CENTENARIO DE LUCHO BERMUDEZ: Celebración de CIEN

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CENTENARIO DE LUCHO BERMUDEZ:
Celebración de CIEN AÑOS de alegría y goce
Por: Enoin Humanez Blanquicett
La obra musical de Bermúdez es –sin
lugar a dudas- el primer producto
cultural del país, que enorgullece por
igual a cachacos y costeños. Con ella
pasó lo que pasó más tarde con la obra
literaria de García Márquez: dejó de ser
una manifestación de la cultura costeña,
para pasar a ser uno de los iconos
mayores de la cultura colombiana.
Lucho Bermúdez uno de los músicos más
Importantes en la popularización del porro.
Foto tomada del portal de la biblioteca Luis
Ángel Arango.
Tenía cuatro años –si mi memoria no me falla- cuando escuché por primera vez el verso de
una canción de Lucho Bermúdez. No me acuerdo exactamente a que estaba jugando, ni
con qué, cuando la voz melodiosa de una mujer comenzó a tararear: “Carmen querida/ tierra
de amores/ hay luz y sueño bajo tu cielo/ y primaveras siempre en tu suelo bajo tus soles
llenos de ardores”. Transportado por la melodía detuve mi faena infantil y me puse a
escuchar a la mulata menuda, que cantaba al lado de la hornilla, donde preparaba el
almuerzo familiar, esa tonada alegre que nunca antes había escuchado. Esa mañana lejana
Carmen de Bolívar entró para siempre en mi espíritu y me acompaña todos los días a
donde quiera que voy. Por eso no es exagerado si digo que en los momentos de tristeza
viene a mi encuentro, para canturrearme de nuevo, la voz de aquella mujer de mediana
estatura, que cantó en aquella mañana lejana, frente a un fogón de leña: ‘‘Tierra de
placeres/ de luz / de alegría/ de lindas mujeres/ Carmen tierra mía”.
No sé dónde leí o a quien le oí decir que la música –cuando se crea o se interpreta con
pasión- es sin duda la más sublime de todas las artes, porque la música –la buena músicasiempre tendrá la capacidad de entrar en contacto con las fibras más sensibles de nuestro
espíritu. Esa capacidad que tiene la música de sumergirse en la profundidad de la condición
humana, sin importar el nivel de desarrollo de nuestra intelectualidad, de entrar en contacto
con nuestra sensibilidad –aún en las peores condiciones y circunstancias de la vida- hace de
ella una prueba fehaciente de la existencia de Dios y de su generosidad con la humanidad.
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Sobre el rol redentor que tienen en general todas las artes y sobre su valor espiritual, el
filósofo alemán Friedrich Nietzsche sostuvo que ellas ‘‘son las que hacen posible y digna
de vivirse la vida’’. En la misma dirección parece abundar el profesor de artes audiovisuales
Fernando Henao, quien puso a disposición de sus contactos en su muro de Facebook un
aforismo, en el que sostiene que no encuentra ‘‘ninguna contradicción entre Arte, Ciencia y
Religión’’. En su opinión, ‘‘al final, el universo curvo de Einstein es igual al cielo estrellado
de Van Gogh’’.
Eduardo Ramírez Villamizar,
El Dorado núm. 2, 1957,
Óleo sobre tela,
Colección Banco de la Republica
En lo que toca a la música, el analista folclórico puertorriqueño Luis M. Álvarez considera
que ‘‘la música es uno de los lenguajes espirituales que mejor define la cultura de un
pueblo’’. Según Álvarez, la música representa un ‘‘lenguaje espiritual’’, a través del cual se
manifiesta el sentimiento de la gente en ‘‘canciones y bailes’’, que terminan dando origen a
las diferentes manifestaciones folclórico-culturales de toda sociedad. De hecho –como él nos
lo recuerda- la sabiduría popular reconoce el valor que tiene la música como manifestación
espiritual, al sostener que "la música es el alma de los pueblos", y que "un pueblo sin música
es un pueblo sin alma".
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Recorrido por el pueblo de un grupo de gaitas tradicionales y de cumbiamberos en marco del festival de gaitas de
Ovejas Sucre. Foto tomada del portal de la red nacional de festivales de músicas tradicionales.
Para refrendar lo anterior vale aquí traer a colación una acotación del filósofo
alemán Friedrich Nietzsche sobre el valor que tienen, desde la antigüedad, las
manifestaciones folclóricas y el rol de las fiestas populares en la creación de la identidad
colectiva de los pueblos y en la generación de lasos de cohesión entre sus miembros. En
‘‘El nacimiento de la Tragedia en el espíritu de la música’’ Nietzsche afirma que los himnos
que cantan y danzan los ‘‘entusiastas dionisíacos’’, que pueblan cualquier región de la tierra,
no sólo ‘‘renueva[n] la alianza entre los seres humanos’’, pues la ‘‘fiesta’’ también cumple la
función de impulsar la ‘‘reconciliación’’ entre la ‘‘naturaleza enajenada, hostil o subyugada
[…] con su hijo perdido, el hombre’’.
Representación de Dioses Africanos, vibrando con tambores en vivo, para hombres y
mujeres. Imagen tomada del blog de mariavihormaechea
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Si tomamos a pie juntilla la idea de Nietzsche podemos sostener que la música no
solamente cumple un rol social, sino que tiene además una función terapéutica y espiritual,
que facilita la reconciliación de los seres humanos –entre si- y con la naturaleza. Por eso
escuchar una obra musical de nivel superior o interpretarla –sin importar que ésta sea
folclórica o clásica- y captar el mensaje mágico -o sagrado- que encierra cada una de sus
notas, dejándose llevar por él –sin oponer resistencia-, equivale a la lectura de varias
páginas de un libro sagrado o a varios minutos de profunda meditación. Si ese razonamiento
es correcto, los creadores musicales: compositores o paroliers –como se les llama en
francés- y los arreglistas deberían ser catalogados también como receptores del mensaje
divino. Esto los convertiría en heraldos portadores de los mensajes sagrados de las
deidades para la humanidad, tal como sucede con los profetas.
Bosquejo de Friedrich Nietzsche, uno de los filósofos que mejor ha interpretado el espíritu creativo y su
transformación en arte. Imagen tomada de taringa.net.
Por su capacidad de entrar en contacto con todos los públicos, cosa que hace de ella la más
popular y democrática de las artes, la música es también la primera de las manifestaciones
del intelecto humano que nos permite percibir, a primera vista, eso que –usando la
terminología de Heguel- se denomina espíritu absoluto. De acuerdo con este filósofo, el
espíritu absoluto está representado por el mundo del arte, la religión y la filosofía.
Parafraseando al filósofo chileno Francisco Vega C. podríamos decir que estas
manifestaciones intelecto-estético-espirituales, por el simple hecho de dar testimonio del
genio, la fantasía y la espiritualidad de la gente que habita un territorio específico, nos
permiten hacer el reconocimiento positivo de la constitución histórica de un pueblo
(revistas.ucm).
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Demostración de la Diablada, danza oficial del Carnaval de Oruro, foto tomada de lostiempos.com
En lo que respecta al folclor –particularmente en lo que concierne a la música y la danzacomo manifestación del espíritu absoluto, vale parafrasear aquí varios apartes de un editorial
del diario nicaragüense La Prensa. En dicha nota, el editorialista sostiene que ‘‘el folclor
constituye uno de los aspectos vitales de la herencia cultural’’, que ‘‘distingue y da identidad’’
a una nación, porque ‘‘los valores y las expresiones culturales, ante todo folclóricas’’,
permiten identificar los trazos característicos de la nación, ‘‘por encima de la diversidad
étnica y al margen de las […] diferencias y antagonismos ideológicos y políticos’’. Según el
editorialista, “podría decirse, sin incurrir en exageración, que el folklore es la patria’’, porque
‘‘es el depósito de la sabiduría y cultura que nos han legado nuestros abuelos’’. Esto hace del
folclor la primera manifestación cultural que nos advierte de la existencia de los primeros
trazos de identidad general en un pueblo. En otras palabras, es el folclor quién pone en
evidencia la existencia de una ‘‘cultura nacional’’ y es él quién saca a relucir ‘‘los rasgos’’ de
la personalidad popular, que determinan la esencia de la nación.
Comparsas en las fiestas del Señor del Árbol, tradición de Pomasqui (que significa zona de pumas), al norte de
Quito, foto tomada del blog Mujer en tierra firme
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Quién mejor resume la importancia que tiene el folclor en la estructuración del espíritu
nacional –entre los analistas musicales con los que me he familiarizado- es el musicólogo
español José Manuel Brea Feijóo. Sostiene este estudioso que ‘‘cada país considera las
canciones folklóricas como patrimonio nacional’’, pues como lo sostuvo Edwin J. Stringham
se puede ‘‘afirmar que la canción popular trasciende las fronteras’’, porque ‘‘tiene la sencillez
y universalidad que resume la experiencia humana en unos cuantos rasgos, y va directa al
corazón en un lenguaje que todo el mundo puede entender’’. En su juicioso análisis del
nacionalismo musical del siglo XIX, Brea Feijóo sostiene que ‘‘el folklore musical fue decisivo
en la génesis del nacionalismo musical decimonónico y sigue estando presente, de manera
más o menos patente, en composiciones contemporáneas’’. Esto explica según él, ‘‘aunque
parezca extraño’’, por qué un análisis detallado de las obras ‘‘de reconocidos músicos de
vanguardia’’ puede poner en evidencia ‘‘las rítmicas y melodiosas raíces’’ de ‘‘muchos cantos
populares’’, que –aunque bastante depurados- ‘‘perviven y se difunden ampliamente’’ por
esta vía, ‘‘sin desvirtuar su esencia’’ (filomusica).
Sátiros y Ninfas bailando
En lo que toca a la diferencia entre las manifestaciones folclóricas y las expresiones cultas en
el campo de la música, Brea Feijóo, apoyándose en el trabajo atropo-histórico que hiciera
el escritor Alejo Carpentier sobre la música cubana, nos da a entender que todo
melómano ‘‘libre de prejuicios’’, como lo fue Carpentier, siempre se situará ‘‘más allá de la
visión encorsetada’’, que trata de separar lo “culto” de lo “popular”. Dicha postura hará
siempre de un buen melómano ‘‘un ecléctico, receptor de todo lo que tiene valor’’,
llevándolo a exaltar ‘‘lo realmente bueno y auténtico’’, sin importar su origen o categoría.
Dentro de esa lógica resultan absurdas y obsoletas, a la hora de abordar la evolución de la
música en cualquier nación, ‘‘las clasificaciones pretéritas’’ que tratan de dividir la música en
música culta, semiculta, popular, populachera o folklórica, lo que al final acaba confundiendo
a la gente (filomusica).
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La importancia del trabajo de Carpentier, sostiene Brea Feijóo, radica en su capacidad de
mostrarnos que en occidente, en los últimos dos siglos, los compositores talentosos se han
estado inspirando de una diversidad de fuentes de múltiples orígenes. Esto le ha permitido a
aquellos que han sido catalogados como clásicos de beber en las fuentes del folclor nacional
y foráneo y echar mano de elementos provenientes de lo popular –presente y pasado-, lo
cual se valora hoy positivamente. Lo anterior explica porque ‘‘el material melódico de la
[música folclórica] europea está muy relacionado con la música culta’’. En general, Brea
Feijóo resalta que ‘‘los límites entre la [música folclórica] y otros tipos de música no están
totalmente claros’’ en aquellas regiones, como China, India y el Oriente próximo, cuyas
tradiciones culturales tienen un gran recorrido histórico (filomusica).
El lugar de Lucho Bermúdez en la historia de la música colombiana
El clarinete es uno de los instrumentos básicos en la interpretación de la música de las sabanas de Bolívar y Sucre
y de los valles del Sinú y San Jorge. Los estudiosos del folclor de está región sostienen que el clarinete ha tomado
en las bandas y grupos de gaitas de la actualidad el lugar que ocupaba una de las dos flautas indígenas en las
agrupaciones precolombinas. El clarinete fue el instrumento predilecto de Lucho Bermúdez.
En la historia musical de un país son pocos los músicos que alcanzan a obtener el
reconocimiento del público por su condición de intérpretes del espíritu nacional. Ese aspecto
no tiene nada que ver con la fama, el éxito comercial o el reconocimiento del público como
tal. En todas partes hay músicos que han alcanzado esos logros, sin que su obra haya
trascendido más allá del cuarto de hora de gloria que les ha conferido el mercado. En
general ello se debe a que el valor artístico-estético de su trabajo, analizado a la luz de las
teorías del arte, no pasa de ser ‘‘nada más que un tintineo, del que sin duda se puede
prescindir’’, porque su talento nunca rebasó el nivel de lo ‘‘accesorio-divertido’’, o porque
nunca se preocuparon por abordar la ‘‘seriedad de la existencia’’, ni ‘‘la actividad
propiamente metafísica de esta vida’’, que es en opinión de Nietzsche –según nuestra
interpretación- ‘‘la tarea suprema’’ del arte.
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Ese no es el caso de Lucho Bermúdez, pues su talento le permitió captar –en su momento, con precisión, las emociones que componen el basamento metafísico de la nación
colombiana. Esto hace de él –en música- uno de los mayores intérpretes del espíritu
nacional, sin dejar para nada de lado el interés comercial: divertir a la gente, que lo llevó a
fundar su orquesta. Podría decirse que en la música popular colombiana del siglo XX, Lucho
Bermúdez es a Colombia lo que es a México, Agustín Lara, Pedro Vargas y José
Alfredo Jiménez, ‘‘considerado [este último por Wikipedia como] el mejor cantautor de
música ranchera de todos los tiempos’’; a Cuba, Miguel Matamoros, Compay Segundo,
Dámaso Pérez Prado, Benny Moré, Bola de Nieve, Ernesto Lecuona, Chano Poso,
Cesar portillo de la Luz u Olga Guillott; o a Venezuela, Juan Vicente Torrealba
Pérez y Hugo Blanco.
Cualquier análisis de la obra musical que nos heredó Lucho Bermúdez no puede pasar por
alto que su trabajo se inscribe dentro del legado musical que nos ha dejado una formidable
pléyade de músicos caribeños, entre los que se cuentan el cubano Valentín
Cané, integrante del grupo que fundó en 1924 la Tuna Liberal de Matanzas, que sería
conocida más adelante como la Sonora Matancera, Luis María Frómeta, director de la
Billo's Caracas Boys, Renato Capriles, de Los Melódicos, y Orestes Aragón, uno de
los fundadores de la sexagenaria Orquesta Aragón. De eso da cuenta el portal francés
Mondo mix, dedicado a la promoción de los músicos del mundo entero. En dicho portal se
afirma que la orquesta de Bermúdez hizo parte del universo de las grandes orquestas
latinoamericanas, que dominaron el panorama musical continental durante la década de
1950. En la misma reseña se sostiene además que Bermúdez jugó un rol preponderante en
la difusión de las músicas populares colombianas a nivel continental.
La Sonora Matancera en Radio Progreso, foto tomada de montunocubano.com
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La habilidad de Lucho Bermúdez para posicionar su agrupación musical en el mercado de
la lúdica y el goce nacional, en un país cuya élite no se sentía muy orgullosa de sus
tradiciones musicales populares y folclóricas, es sólo comparable a la habilidad del cubano
Valentín Cané y a la del dominicano Billo Frómeta para hacer lo propio con sus
organizaciones musicales. Para asegurarse un mercado continental, Cané no dudó en llevar
a su orquesta cantantes de varios países del continente. Eso explica porque pasaron por la
Sonora Matancera vocalistas argentinos, colombianos, cubanos venezolanos,
puertorriqueños, mexicanos y dominicanos (buenamusica). De su lado Billo Frómeta
incluyó en su repertorio ritmos típicos de otros países, como el porro y la cumbia
colombianos, el merengue dominicano, el son y el bolero cubanos, música puertorriqueña y
canciones con arreglos de pasodoble español (orquestabillos).
En lo que concierne a Bermúdez, éste abordó en sus composiciones todos los ritmos
costeños: porros, cumbias, gaitas, fandangos, mapalés, paseos y merengues e incursionó en
otros ritmos nacionales como el torbellino, el pasillo y el joropo. Su versatilidad también le
permitió preparar arreglos en géneros musicales de otros países como la bossa-nova, el
tango, el mambo, el chachachá, el jazz, el pasodoble y desde luego el bolero
(banrepcultural).
Para penetrar el mercado interiorano, un medio donde las elites se mostraban reticentes
frente a casi todos los ritmos folclóricos del país, pero particularmente frente a los ritmos
costeños, Bermúdez no dudó en reclutar a la mayoría de los músicos de su orquesta en el
interior y establecerse en Medellín y Bogotá. En la capital fue considerado por la prensa de
comienzos de la década del 50, cuando apenas rayaba la cuarentena, como uno de los
grandes pontífices de la ‘‘música popular colombiana’’ y uno de los autores más reconocidos
de ‘‘la música festiva nacional’’ (semana).
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Portada de la Revista Semana del 1 de Enero de 1949, imagen tomada del blog Cumbiapoder
El aporte de la obra musical de Lucho Bermúdez a la estructuración de la identidad
nacional de Colombia es un hecho, que se puede constatar con sólo hacer una revisión
somera de las hemerotecas virtuales. La revisión de los titulares y notas de prensa:
editoriales anónimos y firmados, de apuntes de columnistas procedentes de todos los
horizontes espirituales e ideológicos y de crónicas conmemorativas, nos sirven para
comprobar que Lucho Bermúdez es uno de los primeros personajes de la vida pública
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nacional, que derribó los tradicionales prejuicios regionalistas, que aún hoy flagelan con
ardor el alma de la nación colombiana.
La obra musical de Bermúdez es –sin lugar a dudas- el primer producto cultural del país,
que enorgullece por igual a cachacos y costeños. Con ella pasó lo que pasó más tarde con la
obra literaria de García Márquez: dejó de ser una manifestación de la cultura costeña, para
pasar a ser uno de los iconos mayores de la cultura colombiana. Ese elemento sale al flote
en la nota del columnista Reinaldo Spitaletta, que escribió en El Espectador: “hubo un
tiempo en que Colombia era conocida en el exterior por su música, por sus orquestas y
compositores. Y uno de ellos, tal vez el más grande, era Lucho Bermúdez.”
Algo similar se puede concluir luego de la lectura de un nota de El Colombiano de
Medellín, en la que un redactor general, que nos privó de conocer su identidad, sostuvo
que “La música colombiana le debe tanto al maestro Lucho Bermúdez, que un año, el de su
centenario, es homenaje justo para honrar su memoria”, pues nuestros “abuelos y padres
vivieron jornadas musicales inolvidables, gracias al talento del maestro” y “su
versatilidad, [···] nos dejó un legado maravilloso en el cancionero nacional”. Por su parte el
diario El Mundo –de Medellín- destaca que “en Medellín fue donde Lucho Bermúdez tuvo
su principal auge musical” y que además allí “surgieron sus más conocidos temas musicales
y fue donde nació su hija Gloria María”.
Desde la frontera con Ecuador, el medico Fabio Arévalo Rosero nos informa, a través del
portal Soy Periodista, que ha oído decir ‘‘que en el cielo un ángel bullicioso hace de las
suyas con sus cánticos y tonadas”, que “ha puesto de moda porros, gaitas y cumbias
cautivando a querubines y serafines”, y que “en vez de arpa su instrumento glorioso es el
clarinete”. Por su parte Juan Carlos Garay sostuvo en Semana que ‘‘el legado de Lucho’’
es ‘‘parte vital de una identidad colombiana’’. A la sazón, es así como lo ven desde el
extranjero, pues el portal Mondo mix lo considera como un multi-instrumentalista,
reconocido como ‘‘una de las grandes figuras de la música de su país’’.
No en vano Heriberto Fiorillo tituló en El Tiempo, con ocasión de la conmemoración de
su centenario: ‘‘Lucho inmortal’’. Según Fiorillo, la de Lucho Bermúdez ‘‘no es música
vieja sino clásica, como la de Strauss o la de Liszt. Música creada, no para perecer, sino para
permanecer. Música que nos pertenece y nos define’’. El punto de vista de Fiorillo es
refrendado por el responsable del blog Cumbia, Poder & Porro. Para este bloguero la
Orquesta de Lucho Bermúdez es ‘‘una de las agrupaciones más importantes en la historia de
la música tropical colombiana’’ y Bermúdez es ‘‘quizás’’ el ‘‘músico más importante de
Colombia’’ (cumbiapoder).
Sobre el lugar que hoy ocupa Lucho Bermúdez en la historia de la música nacional,
concluyente es el comentario de Álvaro Villota Viveros, uno de los historiadores más
acreditados de la música colombiana. Para él, ‘‘Lucho Bermúdez es el compositor colombiano
más importante en toda la historia de nuestra música, la cual no tendría la grandeza que
[hoy] ostenta sin las piezas musicales […] del más ilustre hijo de Carmen de Bolívar’’. Para
Villota Viveros, Lucho Bermúdez realizó, junto con Pacho Galan, los arreglos que
arroparon ‘‘de elegancia aquellos porros naturales y silvestres que interpretaban en la
primera mitad del siglo veinte pequeñas agrupaciones hoy llamadas cariñosamente
papayeras. Ellos llevaron esa música criolla a los salones de exigente gusto’’ (soyperiodista).
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Lucho Bermúdez en 1946 en Buenos Aires ensayando con músicos argentinos, foto tomada del blog Cumbiapoder
¡Una obra musical que tiene también sus malquerientes!
Cuando se trata de determinar el rol jugado por Lucho Bermúdez en la evolución de la
cultura musical colombiana a partir de la información accesible al público, todas las fuentes
disponibles nos muestran, sin equívoco, que propios y extraños están de acuerdo en una
cosa: el hijo de El Carmen de Bolívar es, como lo sostuvo Adriana Carrillo en El Espectador,
el fundador ‘‘de la nueva música colombiana’’. Un sobrevuelo de su obra musical y la
comparación de ésta con la de compositores, que fueron sus contemporáneos, pone en
evidencia que Bermúdez fue ‘‘un verdadero innovador’’. De ello da testimonio su esfuerzo
por condensar en su trabajo todos los géneros musicales con los que tuvo contacto, sin
perder de vista los aspectos más prominentes de sus raíces culturales. Por eso, como lo
evoca Carrillo, cuando se escuchan las melodías compuestas por él, lo que fluye ‘‘debajo de
la piel […] no es más que la definición de identidad’’.
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Escultura Metamorfosis de Edgar Negret. El payanes Edgar Negret es uno de lo artistas colombianos más
importantes del XX y sus contribuciones en el campo del arte han sido fundamentales para el desarrollo de la
identidad nacional. Foto toma del blog agnesseoul de Le Monde
Sin embargo los conceptos positivos de los formadores de opinión pública, que escriben
editoriales en los medios, y de los académicos, que escriben para un público más selecto, no
son del todo compartidos por un amplio porcentaje de compatriotas, que dejan testimonio
de su desacuerdo a través de los comentarios en periódicos y blogs. Si bien entre los
comentaristas de periódicos se cuentan personas como hugosalamancaparra.net, que sostiene
que Lucho Bermúdez fue un ‘‘genial compositor que interpretó magistralmente la felicidad
que vivía el pueblo colombiano a mediados de los años 50 del Siglo pasado’’, o como punto de
vista, que subraya que Bermúdez ‘‘si fue un verdadero maestro digno representante del folclor
costeño’’, también hay personas que demeritan con ardor y rudeza su trabajoi.
Por ejemplo, TKG no se anda por las ramas a la hora de afirmar que la celebración del centenario de
Bermúdez muestra lo que en realidad ‘‘semos (sic), un pueblo primitivo con música primitiva’’. Ese
elemento es retomado por otro comentarista que se apoda Verdad que..., para quien ‘‘Esta música de
Lucho Bermúdez es la réplica de la vieja y decadente Colombia, esa Colombia de violentos
vetustos borrachos que aún hoy, en esta época de nuevas y refrescantes culturas, se niegan
a desaparecer, aunque ya a muy pocos les importe su existencia, ralentizando así la
evolución hacia una nueva generación de colombianos que ya no desean saber, que alguna
vez existió esta clase de folclor, que ha sido cómplice de las costumbres corruptas de las
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viejas clases sociales colombianas’’. Similar opinión tiene Publius, para quien
‘‘Afortunadamente este folclor vetusto de borrachos no nos gusta a la gran mayoría de
colombianos. Colombia ya está mirando hacia el futuro y al igual que las corridas de toros
este tipo de "música" se queda solo con los viejos, que han mantenido a Colombia en la
corrupción, el atraso y la violencia’’.
Están Apolo y Dionisio ocupando un puesto en nuestras vidas? Las críticas contra la música de Lucho Bermúdez
ponen en evidencia el lado apolíneo de un sector de la sociedad colombiana, que ve en todas las manifestaciones
de lo dionisiaco una manifestación de la decadencia y la perdición. Imagen tomada de http://ugm.cl/ontherecord
La abundancia de comentarios negativos, peyorativos y xenofóbicos en las páginas de los
periódicos sobre un músico, cuya obra musical es bien valorada por todos los entendidos en
la materia, es un elemento que nos ayuda a entender, con lujo de detalles, porque los
músicos de la época de Bermúdez se esforzaban por matizar su música con los arpegios de
las músicas foráneas de moda. Hoy aunque, ‘‘Colombia ya está mirando hacia el futuro’’,
todavía abundan personas como danisal, que exclaman –sin sonrojarse-: ‘‘Que vergüenza de
país’’, dedicando todo un año para celebrar el centenario de Lucho Bermúdez, ‘‘un hombre
cuya orquesta jamás pudo superar la calidad musical de orquestas como la de Stan Kenton,
Duke Ellington y Cab Calloway, entre muchas otras. Hasta los Billo's Caracas Boys [sic] les
ganaban’’. ¡Este tipo de comentarios nos permite constatar que aún existen personas que
evalúan la creatividad artística, tomando como referente los parámetros de la competición
atlética!
Tampoco son pocos aquellos que atacan la música de Bermúdez por su origen regional. Para ellos no
es cierto que ‘‘la música del caribe [y en este caso la de Lucho] sea o haya sido la mejor’’. Ese
es el caso de Publius, que sostiene que no le ‘‘gusta la música de Lucho Bermúdez’’ porque ‘‘el
folclor costeño de Lucho Bermúdez no gusta a todos los colombianos, y menos porque
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quienes gustan de este tipo de música tratan muy mal a quienes no gustan de él’’. Para
otros, como lo pretende elmarquesdesade, la popularización de la música de Bermúdez se debió al
hecho que ‘‘la música caribeña de antaño era la que más se escuchaba en las emisoras’’,
puesto que ‘‘no se le daba mucha rotación a la música llanera o del pacífico colombiano’’. De
otra parte sostiene elmarquesdesade, evocando las opiniones del escritor Andrés Caicedo,
que el encuentro de la música costeña con la ‘‘vulgaridad paisa, logró su apogeo con el
chucú chucú’’, que alcanzó una popularidad similar a la de la ‘‘salsa y el rock que estaban en
su mejor momento’’.
Cuando se constata que puntos de vista como esos se expresan aún con fuerza, en un
momento en el que la música folclórica-comercial colombiana es reconocida a nivel
continental, uno no puede dejar de preguntarse ¿cómo serían las cosas en la década de
1950, época en la que ‘‘la europeizada sociedad capitalina consideraba que la música de la
costa era una música de negros y salvajes que incitaba al desorden y al
desenfreno alcohólico y sexual’’? (cumbiapoder).
Los puntos de vista chovinistas o xenofóbicas, que manifestaban amplios sectores de las
elites locales frente a las manifestaciones culturales populares regionales, no deben
extrañarnos. Hasta la década de 1970 era común que reconocidos intelectuales demeritaran
las manifestaciones culturales nacionales –y al pueblo raso en general- en la prensa y en sus
escritos. Ese es el caso del cartagenero Eduardo Lemaitre. En una de sus crónicas
historiográficas, en la que ataca con ardor el rol del padre Bartolomé de Las Casas, Lemaitre
sostiene que la obra patente del mestizaje, de Cuba a la Patagonia y de Cartagena a las
Filipinas, es la ‘‘miseria, la inestabilidad y la sangre’’. Según él, las cosas son más evidentes
en el caribe, pues allí Colón encontró ‘‘las tribus aborígenes de la más rudimentaria cultura
en todo el continente’’: tribus ‘‘salvajes y primitivísimas [que] apenas si se congregaban en
míseras rancherías, sin conciencia social, sin religión que pudiese llamarse tal, sin
costumbres ni leyes, ni moral de ninguna clase, y desde luego, sin ninguna manifestación
artística importante’’ii.
Gaitas y maraca tocadas por Juan Lara y Antonio Fernández, de San Jacinto. Los ritmos que tocaban los grupos
indígenas de las sabanas de Bolívar y de Sucre, así como de los valles del Sinú y El San Jorge, representan una
de las raíces musicales del porro. Foto tomada del portal de la biblioteca Luis Ángel Arango.
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Una aproximación más detallada sobre la percepción negativa que tenían algunos de los más
importantes intelectuales colombianos de la primera mitad del siglo XX, sobre la condición
mestiza del pueblo puede apreciarse en el ensayo ‘‘Colombia es un tema’’, del historiador
Jorge Orlando Melo. Con intelectuales que no se andaban por las ramas para desvalorizar
las incipientes manifestaciones culturales nacionales en la prensa, como lo evoca el editorial
del diario El Tiempo que conmemora el centenario de Lucho Bermúdez, no es de extrañar
que Muchos colombianos consideren que la música autóctona de Medellín y la Zona
Cafetera es el tango, la de Cundinamarca, la ranchera, la de Cali, la salsa y la de
Bogotá, la balada romántica, el bolero, el jazz, el blus y el rock.
Para ilustrar mejor este punto, bien vale traer a colación aquí, que en el campo musical,
como lo sostiene el histórico reportaje sobre Lucho Bermúdez, publicado en 1949 por la
revista Semana, la tradición más importante en Colombia es ‘‘el esnobismo’’. Por causa de
éste se ha priorizado muchas veces en el campo cultural, la difusión de las ‘‘últimas
novedades extranjeras’’, dejando de lado muchos trabajos de calidad, realizados con
esfuerzo por artistas nacionales. Con semejante tradición en materia de valoración de las
manifestaciones culturales locales, no debe sorprendernos que haya quienes sostengan, con
cierta ironía, que ‘‘en Colombia la élite se considere londinense, los intelectuales, franceses,
la clase media, estadounidense, y el pueblo, mexicano’’.
Esa falta de confianza en lo nacional y esa tradicional percepción vergonzante de la cultura
colombiana y de sus cultores puede ser la razón principal que explica, como lo resalta
Gerald Martin, el biógrafo ingles de García Márquez, porque un ‘‘país lleno de gente
talentosa no ha podido nunca posicionar su cultura en el ámbito continental’’. El ejemplo
patente es el propio Gabo. Sus primeras obras eran apreciadas por la crítica extrajera, pero
en Colombia antes de Cien años de soledad, García Márquez nunca había alcanzado a
vender una edición de mil libros.iii
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Caratula de un disco de la orquesta Italian Jazz de Manizales, una manifestación evidente de la falta de confianza
nacional. Imagen tomada del blog Cumbiapoder.
El contexto en que surgió la música de Lucho Bermúdez
Un vistazo somero de la historia nacional nos muestra que Lucho Bermúdez dio a luz su
espléndida obra musical, en uno de los momentos más sombríos de la historia nacional. Un
periodo, que parafraseando los términos que titulan el capítulo nueve del libro del historiador
James D. Henderson, podríamos llamar La guerra de los siete mil días y el Frente
Nacional (books).
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Gaitán, detrás de Laureano Gómez en una tarde de toros: las dos figuras que agitaron al país en los años 40
comparte foto en el palco de los notables. Foto: Manuel H, tomada de la Revista Cambio.
Dicho periodo de oscuridad se consolidó con la llegada de Laureano Gómez al solio de los
presidentes. Bajo su conducción el país se vio abocado a la profundización de una
contrarreforma sociocultural, que buscaba detener el proceso de instalación de la
modernidad en el país. Esta contrarreforma, como lo dijo Gómez en su discurso de
posesión, trataba de impedir la ‘‘desfiguración del alma nacional’’ y evitar la ‘‘destrucción de
nuestra patria libre y cristiana’’, a través de una ‘‘labor universal de limpieza’’, que permitiera
restituir las ‘‘gloriosas tradiciones de la patria’’, mediante una ‘‘redentora tarea de
regeneración de los sentimientos íntimos del pueblo’’. Para eso se necesitaba, según
Gómez, ‘‘limpiar la mente popular de las ponzoñosas malezas del materialismo histórico’’ y
las ‘‘formulas inertes’’ del naturalismo filosófico que, en su opinión, habían florecido durante
los años de la república liberal iv , para remplazarlas como, lo señala Helwar Hernando
Figueroa Salamanca, por valores corporativistas de corte franco-falangistas. De ese modo
–y con esos conceptos- se buscaba salvaguardar las tradiciones cristianas y la herencia
hispánica de la nación colombiana (usbbog).
Como bien lo destaca Daniel Samper Pizano, al final de los años 40 y durante la década
de 1950 el país fue desgarrado por una ola de violencia política, que para calmarlo fue
necesario inyectarle ‘‘la anestesia del Frente Nacional’’ (eltiempo). Por eso nos resulta
bastante sorprende que haya personas que al referirse a la obra de Lucho Bermúdez
sostengan que éste ‘‘interpretó magistralmente la felicidad que vivía el pueblo colombiano a
mediados de los años 50’’, porque, a decir verdad, los años 50 no fueron nada felices para
el pueblo colombiano.
El retorno del discurso retrogrado en lo sociopolítico coincidió con la perdida de espacio para
las posturas euro-centristas y clásico-barrocas en el campo cultural. En el campo musical las
manifestaciones folclóricas vernáculas fueron encontrando mayor espacio, gracias al auge de
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la industria del disco y al desarrollo de la radio. La radio fue erosionando –poco a poco- la
resistencia frente a las manifestaciones folclóricas nacionales.
De otra parte, es importante señalar que el comportamiento hostil frente a lo vernáculo de
las élites, no era un asunto que se circunscribía a los salones frecuentados por la elite
bogotana. Según el investigador Adlai Stevenson Samper, en barranquilla la resistencia
frente al porro en los salones frecuentados por la élite local comenzó a ceder con el auge de
la radio. Para Stevenson no hay evidencias que nos muestren que antes de la década de
1930 a la élite barranquillera le gustara la música costeña. En efecto, para amenizar los
bailes del Club Barranquilla y las presentaciones de la naciente industria radiofónica, se
hizo venir de Tunja a Barranquilla al maestro Luis Felipe Sosa, que formó una orquesta
que mutó más adelante en varias orquestas, que terminaron fusionándose más tarde en la
orquesta de Pacho Galán (musicalafrolatino).
La orquesta de Sosa en Barranquilla en los años 1930, foto tomada de la página musicalafrolatino.com
La nota de Stevenson nos ofrece un dato interesante. En la barranquilla de la década de
1930, los que mandaban la parada en las fiestas de los clubes sociales –aún en los
carnavales- eran los pasillos, los bambucos y los torbellinos. Para asegurar que estos se
interpretaran en el más puro espíritu interiorano, la élite barranquillera hizo venir al maestro
Sosa de Tunja. El repertorio era completado por el jazz, el fox-trot, el béguine, el
charlestón y otros aires foráneos. Para asegurar la pureza de dichos ritmos se traían por lo
general músicos europeos, caribeños o estadounidenses, que alternaban con los músicos
nacionales.
Por su parte las agrupaciones musicales debían siempre llevar los apellidos jazz-band en su
nombre, para poder asegurar su supervivencia. En medio de ese universo dominado por las
músicas foráneas, los músicos locales, aprovechando ciertas similitudes entre el porro y el
jazz, barnizaban sus creaciones con los matices de esta música. Eso fue facilitando la
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entrada del porro en los salones de baile de la elite local, que finalmente terminó por abrirle
campo en sus fiestas, luego que los miembros de la élite cartagenera, encabezados por el
compositor de porros Daniel Lemaitre, acogieron al porro en sus clubes y comenzaron a
bailarlo.
Infografía de Antonio María Peñaloza, uno de los integrantes de la orquesta Emisora Atlántico Jazz Band y de la
banda de jazz Los Vagabundos, foto tomada de la página musicalafrolatino.com.
La resistencia al acervo musical terrígeno no era una característica sólo de las élites de las
grandes ciudades del país. El fenómeno también se presentaba en las ciudades de menor
rango. Según el editor del blog Cumbiapoder, una de las medidas que tomó Rojas Pinilla
cuando llegó al poder fue la de encomendarle a ‘‘los gobernadores militares […] la tarea de
organizar retretas musicales, en escenarios públicos cada domingo’’. Con el objeto de
cumplir el encargo presidencial, ‘‘los gobernadores conformaron bandas sinfónicas en las
capitales departamentales, para poder cumplir con ese deber’’. En sus presentaciones dichas
bandas colaban uno que otro porro.
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Banda sinfónica ofreciendo una retreta dominical en un lugar público durante el gobierno militar, foto tomada del
blog cumbiapoder
Al gobernador militar de caldas, general Gustavo Sierra Ochoa, ‘‘en su afán de lucirse, se le
ocurrió la idea de importar cinco instrumentistas de Italia, para reforzar a los lugareños’’.
Cuando terminó el gobierno militar, la banda fue disuelta y los músicos italianos se quedaron
sin empleo. Como las condiciones económicas no eran muy buenas en la Italia de
postguerra, los músicos italianos decidieron quedarse en Colombia e integrar la orquesta,
que siempre había dirigido quien fuera durante el gobierno militar el director de la orquesta
departamental.
‘‘En cierta ocasión, un paisa llamado Botero, los contrato para actuar en un club de Palmira,
Valle; viajaron en bus y al llegar a esa ciudad, para sorpresa de todos, encontraron grandes
pancartas que rezaban: Directamente de Roma a Palmira orquesta Italiana Jazz’’. El director
de la orquesta, Guillermo González, le preguntó al organizador del baile por la supuesta
orquesta italiana y el empresario le dijo: ‘‘Vea negrito; a usted no lo conoce nadie aquí y si
yo pongo en las pancartas Orquesta de Guillermo Gonzáles, tampoco lo conoce nadie; y
como usted me dijo que en su orquesta había cinco italianos, yo la puse Italian Jazz’’. Para
seguir impresionando al público, la orquesta continuo llamándose Italian Jazz y dándole un
aire filarmónico a sus porros. Gracias a eso la contrataron por nueve años en un club social
de Medellín y pudo grabar sus discos.
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Era tan fuerte la resistencia y el desprecio por lo nacional que sentían las élites locales que,
según Stevenson Samper, una vez en Barranquilla una compañía de teatro cubanoespañola puso en escena un baile de cumbia en una de sus presentaciones. El asunto causó
un escándalo y la prensa de la época condenó lo ‘‘chabacano y sensual del espectáculo
negroide’’, que se había puesto en escena ‘‘según los comentaristas, sin ningún pudor ni
vergüenza’’.
En general, como lo hemos intentado demostrar, el contexto en el que surgió la obra de
Bermúdez está marcado por el fanatismo político y la predilección –en el campo culturalpor las manifestaciones foráneas de espíritu eurocéntrico. Como lo manifestó a El Tiempo el
cantante Cosme Leal, en Bogotá, antes de la aparición de Lucho Bermúdez, " las
orquestas no se atrevían a tocar un porro o una cumbia porque les daba pena". Por eso nos
atrevemos a sostener (en contravía de lo que sostiene un gran número de críticos e
historiadores musicales) que Lucho Bermúdez, para crear su obra musical, no se acercó al
jazz ni a los ritmos extranjeros. Todo lo contrario: Bermúdez tomó distancia de ellos, para
permitir que fluyeran en sus porros y cumbias las raíces sabaneras, sinuanas y bajomagdalenense de estos ritmos. A la sazón, José Portaccio, biógrafo de Bermúdez, señala
que éste ‘‘enriqueció los ritmos costeños sin que perdieran autenticidad".
Contrario a lo que sostiene el Dr. Villota Viveros, considero que Lucho Bermúdez y Pacho
Galan desarroparon al porro de un vestuario elegante que no era el suyo y le permitieron
presentarse en público, con un aspecto más natural y silvestre. Es decir, más cercano al
estilo alegre que le imponen, al momento de interpretarlo, las pequeñas agrupaciones de
músicos pueblerinos ‘‘hoy llamadas cariñosamente papayeras’’.
Lucho Bermúdez con la Orquesta del Caribe, de fracs en el trópico para ganar credibilidad ante las élites, imagen
tomada del blog cumbiapoder
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También discrepo del crítico musical José Vicente Contreras, que sostiene que Bermúdez
"vistió de frac la música costeña". En mi opinión Bermúdez, amparado en la autoridad que
le confería su formación técnica en un medio dominado por músicos sin formación, se tomó
el atrevimiento de entrar con la música costeña a la escena nacional vestida con su camisa
floreada, su sombrero de paja, su pantalón blanco, sus abarcas tres punt’á y su mochila al
hombro. No en vano muchos bogotanos se escandalizaron cuando Bermúdez presentó ‘‘en
directo sus gaitas, cumbias, porros y mapalés en el programa radial La hora costeña.
[Escandalizado] un famoso columnista de EL TIEMPO dijo, con desagrado, que la música de
Bermúdez era "una merienda de negros".
Heriberto Friorillo afirmó en el tiempo que Bermúdez ‘‘introducía su solo de clarinete,
revelando la profunda influencia que ejerció el jazz estadounidense sobre sus
composiciones’’. Jacobo Vélez, director del grupo la Mojarra Eléctrica, sostiene que en
sus fugas con el clarinete Lucho Bermúdez deja entrever ‘‘las influencias de Duke Ellington
o de Benny Goodman’’. Da la impresión que tanto Fiorillo como Velez no conocen nada de
la música de las sabanas de Bolívar y Sucre y de los valles del Sinú y del San Jorge. En la
música de estas regiones el rol del clarinete es central, al lado de la trompeta. El momento
más apoteósico de un porro, de un fandango y de ciertas gaitas se produce cuando uno de
estos dos instrumentos se libera del resto de la banda y se toma la voz de la agrupación
durante unos segundos. Los músicos de las bandas pueblerinas de antaño adoraban ese
instante, porque éste les permitía demostrarle al público y a sus colegas la maestría personal
(y la virilidad: el perrenque) en el manejo del instrumento.
Sin duda alguna hay una incontrovertible influencia del jazz, de la música clásica y antillana
en la obra de Bermúdez. Pero esta está más que todo presente en la forma, no el fondo.
De todas maneras, tanto el jazz como algunas de las músicas antillanas tienen un ancestro
común con el porro: las antiguas bandas marciales europeas, que el pueblo se tomó con su
folclor ya en Lousiana, ya México, ya en las Antillas o ya en el Caribe colombiano. La
habilidad de Lucho Bermúdez estuvo en mesclar cuidadosamente todas esas tradiciones
musicales, sin que ellas opacaran la verdadera esencia del folclor de su tierra. Eso hace de él
un universalizador de lo local. La habilidad de universalizar lo local, es un aspecto, que según
el escritor German Espinoza, representa la característica principal de la gente de todos los
pueblos del Caribev.
Según Nietzsche, el desarrollo del arte está siempre ‘‘ligado a la duplicidad de lo apolíneo y
de lo dionisíaco’’, tal como la continuidad de la vida depende ‘‘de la dualidad de los sexos’’.
Retomándolo podemos decir que la grandeza de Lucho Bermúdez estuvo en reunir en su
obra musical lo apolíneo, representado en el rigor de la técnica y lo sobrio del formato, y lo
dionisiaco, presente en la festividad y alegría de cada nota musical de su obra.
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Lo apolíneo y lo dionisiaco: los dos principios en tensión que rigen al mundo y se manifiestan a través del arte.
Imagen tomada de taringa.net
La obra musical de Lucho Bermúdez es uno de los pilares de la identidad nacional
colombiana. Ella, al lado de las novelas de García Márquez, de Caballero Calderón, de
José Eustacio Rivera o de Manuel Zapata Olivella, de la obra pictórica de Obregón,
Rayo y Botero y escultórica de Edgar Negrete y Eduardo Ramírez Villamizar, al igual que
el legado arquitectural de Rogelio Salmona, representa una de las cosas que hacen
sobrellevadera –aunque suene a anatema- la condición de colombiano.
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En gran parte es gracias a la música de Bermúdez que hoy podemos cantar, en un país,
cuya historia se ha escrito ‘‘en surcos de dolores’’, en medio de una ‘‘horrible noche’’, que se
niega a cesar: ‘‘Colombia tierra querida/ himno de fe y de alegría’’, aunque sin mucha
convicción. En lo que me concierne puedo decir que gracias a la música de Bermúdez
entendí, a muy temprana edad, que soy de una ‘‘tierra de placeres, de luz, de alegría, de
lindas mujeres’’, en la que hasta ‘‘el más cobarde se enguapetona’’, cuando ‘‘el toro criollo
salta a la arena’’.
Según el diario El Lider, de Florencia, en medio de los homenajes que se hicieron ‘‘al
maestro Lucho Bermúdez en su tierra natal, El Carmen de Bolívar”, “la ministra de
Cultura anunció que se creará una escuela musical” en dicho pueblo, para honrar la memoria
del insigne músico. Pero eso no basta. Su biografía debe insertarse en los manuales
escolares de historia y de español y literatura, al lado de la de políticos y escritores, pues
Lucho Bermúdez es, junto al escritor Gabriel García Márquez, al pintor
Alejandro Obregón, al boxeador Antonio Cervantes Reyes y al hombre de negocios
Julio Mario Santo-Domingo, una de las cinco personalidades más importe de la historia
de la costa norte de Colombia en todo los tiempos.
Pictorica, Omar Rayo. Rayo es uno de los iconos de las artes plasticas colombianas durante el siglo XX. El
intaglio es la técnica desarrollada por él.
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i
Los comentarios de lectores que citamos a continuación fueron recuperados en la colilla del artículo ‘‘A cien años
del nacimiento de Lucho Bermúdez: Un siglo de bailes’’, de Adriana Carrillo, publicado en la sección Cultura de El Espectador
(edición virtual) el 24 enero de 2012, así como en la colilla del artículo ‘‘¡Lucho vive!’’, de Reinaldo Spitaletta, publicado en el
mismo diario, en la misma fecha, y del tele-reportaje de Caracol-televisión ‘‘Colombia celebra el natalicio de Lucho Bermúdez’’, reproducido
por la página virtual de El Espectador el 25 de enero de 2012.
ii
Las opiniones de Lamaitre pueden ser consultadas en las crónicas ‘‘Ideas de los españoles sobre los indios’’ y ‘‘La
encomienda’’, contenidas en el libro ‘‘Memoria de la historia: historias detrás de la historia de Colombia’’, tomo II,
páginas 53 a la 56 y 68 a la 71 respectivamente.
iii
Gerald Martin, Gabriel Garcia Marquez : une vie, Paris : Bernard Grasset, 2009, p. 3005.
iv
Laureano Gómez, Discursos, Bogotá : Editorial revista colombiana, 1968, p.55-74.
v
Germán Espinosa, ‘‘Caribe y universalidad’’, en Respirando el Caribe: memorias de la cátedra del Cribe
Colombiano, vol. 1, bajo la dir. de Ariel Catillo Mier, Bogotá: Gente Nueva, 2001, p. 65-78.
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