173 Allí efectivamente yacía Thorin Escudo de Roble, herido de

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Allí efectivamente yacía Thorin Escudo de Roble, herido de muchas heridas, y la
armadura abollada y el hacha mellada estaban junto a él en el suelo. Alzó los ojos
cuando Bilbo se le acercó.
—Adiós, buen ladrón —dijo— Parto ahora hacia los salones de espera a sentarme
al lado de mis padres, hasta que el mundo sea renovado. Ya que hoy dejo todo el
oro y la plata, y voy a donde tienen poco valor, deseo partir en amistad contigo, y
me retracto de mis palabras y hechos ante la Puerta.
Bilbo hincó una rodilla, ahogado por la pena. —¡Adiós, Rey bajo la Montaña! —
dijo—. Es esta una amarga aventura, si ha de terminar así; y ni una montaña de
oro podría enmendarla. Con todo, me alegro de haber compartido tus peligros:
esto ha sido más de lo que cualquier Bolsón hubiera podido merecer.
—¡No! —dijo Thorin—. Hay en ti muchas virtudes que tú mismo ignoras, hijo del
bondadoso Oeste. Algo de coraje y algo de sabiduría, mezclados con mesura. Si
muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que
al oro atesorado, este sería un mundo más feliz. Pero triste o alegre, ahora he de
abandonarlo. ¡Adiós!
Entonces Bilbo se volvió, y se fue solo; y se sentó fuera arropado con una manta,
y aunque quizá no lo creáis, lloró hasta que se le enrojecieron los ojos y se te
enronqueció la voz. Era un alma bondadosa, y pasó largo tiempo antes de que
tuviese ganas de volver a bromear. "Ha sido un acto de misericordia" se dijo al fin,
"que haya despertado cuando lo hice. Desearía que Thorin estuviese vivo, pero
me alegro de que partiese en paz. Eres un tonto, Bilbo Bolsón, y lo trastornaste
todo con ese asunto de la piedra; y al fin hubo una batalla a pesar de que tanto te
esforzaste en conseguir paz y tranquilidad, aunque supongo que nadie podrá
acusarte por eso."
Todo lo que sucedió después de que lo dejasen sin sentido, Bilbo lo supo más
tarde; pero sintió entonces más pena que alegría, y ya estaba cansado de la
aventura. El deseo de viajar de vuelta al hogar lo consumía. Eso, sin embargo, se
retrasó un poco, de modo que entretanto os relataré algo de lo que ocurrió. Las
tropas de trasgos habían despertado hacía tiempo la sospecha de las Águilas, a
cuya atención no podía escapar nada que se moviera en las cimas. De modo que
ellas también se reunieron en gran número alrededor del Águila de las Montañas
Nubladas; y al fin, olfateando el combate, habían venido de prisa, bajando con la
tormenta en el momento crítico. Fueron ellas quienes desalojaron de las laderas
de la montaña a los trasgos que chillaban desconcertados, arrojándolos a los
precipicios, o empujándolos hacia los enemigos de abajo. No pasó mucho tiempo
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antes de que hubiesen liberado la Montaña Solitaria, y los elfos y hombres de
ambos lados del valle pudieron por fin bajar a ayudar en el combate.
Pero aun incluyendo a las Águilas, los trasgos los superaban en número. En
aquella última hora el propio Beorn había aparecido; nadie sabía cómo o de
dónde. Llegó solo, en forma de oso; y con la cólera parecía ahora más grande de
talla, casi un gigante.
El rugir de la voz de Beorn era como tambores y cañones; y se abría paso
echando a los lados lobos y trasgos como si fueran pajas y plumas. Cayó sobre la
retaguardia, y como un trueno irrumpió en el círculo. Los enanos se mantenían
firmes en una colina baja y redonda. Entonces Beorn se agachó y recogió a
Thorin, que había caído atravesado por las lanzas, y lo llevó fuera del combate.
Retornó en seguida, con una cólera redoblada, de modo que nada podía
contenerlo y ningún arma parecía hacerle mella. Dispersó la guardia, arrojó al
propio Bolgo al suelo, y lo aplastó. Entonces el desaliento cundió entre los trasgos,
que se dispersaron en todas direcciones. Pero esta nueva esperanza alentó a los
otros, que los persiguieron de cerca, y evitaron que la mayoría buscara cómo
escapar. Empujaron a muchos hacia el Río Rápido, y así huyesen al sur o al
oeste, fueron acosados en los pantanos próximos al Río del Bosque; y allí pereció
la mayor parte de los últimos fugitivos, y quienes se acercaron a los dominios de
los Elfos del Bosque fueron ultimados, o atraídos para que murieran en la
oscuridad impenetrable del Bosque Negro. Las canciones relatan que en aquel día
perecieron tres cuartas partes de los trasgos guerreros del Norte, y las montanas
tuvieron paz durante muchos años.
La victoria era segura ya antes de la caída de la noche, pero la persecución
continuaba aún cuando Bilbo regresó al campamento; y en el valle no quedaban
muchos, excepto los heridos más graves.
—¿Dónde están las Águilas? —preguntó Bilbo a Gandalf aquel anochecer,
mientras yacía abrigado con muchas mantas.
—Algunas están de cacería —dijo el mago—, pero la mayoría ha partido de vuelta
a los aguileros. No quisieron quedarse aquí, y se fueron con las primeras luces del
alba. Dain ha coronado al jefe con oro, y le ha jurado amistad para siempre.
—Lo lamento. Quiero decir, me hubiera gustado verlas otra vez —dijo Bilbo
adormilado—, quizá las vea en el camino a casa. ¿Supongo que iré pronto?
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—Tan pronto como quieras —dijo el mago. En verdad pasaron algunos días antes
de que Bilbo partiera realmente. Enterraron a Thorin muy hondo bajo la Montaña,
y Bardo le puso la Piedra del Arca sobre el pecho.
—¡Que yazga aquí hasta que la Montaña se desmorone!
—dijo— ¡Que traiga fortuna a todos los enanos que en adelante vivan aquí!
Sobre la tumba de Thorin, el Rey Elfo puso luego a Orcrist, la espada élfica que le
habían arrebatado al enano cuando lo apresaron. Se dice en las canciones que
brilla en la oscuridad, cada vez que se aproxima un enemigo, y la fortaleza de los
enanos no puede ser tomada por sorpresa. Allí Dain hijo de Nain vivió desde
entonces y se convirtió en Rey bajo la Montaña; y con el tiempo muchos otros
enanos vinieron a reunirse alrededor del trono, en los antiguos salones. De los
doce compañeros de Thorin, quedaban diez. Fíli y Kili habían caído defendiéndolo
con el cuerpo y los escudos, pues era el hermano mayor de la madre de ellos, Los
otros permanecieron con Dain, que administró el tesoro con justicia.
No hubo, desde luego, ninguna discusión sobre la división del tesoro en tantas
partes como había sido planeado, para Balin y Dwalin, y Dori y Nori y Ori, y Óin y
Glóin, y Bifur y Bofur y Bombur, o para Bilbo. Con todo, una catorceava parte de
toda la plata y oro, labrada y sin labrar, se entregó a Bardo pues Dain comentó: —
Haremos honor al acuerdo del muerto, y él custodia ahora la Piedra del Arca.
Aun una catorceava parte era una riqueza excesiva, más grande que la de
muchos reyes mortales. De aquel tesoro. Bardo envió gran cantidad de oro al
gobernador de la Ciudad del Lago; y recompensó con largueza a seguidores y
amigos. Al Rey de los Elfos le dio las esmeraldas de Girion, las joyas que él más
amaba, y que Dain le había devuelto.
A Bilbo le dijo: —Este tesoro es tanto tuyo como mío, aunque antiguos acuerdos
no puedan mantenerse, ya que tantos intervinieron en ganarlo y defenderlo. Pero
aun cuando dijiste que renunciarías a toda pretensión, desearía que las palabras
de Thorin, de las cuales se arrepintió, no resultasen ciertas: que te daríamos poco.
Te recompensaré más que a nadie.
—Muy bondadoso de tu parte —dijo Bilbo—. Pero realmente es un alivio para mí.
Cómo demonios podría llevar ese tesoro a casa sin que hubiera peleas y crímenes
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