Literatura | autor NUMA FRÍAS MILEO | A CRISIS l parecer no hay duda: quiere eliminar todo aquello que vale la pena. Ha escuchado –no recuerda dónde, ni cuándo– palabras groseras. Para colmo, estos tiempos que corren han puesto a la vulgaridad como la carta exquisita del día. No es fácil de tragar y peor es digerir la circunstancia. No queda otra. Te adaptas o te mueres. Aunque ¿cómo integrarse?, ¿cómo lograr el cambio interior para flotar? Quizá sea una aspiración imposible. En cualquier momento sucumbe, cae en la tentación y manda al infierno tanta firmeza. Las cosas están duras. Necesita subsistir. Siente el impulso de parar, de terminar con este oficio que lo único que otorga a cambio es el más cruel de los desprecios. La cobardía es humana; el hambre también. Lo arropa un ataque de risa. Está desencajado. Harto. Su hilaridad es tan sutil que prefiere no buscar causas. Revisa los librejos que ha estado leyendo en los últimos días. Algunos son sus compatriotas, ¿apátridas? Todos se exhiben como la gran cosota. No llegan muy lejos porque la falsedad los carcome. Ese magma de mentiras con las que se dejan asomar, no se puede ocultar. Cierto. La hipocresía es como la tos, como el dinero, como la educación y los modales: No se puede esconder. Las apariencias engañan. Él lo sabe con precisión. “En cualquier caso –se dice– tampoco soy quién para juzgar”. De todos modos, vomita lo que le ha tocado en suerte. El espacio, el tiempo, la curvatura universal, el primer hombre, su génesis. ¡Boberías! Todas juntas llenarían una taza de café y sobraría para la leche. Por cierto ¿también importamos lácteos? ¿Y eso a quién le roba el sueño? Las instituciones jadean, están cansadas de esperar por un mínimo de respeto. ¿Y qué? Nada, nada de nada. Escupe. Se ha atorado. A veces le preocupa el entendimiento, le preocupa que los lectores no comprendan su mensaje. En fin ¿cuál es el problema? Preferible es que no atajen sus frases, que se les escurran como el agua entre las manos, que se pierdan como lo hacen los caminos de la patria y su pueblo noble que aún espera, ya sin esperanzas. Se sienta, le duele el pecho. Pese al intenso dolor, enciende un cigarrillo, “un clavo –dice– para mi tumba”. El amor es esquivo, huye por la derecha, nunca sale, ni brota por la izquierda. Abre el grifo. Observa el chorro. Todavía no es la hora de que la corten. Se mira en el espejo. “Soy joven –intenta consolarse–. ¡Qué va! –se contesta–, lo fuiste”. Desea hallar un sentido, un norte, la dirección. El repiqueteo de la llovizna lo sacude por dentro. Quiere gritar. Quiere llorar. Quiere soltar lo que sabe sin consecuencias. Imposible. La acción y la reacción cabalgan de seguidas. Trotan para todos, con o sin furia. “El planeta -se dice- es de ellas”. Vuelve a la cama. Está desnudo. Se arropa. La crisis lo envuelve igual que lo hacen las sábanas. Desde allí alcanza a ver una ráfaga, un destello luminoso, un rayo impertinente. Se sobresalta. Tiembla. Todo él es puro horror. Lo grave es que lo siente sin poder inmunizarse, sin razón, tiene que padecer el ciclo finito de tales síntomas. Intenta relajarse. El dolor del pecho aparece, lo fulmina. ¿Un infarto? Se pellizca. Coloca la mano derecha y siente los latidos del corazón. Cree sentirlo. Ahí están. Rítmicos. El dolor no pasa, en su lugar, se intensifica. Es una tortura. Quiere escapar. Pagaría lo que fuera por un poco de alivio. Sin embargo, la farmacia no vende lo que necesita. Tiene que controlarse. Son otros los que pueden descontrolarse. Él no. No señor. Control. Equilibrio. Estabilidad. Tolerancia. Paciencia. Templanza. Consideración. Repite, una y otra vez como para inyectarse ánimo, como quien desea salir airoso de tal situación. Cambia de almohada. En el movimiento imperioso, el esfuerzo lo revienta. Siente que está reventado, y la textura de la nueva almohada le hace daño. Y la humedad que deja en la otra, ¿qué es? “Es sudor –se consuela–, siempre el sudor de los vivos, claro –repone– los muertos no sudan”. Va acariciando la idea de morir. No le disgusta, pero le asusta. Con el susto, le cuesta respirar, con el dolor le cuesta vivir. Mira bien y encuentra un buche de sangre a su lado. Ya es tarde. Ha quedado con los ojos abiertos y pronto estará frío y listo para mudarse al cementerio. | PYV | ilustración Juan Carlos Hernández | | l i t e r at u r a p y v