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LA OPCIÓN POR LOS POBRES, IDENTIDAD DE CÁRITAS
Cáritas parroquial de Monzón, 19 de octubre de 2013
Pedro Escartín Celaya
Vicario General del Obispado
Me habéis propuesto un tema, cuyo título no tengo más remedio que ampliar: la
opción por los pobres no sólo constituye la identidad de Cáritas, sino ¡de toda la Iglesia!
Esta afirmación está sólidamente sustentada en la Doctrina Social de la Iglesia, expuesta
con absoluta nitidez, entre otros por los dos últimos Papas ―Juan Pablo II y Benedicto
XVI― y por el Concilio Vaticano II. Es una opción que busca imitar el modo de vivir
de Jesús de Nazaret en su empeño por darnos a conocer el rostro de Dios1. Mi reflexión,
por tanto, va a centrarse en tres puntos:
1. La Iglesia (y cada cristiano) está llamada a vivir un amor preferencial por los
pobres.
2. El amor preferencial por los pobres está implicado indisolublemente en el
seguimiento de Jesucristo.
3. Qué es y exige la opción preferencial por los pobres.
1. La Iglesia está llamada a vivir un amor preferencial por los pobres.
Para no cargaros con tediosas disquisiciones, me limitaré a citar unos párrafos de la
primera encíclica del papa Benedicto XVI, Deus caritas est, que definen la naturaleza
de la Iglesia y de la caridad.
En la primera parte de esta encíclica el Papa se pregunta si es posible amar a Dios
aunque no se le vea, y responde con unas palabras de la primera carta de Juan:
«Si alguno dice: “amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues
quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1
Jn 4,20).
1
Como ha ocurrido con otros aspectos centrales del Evangelio, la opción por los pobres ha sido
parasitada por las ideologías y, en particular, por el análisis marxista de la sociedad, tratando de
utilizarla como instrumento de lucha de clases y de secularización de la religión. Así se desprende de
la intervención de J. J. Tamayo en el último Congreso de la Asociación Juan XXIII, cuando dice:
«Yo creo que una teología que hace opción por los pobres es difícilmente asumible por la institución
eclesiástica por varias razones: por el lugar social en que se ubica ―los pobres, los movimientos
sociales―, por la radicalidad de sus opciones ―interculturalidad, pluralismo y diálogo interreligioso,
diversidad sexual, lucha contra la pobreza estructural―, por la revolución metodológica que implica
al partir del análisis de la realidad y de la praxis revolucionaria; por la crítica del poder eclesiástico y
de sus instituciones». Sin embargo, este conferenciante silencia que el papa Juan Pablo II, en su
Mensaje a los Obispos brasileños (09/04/1986), afirmó: «La teología de la liberación es no sólo
oportuna, sino útil y necesaria». En los dos estudios que encargó a la Congregación para la Doctrina
de la Fe (1984 y 1986) se puso de manifiesto que la disposición de algunos teólogos de la liberación a
aceptar postulados de origen marxista o de otras ideologías políticas no es compatible con la doctrina
católica, especialmente en lo referente a que la redención solo es posible alcanzarla con un
compromiso político, pero esta radicalización no empaña la validez de la opción por los pobres como
actitud práctica de la Iglesia.
1
A continuación, hace caer en la cuenta de que en esta carta de Juan «se subraya la
inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan
estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una
mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia»2. A partir de esta
convicción, tan arraigada desde el principio en la conciencia de las comunidades
cristianas, el Papa desarrolla su pensamiento sobre la caridad como tarea de la Iglesia.
Éstas son sus palabras, que resultan normativas para todos nosotros:
«El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada
fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial. (...) En la comunidad de
los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien
los bienes necesarios para una vida decorosa. (...) La Iglesia no puede descuidar el
servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra»3.
Y desde estas convicciones explica cuál es la naturaleza íntima de la Iglesia con una
afirmación que es obligado recordar siempre, a saber: que el servicio de la Caridad es
tan importante y necesario para la vida de la Iglesia como el servicio de la Palabra y de
los Sacramentos:
«La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la
Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y
servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no
pueden separarse una de otra. Para la Iglesia la caridad no es una especie de
actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que
pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia»4.
Voy a fijarme ahora en un segundo grupo de párrafos, donde el Papa clarifica la
naturaleza de la caridad. Consciente de que desde el siglo XIX y por influjo del
pensamiento marxista, se ha introducido en la conciencia de Occidente la convicción de
que “los pobres no necesitan obras de caridad, sino de justicia”, hace notar que la
afirmación de que nuestro mundo precisa de una justicia social intensa y decidida es
también convicción de la Iglesia, como se puede comprobar a través de su Doctrina
Social, desde León XIII a Juan Pablo II y el propio Benedicto XVI5.
Advierte que la búsqueda de un orden justo de la sociedad es tarea principal de la
política, y que un Estado «que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran
banda de ladrones», como ya hizo notar san Agustín en el siglo IV. Pero hace caer en la
2
Cf Benedicto XVI, Deus cáritas est, 16.
3
Benedicto XVI, Deus cáritas est, 20-24. En estos párrafos el Papa describe cómo era la vida de las
primeras comunidades cristianas, a partir de los testimonios de san Justino (+ ca. 155), de Tertuliano
(+ después del 220), de san Ignacio de Antioquía (+ ca. 117), de san Lorenzo (+ 258), y más adelante
de san Ambrosio (s. IV) y san Gregorio Magno (s. VII). En ellos se refleja el vínculo entre la caridad
y la celebración eucarística, y el asombro que la solicitud de los cristianos por los necesitados
suscitaba en los paganos.
4
Benedicto XVI, Deus caritas est, 25.
5
La preocupación y apuesta de la Doctrina Social de la Iglesia por la justicia social queda de
manifiesto a través de las grandes encíclicas sociales: Rerum novarum (León XIII), Quadragesimo
anno (Pío XI), Mater el Magistra (Juan XXIII), Populorum progressio y Octogesima adveniens
(Pablo VI), Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus (Juan Pablo II), sin olvidar
Caritas in veritate (Benedicto XVI). Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 27.
2
cuenta de que aún en la sociedad más justa, siempre será necesaria la caridad. Éstas son
sus palabras:
«El amor ―caritas― siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No
hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor.
Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en
cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda.
Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad
material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al
prójimo. El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se
convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más
esencial que el hombre afligido ―cualquier ser humano― necesita: una
entrañable atención personal. (...) La afirmación según la cual las estructuras
justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista
del hombre: el prejuicio de que el hombre vive “sólo de pan” (Mt 4, 4; cf Dt 8,3),
una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más
específicamente humano»6.
De este modo entramos en la dimensión más profunda de la caridad y, por lo tanto, de la
opción por los pobres: la compasión. Padecer con el que sufre y, en consecuencia,
conmoverse y actuar es lo que hizo Jesús y pidió a sus discípulos: «Anda y haz tú lo
mismo» (Lc 10, 37).
2. Seguimiento de Jesucristo y amor preferencial por los pobres.
La tarea de Jesucristo en este mundo no fue otra que la de hacernos visible el rostro de
Dios, como se pone de manifiesto en las últimas palabras del prólogo al evangelio según
san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18). Y, cuando en el transcurso de la despedida,
Felipe pide a Jesús: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», Jesús le responde: «Hace
tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto
al Padre» (Jn 14, 8-9).
Ahora bien, el rostro de Dios que Jesús nos trasluce es el de un Padre compasivo y
misericordioso, que «a los hambrientos los coma de bienes y a los ricos los despide
vacíos» (Lc 1, 53). Es el propio Jesús quien, al definir su misión ante sus conciudadanos
de Nazaret, se aplica las palabras del profeta: «El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los
cautivos la libertad y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a
proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Dios mismo le envía a buscar y
salvar lo que estaba perdido. En esa tierra divina de la compasión es donde arraiga y
crece la opción por los pobres. Una opción que aparece constantemente en la vida de
Jesús y la inculca como tarea y señal de sus discípulos:
♦ Desde el comienzo de su vida pública, Jesús recorre todas las ciudades y aldeas
proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y dolencia. ¿Cuál es
el motor que impulsa tanta actividad caritativa? Lo da a entender el evangelista con
estas palabras: «Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban
extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus
6
Benedicto XVI, Deus caritas est, 28.
3
discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al
Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”» (Mt 9, 36-38).
♦ Esa compasión es la que desea que arraigue en el corazón de sus discípulos. Por ello:
― cuando la multitud está hambrienta y los apóstoles no ven más salida que enviar
a cada uno a su casa, Jesús les provoca diciendo: «Dadles vosotros de comer»
(Mc 6, 37);
― al maestro de la ley que pregunta qué debe hacer para salvarse, le propone el
amor a Dios y al prójimo indisolublemente unidos, mediante la parábola de un
samaritano que se compadeció del hombre malherido y despojado, y cargó con
él, cosa que no hizo ni el sacerdote ni el levita. La conclusión no admite
equívocos: «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10, 25-37);
― a todo el que quiere escucharle le muestra, con la parábola del rico y el pobre
Lázaro, la desgracia de aquellos a quienes las riquezas los vuelven insensibles
ante la estrechez de los pobres Lázaros tirados en el portal de sus casas (Lc 16,
19-31);
― a sus discípulos les insiste en muchas ocasiones qué es lo que deben hacer con
sus riquezas: «No os inquietéis por la vida, qué vais a comer; ni por el cuerpo,
con qué os vais a vestir... No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha
tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos
bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, a donde no se
acercan los ladrones ni roe la polilla...» (Lc 12, 22-34).
♦ Como se refleja en las escenas de la curación del paralítico (Mt 9, 1-8), de la
pecadora arrepentida (Lc 7, 36-50), de los publicanos acogidos (Mc 2, 13-17), de la
adúltera a la que querían apedrear (Jn 8, 1-11), y tantas otras, su compasión hacia los
pecadores acarreó a Jesús multitud de problemas. Tantos que se sintió obligado a
justificar su manera de obrar con el argumento de que así es como actúa el Padre,
con ese amor compasivo y misericordioso, tal como se refleja en las parábolas de la
misericordia (Lc 15).
♦ Por último, no es posible silenciar las palabras más rotundas con las que Jesús avala
la urgencia de una opción decidida por los pobres: en la parábola del juicio final se
palpa la identificación de Jesús con los necesitados ―«mis hermanos más
pequeños»―, hasta el extremo de que lo que hayamos hecho en su favor o lo que les
hayamos negado, «conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 31-46). Este criterio de
discernimiento, unido a la reiterada exhortación a vivir un amor servicial y fraterno
―«os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también
lo hagáis»; «este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he
amado; nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos»― (Jn 13,
15; 15, 12-13), pone bien a las claras que el amor cristiano es un amor que reclama
ser dirigido preferencialmente hacia los pobres.
3. Qué es la opción preferencial por los pobres y qué nos exige.
No debemos concluir esta reflexión sin precisar qué es la opción preferencial por los
pobres. Desde el comienzo he utilizado la expresión opción por los pobres dando por
supuesto su significado, pero, como ya he indicado al principio, es una expresión
parasitada por intereses espurios. Después de haber situado el lugar que la caridad ha de
tener en la vida de la Iglesia y la compasión que rezuma la vida de Jesucristo, estamos
preparados para recordar unas palabras del papa Juan Pablo II que reclaman un lugar
4
preferencial para los pobres en la vida, la espiritualidad y el actuar del cristiano y de la
Iglesia. Este Papa ha hablado de la opción por los pobres en muchas ocasiones,
particularmente en dos de sus encíclicas sociales: Sollicitudo rei socialis y Centesimus
annus7.
¿Qué es, pues, la opción o el amor preferencial por los pobres en el pensamiento de
Juan Pablo II?
♦ En primer lugar «una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad
cristiana». Con ello pone de relieve que la caridad, que es uno de los tres pilares
constitutivos de la vida eclesial, ha de dirigirse de un modo preferencial hacia los
pobres, teniendo en cuenta que no se trata de una novedad o moda impulsada por las
actuales tendencias sociológicas, sino que de ella «da testimonio toda la tradición de
la Iglesia».
♦ Esta actitud «se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de
Cristo», pero comporta también unas responsabilidades sociales que repercuten
ineludiblemente sobre «las decisiones que se deben tomar sobre la propiedad» y
sobre «el uso de los bienes». En efecto, «nuestra vida cotidiana, así como nuestras
decisiones en el campo político y económico, deben estar marcadas por estas
realidades [se refiere a la dimensión mundial que ha adquirido la pobreza]».
♦ Ello comporta una convicción peculiar de la doctrina cristiana, que puede resultar
difícil de asumir en un contexto social tan rabiosamente individualista como el de
nuestra cultura actual, a saber, que «los bienes de este mundo están originariamente
destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no
anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una “hipoteca social”, es
decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada
precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes».
En el pensamiento de la Doctrina Social de la Iglesia, la opción por los pobres comporta
algunas exigencias prácticas, de las que voy a señalar dos, con el ánimo de que susciten
en nosotros reflexión, diálogo y consecuencias prácticas:
a) En el plano personal es preciso llegar hasta el fondo de esa llamada a la compasión
que está en la base de la opción por los pobres. Esto significa no sólo sentirse
llamado a hacer algunas limosnas o a implicarse en el voluntariado, llamadas sin
duda necesarias, que es preciso escuchar. Pero obliga a algo más: a revisar nuestro
modo de vivir y nuestras decisiones en relación con la propiedad y el uso de
nuestros bienes en asuntos tan sensibles como el consumo, la utilización de los
ahorros, las preferencias políticas y las decisiones económicas.
b) Y en el plano institucional de Cáritas, la convicción, llevada a la práctica, de que
todo lo que Cáritas hace y el modo como lo hace ha de estar inspirado por aquella
compasión que movía las actuaciones de Jesús. Ha de hacer patente el amor en su
dimensión efectiva y también afectiva. Ha de esforzarse igualmente por conseguir
una aplicación inteligente de los recursos para responder del mejor modo posible a
las necesidades reales.
Siempre existirá el riesgo de que en Cáritas, como en las demás obras de la Iglesia,
prime la organización sobre el amor concreto y personal. E igualmente existe el
7
Cf Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 42. Centesimus annus, 11.
5
riesgo de olvidar que el origen y el ejercicio de este amor se encuentra en la Palabra
viviente de Dios, que es Jesucristo, y en la comunión sacramental con Él. Pero el
amor preferencia hacia los pobres nos impide aminorar el ardor de la caridad y la
intensidad de su motivación creyente. Este amor, fundado en el seguimiento de
Jesús, es una exigencia para toda la Iglesia y, por ello, para Cáritas, que es parte
constitutiva de la Iglesia. Hay que evitar a toda costa que esta exigencia se
secularice. Por ello termino con una recomendación: la de hacer una relectura
reflexiva de los últimos números de la encíclica Deus caritas est8. Allí se expone
cómo ha de ser el perfil específico de la actividad caritativa de la Iglesia y de sus
responsables, pero es tema de suficiente envergadura como para ocupar el tiempo de
otro encuentro como este.
8
Cf Benedicto XVI, Deus caritas est, 30-39.
6
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