UN DIÁLOGO DE 1950 (ENTRE UN SACERDOTE Y UN FISICO): S.: Ud. como ingeniero sabe más Física que yo, que sólo soy un sacerdote. I.: Claro, es normal. S: Como ingeniero de ferrocarriles algo conocerá también sobre máquinas a vapor. I.: Por cierto. S.: No es que yo entienda mucho. Pero he sabido que Lord Kelvin, el físico inglés, ha mostrado que toda transformación física o química genera cierto calor que no podemos aprovechar íntegramente porque se disipa. Y ya no hay modo de reutilizarlo para generar trabajo. Ocurre como con la bolsa de agua caliente que usamos para calentar nuestros pies fríos en invierno. El calor va siempre desde la zona caliente (la bolsa) hacia la fría (pies), nunca al revés. Y cuando ambas temperaturas se han nivelado, no hay modo de volver a calentar el agua de la bolsa sin recurrir a gastos suplementarios de energía. Porque el calor disipado no puede emplearse más. I.: Así es. El físico Carnot hizo una descripción del ciclo de una máquina ideal de vapor. Y mostró que si no hubiese degradación de la energía disponible -si la transferencia térmica de la caldera al condensador (cámara fría) de la máquina se hiciera sin pérdidas de calor- tendríamos una máquina de movimiento perpetuo: una vez cumplido, su ciclo se reiniciaría una y otra vez, indefinidamente. Es decir, tendríamos una máquina que al cumplir su primer ciclo, recuperaría el estado inicial y volvería a recorrer ese primer tramo de trabajo sin precisar energía suplementaria. S.: Pero eso no ocurre en los hechos, claro. I.: Así es. Aunque constante, la energía total de un sistema aislado se deteriora progresivamente. La entropía va nivelando las diferencias térmicas y al alcanzar el cero grado Kelvin -el frío absoluto- cualquier transformación se vuelve imposible. La energía está allí, pero se ha vuelto inutilizable. S.: Se supone que el universo es un enorme sistema aislado. I.: Así es. S.: Ud., como buen ingeniero, tiende a ver el universo como un gran reloj. Y niega que haya necesidad de un relojero para fabricarlo y conservarlo. I.: Así es. Ese era el origen de nuestra discusión. Ud. es un defensor del relojero universal (Dios), yo sostengo que el universo se gobierna solo. De modo que sigo sin ver claro para qué desvió nuestra conversación al tema de la entropía. ¿Qué tiene que ver la degradación progresiva de la energía con nuestro asunto de si hay Dios o no lo hay? S.: Ya verá. Además de no haber un Dios-relojero, Ud. sostenía que tampoco era necesaria la idea de una creación. Decía que el universo existe desde siempre. Que el reloj no tuvo diseñador ni constructor: estuvo ahí simplemente. I.: Así es. La materia es eterna. El universo sólo está hecho de materia. No hace falta para entenderlo más que el conocimiento de unas pocas reglas en que esa materia se combina. No hay más. Ni sus espíritus, ni su Dio, ni cielos ni infiernos donde nos arrumbarán como virtuosos o culpables. ¿Se imagina idea más fantasiosa -supuesto que haya un relojero- esa de un hacedor preocupado de estas esquirlas minúsculas que somos los animales humanos en la enormidad del universo? ¿Ocupándose de lo mal o bien que nos portemos? Francamente cuesta tenerle respeto a semejante imaginería. S.: Como quiera. Pero no me cambie el tema. Y no vaya a ser que termine precisando de mi relojero para contestarme a lo que voy a preguntarle. I.: No me pasaré al bando de los feligreses del relojero, esté seguro. Diga no más cuál es su pregunta. S.: Fíjese que mi pregunta es sumamente simple. Si cree que el Universo como sistema aislado que es- está condenado a la muerte térmica, que el tiempo tiene una dirección irreversible hacia el triunfo de la entropía máxima. Y si además no ha sido creado, existe desde siempre, ¿cómo es que no hemos alcanzado ya esa entropía máxima del cero Kelvin si el tiempo pasado que ha transcurrido es infinito? ¿Por qué hay tantos soles que no se apagaron y nuestro planeta puede seguir aprovechándose de la energía térmica del suyo para que crezca la vida? En un pasado infinito la entropía tuvo que tener tiempo de sobra para acabar con los desniveles térmicos. ¿Por qué no ocurrió? ¿No será que el relojero está arreglando las cosas? S.: ¿Entiende mi argumento? I.: Si, si, no me gusta su conclusión, pero es cierto que algo no encaja…