas autobiográficas y apuntes históricos. 3 vols.
Santo Domingo, 1974.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano, (18211930). Santo Domingo, 1997.
Monclús, Miguel Ángel. El caudillismo en la República Dominicana.
Santo Domingo, 1962.
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completas. 3 vols. Tomo II. Santo Domingo, 1994, pp. 447-468.
Rodríguez Demorizi, Emilio. Proyecto de incorporación de Santo
Domingo a Norte América. Santo Domingo, 1965.
Rodríguez Objío, Manuel. Relaciones. Ciudad Trujillo, 1951.
Soto Jiménez, José M. Semblanzas de los adalides militares de la
independencia. Santo Domingo, s. f.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
405
Quiso ser poeta, soldado, estadista, historiador, etc.:
quiso abarcarlo todo en la inmensidad de su espíritu.
Después tuvo la dicha de ver coronadas todas
sus ambiciones hasta llegar por último a la cumbre
de la gloria ceñido con la aureola del martirio.
SU RELIEVE
Manuel Rodríguez Objío es uno de los próceres que encarna con más
intensidad el lineamiento dominante de la historia dominicana del siglo
XIX : la formación de la nación a través de la aspiración a la
autodeterminación y la igualdad. Durante el proceso posterior a
la anexión de la República Dominicana a España, en 1861, Rodríguez
Objío fue el intelectual que con mayor radicalismo enarboló los principios
tendentes a la constitución de un pueblo libre y luchó por plasmarlos en
la realidad social mediante el compromiso político.
En el segundo lustro de la década de 1850 comenzó a incursionar
en la creación literaria y el periodismo, con la intención de exponer
principios que permitiesen una orientación renovadora de la vida del
país. Fue uno de los primeros poetas románticos dominicanos. Se dedicó
al periodismo y, aún muy joven, se dispuso a elaborar anotaciones
históricas que compiló bajo el epígrafe de Relaciones y que pueden
considerarse el primer tratado de historia escrito por un dominicano
bajo la perspectiva del ideal de un pueblo libre constituido en nación.
Su trascendencia en la historia no se deriva únicamente de su
condición de intelectual, sino de haber sido un hombre de acción que, a
pesar de las dudas interiores que lo asaltaban, decidió tomar parte en los
esfuerzos que se llevaban a cabo en pos de la libertad. Gracias a su
inquebrantable patriotismo y a su capacidad intelectual sobresalió en la
elaboración de propuestas políticas democráticas y revolucionarias. Por
eso desempeñó funciones de importancia durante la guerra de la
Restauración contra el dominio español, entre 1863 y 1865, y se proyectó
en los años posteriores como exponente del liberalismo democrático,
cuando los prohombres de esa gesta nacional se cohesionaron en
contraposición con el conservadurismo de Buenaventura Báez.
El protagonismo de Rodríguez Objío se resume en la intransigencia
frente a los enemigos de la libertad. Visualizaba la causa del pueblo
409
410
PERSONAJES DOMINICANOS
como un imperativo al que no podía renunciar, y definió una postura de
radicalismo democrático que buscaba desterrar el dominio de tiranos y
caudillos.
Actuó siempre acompañado por la preocupación poco común de hurgar
en las causas profundas de los procesos la historia del pueblo dominicano.
Derivaba la búsqueda de los medios para hacer compatibles los principios
liberales y democráticos con las características del medio dominicano.
Su excepcional capacidad de elaborar ideas y su radicalismo lo
colocaron por encima de su época, situación que le acarreó conflictos
incluso en el interior del sector liberal. Estuvo penetrado de la duda
acerca de la pertinencia de la acción, ya que recaía en la convicción de
que su vocación verdadera era la literatura. Rufino Martínez, en su
magnífica galería de personajes del siglo XIX, si bien no duda de la
pureza de sus ideales, elaboró un juicio extremo, al ponderar su existencia
como sucesión de inconsecuencias. En verdad, el atractivo por la acción
siempre se sobreponía a las dudas, por lo que terminaba reincidiendo
una y otra vez en las luchas contra la opresión.
Su vida dedicada a la patria concluyó en la tragedia, pero también
en su exaltación a héroe de los esfuerzos por el logro de un país libre. Su
muerte resume una existencia trágica, atravesada desde temprana edad
por lo que su biógrafo Ramón Lugo Lovatón califica de “hado adverso”.
PRECOCIDAD
La precocidad fue una las características de los años formativos de
Rodríguez Objío. En Relaciones, donde combina la autobiografía con
un recuento de la historia de su tiempo, afirma que su niñez no tuvo
nada de sobresaliente. En realidad, fue un joven prodigio, que antes de
los 16 años escribía poesías y principiaba a elaborar nociones sobre su
época. Esta precocidad sería una tónica el resto de su vida, pues realizó
actividades que correspondían a edades bastante mayores. A los 19 años
incursionó en la política, dando muestras de un nivel cultural superior
al típico del período. La claridad de sus ideas durante la guerra de la
Restauración, así como el compromiso con la causa nacional y su capacidad
literaria, lo llevaron a ser el responsable de la publicidad del gobierno de
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
411
Santiago y a ocupar un ministerio en los postreros meses de 1864, cuando
contaba apenas 25 años. Colocado a esa corta edad en el epicentro de la
política nacional, su vida pasó a adquirir ritmo vertiginoso.
En la decepción, fenómeno generalmente reservado a la madurez,
también fue precoz, como narra en Relaciones. Sufrió la envidia literaria o
los ataques arteros por diferencias políticas; pero siempre se sobreponía.
Hasta en la muerte fue precoz: su fusilamiento se produjo cuando tenía 32
años, pero tras una existencia que había experimentado avatares sin fin.
La precocidad tuvo que abrirse paso contra la mediocridad cultural
reinante. Narra él mismo que en las escuelas de la época no se enseñaba
nada, por lo que tuvo que formarse como autodidacta. Incidieron
circunstancias familiares para que pudiera sobreponerse a esas condiciones
y lograra un elevado nivel cultural.
Nació el 19 de diciembre de 1838 en la ciudad de Santo Domingo,
a escasos meses de constituida la sociedad secreta La Trinitaria. El hogar
de sus padres se encontraba en la esquina suroeste de las calles El Conde
y José Reyes. La ubicación de su casa permite inferir que sus padres,
Andrés Rodríguez y Bernarda Objío (tal vez nacida en Venezuela),
pertenecían a los estratos urbanos medios y altos. Los documentos de
registro civil lo avalan, pues Andrés Rodríguez figura en ellos como
“mercader al detalle”. Varios integrantes de La Trinitaria eran amigos
de la familia, lo que indica que el niño Rodríguez Objío creció bajo el
influjo de las enseñanzas de Duarte.
En la época, todo estaba envuelto en dificultades, ya que el país era
en extremo pobre e incluso los sectores urbanos superiores vivían en
medio de precariedades enormes. Esta situación se agravó a consecuencia
del fallecimiento prematuro de Andrés Rodríguez, en febrero de 1843,
después de haber tenido otros dos hijos y quedar una cuarta hija por
nacer. La joven viuda se vio obligada a marchar a Azua, donde se
encontraba su familia, con el fin de dedicarse a actividades comerciales.
Bernarda Objío tenía experiencia ayudando a su marido, y su primogénito
Manuel, todavía niño, tuvo que participar en la búsqueda de la subsistencia
del hogar. De ahí vendría una vocación por los negocios que no desarrolló
a causa de la fuerte afición literaria. Como lo narra en Relaciones, sufrió
varios fracasos en actividades comerciales, lo que explica su entorno social
donde era difícil el éxito de una empresa de cualquier género.
412
PERSONAJES DOMINICANOS
De esos primeros años, bajo el dominio haitiano, refiere su amigo el
gran poeta José Joaquín Pérez:
Como es condición inherente a toda nación conquistadora la de
detener el vuelo de la inteligencia, poniendo trabas a la ilustración
de las masas, Manuel R. Objío tuvo la desgracia de no recibir
educación ninguna. Pasó su infancia en esa vaguedad sin límites
de una vida de peligrosa ociosidad.
Precoz en atrevidas concepciones, en el pequeño círculo de su
familia pudo aprender fácilmente algo que le ayudase a adquirir
por sí mismo las nociones más indispensables i cuando llegó la
edad de seis años su adelanto era prodigioso.
A los 13 años Rodríguez Objío retornó a Santo Domingo para
ocupar una plaza de dependiente de comercio. A su propio decir, llevaba
una vida de holgazán y se rodeó de “malas compañías”, llegando a
embriagarse unas cuantas veces. En ocasión de un viaje a Azua, mientras
se llevaba a cabo una partida de naipes, la chispa del cigarro de uno de
los jugadores hizo estallar el barril de pólvora sobre el cual se sentaba.
Rodríguez Objío fue de los pocos que no perdieron la vida, lo que le
hizo pensar que su vida estaba sellada por un destino.
A pesar de esa existencia díscola, comenzó a asistir como alumno
del colegio San Buenaventura, fundado por el presidente Buenaventura
Báez durante su primera administración. En aquellos ratos pudo nutrirse
del saber de algunas de las escasas luminarias culturales de la época,
como Félix María Delmonte y Alejandro Angulo Guridi. Al poco
tiempo comenzó a escribir poesías, inspirado en la obra y las hazañas de
Lord Byron. En 1855, cuando contaba apenas 16 años, publicó su primer
poema, dedicado a “una joven poetisa”. Entonces, según refirió años
después, ya era un espíritu romántico:
[…] mi corazón rebosaba en amor para todo el mundo, las mujeres
me parecían ángeles, la amistad una diosa, la Patria un Edén. Sentí
demasiado y ahogué demasiado mis sentimientos; cuando quise
darles expansión, no hallando el mundo que soñé, maldije mi
destino y me lancé en una lucha interminable.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
413
Al retornar de un accidentado viaje a Nueva York en compañía de
un comerciante que había realizado transacciones irregulares, viaje que
él mismo calificó de calaverada, en marzo de 1856 fue nombrado
funcionario en el Ministerio de Hacienda por el incumbente, Manuel
Delmonte, amigo de su familia e integrante del círculo de Santana.
Comenzaba a los 17 años una carrera en posiciones en el Estado que le
generaría conflictos interiores. En realidad, de acuerdo con su vocación
intelectual, le interesaba contribuir a la búsqueda de soluciones a los
problemas nacionales. Junto a otros escritores, como su gran amigo Juan
Bautista Zafra, fundó la Sociedad Amantes de las Letras, que él concibió
como un espacio para la reflexión que incidiera en los problemas que los
políticos conservadores no podían abordar. Presentó su renuncia al cargo
poco después de nombrado, aprovechando la salida de Santana del poder,
y retornó a Azua durante cierto tiempo.
La rebelión de los cibaeños contra el segundo gobierno de Báez, en
1857, lo encontró en la ciudad de Santo Domingo, donde había establecido
un pequeño negocio de destilación de bebidas en compañía del poeta
Manuel Heredia. Se vio forzado a combatir del lado baecista, bajo el mando
del general José María Cabral. Pero tan pronto pudo se pasó al bando de
Santiago, que mantenía el cerco sobre la ciudad amurallada. En esos meses
estableció relación con el general Santana, jefe de la tropa sitiadora, quien,
al advertir el talento del joven poeta, lo designó parte de su Estado Mayor,
a pesar del recelo que le provocaban sus ideas liberales. Al establecerse el
cuarto y último gobierno de Santana, Rodríguez Objío fue designado
oficial primero de la Secretaría de Interior y Policía, pero no tardó en
renunciar. Sus ya definidas inclinaciones liberales lo llevaban a repudiar
por igual a los dos jefes políticos de la época, Santana y Báez.
Prefirió involucrarse en la reorganización de la Sociedad Amantes de
las Letras, con el fin de contribuir a un tipo de acción colectiva que
antepusiera el patriotismo a cualquier interés personal o de grupo. Como
parte de ese activismo cultural, colaboró en los principales periódicos de la
ciudad, especialmente en Flores del Ozama. Fuera por diferencias políticas
o por rivalidades personales entre literatos, fue combatido con acritud
dentro de este cenáculo, lo que le generó un sentimiento de decepción. Es
414
PERSONAJES DOMINICANOS
probable que los ataques a que se vio sometido provinieran de literatos
conservadores que habían ingresado en la entidad, como Manuel de Jesús
Galván. En adelante, la vida de nuestro héroe oscilaría entre la voluntad
grandilocuente de la acción en pos del ideal y la pasividad provocada por
la decepción.
Sin empleo y desconectado de la sociedad literaria, volvió a Azua en
1860, con el fin de realizar operaciones comerciales, justo antes de
producirse la rebelión fronteriza favorable a Haití capitaneada por el
general Domingo Ramírez y otras figuras del Ejército dominicano.
Santana se estableció en Azua para aplastar la disidencia y tomó como
secretario personal al joven Rodríguez Objío, quien al cabo de tres meses
abandonó la posición, cuando Santana retornó a Santo Domingo.
PALADÍN DE LA RESTAURACIÓN
Tan pronto tuvo certeza de que Santana pensaba anexar la República a
la monarquía española, Rodríguez Objío se dirigió a Saint Thomas para
entrevistarse con el exilado Francisco del Rosario Sánchez, quien
simbolizaba el espíritu de la autodeterminación nacional y la igualdad.
Existe la versión, no avalada por él, de que fue enviado por políticos
conservadores que deseaban impedir la anexión. Al tiempo que informaba
al fundador de la República de los planes de Santana, se ofreció a
combatirlos. Rememora en Relaciones haberle dicho a Sánchez que,
a pesar de la aversión que sentía hacia Báez, prefería cualquier gobernante
a una dominación extranjera. El ansiado encuentro con el héroe de los
ideales patrios generó una perenne veneración a su memoria. “Desde
aquel instante –refirió– mi suerte quedó ligada a la suya; y aun después
de su muerte, fui fiel a mis promesas”. Con la vehemencia de los
románticos, expone su admiración por el prócer en páginas que muestran
la yuxtaposición del poeta y el historiador.
Creador de la nacionalidad dominicana y primer soldado de la
independencia él murió con la nacionalidad y con la independencia
de la Patria. Heroico y grande al nacer como hombre público en
1844 y grande fue al morir en 1861.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
415
Brilló en el oriente de su tempestuosa vida y descendió al ocaso
con majestad y luz, legando a las generaciones que le sucedan el
creciente reflejo de su gloria, un ejemplar sublime a los patriotas
[…].
Oscurecido o proscrito, errante y perseguido por todos los tiranos
fue Sánchez el padre de la Patria y a la vez su víctima expiatoria. El
postrer momento de aquel hombre grande y desgraciado, fue más
solemne porque concurrió a la agonía y muerte de una
nacionalidad. Como Cristo él fue palmoteado y bendecido en la
Jerusalén dominicana el año 44. El escuchó por cortos días el
Hosanna de su pueblo […]. Más tarde tuvo su pasión y su calvario
habiendo exhalado el último aliento y caído con la cruz de la
redención nacional.1
Rodríguez Objío retornó a Santo Domingo, por lo que no acompañó
a su ídolo en la expedición que dirigió desde Haití y que culminó con
su fusilamiento. Al ver que no prosperaba la oposición a la anexión,
decidió esperar, convencido de que el pueblo terminaría rebelándose.
En el ínterin, Rodríguez Objío contrajo matrimonio con María del
Rosario Ravelo, hermana del trinitario Juan Nepomuceno Ravelo, quien
le había inspirado versos juveniles. Experimentó pronto una decepción
en el aspecto pasional, aunque decidió no divorciarse. Años después, en
medio de la guerra de la Restauración, conoció en Santiago a Rita Reyes,
quien pasó a ser el amor de su vida. Con ambas mujeres tuvo hijos y
mantuvo la relación hasta su muerte.
A los pocos días de iniciada la guerra de la Restauración, Rodríguez
Objío huyó hacia Venezuela con el fin de sumarse a los patriotas. Dado
que su repudio al régimen extranjero era del dominio público y estaba
sometido a vigilancia policial, calibró que no le sería factible trasladarse
hacia Santiago por tierra. Refiere que fue el primer habitante de la capital
que se dispuso a sumarse a los insurgentes. Se detuvo en Curazao, donde
conoció a su familiar Manuel E. Bruzual, dirigente de la corriente liberal
que entonces predominaba en Venezuela. Bruzual lo recomendó ante el
1
Al igual que en citas posteriores de Rodríguez Objío, se han introducido ligeras
modificaciones para hacerlas más legibles.
416
PERSONAJES DOMINICANOS
presidente venezolano Juan C. Falcón, a quien solicitó apoyo para la
causa dominicana. En Caracas se sumó al colectivo formado por Juan
Pablo Duarte con el fin de integrarse a la guerra llevando recursos desde
aquel país. Rodríguez Objío recibió de Duarte el grado de coronel,
y ambos, junto a Vicente Celestino Duarte y Mariano Diez, hermano y tío
de Duarte, y el venezolano Candelario Oquendo, abandonaron Venezuela
el 2 de marzo de 1864 y llegaron a Monte Cristi el 25 de ese mes.
Casi de inmediato Rodríguez Objío fue destinado para auxiliar al
general Manuel María Castillo en la reorganización del frente de la región
sur, tras los reveses infligidos a los patriotas por las tropas españolas a causa
de los desaciertos del anterior jefe, Pedro Florentino. En ese frente, donde
cundía el peligro y la miseria extrema, se distinguió por cumplir misiones
riesgosas. Se preocupó por establecer puntos de comunicación con Haití,
único medio para procurarse armamentos y otros artículos indispensables.
Fue designado jefe del Estado Mayor del frente y en algunos momentos
ocupó interinamente la jefatura de las operaciones. Se consagraba como el
guerrero de la libertad que aspiraba a ser, aunque ya experimentara dudas
sobre la pertinencia de la acción.
El sucesor de Castillo en la jefatura del sur, José María Cabral, le
solicitó que fuera a Santiago en busca de ayuda. En esta ciudad
le sorprendió el movimiento que llevó a destituir al presidente José
Antonio Salcedo y a la proclamación del jefe del ejército, Gaspar Polanco,
como presidente con poderes dictatoriales. Esta evolución fue provocada
por lo que varios jefes consideraron detener la guerra a causa de los
errores militares del presidente, así como por su disposición a llegar a un
acuerdo con los españoles y propiciar el retorno de Buenaventura Báez a
la jefatura suprema del país, quien había sorprendido a muchos al aceptar
el grado de mariscal de campo del ejército español.
El propio Rodríguez Objío tuvo la ocasión de participar en las
conversaciones que se celebraron en Monte Cristi entre el capitán general
José de la Gándara y una delegación del gobierno de Santiago, después
de que esta ciudad fue ocupada por el ejército español. Fuera por haberse
convencido de los errores de Salcedo o por la vocación radical de Gaspar
Polanco, Rodríguez Objío prestó concurso a la acción de este último,
cuya dictadura revolucionaria duró poco más de tres meses.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
417
En el gabinete de Polanco fue designado ministro de Relaciones
Exteriores, aunque su verdadera contribución estribó en dirigir el
periódico del gobierno y escribir gran parte de los documentos oficiales
de esos meses. Se hizo la pluma de la Restauración, precisamente cuando
la contienda nacional alcanzaba su cenit y se definían, desde la cúspide
del gobierno, las posturas radicales en pos de un ordenamiento nacional
autónomo y democrático. Aunque la figura dominante de tal orientación
era el vicepresidente Ulises Francisco Espaillat, la labor literaria de
exposición sistemática de argumentos le correspondió a Rodríguez Objío.
Este quedó impresionado por la honradez y la firmeza de propósitos del
vicepresidente, de quien recibió algunas de las orientaciones políticas
que más lo marcaron.
Durante los meses de la dictadura de Polanco se logró contener la
contraofensiva española que había puesto a los dominicanos en situación
difícil. Después de preparar la evacuación de Santiago, tras la toma de
Monte Cristi, los dominicanos inmovilizaron al ejército español pocos
kilómetros más allá de esta última ciudad. En el frente del sur, la pericia
militar de Cabral se puso de manifiesto en la batalla de La Canela, el 5 de
diciembre de 1864, cuando las tropas de españoles y dominicanos
anexionistas, bajo el mando de Eusebio Puello, fueron derrotadas y se
abrió un nuevo avance de los restauradores a todo lo largo de la región.
Cumplido este cometido del gobierno de Polanco, comenzaron
nuevas desavenencias en las filas restauradoras, tanto por aspiraciones
desordenadas de mando como por concepciones distintas acerca del
ordenamiento político y la conducción de la guerra. Se le achacó al
presidente Polanco el fusilamiento de su predecesor José Antonio Salcedo,
lo que fue esgrimido por varios generales de la Línea Noroeste como
razón para su derrocamiento.
En enero de 1865 Pedro Antonio Pimentel fue designado tercer
presidente de la Restauración, y quienes habían acompañado al depuesto
Polanco, entre los cuales se encontraba Rodríguez Objío, fueron reducidos
a prisión. Al no encontrárseles responsabilidad en la muerte de Salcedo,
casi todos fueron liberados dos meses después, y a Rodríguez Objío lo
destinaron otra vez al sur, donde acompañó al general Cabral en la fase
final de las operaciones y la ocupación de la ciudad de Santo Domingo.
418
PERSONAJES DOMINICANOS
Tanto en el ministerio del gobierno de Polanco como fungiendo de
consejero de Cabral, Rodríguez Objío fue quien tuvo la visión más clara
sobre la necesidad de que los patriotas se compactaran en una entidad
que se denominó Partido Nacional. Aunque Polanco, el más radical de
los jefes militares restauradores, aceptó la idea y en reiteradas ocasiones
se refirió a dicho partido, en realidad nunca llegó a existir, porque aún
faltaban condiciones. Hay que tomar en cuenta que la mayor parte de los
jefes militares restauradores carecían de toda noción de política moderna.
Aunque estos guerreros tenían que acatar las orientaciones del gobierno,
los intelectuales y políticos carecían de fuerza para someterlos a control.
PRECURSOR DEL RADICALISMO DEMOCRÁTICO
Cabral ocupó la presidencia de la República un mes después de que las
tropas españolas evacuaran Santo Domingo, a secuelas de un
pronunciamiento efectuado en la ciudad por varios generales del sur y
del este, quienes cuestionaban la preponderancia cibaeña representada
por el presidente Pimentel. También recibió el título de Protector, en
reconocimiento a su brillante jefatura militar. Se adujo poco después que
el inspirador intelectual de dicho movimiento fue Rodríguez Objío, cosa
que él mismo se encargó de desmentir.
Los meses de la primera presidencia de Cabral fueron una suerte de
interregno dorado, pese a la destrucción en que había quedado el país
tras la prolongada guerra. Los círculos de jóvenes instruidos estaban
confiados en que se abría un futuro promisorio. La expresión más
importante de esta ilusión fue la Asamblea Constituyente convocada
para promulgar una nueva ley fundamental del Estado que posibilitara
un orden democrático, sustituyendo la Constitución de 1854 que
legalizaba el despotismo.
Rodríguez Objío fue comisionado por Cabral para que organizara
el gobierno, y posteriormente fue designado ministro de Justicia,
Instrucción Pública y Relaciones Exteriores. La inclusión de Rodríguez
Objío ponía de relieve el origen restaurador de esta primera
administración de Cabral, pese al interés del mandatario por rodearse de
figuras conservadoras y obtener el apoyo del alto estamento comercial.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
419
Cabral depositó confianza en Juan Ramón Fiallo, quien imprimió una
orientación conservadora, y designó a Valverde y Lara en el Ministerio
de Guerra, lo que determinó la salida de Rodríguez Objío del gobierno.
Los viejos santanistas y baecistas, según consigna en Relaciones, se
disputaban la hegemonía en el gobierno, por lo que Rodríguez Objío y
otros restauradores perdieron influencia.
Probablemente a causa del avance de los conservadores en el gobierno,
solicitó al presidente que lo designara jefe de la región sur. Allí captó las
intrigas que iniciaban los partidarios de Buenaventura Báez e intentó
oponerse a ellas, aunque sin demasiada beligerancia, lo que denota la
precariedad en que se desenvolvían los restauradores en el poder y
la rapidez con que se recuperaba el prestigio de Báez, pese a haber
apoyado la anexión.
Como parte de esta situación, Rodríguez Objío aceptó ser electo
representante de Bánica a la Asamblea Constituyente, a instancias de
Carlos Báez, hermano de Buenaventura Báez, quien desplegaba una
campaña de promoción en Azua. Decepcionado por el prestigio
ascendente del inveterado anexionista, nuestro héroe decidió por primera
vez apartarse de la política y dedicarse al ejercicio de la abogacía, para lo
cual obtuvo nombramiento de defensor público. Captó que la mayoría
del pueblo no apoyaba la propuesta liberal. Aun así, al igual que
en ocasiones ulteriores, volvió sobre sus pasos y aceptó el reto del
patriotismo, ocupando de nuevo un ministerio en el gobierno a petición
del Presidente, quien le renovó su confianza.
En ese contexto sobrevino la rebelión a favor de Báez de varios
caudillos del este que habían dirigido la guerra de la Restauración en
la zona. Su cabecilla era Pedro Guillermo, quien terminó ocupando la
capital del país sin que Cabral lograra recabar fuerzas para oponerle
resistencia. El mismo presidente se vio forzado a viajar a Curazao para
pedirle a Báez que aceptara reemplazarlo en la presidencia de la República.
Gregorio Luperón y Benito Monción intentaron oponerse a la reinstalación
de Báez, pero no lograron muchas adhesiones, señal del estado de ánimo
que había en el país, las divisiones existentes en la cúspide de los
restauradores, y la ascendente popularidad que tenía Báez gracias a ser
reconocido por muchos como el único dotado con la capacidad para regir
la nación.
420
PERSONAJES DOMINICANOS
Dando muestras de su astucia proverbial, Báez designó un gabinete
compuesto por antiguos jefes de la Restauración, como el mismo Cabral,
ministro de Guerra, y Pimentel, ministro de Interior. Rodríguez Objío
decidió aceptar el encargo del presidente de ser su delegado en las
provincias del Cibao, con la misión de conjurar previsibles nuevos brotes
de oposición. Las razones por las cuales aceptó el nombramiento las
explicó tiempo después.
Mi misión al Cibao tenía por objeto especial combatir a mis verdaderos amigos y correligionarios, a los hombres del Partido Nacional.
Las instrucciones que se me transmitieron fueron explícitas, omnímodo el poder de que me hallé investido. Yo no creí deber usar
del arma que se ponía en mis manos para aniquilar a los míos.
[…] La fuerza pues del principio triunfó sobre el llamado Deber
Militar, que es a veces una tiranía contra la conciencia, irracional,
y por lo tanto injusta […].
Dispuso del poder suficiente para colocar a personas de su confianza
en las posiciones relevantes. Poco después el gobierno lo nombró
gobernador de Puerto Plata, responsabilidad de importancia porque en
esta ciudad se recaudaban cerca de las dos terceras partes de los impuestos
del país.
Al poco tiempo comenzó a cundir inquietud entre los prohombres
de la Restauración por cuanto advirtieron los propósitos despóticos del
nuevo mandatario, quien no coincidía con su orientación nacionalista y
liberal. Cabral fue el primero en romper con Báez y marchó a Curazao,
donde lanzó un manifiesto de agravios en abril de 1866. A continuación
se trasladó a Haití e incursionó por la frontera sur, obteniendo la adhesión
de algunos de los generales que lo habían secundado durante la pasada
guerra. Ante esta situación, Rodríguez Objío, que en Puerto Plata se
había rodeado de personas de su confianza, se declaró en rebelión contra el
mandatario e hizo traer a Luperón, quien estaba exilado en las Islas Turcas.
Para recibir a Luperón, el 28 de abril de 1866, pronunció un discurso que
se hizo célebre, en el cual exacerbaba su repudio hacia Báez:
Cuando por una desgracia inexplicable el partido nacional tuvo
que inclinarse bajo la manchada plata de los españolizados, yo
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
421
deploré en el fondo de mi alma aquel suceso: pero a la vez que el
corazón me impulsaba a rechazar noblemente el gobierno de un
traidor, la cabeza me ordenaba seguir una conducta distinta […].
Yo siempre había sido designado como enemigo del Mariscal Báez.
El ostracismo, la cárcel me amenazaban de cerca […].
Queriendo esquivar la persecución y ser útil a mis compañeros de
glorias y reveses, mentí fidelidad al nuevo amo: aquel hombre,
enemigo eterno de mi Patria y de mis amigos, tuvo la debilidad
de creerme, encomendándome una misión de importancia en el
Cibao, y más tarde el gobierno civil y el militar de esta Plaza que
debía ser el camino de vuestro triunfo […]. Los sucesos han
coronado mis deseos, pues al primer grito de los míos he estado en
aptitud de asegurarles este importante Distrito, y abriros las puertas
de la Patria. Mucho he sufrido moralmente, ciudadano General,
habiéndome visto condenado a hacer un nuevo sacrificio en
obsequio del gran partido nacional: el de mi conciencia torturada.
En lo futuro, ciudadano General, estoy dispuesto a renovar el
sacrificio de mi sangre como soldado.
El 25 de este mes pude arrojar definitivamente el disfraz,
encabezando el pronunciamiento de esta Plaza: en tal hecho el
espíritu nacional me ha guiado. A LOS TRAIDORES ES PRECISO
HERIRLOS A TRAICION.
En su momento, parece que el autor consideró ese discurso una
pieza lograda, pero en Relaciones expone juicios autocríticos,
reconociendo que, al haberse dejado llevar por la exaltación, incurrió en
exageraciones: en realidad, reflexiona, no había en ningún momento
“mentido fidelidad” a Báez, por lo que debió haberse limitado a decir
que fingió acatamiento. También consideró absurdo haberse proclamado
traidor, ya que sólo se traiciona si se combaten los principios o la patria.
Esta alocución, de todas maneras, retrata la emotividad característica de
su persona que lo llevaba a cometer actos improvisados de los cuales se
arrepentía posteriormente.
Rodríguez Objío acompañó a Luperón en la batida contra la
resistencia de los caudillos partidarios de Báez en las comarcas cibaeñas.
Durante la campaña se hizo evidente que la mayor parte de los jefes de
la Restauración se habían adherido a la figura del depuesto mandatario.
Rememorando este giro, y en alusión a los generales Benito Monción y
422
PERSONAJES DOMINICANOS
Juan de Jesús Salcedo, hizo galas de su capacidad de análisis al cuestionar
la explicación que dieron algunos de los intelectuales liberales de que
los rebeldes obedecían a su falta de convicciones y a su carácter levantisco;
sin negar que adoleciesen de esas fallas, también se preguntó hasta qué
punto la orientación conservadora de una parte de la cúspide
gubernamental, personificada en Cabral, no contribuía a la pérdida de
influencia popular de los liberales y a la consiguiente defección de
caudillos hacia el bando conservador.
En ese período debió fraguarse la amistad estrecha entre Rodríguez
Objío y Gregorio Luperón. La mística nacionalista del poeta, que había
exaltado el heroísmo de Sánchez, se proyectaba bajo las nuevas
circunstancias en Luperón. Todavía en el discurso de Puerto Plata el líder
tomado como referencia era Cabral, pero poco después se enturbiaron las
relaciones entre el poeta y el guerrero de Santomé y La Canela.
Al triunfar la rebelión de los liberales contra Báez, tras un gobierno
interino de un triunvirato compuesto por Gregorio Luperón, Pedro A.
Pimentel y Federico de Jesús García, Cabral fue reinstalado en la presidencia
de la República por ser el principal cabecilla de los liberales, que ya se
conocían como “los azules”. Rodríguez Objío entendió que no tenía sentido
ocupar posiciones en la segunda administración de Cabral, cuando se
ratificó la influencia de Fiallo, “el favorito” como se le llamaba, quien se
proponía anular la incidencia de los hombres de la Restauración y favorecer
a los antiguos santanistas. De ahí que, con más claridad que en el primer
gobierno de Cabral, en el segundo, entre 1866-1867, la mayoría de los
ministros fueran antiguos funcionarios de Santana.
En razón de esta orientación gubernamental, Rodríguez Objío se
estableció en La Vega junto a su familia y se desentendió de los asuntos
políticos. Seguía los pasos de Luperón, “cuyos principios se armonizaron
altamente con los míos”, quien se había dedicado a actividades comerciales
en Puerto Plata. Previamente, de acuerdo con muchos jóvenes y algunas
personas prominentes del Cibao, Rodríguez Objío intentó convencer a
Luperón de que aceptara la presidencia, a lo que este se negó de plano.
La intransigencia de Rodríguez Objío llevó al presidente Cabral a
retirarle la confianza, por lo que se congratuló de que se estableciera en
La Vega “entre los suyos”, expresión que puso en claro que no deseaba
su participación en los asuntos públicos. Con todo, obedeciendo al sentido
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
423
del deber, Rodríguez Objío se vio forzado a participar en la represión
del alzamiento de Benito Monción y Juan de Jesús Salcedo, lo que no
fue óbice para que Pablo Pujol, uno de los principales partidarios de
Cabral en Santiago, lo acusase de mal comportamiento e intentase
someterlo ante un consejo de guerra. Las intrigas en el seno de los
restauradores empezaban a hacer mella en el ánimo de Rodríguez Objío,
quien resultaba ser uno de los más combatidos a causa de su postura
radical. Él mismo caracterizó poco después esta situación:
Los hombres del 16 de Agosto, sin apoyo en ningún lado, sin
fuerza de ninguna especie, acabaron por dividirse entre sí,
agregándose cada cual al partido que mayores garantías pudiera
ofrecerle. Aquellos de entre estos que no podían intentar una
transacción con Báez quedaron aislados soportando, como el árbol
del desierto, el impulso de todos los vientos. Los traidores,
anexionistas y los partidarios de Báez se disputaron la arena política.
Estos debían triunfar tarde o temprano, puesto que aquellos
trabajaban en su favor.
Aunque apartado de funciones de gobierno, Rodríguez Objío
renovó su compromiso patriótico a través del periodismo doctrinario.
Procedió a fundar La Voz del Cibao, que concibió como la última
trinchera del radicalismo democrático. El tono crítico de ese periódico
exacerbó las malquerencias en su contra de funcionarios del gobierno,
pese a que en sus páginas colaboraron figuras como José Gabriel García
y Gregorio Luperón. Comenzó a dar forma a tópicos que caracterizaron
su ideario democrático: la intransigencia en la defensa de la soberanía
nacional, la búsqueda de un ordenamiento democrático donde
imperara la legalidad, la reivindicación de los intereses de los pobres y
proletarios, la lucha por la igualdad social y jurídica, la erradicación
de la discriminación racial y las desigualdades por motivos étnicos o
raciales.
En cierto momento Rodríguez Objío se trasladó a Santo Domingo,
donde fue electo diputado por La Vega, posición que se negó a ocupar
por divergencias con el gobierno. Aun así, con motivo del apresamiento
de Pedro Guillermo, tras una intentona insurreccional, Cabral le solicitó
a Rodríguez Objío que presidiera el consejo militar que lo juzgaría,
424
PERSONAJES DOMINICANOS
alegando que nadie se sentía con la valentía para asumir tal
responsabilidad. Rodríguez Objío accedió al ruego del Presidente y se
trasladó a El Seibo, donde dictó la sentencia de muerte del caudillo
baecista, considerado comúnmente un bandolero. De inmediato los
baecistas exilados calificaron a Rodríguez Objío como asesino. Tal
animadversión se agudizó con motivo de la última ofensiva de los caudillos
cibaeños contra Cabral, iniciada en Monte Cristi en octubre de 1867.
Uno de ellos, Jove Barriento, fue capturado y ejecutado por el caudillo
liberal Subí, hecho que se le imputó sin razón a Rodríguez Objío, quien
llegó al lugar cuando ya se había producido el fusilamiento.
Las relaciones de Rodríguez Objío con el gobierno de Cabral se
tornaron más tensas cuando se vio obligado a permanecer en Santo
Domingo, a medida que avanzaban los baecistas al final de 1867.
Entonces, con el fin de sobrevivir a toda costa, Cabral envió a Pablo
Pujol en misión a Washington, con la propuesta de arrendar la península
de Samaná a Estados Unidos a cambio de dinero y armamentos. En
sesiones “tumultuosas”, varios diputados elevaron sus protestas, entre
los cuales se encontraron Rodríguez Objío y Juan Bautista Zafra.
EXILIADO EN HAITÍ
La caída de Cabral era inevitable, pues la gran mayoría de los caudillos,
los personajes de influencia en sus respectivas comunidades, propugnaban
el retorno de Báez. El anuncio de las negociaciones sobre Samaná terminó
de sumir en la ruina moral al gobierno, lo que fue aprovechado por los
partidarios de Báez para, hipócritamente, acusarlo de antinacional. Al
enterarse de los manejos con Samaná, Luperón rompió con Cabral y se
marchó a Islas Turcas. Concluyendo enero de 1868, los azules capitularon
en Santo Domingo y sus jefes abandonaron el país. En una de sus últimas
anotaciones antes de tomar el camino del destierro junto a las figuras del
régimen caído, ya la ciudad sitiada, Rodríguez Objío reflexionó sobre
las causas del fracaso. Advirtió que los españolizados del Cibao terminaron
cohesionados alrededor de Báez. En segundo lugar, consideró que Cabral
se había aislado por rodearse de un anillo de personas de confianza muy
reducido.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
425
Los azules expulsos celebraron una conferencia en el venezolano islote
Guiaiguaza, frente a Puerto Cabello, donde pasaban una cuarentena,
pues antes de salir de República Dominicana se había desatado una
epidemia de cólera. En esas conversaciones se pusieron de manifiesto las
aspiraciones al mando de los jefes militares azules Cabral, Luperón y
Pimentel, cada uno de los cuales tenía una cohorte de partidarios. Algunos
conservadores que los acompañaban también se disputaban la hegemonía,
señalándose particularmente a los antiguos santanistas Tomás Bobadilla
y Manuel Valverde. La relación de estos conservadores con los liberales
se debía a que, por viejas rencillas, no aceptaban la preponderancia de
Báez. Pero Rodríguez Objío, en sus escritos, fue enfático al negar que
ellos perteneciesen al Partido Nacional, aunque lo situaba como un
proyecto que no cuajaba a causa de las rivalidades de los dirigentes.
Una parte considerable de los expulsos se radicaron en Haití,
aprovechando que todavía el presidente Sylvain Salnave no había
concertado una alianza sólida con Báez, recién llegado al poder.
Rodríguez Objío pasó a residir en Cabo Haitiano, donde obtuvo la
protección de las autoridades locales. Su situación personal era en extremo
difícil y vivía literalmente en la miseria, a pesar de que incursionó en
actividades comerciales.
Las divergencias entre los azules lo tocaron, y encontró antagonistas
que llegaban a acusarlo de traición. Pujol insinuó que había tratado de
que Salnave capturase a Cabral en Jacmel, antes de que se internara en
territorio dominicano para iniciar la guerra de guerrillas contra Báez.
Por lo que se infiere de sus notas, llegó incluso a dudar de algunas
actitudes de Luperón, que interpretaba fruto de su aspiración por la
jefatura suprema. Estaba penetrado de amargura a causa de la decepción,
puesto que no lograba comprender la malevolencia de muchos de sus
compañeros. Esta situación lo llevó a abjurar de la política, y en varias
cartas pidió que, en caso de volver a incursionar en ella, se le abominara.
Se mantuvo confinado en la vida privada durante dos años, mientras
Cabral y otros generales libraban una prolongada guerra contra Báez
en el suroeste. De todas maneras, colaboró de manera ocasional con
Pimentel, quien hacía esfuerzos por consolidar una base de operaciones
en la proximidad de la frontera del norte, e intentó armonizar las
relaciones entre Pimentel y Luperón.
426
PERSONAJES DOMINICANOS
Por razones personales, Rodríguez Objío llegó a visitar Las Matas
de Farfán, en poder de los azules, donde encontró a su hermano Mariano
(conocido como el guerrero). Se negó en esa ocasión y en otras a aceptar
la invitación de integrarse a la guerrilla patriótica. Acaso obedeció
a una de las máximas de su cuño: “Es preferible no obrar, a obrar a
medias”.
No obstante su estado de ánimo, desde cierto momento se dedicó
con ahínco a la elaboración histórica. Se propuso ordenar las Relaciones
que había iniciado muchos años antes, confeccionando nuevos relatos y
afinando su concepción sobre la historia dominicana. Aunque el libro
no traspasó el nivel de notas, no siempre integradas, de recuerdos
personales y narración política, también introdujo una reflexión
sistemática que no tenía precedentes en el país. En tal sentido, él inauguró
la consideración liberal de la historia nacional, cuyo fin pragmático era la
independencia y la felicidad del pueblo.
A su juicio, esos principios seguían representados por Luperón,
por lo que en 1870 le comunicó su intención de escribir su biografía,
centrada en la guerra de la Restauración en la medida en que la
visualizaba como el acontecimiento que terminó de fraguar la nación
dominicana. Luperón le proporcionó los documentos que guardaba,
con lo que pudo escribir su largo libro en dos tomos Gregorio Luperón
e historia de la Restauración.
Aunque en este texto se limita a una crónica política, también
significó una labor pionera en el país, pues gracias a la inclusión de
documentos y por plasmar su conocimiento vívido del tema, por
primera vez se articuló un recuento de lo acontecido en la guerra. Solo
José Gabriel García en aquellos días comenzaba a tener una
preocupación similar. Mas no se trataba de una narración lacónica,
puesto que continuamente aparecía el poeta, que lograba una obra de
arte exaltando al héroe y los sacrificios del pueblo. Como lo expuso en
carta a Luperón del 20 de abril de 1870, lo que se proponía era rescatar
el pasado desconocido del pueblo dominicano: “Carece nuestro pueblo
de historia, y su renombre se hunde día tras día en las tinieblas
profundas del olvido o del misterio; la América misma le conoce más
por sus desastres que por sus glorias; y sin embargo éstas son
incomparables”.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
427
EL MARTIRIO
A pesar de estar lacerado por el desengaño y apartado de la actividad
política, en febrero de 1871 Rodríguez Objío respondió al requerimiento
de Luperón de que lo acompañara en una expedición hacia la Línea Noroeste
con el fin de adelantarse al plan de anexión del país a Estados Unidos. En
noviembre de 1869 se había firmado un protocolo para tal fin, y pocos
meses después se celebró un referéndum bajo severas condiciones de
represión, por lo que la casi totalidad de los votantes favorecieron la anexión.
Los liberales columbraban un peligro inmenso para la nación, lo que
estimuló el auge de las guerrillas en el sur. Pero, a pesar de la conciencia
del peligro, los jefes azules no lograban ponerse de acuerdo.
Como no había forma de concertar un acuerdo operativo con
Cabral, Luperón decidió abrir un frente en la porción occidental del
Cibao, con el fin de llegar a los alrededores de Santiago, donde vivían
muchos de sus partidarios. Para emprender su expedición, Luperón
obtuvo apoyo del general Nord Alexis, jefe de la región del Cabo y
futuro presidente. A diferencia de lo que hacía Cabral en el sur, quien
aplicaba una táctica guerrillera, Luperón se proponía derrocar al
gobierno en un plazo corto como único medio para impedir la anexión
a Estados Unidos. Algunos generales baecistas ya comenzaban a sentir
descontento con su caudillo supremo, y es posible que sostuvieran
negociaciones secretas con enviados de Luperón. Por lo menos, el general
José Hungría, antiguo ministro de Guerra, había roto con Báez y le
había asegurado a Luperón que podría contar con unos 10 generales de
la zona. El hecho es que los expedicionarios estaban confiados de que
obtendrían el respaldo de algunos jerarcas rojos de la Línea Noroeste tan
pronto pisaran territorio dominicano. La expedición fue concebida como
la chispa necesaria para generar un movimiento irresistible que llevara a
la caída del gobierno.
Acompañado de 45 seguidores, entre los cuales se encontraban los
generales Segundo Imbert, Severo Gómez y Rodríguez Objío, Luperón
cruzó la frontera cerca de Dajabón en marzo de 1871. Los primeros días
los expedicionarios lograron avanzar, aplastando la oposición que les
presentaban las tropas locales, pero ninguno de los jefes gubernamentales
viró las armas, lo que los condenaba al fracaso.
428
PERSONAJES DOMINICANOS
En El Pino, próximo a Sabaneta, los expedicionarios fueron rodeados
por una tropa de 1,000 hombres, comandada por el jefe de la común,
general Juan Gómez, quien había recibido refuerzos del jefe de la Línea,
general Federico de Jesús García. Después de una pelea encarnizada de
más de siete horas, el empuje de Luperón cedió y empezó a experimentar
numerosas bajas, como la del general Severo Gómez, segundo al mando.
Cuando ordenó la retirada, era tarde para el grupo en que se encontraba
Rodríguez Objío, quien fue capturado el 17 de marzo, después de
intentar mantenerse oculto en el paraje La Peñita.
Llevado ante la presencia del general Juan Gómez, este decidió no
fusilar al poeta y trató de protegerlo. Al parecer Gómez concibió permitir
que Rodríguez Objío escapara, pero sin demasiada convicción por el
sentido del deber militar. Lo puso en manos del general Federico de
Jesús García, quien también evadió asumir la responsabilidad de llevar
a cabo el fusilamiento, pese a que debía hacerlo en virtud del decreto del
18 de junio de 1868, que estipulaba la pena de muerte para quienes
fueran capturados en estado de rebelión. García y Gómez condujeron al
prisionero a Santiago para entregarlo al delegado gubernamental, Manuel
Altagracia Cáceres. Ante el clamor que se levantó en Santiago a favor de
la vida de Rodríguez Objío, Cáceres decidió cancelar el fusilamiento y
lo remitió al gobierno.
En Santo Domingo, Rodríguez Objío fue sometido a juicio; era
previsible que se le aplicaría la pena de muerte. Se hizo evidente que la
camarilla del presidente albergaba una violenta animadversión contra el
patriota, a quien achacaban la responsabilidad por los fusilamientos de
Pedro Guillermo y Jove Barriento. Todas las instancias gubernamentales,
obedeciendo al dictado de Báez, ratificaron la condena a la pena capital.
Al igual que en Santiago, se levantó una demanda entre variados
sectores de la ciudad, como corporaciones, logias masónicas, damas y
extranjeros residentes. Durante días el presidente y sus ministros se negaron a recibir a las personas que pedían clemencia. El argumento de
Báez era que el prisionero era un asesino malhechor. Se vio obligado a
escuchar la petición de un grupo de damas. Una de ellas, cubana, cayó
de rodillas ante el mandatario, quien la hizo levantar queriendo ser galante. Empero, no pudo evitar caer en la vulgaridad al expresarle: “Señora,
Ud. que es tan hermosa, si lo perdono, irá a la frontera a poner su
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
429
belleza de blanco de los tiros de los cacoses?”. El Presidente se refería a la
denominación que daban sus partidarios a los azules, con el fin de sindicarlos como delincuentes y agentes de Haití.
En los días que pasó en prisión, Rodríguez Objío dejó algunos
escritos. Sin fundamento, algunos escritores le han achacado haberse
arrepentido de sus acciones. En realidad, en “Mis últimas voluntades”,
texto fechado en Guayubín el 19 de marzo de 1871, ratifica sus
concepciones, aunque califica de error su disposición a luchar por ellas,
pues el pueblo no las compartía.
Ahora debo decir algo en descargo de mis errores. Ellos han tenido
por origen la persuasión en que he vivido siempre de que era
posible la existencia autonómica de la República Dominicana; de
que la ignorancia, mala fe o falsas apreciaciones de los gobiernos
que en ella se han sucedido desde el año 44 han sido los únicos
obstáculos que se han opuesto a la justificación de mi creencia,
razón porque he combatido algunos de ellos, acaso con demasiado
calor o acrimonia. Sin embargo, me hallaba en el ostracismo,
resignado a acatar todo hecho, en vista de que la mayoría de mis
compatriotas son de opinión contraria a la mía, cuando se me
anunció y se me persuadió por diferentes conductos y medios que
esa misma opinión del país había radicalmente cambiado, y que
llamaba a los expulsos en vía de paz y de fraternización. Bajo el
influjo de esta persuasión incalculada en mi espíritu no supe
conservar la indiferencia que me había impuesto por sistema: fui
débil ante el impulso siempre ciego del entusiasmo y he caído en
el último error de mi vida.
A semejanza de Sánchez, fusilado casi 10 años antes, recomendó que
sus hijos fueran alejados de la “especulación intelectual” y que se les diera
una educación práctica, lo que equivalía a apartarlos de la política para
hacerlos más felices. Ese desencanto no le impidió mantener la firmeza de
carácter para afrontar su destino. Los últimos días de su vida los pasó en
perfecto estado de tranquilidad. El 18 de abril, señalado para el fusilamiento,
fue despertado muy temprano y conducido por un pequeño piquete hasta
un costado del cementerio, a la vista de la Puerta del Conde, en el actual
ángulo suroccidental del Parque Independencia. Cayó como el valiente
que era, sin dar muestras de debilidad. Cual marinero cantando bajo la
430
PERSONAJES DOMINICANOS
tormenta, como se calificó a sí mismo, venía de concluir un poema contra
el tirano y afrontaba sereno el fatal naufragio.
BIBLIOGRAFÍA
Lugo Lovatón Ramón. Manuel Rodríguez Objío. (Poeta-restauradorhistoriador-mártir). Ciudad Trujillo, 1951.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano (18211930). 2da. ed. Santo Domingo, 1997.
Pérez, José Joaquín. “Manuel R. Objío. Brisas del Ozama.
Consideraciones y apuntes biográficos”, El Nacional, 10 de abril14 de agosto de 1875.
Rodríguez Demorizi, Emilio (ed.). Actos y doctrina del gobierno de la
Restauración. Santo Domingo, 1963.
Rodríguez Objío, Manuel. Relaciones. Ciudad Trujillo, 1951.
Rodríguez Objío, Manuel. Gregorio Luperón e historia de la
Restauración. 2 vols. Santiago, 1939.
Rodríguez Objío, Manuel. Poesías. Santo Domingo, 1888.
PEDRO ALEJANDRINO PINA
EL PATRIOTA INCANSABLE
EL PATRIOTA INCANSABLE
A lo largo del siglo XIX hubo tres grandes procesos en la lucha por la
independencia nacional de los dominicanos: la creación del Estado
dominicano de 1844 y las guerras con Haití, la Guerra de la Restauración
en 1863 contra España y la lucha contra la anexión a Estados Unidos
desde 1869. No fueron pocos los personajes que participaron en dos de
estas gestas, pero solo uno descuella por haber tomado parte en las tres:
Pedro Alejandrino Pina. Este inusual protagonismo provino de que se
inició en la lucha patriótica desde muy joven, en la sociedad secreta
fundada por Juan Pablo Duarte, al grado de ser reconocido como el
“Benjamín de los trinitarios”. Como rasgo relevante de su personalidad,
Pedro Alejandrino Pina se compenetró con la causa nacional y dio
muestras de una excepcional voluntad de lucha, por lo que le corresponde
el calificativo de patriota incansable.
Pina no fue solo un hombre de acción. Se nutrió de las enseñanzas
de Juan Pablo Duarte, padre de la patria, como uno de sus discípulos
más apreciados, y logró una comprensión profunda de los contenidos de
la causa nacional. Fue un pensador, aunque solo en algún momento
excepcional tuviera el respiro para sistematizar sus reflexiones. Destacan
entre ellas sus elucubraciones sobre cómo adaptar los preceptos de la
democracia a las condiciones del país.
ENTORNO FAMILIAR
Pedro Alejandrino Pina nació en Santo Domingo el 20 de noviembre
de 1820, un año antes de que se produjese la declaración de independencia dirigida por José Núñez de Cáceres, por lo que su juventud
transcurrió durante la ocupación haitiana, iniciada en febrero de 1822.
Como fue común, sus padres, ubicados en una incipiente clase media
urbana, decidieron no abandonar el país, conocedores de los sinsabores
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PERSONAJES DOMINICANOS
que experimentaban quienes lo habían hecho en las oleadas emigratorias.
Su padre, Juan Pina, era un pequeño comerciante, un pulpero, que
tenía su negocio en las inmediaciones de la Puerta del Conde, en aquella
época zona bastante marginal dentro de la ciudad amurallada. La prole
de Juan Pina, en dos matrimonios, fue numerosa y algunos de los
hermanos del héroe fueron personas que descollaron. Fue el caso de
Calixto María Pina, quien tomó la carrera sacerdotal y llegó a gobernador
provisional de la Arquidiócesis.
Dentro de la familia Pina bullía el ideal nacional y el rechazo al
dominio haitiano. Juan Pina fue uno de los firmantes del Manifiesto del
16 de Enero de 1844, que convocaba a la separación de Haití. Y fue en
la morada de la familia Pina donde Concepción Bona elaboró la primera
bandera dominicana en enero de 1844, para lo cual contó con la ayuda
de María Jesús Pina, hermana del trinitario.
En ese ambiente, Pina abrigó desde niño la oposición al dominio
haitiano, en que es posible que mezclase el motivo étnico con la
conciencia nacional. Ese sentimiento de rechazo se evidenció cuando
propició un enfrentamiento contra los condiscípulos haitianos, lo que le
valió ser sancionado y se saldó en un rencor insalvable entre ambos
grupos. El ambiente familiar explica que Pina se hiciese un patriota
precoz, con conceptos definidos desde la temprana juventud. Era señalado
como uno de los discípulos más apegados a Duarte en el círculo de
estudios de filosofía. Su ingreso al núcleo de jóvenes intelectuales que
anidaban el ideal nacional fue producto de un desarrollo cultural
excepcional para la época. Se distinguió en la escuela por su alto
rendimiento y obtuvo durante años consecutivos la medalla al mérito
que se concedía al mejor alumno del plantel. Su formación se perfeccionó
por las lecciones particulares que recibió de Auguste Brouat, un haitiano
culto residente en Santo Domingo, quien desarrolló una beneficiosa
acción educativa.
En esos mismos años, Pina decidió incorporarse al estado sacerdotal,
un destino que resultaba usual por las circunstancias tan difíciles en que
se desenvolvía el país. Como no existía un seminario, recibió formación
del sacerdote peruano Gaspar Hernández, quien en aquellos años animaba
un círculo de estudiosos de la filosofía, entre cuyos integrantes se hallaban
varios de los jóvenes que emprenderían poco después las acciones
PEDRO ALEJANDRINO PINA
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conspirativas contra la opresión extranjera. Gaspar Hernández tenía una
postura conservadora y predicaba el retorno a la soberanía española. Pero,
en su mayoría, los discípulos no parecen haber quedado influidos por tal
posición, tal vez porque recibieron el contrapeso de las posturas de Duarte
a favor de un Estado independiente. José Gabriel García, quien conoció a
Pina, resalta, en la biografía que le consagró, “el carácter impetuoso que
entonces le distinguía, y las ideas revolucionarias que desde la mañana de
su vida bullían en su imaginación ardiente, presto le divorciaron de la
Iglesia”. Agrega García que la renuncia al sacerdocio lo llevó a realizar
estudios de derecho, los cuales también se hacían de manera personal, con
un abogado ya establecido. También reseña la resolución de contraer
matrimonio con Micaela Rosón en 1840, cuando contaba con 20 años.
EL BENJAMÍN
Cuando Duarte consideró que su prédica había prendido entre sus jóvenes
amigos y columbraba el desgaste del régimen haitiano, decidió fundar
la sociedad secreta La Trinitaria, el 16 de julio de 1838. Sobre este
acontecimiento se han ofrecido versiones no concordantes, pero se pueden
dar por sentados algunos hechos. Ese día varios conspiradores suscribieron
un juramento para ser fieles a la causa independentista y a la jefatura de
su caudillo, Juan Pablo Duarte. Todos eran jóvenes de los sectores
urbanos medios y superiores, posición que ponía a su alcance el acceso a
las doctrinas liberales que justificaban la causa nacional.
Dentro de ese conglomerado Pina fue el más joven, con dieciocho
años. Y lejos de ser un impedimento para tomar parte protagónica en
los acontecimientos, la juventud operó como un acicate para la acción.
El historiador García, bien enterado de los detalles de los hechos de
aquellos días, relata por ejemplo que el reclutamiento de Francisco del
Rosario Sánchez a La Trinitaria fue producto de las gestiones de Pina.
Tal disposición se puso de relieve con motivo del inicio de los procesos
que condujeron a la proclamación de la independencia nacional. A raíz
de la caída del dictador haitiano Jean Pierre Boyer, se produjo una
sublevación en la ciudad de Santo Domingo el 24 de marzo de 1843.
Los seguidores de Duarte se congregaron ese día en la plazoleta de la
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PERSONAJES DOMINICANOS
iglesia del Carmen, enfrente de donde casi cinco años antes habían fundado
La Trinitaria. Desde ahí emprendieron una marcha hacia la sede de la
gobernación, en demanda de la deposición del titular, Alexis Carrié. Se les
unieron los liberales haitianos residentes en la ciudad de Santo Domingo,
dirigidos por Alcius Ponthieux, quienes al parecer tenían vínculos con el
sector opositor liberal haitiano originado en la ciudad de Les Cayes. Los
“reformistas”, tanto dominicanos como haitianos, perseguían la designación
como gobernador del comandante Etienne Desgrottes, del sector liberal,
a fin de que se extendiera el proceso de la Reforma.
La protesta fue atacada por las tropas gubernamentales con saldo de
varios muertos. Los manifestantes debieron abandonar la ciudad en
dirección a San Cristóbal, donde prepararon una ofensiva que obligó a
abdicar al gobernador Carrié. Se instaló un comité provisional compuesto
de tres dominicanos y dos haitianos. Uno de sus integrantes fue Pina
quien, con 22 años, saltaba al centro de la vida política. Pero lo más
interesante fue que se hizo el principal tribuno del sector dominicano y
adquirió fama por su elocuencia oratoria. Junto al joven trinitario
formaban parte de la Junta Popular, electa por una Asamblea Popular el
30 de marzo, su líder y amigo Juan Pablo Duarte, y otro trinitario,
Manuel Jiménes, quien también tendría importantes actuaciones en los
meses y años ulteriores.
Desde el principio de las sesiones de la Junta Popular, en la cual
Pina fungía como secretario y Ponthieux de presidente, se planteó el
estatuto nacional de los dominicanos. Esto provocó el enfrentamiento
entre los liberales dominicanos y los haitianos. Gracias a sus dotes
oratorias, Pina llevó la voz cantante en las sesiones del organismo, en
defensa de los derechos nacionales de los dominicanos. Dirigió sus
argumentos contra los de Jean Baptiste Morin, el otro haitiano que
pertenecía al organismo. Después de uno de los intercambios de
divergencias, Auguste Brouat sacó la conclusión de que todo estaba
perdido para Haití, pues la ruptura de los dominicanos era un hecho.
Los trinitarios, en control de la Junta Popular, propiciaron la
emisión de un documento que enunciaba reivindicaciones nacionales
tendentes a la autonomía del conglomerado dominicano y al respeto
de sus usos culturales. Ante esas señales, el presidente haitiano Charles
Hérard, quien había dirigido el movimiento de La Reforma, decidió
PEDRO ALEJANDRINO PINA
437
sofocar la disidencia de los “muchachos españoles”. Entró a territorio
dominicano por la parte norte, procediendo a arrestar a todos los
sospechosos de abrigar propósitos independentistas. Los trinitarios
intentaron oponer resistencia a la entrada de Hérard a Santo Domingo,
mas, el 11 de julio de 1843, en la víspera de su llegada, no tuvieron
más remedio que ocultarse. Pina fue uno de los más perseguidos pero,
a diferencia de la mayoría, logró burlar la búsqueda de los soldados
haitianos. Sin embargo, tuvo que abandonar el país, en unión de Duarte
y otro de los trinitarios, Juan Isidro Pérez, por estimar que resultaba
inviable mantenerse por más tiempo ocultos.
La estadía de Duarte, Pina y Pérez en el exterior durante más de seis
meses, consolidó un entrañable sentido de hermandad entre los tres. Ya
Duarte y su hermana Rosa habían apadrinado a la segunda hija de Pina,
Amelia. Tres meses después de su salida del país le nació a Pina su tercer
hijo y primer varón, a quien hizo poner el nombre de Juan Pablo.
En septiembre de 1843, a menos de tres semanas de llegar a Venezuela
y en espera del inicio de los acontecimientos, Duarte decidió enviar a
Pina y a Pérez hacia Curazao, desde donde esperaba que pudiesen
mantener comunicaciones fluidas con Santo Domingo, por ser esa
pequeña isla uno de los dos eslabones del comercio exterior del país.
Fueron acompañados de Prudencio Diez, tío de Duarte, y José Patín,
otro dominicano residente en la patria de Bolívar. Pina y Pérez no
pudieron hacer nada, ya que Duarte no logró el apoyo del presidente
venezolano, y meses después se les unió en Curazao.
EN EL OJO DEL TORBELLINO
Duarte y sus dos camaradas, acompañados de otros contados
dominicanos, planearon ingresar en secreto al país por Guayacanes para
iniciar la insurrección, como se pone de relieve en una carta que les
enviaron Francisco del Rosario Sánchez y Vicente Celestino Duarte.
Esos planes no pudieron concretarse, de forma que Sánchez decidió seguir
otro rumbo para derrocar al régimen haitiano: estableció un acuerdo
con un sector conservador encabezado por Tomás Bobadilla. El 27 de
febrero de 1844 se proclamó la fundación de la República Dominicana
438
PERSONAJES DOMINICANOS
y se instaló un Junta Central Gubernativa, cuya presidencia se delegó a
las pocas horas en Bobadilla.
Al inicio no estaba planteada ninguna controversia entre duartistas
y conservadores, aunque tenían criterios fuertemente divergentes acerca
de los componentes del Estado que se iba a fundar. Una de las primeras
medidas adoptadas por la Junta Central Gubernativa fue comisionar a
Juan Nepomuceno Ravelo para que saliera a buscar a Duarte y sus
compañeros a Curazao, en la goleta Leonora. Cuando arribó al puerto,
el 15 de marzo, Duarte fue aclamado como el Padre de la Patria
por el arzobispo Tomás de Portes e Infante. Sin embargo, las divergencias
no tardaron en salir a flote tras su llegada, pues Duarte mostró hostilidad
hacia cualquier mediatización de la independencia, como estaba
contemplado en las negociaciones secretas que habían sostenido
conservadores dominicanos con el cónsul general de Francia, Levasseur,
mientras participaban como diputados en la Asamblea Constituyente de
1843. Duarte encabezó un proceso de cuestionamiento a los planes de los
conservadores, para lo cual contó con el apoyo de la mayor parte de
sus viejos amigos de La Trinitaria.
El 22 de marzo, una semana después de su retorno, Pina fue destinado
a servir como ayudante del general Pedro Santana, estacionado en Baní
como comandante del Frente Expedicionario del Sur tras la batalla del
19 de marzo en Azua. Permaneció más tiempo al lado de Santana que
Duarte y, a diferencia de este, no parece que tuviera divergencias con su
superior. Más bien, Santana apreció las dotes militares del comandante
Pina y pasó a considerarlo imprescindible en la campaña.
A finales de mayo Pina retornó con su batallón a Santo Domingo,
donde tomó parte en la protesta encabezada por Duarte, tendente a
impedir la cesión de la península de Samaná a Francia, de acuerdo con
lo estipulado previamente en el Plan Levasseur. El Cónsul francés en la
ciudad, quien interponía su influencia a favor de los conservadores,
identificó a Pina como uno de los más hostiles al plan antinacional. El 9
de julio de 1844, Duarte propició la deposición de los conservadores de
la Junta Central Gubernativa, por considerar que la libertad corría
peligro. Pina y Juan Isidro Pérez fueron integrados a la nueva junta
presidida por Francisco del Rosario Sánchez, en sustitución de los
conservadores expulsados.
PEDRO ALEJANDRINO PINA
439
Cuando Santana, uno de los más conspicuos conservadores, estuvo
seguro de que no había en lo inmediato riesgo militar proveniente de
los haitianos, decidió marchar sobre Santo Domingo y deponer la Junta
Central Gubernativa. El jefe militar de la ciudad, Joaquín Puello, quien
un mes antes había dirigido el derrocamiento de Bobadilla y sus amigos
conservadores, optó por la rendición, por temor a las consecuencias de la
guerra civil. En razón de tal desenlace, la proclamación de Duarte
a la presidencia, que se producía en esos días en Santiago y Puerto
Plata, no tuvo mayor efecto en la ciudad capital. Los trinitarios quedaron
vencidos y la Junta Gubernativa reorganizada a mediados de julio,
presidida por Santana, decidió deportar de por vida a Duarte y a quienes
lo habían apoyado, bajo el cargo de traición a la patria.
Pina, Sánchez y Pérez fueron apresados poco después de que la tropa
del sur entrara a la ciudad. Santana tuvo el gesto de ofrecerle a Pina un
trato particular, tal vez por cálculo o por el eventual aprecio que le pudo
haber tomado mientras estuvieron juntos en Baní. A través de un
emisario le hizo llegar a la cárcel la propuesta de que desaprobara
la proclamación que había hecho Mella para que Duarte ocupara la
presidencia de la República, a cambio de su excarcelación. En una edición
del periódico El Teléfono, fechada el 27 de febrero de 1891, se recogió
una versión de lo que Pina le respondió: “Dígale Ud. al General Santana
que prefiero no sólo el destierro, sino la muerte misma, antes que negar
al hombre que reconozco como caudillo de la Separación”.
Pina fue expatriado junto a Sánchez, en dirección a Inglaterra. La
nave naufragó frente a las costas de Irlanda. Desde ahí se dirigió de
inmediato a Venezuela, donde transcurrió su segundo exilio, esta vez
hasta 1848. En la ciudad de Coro, donde estableció su residencia, ejerció
el magisterio e incursionó en actividades mercantiles.
Cuando el presidente Manuel Jiménes, que sucedió a Santana, dictó
una ley de amnistía el 26 de septiembre de 1848, Pina tomó el camino
del retorno al otro día de recibir la noticia, señal de que mantenía vivo el
espíritu de lucha. Llegado al país, Jiménes, su viejo compañero de la
Junta Popular de 1843, le concedió el grado de coronel, con asiento en
la Secretaría de Guerra y Marina.
Caído Jiménes por efecto del complot urdido por los partidarios de
Santana tras derrotar el intento de invasión del presidente haitiano
Soulouque, Pina decidió abandonar el país por suponer que la vieja
440
PERSONAJES DOMINICANOS
querella con Santana, de nuevo amo de la situación, le podría conllevar
represalias. Venezuela siguió siendo el punto de referencia constante
cuando el trinitario no podía estar en su tierra. De ahí que hiciera del
cercano país sudamericano su segunda patria y adoptase su ciudadanía
durante el tercer exilio.
La ausencia de Pina en la vida política de esos años era producto de
su decisión de no transigir con los enemigos de los ideales democráticos.
Los liberales que se incorporaron a la política bajo la férula de Santana
debieron hacer concesiones, como se conoce en las trayectorias de
Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella. En ese tercer
exilio, por lo que indican los biógrafos, Pina tomó la resolución de apartarse
por completo de los asuntos dominicanos, por considerar que no existían
las condiciones para una práctica política apegada a los principios
democráticos. No se acogió a una amnistía de Santana en 1853. El
aislamiento de Pina rememora bastante la postura de sus dos compañeros
de primera emigración, Duarte y Pérez, aunque a diferencia del primero,
al parecer siempre estuvo presto a retornar a la República Dominicana. El
exilio representaba para él una existencia cargada de amargura, siempre
con la atención puesta en la tierra natal. Aficionado a componer poesías, el
tema principal era la nostalgia. Así concluye “Mi patria”.
No hay placer para mí. Allá en la Patria
Bello es el sol y bellas las estrellas,
Dulce la voz del pájaro que canta,
Suave la brisa que las flores besa:
Allá en mi Patria está el placer del alma!
CONTRA LA DOMINACIÓN ESPAÑOLA
A pesar del aislamiento, durante su tercer exilio, el más prolongado,
Pina seguía el desenvolvimiento de los acontecimientos en República
Dominicana. Cuando llegaron las noticias de la anexión a España
efectuada por el general Santana el 18 de marzo de 1861, Pina abandonó
al instante sus reticencias a la participación política. Comprendía que
estaba en juego la suerte del pueblo dominicano como colectivo nacional.
Se puso en comunicación con su viejo compañero Francisco del Rosario
Sánchez, quien desde Saint Thomas dirigía un comité revolucionario
PEDRO ALEJANDRINO PINA
441
que se proponía abrir hostilidades lo antes posible contra los nuevos
dominadores extranjeros.
Para Pina no debió ser problema que la mayor parte de los integrantes
de ese colectivo opositor estuviese compuesta por partidarios de
Buenaventura Báez. Razonó que esos baecistas también estaban opuestos
a la implantación del dominio español, por lo cual había que colaborar
con ellos, ya que se trataba de un problema de vida o muerte para la
patria. Es probable que Pina sopesase que Sánchez seguía siendo un
patriota confiable, no obstante las concesiones de años previos a Santana
y su ubicación posterior dentro de la corriente baecista. Por lo demás,
puede aseverarse que en aquel colectivo no había solo seguidores de
Báez. El manifiesto emitido por Sánchez en compañía de José María
Cabral no dejaba dudas en cuanto a que el objetivo perseguido estribaba
en restaurar la independencia sin cortapisa alguna.
En compañía de otros exilados en Venezuela, Pina se dirigió hacia
Haití, donde Sánchez había logrado obtener la cooperación del presidente
Fabré Geffrard, quien temía que la consolidación de la presencia española
en Santo Domingo tuviese repercusiones negativas sobre la independencia
haitiana.
Pina fue uno de los cientos de dominicanos que integraron la fuerza
expedicionaria que entró por la frontera sur dividida en tres columnas,
comandadas por Sánchez por la Sierra de Neiba, en el centro, José María
Cabral en el flanco izquierdo, por el Valle de San Juan, y Fernando Tavera
en el derecho, por el Valle de Neiba. Él formaba parte, con el rango de
general de brigada que le otorgó Sánchez, de la columna comandada por
Cabral, que llegó a ocupar la población de Las Matas de Farfán. Decenas
de haitianos voluntarios acompañaban a los patriotas dominicanas.
En esa posición llegó la noticia de que el presidente Geffrard se
había visto obligado a retirar el apoyo a los insurgentes dominicanos,
ante la amenaza de una escuadra española de someter a bombardeo a
Port-au-Prince. Cabral, como militar avezado, optó por replegarse,
seguro de que la empresa expedicionaria estaba condenada al fracaso,
pero cometió la inconsecuencia de no dar aviso previo a Sánchez. En
tan dramáticas circunstancias Pina decidió dirigirse a la posición de
Sánchez para advertirle lo que acontecía. Un pequeño grupo de
compañeros lo secundó en la arriesgada misión. Sánchez, tras el aviso
442
PERSONAJES DOMINICANOS
de Pina, también se vio obligado a proceder a la retirada, pero fue
víctima de la traición de uno de sus colaboradores, nativo del lugar.
Pina logró escapar de la emboscada, gracias a que Timoteo Ogando,
entonces capitán, conocedor de la zona y ya curtido en las artes de la
guerra, lo montó sobre el anca de su caballo a toda prisa.
Frustrados los planes patrióticos y aparentemente pospuestos sin fecha
previsible de reinicio, fue natural que Pina retornara a Coro, Venezuela,
donde había estado viviendo sin interrupción durante los anteriores 13
años. En Venezuela se libraba la Guerra federal y, ya ciudadano de ese
país, Pina se involucró en la contienda del lado federalista, en el cual se
agrupaban los sostenedores de las posturas democráticas.
Cuando se inició la Guerra de la Restauración a mediados de 1863,
Pina estuvo en principio dispuesto a integrarse a la lucha, pero lo
impidieron tanto su compromiso con la causa venezolana como una
salud deteriorada. Sostuvo correspondencia con Duarte cuando este
decidió organizar una expedición en compañía de otros patriotas, pero
no lo pudo acompañar.
AL SERVICIO DE LOS AZULES
Tan pronto en Venezuela se recibieron las noticias de que las tropas
españolas habían abandonado territorio dominicano, en julio de 1865,
sin pensarlo dos veces Pina retornó a Santo Domingo. La guerra federal
venezolana había concluido y se le presentaba la posibilidad de retornar
a su ciudad natal, y no en un escenario de guerra inmanejable para su
salud. Tan pronto se presentó en la capital dominicana, se puso a
disposición del presidente José María Cabral, su compañero
expedicionario en 1861.
En Haití y durante los días de la expedición de junio de 1861, Pina
y Cabral habían entablado una relación amistosa. En señal de confianza,
le fueron confiadas altas posiciones al trinitario. El 1º de octubre fue
designado gobernador de la provincia de Santo Domingo, y tres semanas
después secretario de Estado de Interior y Policía. En este cargo duró
escasos días, ya que no aceptó la postura de Cabral de inclinarse ante el
motín baecista. Con todo, Pina fue integrado a la Asamblea
Constituyente, la cual continuó funcionando a pesar del cambio político,
PEDRO ALEJANDRINO PINA
443
hasta promulgar un nuevo texto constitucional el 14 de noviembre de
1865. Más abajo se verá la participación de Pina en este cónclave.
Como en un inicio las relaciones entre Buenaventura Báez y José
María Cabral se mantuvieron buenas, y el primero trataba de granjearse
el apoyo de quienes habían combatido la Anexión a España, Pina no
tuvo dificultad en aceptar la posición de juez de la Suprema Corte de
Justicia, meses durante los cuales se mantuvo apartado de los asuntos
políticos, en señal de desconfianza hacia Báez. Tan pronto el jefe rojo
fue derrocado en abril de 1866 por la acción concertada de los prohombres
de la Restauración, Pina se integró al nuevo orden de cosas.
En su segundo gobierno Cabral le concedió todavía más
importancia a Pina que en el de meses antes. El presidente restaurador
apreciaba la capacidad intelectual de Pina y su consistencia personal.
Es probable que la cercanía del viejo trinitario con el presidente
contribuyera a definir los rasgos de esa administración. Cabral designó
a Pina como consejero especial del presidente, un cargo desde el cual
pasó a tener incidencia en los asuntos del país. Luego le encomendó
misiones de importancia, como formar parte de una comisión ante el
Gobierno haitiano para la firma de un tratado de amistad, en compañía
de Ulises Espaillat, Juan Ramón Fiallo y Tomás Bobadilla. La delegación
no pudo lograr su cometido, pues el presidente Geffrard fue derrocado
días después de su llegada a Port-au-Prince. Tras la misión en Haití, fue
designado comisionado especial en la provincia de Azua, un cargo de
importancia en razón de que el gobierno era consciente de que el Gobierno
haitiano, presidido por Sylvain Salnave, se aprestaba a apoyar las aspiraciones
de Buenaventura Báez. En las comarcas fronterizas sureñas, Pina procuró
recuperar porciones del territorio dominicano ocupadas por autoridades
haitianas y regularizar el comercio fronterizo.
CONSTITUCIONALISTA
Como se ha señalado, en las postrimerías del primer gobierno de Cabral,
iniciado en agosto de 1865, fue convocada una Asamblea Constituyente,
que al mismo tiempo fungía de Poder Legislativo, con el objetivo de
que se le diera a la República un ordenamiento legal acorde con la teoría
liberal. Los jefes militares restauradores y los intelectuales partidarios de
444
PERSONAJES DOMINICANOS
un sistema democrático entendían que había que dejar atrás la tradición
constitucional que garantizaba un orden despótico. Esa Asamblea
Constituyente fue uno de los hitos en la visualización de las dificultades
que entorpecían el establecimiento de la democracia. El único precedente
de tal intención había sido la Asamblea Constituyente de Moca, que
promulgó la carta de 1858, pero que no tuvo efectos duraderos.
Uno de los problemas que abordaron los constituyentes restauradores
radicó en dilucidar por qué los enunciados liberales de los textos
constitucionales previos no habían tenido aplicación efectiva, puesto
que estaban contestes en que había que abolir la realidad de un
ordenamiento autoritario que acordaba facultades exageradas al
presidente de la República.
Pina fue uno de los diputados que se distinguieron en los debates.
Puso en juego su capacidad intelectual para identificar los problemas
y derivar soluciones viables. Su peso en los debates lo llevó a figurar
entre los redactores del texto constitucional. Sistematizó los
planteamientos que formuló en la Asamblea en una serie de cuatro
artículos titulada “Constitución”, publicada en las ediciones del mes
de septiembre de 1865 del periódico El Patriota . Su primera
preocupación fue que el texto constitucional adoptase las previsiones
para garantizar que el presidente fuese una persona reconocida por su
patriotismo y por antecedentes honrosos. Este énfasis se motivaba en
la conciencia de que, aunque se eliminase el autoritarismo, su figura
tenía una gravitación decisiva en la marcha de los asuntos públicos.
Adicionalmente planteó que había que establecer los criterios necesarios
para evitar cualquier abuso de poder del Ejecutivo, de forma tal que se
viese compelido a aplicar una política liberal. El punto de partida de su
reflexión constitucionalista radicaba en que resultaba imperativo conjugar
un ejecutivo fuerte, en concordancia con las condiciones de un país
atrasado, con un ordenamiento legal garante de las libertades.
Limitar por la ley la acción del Ejecutivo hasta donde sea posible
para que no se encuentre coartada su acción en el gobierno del
país, ponerle en la impotencia de cercenar los derechos de los
ciudadanos y de perjudicar la nacionalidad, son cosas que la
Constituyente puede, si quiere, conseguir con mucha facilidad.
PEDRO ALEJANDRINO PINA
445
No más facultades extraordinarias para el Ejecutivo: esta arma que
el pueblo le concede de buena fe con objeto de que liberte la sociedad
de un peligro inminente, para que asegure el orden público cuando
se manifiesten tendencias de que se pretende alterarle, es arma tan
peligrosa, que antes de que la envainen, la vuelven casi siempre
contra quien generoso se la ofreció para que robusteciera más los
medios de acción que podía emplear. Por eso las atribuciones del
Ejecutivo deben ser siempre las mismas: el ejercicio limitado del
poder debe residir en la Nación, porque sólo ella es soberana.
Esta búsqueda de un ejecutivo débil, al tiempo que apto en su
ejercicio, tenía por propósito esencial conjugar la gobernabilidad con la
libertad. De ahí que Pina propusiese legislar para hacer imposible que
la autoridad se excediera en los términos de su mandato, es decir, que se
estipulase como crimen el abuso de poder y que la libertad se elevase
a la condición de mandato constitucional. Seguramente por comprender
las dificultades que esto entrañaba, buscó las brechas por las cuales, en
las condiciones dominicanas, pudiese resultar factible tal equilibrio entre
libertad y autoridad. Pina aplicaba sus experiencias en las lides políticas
venezolanas, donde el nervio del debate había radicado alrededor de las
competencias del gobierno central y los gobiernos estatales.
Posiblemente por su experiencia venezolana, encontraba en el
principio de la descentralización la clave del sistema político ideal, ya
que se crearían las instancias para el ejercicio de los derechos de la
ciudadanía y el recorte de las potestades del gobierno central.
Si es indudable que en todos los sistemas de gobierno puede
caber la libertad, si es incuestionable que no existe sólo en el
demócrata republicano, indudable es también, que es el sistema
que más se acerca a la descentralización, principio que introducido
moderadamente en la legislación patria, nos irá llevando poco a
poco al ejercicio de la verdadera soberanía popular.
Con este postulado trascendía el nivel de reflexión en que hasta entonces se habían movido los liberales dominicanos, consistente solo en
recortar las atribuciones del Ejecutivo. Él pretendía un ordenamiento
que asegurase el funcionamiento del sistema político sustentado en
un ejecutivo débil. El principal antecedente de una preocupación
446
PERSONAJES DOMINICANOS
de tal género lo había expuesto Pedro Francisco Bono en la Constituyente de Moca, donde propuso sin éxito la adopción del sistema
federal. No deja de ser extraño que Pina no abogara por el federalismo,
dada su experiencia venezolana, tal vez porque consideraba que el país
era muy pequeño y sus habitantes se caracterizaban por rasgos culturales
comunes.
A su juicio, para que el ordenamiento local fuese eslabón del
ordenamiento democrático, debía superarse la supremacía del elemento
militar, que ponía a la ciudadanía a merced de los jefes departamentales.
El remedio a tal tradición lo encontraba en una variación del tipo de
organización territorial. Proponía la adopción de departamentos, en vez
de provincias, subdividiéndolos en distritos, parroquias y secciones. Todos
estos niveles estarían sujetos a la autoridad de funcionarios civiles:
respectivamente, gobernador civil, prefecto, sub-prefecto y alcalde.
Razonaba que se lograría:
[…] el principio de autoridad, que las instituciones democráticas
hacen residir en el elemento civil […] [no se transfiriese] al que en
la sociedad representa la fuerza. Subordinado como debe estar
siempre a aquel, debe sí prestarle ayuda en los pocos casos en que
sea necesario adoptar medidas rigurosas para reprimir los excesos
que tienden a alterar el orden y perturbar la tranquilidad, pero
nunca ejercer otras atribuciones, que las que las que le concedan
las ordenanzas de su instituto, atribuciones que en la cabecera de
los departamentos podrían ejercerse por un Comandante de plaza,
en los distritos por un Sargento Mayor y así sucesivamente.
En el mismo orden, propugnó por un Poder Legislativo compuesto
de dos cámaras con un número amplio de integrantes, de forma tal que
se garantizase en la medida de lo posible la representación de los pueblos.
Se oponía al sistema constitucional anterior, que descansaba en un número
reducido de legisladores. Con dos cámaras y un número elevado de
integrantes, el Congreso se convertía en un factor de equilibrio de los
poderes. “Compuesto de más individuos y representado por dos cuerpos
solidariamente responsables, es más fácil que imponga al Ejecutivo,
cuando desgraciadamente se aparte de la verdadera senda que le trazan
las leyes, para venir a caer en el abuso o en la dictadura”. Se posibilitaría
PEDRO ALEJANDRINO PINA
447
una representación directa de todas las poblaciones y una “doble discusión
en las cuestiones de importancia trascendental que se les sometan”.
Interesado en cubrir todas las reparticiones del Estado, también
reflexionó acerca de las características del Poder Judicial. La propuesta
básica que enunció, sobre la base de la experiencia de los 20 años previos,
radicaba en una estructura institucional más sencilla que la establecida
en 1844 y que, por consiguiente, permitiera una aplicación más fluida de
la justicia. Capaz de apreciar los contornos de la realidad dominicana,
adujo la necesidad de crear un sistema judicial peculiar, distinto al francés,
que había sido tomado como modelo, aunque guardando una analogía
básica. Constataba que, de hecho, el país se había visto imposibilitado en
sus años republicanos de instituir la organización judicial contenida en los
códigos franceses de la Restauración, y establecía dos causas para la
pertinencia de una reforma: “la escasez de hombres por una parte y la
pobreza de nuestro tesoro por otra”.
Resumió su propuesta de reforma en que la jurisdicción de
apelación y la superior fueran ejercidas por una corte suprema
compuesta de un presidente, cuatro magistrados y un fiscal, los cuales
serían nombrados por el Senado a partir de ternas propuestas por la
Cámara de Diputados. La Suprema debía gozar de la potestad de aplicar
las leyes en lo civil y lo criminal, y sus integrantes designarían los jueces
de primera instancia, de forma tal que el sistema judicial se independizase
de los otros dos poderes.
Por último, para un ejercicio efectivo de la soberanía por el pueblo,
que era el nervio de su preocupación, retomó la idea de Duarte de que se
agregase un cuarto poder a la división tripartita ya convencional: el
municipal. Con un mayor número de poderes se lograría el equilibrio
entre instancias del Estado que evitara el autoritarismo.
En sus intervenciones en las sesiones de la Asamblea Constituyente
se explayó en algunos aspectos del contenido social que debía ser
garantizado por la Carta Fundamental. A tono con la tradición liberal,
el punto nodal debía radicar en la interrelación entre libertad e igualdad
jurídica: “Para que haga sentir su benéfica influencia en las clases todas
de la sociedad, es indispensable que descanse en la igualdad más completa,
en la más amplia libertad individual”. Tal conjugación daría lugar al
conjunto de derechos indispensables para el desarrollo del sistema político
448
PERSONAJES DOMINICANOS
ideal, empezando porque garantizaría libertades y derechos, como el de
la inviolabilidad de la vida por motivos políticos.
La vida, don precioso que sólo la naturaleza puede concedernos,
está para siempre garantida a los que delincan en materias políticas,
pues la pena de muerte consignada en los códigos para aquellos
delitos, está abolida; las leyes que imponían el destierro por las
mismas causas, se han derogado: la propiedad es tan sagrada e
inviolable como el hogar doméstico; la expresión del pensamiento,
libre, y libre también el derecho de petición; positivo el de
asociación y el de sufragio; garantida la seguridad individual,
porque a ninguno se reduce a prisión sino por su juez competente
y en virtud de leyes preexistentes, y finalmente iguales los
ciudadanos ante la ley […].
No obstante su condición de discípulo de Duarte, Pina no parece
haber estado preocupado por la cuestión de la democracia social. En
sus textos sobre asuntos constitucionales aceptaba la teoría liberal
sin problematizarla. Su consideración de la democracia se reducía al
ámbito político, excluyendo el social. Se puede suponer que compartía
la conclusión dominante del liberalismo dominicano, que no pasaba
de propugnar por el establecimiento de una sociedad burguesa, vista
como modelo irremplazable para el acceso a la modernidad civilizada.
Aunque no lo expresara taxativamente, en los textos glosados hay
indicios para considerar que Pina compartía el corolario de que un
orden político adecuado abriría las puertas para la solución de los
problemas sociales.
Esto se puede confirmar, hasta cierto punto al menos, porque sus
disquisiciones sobre el principio de la igualdad se centraron en el
tratamiento de los derechos de los extranjeros. Pina aceptaba el sentido
común de todos, liberales y conservadores, que le concedían un peso
crucial a la inmigración para que el país se integrara a la corriente del
progreso.
Si el país necesita para levantarse, de brazos que fomenten la
agricultura, si le hacen falta las industrias, si echa de menos la
ausencia de capitales, forzoso es convenir que para conseguir los
PEDRO ALEJANDRINO PINA
449
bienes que desea, necesita ofrecer ventajas positivas a los que muchas
veces inconsultamente, abandonan el lugar de sus afecciones […]
en pos de beneficios muchas veces ilusorios.
Por tanto se declaró partidario de que se siguieran otorgando
garantías a los extranjeros, sin necesidad de requerirles las obligaciones
que debían ofrecer los dominicanos al servicio del Estado. Este
planteamiento lo hizo no obstante su consideración de que cualquier
protección o sistema de monopolio en beneficio de un sector, en
contraposición con la doctrina del librecambio, “perjudican siempre los
intereses mismos que se desean fomentar y acaban por aniquilar la
vitalidad de cualquier país”.
CONTRA LA ANEXIÓN A ESTADOS UNIDOS
La posición del gobierno de Cabral, era extremadamente precaria. El
país se encontraba en ruinas y poco se podía hacer en un plan de acción
constructiva. Todavía más importante era que el grueso de los generales
de la Restauración, como hombres salidos del medio rural, no
comprendían los postulados liberales y se fueron alineando detrás de
Buenaventura Báez, viejo ídolo de no pocos de ellos.
En los meses finales de 1867 los caudillos del noroeste se alzaron en
armas contra la administración de Cabral y ganaron terreno con el
respaldo de la mayoría campesina, que no comprendía los principios
liberales o no los aceptaba. En interés de obtener recursos para enfrentar
la sedición de los caudillos baecistas, Cabral estuvo dispuesto a aceptar
una propuesta del gobierno de Estados Unidos, formulada en ocasión
de la visita del hijo del secretario de Estado, Seward, consistente en
arrendar la península de Samaná durante varias décadas. En ese momento
Pina ostentaba la posición de diputado, y seguía siendo una persona de
la mayor confianza del presidente. Aprovechando su posición, aconsejó
que no se llevase a cabo ninguna negociación que atentase contra la
integridad del territorio nacional. A pesar de que Cabral no aceptó la
objeción, Pina decidió permanecer a su lado por sentido de lealtad.
450
PERSONAJES DOMINICANOS
Destacado funcionario del régimen caído en enero de 1868, Pina se
embarcó al destierro junto al presidente y sus colaboradores. Los
prohombres azules debieron pasar una cuarentena en un islote próximo
a la costa de Venezuela, pues cuando abandonaron la ciudad de Santo
Domingo había una epidemia de cólera.
Durante ese quinto destierro permaneció un año en Venezuela.
Parecía que el destino de Pina iba a tener como contrapunto ineludible
el del exilado sempiterno en su segunda patria. Sin embargo, en esta
ocasión estaba más compenetrado que antes con la marcha de los procesos
políticos dominicanos porque, según se puede inferir, consideraba que
había aparecido un colectivo capaz de librar la lucha por la independencia
nacional y la democracia. No hay señales de que en 1868 se propusiese
instalarse establemente en Venezuela, y se puede suponer que se mantuvo
atento a la reorganización de los azules en el exilio, a fin de incorporarse
lo antes posible a la lucha en territorio dominicano.
A inicios de 1869 algunos caudillos azules del sur, entre quienes
sobresalían los hermanos Andrés, Timoteo y Benito Ogando, prepararon
las condiciones para que el ex presidente Cabral pudiera ingresar a
territorio dominicano desde Haití. En el país vecino los exilados del
Partido Azul colaboraban con los liberales haitianos, encabezados por
Nissage Saget, que trataban de derrocar al presidente Salnave.
Desde que se enteró de los aprestos de sus correligionarios, Pina
se dirigió hacia Haití y, en diciembre de 1868, llegó a Jacmel, uno de
los enclaves de los partidarios de Saget donde se congregaban los
dominicanos. Tal vez envuelto en trajines conspirativos, no duró mucho
tiempo en territorio haitiano, sino que estuvo meses moviéndose entre
Saint Thomas y Curazao. Cuando la posición de Cabral se consolidó
en las comarcas fronterizas –en la segunda mitad de 1869–, Pina
decidió incorporarse a la lucha armada contra los enemigos del Partido
Rojo de Báez.
Atravesó la frontera en diciembre de 1869 y se asentó primero en
San Juan de la Maguana. Su determinación de volver a tomar las armas
debió estar reforzada por el hecho de que en esos días se celebró un
tratado entre los gobiernos de Estados Unidos y República Dominicana
por medio del cual la segunda pasaría a ser un territorio de la “gran
democracia del norte”. Desde el bastión azul en el suroeste, Pina tomaba
PEDRO ALEJANDRINO PINA
451
parte en la tercera contienda nacional posterior a la independencia. La
terrible pugna entre rojos y azules estaba matizada por la contraposición
entre quienes creían en un destino nacional y quienes desechaban tal
postulado en aras del acceso a la prosperidad que brindaba el coloniaje.
A pesar de que Pina contaba con 49 años cuando se incorporó a la
lucha contra la anexión a Estados Unidos, era un hombre que padecía
de serios problemas de salud, lo que realza su talante de patriota inclinado
a la acción en todos los terrenos. Las condiciones de vida de los
combatientes azules eran extremadamente difíciles, al grado de que hasta
la alimentación escaseaba y los servicios de salud eran inexistentes. Los
políticos revolucionarios establecidos en San Juan de la Maguana y Las
Matas de Farfán dependían de eventuales envíos de pequeñas sumas de
dinero que les hacían llegar familiares o amigos. La población campesina
de la zona, aparte de escasa, se caracterizaba por su extremo estado de
miseria. La rectitud de Cabral minimizaba las exacciones de los insurgentes
sobre los pacíficos.
Debido a sus precarias condiciones de salud, Pina no pudo
trasladarse al escenario de los combates, sino que debió circunscribir
su aporte a tareas políticas. Aun en la retaguardia la vida estaba
permanentemente en peligro, a causa de las incursiones que llevaban a
cabo las cuadrillas asesinas del régimen baecista. Permaneció en Las
Matas, sede del movimiento revolucionario, donde llegó a crearse el
símil de un gobierno nacional.
La correspondencia que sostenía con su hijo Juan Pablo Pina,
también incorporado a la lucha armada, muestra que, si bien se sentía
un partidario de Cabral, en realidad no tenía mayor interés en las disputas
que escenificaba el ex presidente con otros prohombres por la hegemonía
dentro del conglomerado liberal. Sencillamente, quería combatir de
nuevo, armado de la convicción de que se hallaba en peligro la suerte de
la patria.
Dadas las frágiles condiciones en que se desenvolvían las fuerzas de
Cabral, Pina no pudo evitar que su estado de salud empeorase. Un
súbito agravamiento de la enfermedad tuvo efectos fulminantes y falleció
el 20 de septiembre de 1870. Llevaba 10 meses en esa incierta batalla
por la libertad. Hasta en la muerte fue precoz, pues no había cumplido
50 años. Carecía de bienes materiales y solo le quedaba el don de la
452
PERSONAJES DOMINICANOS
entrega sin reservas. Ajeno a los cálculos de conveniencias personales de
los políticos de profesión, su mística no podía ceder. Tal vez ni siquiera
llegara a plantearse que le había tocado la gloria de pertenecer al círculo
selecto de los arquitectos del estatuto nacional de los dominicanos.
BIBLIOGRAFÍA
Academia Dominicana de la Historia. Pedro Alejandrino Pina. Vida y
escritos. Santo Domingo, 1970.
García, José Gabriel. Rasgos biográficos de dominicanos célebres. Santo
Domingo, 1971.
García, José Gabriel. Compendio de la historia de Santo Domingo. 4
vols. Santo Domingo, 1968.
Martínez, Rufino. Diccionario biográfico-histórico dominicano. Santo
Domingo, 1997.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
CIVILISTA DEMOCRÁTICO
Hay algo de raro en la naturaleza de aquel hombre que en aquellos días
contaba cuarenta y dos años. Decepcionado como el que más él no
confunde nunca
el mártir de la injusticia con el hombre verdaderamente gastado,
hábil hasta colocarse al nivel de uno u otro según las circunstancias.
Espaillat tiene el talento de saber explotar entrambas naturalezas.
Su corazón, muerto al parecer para todas las pasiones,
sabe distinguir la pasión sincera de la pasión fingida, el cálculo de la
abnegación.
Indiferente hasta el desprecio para con la sociedad en general,
sabe prodigar oportunamente su estimación al individuo digno.
Cruel en sus principios como el político que obedece a un sistema,
es a veces humano hasta la generosidad.
Escéptico por filosofía, sabe ser creyente con el verdadero creyente.
MANUEL RODRÍGUEZ OBJÍO
Vamos a tratar de probar que se puede ser tolerante sin ser débil,
que se puede ser fuerte sin ser déspota, que se puede establecer el
orden en la asociación sin incurrir
en la arbitrariedad, que se puede matar el vicio sin ser cruel,
que la Ley es más fuerte que todos los tiranos.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
EL INTELECTUAL LIBERAL
Pocos son los dominicanos que han logrado la dimensión de Ulises
Francisco Espaillat en la búsqueda de un orden autónomo y democrático
para el país. Se le puede considerar una de las cumbres culturales y
morales de los dominicanos y la conciencia más preclara del liberalismo
nacional de su época. Examinó con suma inteligencia las peculiaridades
del medio nacional con el fin de contribuir a hacer realidad el ideal de la
doctrina. Escribió textos que contienen una ejemplar exposición de
criterios acerca de la sociedad dominicana y de las pautas para dar solución
a sus problemas. Su amigo Gregorio Luperón tuvo la agudeza de advertir
de inmediato la trascendencia de su obra y lo estimuló a seguir
publicando, para que sus ideas fuesen “nuestro Catecismo Político, para
que sean nuestra Constitución definitiva en la mente y en la práctica de
todos los dominicanos”. Luperón se expresaba de esa manera porque no
solo aquilataba la profundidad sociológica y política de los análisis de
Espaillat sino también su verticalidad. Si hay algo que puede resumir su
persona es la honradez a toda prueba, que hizo de su figura un ejemplo
viviente de las ideas que pregonaba.
Espaillat fue mucho más que un teórico dedicado a auscultar los
problemas de la sociedad dominicana, pues desempeñó funciones de primer
orden en capítulos importantes de la historia del país, desde la independencia
hasta su ascenso a la presidencia de la República en 1876. Pero actuaba
por sentido de deber y no por ambiciones personales. En realidad su
vocación era la vida privada, por lo que su intervención en los asuntos
políticos estuvo motivada por la presión de las circunstancias y el
compromiso resultante de su honradez. El patriotismo fue para él, no un
medio de encumbramiento, sino de sacrificio y sufrimiento.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los demócratas se calificaban
a sí mismos como los “buenos”, convencidos de que obraban en beneficio
de la colectividad. Y si entre ellos hubo uno bueno a cabalidad, junto a
457
458
PERSONAJES DOMINICANOS
su amigo Pedro Francisco Bonó, fue Espaillat. Tuvo la virtud de combinar
el conocimiento con la moral, y la lucidez con la disposición al sacrificio
por la patria.
ORÍGENES FAMILIARES Y JUVENTUD
Espaillat nació en Santiago de los Caballeros y únicamente dejó de vivir en
esa ciudad cuando las circunstancias políticas lo obligaron. A la vez que
patriota dominicano, fue un defensor de los intereses de la región cibaeña.
Desde inicios del siglo XIX, el Cibao era la porción más poblada y
rica del país, pero tras la independencia de 1844 se encontraba sometida
a la burocracia de la ciudad de Santo Domingo. Entre los círculos
pensantes de la región, especialmente de Santiago, emergió una corriente
que propugnaba un orden que garantizara la igualdad entre las distintas
zonas de República Dominicana. Aunque discretamente al principio,
esos círculos cibaeños enarbolaron posturas liberales, seguramente por
estar insertos en una sociedad más evolucionada que la del sur del país,
donde subsistían muchos vestigios del orden colonial, mientras que en
el Cibao se había gestado una sociedad de pequeños campesinos prósperos
y una clase mercantil urbana que se iba perfilando como el agente de un
orden moderno y democrático.
La vigencia de Espaillat se derivó de ser un intérprete de las aspiraciones
de los medios mercantiles de su región, a los cuales pertenecía. Era miembro
de una de las familias más encumbradas de Santiago. Su abuelo paterno
fue el francés Francisco Espaillat, quien fundó la única plantación azucarera
de gran tamaño en el norte del país en las últimas décadas del siglo XVIII.
Este gran propietario se vio obligado a huir hacia Puerto Rico en compañía
de sus hijos cuando se produjo la invasión del jefe de Estado de Haití,
Jean Jacques Dessalines, en 1805. Tan pronto estimaron que el país
retornaba a la normalidad, tras la caída del dominio francés en 1808, los
Espaillat retornaron a Santiago. Aunque la fortuna de la familia había
mermado, como era norma, se reinsertaron en actividades mercantiles que,
pese a la pobreza de entonces, comenzaban a estar en boga en conexión
con las exportaciones de tabaco, el cultivo que sustentó el desarrollo de la
región durante las décadas siguientes.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
459
Ulises Francisco Espaillat nació el 9 de febrero de 1823, un año
después de iniciado el régimen haitiano, y eran sus padres María Petronila
Quiñones y Pedro Ramón Espaillat, uno de los 13 hijos del matrimonio
del referido francés Francisco Espaillat con la santiaguera Petronila Velilla,
hija de un comerciante catalán. Es poco lo que se conoce de su infancia
y juventud. Uno de sus tíos, Santiago Espaillat, del círculo de los
ciudadanos santiagueros más notables desde la época de la dominación
haitiana (1822-1844), hizo de preceptor de Ulises y le transmitió su
experiencia política y conocimientos en general, lo que era de suma
importancia por la inexistencia de centros de educación superior en el
país. Tanto su abuelo Francisco como su tío Santiago ejercieron la
medicina empírica, profesión que heredó de ellos el joven Ulises Francisco.
De todas maneras, en lo fundamental, se formó como un autodidacta,
elevándose muy por encima de los niveles comunes de su época,
manifestando desde joven la fuerza de su personalidad. Los datos
biográficos que ha compilado Emilio Rodríguez Demorizi muestran
que a los 12 años comenzó a realizar estudios de inglés y francés, al igual
que de matemáticas, agrimensura y música.
También muy joven se inició en las actividades comerciales,
siguiendo el ejemplo de su padre y otros familiares. Los conocimientos
de medicina le permitieron fundar una farmacia que fue uno de los
establecimientos más conocidos del país en las décadas subsiguientes.
Cuando tenía 22 años, en 1845, contrajo matrimonio con su prima
Eloísa Espaillat, con quien procreó seis hijos; uno de ellos, Augusto
Espaillat, se convirtió en uno de los comerciantes más importantes de su
tiempo en el país.
PRIMERAS ACTIVIDADES POLÍTICAS
En 1845, o sea, al año de constituido el Estado dominicano, Espaillat fue
uno de los fundadores de la Sociedad Patriótica de Fomento de Santiago,
posiblemente la primera institución que tenía por propósito unir a figuras
de relieve social y cultural en acciones de interés colectivo. Desde entonces
se inició la tendencia asociativa de los notables de la villa, comportamiento
que los diferenciaba de lo que era habitual en el resto del país. Por tal
460
PERSONAJES DOMINICANOS
razón, la Diputación Provincial de Santiago, órgano de poder local
estipulado por la Constitución de 1844, cumplía con muchos de sus
cometidos, a diferencia de otras provincias. Espaillat fue designado miembro
de la Diputación Provincial en 1848. A pesar de su juventud, era ya uno
de los ciudadanos más prominentes de la ciudad, reconocido por su talento.
El círculo de hombres influyentes de Santiago de los Caballeros,
pese a las inclinaciones liberales de la mayoría, mantuvo buenas relaciones
con el presidente conservador Pedro Santana. Posiblemente se sentían
sin la fuerza necesaria para enarbolar una alternativa contraria, después
que Juan Pablo Duarte y sus compañeros liberales de La Trinitaria fueron
derrotados en julio de 1844. No por casualidad fue en Santiago donde
Matías Ramón Mella proclamó a Duarte presidente de la República en
junio de 1844, con el beneplácito de la población de la ciudad. Pero los
asuntos políticos se resolvían en Santo Domingo, donde Santana, jefe
del ejército del sur, logró desplazar a la Junta Central Gubernativa
controlada por los trinitarios. A los liberales de Santiago no les quedó
otra alternativa que asociarse a Santana, quien les dio seguridades de
que garantizaría sus intereses.
En 1848 Santana renunció a la presidencia y los santiagueros no
se mostraron muy entusiastas con el sucesor, Manuel Jiménes, no obstante
que inauguraba un gobierno con cierta inclinación liberal. A mediados
de 1849 los conservadores, encabezados por Santana, aprovechando las
derrotas experimentadas por el ejército dominicano ante el ataque del
emperador de Haití, Faustin Soulouque, lograron derrocar a Jiménes.
Santana de nuevo se hizo cargo del poder, gracias al prestigio obtenido
por la derrota que infligió al ejército haitiano en Las Carreras, a orillas
del río Ocoa, pero en ese momento no le interesaba seguir como
presidente. En las deliberaciones del Congreso para la elección de su
sustituto, Santana propuso a Santiago Espaillat, pero este consideró que
no podría ejercer correctamente el cargo, consciente del influjo que ejercía
el hatero seibano sobre el Estado.
Finalmente la presidencia recayó sobre Buenaventura Báez y, tras
su primer período de gobierno, se abrió una pugna terrible entre él y
Santana. La élite social y política de Santiago, aunque discretamente,
tomó partido por Santana, no obstante su deseo de que se instaurase
un régimen menos autoritario. Mientras tanto, Espaillat había
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
461
ido ganando influencia dentro de su círculo social, y en 1854 fue
designado diputado a la Asamblea Constituyente por la provincia
de Santiago. Como integrante de la comisión redactora del proyecto,
fue de los responsables en la orientación de la nueva constitución, que
abrogaba muchas de las cláusulas autoritarias de la promulgada en 1844.
Espaillat retornó a Santiago por desacuerdos con el estilo despótico de
Santana, quien, a finales del año, había logrado anular la Constitución
de febrero. Retornó a sus ocupaciones habituales, pero las combinó con
el estudio concienzudo de los problemas nacionales, lo que le permitió
redactar su primer texto de importancia, Memoria sobre el bien y el
mal de la República, del que hasta ahora no se ha localizado ninguna
copia, pero cuyo contenido se conoce por comentarios de otros
intelectuales y del mismo autor. En ese texto, aparentemente, se
encontraban en estado embrionario algunas de las ideas que más
adelante desarrollaría Espaillat en su intento de contribuir a imprimirle
un rumbo feliz al destino del país.
POR UN SISTEMA FEDERAL EN LA REVOLUCIÓN
DE 1857
La incidencia de Espaillat se acrecentó cuando el sector dirigente de
Santiago se rebeló frente a la segunda administración de Buenaventura
Báez, iniciada a fines de 1856. Báez concitó mucha popularidad en
Santo Domingo y logró unificar a todos los que se oponían a la
preeminencia de Santana. Pero en el Cibao no obtuvo el mismo apoyo,
por lo que el presidente quiso maniobrar con los excedentes económicos
que generaba el cultivo del tabaco para fortalecerse en el poder. Con el
pretexto de eliminar las operaciones especulativas y usureras que
perjudicaban a los pequeños campesinos, el gobierno dispuso una
cuantiosa emisión de papel moneda, a fin de disminuir la cotización del
peso fuerte, la moneda española de oro. Los comerciantes de Santiago se
sintieron agredidos en forma inaceptable, y lograron el apoyo del resto
de la ciudad para declararse en sedición contra el gobierno el 7 de julio
de 1857. Se estableció un gobierno provisional con sede en Santiago,
presidido por José Desiderio Valverde. Probablemente Espaillat redactó
462
PERSONAJES DOMINICANOS
el manifiesto que fue emitido al día siguiente, en el cual se explicaban
los motivos del derrocamiento de Báez.
Los patricios santiagueros abogaban por un régimen democrático y
condenaban el autoritarismo que hasta entonces había sido la norma de
funcionamiento del Estado. Estos propósitos quedaron plasmados, meses
después, en las deliberaciones del Congreso Constituyente reunido en
Moca, que aprobó una constitución de orientación plenamente liberal.
El presidente de esa Asamblea Constituyente fue Benigno Filomeno de
Rojas y el vicepresidente fue Espaillat. Durante los debates, Pedro
Francisco Bonó propuso la instauración de un sistema político federal
como medio para eliminar el centralismo de Santo Domingo, garantizar
la igualdad entre las regiones y desterrar una de las fuentes del
despotismo. El federalismo había sido concebido por primera vez en
Estados Unidos, como medio de compatibilizar las autonomías y los
derechos de los Estados y su asociación en una entidad superior. Espaillat
fue el congresista que con más calor apoyó las ideas federalistas de Bonó,
las cuales quedaron en minoría. En la misma tesitura, en las deliberaciones
de los constituyentes, Espaillat trató de que se aprobaran conceptos que
evitaran la guerra civil y el ejercicio de la violencia entre los dominicanos.
Por influencia de Rojas, en la constitución se aprobó un sistema
que, en teoría, compatibilizaba aspectos del federalismo y el centralismo.
Rojas obtuvo el apoyo de la mayoría de los representantes, quienes no se
hallaban compenetrados de un espíritu democrático como el que
exponían Bonó y Espaillat. De todas maneras, la Constitución de Moca
representó la culminación del espíritu liberal en su época. Consignaba
medidas para prevenir el despotismo y asegurar la representación de
la sociedad en los mecanismos de funcionamiento del Estado.
Parte de tal disparidad radicaba en que los seguidores de Pedro
Santana se habían sumado a la rebelión de los cibaeños, por cuanto abría
la brecha para derrocar a Báez. A los pocos días de iniciada, la sublevación
había obtenido el apoyo de casi todo el país. Empero, los baecistas
lograron atrincherarse detrás de las murallas de Santo Domingo, localidad
donde contaban con mucho apoyo. Al cabo de un tiempo, los integrantes
del gobierno de Santiago decidieron llamar a Pedro Santana de su exilio
en Saint Thomas, a fin de que dirigiera el cerco sobre Santo Domingo.
En un momento dado Espaillat fue destinado al cuartel de Santana en
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
463
las afueras de Santo Domingo y se vio obligado a refutar las opiniones
favorables a la dictadura que este emitió.
A pesar del apoyo de los santanistas al gobierno provisional
de Santiago, la Constituyente de Moca estableció la capital del país en
Santiago, con lo que se cumplía uno de los deseos más añorados de los
regionalistas cibaeños, quienes propugnaban por desplazar el centro del
poder a su región, por considerarla la más rica del país. Esto fue
aprovechado por Santana para desconocer dicha Constitución tan pronto
se obtuvo la capitulación de Báez, a mediados de 1858. Al cabo de unos
días, Santana obtuvo apoyo en el resto del país y llegó a la presidencia
por cuarta y última vez. Quedó demostrado que el centro del poder
seguía gravitando alrededor de Santo Domingo, por lo que los propósitos
regionalistas desembocaron en el fracaso. El grupo dirigente de Santiago
carecía de los recursos militares y la experiencia administrativa que
acumulaban los burócratas de Santo Domingo.
Algunos santiagueros intentaron oponerse al golpe de Estado de
Santana y decidieron marcharse al exilio por temor a ser encarcelados.
Espaillat pasó unos meses en Filadelfia, una de las ciudades más
importantes de Estados Unidos, dedicado al estudio de la historia y el
sistema político de ese país. De entonces arrancó su admiración por las
instituciones estadounidenses, a las que consideraba el ejemplo perfecto
de la democracia.
Al cabo de unos meses, Espaillat fue autorizado por Santana para
retornar al país. Se mantuvo en la esfera de la vida privada, desvinculado
de la actividad política. Empero, en ocasión de la anexión a España, en
marzo de 1861, se vio obligado a firmar la manifestación de adhesión de
la ciudad de Santiago, aun cuando él estaba opuesto a la decisión
de Santana. Espaillat tenía criterios claros acerca de que la felicidad del
pueblo dominicano estaba asociada a la existencia de un gobierno
autónomo que propiciara la democracia y, por ende, la igualdad social y
jurídica entre todos. Aun así, debió quedar impresionado por la
ambigüedad con que muchos dominicanos recibieron al régimen
anexionista, en cierta medida esperanzados por el progreso material que
podría acarrear.
En ese contexto de pasividad de la población, Espaillat se vio
compelido a colaborar con el régimen español desde la posición de
464
PERSONAJES DOMINICANOS
integrante del Ayuntamiento de Santiago. Pero en ningún momento
renunció en su intimidad a las posturas nacionales y democráticas. No
vaciló en tomar parte en el alzamiento que se produjo en su ciudad a
finales de febrero de 1863, en respaldo a la insurrección que días antes
se había declarado en la Línea Noroeste. La rebelión obtuvo un apoyo
masivo en Santiago, al grado de que el ayuntamiento de la ciudad adoptó
resoluciones sumándose a ella. La causa radicaba en los desaciertos de la
administración española, quien implantó un régimen de opresión
nacional que contrastaba con los estilos de vida instaurados desde muchas
décadas atrás. Sin embargo, todavía en febrero de 1863 la sedición no
había recibido respaldo de otras regiones, y en el mismo Cibao la
generalidad de los militares dominicanos de la reserva se mantuvieron
fieles a España, por lo que tras unos días de combates los dominicanos
fueron aplastados.
Al régimen español se le presentaba el requerimiento de efectuar
modificaciones en su proceder, ya que había quedado evidenciado un
descontento tan profundo que conducía al extremo de la rebelión. Aun
así, los integrantes de la administración española se mantuvieron
incólumes en las prácticas de someter al pueblo dominicano a condiciones
humillantes, como la discriminación racial y la intolerancia religiosa.
Contrariamente a las promesas de hacer una amnistía generalizada,
algunos de los capturados fueron condenados a muerte, lo que concitó
un incremento del rechazo popular a los opresores.
EMINENCIA GRIS DE LA RESTAURACIÓN
Espaillat fue juzgado y condenado a expatriación durante 10 años, aunque
fue amnistiado algún tiempo después. Se mantuvo tranquilo en su casa,
pero tan pronto se reiniciaron las hostilidades contra el dominio español,
en Capotillo, el 16 de agosto de 1863, se dispuso a prestar apoyo a los
patriotas que marchaban sobre Santiago. En medio de las ruinas de la
ciudad, el 14 de septiembre se constituyó el gobierno dominicano de la
Restauración de la República, a cuyo frente fue designado José Antonio
Salcedo. Espaillat redactó el Acta de Independencia y se le nombró en el
Ministerio de Relaciones Exteriores, aunque su influencia fue mucho
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
465
mayor, al quedar como el civil con mayor grado de responsabilidad
mientras el presidente Salcedo se encontraba en el frente de batalla. En
lo adelante, las grandes orientaciones del gobierno provisional de la
Restauración fueron trazadas por Espaillat, habida cuenta de la escasa
capacidad política del presidente Salcedo, un general bravo como el que
más pero sin la experiencia administrativa ni el nivel cultural requeridos
para un estadista. En el Boletín Oficial del gobierno restaurador de
Santiago, Espaillat redactó algunos de sus mejores artículos, en los que
se razonaba la legitimidad de la guerra nacional.
Su preeminencia en las tareas gubernamentales explica que fuera
encargado de la vicepresidencia de la República por enfermedad del
titular, Matías Ramón Mella, aquejado de cáncer terminal. Cuando Mella
falleció, en junio de 1864, Espaillat fue designado vicepresidente. En
el desempeño de esas funciones le tocó dar la bienvenida a Juan Pablo
Duarte cuando llegó desde Venezuela, 20 años después de su
deportación del suelo natal, con el fin de sumarse a la contienda patriótica.
Como lo demostró más de 10 años después, cuando ocupó la presidencia
de la República, Espaillat tenía conciencia sobre la grandeza de la figura
de Duarte, pero se vio forzado por las circunstancias a solicitarle que
retornara a Venezuela en misión de búsqueda de apoyo del gobierno de
ese país. En una decisión de ese género se revela que Espaillat combinaba
un sentido patriótico elevado, producto de su integridad, con la firmeza
de carácter que requerían momentos tan difíciles como la guerra que
libraban los dominicanos en condiciones desventajosas contra una de las
potencias del mundo.
Esta firmeza personal explica que no fuera solo un orientador civil
del gobierno, sino que de igual manera se ocupara de la orientación de
asuntos militares. Cuando las tropas españolas ocuparon Monte Cristi y
amenazaban con realizar un avance arrollador sobre Santiago, Espaillat
concibió lo que debía ser la respuesta táctica de los restauradores a tal
amenaza. En primer lugar, ante la escasez de armas de fuego y municiones,
aconsejó el uso de lanzas y de otras armas blancas, para cuya fabricación
dispuso la fundición de cualesquiera objetos de metal. El vicepresidente
aplicaba los preceptos de la guerra basados en el asalto con armas blancas
que se habían hecho comunes entre los dominicanos. En el mismo
sentido, ordenó preparar la desocupación de la ciudad y su ulterior
466
PERSONAJES DOMINICANOS
hostigamiento desde los cantones guerrilleros dominicanos. En la circular
7, del 14 de septiembre de 1864, dirigida a los jefes de tropas, se refirió al
sistema de guerra de guerrillas para ratificar la confianza en el triunfo
inexorable de los dominicanos, aunque hubiera que abandonar Santiago:
Hace tiempo que el enemigo ha hecho mucho hincapié en la toma
de la ciudad de Santiago, en la persuasión de que tomando este
punto se concluirá la revolución. Esto lo ha repetido la prensa
española y lo han propalado los agentes del enemigo, con el objeto
de que, si por uno de esos reveses tan naturales en la guerra,
Santiago fuese tomada, el desaliento cundiría en todos los puntos
[…].
2do. Que en la ciudad de Santiago, no habiendo almacenes de
víveres no podría nunca ser un sistema cuerdo el dejarnos sitiar
por el enemigo, siendo en todo caso más favorable para nosotros,
dejarle que él mismo se sitiase, pues de ese modo nos quedaríamos
nosotros con las campiñas y sus recursos.
3º. Que lo que se opone a la marcha de gruesos ejércitos, son
ejércitos grandes también, y que las guerrillas nunca han podido
impedir que un ejército llegue al punto donde se propone.
4º. Que nosotros no podemos oponer al enemigo grandes masas,
no tan sólo porque tropas sin disciplina no deben exponerse a dar
batallas campales, cuanto porque nuestras fuerzas tienen que
permanecer diseminadas en todo nuestro vasto territorio.
5º. Que si por un lado el sistema de guerrillas es insuficiente para
impedir la marcha del enemigo, es al contrario el más eficaz; el
único a nuestro alcance, el menos costoso, y a todas luces, el más
ventajoso para nosotros y el más terrible para los españoles, y por
consiguiente, es el sistema que exclusivamente debemos adoptar
[…].
Desde su posición de vicepresidente, durante el desarrollo de la
contienda, Espaillat, mantuvo con firmeza el criterio de que no había
que aceptar soluciones mediatizadas que implicaran la prolongación del
dominio español o cualquier compromiso degradante. Por tal razón,
tuvo diferencias de criterios con el presidente Salcedo, partidario de un
acuerdo con España por apreciar que la guerra nacional había entrado
en una fase de parálisis. Se entiende que Espaillat apoyara la deposición
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
467
de Salcedo, en octubre de 1864, promovida por el general Gaspar
Polanco, jefe de las tropas restauradoras y partidario de una postura de
resistencia a todo trance. Espaillat fue confirmado en la vicepresidencia
por el presidente Polanco, quien depositó en él plena confianza. La
influencia de Espaillat en el gabinete de Polanco contribuyó decisivamente
a que en él se definiera con claridad un proyecto popular, nacional y
democrático.
Durante los meses del gobierno de Polanco se propinaron varias
derrotas a las tropas enemigas, que inclinaron la suerte de la guerra de
manera definitiva a favor de los dominicanos. Por tal razón, Espaillat no
tuvo dificultad en aceptar la petición de la diplomacia española, a través
de una misión mediadora enviada por el presidente de Haití, de que el
gobierno de Santiago dirigiese una exposición a la reina Isabel II en
solicitud de paz. España necesitaba una formalidad que salvase su honor
nacional y Espaillat no lo consideró un acto vejatorio para la dignidad
de los dominicanos.
De todas maneras, el radicalismo del gobierno de Polanco fue
combatido por medio de intrigas, en las cuales sobresalió el súbdito
inglés Theodore Stanley Heneken, probablemente instigado por el
capitán general español José de la Gándara. Surgieron nuevas
desavenencias entre los generales restauradores, varios de los cuales en la
Línea Noroeste inculpaban a Polanco por el asesinato del ex presidente
Salcedo y formaron una coalición para deponerlo.
SOBRE EL REMOLINO
A finales de enero de 1865 Polanco fue derrocado, y Espaillat y otros
integrantes del gobierno reducidos a prisión por el nuevo presidente,
Pedro Antonio Pimentel, acusados de complicidad en la muerte de
Salcedo. La acusación carecía de todo fundamento, pero el repúblico fue
mantenido en prisión durante varios meses y luego confinado en Samaná.
Esta experiencia lo llevó a la decisión de apartarse de los asuntos públicos.
En los años posteriores a la Restauración, Espaillat declinó
obstinadamente los nombramientos en funciones locales de Santiago y
en los gabinetes de José María Cabral, quien había derrocado a Pimentel
468
PERSONAJES DOMINICANOS
poco después de la retirada de las tropas españolas. Igualmente, renunció
a la condición de general que le había sido otorgada por el gobierno
restaurador.
En esos años se deslindaron las tendencias de los liberales y los
conservadores, las cuales terminaron identificadas respectivamente a
los colores azul y rojo. Los primeros estaban dirigidos por algunos de los
jefes militares prominentes de la Restauración, fundamentalmente José
María Cabral, Gregorio Luperón y Pedro Pimentel, pero estos adalides
liberales no se ponían de acuerdo sino que más bien se unían para
oponerse a la ascendencia creciente del líder conservador Buenaventura
Báez, quien al cabo de unos meses ganó el apoyo de la mayoría de los
generales de la Restauración y, con ellos, de la porción mayoritaria de la
población que residía en las zonas rurales.
Espaillat no se consideraba un hombre de partido; simplemente
abogaba por el imperio de los principios liberales al margen de todo
espíritu sectario. Tal vez albergaba dudas acerca de la verticalidad de
algunos de los jefes militares liberales. En cualquier caso, rehusó
involucrarse en el violento conflicto que enfrentó a rojos y azules, a
pesar de que, en todos los sentidos, sus posiciones y antecedentes lo
colocaban del lado de los segundos. Tenía posturas incontrovertibles en
defensa de la integridad de la soberanía del pueblo dominicano, lo que
lo enfrentaba al anexionismo de los rojos baecistas; no dudaba acerca de
que la democracia constituía el régimen político adecuado para garantizar la felicidad y el progreso de todos, en contraste con el estilo autocrático
de Báez, cuya base social se encontraba en los caudillos rurales, en quienes Espaillat veía a los portadores de la ignorancia y la barbarie. Además,
el grupo dirigente de Santiago se vínculó con Santana antes de 1861 y
había dirigido el derrocamiento de Báez en 1857; por último, Báez
debía parecerle a Espaillat una opción inaceptable por el apoyo que le
ofreció a España durante la Restauración, de la que recibió el título
honorífico de mariscal de campo.
Gracias al respaldo de la mayor parte de la población del país,
especialmente de los campesinos del Cibao, los caudillos rojos lograron
derrocar el segundo gobierno de Cabral en enero de 1868. Se inició el
denominado gobierno de los Seis Años, cuyo principal lineamiento
estribó en tratar de anexar el país como territorio de Estados Unidos.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
469
Espaillat pudo permanecer recluido en su casa durante esos años, aunque
se conocía su postura contraria, debido a la protección del delegado en
el Cibao, general Manuel Altagracia Cáceres, quien era consciente de
que el prócer no tenía intención de ejercer una oposición activa. En su
jurisdicción Cáceres aplicó una política mucho menos dura que la
característica en el sur, donde los azules eran exterminados por partidas
de sicarios. De todas maneras, Espaillat, durante esos años, quedó en
una especie de confinamiento domiciliario, ya que estaba impedido de
la libertad de movimientos.
Probablemente por orden del propio Báez, quien abrigaba temor a
las rebeliones que comenzaban a asomar en la Línea Noroeste, Espaillat
fue encarcelado en septiembre de 1873 y remitido a la Fortaleza Ozama
de Santo Domingo, lugar donde se encontraban los prisioneros políticos
más connotados.
El 25 de noviembre de 1873, los dos principales jerarcas rojos del
Cibao, Ignacio María González y Manuel Altagracia Cáceres, se rebelaron
contra el gobierno, lo que provocó que al poco tiempo Báez se viera
obligado a renunciar. Días antes de abandonar el poder, el tirano depuesto
había preparado una pantomima de juicio contra el prisionero, pero este
se salvó del fusilamiento probablemente por intervención de Cáceres,
quien ya había entrado en conflicto con su jefe. En enero de 1874, tan
pronto Báez abandonó el país, Espaillat fue liberado.
EL IDEARIO DEMOCRÁTICO Y NACIONAL
Espaillat concibió grandes esperanzas tras la caída de Báez, llegando a la
conclusión de que empezaban a crearse las condiciones para que en el
país se estableciera un régimen democrático. Este optimismo lo estimuló
a escribir numerosos artículos durante los meses de la primera
administración de Ignacio González. Utilizó el seudónimo de María y
adoptó un estilo ligero, con el fin de expresarse con ironía respecto a las
formas de vida vigentes, tal vez para proponerse como una persona ajena
a los asuntos públicos.
La paz se le presentaba como el objetivo supremo, por lo que propugnaba por poner coto a la violencia de los caudillos a como diera
470
PERSONAJES DOMINICANOS
lugar. Ofreció apoyo al presidente Ignacio María González, pese a sus
antecedentes como baecista, por cuanto proclamaba que su propósito
de gobernante estribaba en garantizar la soberanía nacional y establecer
la democracia. González ganó el respeto de la opinión pública, en su
mayoría compuesta por escritores de orientación liberal, cuando desconoció la concesión de la península de Samaná que había hecho Báez a
una compañía de aventureros norteamericanos vinculados a figuras
del gobierno de Washington. Incluso Espaillat percibió en “la fusión”
–término empleado por González–, una fórmula bienhechora para
superar los odios entre los partidos y, por consiguiente, constituir el
germen del ejercicio civilizado del gobierno.
La propuesta de Espaillat para una nueva forma de hacer política se
sustentaba en el supuesto de que, hasta el momento, todos los partidos
y jefes políticos habían exhibido un comportamiento “exclusivista”, lo
que implicaba que pretendían despojar de todos sus derechos a los
contrarios. Veía las “revoluciones”, como se designaba a las revueltas
para derrocar a los gobiernos, motivadas por el deseo de sus jefes de
hacerse de un botín. Por ello fue categórico al afirmar que todos los
gobiernos que había tenido el país habían sido negativos, por no
contribuir al desarrollo de la tolerancia y la instrucción, preocupándose
en cambio por beneficiarse con los recursos de la nación.
Esa condena de los políticos se generaba en una apreciación crítica
del estado de civilización del país, que consideraba deplorable y opuesto
a las exigencias del “progreso”, con lo que significaba el estilo de vida
propio de los países europeos y Estados Unidos. Percibía un letargo en
la población dominicana, que la mantenía alejada del estilo del progreso.
Abundó en algunas costumbres de los dominicanos que le parecían del
todo nocivas: la afición por la riña de gallos, el baile del merengue en
largas fiestas o fandangos, el “debilitante” sancocho y la inclinación por
la aventura violenta de las revoluciones.
En tal sentido, llegaba a proponer el destierro del merengue de todos
los sectores sociales por ser portador de barbarie. También consideró que
era necesario cambiar a un régimen alimenticio basado en la carne y otros
alimentos con altas cargas de proteínas, tal como hacían los ingleses. Los
fandangos debían ser sustituidos por los civilizados meetings de los ingleses,
donde la población discutía sus problemas. Por último, era imprescindible
operar el desarme de los hombres como condición para la paz.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
471
Veía los referidos hábitos asociados a un estado generalizado de
indisciplina que, a su vez, era producto de una “sociedad dormida” en
un letargo dominado por la estupidez. Esta condena de la sociedad, sin
embargo, no lo llevaba a denigrar al pueblo, a diferencia de otros
pensadores de su época. Aunque estaba convencido de que el clima
tropical contribuía a una existencia inferior, consideraba que los
dominicanos eran iguales al resto de los seres humanos y, por tanto, no
estaban aquejados de inferioridad racial o de cualquier otro género.
Espaillat incluso veía en la masa del pueblo a gente bondadosa, no
corrompida, por lo que la encontraba apta para salir de la dejadez en
que vivía y hacerse el agente de su destino en la senda del progreso.
Creía que la poca población, la pobreza reinante y los malos hábitos
de los dominicanos aconsejaban un programa de inmigración, especialmente de europeos. Pero, al mismo tiempo, pensaba que el éxito del
programa dependería de que se aplicasen las reformas necesarias para
educar y civilizar a la población del país. Concluyó proponiendo un
proyecto “combinado” de inmigración, sustentado en la promoción social, técnica y cultural de la masa del pueblo. En tal perspectiva, la
primacía de la reforma interna evitaría que los migrantes se contagiaran,
como había sucedido antes, de los hábitos bárbaros y estúpidos de los
nacionales y los elevaría al nivel de civilización de los inmigrantes.
Espaillat era un liberal convencido de que colocaba al individuo por
encima de la sociedad y el Estado, pero entendía que la libre y fructífera
vida de los individuos dependía de leyes justas. Estaba convencido de
que si había leyes buenas, la sociedad avanzaría hacia el progreso; y la
primera de esas leyes tenía que ser la Constitución, que arrastraría a las
demás. Esas leyes debían inspirarse en las que existían en los países
industriales, pero adaptadas a la idiosincrasia de los dominicanos, pues
de otra manera no podrían funcionar.
En cualquier caso, consideraba imprescindible hacer imperar la ley
sobre cualquier conveniencia personal o circunstancial. El funcionamiento
adecuado de la justicia constituía, a sus ojos, el primer componente
práctico de esta reforma. Ahora bien, el imperio de la ley y de la justicia
no era sino el requisito para una reforma más profunda en la sociedad,
cuyo elemento crucial estribaba en el fomento de la educación. Espaillat
creía que sólo a través de un enérgico programa de educación popular
los dominicanos podrían lograr los niveles de civilización de los países
472
PERSONAJES DOMINICANOS
industriales. Su concepto de la educación era eminentemente práctico,
de manera que se asociara al dominio de oficios y al avance de la
agricultura. El compromiso primero del Estado debía consistir en formar
una legión de maestros, aunque también creía que le correspondía a la
sociedad apoyarlos. Hizo la advertencia, por cuanto consideró que los
políticos se habían opuesto al desarrollo de la educación, conscientes de
que se sustentaban en la ignorancia del pueblo.
El resultado clave del esfuerzo educativo sería la creación de un
espíritu de asociación que desterrase el individualismo indisciplinado.
Vio en las sociedades de beneficencia de los pobres el ejemplo a seguir,
con lo que criticaba la esterilidad de la “clase directora” a la que él
pertenecía. Propugnó, en tal sentido, la creación de sociedades religiosas,
de oficios, culturales, patrióticas y políticas. En el mismo sentido, abogó
por cooperativas, en forma de cajas de ahorro, que permitieran el acceso
de los productores al crédito con intereses blandos.
El peso que le otorgaba a la educación le hizo proponer que el
grueso de los recursos públicos se destinase a ella. Y, aunque era
consciente de la necesidad de fomentar la economía a través de
inversiones en caminos y otras obras de infraestructura a fin de que
llegasen capitales del exterior, consideraba que, en el fondo, el verdadero
progreso dependería del desarrollo cultural del pueblo. Ese criterio lo
llevó a exclamar, en uno de sus artículos, que mejor era contar con 12
maestros y no con dos ingenieros.
Por último, abogó por el surgimiento de una opinión pública
independiente del gobierno, fundamentalmente por medio de la prensa,
que debía también desarrollar funciones educativas. Así pues, su plan
de reforma combinaba un conjunto de aspectos de la vida social con el
fin de conformar una verdadera nación, compuesta por ciudadanos con
capacidad productiva, cultural y política.
ELECCIÓN A LA PRESIDENCIA
Al poco tiempo de asumir la presidencia, González entró en conflicto
con Luperón, quien había pasado a ser la figura dominante de los azules.
Luperón exigió al gobierno reconocer la deuda que él había asumido
con comerciantes judíos de Saint Thomas para adquirir el vapor El
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
473
Telégrafo y armamentos con el fin de oponerse al proyecto de anexión a
Estados Unidos, lo que consideraba una causa patriótica. El presidente
se negó a reconocer esa acreencia aduciendo que no había sido tomada
por el Estado. Por otra parte, González se propuso desplazar a los restantes
dirigentes, en especial a Báez y Luperón, formando una nueva tendencia
personalista que pasó a identificarse por el color verde. Desde la
presidencia, González logró concitar el apoyo de gran parte de los
caudillos del país, a los cuales otorgó prebendas de diversos tipos. Luperón
y su séquito de generales azules comenzaron a sospechar que González
planeaba convertirse en dictador, y sobrevinieron choques que pusieron
al país al borde de la guerra civil.
Espaillat se desencantó de González, pero decidió no terciar en la
lucha política, puesto que estimaba que la erradicación de las contiendas entre caudillos constituía un objetivo imprescindible para que el
país marchara hacia el progreso. De todas maneras, en la medida en
que se agudizaba el conflicto entre verdes y azules, reconoció que nunca
había dejado de formar parte del “partido de la Restauración”. Aun
así, no quiso comprometerse formalmente con los esfuerzos de Luperón
y, a duras penas, aceptó ser socio de la Liga de la Paz, organización
cívica de ciudadanos de Santiago dirigida por Manuel de Jesús Peña y
Reynoso, que abogaba por el establecimiento de la democracia. Finalmente, esa organización impulsó el movimiento denominado La
Evolución, cohesionado en la acusación al presidente por abuso de
autoridad.
González se vio forzado a renunciar a la presidencia en enero de
1876 y se creó un estado de opinión pública favorable a la unificación
de los partidos. Entre los meses de febrero y marzo emergió una
corriente de opinión que favorecía la candidatura de Espaillat en las
elecciones presidenciales convocadas para abril. Entre las numerosas
personas que lo apoyaron se encontraban monseñor Roque Cocchia,
principal figura de la Iglesia católica, y Máximo Grullón, prominente
comerciante de orientación liberal, quien declinó la presidencia. Espaillat,
finalmente, declaró que aceptaba, pero haciendo notar que no
representaba a ninguno de los partidos existentes. De tal forma, a pesar
de que los azules eran los sostenedores de Espaillat, su candidatura
apareció exenta de las terribles rivalidades propias de la época.
474
PERSONAJES DOMINICANOS
En los escrutinios contabilizados el 18 de abril, Espaillat triunfó
por una mayoría arrolladora. De un total de 26,410 votos depositados,
obtuvo 24,329. Quien lo siguió más de cerca, Luperón, obtuvo 555
votos, mientras Báez apenas recibió 10. Había una suerte de consenso
en que con la ascensión de Espaillat a la presidencia se abría un futuro
promisorio para el país, puesto que se le reconocía como la figura más
capacitada para promover las reformas requeridas.
Espaillat comenzó su obra de gobierno con la designación del
gabinete, calificado por Emilio Rodríguez Demorizi como el más
brillante que ha tenido la República, puesto que todos sus integrantes
eran intelectuales de relieve y, salvo uno, tenían firmes convicciones
liberales y tradición en las luchas por la independencia. La distribución
de las carteras se hizo de la siguiente manera: Interior y Policía, Manuel
de Jesús Peña y Reynoso; Guerra y Marina, Gregorio Luperón; Justicia
e Instrucción Pública, José Gabriel García; Relaciones Exteriores, Manuel
de Jesús Galván; y Hacienda y Comercio, Mariano Cestero.
La presencia de Luperón generó el rechazo de personas que lo habían
combatido en los años previos. La mayor parte de los caudillos adoptaron
una actitud hostil frente al gobierno, al observar que Espaillat desconocía el
sistema de las “gratificaciones”, que implicaban emolumentos para los
seguidores de quienes alcanzaban la presidencia aunque no desempeñasen ninguna función dentro del aparato estatal. Esto provocó que se
recuperase con rapidez la popularidad de González y Báez, quienes desde
Puerto Rico y Curazao pasaron a atizar la rebelión. Muchos de los que
respaldaron a Espaillat le dieron la espalda, por considerar que no habían
sido recompensados con posiciones en la administración pública. La sedición de los caudillos fue estimulada por los anuncios de Espaillat de que
prescindiría de los servicios de los hombres de armas a fin de dar prioridad al
área educativa, como se lo expresó a uno de ellos, el mocano Perico Salcedo.
PLANES GUBERNAMENTALES
Por primera vez, llegaba un presidente con la voluntad clara de enmendar
errores seculares, entre ellos la predisposición de los políticos enquistados
en el poder a explotar al pueblo, en vez de ayudar a su promoción. El
primer norte fue el respeto a la ley, por lo que el presidente dio orden de
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
475
que se garantizara la acción de todos los partidos. Llegó más lejos, al dar
instrucciones de que la prensa oficial recogiera escrupulosamente las
opiniones contrarias a su gobierno. Para evitar que los opositores tuvieran
que llegar a la revuelta, se ofrecieron las garantías de que todo el mundo
tenía el derecho de denunciar al presidente, así como a sus ministros y
gobernadores. El debate a través de la prensa debía sustituir la efusión
de sangre de las revoluciones. Se dictó un decreto de amnistía para todos
los perseguidos políticos, con excepción de quienes hubieran cometido
crímenes. El nuevo gobierno recogía el clamor de los círculos pensantes
sobre la necesidad de abolir el anacronismo que representaba la primacía
de los generales-caudillos en los asuntos públicos.
Espaillat y sus ministros estaban convencidos de que las dádivas a los
generales constituía la fuente primordial de la corrupción, acrecentada
durante el gobierno de González. Por tal razón, la segunda columna del
plan de Espaillat era la honradez. Dispuso que se eliminaran todas las
prebendas que se acordaban a los políticos y caudillos, a fin de hacer
prevalecer un régimen de austeridad en los gastos. En cumplimiento de
ese lineamiento, el ministro de Hacienda diseñó un plan de emergencia
basado en la disminución de los sueldos de los empleados y funcionarios
en 20 y 25%. De la misma manera, se trazó un plan financiero consistente
en aceptar solo un 25% del pago de los impuestos de aduanas en títulos
de deuda consolidados y, del 75% restante, reservar un máximo de 10%
para el pago de deudas contraídas por la propia administración.
Un tercer aspecto al que se le concedió prioridad fue el fomento del
agro, para lo cual se dispuso el levantamiento de una estadística que
pusiera en claro qué tierras eran propiedad del Estado, y con ellas fundar
granjas modelo y atraer inmigrantes. En todas las provincias fueron
designados Comisionados de Agricultura, que tendrían por función
extender las técnicas modernas entre los campesinos y contribuir al
fomento general de la instrucción y el desarrollo económico. Todos los
comisionados eran ciudadanos insignes, cuya autoridad moral podía
compararse con la de los integrantes del gabinete, como Pedro Francisco
Bonó en La Vega, Emiliano Tejera en Santo Domingo, Máximo Grullón
en Santiago y José María Cabral en Azua. Más adelante se dictó una ley
de concesión de terrenos del Estado para el cultivo de “frutos mayores”
de exportación, como azúcar, cacao y café. Tras un año de labores, los
476
PERSONAJES DOMINICANOS
agricultores tendrían derecho a obtener títulos definitivos de propiedad.
Con la reforma agraria se perseguía fomentar el amor al trabajo y desterrar
la proclividad a las “revoluciones”.
El gobierno consideró que había que sanear el crédito público de
manera permanente y vincular la reforma financiera con la creación de
un sistema crediticio que contribuyera al desarrollo de la producción.
Para tal fin, se dispuso la fundación de un Banco de Anticipo y
Recaudación, que permitiría administrar las deudas del gobierno con
los comerciantes prestamistas y hacer llegar recursos a los pequeños
productores. Aunque ese banco no llegó a funcionar, dio lugar más
adelante a las Juntas de Crédito, por medio de las cuales los grandes
comerciantes le prestaban recursos al gobierno.
No se logró enunciar con claridad otros planes a causa de la oposición
a que fue sometido el gobierno. Por ejemplo, no se pudo avanzar casi nada
en materia educativa, como era el propósito del presidente. El ministro de
Hacienda, Cestero, reconoció que no había podido hacer reformas,
limitándose a lograr pagar los sueldos y las deudas del gobierno. Por falta
de fondos no se formó la ansiada legión de maestros ni se pudieron construir
caminos. En cambio, la hostilidad de los caudillos hizo obligatorio fortalecer
al ejército, aunque se dictó una reforma en su funcionamiento.
Pese a tanta precariedad, el gobierno se preocupó de la suerte de las
hermanas de Juan Pablo Duarte, a fin de que pudieran retornar al país
junto a los restos del padre de la patria. Este gesto muestra el peso que
concedía Espaillat a los valores morales y su aguda conciencia histórica.
HOSTILIDAD DE LOS CAUDILLOS
Los lineamientos de gobierno no fueron del agrado de los políticos de la
oposición, ni de muchos que habían apoyado inicialmente al gobernante,
quienes consideraron que sus intereses resultarían perjudicados. Espaillat
consideraba que su llegada al poder respondía al ansia de justicia presente
en la sociedad; pero, ya en el poder, constató que había un ansia funesta
todavía más poderosa: la sed de oro.
En el centro del Cibao y la Línea Noroeste estallaron insurrecciones
esporádicas que pudieron ser sofocadas o controladas. En la Línea Noroeste
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
477
se conformó una coalición entre caudillos que habían sido el soporte del
baecismo pero que habían pasado a ser partidarios de Ignacio González.
Encabezados por Gabino Crespo, incluían, entre otros, a Juan Gómez,
Juan Nuezit y Juan de Jesús Salcedo. La insurrección fue estimulada
por el ex presidente González a través de su amigo Carlos Nouel, quien
obtuvo apoyo del gobierno haitiano. Contra el Presidente también
conspiraron los comerciantes extranjeros, especialmente los catalanes,
quienes de seguro ponderaron la reforma financiera como contraria a sus
intereses. Marcos Cabral, baecista prominente, desplegó una campaña
sediciosa en la prensa, en la cual obtuvo el concurso del presbítero
Francisco Javier Billini, quien se sintió ofendido por los propósitos de
reforma del sistema educativo.
Para mediados de julio de 1876, se había generalizado la rebelión,
reforzada por el desconocimiento del gobierno que hizo el gobernador
de Azua, Valentín Pérez, a inicios de agosto. Se combatía en todo el
país, enfrentándose de un lado los partidarios de la legalidad,
generalmente jóvenes de las zonas urbanas, muchos de ellos
pertenecientes a familias de estratos superiores, y del otro los caudillos
seguidores de González y Báez, quienes arrastraban a los campesinos.
Luperón caracterizó el enfrentamiento entre el gobierno y la “revolución”
con la dureza propia de un militar:
Indeliberadamente quiso el Gobierno corregir de un golpe todos
los males públicos, y los malhechores se sublevaron. Ni siquiera se
tomaron la pena de hacer un manifiesto. ¿Para quién? […] ¿Para
el país? Era innecesario, porque los que no estaban con la
revolución, eran los pocos que defendían al Gobierno. […] La
revolución era el desorden y la inmoralidad, contra el orden y la
moralidad política; era el robo y la estafa contra la austeridad; la
intemperancia y la injusticia contra la templanza y el bien; era la
tiranía implacable de la anarquía contra la libertad y la democracia,
y el despilfarro contra la entereza y la probidad. La revolución era
una blasfemia contra la ley y una burla contra la honradez. La
historia condenará inexorablemente aquel infame crimen. Aquellos
hombres no tenían más principios que los de meter la mano en la
caja del tesoro, y revolcarse luego, deshonrados, en el fango de los
bandoleros.
478
PERSONAJES DOMINICANOS
La severidad con que Luperón condenó a los “revolucionarios” no lo
llevó a ocultar que contaban con el apoyo abrumador del pueblo, no
obstante haberse sublevado contra la administración más honesta y
apegada a los principios democráticos que hasta ese momento había
tenido el país. Eso hizo decir al historiador José Gabriel García,
protagonista de aquellos acontecimientos, que eran el producto de “la
locura de un pueblo que a fuer de apasionado e ignorante, ha tenido
siempre la desgracia de renunciar a los hombres buenos, a los que aspiran
a labrar su felicidad, para convertirse en esclavo de los que no aman la
patria, de los que no hacen más que jugar con sus destinos”.
En el seno del gabinete se suscitaron diversas contradicciones,
principalmente por la propuesta de Galván de que el gobierno tratara
de neutralizar al mayor número de opositores ofreciéndoles cargos en la
administración pública. De acuerdo con la exposición de García, el
gobierno se escindió entre un sector radical y otro moderado. El primero
era partidario de librar una lucha sin cuartel contra los caudillos alzados,
mientras que el segundo propugnaba neutralizar la rebelión designando
a políticos de los otros partidos en puestos del gobierno. Como principal
portavoz del sector radical, García estimó que quienes provenían de
otros partidos no respondían a los intereses del gobierno. Particularmente,
aprovechó la existencia de dos corrientes de “revolucionarios” –la verde
y la roja– para intentar confrontarlas entre sí, ya que sus conflictos eran
más agudos que los que las enfrentaban con el gobierno. El Presidente
se inclinó por la posición moderada, por lo que cometió el error de
designar a baecistas, como José Caminero y Valentín Pérez, en las
gobernaciones de Santo Domingo y Azua; por igual, para combatir la
rebelión del segundo obtuvo el apoyo de partidarios de González, quienes
se hallaban conectados con el principal grupo de insurgentes.
CAÍDA DE LA PRESIDENCIA
Al ver que el Presidente tomaba partido a favor de la posición “moderada”
encabezada por Galván, el historiador García presentó la dimisión en
septiembre. Esto precipitó una crisis en el seno del gabinete que conllevó la
renuncia de Mariano Cestero, quien tenía la misma postura que García.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
479
Con anterioridad, Luperón se había opuesto a la política económica que
había adoptado Cestero, por estimar que lesionaba los intereses de los
comerciantes de Puerto Plata, quienes habían apoyado al gobierno. El
prócer restaurador había optado por retirarse a Puerto Plata a causa de
diferencias sobre los procedimientos administrativos para el mando de las
tropas. Aislado y con la sola ayuda de los jóvenes burgueses de la ciudad,
se dedicó a enfrentar a los caudillos insurrectos de la Línea Noroeste. Pero,
adicionalmente, Luperón no confiaba en la dirección que a los asuntos
gubernamentales le había impuesto en Santiago el ministro de Interior,
Peña y Reynoso, a quien consideraba un ingenuo que se perdía en la retórica.
Mientras tanto, en Santo Domingo la renuncia de Cestero arrastró
la del general Luis Felipe Dujarric, comandante de armas y de firmes
posiciones liberales, quien impedía que el gobernador José Caminero se
sublevara. Espaillat, sin embargo, no cejaba en la actitud de llamar a
todos los partidos a prestar su concurso al gobierno, convencido de que
el único recurso que le quedaba era el de la conciliación. Por sugerencia
del nuevo ministro de Hacienda y Comercio, Juan Bautista Zafra, el
Presidente terminó rodeado de personas de la tendencia moderada,
quienes en el fondo no se sentían comprometidos con él ni con el estilo
que le había querido imprimir a los asuntos públicos.
En esas condiciones, y no obstante el hecho de que la rebelión se
encontraba bastante estancada, no fue difícil que el 5 de octubre el general
Pedro Valverde y Lara, asilado en el consulado de Francia, dirigiera un
pronunciamiento en la misma capital de la República con la complicidad
de algunos funcionarios del gobierno. Hasta el ministro Zafra y el
gobernador Caminero terminaron adhiriéndose al golpe de Estado y
formaron parte de una Junta Superior Gubernativa que se hizo cargo del
Poder Ejecutivo hasta que retornó al país Ignacio María González.
Ante tanta traición, Espaillat optó por refugiarse en el Consulado de
Francia por temor a ser desconsiderado. No aceptó la propuesta del general
Isidro Pereira de oponerse por la fuerza al pronunciamiento a favor de
González. Deseaba a toda costa evitar más derramamiento de sangre y
había perdido la voluntad de mantenerse en el poder. Desde tiempo atrás
se quejaba, en cartas a sus amigos, de que había sido llamado a una posición
que no había ambicionado y había encontrado que muchos de los que le
habían apoyado inicialmente le habían dado la espalda.
480
PERSONAJES DOMINICANOS
El ejercicio del poder le infligió un duro golpe moral, por lo que
decidió retirarse a la vida privada y no volver a incursionar en la política,
aunque sin perder la fe en que, en un futuro no lejano, sobrevendría la
redención del pueblo. Recibió garantías de González de que podía
marcharse a su casa, pero prefirió mantenerse asilado. El gobierno de
González fue efímero, pues los baecistas rápidamente se recompusieron
de las derrotas sufridas en los meses anteriores y organizaron una nueva
“revolución”, derrocándolo en diciembre de 1876.
Uno de los jefes de la rebelión, Marcos Cabral, yerno de Báez,
reivindicó la figura de Espaillat, contraponiéndola al depuesto González.
En su quinto y último gobierno Báez se comprometió a aplicar una
política democrática y legalista, para lo cual no le convenía aparecer
como responsable de la caída de Espaillat. Este aceptó las seguridades
que le ofreció Marcos Cabral, quien quedó provisionalmente al frente
del Poder Ejecutivo, para que se fuera a su hogar sin ningún temor.
La experiencia gubernamental resultó funesta para la salud de
Espaillat. Cuando retornó a Santiago, con apenas 53 años, lucía como
un anciano con el pelo encanecido. La decepción hizo mella de su
constitución corporal. Ignoró los propósitos de los sucesivos gobiernos
efímeros de intentar capitalizar su patriotismo. El presidente Cesáreo
Guillermo, por ejemplo, lo designó comisionado del gobierno en el
norte, lo que no aceptó.
Recluido en su casa, falleció en Santiago el 25 de abril de 1878,
víctima de difteria, a los 55 años. El Congreso decretó nueve días de
duelo y los establecimientos de Santiago cerraron sus puertas. La
población se presentó masivamente en su hogar para rendirle homenaje
póstumo. Ya se comenzaba a tomar conciencia del extraordinario ejemplo
que representaba su vida y del aporte intelectual que había legado.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
481
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Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII
Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A.
Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII
Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A.
Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV
Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV
La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente
Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI
Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera,
Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (1680-1795).
El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXIX
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXX
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional
del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXI
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el
Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en
la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la
provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández
Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
PUBLICACIONES DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Vol. XXXIV
485
Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e
introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo Nacional
de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo,
Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle
Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco
Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLVII
Censos municipales del siglo XIX y otras estadísticas de población. Alejandro
Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II,
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. L
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LI
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
486
Vol. LII
Vol. LIII
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Vol. LXIV
Vol. LXV
Vol. LXVI
Vol. LXVII
Vol. LXVIII
Vol. LXIX
Vol. LXX
PERSONAJES DOMINICANOS
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco
Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de
J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (19301961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de la
Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis
Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda, Santo
Domingo, D. N., 2008.
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo, D.
N., 2008.
Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga Pedierro,
et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
PUBLICACIONES DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Vol. LXXI
487
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E.
Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV
Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio
Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco Gregorio
Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2009.
Vol. LXXX
Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco Gregorio
Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel Moreta,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el patrimonio
documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez, Maritza Mirabal,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo de
Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
488
Vol. XC
Vol. XCI
Vol. XCIII
Vol. XCIV
Vol. XCV
Vol. XCVI
Vol. XCVII
Vol. XCVIII
Vol. XCIX
Vol. C
Vol. CI
Vol. CII
Vol. CIII
Vol. CIV
Vol. CV
Vol. CVI
Vol. CVII
Vol. CVIII
Vol. CIX
PERSONAJES DOMINICANOS
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio,
(Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N.,
2009.
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María
Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo General
de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010.
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2010.
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas. J.
Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
PUBLICACIONES DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Vol. CX
489
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación de
Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXI
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el régimen
de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo
de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXII
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIII
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del
Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario
Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia Dominicana
de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el
Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIV
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria.
Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXV
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo General
de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVI
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana.
José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVII Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán.
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril. Augusto
Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIX
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXX
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXI
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXV
Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos).
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, edición
conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el
Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de
Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición
490
PERSONAJES DOMINICANOS
conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de
Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición
conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948). Jorge
Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos XV-XIX, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro L.
San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVII La caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo azucarero
dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia, 18491856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.Vol. CXL
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G. Pérez,
Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLI
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIII Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIV
Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLV
Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVI
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge Berenguer
Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
PUBLICACIONES DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Vol. CXLVII
491
Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial. Raymundo
González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIX
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro
Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CL
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLI
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CLII
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos Andújar
Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLIII
El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIV
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José
Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLV
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Vol. CLVI
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVII
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVIII Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el
Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIX
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLX
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXI
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXII
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca Giner
de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIII Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
492
Vol. CLXV
Vol. CLXVI
Vol. CLXVII
Vol. CLXVIII
Vol. CLXIX
Vol. CLXX
Vol. CLXXI
Vol. CLXXII
Vol. CLXXIII
Vol. CLXXIV
Vol. CLXXV
Vol. CLXXVI
Vol. CLXXVII
Vol. CLXXVIII
Vol. CLXXIX
Vol. CLXXX
Vol. CLXXXI
Vol. CLXXXII
PERSONAJES DOMINICANOS
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty
Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A.
Ravelo.Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A.
Morales, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 1.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012
El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo XIX: República Dominicana,
Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo,
D. N., 2012.
Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a
España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América
Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.
Visión de Hostos sobre Duarte. Eugenio María de Hostos. Compilación y edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N., 2013.
Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación agraria en
la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San Miguel, Santo
Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
De súbditos a ciudadanos (siglos XVII-XIX): el proceso de formación de las
comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo). Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012.
PUBLICACIONES DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
493
Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona, San
Salvador-Santo Domingo, 2012.
Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de
la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de
la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet y otros, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CLXXXVII Libertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad
Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIII Biografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXC
Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de Sistema
Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCI
La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo proceso
de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano Giménez, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCII
Escritos históricos de Carlos Larrazábal Blanco. Tomo I. Santo Domingo,
D. N., 2013.
Vol. CXCIII Guerra de liberación en el Caribe hispano (1863-1878). José Abreu Cardet
y Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIV Historia del municipio de Cevicos. Miguel Ángel Díaz Herrera, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCV
La noción de período en la historia dominicana. Volúmen I, Pedro Mir,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVI La noción de período en la historia dominicana. Volúmen II, Pedro Mir,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVII La noción de período en la historia dominicana. Volúmen III, Pedro Mir,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVIII Literatura y arqueología a través de La mosca soldado de Marcio Veloz
Maggiolo. Teresa Zaldívar Zaldívar, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIX El Dr. Alcides García Lluberes y sus artículos publicados en 1965 en el
periódico Patria. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CC
El cacoísmo burgués contra Salnave (1867-1870). Roger Gaillard, Santo
Domingo, D. N., 2013.
PERSONAJES DOMINICANOS
494
Vol. CCI
Vol. CCII
«Sociología aldeada» y otros materiales de Manuel de Jesús Rodríguez Varona.
Compilación de Angel Moreta, Santo Domingo, D. N., 2013.
Álbum de un héroe. (A la augusta memoria de José Martí). 3ra edición.
Compilación de Federico Henríquez y Carvajal y edición de Diógenes
Céspedes, Santo Domingo, D. N., 2013.
COLECCIÓN JUVENIL
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Dictadores dominicanos del siglo XIX. Roberto Cassá. Santo Domingo,
D. N., 2008.
Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps (siglo XIX).
Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.
COLECCIÓN CUADERNOS POPULARES
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes
Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo,
D. N., 2009.
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó. Santo
Domingo, D. N., 2010.
COLECCIÓN REFERENCIAS
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011.
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos de
Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012.
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.
Esta segunda edición de Personajes dominicanos, Tomo I, de Roberto Cassá,
terminó de imprimirse en los talleres gráficos de Editora Alfa y Omega,
Santo Domingo, República Dominicana, en el mes de enero de 2014.
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