“HABLEMOS DE SENSACIONES…” Abro los ojos, estoy en mi furgoneta, aparcado justo al lado del Pabellón Polideportivo de Ainsa, la noche ha ido regular. El entusiasmo e ilusión contenida durante tantos días, no me ha dejado dormir muy bien. Todavía resuenan en mi cabeza las instrucciones dadas por la organización en el briefing del día anterior, en la plaza mayor de Ainsa, “…estar muy atentos a las señalización de la PR y GR, hidrataros bien y sobre todo disfrutar”. Todavía escucho los aplausos y gritos de la gente después de cada intervención de los responsables de la carrera, y el sonido del dron sobrevolando nuestras cabezas y tomando hasta el más mínimo detalle de lo que allí estaba sucediendo. Son las 5:00 am, todavía no ha salido el sol, pero ya se oye a la gente entrando a desayunar. Me levanto, rápidamente y pienso…”ha llegado la hora…por fín”. La maquinaria se va poniendo en funcionamiento, mis músculos comienzan a trabajar y mi corazón se empieza a acelerar. Mi cerebro al 100% ya repasa cada detalle que debo de tener en cuenta a la hora de preparar todo lo necesario para correr. Zapatillas, calcetines…mallas, camiseta…el dorsal…la mochila, los palos, las gafas, la gorra…el mapa, y como no mi cinta de la Virgen del Pilar con una medallita de la misma cosida, que siempre me acompaña en mis salidas por montaña…no soy muy creyente, pero me da suerte. Tras un escueto desayuno, en la “furgo” salgo para el Campo de Futbol, lugar de donde parte la prueba. Somos unos 400, entre la Trail y la Ultratrail. La gente está estirando y preparándose, colocándose bien la mochila, ajustando los palos, configurando correctamente el ordenador del reloj para que todo quede registrado. Se respira un ambiente puramente “de montaña”. Son las 5:55 am, faltan 5 minutos para que todo comience, para dar rienda suelta a toda la energía contenida durante tanto tiempo. El césped del campo de futbol esta mojado, la silueta del gigante, La Peña Montañesa, ya se puede ver en lo alto del horizonte. Me encuentro bien y muy animado. Observo a mi alrededor las expresiones de la cara de la gente que me rodea, y sobre todo lo que percibo es ilusión y alegría, todo es perfecto. Son las 6:00 y el estruendo del cohete que anuncia el inicio de la prueba resuena en mis oídos como el sonido que hace la fusta al golpear la grupa del caballo. Mi reacción es muy parecida, mis músculos se tensan y arranco a correr junto con el resto de los corredores. El primer kilómetro y medio de carrera se desarrolla ordenadamente tras el coche de la organicación …últimos ajustes del equipo, y comienzo a coger el ritmo adecuado para soportar los 65 km y más de 3.300 mtrs de desnivel que me esperan. Nos adentramos en el bosque y ya se va estirando el grupo, cada uno va cogiendo su ritmo y los “pros” se van alejando del resto de participantes con su ritmo endemoniado directos a la victoria. El resto comenzamos nuestra propia carrera individual, donde vamos a comprobar si la preparación para la misma ha sido correcta o no. Si las horas y horas acumuladas en el monte, durante este invierno, darán los frutos deseados. No venimos a disputar la victoria a nadie…. venimos a disfrutar de este entorno tan privilegiado que nos rodea y que nos va a acompañar durante el tiempo que estemos disputando la prueba. Un entorno que sin duda nos va a brindar los momentos más espectaculares y maravillosos que podamos imaginar. Venimos en definitiva a disfrutar de la montaña. Van pasando los kilómetros y comenzamos a ascender por las sendas y caminos que conforman el PR por donde se desarrolla la prueba. Lejos queda ya Ainsa, y los olores, colores y sonidos de la montaña comienzan a hacer acto de presencia. Tras 10 km, en los que nos hemos movido bastante ligeros, ya que las fuerzas todavía nos responden, y con el terreno que ya, descaradamente “pica” hacia arriba, llegamos al primer avituallamiento, estamos en el Monasterio de San Beturián, y los otros protagonistas de la carrera, los voluntarios encargados de cuidarnos e hidratarnos, hacen acto de presencia…agua, fruta, frutos secos…todo perfecto continuamos. Delante nuestro se encuentra el primer gran reto de la jornada, la subida al Collado del Santo (1.796 mtrs). El desnivel acumulado desde el comienzo de la subida son 900 mtrs. Me lo tomo con calma adoptando un ritmo calmado pero continuo. Voy pasando a compañeros que llevan un ritmo inferior…otros me pasan a mí, esto funciona así. La ascensión se hace dura…pero a mitad de subida, de repente agazapado entre la maleza aparece un voluntario, apostado entre unos arbustos y junto a un pequeño manantial que rezuma agua fresca, nos ofrece un vaso de la misma que me sabe a gloria. En ese mismo instante, y por encima ya de los 1.500 mtrs de altura, aprovecho para darme la vuelta y observar el paisaje, abajo el Sobrarbe, arriba Peña Montañesa, hay algún otro lugar mejor donde estar corriendo? Continúo a ritmo constante y enseguida me junto con un grupo de unos 20 corredores, que vamos al mismo ritmo. Nadie habla, la columna de gente se mueve por el camino como una serpiente multicolor. En poco más de una hora consigo llegar arriba del Collado del Santo. Las vistas son impresionantes. Comienza la bajada, mis piernas ya comienzan a notar el cansancio y desnivel que se va acumulando poco a poco. Pronto nos adentramos en el bosque, el camino se transforma y pasamos de correr sobre la roca a correr sobre un manto suave y mullido de hojas húmedas, de vez en cuando resbala un poco, pero es una delicia correr por aquí. En poco más de 15 min llegamos al siguiente avituallamiento situado en el kilómetro 24,5 en el Collado de Culliber. En él están dos voluntarios y un Border Collie, esperando nuestra llegada. Es ahora cuando me acuerdo de Boss, mi perro, otro Border Collie de cuatro años y medio que me acompaña siempre al monte y que sin duda hoy se lo estaría pasando de miedo. Lleno “a tope” la Camel Back, ya que en pocos kilómetros nos adentraremos en el Valle de Laspuña, rodeando Peña Solana, atravesaremos el camino de “Las Planas”. Es aquí donde la carrera me junta con el que después sería mi compañero de “fatigas”, hasta el final Juan Carlos Rodellar. Si algo bueno tienen este tipo de carreras es que siempre encuentras compañeros de fatigas, que te acompañan durante todo o parte del camino, y que al final se convierten en grandes compañero con los que, sin dudarlo, repetirías la experiencia tantas veces como hiciera falta. Las piernas comienzan a estar realmente cansadas, estamos en el kilómetro 40 y nos movemos por un terreno nada favorable a estas alturas de la carrera. Continuos sube – baja, que ponen cuerpo y mente al límite. Mi compañero Juan Carlos y yo ya no hablamos, ya no nos reímos, ya no comentamos los espectaculares paisajes que nos rodean. Hemos sobrepasado el ecuador de la prueba y el calor y el cansancio hacen estragos. Es aquí donde la mente juega su papel más importante. Hay que olvidar el cansancio, el dolor de piernas y centrarse en que, poco a poco va quedando menos y en que uno es capaz de aguantar hasta el final. Por fín llegamos a Ceresa. “El pueblo Fantasma” así es como lo bautizamos Juan Carlos y yo, ya que en el trayecto hasta llegar a sus calles se nos hizo eterno. El ambiente es fantástico, la gente nos aplaude y se agrupa a ambos lados de las calles. Este reconocimiento te hace volar por las calles del pueblo, hasta que cruzamos la línea de meta donde finaliza la maratón. Los compañeros que se quedan aquí se abrazan y congratulan por haber llegado “enteros” a la meta y así haber concluido su reto. Pero a nosotros todavía nos quedan más de 20 km, para concluir la ultra, y las fuerzas ya son escasas. Aun así mi compañero y yo nos damos ánimos. Y entre eso, la gente que nos anima entusiasmada y un par de sándwich de jamón de york y queso, salimos corriendo hacia el segundo gran reto del día, la ascensión a La Collada. Nos esperan 600 mtrs de desnivel a la muralla infranqueable que parece desde abajo la Peña Montañesa. Pero a estas alturas, con 2/3 de la carrera cumplidos la balanza se empieza a inclinar a nuestro favor y el reto nos parece mucho más factible. Tras más de una hora de ascensión y tras alcanzar a un grupo de corredores valencianos que iban delante de nosotros, conseguimos con mucho esfuerzo llegar a lo alto de La Collada, es el kilómetro 47.3 y acabamos de conseguir pasar el último “gran problema” que nos quedaba. Ahora sólo nos queda descender y completar la prueba hasta Ainsa. Para ello nos quedan casi 18 km de bajada donde vamos a necesitar hasta la última gota de energía que nos quede entre nuestros “machacados” músculos. Las rodillas comienzan a “quejarse” y nuestros cuádriceps están tan duros que parece que se van a romper. Pero la ilusión por llegar y conseguir el objetivo nos va empujando poco a poco hasta la meta. Llegamos a Oncins, después Torrelisa y por fín al Pueyo de Araguás. La subida final al Pueyo es importante y a estas alturas de la carrera, interminable. Tras refrescarnos y pasar el control comenzamos el descenso a lo que ya sí, definitivamente será el final de nuestra aventura. Empujados por la euforia y la alegría de tener tan cerca el objetivo planteado, los casi 4 kilómetros que nos separan de Ainsa pasan volando. Y Por fin, tras 11 horas y 44 minutos de carrera, Juan Carlos y yo cruzamos la línea de meta. Exhaustos y cansados, pero a la vez pletóricos y exultantes. No ha sido fácil, ha habido momentos de sufrimiento, de esfuerzo, de incertidumbre. Pero al final sólo recordaremos los momentos de alegría, euforia y compañerismo que hemos vivido. Al final hemos conseguido, conseguido cumplir este gran reto personal. Hemos conseguido vencer al “gigante” Para terminar sólo una reflexión más…. Volveremos… Juan Carlos Royo Sebastián Allegador Ultra Trail Sobrarbe 2014 Dorsal 429