La figura de Francisco Franco y la historia de su dictadura todavía fascinan al lector español. Esto es fácilmente comprensible en vista de su importancia en la historia contemporánea de España y de la figura de Franco como la personalidad más dominante en los anales de su país desde Felipe II. Sobre el Caudillo se han publicado muchísimas biografías, tal vez demasiadas, y ninguna de ellas definitiva por los problemas de análisis y de interpretación de un personaje complejo (y muchas veces deliberadamente escondido, en cuanto a su fuero íntimo y deseos más personales), y la gran variedad desconcertante de situaciones políticas e históricas en que vivía. Otro problema fundamental es la ausencia de escritos de Franco. Es cierto que han sobrevivido muchos documentos políticos e históricos -principalmente en el archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco- y el libro presente ofrece una selección muy rica de una parte de estas materias. Pero los papeles absolutamente íntimos y personales faltan y parece que Franco aunque a veces escribía bastante- nunca mantuvo un verdadero diario. Los que perduran están en posesión de su hija, tal vez en Suiza, y el intento que el marqués de Villaverde hizo hace más de diez años para publicar una selección en dos tomos con la Yale University Press fracasó totalmente. Puesto que nadie ha podido investigar estas materias, no sabemos si tratan principalmente de papeles puramente privados y familiares o si contienen documentos históricos importantes. El archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco mantiene una colección de gran importancia de la correspondencia oficial política y diplomática de Franco, de documentos de gobierno y de toda clase de informes, sobre la situación internacional, militar, política y de seguridad interior, incluyendo también varios folletos y pequeñas publicaciones del interés político de Franco. Constituye una fuente indispensable para la historia política y diplomática de su régimen. Una visión fundamental para entender la personalidad de Franco y su actuación pública es la de sus relaciones personales y políticas, porque en un régimen autoritario poco hay más importante que esta perspectiva íntima de la vida y actuación del dictador. La mejor fuente que tenemos para desvelar esta dimensión de la carrera de Franco es su epistolario, y el libro presente ofrece la primera colección extensa de sus cartas. El autor, Jesús Palacios, es un distinguido periodista que ha colaborado en muchos de los periódicos y revistas más prestigiosos de España, y es también un historiador de talento excepcional que ha esclarecido algunos de los puntos más oscuros de la historia contemporánea española. Nadie ha utilizado de un modo tan eficaz los documentos del archivo de la Fundación Franco, que ha empleado para dos libros básicos, Los papeles secretos de Franco [1996], en el que explica las relaciones entre Franco y los monárquicos, sobre todo entre los años 1950 y 1960, y La España totalitaria [1999], la mejor colección de documentos que tenemos sobre la España de los años de la Guerra Mundial, todos analizados e introducidos de un modo certero. Más recientemente, su estudio sobre el 23-F (23-F: el golpe del Cesid) [2001] presentó una explicación totalmente original sobre la preparación y surgimiento del golpe de Estado, el mejor hasta este momento, elaborado mediante una investigación muy amplia y novedosa. El libro presente ofrece una visión de gran envergadura sobre las relaciones políticas (y algunas veces personales) de Franco. Es más denso con respecto a los años de la Segunda Guerra Mundial, el período más importante y crítico en la larga historia del régimen, a excepción de la guerra civil misma. Sus materias sobre todo tienen que ver con las comunicaciones políticas, diplomáticas y militares, aunque no faltan otros enfoques. Cada carta está precedida de una introducción que explica el fondo histórico, político y personal del documento, y estas introducciones constituyen una dimensión muy importante del texto porque sirven para resúmenes analíticos de las varias fases y etapas de la carrera de Franco. En conjunto, es un análisis pormenorizado de este período histórico a través de sus protagonistas principales, en sus propias palabras. Son especialmente útiles para comprender la evolución de la diplomacia de Franco durante la Guerra Mundial. Algo sumamente complejo y difícil, pues la polémica entre los admiradores y críticos de esta diplomacia todavía no ha cesado. De todas las preguntas provocadas por la larga historia del régimen, ninguna es tan frecuente y básica -sobre todo entre los historiadores en el extranjero- como la de sus relaciones con Hitler y por qué España no entró en la guerra junto al Eje. El gran historiador Javier Tusell, cuya reciente muerte todos lamentamos, fue autor de la mejor historia político-diplomática de aquellos años. En una formulación clásica, Tusell concluyó que la decisión, negativa, sobre la entrada de España en la guerra fue tomada esencialmente por Hitler, no por Franco, al rechazar todas las demandas de éste (especialmente las enormes concesiones de territorio africano francés). A través de las cartas entre Franco y Hitler, el lector del presente volumen podrá formar su propio juicio sobre tan debatido tema. El libro abre también una perspectiva sobre muchos otros problemas en la historia posterior del régimen, e igualmente demuestra bastante continuidad en el estilo personal de Franco a través de los años. El dictador de España, como se podrá ver, en sus relaciones formales se expresaba de un modo cortés, formal, correcto y a la vez locuaz y en cierto sentido barroco, en parte según el estilo de la época en que se educó. Y normalmente con mucha astucia. Igualmente en ciertos aspectos revela contradicciones en su política, no tanto en los valores políticos y actitudes personales de Franco como en sus respuestas, casi inevitables, a los fundamentales cambios a escala internacional. Esto ha sido muy comentado en todos los estudios sobre el personaje, pero las cartas también demuestran hasta qué punto, a pesar de ciertos cambios de orientación, permanecía esencialmente lo mismo. Debemos agradecer al autor su extenso trabajo al desenterrar muchos escritos inéditos y reunir toda esta documentación, que constituye una contribución fundamental a la comprensión del fenómeno del franquismo. STANLEY G. PAYNE University of Wisconsin-Madison Introducción: Hace treinta años que murió Franco. Pacíficamente. Tras una dura agonía en una cama de La Paz, un hospital de la Seguridad Social. Lo que quedó a la muerte de su régimen lo suicidaron colectivamente los burócratas instalados en su estructura de poder un año después, el 18 de noviembre de 1976. Pero en realidad hacía ya que aquello era inerme, sin contenido. Cáscara vacía. Se mantuvo sólo durante su tiempo biológico. Por el mito, el poder que tenía, el apoyo social con que contó y el temor. De todo un poco. Casi veinte años antes, en 1956, José Antonio Girón, ministro de Trabajo, se lo predijo por escrito: «El sistema jurídico sobre el que el movimiento reposa tiene unos fallos que le impiden perpetuarse.» Y aún más atrás, en 1945, luego de la derrota total del Eje, Serrano Suñer, su cuñado, le pidió que licenciara honrosamente a Falange, porque no se podía inventar una Falange democrática y aliadófila. Pero Franco se mantuvo impertérrito en una islita, superando aquella visión catastrófica que Gil Robles dibujara al inicio del otoño de 1943, en una carta memorable al entonces ministro del Ejército Carlos Asensio. Y aguantó con su régimen las escaramuzas de los guerrilleros, la condena y el aislamiento internacional, las conspiraciones palaciegas domésticas, los amagos de golpes de sus colegas de armas. Todo. En un mundo hostil, entre naciones con sistemas de gobierno liberaldemocráticos por él repudiados. ¿Cómo explicar su figura y la de su régimen de poder personal, en el que llegó a acumular más mando que el que tuvieron cualquiera de los Austrias en los momentos de mayor esplendor imperial? Decir que por el ejercicio frío de una férrea dictadura no deja de ser una respuesta de un reducido simplismo. Franco fue un personaje complejo como convulsas fueron las etapas que vivió con un protagonismo creciente a lo largo de cincuenta años. La caída de la monarquía alfonsina y el abandono del titular de la corona, el establecimiento de la república, desde su esperanza inicial a la polarización de su proceso revolucionario antidemocrático, el triunfo absoluto en la guerra civil, las tentaciones totalitarias e imperiales durante la guerra mundial, la desaparición de los regímenes nazi-fascistas, el reparto del mundo entre el sistema capitalista y el comunista, el final del imperio británico, el surgimiento del dominio norteamericano, la bipolarización y la guerra fría. Junto a todos esos hechos se dieron en él los presupuestos de tesis y antítesis. Franco fue una personalidad de síntesis. De un Franquito tenientito de apariencia frágil y débil, de voz atiplada, al general más joven y brillante del Ejército; monárquico por convicción y de raíz, a la plena aceptación de la Segunda República; defensor del orden constitucional republicano por encima incluso de Alcalá Zamora, Azaña o Prieto, a la rebelión militar de julio del 36; partidario de las dictaduras cortas, a mantenerse con la suya durante casi cuarenta años; conservador tradicional, a querer llevar a cabo la revolución totalitaria asumiendo en ciertos momentos los postulados de Falange; de pretender la forja de un imperio en su alianza con Hitler, a mantenerse en compás de espera al frenar el Führer en sus ansias imperiales; de desear los acuerdos de defensa y ayuda con Estados Unidos al convencimiento de que aquella nación estaba minada por la masonería, su azote personal; de resistirse firmemente a que Hitler pusiera una base en Canarias, al establecimiento de las bases norteamericanas y al intento reiterado de querer desmantelar Torrejón porque era un peligro que había que alejar; de visceral anticomunista, a reseñar con admiración el patriotismo de Ho Chi Minh, el hombre que Vietnam necesitaba en esa hora y la recomendación a Johnson de que no se metiera en aquella guerra porque la perdería; de ser el muro infranqueable para las aspiraciones de los monárquicos seguidores de don Juan, a restaurador de la monarquía; de antidemócrata visceral, a conocer que Juan Carlos era partidario de una monarquía democrática tres años antes de designarle su sucesor a título de rey; de católico ferviente y sumiso hijo de la Iglesia, a sentir con desgarro que el Vaticano le abandonaba dándole una puñalada por la espalda. Así fue Franco y su régimen, asentado en la repulsión de la democracia hasta que el desarrollo y el ensanchamiento de una amplísima clase media, le condujo por caminos paralelos de la desideologización del movimiento al tránsito pacífico a la democracia. ¿Fue la dictadura de Franco inevitable? En octubre de 1937, cuando la victoria del bando nacional en la guerra civil era más que evidente, Gregorio Marañón, uno de los padres de la república, se lo confesaba por carta a Menéndez Pidal al estudiar en Tácito la dictadura: «No tenemos derecho a quejarnos de ella, pues la hemos hecho necesaria por nuestra ayuda estúpida a la barbarie roja.» Años después, en mayo de 1944, con la victoria de los aliados en puertas, Churchill declaraba no simpatizar con quienes hacían caricaturas del general Franco, en un memorable discurso en la Cámara de los Comunes, cuando lo fácil y lógico hubiera sido provocar su caída. Y en 1952 el presidente Truman al tiempo que declaraba enfáticamente: 'no me gusta el general Franco', estaba negociando con él los acuerdos de las bases conjuntas que se firmarían en septiembre de 1953 con Eisenhower como presidente. Todo esto nos lleva a un conjunto de presupuestos útiles para el estudio del personaje y su época. Que debe circunscribirse al análisis histórico aunque éste se conforme en el debate de las ideas. Traspasar ese círculo para llevarlo al de la confrontación en la crítica política actual no deja de ser un error grave de concepto. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se está empecinando en reabrir un proceso revisionista de aquella época. Su triunfo electoral en las elecciones del 14-M, tan sorprendente como inesperado, explicable no por las 192 víctimas y los centenares de heridos que causaron tres días antes los atentados del terrorismo islamista en varios trenes de cercanías en Madrid, sino por lo mal que administró y gestionó Aznar aquella crisis y no por conspiración de clase alguna, le ha conducido a la tesitura de pretender borrar de la historia aquella figura. En su bisoñez ha ordenado con engaño y nocturnidad que se descabalgue al dictador y a su caballo. Es un símbolo lleno de torpeza. Pues no ha desalojado más que a una estatua de su lugar de emplazamiento. Y así difícilmente se reajusta la historia y menos si se quiere utilizar como arma arrojadiza contra sus adversarios políticos. En España no hay un partido franquista ni partidarios en número estimable de su concepción política. Es luchar contra fantasmas aunque se quiera justificar emocionalmente como revancha. Este libro ofrece una historia de Franco y su tiempo bajo una perspectiva original. Nunca acometida anteriormente. Exponer la figura del dictador a la luz de la correspondencia por él escrita y a él dirigida. Y examinar los diferentes momentos, tan distintos y contradictorios, sobre el valor de los mismos documentos. Para ello he trabajado con cerca de mil quinientos escritos entre correspondencia y otros papeles de relieve, además de una abundante bibliografía. He seleccionado del orden de trescientos con la firme creencia que dan una visión bastante exacta y rigurosa del personaje y su protagonismo en ese período histórico. Desde cartas oficiales, de Estado, hasta algunas otras de índole privado, que contribuyen también a configurar el más completo análisis de una figura en su vertiente personal y pública. Soy plenamente consciente de simpatizar con quienes hacían caricaturas del general Franco, en un memorable discurso en la Cámara de los Comunes, cuando lo fácil y lógico hubiera sido provocar su caída. Y en 1952 el presidente Truman al tiempo que declaraba enfáticamente: 'no me gusta el general Franco', estaba negociando con él los acuerdos de las bases conjuntas que se firmarían en septiembre de 1953 con Eisenhower como presidente. Todo esto nos lleva a un conjunto de presupuestos útiles para el estudio del personaje y su época. Que debe circunscribirse al análisis histórico aunque éste se conforme en el debate de las ideas. Traspasar ese círculo para llevarlo al de la confrontación en la crítica política actual no deja de ser un error grave de concepto. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se está empecinando en reabrir un proceso revisionista de aquella época. Su triunfo electoral en las elecciones del 14-M, tan sorprendente como inesperado, explicable no por las 192 víctimas y los centenares de heridos que causaron tres días antes los atentados del terrorismo islamista en varios trenes de cercanías en Madrid, sino por lo mal que administró y gestionó Aznar aquella crisis y no por conspiración de clase alguna, le ha conducido a la tesitura de pretender borrar de la historia aquella figura. En su bisoñez ha ordenado con engaño y nocturnidad que se descabalgue al dictador y a su caballo. Es un símbolo lleno de torpeza. Pues no ha desalojado más que a una estatua de su lugar de emplazamiento. Y así difícilmente se reajusta la historia y menos si se quiere utilizar como arma arrojadiza contra sus adversarios políticos. En España no hay un partido franquista ni partidarios en número estimable de su concepción política. Es luchar contra fantasmas aunque se quiera justificar emocionalmente como revancha. Este libro ofrece una historia de Franco y su tiempo bajo una perspectiva original. Nunca acometida anteriormente. Exponer la figura del dictador a la luz de la correspondencia por él escrita y a él dirigida. Y examinar los diferentes momentos, tan distintos y contradictorios, sobre el valor de los mismos documentos. Para ello he trabajado con cerca de mil quinientos escritos entre correspondencia y otros papeles de relieve, además de una abundante bibliografía. He seleccionado del orden de trescientos con la firme creencia que dan una visión bastante exacta y rigurosa del personaje y su protagonismo en ese período histórico. Desde cartas oficiales, de Estado, hasta algunas otras de índole privado, que contribuyen también a configurar el más completo análisis de una figura en su vertiente personal y pública. Soy plenamente consciente de lo difícil del empeño, puesto que sin duda hay lagunas en algunos momentos. Ello se debe, entre otras razones, a la ausencia de escritos, o a su desaparición o a su pérdida. He comenzado con unas breves cartas del joven teniente Franco enamorado en 1913, en Melilla, con 20 años de edad, para concluir con la tragedia de unas familias implorando el indulto de sus hijos condenados a muerte en septiembre de 1975, con 82 años de edad. En todas ellas he introducido un comentario para situar históricamente cada instante. Y respetado en todo momento cada original y escrupulosamente su redacción ortográfica y sintáctica. He trabajado con los fondos de la Fundación Francisco Franco. Su aportación es significativa y de relieve, aunque no única. Es evidente que falta correspondencia que o bien está guardada por los herederos del Caudillo o se ha perdido en los diferentes traslados y manejo de los archivos desde 1975. Por ejemplo, apenas si hay de la que Franco y don Juan se cruzaron, cuando ésta fue abundante e intensa, y tampoco hay vestigio alguno de la mantenida con Hitler y Mussolini o con otros jefes de Estado. En todo caso debo agradecer muy sinceramente las facilidades dadas por los responsables de la Fundación, Félix Morales, vicepresidente ejecutivo, y las atenciones recibidas por su personal administrativo, Milagros y Susana, principalmente. Desde hace tiempo la Fundación Franco mantiene abiertos sus fondos a historiadores e investigadores sin cortapisa alguna, siendo inexacta la leyenda levantada de negar sistemáticamente su acceso a los mismos. Por último, agradezco de corazón al profesor Stanley G. Payne el prólogo que ha hecho para esta obra, a Pilar López, traductora de Payne, el que me tradujera algunas cartas del inglés y francés y me transcribiera algunos documentos, a Silvia Pérez por prestarme su equipo informático portátil, a mi hermano Isidro Juan sus buenos consejos, a Marta Álvarez su apoyo solidario en los instantes de mayor agobio, a Viviana Paletta su esmero y cuidado en esta edición y siempre a Ymelda Navajo, mi editora.