Tomando posesión de la bendiciones de Dios En Deuteronomio capítulo 28 Moisés da una lista completa de la diferentes formas que toman las bendiciones. Estas bendiciones se reflejan en los versículos 3 al 13. Las podemos resumir en la siguiente lista: - Salud. Reproductividad. Exaltación. Prosperidad. Victoria. Favor de Dios. Todas estas bendiciones son parte de nuestra herencia en Cristo y cada uno de nosotros debe conocerlas y reclamarlas. Miremos otra vez el lado positivo del intercambio divino, descrito por Pablo en Gálatas 3: 13-14: “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. El apóstol señala tres realidades relativas a la bendición prometida: Primero, no es algo vago o indefinido. Es muy específico la bendición de Abraham. En Génesis 24:1 se especifica su extensión: “Jehová había bendecido a Abraham en todo”. La bendición de Dios cubría todas las dimensiones de la vida de Abraham. Él tiene preparada la bendición para cada persona que cumpla sus condiciones. Segundo, la bendición viene sólo en Cristo Jesús. No podemos ganarla por nuestros propios méritos, se nos ofrece únicamente en base a nuestra relación con Dios por medio de Jesucristo. No hay otro canal de bendición para nuestra vida. Si la relación con Cristo se rompe por incredulidad o desobediencia, la bendición dejará de fluir. Pero gracias a Dios, puede restaurarse inmediatamente con un sincero arrepentimiento. Tercero, la bendición se define más adelante como la promesa del Espíritu Santo. Con relación a esto Pablo en Romanos 8:14 destaca el papel único del Espíritu Santo: “Por todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Ser guiados por el Espíritu Santo, no es una experiencia aislada y única. Es algo de los que debemos depender minuto a minuto, es el único sendero hacia la madurez espiritual, por él crecemos de niños hasta convertirnos en hijos maduros de Dios. Por desgracia muchos creyentes nunca llegan a disfrutar plenamente de la dirección y la compañía del Espíritu Santo, por una razón básica: no terminan de comprender que él es una persona. El Señor es el Espíritu (2 Co 3:17). Él es una persona, y quiere que cultivemos una relación íntima y personal con él. El Espíritu Santo tiene sus propias características que lo distinguen. No es agresivo ni insistente, ni nos grita, por lo general habla en tonos suaves y nos guía por impulsos tenues. Para recibir su instrucción es preciso que estemos atentos a su voz y sensibles a sus impulsos. Además, el Espíritu Santo trata con cada uno de nosotros como individuos. No hay un juego único de reglas que todo el mundo tiene que seguir para entrar en las bendiciones de Dios. Cada uno de nosotros tiene una personalidad propia y especial, con necesidades y aspiraciones particulares, fortalezas y flaquezas peculiares. El Espíritu Santo respeta nuestra singularidad, y sólo él sabe los peligros que lo amenazan en una situación o la bendición particular que colmará nuestra necesidades individuales. Nos guía fielmente a través de los peligros y abre para nosotros las bendiciones prometidas. Sería prudente, detenerse por un momento y ofrecer una breve oración: “Espíritu Santo, te abro mi corazón y mi mente, revélame las bendiciones que Cristo Jesús obtuvo para mí y como puedo recibirlas”. Jurídicamente es cierto que lo alcanzamos todo cuando nacimos de nuevo. De acuerdo con Romanos 8:17, cuando nos convertimos en un hijo de Dios, fuimos declarados “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. A partir de ese momento tenían derecho de compartir con Cristo toda su herencia. Sin embargo, sólo nos encontramos al inicio de un proceso que toma toda la vida para completar: pasar de las promesas a las realidades o hechos. La vida del cristiano pudiera describirse como una progresión que parte de lo jurídico hasta llegar a la realidad. Paso a paso, en fe, tenemos que apropiarnos en realidad, en la experiencia, de todo lo que ya es nuestro por derecho jurídico mediante nuestra fe en Cristo. Para reforzarlo e ilustrarlo más, Dios también nos ha presentado el ejemplo de Abraham, conocido como el padre de la fe. Por medio de Abraham, Dios no sólo estableció la medida de la bendición que él ha preparado para cada uno de nosotros, que es “todas las cosas”, sino que también marcó la ruta que conduce a esa bendición. La vida de Abraham es tanto un ejemplo como un triple desafío: a) Por su inmediata obediencia. b) Su completa confianza en la Palabra de Dios. c) Por seguir adelante sin rendirse. En Hebreos 11:8, el escritos subraya la obediencia inmediata y sin vacilaciones de Abraham: “por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia, y salió sin saber a donde ir”. Abraham no preguntó ni pidió explicaciones de por qué tenía que ir, o alguna descripción del lugar a donde iba. Simplemente hizo lo que Dios le dijo de inmediato, sin preguntar. La misma clase de obediencia caracterizó toda su vida. Por ejemplo, cuando Dios pidió que él y todos los miembros de su casa fueran circuncidados (Génesis 17:23-27), y aún cuando Dios le pidió que le ofreciera en sacrificio a su propio hijo (Génesis 22: 1-14). En ningún momento vaciló Abraham para obedecer. En Romanos 4:13-21, Pablo señala que cuando Dios llamó a Abraham, “Padre de muchas gentes”, éste no tenía más que un hijo de Agar, una esclava, mientras que Sara su esposa había sido estéril durante muchos años. Pero aceptó la palabra de Dios sin ponerla en duda, incluso contra la evidencia de sus propios sentidos, al final tuvo cumplimiento físico que pudieron confirmar sus sentidos. En realidad, desde el momento en que por primera vez Dios prometió a Abraham que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas, hasta que nació el hijo que sería el heredero prometido, pasaron casi 25 años. A lo largo de todo aquel tiempo él no tuvo nada de que aferrase más que la promesa de Dios. Infinidad de veces se sintió tentado a dejarse vencer por el desaliento, pero nunca se rindió ni abandonó su fe. Y en Hebreos 6:15, se resume la recompensa de su fidelidad inalterable: “Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa”. En Romanos 4:12, se nos dice que somos hijos de Abraham si “seguimos las pisadas de la fe que tuvo nuestro Padre Abraham”. Este es el requisito bíblico para entrar en la bendición de Abraham, prometida en Gálatas 3:14. Igual que Abraham, nosotros tenemos que aceptar la palabra de Dios como un fundamento inalterable y seguro en nuestra vida, todas la opiniones variables del hombre, y todas las impresiones fluctuantes de nuestros sentidos, son sólo hierba que se seca. “Más la Palabra de Dios permanece para siempre” Isaías 40:8. No podemos aceptar la Palabra de Dios de un modo puramente intelectual, tenemos que mostrarlo en nuestros actos tal como lo hizo Abraham, obedeciéndolo inmediatamente y sin vacilar, resistiendo inalterable frente a todo desaliento. De esta manera experimentaremos que la Palabra de Dios probará ser verdadera para nosotros. Llegaremos a conocer la bendición de Dios igual que Abraham, “en todas las cosas”. Conclusión: Cuando Josué fue designado como el líder que llevaría a Israel a tomar posesión de su herencia en Canaán, recibió tres veces la misma exhortación: “Esfuérzate y sé valiente” (Josué 1: 6, 9, 18). Las dos primeras vinieron del propio Señor, la tercera de sus hermanos israelitas. Después de la tercera exhortación Josué comprendió una cosa: La entrada en la tierra prometida no sería fácil. Lo mismo se aplica para nosotros hoy, Josué guió a su pueblo para que entrara en una tierra prometida, Jesús guía a su pueblo para que entre en una tierra de promesas. Tenemos que apropiarnos de las bendiciones prometidas en el nuevo pacto. Dios nos asegura que Él estará con nosotros y cumplirá todas sus promesas. Al mismo tiempo, nos advierte que tropezaremos con varias formas de oposición, que probarán nuestra fe y compromiso.