Alocución para la ordenación episcopal Señor Cardenal, señores

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Alocución para la ordenación episcopal
Señor Cardenal, señores Obispos, sacerdotes, consagradas y consagrados.
Excelentísimas e ilustrísimas autoridades, señoras y señores, amigos todos y hermanos
en Cristo.
Saludo con especial deferencia a Su Excelencia Mons. Manuel Monteiro de Castro, actual Secretario de la Congregación para los Obispos, que se ha dignado ordenarme; y a Su
Excelencia Mons. Renzo Fratini, Nuncio Apostólico en España. A través de él deseo expresar
mi profunda comunión y obediencia al Santo Padre, Benedicto XVI, así como mi agradecimiento por la confianza que me ha otorgado al nombrarme para este ministerio apostólico.
El sentimiento que embarga hoy mi corazón es la gratitud. Me conmueve profundamente que, a través de la Iglesia, el Señor me haya llamado a formar parte del colegio episcopal. Que Jesús, que eligió a los doce apóstoles, haya pronunciado también mi nombre y me
haya asociado a su misión. Agradezco también, queridos hermanos, vuestra presencia orante
aquí, en este momento de gracia. Me anima y me da más fuerza para responderle a Él con
fidelidad.
Consciente del don y de la misión apostólica que he recibido hoy, quisiera tener siempre presentes las palabras que San Agustín dirigió a los fieles de Hipona en un aniversario de
su ordenación episcopal “Con vosotros soy cristiano, para vosotros soy obispo. El ser cristiano es en beneficio propio; el ser obispo, es únicamente para vuestra utilidad.” “Si por una
parte me asusta lo que soy para vosotros, por otra me consuela el estar con vosotros”. (Sermo, 340,1). Sí, queridos hermanos y hermanas de la Iglesia de Tarazona, el poder caminar
junto con vosotros es para mí un signo maravilloso del amor de Dios para conmigo.
Escogí para mi ordenación este día, festividad de San José, esposo de María y patrón
de la Iglesia universal, porque es ejemplo de vida, hombre justo y sencillo, del que no conservamos ninguna palabra, pero que supo acoger como nadie el proyecto de Dios sobre su vida.
Acogió en la fe el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, y luego vivió únicamente al
servicio de Jesús y María. Como José, salvando las distancias, me siento pequeño y limitado
al asumir esta nueva misión que el Señor y la Iglesia me encomiendan. He suplicado al Señor
durante estos días que me dé lo que manda y que mande lo que quiera, que me ayude a ser
para vosotros pastor según el corazón de Cristo, pastor bueno al servicio de nuestra querida
iglesia de Tarazona.
Siento fuertemente la necesidad de pedir vuestro apoyo y oración para llevar adelante
según el plan de Dios este ministerio pastoral que se me ha encomendado, y que es para mí
una carga, una carga que acepto con gusto por amor a Él y por amor a vosotros; lo hago de
nuevo con san Agustín, porque también él pedía con frecuencia oraciones a sus fieles: “Aligerad, pues, hermanos mi carga; aligerad mi carga ayudándome a llevarla, compadeceos de
mi: rezad por mí y vivid bien” (Serm 239,4 y 46,2).
Hoy, como pastor vuestro, con palabras del venerado Juan Pablo ll, os invito y comprometo a todas las personas de esta querida diócesis de Tarazona, a que hagamos de esta
iglesia una “casa y escuela de comunión” (NMI 43). Quisiera que ese desafío propuesto por el
Santo Padre para toda la Iglesia, lo hiciésemos realidad en esta amada Iglesia particular de la
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diócesis de Tarazona. Desearía que todos juntos creásemos una verdadera comunidad de mujeres y hombres que creen, esperan y aman.
El lema de mi servicio apostólico lo he señalado con las palabras de San Pablo: “caritas in veritate” (1Cort 13,6). El fuego de la “caridad” constituye el alimento, el calor, el ambiente donde se forja la convivencia familiar; en torno al fogón de la caridad se estrechan las
relaciones humanas, se siente su calor y se ilumina la casa; con ella podremos crear una verdadera familia, donde todos se sientan acogidos y amados. Y “escuela” donde todos podamos
escuchar al Divino Maestro, donde todos podamos aprender las enseñanzas del evangelio,
donde todos encontremos la verdad, la única verdad: Cristo Jesús.
Para lograr este objetivo es imprescindible que todos trabajemos en la misma dirección, con el mismo entusiasmo pastoral; que todo el prebisterio, especialmente, viva unido.
“El presbiterio está inserto sacramentalmente en la comunión con el Obispo y con los otros
presbíteros para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y atraer a todos a Cristo” (PDV
12). Sé que mi labor pastoral sería irrelevante sin vosotros, queridos sacerdotes. Confío en
vosotros y espero que también vosotros tengáis confianza conmigo. Juntos podremos construir una diócesis en la que sea fácil vivir unidos, donde la Palabra de Dios sea la luz que ilumine nuestros pasos pastorales y la Eucaristía sea el centro de animación y alimento de nuestras vidas.
Junto con el presbiterio me dirijo también a las diversas formas de vida consagrada
presentes en la Diócesis, sin olvidar los monasterios de vida contemplativa. Espero que vuestra identidad carismática, vida fraterna y misión apostólica sirvan para acompañar y revitalizar la vida pastoral de nuestra diócesis.
Como uno de los objetivos pastorales prioritarios quisiera aludir explícitamente a la
familia, célula fundamental de la sociedad y de la Iglesia; centro donde se instauran relaciones
interpersonales, ricas de interioridad y de entrega gratuita. Si queremos construir una sociedad
sana, próspera, creadora de bienestar y de paz, la tenemos que fundamentar en la familia. Ahí
es donde se forja el joven, el hombre y la mujer, el futuro de la sociedad. A ella quisiera dedicar una atención especial de mi servicio apostólico. Quisiera ayudar a los cónyuges y a los
padres en el cumplimiento de sus deberes y contribuir a fomentar la vida cristiana en el seno
de la familia. En ella se forjan las vocaciones de especial consagración. Promovamos una cultural vocacional que ilusione a los jóvenes y juntos caminemos hacia la Jornada Mundial de la
juventud.
Dentro de mis preocupaciones pastorales reservaré siempre un lugar preferente a las
personas más débiles y vulnerables, a los niños, jóvenes, los pobres, los enfermos, los ancianos, los emigrantes, los que se encuentran solos, los que han perdido el sentido de la vida, los
que se sienten marginados por la sociedad, los desempleados, los que sienten la soledad del
espíritu, los que sufren especiales dificultades en el cuerpo o en el espíritu. Espero que juntos
podamos encontrar caminos y respuestas para aliviar y afrontar esos problemas y situaciones
de dolor y sufrimiento.
Al nombrar a estos grupos de personas no quiero que nadie se sienta marginado de mis
preocupaciones, interés y afecto. Deseo que todos y cada uno de los que componéis esta parcela que el Señor me ha confiado ocupe un lugar especial en mi corazón de pastor.
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No quisiera concluir estas palabras sin mostrar públicamente mi agradecimiento a
Mons. Demetrio, anterior Pastor de esta Diócesis y administrador apostólico hasta hoy. Gracias por su generoso servicio pastoral y denodado empeño en favor de esta querida iglesia
particular. Sé bien cuánto la ha amado y cuánto seguirá amándola.
Gracias al colegio de consultores, a los diversos responsables de las actividades pastorales de la diócesis y a todos aquellos que durante este tiempo habéis trabajo con tanta generosidad por mantener la actividad pastoral de la diócesis y preparar esta ordenación. Mil gracias.
Mi agradecimiento para mi querida madre que nos acompaña en estos momentos. Gracias, madre, por tus oraciones y ejemplo de vida; sé que ellas me han sostenido y alentado en
el transcurso de mi vida. No puedo dejar de mencionar a mi querido padre, que descansa en la
paz del Señor. Estoy seguro de que desde allí me acompaña en esta nueva misión.
Agradezco también la ayuda, la seguridad que me han dado mis hermanos, mis familiares y amigos. Un saludo cordial a todos los vecinos de Cárcar que me acompañan en esta
celebración. Gracias a todos.
Quiero agradecer a la Orden de Agustinos Recoletos, representada aquí en la persona
del Prior General, P. Miguel Miró, y algunos miembros del Consejo General. Gracias por todo
lo que habéis hecho conmigo. Gracias a la Orden hoy estoy aquí como pastor de esta querida
diócesis de Tarazona.
Quiero dedicar también un recuerdo especial a la Congregación para los Institutos de
vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, representada aquí dignamente por su Su
Excelencia Mons. Joao Braz de Aviz, Prefecto de la CIVCSVA, y por diversos colegas venidos expresamente desde Roma para acompañarnos en esta eucaristía. Han sido 35 años de
trabajo, ricos de experiencias, de viajes, de amor a la Iglesia y de esfuerzos por la vida consagrada. Gracias a todos los que me ayudaron a servir y amar más a la Iglesia.
Finalmente, gracias a todos….Que María, Reina y Madre de misericordia nos acompañe y proteja en nuestra misión apostólica. Gracias.
+Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona
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