¿Somos los chilenos una mala raza?

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El Clarí-n de Chile
¿Somos los chilenos una mala raza?
autor Gustavo Mártin Montenegro
2006-09-08 22:17:16
Es frecuente escuchar entre nuestros compatriotas, obviamente para referirse más a otros que a sÃ- mismos, que los
chilenos somos de mala raza o de mala clase. Los epÃ-tetos se originan y crecen, con mucha frecuencia, ante las
dificultades de consenso y unidad que tanto le cuesta conseguir a los chilenos de nuestra comunidad residente en
Australia. Fenómeno que no solo se repite en otros paÃ-ses del mundo, sino que también al interior de nuestra nación
de origen.
Desgraciadamente esto no es nada nuevo. Históricamente el pueblo chileno fue preparado e inducido a pensar en una
especie de inferioridad humana por los sectores oligárquicos del paÃ-s (del griego oligos, pocos y arkhé, gobierno). En
efecto, la plutocracia chilena (del griego ploutos, riqueza o preponderancia de la clase rica en el gobierno) se las
ingeniaron para que el pueblo se convenciera de esta inferioridad y terminara por ser aceptada como una cuestión
cultural.
¿De dónde viene esto y cuando se origina este discurso plutocrático? Es una pregunta que nos hemos hecho muchas
veces y que necesariamente debemos buscar en el contexto histórico que se produce.
En octubre de 1883 se firma con el Perú el tratado de Ancón, que pone término al conflicto de la guerra del PacÃ-fico y
mediante el cual, Perú entrega a Chile la provincia de Tarapacá. En 1884 se firma el tratado de tregua con la otra parte
del conflicto, Bolivia, incorporando al paÃ-s la provincia de Antofagasta. Por otra parte y casi simultáneamente, en 1883,
se celebra, en la llamada zona de la Frontera o AraucanÃ-a, el último Parlamento entre el gobierno de Chile y el pueblo
Mapuche. En representación de éstos últimos, el cacique Venancio Coñoepán decide llegar a un acuerdo con las
autoridades del gobierno central. Se funda entonces la ciudad de Temuco y a través de este acuerdo, más forzado que
voluntario, los indÃ-genas del sur son obligados a deponer sus armas y entregar los terrenos que habÃ-an defendido
sigilosamente por siglos, frente a los conquistadores españoles.Es decir, al finalizar el conflicto con la Confederación
Perú-Boliviana, más la anexión de la AraucanÃ-a, Chile se encuentra con extensiones territoriales enormes  que Â
necesita  poblar urgentemente. Era obvio, como señala el profesor Sergio Villalobos, que “los vacÃ-os demográficos d
territorio chileno representaban un peligro para los nuevos propietarios y administradores. Se decÃ-a que la baja
densidad del paÃ-s era un escollo para el propósito de ocupación efectiva del territorio. La idea era no solo traer más
gente, sino traer gente mejor. Este fue el inicio del discurso de la plutocracia criolla: mejor gente.
Los sectores oligárquicos deciden entonces instalar Oficinas de Inmigración en Europa para traer inmigrantes a Chile,
los que podrÃ-an instalarse en los nuevos dominios adquiridos por Chile a través de la fuerza y con el apoyo económico
del imperialismo británico, que habÃ-a financiado gran parte de la guerra del PacÃ-fico por los intereses económicos que
mantenÃ-a en la región.
El gobierno de Domingo Santa MarÃ-a, parte de la oligarquÃ-a criolla, no se da el trabajo de crear una oficina
especializada en asuntos inmigratorios, sino que simplemente decide entregarle esta responsabilidad a la Sociedad
Nacional de Agricultura (SNA), antro de señores acaudalados y latifundistas que se sentÃ-an dueños del paÃ-s.
A rÃ-o revuelto, ganancia de pescadores.
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La Sociedad Nacional de Agricultura abre sus oficinas en Alemania, Suiza, Italia, Francia y se crean mecanismos para
traer ciudadanos árabes, principalmente de lo que es hoy Jordania y Palestina. Desde allÃ- empiezan a llegar
inmigrantes hacia Chile, a los que generalmente se les entregan tierras y algunos elementos laborales para que inicien
la colonización en las nuevas tierras anexadas al paÃ-s. Hay un meticuloso cuidado de separarlos: a los europeos al sur
y a los árabes al norte. Los italianos, con rasgos similares a los árabes, son también destinados al norte. Mientras tanto,
algo también para los organizadores de la inmigración. Muchos conspicuos representantes de la oligarquÃ-a criolla
deciden asignarse, para sÃ- y ante si, territorios en la AraucanÃ-a o simplemente establecer comprar fraudulentas, para
despojar a la población originaria de los territorios que les pertenecÃ-an, miles de años antes que llegaran los
españoles a Chile. Todo termina con el enclaustramiento de la población Mapuche en las llamadas “reducciones―.
Chile mientras tanto se subleva. Reclamos, dimes y diretes por la actitud que asumÃ-a el gobierno de don Domingo
Santa MarÃ-a y su fuerza de choque: La Sociedad Nacional de Agricultura. Muchos chilenos empiezan entonces a
reclamar el derecho a ser considerados y a través de protestas y cartas, exigen ser parte del proceso colonizador del sur
y del norte. Es aquÃ- cuando se orquesta una maquiavélica campaña publicitaria, cuya finalidad era silenciar las
legÃ-timas aspiraciones de ciudadanos “comunes y corrientes― Se busca demostrar que los chilenos son de mala raza o
de mala clase. Con discursos apocalÃ-pticos y llenos de retórica, se pretende demostrar que el paÃ-s estarÃ-a a punto de
sucumbir y permitir que los vencidos se rehicieran de los territorios ganados, con tanto esfuerzo y sangre de chilenos.
Se dice: “hay que traer gente más inteligente y más preparada, para asumir esta patriótica tarea de poblar el sur y el
norte―.
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Es tal el lavado cerebral, que se incluye en textos escolares y con desfachatez inusitada, se enseña que los chilenos
son de mala raza y que obviamente hay que mejorarla, con los nuevos e inteligentes inmigrantes europeos. No tengo
nada contra los inmigrantes europeos; por el contrario estoy convencido del gran aporte que han hecho al paÃ-s. Mi
abuelo paterno fue uno de ellos, procedente de Suiza en 1887.
Sin embargo, detrás de este discurso apologético sobre la inmigración europea, se esconden los verdaderos intereses
de la plutocracia nacional: ser parte del botÃ-n de guerra.Se llega a tal extremo que los hombres y mujeres piensan dos
veces antes de casarse con el vecin@ o el amig@ de juventud , ya que de hacerlo, permitirÃ-an mantener la raza. Las
mujeres jóvenes eran inducidas a casarse con los nuevos inmigrantes europeos para “mejorara la raza―.
Desgraciadamente el discurso de los grupos dominantes fue tan intenso, que terminó por convencer a los chilenos que
realmente eran de mala clase. Se creó entonces una cultura de inferioridad que no tardó en ser aceptada como una
situación normal.
Los chilenos del siglo XXI siguen conservando gran parte de esta tradición cultural y generalmente la usan, con un
sentido peyorativo, para referirse a sus connacionales. La clase media arribista busca identificarse con el europeo y
aislarse, lo más posible, de la “chusma inconsciente―, como la llamara más tarde Arturo Alessandri Palma. El reflejo de
esta situación ha quedado interesantemente documentado en la novela de Alberto Bless Gana: Los trasplantados.
¡Qué lástima! Ojalá pudiéramos sacudirnos de este fenómeno cultural y llegar a la convicción de que, como seres
humanos, somos iguales a los europeos, asiáticos, africanos o australianos. Solo cuando haya confianza en nosotros
mismos, seremos capaces de avanzar y construir.
Repetir estos epÃ-tetos, es ubicarse históricamente en el pasado y obviamente en el discurso de los grupos
oligárquicos, que continúan viviendo y dirigiendo el paÃ-s detrás de las bambalinas, con la complicidad de los
“concertacionistas renovados―.
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