AUMÉNTANOS LA FE

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AUMÉNTANOS LA FE
Domingo 27º tiempo ordinario / 3-10-2010
P. Jesús Álvarez, ssp
3 de octubre de 2010.
Los apóstoles dijeron al Señor: - Auméntanos la fe. El Señor
respondió: - Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que
un granito de mostaza, dirán a ese árbol: Arráncate y plántate en
el mar, y el árbol les obedecerá. Si ustedes tienen un servidor que
está arando o cuidando el rebaño, cuando él vuelve del campo, ¿le
dicen acaso: “Entra y descansa?” ¿No le dirán más bien:
“Prepárame la comida y ponte el delantal para servirme hasta que
yo haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?” ¿Y
quién de ustedes se sentirá agradecido con él porque hizo lo que
le fue mandado? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo
que les ha sido mandado, digan: Somos servidores inútiles, pues
hicimos lo que era nuestro deber. (Lc. 17,5-10).
Los apóstoles reconocen
que tienen fe, pero se
ven deficientes en la
imitación
de
la
vida,
actitudes, sentimientos y
obras de Jesús.
Los
apóstoles
no
piden
aumento de capacidad mental
para
aceptar
verdades
y
doctrinas,
sino
que
piden
aumento
de
la
fe
como
experiencia de amor y fidelidad
a Cristo. Una fe que los haga
gozosamente
capaces
de
transformarse
y
de
transformar, y de recorrer en
comunión con el Maestro el
camino
que
lleva
a
la
resurrección y a la vida eterna.
Muchos corren ansiosos
hacia la nada por el
camino de la satisfacción
inmediata, a costa de
quien sea o de lo que
sea, incluso a costa de sí
mismos.
Está
como
drogada
por
el
materialismo,
ciega
y
sorda
frente
las
consecuencias fatales de
su comportamiento.
Por
otra
parte,
muchas
personas que se creen “muy”
religiosas,
llevan
una
escandalosa incoherencia de
vida. Cosa que sucede también
a pastores y catequistas, que
no viven lo que enseñan, o
transmiten sólo conocimientos
teóricos, moral y dogmas que
no llevan a la experiencia
amorosa den Cristo resucitado,
vivo y presente. No es difícil
encontrar a catequistas de
primera
comunión
que
ni
siquiera comulgan.
La fe es una opción que
arriesga todo por el todo;
nos abre a la vida eterna
cuando se apague la vida
temporal; nos sitúa en la
luz, a pesar de estar
sumergidos en tinieblas;
nos da confianza en la
acogida y el amor de
Dios,
sin
tener
la
1
seguridad total; arriesga
lo que se tiene como
seguro por lo que se
espera; nos da la alegría
de
morir
porque
esperamos
la
resurrección y la gloria.
La fe nos da la sabiduría
de la vida, porque nos
ayuda a ver la realidad
con los mismos ojos de
Dios.
Esta es la fe que trasplanta los
árboles de la voluntad humana
desviada, y mueve las rocas de
los corazones empedernidos
por la indiferencia; transforma
mentalidades
pervertidas
o
desviadas por la ignorancia y
el orgullo.
Pero la fe no es una
conquista personal de la
que podamos gloriarnos,
sino un don para el
servicio
humilde,
liberador y salvador a
favor
de
los
otros.
Nosotros sólo podemos
pedir, acoger y agradecer
ese
don
de
Dios,
y
suplicar,
como
los
apóstoles, que nos lo
aumente.
La fe no es sólo creer en
doctrinas y dogmas, sino unión
de amor y trato personal con
Cristo Resucitado para producir
mucho fruto de salvación a
favor nuestro y de muchos
otros. La fe es a la vez amor
sincero a Dios y amor salvífico
al prójimo.
La fe y las obras de amor
nos aseguran el ciento
por uno aquí en la tierra,
y luego la resurrección y
a la vida eterna en su
reino.
“¡Creo,
Señor,
aumenta mi fe!”
pero
Habacuc 1, 2-3; 2,
2-4
¿Hasta
cuándo,
Señor, pediré auxilio sin que
tú escuches, clamaré hacia ti:
«¡Violencia», sin que tú me
salves? ¿Por qué me haces
ver la iniquidad y te quedas
mirando la opresión? No veo
más que saqueo y violencia,
hay contiendas y aumenta la
discordia.
El Señor me
respondió y dijo: “Escribe la
visión, grábala sobre unas
tablas para que se la pueda
leer de corrido. Porque la
visión aguarda el momento
fijado, ansía llegar a término
y no fallará; si parece que se
demora,
espérala,
porque
vendrá seguramente, y no
tardará. El que no tiene el
alma recta, sucumbirá; pero
el
justo
vivirá
por
su
fidelidad.
¿Hasta cuándo y cómo
puede Dios soportar el
triunfo de la injusticia y
tan ingente cúmulo de
abusos
y
crímenes?
¿Sigue Dios dirigiendo la
historia
humana?
Son
preguntas que acosan a
todo el que tenga un
mínimo de fe en Dios. Y
muchos, al no hallar
respuestas satisfactorias,
abandonan la fe, lo cual
es un suicidio espiritual
que excluye de la vida
eterna.
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Es necesario pasar a la órbita
de Dios, a su eterno presente,
a su sabiduría y poder infinitos
para comprender algo de la
situación, que de seguro se
revertirá y nosotros mismos lo
veremos. Pero ya se verifica
cada día en millones de
inocentes que pasan a la gloria
eterna, y en multitud de
perversos van al tormento
eterno. El paso a la eternidad
da vuelta a la tortilla.
Con el poder de Dios que
Cristo ejerce en nosotros
y a través de nosotros, si
estamos unidos a él, sin
duda
podemos
ir
cambiando
el
mundo
donde nos toca vivir y
actuar: familia, trabajo,
política,
educación,
comunidad,
grupo,
Iglesia; y no siempre el
cambio
resulta
perceptible, como sucede
con
el
crecimiento
a
partir de una semilla.
Pero Jesús nos asegura:
“Quien está unido a mí,
produce mucho fruto”.
Timoteo 1, 6-8. 1314
Querido hijo: Te
recomiendo que reavives el
don de Dios que has recibido
por la imposición de mis
manos. Porque el Espíritu que
Dios nos ha dado no es un
espíritu de temor, sino de
fortaleza, de amor y de
sobriedad. No te avergüences
del testimonio de nuestro
Señor, ni tampoco de mí, que
soy
su
prisionero.
Al
contrario, comparte conmigo
los
sufrimientos
que
es
necesario padecer por el
Evangelio, animado con la
fortaleza de Dios. Toma como
norma
las
saludables
lecciones de fe y de amor a
Cristo
Jesús
que
has
escuchado de mí. Conserva lo
que se te ha confiado, con la
ayuda del Espíritu Santo que
habita en nosotros.
Por medio del Espíritu
Santo, que habita en
nosotros, Dios nos ha
dado a cada uno dones
que debemos reconocer y
poner al servicio del plan
liberador y salvador que
Cristo está llevando a
cabo,
también
en
nuestros ambientes.
No
podemos
enterrar
los
talentos,
sino
hacerlos
improductivos, pues de ellos
tendremos que dar cuentas. Pero
no hemos de obrar por temor,
sino por amor, con fortaleza y
perseverancia tenaz.
Esos dones los recibimos
sobre
todo
en
el
Bautismo,
en
la
Eucaristía,
en
la
confirmación,
en
el
matrimonio,
en
la
ordenación
sacerdotal,
en la oración, etc. Y nos
habilitan para que Cristo
resucitado
pueda
dar
testimonio de sí a través
de nosotros.
Pero sin olvidar que por lo
general tenemos que testimoniar
el
Evangelio
en
ambientes
hostiles, - y puede serlo incluso
nuestra propia familia – tomando
conciencia de que toda forma de
3
evangelización supone llevar la
cruz junto con Cristo, y de que es
él quien obra en nosotros, de lo
contrario no podríamos hacer
nada en el orden de la salvación.
Necesitamos la fortaleza
y la ayuda del Espíritu
Santo,
que
debemos
pedir,
esperar
y
agradecer
continuamente.
P. Jesús Álvarez, ssp
"Somos servidores inútiles: hicimos lo que era
nuestro deber".
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