II- Cristo sacerdote y

Anuncio
II- Cristo sacerdote y
Buen Pastor prolongado en su Iglesia
Presentación
La Iglesia es la comunidad de hermanos convocada (ecclesia) por la
presencia y la palabra de Cristo resucitado. Cada creyente, como respuesta a
esta llamada, decide compartir toda su vida con Cristo. El Señor se prolonga
en «los suyos» (Jn 13,1) como en su «complemento» (Ef 1,23), para insertarse
en la realidad sociológica e histórica.
En todo momento histórico, la Iglesia revisa, renueva y profundiza su
relación con Cristo como punto de referencia y razón de ser de su existir.
Los datos sociológicos e históricos irán variando continuamente. Cristo
resucitado es y será siempre el mismo, «el que es, el que era, el que viene»
(Ap 1,8; Hb 13,8), que comunica a su Iglesia luces y gracias nuevas para
responder a nuevas situaciones.
Cristo, con todo lo que es y tiene, se comunica a la Iglesia: «de su
plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia» (Jn 1,16). Es Hijo de Dios y
Mediador. En la Iglesia todos somos hijos de Dios por participación (Jn 1,12)
y todo es «mediación», como participación en el ser, en el obrar y en las
vivencias de Cristo (Col 1,19-29).
El Señor ha vivido y sigue viviendo su realidad de hermano que comparte
la vida, de Mediador y protagonista que asume nuestra existencia como parte
de la suya, para insertarla en el paso (pascua) hacia el Padre en el amor del
Espíritu Santo. Su vida se hace inmolación, entrega total de Buen Pastor. Es
Sacerdote y Víctima, es decir, el Mediador y esposo (consorte) que ofrece su
vida en sacrificio para salvar a los hermanos.
Esta realidad de Cristo se prolonga en toda la Iglesia, según dones,
vocaciones, ministerios y carismas diferentes. La espiritualidad sacerdotal
de toda la Iglesia se traduce en «solidaridad» de comunión con toda la
humanidad (cf. GS 1). En el sacerdote ministro, esta espiritualidad tendrá
matices especiales por reflejar una participación especial en la realidad
sacerdotal de Cristo (cf. capítulos III y siguientes). No podría comprenderse
la espiritualidad sacerdotal ministerial si se presentara al margen de la
Iglesia Pueblo sacerdotal.
1- El Buen Pastor
Más que las palabras y la terminología, cuenta la realidad. Desde el
momento de la encarnación, Jesús (el Verbo hecho hombre) es, actúa y vive
como protagonista y consorte de toda la historia humana. Las diversas
analogías empleadas por él para indicar su propia realidad (esposo, hermanos,
amigo...) se pueden resumir en la de Buen Pastor. Su ser, su obrar y su
vivencia corresponden a la realidad profunda.
- Es el Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). El «yo soy»,
tan repetido en el evangelio de Juan, indica su ser más profundo de Hijo de
Dios hecho hombre, «ungido» y «enviado» por el Padre (Jn 10,36) y por el
Espíritu Santo (Lc 4,18).
- Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos, defiende
(Jn 10,3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a cada ser humano
para caminar con él y para salvarlo integralmente.
- Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que «conoce amando»
y que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11ss), como donación sacrificial
según la misión y mandato recibido del Padre (Jn 10,17-18 y 36) 1.
1 En el evangelio de san Juan aparece esta línea de "Buen Pastor". Ver:
L. BOUYER; El cuarto evangelio, Introducción al evangelio de san Juan,
Barcelona, Estela, 1967; R. E. BROWN, El evangelio según san Juan, Madrid,
Cristiandad, 1979; Idem, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la
eclesiología joánica, Salamanca, Sígueme, 1983; V. M. CAPDEVILA y MONTANER,
Liberación y divinización del hombre. La teología de la gracia en el
evangelio y en las cartas de san Juan, Salamanca, Secret. Trinitario, 1984;
J. ESQUERDA, Hemos visto su gloria, Madrid, Paulinas, 1986; A. FEUILLET, El
prólogo del cuarto evangelio, Madrid, Paulinas, 1971; Idem, La mystère de
l'amour divin dans la théologie johanique, París, Gabalda, 1972; M. J.
LAGRANGE, Evangile selon saint Jean, París, 1984; P. M. DE LA CROIX,
Testimonio espiritual del evangelio de san Juan, Madrid, Rialp, 1966; I. DE
LA POTTERIE, La verdad de Jesús. Estudios de teología joanea, Madrid, BAC,
1979; J. LUZARRAGA, Oración y misión en el evangelio de Juan, Bilbao,
Mensajero, 1978; D. MOLLAT, Iniciación espiritual a San Juan, Salamanca,
Sígueme, 1965; Idem, Etudes johaniques, París, Seuil, 1979; A. ORBE, Oración
sacerdotal, Madrid, BAC, 1979; S. A. PANIMOLIE, Lettura pastorale del
vangelio di Giovanni, Bologna, Dehoniane, 1978; R. SCHNACKENBURG, El
evangelio según san Juan, Madrid, Studium, 1972; S. VERGES, Dios es amor. El
amor de Dios revelado en Cristo según Juan, Salamanca, Sec. Trinitario, 1982;
A. WIKENHAUSER, El evangelio según san Juan, Barcelona, Herder, 1978.
Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y se
expresan
en
su
obrar
comprometido.
Su
interioridad
(espíritu
o
espiritualidad) es un camino o vida de donación total: «caminad en el amor,
como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio» (Ef
5,2). El amor afectivo y efectivo de Cristo tiene una triple dimensión: amor
al Padre en el Espíritu Santo, amor a los hermanos, dándose a sí mismo en
sacrificio.
El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo equivale a sintonía con
su voluntad, para glorificarle y llevar a término sus designios de salvación.
Este amor llena toda la existencia de Jesús desde la Encarnación: «He aquí
que vengo para hacer tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 39,7-9).
Su vida es un «sí» a los designios del Padre (Lc 20,21) para cumplir su
misión salvífica universal (Jn 10,28; 17,4; 19,30; Lc 23,46). Esa es su
«comida» o actitud constante (Jn 4,34; Mt 3,15; Lc 2,49), como garantía de la
autenticidad de su misión (Jn 5,30; 8,29).
Toda su vida es una «pascua» o paso hacia «la hora» querida por el
Padre, de humillación, muerte y resurrección (Jn 2,4; 13,1; 14,31; Flp 2,510). Este «paso» pascual continúa en la Iglesia hasta la restauración final
de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10; 1 Co 11,26). De este modo Jesús se
manifiesta también por medio de la Iglesia, como «el esplendor de la gloria»
del Padre e «imagen de su substancia» (Hb 1,3), en armonía y unidad en él
(cf. Jn 10,30; 14,9).
El amor a los hombres tiene en Cristo sentido «esponsal», como de
hermano (Col 1,13) y de quien asume o carga, como «consorte» (Lc 22,20), la
realidad humana es su faceta de miseria y de pecado (Mt 8,17; 1 P 2,24; Is
53,4) y en su dinamismo hacia una victoria final (1 Co 15,24-28) 2.
2 La doctrina del documento de Puebla sobre Cristo Sacerdote y Mediador
tiene esta dimensión pastoral a partir de la encarnación del Verbo (Puebla
188-197). La cercanía de Jesús al hombre concreto, hasta asumir como
protagonista toda la existencia e historia humana y llega hasta la muerte y
resurrección, para comunicar una vida nueva y anunciar una victoria total de
Cristo sobre el pecado y la muerte. La realidad latinoamericana queda
iluminada con el misterio pascual de Cristo y compromete a asociarse con él.
Pastores dabo vobis describe la figura del Buen Pastor, resumiendo estos
contenidos bíblicos, en los nn. 21-23, en vistas a poder realizar y
transparentar la configuración del sacerdote ministro con Cristo.
La encarnación en el seno de María es el momento inicial de esta
sintonía comprometida de Cristo con toda la humanidad y con cada ser humano
en particular. El paso pascual de Jesús se concreta en sensibilidad
responsable: «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Es sintonía de compasión
(Mt 15,32; Lc 6,19), búsqueda (Lc 8,1; 15,4), cercanía a los que sufren y a
los más pobres (Lc 4,18; 7,22; Mt 11,28), deseo de encuentro (Jn 10,16;
19,28) y de unión para siempre (Jn 14,2-3). El amor de Buen Pastor abarca a
toda persona humana en su integridad, porque él es «el pan de vida... para la
vida del mundo» (Jn 6,48-51).
Este amor al Padre y a los hermanos se hace donación sacrificial y
total. Es el modo de amar propio de Dios hecho hombre. No posee nada (Lc
9,59) ni busca sus propios intereses (Jn 13,14-16), para poder darse él mismo
totalmente (Jn 10,11-18; 15,13) como rescate o redención (liberación) de
todos (Mt 20,28). Para poder comunicarnos la «vida eterna» (Jn 10,10.28) se
inmola por nosotros «en manos» o según la voluntad del Padre (Lc 23,46; Mt
26,28).
Su «pascua» hacia el Padre se realiza por medio de esta donación
sacrificial (Ef 5,25; Hch 20,28) que es pacto de amor o Alianza sellada con
su sangre (Lc 22,20; Hb 9,11-14), como máxima manifestación del amor de Dios
a todos los hombres (Jn 3,16; 12,32). Jesús realiza la redención por medio de
esta entrega de caridad pastoral inmolativa: «por esto el Padre me ama,
porque doy mi vida para tomarla de nuevo... tal es el mandato que he recibido
del Padre» (Jn 10,17-18).
Toda la comunidad eclesial, representada por María «la mujer», queda
asociada a «la hora» (Jn 2,4; 19,25-27) y a la «suerte» de Cristo (Mc 10,38).
Los apóstoles serán servidores o ministros especiales de este anuncio y
celebración (Lc 20,19; 1 Co 11,24).
Esta realidad de Cristo Buen Pastor continúa siendo actual, no sólo por
unos hechos y un mensaje que son siempre válidos, sino principalmente por la
presencia de Cristo resucitado en la Iglesia y en el mundo. Cristo fue y
sigue siendo responsable de los intereses del Padre y de los problemas de los
hombres como protagonista y consorte de su historia. Jesús es el Hijo de Dios
hecho nuestro hermano, cabeza de su cuer po místico, Mediador de todos los
hombres, Buen Pastor, Sacerdote y Víctima, «fuente de todo sacerdocio» (santo
Tomás, III, q. 22, a. 4). En Cristo se revela el misterio de Dios Amor, del
hombre y del mundo amado por él. De este modo, «Cristo manifiesta plenamente
el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS
22).
Cristo es el camino y se hace protagonista del camino humano con su
caridad de Buen Pastor:
- no se pertenece porque su vida se realiza en plena libertad según los
planes salvíficos del Padre (obediencia),
- se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad humana, aunque
usando de los dones de Dios para servir (pobreza),
- ama esponsalmente, como consorte de la vida de cada persona, haciendo
que todo ser humano se realice sintiéndose amado y capacitado para amar en
plenitud (virginidad) 3.
3 Ver PDV 21-22, 29, 49, 57, 82. El tema de la caridad pastoral se
desarrollará en el capítulo quinto. La doctrina paulina ofrece esta
perspectiva apostólica y sacerdotal, Doctrina y espiritualidad sacerdotal
según san Pablo: AA. VV., Paul de Tarse, Apôtre de notre temps, Roma, Abbaye
S. Paul, 1979, M. BAUZA, "Ut resuscites gratiam Dei", (2Tim 1,6), en El
sacerdocio de Cristo, Madrid, Cons. Sup. Investigaciones Científicas, 1969,
55-66; A. CICOGNANI, El sacerdote en las epístolas de san Pablo, Madrid, FAX,
1959; A. COUSINEAU, Le sens de " presbyteros" dans les Pastorales, "Science
et Esprit" 28 (1976) 147-162; J. DUPONT, Le discours de Milet, Testament
pastoral de saint Paul (Act 20,18-26), París, Cerf, 1962; P. GRELOT, Las
epístolas de Pablo: La misión apostólica, en El ministerio y los ministerios,
Madrid, Cristiandad, 1975, 40-60; M. GUERRA; Episcopos y Presbyteros, Burgos,
Facultad de Teología, 1962; J. P. MEIER, Presbyteros in the pastoral
Epistles, "Catholic Biblical Quarterly" 35, 1973, 323-345; J. SÁNCHEZ BOSCH,
Le charisme des pasteurs dans le corps paulinien, en Paul de Tarse..., I o.
c., 363-397; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según san Pablo, Bilbao,
Desclée, 1954. Ver autores que estudian la teología de san Pablo: Benetti,
Bonsirven, Bover, Cerfaux, Kuss, Lyonnet, Prat, etc. Cfr. más biliografía en
J. ESQUERDA, Pablo hoy, un nuevo rostro de apóstol, Madrid, Paulinas, 1984.
2- Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima
La realidad de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Redentor,
apenas puede expresarse con palabras. La terminología humana es siempre
limitada ante el misterio de Dios Amor. Las palabras son signos
convencionales. Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos
indicar que es responsable de los intereses del Padre y protagonista de la
historia humana, hasta hacer de su propia vida una oblación total:
- ante el Padre, en el amor del Espíritu
- Mediador: dando la vida en sacrificio
- por los hombres
El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios
salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el «ungido y enviado» (Lc 4,18; Jn
10,36) para la redención o rescate de todos los hombres (Mc 10,45; Mt 20,28):
- Ungido o consagrado, en cuanto que su naturaleza humana está unida en
unidad de persona (hipostáticamente) con el Verbo Hijo de Dios (Jn 1,14),
desde el momento de la concepción en el seno de María, por obra del Espíritu
Santo (Mt 1,18.21; Lc 1,35).
- Enviado para llevar
acción del Espíritu Santo
evangelio (Mc 1,14-15), la
la donación de sí mismo (Jn
a término la misión o encargo del Padre, bajo la
(Lc 4,1.14.18; Hch 10,38), por el anuncio del
cercanía a los pobres (Lc 7,22; Mt 4,23; 11,5) y
10,11; 6,35.48).
- Ofrecido o inmolado en sacrificio, con todo su ser, cuerpo y sangre
(Lc 22,19-20), como servicio de donación total por la redención de todos (Jn
10,17; 17,19; Mc 10,45), hasta morir amando para conseguir la glorificación
de Dios y nuestra salvación (Lc 24,26.46; Jn 12,28).
Jesús es, pues, «el único Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5),
porque sólo él es Dios y hombre, con capacidad de hacer de su vida una
donación total en bien de toda la humanidad y de todo el universo. «En su
sacrificio asumió las miserias y sacrificios de todos los hombres y de todos
los tiempos» (Sínodo Episcopal de 1971: El sacerdocio ministerial, principios
doctrinales, 1). Sólo él puede hacer partícipe de esta realidad a toda su
Iglesia y especialmente a María figura de la misma Iglesia.
Aplicar a Cristo el título de sacerdote (Sacra dans, el que ofrece dones
sagrados) y de pontífice (puente, mediador) es legítimo, con tal que se salve
la trascendencia del misterio de Cristo, más allá de todo sacerdocio y culto
pagano e incluso veterotestamentario. El sacerdote es el hombre que, en
nombre de la comunidad, ofrece a Dios un acto de culto, expresado
ordinariamente por preces y sacrificios, para reconocer a Dios como primer
principio de todas las cosas. En el Antiguo Testamento se da un salto
cualificado, puesto que los actos cultuales renovaban una Alianza o pacto de
amor de Dios, como anuncio de una nueva y definitiva Alianza que tendría
lugar en la venida del Mesías (Cristo).
La carta a los Hebreos llama a Jesús Sacerdote (hiereus), con una
novedad que va más allá del Antiguo Testamento, porque se trata del Hijo de
Dios hecho hombre (Hb 4,15-16; 5,1-6). Por esto se llama del orden de
Melquisedec, es decir, más allá del sacerdocio levítico 4.
4 La carta a los Hebreos es siempre el punto de referencia obligado para
el tema de Cristo Sacerdote. En ella se inspira santo Tomás (III q. 22 y 26,
q. 46-59), el concilio de Trento (ses. 22, c. 1), las encíclicas sobre el
sacerdocio y la encíclica Mediator Dei. Ver: G. MORA, La carta a los Hebreos
como escrito pastoral, Barcelona, Fac. de Teología, 1974; R. RABANOS,
Sacerdote a semejanza de Melquisedec, Salamanca 1961; C. SPICQ, L'Epître aux
Hébreux, París, Gabalda, 1971; A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote
nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1984.
Es el único sacerdote por ser el único Mediador (Hb 9,15; 1 Tm 2,4-6),
con su muerte sacrificial puede cumplir los designios salvíficos de Dios
sobre los hombres: «Cristo, constituido Sacerdote de los bienes futuros y
penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto... por su propia sangre
entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna»
(Hb 9,11-12; cf. conc. Trento, ses. 22, cap. 1). La mediación de Cristo es
eficaz porque se basa en su realidad divina y humana:
Aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, y al ser
consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna,
declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec (Hb 5,8-10).
La realidad sacerdotal de Cristo es única e irrepetible. Es la mediación
de Dios hecho hombre, que se ejerce por el profetismo (anuncio de la
palabra), por la realeza o pastoreo (Cristo Rey y Buen Pastor) y por el
sacrificio de una oblación o donación total de sí, hasta la muerte de cruz
(Flp 2,5-11; Ef 5,1-2). Jesús ha dado la vida «en rescate (redención) por
todos» (Mt 20,28).
La terminología sacerdotal usada por Cristo (unción, inmolación,
redención...) tiene carácter de misión o encargo recibido del Padre. Los
escritores del Nuevo Testamento (no sólo la carta a los Hebreos) también
usaron términos sacerdotales, puesto que Jesús es el Salvador «que se entregó
a sí mismo como redención de todos» (1 Tm 2,3-6; cf. Ef 5,2.25-27), y que,
con su sangre derramada en sacrificio, nos redimió y nos reconcilió con Dios
(Rm 5,1-11; 1 P 1,18-19; 1 Jn 1,7; Hb 9,11-12; Hch 20,28).
El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral
permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el momento de la
encarnación (Hb 10,5-7) hasta la muerte en cruz y la glorificación (Flp 2,511). Su «humillación (Kenosis) de la encarnación y de la muerte se convierte
en glorificación suya y de toda la humanidad en él.
La caridad del Buen Pastor es, pues, sacrificial, indicando una donación
total de sí, para cumplir la misión recibida del Padre, que atrapa toda su
existencia, que continúa en el cielo como intercesión eficaz (Rm 8,34; Hb
7,25) y que se prolonga en la Iglesia (cf. SC 7). Su sacrificio sacerdotal
consiste en que «siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que
vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2 Co 8,9). Toda esta realidad
sacerdotal de Cristo tiene lugar afrontando las circunstancias ordinarias de
todos los días (Nazaret, Belén, vida pública, pasión, muerte...), en una
historia humana parecida a la nuestra, puesto que el ser humano se realiza
haciendo de la vida una donación.
El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tiene su punto
culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así lleva a
plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones naturales y
particularmente del Antiguo Testamento. Cristo es Sacerdote, templo, altar y
víctima como:
- Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30); es «nuestra Pascua» (1 Co 5,7),
como «cordero pascual» que se inmola para hacer «pasar» el pueblo hacia la
salvación en una nueva tierra prometida (Jn 1,29; 13,1).
- Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8), como «pacto» de amor, sellado ahora
con la sangre del Hijo de Dios (Lc 22,20), para hacer de toda la humanidad un
pueblo de su propiedad esponsal (Hch 20,28; Ef 1,7; 1 P 2,9; Ap 5,9).
- Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lv 16,1-6), puesto
que su muerte y resurrección son sacrificio que libera, rescata y salva de
los pecados (Mt 20,28; 26,28; Rm 3,23-25; 4,25; Hb 9,22; 1 P 1.2; 1Jn 2,2) 5.
5 El sacrificio de Jesús (dar la vida en rescate de todos) salva los
valores de cada época histórica, de cada pueblo y de cada cultura; pero los
lleva a la plenitud insospechada del misterio de la encarnación, de la
redención y de la restauración final. El Antiguo Testamento es una
preparación inmediata a estos planes salvíficos y universales de Dios en
Cristo; por esto, la meditación de la palabra de Dios lleva siempre hacia la
armonía de toda la revelación. Los sacrificios antiguos son sombra o
reparación de la gran luz en Cristo (Col, 2,17).
En Cristo encontramos la epifanía, cercanía, presencia y palabra
personal de Dios Amor (Ga 4,4; Jn 14,9). En él, Dios nos ha dado todo (Rm
8,32). Al mismo tiempo, por Cristo y en el Espíritu Santo que él nos envía,
nosotros podemos responder a Dios con un «amén» o «sí» de donación total (2
Co 1,20; Hb 13,15).
Su humanidad, unida a la persona del Verbo fue instrumento de nuestra
salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y
se nos dio la plenitud del culto divino (SC 5; cf. Puebla 188-197).
El hombre encuentra en Cristo su propia realidad de sentirse amado y
capacitado para amar libremente (cf. 3,16-17; 1 Jn 4,19). El «misterio» de
Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima, abarca también el misterio del hombre
como instrumento y colaborador libre, para «instaurar todas las cosas en
Cristo» (Ef 1,10). Es misterio de un «amor que supera toda ciencia» (Ef
3,19), porque empieza en Dios y abarca toda la humanidad, todo el cosmos y
toda la historia, hasta que sea una realidad en «el cielo nuevo y la tierra
nueva» (Ap 21,1) donde «reinará la justicia» (2 P 3,13).
Esta realidad sacerdotal de Jesús no puede encerrarse en una
terminología humana. Se trata del misterio de Verbo encarnado, que asume como
protagonista y consorte la historia de toda la comunidad humana y de cada ser
humano en particular. Cristo se manifiesta así:
- con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios hecho
hombre (Hb 5,1-5),
- con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los intereses
de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por ellos (Hb 9,1115).
- con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral que,
conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdote perfecto, santo, eficaz
y eterno (Hb 7,1-28).
El sacerdocio de Cristo hay que enfocarlo, desde el amor de Dios que
quiere salvar al hombre por el hombre, y desde el amor de Cristo Buen Pastor.
Los sentimientos o interioridad de Cristo (Flp 2,5ss) arrancan de su ser de
Hijo de Dios hecho nuestro hermano y están en sintonía con su obrar. «El Hijo
de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS
22). La caridad pastoral de Cristo es el punto de referencia de toda la
espiritualidad sacerdotal (ver capítulo V):
Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del
Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo,
Sacerdote y Buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a
los hombres hasta inmolarse entregando su vida (PDV 49).
A la luz del sacerdocio de Cristo la historia humana recobra su sentido.
El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el
cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la
humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones (GS
45).
Participar en el sacerdocio de Cristo comporta, hacerse con él y como él
responsable y solidario del caminar histórico del hombre.
La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide, pues, con su servicio, con
su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en
obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo doliente del
Señor, Sacerdote y Víctima a la vez (PDV 21) 6.
6 El tema de Cristo sacerdote ilumina todos los temas de teología,
pastoral y espiritualidad sacerdotal, como "fuente de todo sacerdocio" (santo
Tomás, Suma Teológica, III, q. 22, a. 4). Hay que destacar los siguientes
temas: el siervo de Yavé que ofrece su vida en rescate o liberación de toda
la humanidad (Ez 4,4-8; Is 63,7; Ga 1,5; 1 P 1,18s); la humanidad vivificante
de Cristo como "sacramento" fontal (es sacerdote en cuanto Verbo hecho
hombre); la interioridad o amores de Cristo (que hemos descrito en el texto
como amor al Padre y a los hombres hasta dar la vida en sacrificio). Ver: AA.
VV., El corazón sacerdotal de Jesucristo, en "Teología del Sacerdocio",
Burgos, Fac. de Teología, 18 (1984); M. GONZALEZ MARTÍN, El corazón de Cristo
Pastor, en El ministerio y el Corazón de Cristo, centro de la vida y
ministerio sacerdotal, ibídem, 177-200.
3- Jesús prolongado en su Iglesia,
Pueblo sacerdotal
La comunidad de los seguidores de Cristo se llama Iglesia (ecclesia)
porque es una asamblea fraterna convocada por la presencia y la palabra de
Jesús resucitado. Ello quiere decir que en esta comunidad se prolonga Jesús
Buen Pastor, Mediador, Sacerdote y Víctima.
La Iglesia, como comunidad de creyentes, es un conjunto de signos de la
presencia, de la palabra y de la acción salvífica de Jesús. Cada uno es
llamado para una misión que es servicio o ministerio a los hermanos. Los
signos de Jesús en su Iglesia se llaman vocaciones, ministerios (servicios),
carismas (gracias especiales para servir).
Jesús prolonga en la Iglesia su persona y su sacrificio redentor, además
de su palabra y acción salvífica y pastoral.
Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica.
Está presente en el sacrificio de la misa... Está presente en su palabra...
Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos (SC 7).
La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de Dios,
donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo piedra angular y
fundamento (1 Co 3,10-16; 2 Co 6,16-18; Ef 2,14-22; cf. LG cap. II). Cristo
prolonga su realidad sacerdotal (su ser, su obrar y su vivencia) en la
comunidad eclesial: Vosotros, como piedras vivas, sois edificados como casa
espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales,
aceptos a Dios por Jesucristo (1 P 2,5; cf. Ex 19,3-6; Lv 26,12; Ap 1,5-6;
5,10) 7.
7 El tema de Iglesia será tratado en el capítulo VI. El documento de
Puebla (220-282) subraya la verdad sobre la Iglesia como Pueblo de Dios,
signo y servicio de comunión; de este modo aparece la realidad eclesial como
prolongación y expresión de Jesús presente en ella, acentuando la dimensión
cristológica, pneumatológica, evangelizadora, espiritual, escatológica,
sociológica y antropológica. María es figura y tipo de esta realidad eclesial
(Puebla 28ss). Sobre la Iglesia "sacramento", ver la nota siguiente.
En la comunidad eclesial Cristo prolonga su presencia (Mt 28,20), su
palabra (Mc 16,15), su sacrificio redentor (Lc 22,19-20; 1 Co 11,23-26) y su
acción salvífica y pastoral (Mt 28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo
transparente y portador de Jesús y como Pueblo sacerdotal:
- anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección,
- lo celebra haciéndolo presente,
- lo vive en comunión de hermanos,
- lo transmite y comunica a todos los hombres
(Hch 2,32-37; 2,42-47; 4,32-34).
En este sentido, toda la comunidad participa y vive del sacerdocio de
Cristo como profetismo, culto, realeza (pastoreo, apostolado). La Iglesia,
gracias a la palabra, al sacrificio y a la acción salvífica y pastoral de
Cristo, se construye como comunión, que refleja la comunión de Dios amor, y
construye en la humanidad entera una comunión o familia de hermanos que son
hijos de Dios (cf. Puebla 211-219; 270-281).
El sacerdocio de Cristo, prolongado en la Iglesia, hace a ésta
«solidaria del género humano y de la historia» (GS 1). Cristo Sacerdote, por
medio de su Iglesia, llega «al hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y
conciencia, inteligencia y voluntad» (GS 3). «El Hijo de Dios asume lo humano
y lo creado, restablece la comunión entre el Padre y los hombres» (Puebla
188; cf. LG 1).
La realidad de la Iglesia, por ser prolongación de Cristo (cf. Ef 1,23),
es realidad sacerdotal y evangelizadora. La Iglesia es consorte o esposa de
Cristo (Ef 5,25-27), participando de su ser sacerdotal que es de consagración
y de misión.
El culto que la Iglesia tributa a Dios es una oblación en el Espíritu,
por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18), el «sacrificio de alabanza» (Heb 13,1516), que se centra en la eucaristía, pero que debe abarcar toda la humanidad
y toda la creación renovadas por Cristo (Mt 5,13-14.23-24; Mc 9,49-50). Es
una «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), que se inserta en las
realidades humanas para restaurarlas en Cristo (Ef 1,10). La Iglesia se hace
luz y sal en Jesús, para convertir cada corazón humano y todo el cosmos en
una oblación sacrificial a Dios por el mandato del amor.
Toda la acción de la Iglesia es sacerdotal, en cuanto que en ella se
prolonga la acción sacerdotal de Cristo Buen Pastor; pero, de modo especial,
esto tiene lugar en la celebración litúrgica:
La sagrada liturgia es el culto público que nuestro Redentor, como
Cabeza de la Iglesia, rinde al Padre, y es el culto que la sociedad de los
fieles rinde a su Cabeza y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para
decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de
Jesucristo, esto es, de la cabeza y de sus miembros (Pío XII, Mediador Dei:
AAS 39, 1947, 528-529).
«Realmente, es esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente
glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su
amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al
Padre eterno. Con razón, se considera la liturgia como el ejercicio del
sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno
a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de
Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público
íntegro» (SC 7) 8.
8 El tema de Iglesia sacramento o misterio (como signo claro y portador
de la presencia y acción de Cristo resucitado) se ha de estudiar en relación
a la Iglesia comunión y misión: J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre;
la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado, "Gregorianum" 48 (1967) 5-27;
C. BONNIVENTO, Sacramento di unità, la dimensione missionaria fondamento
della nuova ecclesiologia, Bologna, EMI, 1976; Y. CONGAR, Un pueble
missianique, l'Èglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975; P. CHARLES,
L'Eglise sacrement du monde, Louvain 1960; J. ESQUERDA, La maternidad de
María y la sacramentalidad de la Iglesia, "Estudios Marianos" 26 (1965) 233274; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia Sacramento y
desde una Iglesia - Comunión, "Estudios de Misionología" 2 (Burgos 1977) 217252; R. LATOURELLE, Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca,
Sígueme, 1971; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento primordial, "Estudios
Eclesiásticos" 41 (1966) 139-159; H. RHANER, La Iglesia y los sacramentos,
Barcelona, Herder, 1964; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione,
Roma, Ist, Scienze Religiose, 1987; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento
original, San Sebastián, Dinor, 1965; P. SMULDERS, La Iglesia como sacramento
de salvación, en la Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, I p.
377-400.
La Iglesia
respuesta:
pueblo
sacerdotal,
celebra
con
actitud
de
escucha
y
de
- la Palabra que actualiza la historia de salvación como mensaje y como
acontecimiento (SC 33,35, 52),
- el único sacrificio redentor de Cristo hecho presente en la eucaristía
(SC 47ss),
- la acción salvífica de Cristo a través de los signos sacramentales (SC
59ss),
- la oración sacerdotal de Cristo (SC 83ss),
- la acción pastoral de Cristo, que tiende a hacer de la humanidad una
oblación a Dios por la práctica del mandato del amor (SC 2).
Por esto, la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la
Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los
trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe
y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia,
participen en el sacrificio y coman la cena del Señor (SC 10).
En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal,
participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo diverso:
que
hace
- El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sacerdote para
poder actuar en el culto cristiano participando en su ser, obrar y vivencia
sacerdotal.
- El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un testimonio
audaz (martirio), especialmente en los momentos de dificultad (fortaleza), de
perfección y de apostolado.
- El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en nombre y en
persona de Cristo Cabeza, formando parte del sacerdocio ministerial
(jerárquico) o ministerio apostólico.
- El carácter que comunica en cada uno de estos tres sacramentos (en
grado y modo diverso) es sello o unción permanente del Espíritu Santo (Ef
1,13-14; 4,30; 2 Co 1,21-22). Es una cualidad espiritual, indeleble, a modo
de signo configurativo (o de semejanza) con Cristo Sacerdote y de
participación ontológica en su sacerdocio, que consagra a la persona y la
potencia para el culto cristiano 9.
9 Sobre el carácter (del bautismo, confirmación y orden), los autores
señalan algunos aspectos fundamentales y complementarios entre sí: signo
distintivo y configurativo, potencia cultual, consagración o dedicación,
participación del sacerdocio de Cristo, capacidad para la misión en la
comunión de Iglesia, etc. En el concilio Tridentino; ses. 23, c. 4; en santo
Tomás: Suma Teológica, III, q. 27, a. 5, ad 2; q. 63, a. 1-6, etc. Ver: J.
ESPEJA, Estructuras del sacerdocio según los caracteres sacramentales, en El
sacerdocio de Cristo, Madrid, 1969, 273-294; J. ESQUERDA, Síntesis histórica
de la teología sobre el carácter, líneas evolutivas e incidencias en la
espiritualidad sacerdotal, en «Teología del sacerdocio» 6 (1974) 211-226; J.
GALOT, Le caractère sacerdotal, en «Teología del sacerdocio» 3 (1971) 113132; J. GALOT, La nature du caractère sacramentel, París, Louvain, Desclée,
1958; J. LARRABE, Sentido salvífico y eclesial del carácter sacerdotal,
"Estudios Eclesiásticos" 46 (1971) 5-33. Ver el tema en los tratados sobre
los sacramentos (bautismo, confirmación, orden).
Como en todo sacramento, también en el bautismo, confirmación y orden se
recibe una gracia especial. En este caso es para poder ejercer digna y
santamente el sacerdocio participado de Cristo. Es un don de Dios que se
puede perder (si falta la caridad) y que matiza las virtudes cristianas,
specialis vigor (dice santo Tomás en la línea de la caridad pastoral de
Cristo Sacerdote y Víctima.
El pueblo sacerdotal es diferenciado, no por la dignidad de la persona,
ni por una menor exigencia de perfección, que consiste para todos en la
caridad sin descuento, sino por recibir una llamada o vocación diferente,
para ejercer diferentes servicios o ministerios en la Iglesia (cf. Puebla
220-281).
Todo cristiano está llamado a ejercer ministerios proféticos, cultuales
y sociales (o de organización y caridad) en cuanto que los fieles,
incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos
partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo,
ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en
la parte que a ellos corresponde (LG 31).
Las líneas básicas y algunas concretizaciones de estos ministerios han
sido trazadas por Cristo; pero la Iglesia puede ir concretando más,
permitiendo o estableciendo nuevos ministerios, de tipo más institucional,
carismático o espontáneo según los casos 10.
10 Sobre los ministerios en general y especialmente sobre los nuevos
ministerios: AA. VV., I ministeri ecclesiali oggi, Roma, Borla, 1977; AA.
VV., Los ministerios en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1985; A. ABATE, I
ministeri nella missione e nel governo della Chiesa, Roma, Pont. Univ.
Urbaniana, 1978; R. BLÁZQUEZ, La teología de una praxis ministerial
alternativa; Salmanticenses 31 (1984) 113-135; J. DELORME, El ministerio y
los ministerios según el Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad, 1975; J.
ESPEJA, Los ministerios en el pueblo de Dios: Ciencia Tomista 114 (1987) 568594; J. LECUYER, Ministères en Dictionnaire de Spiritualité, 10, 1255-1267;
R. LOPEZ, Los nuevos ministerios según el Concilio Vaticano II «Revista
Teológica Límense» 18 (1984) 393-423; T. P. O`MEARA, Theology of ministry,
New York Ramsey, Paulist Press, 1983; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y
comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina,
"Gregorianum" 68 (1987) 267-305; A. PEELMAN, Les nouveax ministères,
"Kerygma" 13 (1979) n. 33; O. SANTAGADA, Naturaleza teológica de los nuevos
ministerios, "Teología" 21 (1984) 117-140; P. TENA, Los ministerios confiados
a los laicos, "Teología del Sacerdocio" 20 (1987) 421-450.
La vocación al laicado, a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial
matiza de modo diferente la participación en el ser, en el obrar y en el
estilo de vida de Cristo Sacerdote, especialmente cuando se trata de la
vocación sacerdotal ministerial, que está en la línea del sacramento del
orden.
4- El sacerdocio común de todo creyente
Todo bautizado está llamado a participar responsable y activamente en la
vida de la Iglesia, en el anuncio del evangelio, testimonio, oración,
celebración litúrgica, apostolado, servicio comunitario, etc. Cada uno
realiza un servicio peculiar según su propia vocación y estado de vida
(laical, de vida consagrada, sacerdotal), a nivel de profetismo, culto y
realeza o acción pastoral directa. Todos forman el Pueblo sacerdotal 11.
11 Sobre la Iglesia Pueblo sacerdotal, cf. Lumen Gentium c. 2; Ex 19,36; 1 Co 3,10-16; 2 Co 6,16-18; Ef 2,14-22; 1 P 2,4-10; Ap 1,5-6; 5,9-10;
20,6, etc. Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 552ss. Además de los estudios
indicados en la orientación bibliográfica, ver: A. BANDERA, El sacerdocio de
la Iglesia, Villalba, Ope, 1968; R. A. BRUGNS, Pueblo sacerdotal, Santander,
Sal Terrae, 1968; J. COLSON, Sacerdotes y pueblo sacerdotal, Bilbao,
Mensajero, 1970; J. ESPEJA, La Iglesia encuentro con Cristo Sacerdote,
Salamanca, San Esteban, 1962; CH. JOURNET, Teología de la Iglesia, Bilbao,
Desclée, 1960, cap. VIII; F. RAMOS, El sacerdocio de los creyentes (1 P 2,410), en «Teología del sacerdocio» 2 (1970) 11-47; J. RATZINGER, El nuevo
Pueblo de Dios, Barcelona, Herder, 1972; E. DE SCHMEDT, El sacerdocio de los
fieles, Pamplona, 1964, A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo
según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 1984.
Las vocaciones y los ministerios (servicios) son complementarios, para
formar la única oblación de Cristo prolongado en su cuerpo que es la Iglesia,
y que debe ser la oblación de toda la humanidad y de todo el cosmos.
El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que
corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por haber recibido
el bautismo y confirmación. Cada creyente, según su propia vocación,
realizará básicamente este sacerdocio en relación a la eucaristía y al
mandato del amor, pero con matices diferentes:
- de presidencia en la comunidad
(sacerdote ministerial),
- de signo fuerte o estimulante de la caridad
(vida consagrada),
- de inserción en el mundo (laicado).
El acento en la vocación específica de cada uno no puede hacer olvidar
lo que es fundamental y común a todos: el sacerdocio de todos los fieles.
No sólo fue ungida la Cabeza, sino también su cuerpo, es decir, nosotros
mismos... De aquí se deriva que nosotros somos Cuerpo de Cristo, porque todos
somos ungidos y todos estamos en él, siendo Cristo y de Cristo, porque en
alguna manera el Cristo total es cabeza y cuerpo - san Agustín, Enarrationes
in Ps 26.
Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del
Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio
de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y
anuncien el poder de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz
(LG 10; cf. 1 P 2,4-10).
La diferencia entre las diversas participaciones en el sacerdocio de
Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia de
privilegios y ventajas humanas.
El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o
jerárquico, auque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan,
sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único
sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de
que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio
eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo
de Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, concurren a
la ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos,
en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa,
en la abnegación y caridad operante (LG 10).
Todo creyente participa ontológicamente del sacerdocio de Cristo y está
llamado a actuar en las celebraciones litúrgicas y en toda la vida de la
Iglesia, a fin de convertir la propia existencia y de la humanidad entera en
una prolongación de la oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu
Santo.
Con el lavado del bautismo, los fieles se convierten, a título común, en
miembros del Cuerpo místico de Cristo Sacerdote, y, por medio del carácter
que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino participando así,
de acuerdo con su estado en el sacerdocio de Cristo (Pío XII, Mediador Dei,
AAS 39, 1947, 55ss).
Podemos distinguir en esta participación del sacerdocio de Cristo tres
aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida. Del ser deriva el obrar y la
exigencia de una vida santa:
- En cuanto al ser: es una participación real en el sacerdocio de Cristo
(en su unción y misión), por medio del carácter del bautismo y de la
confirmación, a modo de consagración, configuración con Cristo, capacitación
para el culto y para la vida cristiana.
- En cuanto al obrar: es capacidad para participar en el anuncio
(profetismo), celebración (liturgia) y comunicación del misterio pascual
(realeza), el sacrificio de Cristo y ofreciéndose a sí mismos, y
comprometiéndose en el apostolado de la Iglesia como inicio y extensión del
Reino de Cristo.
- En cuanto al estilo de vida: con una vida santa y comprometida en el
servicio de los hermanos, a la luz de las bienaventuranzas, transformando la
vida en una oblación agradable (salada) a Dios por el amor (cf. Mt 5,13 en
relación a Mt 5,44-48).
La vida cristiana, por su ser, su actuar y su vivencia, es,
eminentemente sacerdotal: «Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios,
que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es
vuestro culto espiritual» (Rm 12,1). Por esto la vida cristiana está centrada
en la eucaristía, que supone el anuncio y el compromiso de caridad:
Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida
cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y se ofrecen a sí mismos
juntamente con ella. Y así, sea por la oblación, sea por la sagrada comunión,
todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente,
sino cada uno de modo distinto (LG 11).
De este modo, «la condición sagrada y orgánicamente estructurada de la
comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y las virtudes»
(ibídem).
Esta línea sacerdotal armoniza los dos niveles de la vida cristiana: el
personal y el comunitario. Es la persona, no masificada, la que participa en
la realidad de Cristo para ejercer una misión insustituible; pero esta
persona es miembro de una comunidad que es comunión (Koinonía) de hermanos a
modo de cuerpo, pueblo, templo de piedras vivas, familia. La realidad
irrepetible de cada uno (vocación, carismas) se concretiza en la construcción
armónica de la comunidad en el amor (ágape) como reflejo de Dios Amor (cf. 1
Co 12-13, en relación a Jn 3-4).
Entre todos, y con la finalidad generosa y personal a la propia vocación
(en cuanto distinta y complementaria), realizamos la única oblación de
Cristo, en su único cuerpo místico y Pueblo de Dios, que debe abarcar toda la
humanidad y toda la creación.
Con esta perspectiva sacerdotal y eclesial hay que enfocar la afirmación
de que todo cristiano está llamado a ser santo y apóstol, como partícipe y
responsable del camino de la Iglesia con toda la humanidad hacia la
restauración final en Cristo. Todo cristiano, según su propia vocación,
participa de los ministerios eclesiales y forma parte de los signos de la
Iglesia «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1), signo transparente
y portador de Cristo ante el Padre y para todos los pueblos. Cada uno se
realiza en su propia vocación y carisma, en la medida en que aprecie y valore
los demás, colaborando con ellos.
Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos), dedicados al
servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único sacerdocio en Cristo
(sacerdotes), acostumbrados a calificar con estos títulos a los cristianos
que tienen una vocación peculiar de:
- Laicado: «A los laicos corresponde, por su propia vocación, tratar de
obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos
según Dios» (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu evangélico en las
estructuras humanas, desde dentro, en comunión con la Iglesia para ejercer
una misión propia (cf. LG 36; AA 2-4; GS 43) 12.
12 Ver LG 30-38; AA; GS 38, 43; AG 2, 6, 13, 21, 41; EN 70-75; CFL 7-8,
64; RMi 71.74; CEC 897-913; CIC 224-231; Santo Domingo 94-103; Puebla 777849. Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles Laici, de Juan Pablo
II (30 diciembre, 1988). Puebla 777-849. Algunos trabajos en colaboración:
Vocación y misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, en «Teología del
sacerdocio» 20 (1987); Los laicos y la vida cristiana, Barcelona, Herder,
1965; Dizionario di Spiritualità dei laici, Milano, OR, 1981; Laicus testis
fidei in schola. De munere laicorum in vocationibus fovendis, "Seminarium" 23
(1983) n. 12. Otros estudios: A. ANTÓN, Fundamentos cristológicos y
eclesiológicos de una teología y definición del laicado, en «Teología del
sacerdocio», 20 (1987) 97-162; J. I. ARRIETA, Formación y espiritualidad de
los laicos, "Ius Canonicum" 27 (1987) 79-97; A. BONET, Apostolado laical, los
principios del apostolado seglar, Madrid, 1959; Y. M. CONGAR, Jalones para
una teología del laicado, Barcelona, Estela, 1963; CONGREGACIÓN EDUCACIÓN
CATOLICA, El laicado católico testigo de la fe en la escuela, Roma, 1982; M.
D. CHENU, Los cristianos y la acción temporal, Barcelona, Estela, 1968; J.
ESQUERDA, Dimensión misionera de la vocación laical, "Seminarium" 23 (1983)
206-214; L. EVELY, La espiritualidad de los laicos, Salamanca, Sígueme, 1980;
J. HERVADA, Tres estudios sobre el uso del término laico, Pamplona, Eunsa,
1975; M. TH. HUBER, ¿Laicos y santos? A la luz del Vaticano II, Burgos,
Aldecoa, 1968; A. HUERGA, La espiritualidad seglar, Barcelona, Herder, 1964;
T. I. JIMÉNEZ URRESTI, La acción católica, exigencia permanente, Madrid,
1973; La missione del laicato, Documenti ufficiali della Assemblea generale
ordinaria del Sinodo dei Vescovi, Roma, Logos, 1987; R. BERZOSA MARTINEZ,
Teología y espiritualidad laical, Madrid, CCS, 1995; T. MORALES, Hora de los
laicos, Madrid, BAC, 1985; S. PIE, Aportaciones del Sínodo 1987 a la teología
del laicado, "Revista Española de Teología" 48 (1988) 321, 370; F. A. PASTOR,
Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la
Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305. (Pont. Consilium
pro Laicis) Apostolado de los laicos y responsabilidad pastoral de los
obispos (Roma, 1982).
- Vida consagrada: es signo fuerte de las bienaventuranzas y del mandato
del amor, a modo de «señal y estímulo de la caridad» (LG 42), por medio de la
práctica permanente de los consejos evangélicos (cf. LG 43-44; PC 1). Las
personas
llamadas
a
esta
vocación
«son
un
medio
privilegiado
de
evangelización» porque «encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al
radicalismo de las bienaventuranzas» (EN 69) 13.
13 Puebla 721-776. Documentos oficiales de la Iglesia en: La vida
religiosa, Documentos conciliares y posconciliares, Madrid, Instituto de Vida
Religiosa, 1987. Ver especialmente: Perfectae caritatis (Vaticano II),
Evangelica Testificatio (Pablo VI), Redemptionis donum (Juan Pablo II),
Mutuae Relationes (Congregación de obispos y Congregación de Institutos de
vida consagrada. Potissimun Institutioni (idem)); Vita consecrata (Juan Pablo
II). Estudios en colaboración: Yo os elegí. Comentarios y textos de la
Exhortación Apostólica Vita consecrata de Juan Pablo II, Valencia, EDICEP,
1997; Los religiosos y la evangelización del mundo contemporáneo, Madrid,
1975; La vida religiosa, II Codice del Vaticano II, Bologna, EDB, 1983. Otros
estudios: S. Mª ALONSO, La utopía de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol.
Vida Religiosa, 1982; J. ALVAREZ, Historia de la vida religiosa, Madrid,
Inst. Teol. Vida religiosa, 1987; M. AZEVEDO, Los religiosos: vocación y
misión, Madrid, Soc. Educación Atenas, 1985; A. BANDERA, Teología de la vida
religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; F. CIARDI, Expertos en comunión.
Exigencia y realidad de la vida religiosa, Madrid, San Pablo, 2000; A.
DORADO, Religioso y cristiano hoy, Madrid, Perpetuo socorro, 1983; J. LUCAS
HERNÁNDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986;
T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. Teol. Vida religiosa,
1980: Idem, La vida religiosa en la encrucijada, Barcelona, Herder, 1980; A.
MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, 1968; A. RENARD, Las religiosas en
la hora de la esperanza, Barcelona, Herder, 1982; B. SECONDIN, Seguimiento y
profecía, Madrid, Paulinas, 1986; J. M. TILLARD, En el mundo y sin ser del
mundo, Santander, Sal Terrae, 1983.
- Sacerdocio ministerial: es signo personal de Cristo Sacerdote y Buen
Pastor, a modo de «instrumento vivo» (PO 12), para obrar «en su nombre» (PO
2) y servir en la comunidad eclesial, como principio de unidad de todas sus
vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9).
El sacerdocio común de todo creyente es sacerdocio «espiritual» y «real»
(1 P 2,4-9; Jn 4,23; Rm 12,1), porque se celebra en el Espíritu de Cristo (en
quien ya se cumplen las promesas mesiánicas) y es participación y
colaboración en el reino de Cristo.
Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados
por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos
de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que
recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación
se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza
especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a
difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra
y juntamente con las obras (LG 11).
La familia, como la Iglesia doméstica (LG 11), es un lugar privilegiado
de este culto cristiano. En ella se aprende la donación personal como
encuentro con Cristo en el signo de cada hermano.
Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el
que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo
y la Iglesia (cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida
conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su
propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida (LG 11).
«La Iglesia encuentra en la familia, nacida del sacramento, su cuna» (FC 15)
14.
14 Puebla 568-616, Ver Exhortación Apostólica Familiaris consortio, de
Juan Pablo II (22 noviembre 1981). Estudios en colaboración: La familia,
posibilidad humana y cristiana, Madrid, Acción católica, 1977; La familia.
Doctrina de la Iglesia católica acerca de la familia, el matrimonio y la
educación, Madrid, 1975. Otros estudios: F. ADNES, El matrimonio, Barcelona,
Herder, 1979; B. FORCANO, La familia en la sociedad de hoy, problemas y
perspectivas, Valencia, CEP, 1975; F. MUSGROVE, Familia, educación y
sociedad, Estella, Verbo Divino, 1975; E. SCHILLEBEECKX, El matrimonio,
realidad terrena y misterio de salvación, Salamanca, Sígueme, 1968; A. LOPEZ
TRUJILLO, Familia, vida y nueva evangelización, Estella, EDV, 2000; A.
VILLAREJO, El matrimonio y la familia en la "Familiaris consortio", Madrid,
San Pablo, 1984. Documento de la Conferencia Episcopal Española: Matrimonio y
familia hoy, Madrid, PPC, 1979. Ver también Documento de la Conferencia
Episcopal Española: La familia, santuario de la vida y esperanza de la
sociedad, Madrid, San Pablo, 2001.
La oblación cristiana que transforma la vida en donación tiene lugar por
medio del trabajo como servicio a los hermanos. Precisamente porque «el
hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (GS 35), «el hombre como
sujeto del trabajo es una persona independientemente del trabajo que realiza»
(LE 12); por esto, «el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre
mismo como sujeto» (LE 6). El valor del trabajo consiste, en la donación
personal a imagen de Dios Creador y de Cristo Redentor (cf. GS, 1ª parte,
III) 15.
15 J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano, Barcelona, Herder,
1969; L. ARMAND, El trabajo y el hombre, Madrid 1964; F. BERRIOS MEDEL,
Teología del trabajo hoy. El desafío de un diálogo con la modernidad, Pont.
Univ. Católica, Santiago, 1994; M. D. CHENU, Hacia una teología del trabajo,
Barcelona, Estela, 1965; O. FERNÁNDEZ, Realización personal en el trabajo,
Pamplona, Eunsa, 1978; A. NICOLAS, Teología del progreso, Salamanca, Sígueme,
1971; G. THILS, Teología de las realidades terrenas, Bilbao, 1956.
El sacerdocio ministerial comunicado por el sacramento del orden (que
será el tema principal de los capítulos sucesivos) es un servicio especial
para hacer que toda la comunidad eclesial, con todos sus componentes y
sectores, ejerza su sacerdocio común y se haga oblación en Cristo para bien
de toda la humanidad. El mismo sacerdote ministro pone en práctica su
realidad sacerdotal bautismal a través de este servicio vivido con fidelidad
generosa.
Guía Pastoral
Reflexión bíblica
- Sintonía con los amores del Buen Pastor: al Padre (Lc 20,21; Jn 17,4),
a los hombres (Mt 8,17; Hch 10,38); dando la vida en sacrificio (Jn 10,11-18;
Lc 23,46).
- La realidad sacerdotal de Cristo Mediador: ungido o consagrado (Jn
10,36), enviado para evangelizar a los pobres (Lc 4,18; 7,22), ofrecido en
sacrificio (Lc 22,19-20; Mc 10,45), presente en la Iglesia (Mt 28,20).
- El sacrificio total de la caridad pastoral: cordero pascual (Jn 1,29),
para establecer una nueva alianza o pacto de amor (Mt 26,28) y salvar al
pueblo de sus pecados (M 20,28).
Estudio personal y revisión de vida en grupo
- Cristo Sacerdote, «único Mediador» (1 Tm 2,5): por su ser de Hijo de
Dios hecho hombre, por su obrar o función sacerdotal (anuncio, cercanía,
sacrificio de inmolación), por su estilo de vida (PO 2; SC 5; Puebla 188-197:
PDV 21-23: Dir cap. I).
- Cristo
22,32,39,45).
Mediador,
centro
de
la
creación
y
de
la
historia
(GS
- El sacerdocio de Cristo prolongado en la Iglesia, Pueblo sacerdotal
(SC 6-7,10; LG 9; Puebla 220-281), especialmente en el anuncio de la Palabra
(SC 33,35,52), en la celebración del sacrificio redentor (SC 47ss), en la
acción salvífica y pastoral (SC 2,7), en la cercanía solidaria a los hombres
(GS 1,40ss).
- Relación armónica entre las diversas participaciones del sacerdocio de
Cristo (LG 10-11; PO 2) y las diversas vocaciones (LG 31,42; PC 1; PO 2; GS
43).
- Servicio de unidad por parte del sacerdocio ministro (PO 9).
El sacerdocio, en virtud de su participación sacramental con Cristo,
Cabeza de la Iglesia, es, por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la
Unidad de la Comunidad (Puebla 661).
Orientación Bibliográfica
Ver algunos temas concretos en las notas de este capítulo: sacerdocio en
san Pablo (nota 3), san Juan (nota 1), carta a los Hebreos (nota 4), Corazón
sacerdotal de Cristo (nota 6), Iglesia sacramento (nota 8), Iglesia Pueblo de
Dios (nota 11), ministerios y nuevos ministerios (nota 10), carácter
sacerdotal (nota 9), laicado (nota 12), vida consagrada (nota 13), familia
(nota 14), trabajo (nota 15).
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Ver bibliografía sobre la Iglesia en el capítulo VI.
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