Silencio – Comunicación Magníficat Señor Jesús, Tú que te has ido para quedarte, que has vuelto al Padre para estar más cerca de nosotros y para llenarnos de tu Espíritu Santo, para que pudiéramos ser partícipes de tu obra, siendo instrumentos tuyos, para que muchos otros te conozcan y te sigan, ven en nuestra ayuda, ven y acompáñanos, ven y derrama tus gracias en nosotros, para que podamos llevar tu Palabra, para que la anunciemos con la vida, para que la demos a conocer con nuestra vida y nuestras actitudes. Señor, Tú que nos has dado, la misión de ser tus testigos, ayúdanos a vivir como Tú quieres y haz que transmitamos lo que creemos, dando testimonio de ti y de tu Palabra con alegría Que así sea. Engrandece mi alma al Señor, en él goza mi espíritu, Ecce ancilla Domini, Aleluya, Amén. Todos los pueblos me honrarán, porque en mí fuiste grande. Tu nombre es Santo Inmortal, Aleluya, Amén. Su brazo es de gran poder, dispersa a los orgullosos, derriba del trono a los soberbios, Aleluya, Amén. A Israel su Hijo Amado, auxilia con su Amor. Según lo dicho a Abraham, Aleluya, Amén. Magníficat, Magníficat, Magníficat, Amén, Magníficat, Magníficat, Aleluya, Amén. (bis) La ALEGRÍA de la vocación AMBIENTACIÓN En esta tarde nos unimos para orar por las vocaciones. Tenemos especialmente presentes a los jóvenes que se plantean qué es lo que Dios quiere de ellos y a quienes están pasando por un momento de dificultad en su vocación. Éste es un encuentro personal de cada una de nosotras con Dios para que, abiertas a su Gracia, fortalezca nuestra vocación. La vocación no se define por el “hacer” sino más bien por el ‘ser’. Estamos llamadas a vivir nuestras vidas en una respuesta generosa y continua a Aquel que nos dio la vida. Estar en presencia del Padre, compartiendo la misión de Cristo y dar testimonio del Espíritu Santo, para ser verdaderas seguidoras del Buen Pastor. Precisamente es este seguimiento, esta respuesta fiel a su llamada, la que nos llena de alegría. CANTO: Ven Espíritu de Dios sobre mi, me abro a tu presencia, cambiarás mi corazón. Texto evangélico: Lc. 6, 20-23 Y Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas”. Reflexión: La alegría de Jesús rompe los criterios de felicidad de su tiempo. Su secreto está en su experiencia de sentirse unido a Dios y, en él, a todos los seres humanos y a la creación. En las bienaventuranzas, Jesús anuncia que los pobres, los hambrientos, los humildes, son felices “porque Dios ha decidido ser su Rey”, “porque Dios los consolará” , “porque Dios los saciará”, “porque Dios tendrá misericordia de ellos”. Solo Dios puede producir alegría en medio de la pobreza, el llanto, el hambre o la persecución. Esto significa que, incorporados a Jesús, también nosotros podemos vivir la alegría de Dios en medio de todas las situaciones difíciles (personales, eclesiales y sociales) que nos toca vivir. La alegría cristiana no ignora el sufrimiento, no lo sacraliza, sino que lo perfora hasta llegar al núcleo en el que experimentamos que Dios está con nosotros. Entonces, ¿quién nos podrá separar del amor de Dios? CANTO: Nada nos separará del amor de Dios MARÍA, DISCÍPULA DE LA ALEGRÍA María es el primer ejemplo de la alegría de responder a la llamada de Dios. El relato de la vocación de María está impregnado del gozo de Dios a partir del primer saludo del ángel Gabriel: “Alégrate, María”. Ella es la “llena de gracia”. Podríamos decir que es también la llena de alegría porque donde hay gracia de Dios hay siempre alegría. María se siente de tal modo inundada de la gracia de Dios que produce alegría, que, en su visita a Isabel, prorrumpe en un canto de gozo: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”. Por una parte, vive la alegría de su vocación; por otra, su vocación consiste en transparentar la alegría de Dios. Al mismo tiempo, desde el comienzo será una alegría que se abre camino en medio de la turbación, la angustia y la perplejidad. Breve silencio CANTO: Hágase en mi cuanto quieras, como quieras, donde quieras, aquí estoy para vivir, tu llamada. ¿CUÁL ES LA FUENTE DE NUESTRA ALEGRÍA? La Palabra es generadora de alegría Comunicar la alegría que se produce en el encuentro con Cristo, Palabra de Dios presente en medio de nosotros, es un don y una tarea imprescindible. En un mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfluo o extraño, confesamos con Pedro que sólo Él tiene «palabras de vida eterna». No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante. Trabajar para que los hijos e hijas de Dios menos favorecidos puedan vivir con dignidad San Vicente nos recuerda que no podemos asegurar mejor nuestra felicidad que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres. Por el contrario, buscar sólo los propios intereses es el camino más directo a la tristeza y al tedio. Cuando nuestra vocación está atravesada por esta pasión por los más débiles genera y transmite la alegría que Jesús promete en las bienaventuranzas. La alegría es fruto de la comunión. Para san Vicente y santa Luisa la vida en comunidad tiene una dimensión teologal, a imitación de la trinidad. Alimenta y fortalece la misión de cada una, de la misma manera que la misión alimenta y fortalece la vida fraterna y en ella se rehacen de continuo las fuerzas. San Vicente pide a las primeras hermanas: “Tengan gran cuidado del servicio de los pobres y sobre todo de vivir juntas en una gran unión y cordialidad, amándose las unas a las otras para imitar la unión y la vida de Nuestro Señor”. La Eucaristía, origen de nuestra Alegría CANTO: Tu mi raíz. Cada vez que celebramos con fe la Eucaristía, el amor de Dios nos invade y nos hace capaces, a su vez, de dar la vida por los hermanos. De aquí brota la alegría cristiana, la alegría del amor". Como los discípulos de Emaús, solo cuando Él nos reparte su pan, empezamos a reconocerlo y tenemos fuerzas para reemprender el camino con alegría. Dar testimonio, es comunicar y transmitir aquello que estoy convencido y por lo tanto lo que creo, siendo así, ¿de qué manera hago conocer y así transmito y comunico mi fe? ¿De qué manera contagiamos esa alegría de discípulas? ¿La alegría de vivir nuestra vocación de Hija de la Caridad?