Ultimas gestiones diplomáticas. EE.UU. se quita la máscara

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
ULTIMAS GESTIONES DIPLOMATICAS
EE.UU. SE QUITA LA MASCARA
Entre la tarde del 26 de abril y la mañana del 28, se llevó a cabo en la capital
norteamericana la reunión del Órgano de Consulta de la Organización de Estados
Americanos donde, la Argentina iba a solicitar la aplicación del Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca (TIAR) que desde su aprobación en 1947, solo se había
utilizado una vez, durante la Crisis de los Misiles, en 1962.
Integraban el organismo de consulta los cancilleres de todos los países signatarios a
excepción de Cuba. Trinidad y Tobago, única nación de habla inglesa, lo había hecho en
1962 y Bahamas, independiente desde 1973, lo haría inmediatamente después de
finalizada la guerra en el Atlántico Sur.
La convocatoria requería una mayoría de dos tercios sobre un total de veintidós votos,
de los cuales el equipo del canciller Costa Méndez contaba como seguros doce.
Reunidos los representantes de cada país, el primero en hacer uso de la palabra fue el
presidente del organismo, quien abrió las sesiones pasando el micrófono al embajador
argentino ante la OEA, Raúl Quijano. El diplomático porteño, que había ejercido la
cartera de Relaciones Exteriores de su país en los últimos meses del gobierno derrocado
por la Junta Militar, pronunció un importante discurso en el que expuso los derechos
históricos de su país sobre las islas y denunció la agresión que Gran Bretaña, a la que
calificó de potencia colonialista extracontinental, que estaba llevando a cabo un ataque
contra el hemisferio, poniendo en peligro inminente la paz y la seguridad de las tres
Américas. Siguió diciendo que la gestión de Alexander Haig solo se había limitado a
demostrar que existía terreno para la negociación y que la posición argentina era más
que flexible salvo en una cosa: la soberanía sobre los archipiélagos.
El discurso de Costa Méndez giró dentro de la misma temática y en el mismo tono y
finalmente, cuando terminó de hablar, invocó la aplicación del tratado, punto que
intentaría potenciar durante la reunión de cierre el 28 de abril, con otra extensa
exposición.
En la oportunidad, además de Quijano y Costa Méndez, hicieron uso de la palabra los
cancilleres de todos los países miembros a excepción de México y Chile.
Finalizada la primera reunión, el canciller argentino comprendió que le iba a resultar
imposible obtener los dos tercios que su país necesitaba para la aplicación del tratado y
lograr una acción conjunta contra Inglaterra, razón por la cual, decidió cambiar de
táctica.
Lo que hizo fue optar por una resolución que obligase a Londres a retirar su escuadra,
denunciando que aquella, al amenazar territorio argentino, lo hacía también con el
continente entero. Fustigó y criticó duramente a la Comunidad Económica Europea por
su incondicional apoyo al Reino Unido e intentó imponer el concepto de que la crisis se
hallaba enmarcada en un diferendo norte-sur.
Las exposiciones continuaron durante todo el día siguiente y finalizaron en la mañana
del 28, lapso en el que hicieron uso de la palabra el representante de Bolivia, Gonzalo
Romero, quien manifestó que su país era solidario con la Argentina y condenó el
colonialismo, llamando a ambas partes a solucionar el conflicto por la vía diplomática.
Finalizó agradeciendo los esfuerzos del secretario de Estado norteamericano allí
presente, por intentar una solución pacífica al oficiar como mediador y cedió la palabra
al canciller del Brasil, Ramiro Saravia Guerreiro, quien recordó la tradicional posición
de su nación en favor de los reclamos argentinos. Al mismo tiempo apoyó el plan
peruano en favor de una tregua y el cumplimiento integral y no selectivo de la
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Resolución 502 de las Naciones Unidas y finalizó su alocución haciendo una crítica
contra la CEE por la posición intransigente que había adoptado.
Cuando le llegó el turno al representante colombiano, Carlos Lemos Simmons, la
desazón argentina no tuvo límites. El diplomático dijo, entre otras cosas, que el TIAR
no había sido concebido para expresar solidaridad emocional sino para establecer
normas bajo cuyo amparo se debían preservar la paz y la armonía y agregó que ninguno
de los estados-miembro supuso, al ratificarlo, que se trataba de un instrumento para
favorecer soluciones de fuerza sino, precisamente, para impedirlas. Con ello dejaba en
claro que el país agresor era la Argentina y que, por esa razón, el tratado no se podía
invocar.
El representante de Costa Rica, Bernd H. Niehaus Quesada, sostuvo que el conflicto del
Atlántico Sur no era exclusivo de una nación sino de todo el continente y apoyó todos
los reclamos argentinos, solicitando el pronto retiro de las unidades navales del Reino
Unido. También agradeció a Haig los servicios prestados y expresó su apoyo al
proyecto de paz de Perú.
Pedro V. Díaz, embajador chileno, dijo que Argentina debió haberse ajustado a lo
resuelto por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y anunció su voto de
abstención, postura a la que la opinión pública argentina no daría la trascendencia que le
dio a la de Colombia.
Su par dominicano, Pedro Padilla Tanor, expresó que su país veía con gran
preocupación el enfrentamiento entre dos naciones amigas de su patria aunque sostuvo
los reclamos argentinos poniendo especial hincapié en la necesidad de evitar la lucha
armada y llegar a un acuerdo negociado, algo muy similar a lo expuesto por su colega
ecuatoriano, Luis Valencia Rodríguez.
Guatemala, a través de su representante, Alfonso Alonso Lima, se manifestó plenamente
identificada con la Argentina por mantener con Gran Bretaña un pleito similar en
relación a Belice, e instó a los presentes a apoyar a Buenos Aires.
El embajador de Haití, Jean-Robert Estimé, reconoció plenamente los derechos
argentinos e intimó a la solución diplomática, al igual que el hondureño, Edgardo Paz
Barnica, que también pidió el retiro de la flota.
Mas o menos lo mismo dijeron sus pares de Nicaragua, Miguel D’Esoto; de Paraguay,
Alberto Nogués y de Uruguay, Estanislao Valdez Otero, quien además de poner énfasis
en la historia común de su país con la Argentina, habló del reconocimiento a sus
reclamos y la necesidad de apoyarlos dentro de las vías pacíficas, condenando las
aspiraciones coloniales de Gran Bretaña.
Quien también se manifestó contrario a la postura del país sudamericano fue Trinidad y
Tobago, cuyo canciller, Besil Ince, criticó el uso de la fuerza por parte de Buenos Aires.
Javier Arias Stella, representante de Perú habló de los estrechos lazos de hermandad que
unían a su país con la Argentina y manifestó fervientemente su apoyo, lo mismo su
colega venezolano, José Alberto Zambrano Velasco, que se refirió a la disputa que
desde hacía un siglo mantenía su nación con Inglaterra por la Guayana Esequiba. El
panameño José Illueca apoyó abiertamente la causa malvinense y el mexicano Rafael de
la Colina, se mostró algo al expresar: “…cualesquiera que sean las vicisitudes de los
próximos meses, la gloriosa patria de San Martín, por el sendero de la negociación y de
los demás procedimientos pacíficos considerados en nuestra carta, reivindicaremos
plenamente la soberanía de las islas Malvinas”.
La posición de Colombia cayó como un balde de agua fría en la Argentina y generó
reacciones de rencor por parte de la opinión pública, acicateadas desde diferentes
sectores, especialmente el periodismo. “Traicioneros” y “Caín de América” se la llamó
mientras se instaba a la población a beber café de Brasil.
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Bogotá consideraba que, aunque había razones susceptibles de ser discutidas, los
archipiélagos australes habían estado bajo dominio ininterrumpido y efectivo de Gran
Bretaña durante 149 años, y preguntaba porqué, si la Argentina consideraba a las
Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur como parte de su territorio, no solicitó la
aplicación del TIAR cuando este fue aprobado en 1947 y recién lo hizo cuando ella
misma utilizó la fuerza. Aseguró además que si bien su país defendía el reclamo del
gobierno de Buenos Aires, la acción emprendida el 2 de abril le quitaba a Gran Bretaña
el peso de haber provocado la agresión y finalizó solicitando el cumplimiento, por
ambas partes, de la Resolución 502 de las Naciones Unidas, presentando un proyecto
anexo en el que instaba a ambas naciones a buscar una solución pacífica.
Quien realmente se quitó la máscara fue el representante de los Estados Unidos,
Alexander Haig, que al momento de hacer uso de la palabra acusó lisa y llanamente a la
Argentina de país agresor (en realidad lo era ya que había llevado a cabo una primera
acción por medio de las armas que de no haber existido, no habría generado la reacción
británica) y explicó que el TIAR no era aplicable en ese caso. Sobre el final dio a
entender que la Argentina estaba tratando de manipular la situación e instó a la OEA a
no inmiscuirse en el esfuerzo de paz que llevaba a cabo Washington. Un silencio
sepulcral siguió a sus palabras, quebrado recién cuando habló el canciller de Guatemala.
El 28 por la mañana la OEA emitió la Resolución 28/82 , aprobada por 17 países sobre
21, a saberse, Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador,
El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, México, Panamá, Paraguay, Perú,
Uruguay y Venezuela, contra 4 abstenciones, EE.UU., Colombia, Chile y Trinidad y
Tobago. La misma, reconocía los derechos argentinos sobre las islas Malvinas, sin
mencionar a los otros dos archipiélagos, y urgía a Gran Bretaña a poner fin a las
hostilidades y a la Argentina a evitar actos que agravasen la situación, deplorando, de
paso, las medidas coercitivas de la Comunidad Económica Europea.
La aprobación fue acompañada por un cerrado aplauso y las felicitaciones de los
presentes a Costa Méndez, que recordaron la sesión del día 26 cuando todos los
ministros se pusieron de pie a excepción de Haig.
El conclave significó un importante triunfo diplomático para la Argentina, el único que
consiguió durante la crisis, que dejó satisfecho al gobierno y la opinión pública
nacional. Sin embargo, el periodista Manfred Schonfeld de “La Prensa”, bajó a sus
compatriotas a la realidad cuando aseguró en un artículo de su autoría que, pese al voto
favorable, en el momento de los hechos iba a ser la Argentina la que se enfrentaría a
Inglaterra y no los países del TIAR.
No se equivocaba el prestigioso periodista. Los resultados no fueron para nada
contundentes ya que el tratado no se aplicó y las cosas siguieron su curso desfavorable
para Buenos Aires.
De todos modos, la reunión en la OEA constituyó una elocuente derrota para la política
del Departamento de Estado norteamericano, que no pudo sacar ventajas a favor de sus
intereses. Fue una de las pocas veces en que la organización, entidad creada por
Washington para manipular la política regional, se puso abrumadoramente en su contra.
Al otro día, después de una reunión en el Consejo Nacional de Seguridad celebrada en
Washington y luego de que Reagan aceptase su recomendación de apoyar abiertamente
a Gran Bretaña, Haig apareció ante las cámaras de televisión, para hacer un anuncio
oficial.
Según los periodistas Van der Kooy, Kirschbaum y Cardoso, su rostro de piedra
intentaba en vano disimular el desagrado que le provocaban los anuncios que tenía que
hacer, a saberse, el fracaso de su gestión y el agravamiento del conflicto en el Atlántico
Sur, motivado por la intransigencia argentina.
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A partir de ese momento, el gobierno norteamericano efectuó un giro radical acusando
al país sudamericano de agresor y anunciando oficialmente su apoyo incondicional a
Gran Bretaña, su aliada más obediente, sumisa y fiel.
Con aquella novedad, la opinión pública internacional pudo confirmar lo que se venía
sospechando desde el comienzo de la crisis: Washington iba a sostener la causa de
Londres aportando cuanto estuviera a su alcance para que el Reino Unido saliese
victorioso, incluyendo ayuda militar y la aplicación de severas medidas económicas
contra Buenos Aires.
Galtieri se enfureció al conocer la noticia, mucho más que sus compañeros de la Junta a
la cual Haig había llamado, en algún momento, “gavilla de matones”. En medio de su
estallido, maldijo a Reagan, a quien desde ese mismo momento dejó de considerar
amigo y aliado, y se refirió al secretario de Estado norteamericano con términos
irreproducibles.
La prensa británica, por el contrario, saludó con grandes titulares la decisión
norteamericana. “Un millón de gracias”, publicó el sensacionalista “The Sun”; “Un
amigo de verdad” dijo “The Times” mientras el resto del país parecía respirar aliviado.
Casi inmediatamente, la maquinaria bélica norteamericana se puso en marcha.
Además de sus instalaciones militares de la isla Ascensión, Estados Unidos proveyó Al
Reino Unido de buena parte del combustible utilizado por los barcos, aviones y
helicópteros que Inglaterra despachó hacia Malvinas.
La gran movilización incluyó buques petroleros, 4700 toneladas de pistas metálicas
desplegables para las operaciones aeronavales; 75 misiles todo-sector Sidewinder AIM9L junto a sus equipos de montaje, radares para el sistema de misiles Sea Wolf, sistemas
antimisiles Vulcan-Falax, misiles antirradares Shrike, misiles antibuques Harpoon,
sofisticados equipos de detección submarina, 8 sistemas de misiles superficie-aire
Stinger, indicadores de objetos con sistemas láser, equipos de visión nocturna para
complementar los que Inglaterra ya tenía, equipos de comunicaciones criptográficos y
de guerra electrónica, repuestos para armamento diverso, grandes cantidades de
municiones de diferente tipo, 18 contenedores CTU-24 para lanzamiento en paracaídas,
carpas, calefactores, agua potable y raciones y todo tipo. También trascendió que fue
alistado y puesto a punto el portahelicópteros USS “Guam” para el caso de que alguno
de los portaaviones británicos fuese dañado y además, envió hacia la isla Ascensión,
después de aprovisionarlo con misiles Sidewinder, un escuadrón completo de aviones
AV-8B Harriers II que fueron transportados a bordo de aviones C-5A de la USAF.
Sin embargo, la principal ayuda que los Estados Unidos brindó a las fuerzas del Reino
Unido fueron sus sofisticados satélites de comunicaciones e información táctica, entre
ellos el OTAN 3 y el KH-11 de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que prestarían
una valiosa ayuda que los ingleses han intentado minimizar1.
La Argentina se iba a enfrentar a la tercera potencia aeronaval, del mundo apoyada por
la primera y sus aliados de la OTAN.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Referencias
1
Ver Anexo I: “La ayuda exterior”.
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