1 Milton Hatoum y la inmigración libanesa a Brasil „En las aldeas del Monte Líbano hay una categoría especial de tierras que se mantiene hasta el día de hoy. Son las tierrras de los retornados”, escribe Elias Khoury en su ensayo sobre literatura y emigracióni. “Así llamaban los campesinos libaneses a las parcelas compradas por los emigrantes, cuando aún soñaban con un regreso del Nuevo Mundo. Todavía se recuerda el nombre del emigrante, pero no se sabe de quién se trata ni dónde vive, como si la parcela se hubiera identificado con su dueño y su añoranza trágica por la patria, transformada en terreno”. La Gran Siria una estrecha faja de tierra, limitada al norte por las montañas del Taurus y el río Eufrates, el Sinaí al sur, el Mediterráneo al oeste y el Desierto de Arabia al este incluye el Monte Líbano, habitado por una población mayoritariamente cristiana, mientras que el resto del país es musulmán. Aunque esta región pertenezca al mundo árabe y sus habitantes hablen el árabe como lengua materna, los sirios y libaneses se identifican sobretodo con su religión y con su aldea de origenii. Hasta el siglo XIX, la agricultura y la artesanía formaban la base económica de este país mayoritariamente desértico. En la segunda mitad del siglo XIX, el Imperio Otomano sufrió un cambio dramático: tropas egipcias ocupaban el país e introducían la tolerancia religiosa y con ella la igualdad de derechos para cristianos, drusos y musulmanes. Al mismo tiempo, el parásita phylloxera arruinaba los viñedos y una enfermedad destruía la industria de la sedaiii. La emigración a Brasil arrancó en los años 18801900 y llegó a su punto culminante en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Para la mayoría de los emigrantes fue un viaje sin regreso: abandonaban su patria sin la esperanza de volver jamás. Viajaban en barcos franceses, españoles e italianos, pasando por Marselas, Nápoles o Barcelona. Muchos recordarán hasta el día de su muerte el nombre del barco y el momento de la llegada al Mundo Nuevoiv. En mi ponencia voy a trazar un breve panorama de esta imigración libanesa y de su reflejo en la novela Relato de un cierto orientev (5) de Milton Hatoum, novelista brasileño de origen libanés. 2 Entre la cocina y el alifebata : vivir entre dos mundos “Al principio del siglo XX, en el momento culminante del ciclo del caucho, mi abuelo paterno dejó Beirut para instalarse en Acre, una provincia boliviana en aquel entonces, donde encontró trabajo como vendedor ambulante”, recuerda Milton Hatoumvi (6). “Fue uno de los primeros emigrantes libaneses de mi familia. Ocho años más tarde volvió a Beirut lleno de imágenes e historias de la Amazonía [...]. Mi padre se hizo grande en el clima de estas narraciones y decidió a su vez emprender el viaje a Acre. Al pasar por Manaus se casó con mi madre, hija del Amazonas y de un libanés católico. Se daban cita en el restaurante de mi tatarabuelo, gran cocincero y comilón pantagruélico que pasaba de mesa en mesa probando la comida de sus clientes”. Las élites brasileñas del siglo XIX concebían el inmigrante ideal como una persona de raza latina o anglosajona, supuestamente fácil de asimilar. Se esperaban agricultores o industriales europeos con buena formación, alto nivel cultural y, en lo posible, algún capital. Los inmigrantes del Oriente Medio no correspondían en nada a esta imagen del inmigrante ideal. Por su origen eran considerados asiáticos y, por lo tanto, indeseables, junto con los chinos y los japonesesvii. En 1877 el emperador Pedro II (1825-1891) había hecho un viaje a Palestina y al Líbano. El monarca hablaba el árabe y tenía cierta simpatía por las minorías cristianas del Oriente Medio. El resultado de este giro diplomático fue un tratado entre la Sublime Puerta y Brasil (1892) que reglamentaba las modalidades de la inmigración. No hay estadísticas confiables sobre la llegada de los inmigrantes sirios y libaneses, registrados como turcos, turco-árabes o libaneses, según el criterio del aduanero que miraba los pasaportes otomanos. Tres eran las regiones preferidas por los inmigrantes: Rio de Janeiro, San Pablo y la Amazonía, en plena euforía del caucho en aquel momento. Manaus imantaba a los orientales que se instalaban en un barrio alrededor de la iglesia Nossa Senhora dos Remédios. Trabajaban duro, viajaban a toda la Amazonía brasileña y llegaron a dominar rápidamente el 3 comercio de la cuenca amazónica. Aprendieron a mantenerse lejos de todo lo que los pudiera distinguir del padrón de vida de los blancos dominantes, sus clientes. Así, no sólo evitaban todo contacto con los negros, sino también con la religión islámica y con cualquier forma de poligamía, enfatizaban su pertenencia a la religión católica y subrayaban su empeño a favor del progreso del país como pioneros de la civilizaciónviii . Sin embargo, llamaban bastante la atención, porque ponían en tela de juicio las tradicionales concepciones sobre la inmigración. Mientras que adoptaban mayoritariamente la religión católica dominante, vivían en barrios separados, se casaban entre ellos y viajaban por todo el país. La creciente presencia árabe se reflejaba en las estadísticas policiales. En la mente de los brasileños se arraigaba el concepto del turco como vendedor ambulante que iba de casa en casa pregonando sombreros, vestidos y otros tejidos llevando consigo una mula llena de paquetesix. El proceso de diferenciación de la colonia libanesa también abrió espacio para que profesores, escritores y poetas de origen sirio y libanés emigrasen para Brasil. En su mayoría tenían una formación académica adquirida en la American University of Beirut, fundada en 1866, y pronto convertida en la primera universidad no sólo en el Líbano, sino en todo el mundo árabe. Los industriales de San Pablo mantenían una relación ambigua con los intelectuales de la colonia que gozaban de gran prestigio en casa, pero no en Brasil, donde llevaban una vida miserable como periodistas o profesores. Para mejorar su posición, Mishal Ma„lūf (1889-1942) fundó con un grupo de amigos una asociación literaria, llamada Liga Andaluza de Letras Árabes, con sede en San Pablo y editó hasta 1953 una revista en lengua árabe (al-‘Usba) que circulaba en toda América. Estos poetas se consideraban como herederos de al-Andalus, de la Andalucía musulmana: “Es la nación árabe la que ha edificado una de las más brillantes civilizaciones de España y Portugal a los que están ligados los hijos de América por fuertes lazos de sangre”, escribe Nader Zaytun (1900-1967)x (10) y prosigue: “identificamos el canto árabe en el fado portugués y brasileño y la musicalidad de Ziryab en el tango argentino y hemos escuchado la voz de la historia que nos decía que somos parientes 4 de los árabes andalusíes cuyos hombres y trajes ha falsificado la Inquisición pero que no ha podido falsificar sus sangres. Así vieron sus hijos en esta tierra de inmigración ese vínculo que unió a los parientes lejanos”. Además de estos altos vuelos poéticos, los intelectuales de la colonia escribían libros en los que ensalzaban el origen fenicio de los libaneses. Verdad histórica aparte, la filiación histórica derivada de este antiguo pueblo mediterráneo ayudaba bastante a los inmigrantes y a sus descendientes, pues enfatizaba su vocación comercial y los vinculaba a una de las más antiguas conquistas de la civilización, el alfabeto fenicio. La lengua árabe representaba en la vida del inmigrante un poderoso vehículo de comunicación y el elemento basilar de su identidad grupal. Al mismo tiempo, el acento extranjero constituía el obstáculo más importante para su integración en la sociedad brasileña. En casa, la lengua separaba a las generaciones. Los hijos iban a la escuela, aprendían un portugués fluido sin acento y pronto se dieron cuenta de que sus padres hablaban mal la lengua del paísxi. Los maronitas católicos se olvidaban rápidamente de su lengua materna. La renuncia a la lengua del Alcorán en favor del francés era considerada como un paso decisivo hacia la ascensión social. Así, los inmigrantes libaneses sólo raramente enseñaban el árabe a sus hijos. El Alifebata, el alfabeto árabe, se convirtió en un código secreto para pocos, así como en la primera novela de Milton Hatoum, Relato de un cierto Orientexii (12). Milton Hatoum nació en 1952 en Manaus, estudió arquitectura y literatura hispanoamericana en San Pablo y vivió varios años en Francia y en España antes de volver a su ciudad natal para enseñar el francés. El epicentro de su ficción sigue siendo Manaus, la capital de la Amazonía brasileña, hoy en día una metrópoli con millón y medio de habitantes. Fundada en 1669 como fortín contra los españoles, durmió un sueño profundo de doscientos años y despertó bruscamente para el ciclo del caucho en los años 1889-1920. Bajo el gobernador Eduardo Ribeiro (1862-1900) la ciudad fue transformada con una varita mágica: grandes avenidas cruzaron riberas pantanosas, las lámparas eléctricas reemplazaron a las de kerosene y un paisaje hecho de selvas tropicales y ciénagas insalubres se convirtió en un 5 sueño de la modernidad, en una ciudad con hospitales, iglesias, bancos, oficinas y mercados. El clímax de esta utopía es el Teatro Amazonas con su cúpula azul-dorada flotando sobre el centro de Manaus: su andamiaje es de Glasgow, la cúpula de Alsacia-Lorena. Del techo penden querubines rosados y candelabros venecianos. Con todo, este paroxismo de la modernidad pasó rápidamente, dejando nostalgias y una naturelaza devastada. El popular cliché de la metrópoli en la selva contrasta con una realidad de miseria y desastres: detrás de la fachada deslumbrante se escondían unas barriadas llenas de charcos y depósitos al aire libre, focos ideales para infecciones tropicales que mataban anualmente más de trescientas personasxiii. Relato de un cierto Oriente: en busca del tiempo perdido “En aquel rincón de la pared, un pedazo de papel me llamó la atención. Parecía el garabato de un niño pegado en la pared, a poco más de un metro del suelo [...]. Una figura enclenque, compuesta por pocos trazos, remaba en una canoa que podía estar tanto dentro como fuera del agua. Su rumbo también parecía incierto, porque nada en el dibujo le daba sentido al movimiento de la canoa”xiv. En la novela de Milton Hatoum, la narradora, una joven mujer, regresa después de varios años a la casa de su infancia en Manaus. Su vuelta coincide con la muerte de la matriarca de la casa. El emblema que acompaña el malogrado regreso a la infancia es el garabato de un niño: un remador a la deriva en medio de un río. Esta imagen y la desorientación acompañan al lector durante toda la novela y recuerdan el arte del emblema concebido por Andrea Alciato en su tratado Emblematum libellus de 1542. En su libro, Alciato relaciona el emblema con el enigma de las escrituras de la Antigüedad, difíciles de interpretar para un sabio del Renacimiento, sobre todo los jeroglíficos egipcios. Buscando la llave del enigma, Alciato desarrolla una lengua imaginaria hecha de imágenes y textos, compuesta por tres elementos: la inscripción o título, la pictura o imagen propiamente dicha y la moral, llamada suscripciónxv. En la novela de Hatoum sí que hay una imagen, la del 6 remador, pero la inscripción sigue mucho tiempo después: “Tuve la impresión de que remar era un gesto inútil: era permanecer indefinidamente en medio del río”xvi. Andrea Alciato y Milton Hatoum tienen una cosa en común: el deseo de descifrar una lengua extranjera que constituye, al mismo tiempo, una llave para la propia identidad. La protagonista de este drama es la narradora, una especie de Sheherazade de la Amazonía, que reconstruye con la ayuda de varios testimonios y de sus propios recuerdos nebulosos la imagen de una familia de inmigrantes libaneses en Manaus. Abandonada por la madre, la narradora es adoptada por la matriarca Emilie, sin que se especifiquen las relaciones familiares. La narradora goza de los mismos derechos que los demás miembros de la familia, pero tendrá de sufrir todos los conflictos de la pareja de emigrantesxvii. Al adoptar el punto de vista de la ahijada, Milton Hatoum le da un peso específico como testigo de un drama familiar que observa sin poseer las llaves del enigma. La relación problemática con el tiempo, con el pasado individual y familiar, se pone de manifiesto en el papel extraño de los relojes. Mientras que un reloj está guardado en el armario de Emilie como cofrecillo sentimental que preserva sus objetos personales, el segundo reloj sólo marca el mediodía: el tiempo de la matriarca no se mide objetivamente, sino subjetivamente. La hora de Emilie es el mediodía y eso se explica por una experiencia en el convento de Ebrin, en el Líbano de su juventud: cuando visita la sala de la Madre Superiora, un reloj de pared marca las doce horasxviii. Al emigrar para Brasil, Emilie esconde el reloj en su armario y los recuerdos del Líbano en el corazón de su alma. La narradora, por el contrario, es una esclava de su reloj de pulsera: “Por distracción, o por hábito, me dejé el reloj en la muñeca. Nunca me imaginé que ese día lo consultaría mil veces, muchas inútilmente, otras para que el tiempo volase o diese un salto inesperado”xix (19). El filósofo alemán Oswald Spenglerxx desarrolla en su obra principal una interesante teoría sobre la democratización del tiempo. Mientras que en la Antigüedad los hombres vivían cada hora y cada día isoladamante, en la Edad Media el tiempo era monopolio de los clérigos, 7 los cuales con las campanas de sus iglesias mandaban los fieles a rezar, despertar y descansar. Durante el Renacimiento, el tiempo se hace más democrático y la torre del reloj se instala en la plaza pública. El hombre moderno no puede vivir sin un permanente instrumento de cronometría y así el punto final de esta evolución será el reloj en la muñeca. Así, la narradora será una esclava de su reloj del que no se separa ni siquiera al penetrar en el mundo de su infancia. La ex-monja Emilie, al contrario, está intimamente ligada a la concepción tradicional del tiempo: el mediodía bajo la forma de las doce badajadas en la iglesia Nossa Senhora dos Remédios frena toda actividad doméstica y traslada a la nostálgica matriarca al Líbano, del que no se desgajará hasta la hora de su muerte. Los relojes equivalen a la experiencia del destierro, y, de hecho, toda la novela es la historia de un exilio, una crónica de hombres y mujeres que han perdido una cultura, una lengua y una religión y tratan de encontrarla desesperadamente en ciertos objetos, en los posos del café o en unos garabatos de niños. Un cierto Oriente en Manaus “Esa noche, cuando me acompañaba al dormitorio, mi madre me susurró que al sábado siguiente comenzaríamos a estudiar juntos el „alifebata‟. Sentada en la cama, me confió que su abuela le había enseñado a leer y escribir, antes incluso de ir a la escuela [...]. Me dejaba arrastrar por esse torrente indómito, y pensaba también en el dibujo de la caligrafía que recordaba las marcas de las alas de un pájaro que rueda en un espejo de arena”xxi. Relato de un cierto Oriente: este título alude a la transmisión oral y a los narradores de cuentos de las Mil y Una Noches. Pero aquí no se trata del Oriente en general, sino de un pedazo de Oriente enclavado en la Amazonía brasileña de los años ‟50. El elemento exótico de la novela es, en primer lugar, la comida con su condimento específico. Las numerosas digresiones sobre cocina libanesa crean un vago clima oriental en el que conviven narguiles y papagayos coloridos, frases en francés, portugués y árabe con avemarías en la lengua indígena nheengatu. Estos retazos de civilizaciones muy diversas están dominados por la figura del sabio oriental, el patriarca de la familia. En la economía del relato ocupa una posición 8 marginal, pues es el único musulmán leyendo el Alcorán. Sus rabias juveniles por las infracciones de prescripciones islámicas en un universo cristiano dejan lugar a una sabiduría milenar que lo convierte en el polo de paz de una familia intimanente dividida. Transformado en abuelo fumando su narguile cuenta historias del Oriente para sus nietos acurrucados a sus pies. En estas narraciones se mezclan episodios de las Mil y una Noches con anécdotas de un Líbano tan lejano que se convierte en leyenda. La crisis de la familia coincide con la muerte del patriarca: a partir de ahora serán los nietos y ahijados quienes tendrán que tomar la pluma y preservar un cierto oriente brasileño del olvido. En su artículo Diálogo entre mundosxxii Milton Hatoum alude a los múltiples puntos de contacto entre Oriente y Occidente, reservando un lugar especial para el escritor argentino Jorge Luis Borges: lo relevante en las narrativas borgianas no es la elección de un tema oriental, sino la transformación de estos elementos en las obsesiones personales del autor. Así en el cuento El Surxxiii: Johannes Dahlmann, descendiente de próceres argentinos e inmigrantes alemanes adquiere una traducción alemana de las Mil y una Noches. Entusiasmado por el hallazgo se lastima la cabeza en una ventana abierta. Tras una septicemia y una operación dolorosa se refugia en su finca en el sur. Su compañero de viaje serán las Mil y una Noches como garantía para su restablecimiento y como símbolo de la victoria sobre la muertexxiv (24). Un papel muy semejante cumplen las Mil y una Noches en la novela de Milton Hatoum: el lector de los cuentos árabes no es un inmigrante libanés, sino el fotógrafo alemán Gustav Dorner, una especie de sabio universal. Este Don Quijote de la ciencia traba amistad con el patriarca de la familia libanesa y para ganar su simpatía se compra una edición de las Mil y una Noches en alemánxxv. Con esto se rompen las barreras y el patriarca libanés le cuenta a Dorner la historia de su viaje a la Amazonía, la llegada a Acre en su lejana juventud y el momento catártico del primer amanecer en la Amazonía brasileña: “A mi alrededor, todos aún dormían, de modo que presencié solo aquel amanecer que nunca más se repetiría con la misma identidad. Con el paso del tiempo, comprendí que la visión de un paisaje singular 9 puede alterar el destino de un hombre y tornarlo menos extraño en la tierra que pisa por primera vez”xxvi (26). Los momentos catárticos y las epifanías juveniles dejan paso a una desilusión creciente y el patriarca musulmán en tierras cristianas se cierra cada vez más sobre si mismo hasta dialogar apenas con el Alcorán. Con él y su esposa Emilie muere el pequeño oriente enclavado en la Amazonía brasileña; ya no sobran más que el texto de la novela y la cúpula del Teatro Amazonas que, de lejos, se parece mucho a una mezquita, jamás vista, pero siempre soñada durante los desvelos de la infancia. Albert von Brunn (Zurich) i Khoury, Elias. „Literature and Emigration“en: ArabAmericas: literary entanglements of the American hemisphere and the Arab world. Frankfurt am Main: Vervuert, 2006, pp. 101-109. (Bibliotheca ibero-americana; 110) ii Truzzi, Oswaldo. Sírios e libaneses: narrativas de história e cultura. 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