06-tu.qxd 2/7/04 10:21 PM Página 1 6 La Plata, domingo 8 de febrero de 2004 HISTORIAS DEL CRIMEN El día que el Angel de la Muerte se fugó de la Unidad Penitenciaria Nº 9 de La Plata A fines de junio de 1973, Robledo Puch fue llevado a la enfermería del penal de 76 y 10. Mientras se realizaba una fiesta de despedida, aprovechó para fugarse. Al llegar a 7 y 72, abordó un colectivo de la empresa 518. Una vez en la terminal de ómnibus, desapareció sin levantar sospechas El 22 de enero pasado cumplió 52 años, aunque la mayor parte de su vida la pasó en prisión. Carlos Eduardo Robledo Puch fue detenido el 4 de febrero de 1972, hace un poco más de 32 años. Lo acusaban de haber cometido once homicidos, la mayoría de ellos en ocasión de robo. La sociedad se horrorizó cuando la policía confirmó que se había fugado de la cárcel, nada menos que de la Unidad Penitenciaria Nº 9 de La Plata. Tras permanecer detenido varios meses en el penal neuropsiquiátrico de Melchor Romero, el 8 de febrero de 1973 fue trasladado a la cárcel de Olmos. En principio quedó encerrado en una celda individual. Luego pasó a uno de los pabellones. Aislado del resto de los presos, se mostraba serio, parco y con su característico malhumor. En aquel entonces, el régimen carcelario era de puertas abiertas, con libre tránsito de los internos entre celdas y pabellones; el asesino múltiple sacaría provecho de esa situación para escapar. La noche del sábado 7 de julio de 1973, Robledo Puch pidió ser llevado a la enfermería del penal. Necesitaba tomar una pastilla para el asma. Un guardia lo acompañó hasta la dependencia y lo dejó solo, ya que en ese momento se realizaba una insólita despedida: un grupo de presos festejaban su pronta libertad. En la enfermería, Robledo Puch se encontró con otro recluso, Rodolfo Alberto Sica. Habían planeado escapar juntos, por lo que resolvieron ocultarse tras un armario y esperar que transcurriera la fiesta. Recién en LA PARANOIA DE LOS MEDIOS Robledo estaba en todas partes El estado de conmoción que se vivió en la ciudad los días posteriores a la fuga llegaron hasta límites insospechables. Es que fueron muchos los negocios del barrio cercano a la Unidad Nº 9 que, temiendo la aparición de Robledo, decidieron cerrar sus puertas hasta tanto se confirme su paradero. Y los medios también se encargaron de alimentar esa sensación paranoica. Se decía que estaba oculto en una villa miseria de Monte Chingolo; que robaba un kiosco y enfrentaba a tiros a la policía; que abandonaba el país vestido de mujer; que asaltaba una mueblería en San Miguel y escapaba a toda velocidad en un Torino. Los llamados telefónicos a la policía y las versiones disparatodas se sucedieron sin pausa. las primeras horas del domingo salieron de su escondite. Después de recorrer uno de los pasillos de la cárcel y saltar una puerta con rejas, treparon por el alambrado de un gallinero y alcanzaron los techos. Llevaban una cuerda fabricada con sábanas retorcidas y un gancho de hierro. A continuación, saltaron a una cancha de básquet y desde allí sobrepasa- Robledo Puch corrió unas cuadras y logró perderse en la oscuridad. Al llegar a la esquina de 7 y 72, subió a un colectivo de la línea 518 y le dijo al chofer que había sido atacado por una patota. El conductor se apiadó de él y lo trasladó sin cobrarle el pasaje hasta la estación de ómnibus de 41 y 4. En la parada donde lo dejó el 518, pidió dinero para comprar un pasaje. Y domingo y el lunes, que por ser 9 de julio no era laborable, y se dedicó a lavar la ropa que llevaba puesta. En las primeras horas del martes abandonó el lugar y se dirigió hacia Olivos. Era el territorio familiar. Antes llamó por teléfono a su madre, que al parecer le sugirió que se entregara a la justicia. Esa noche la Brigada de Investigaciones de Martínez recibió la pri- La excusa oficial: “La niebla” Cuando se conoció la noticia acerca de la increíble fuga, muchos fueron los que sospecharon de una supuesta complicidad penitenciaria. Al explicar el motivo de la huida, y lejos de reconocer los gravísimos errores cometidos, se excusaron porque “había ron un alambrado. Corrieron unos metros y llegaron hasta el muro externo. Dos guardias se hallaban apostados con reflectores en los extremos del paredón; el centro permanecía a oscuras, con un foco de luz descompuesto, por lo que Robledo Puch y Sica probaron suerte por ese lado. Así, arrojaron el gancho y lo aferraron al sostén del reflector inutilizado. Robledo Puch trepó el muro, de seis metros de altura, y saltó del otro lado, sobre una zanja que amortiguó la caída. En ese movimiento perdió el vaporizador que usaba para el asma. Rodolfo Sica tuvo menos suerte; resbaló dos veces al subir y en el tercer intento fue descubierto por los guardias. Para ganar la calle, Robledo utilizó sábanas retorcidas y un gancho de hierro para saltar un paredón para eso, explotó su aspecto de chico desvalido: tanteó a ancianos y mujeres solas, personas que según suponía no leían diarios ni podían quitarle la máscara. Así pudo viajar hasta Once y desde allí tomó otro colectivo para dirigirse a Saavedra. Caminó largo rato hasta que se escondió en una obra en construcción. Allí permaneció el resto del mucha niebla”. “La niebla lo favoreció y así pudo pasar entre dos casillas de guardia sin ser visto. El alambre que cerca el paredón y que hace de chicharra para alertar al centinela cuando un objeto extraño se apoya allí, no funcionaba”, fue la explicación oficial. mera pista firme sobre su paradero: Robledo Puch estaba en Olivos. Mientras la policía lo buscaba intensamente, fue a una cervecería vecina, llamó por teléfono a su abogado y salió. Quería llegar a una estación del Automóvil Club, donde lo esperaba su madre para acompañarlo hasta una comisaría. Eran sus últimos minutos en libertad. Vestía un jean y campera azul, la camisa beige del penal y zapatillas blancas y negras. No tenía dónde ir. Y ahí estaban los policías de Martínez: -Párese, policía -dijo el oficial Torres, de la Brigada de Investigaciones. -Sí -respondió el prófugo. -¿Robledo Puch? -Sí, soy yo. No me maten... EL TESTIMONIO DEL COLECTIVERO “Me dio las gracias muchas veces” El colectivo de la empresa 518 que abordó Robledo Puch ni bien consiguió fugarse de la Unidad Penitenciaria Nº 9 era manejado por Omar Lanfranqui. Eran las 10 de la noche y en el colectivo viajaban no más de cuatro personas. Además del chofer, ninguno de los pasajeros reconoció al asesino más famoso de la historia criminalística argentina. Antes de subir, Robledo le dijo a Lanfranqui que había sido atacado por una patota: “Señor, hágame el favor. Me acaban de asaltar cinco o seis tipos. Me quitaron el saco y toda la plata que llevaba. Después de golpearme me tiraron a una zanja. Hágame el favor, lléveme, no me dejaron ni una moneda”, recordó el colectivero. Sin cobrarle el pasaje, lo trasladó hasta la estación de ómnibus de nuestra ciudad. Robledo Puch bajó en la parada de 41 entre 3 y 4. “Me dio las gracias varias veces”, dijo Lanfranqui. “Recién dos días después -cuando la noticia ocupaba las primeras planas de todos los diarios- me di cuenta que yo había sido la persona que colaboró en su huida. Todavía no entiendo como no lo reconocí”, recordó a casi treinta años de aquel episodio. Ni los presos apoyaron la insólita huida Si bien hacía pocos meses que había ingresado en la cárcel de Olmos, Robledo Puch no era un tipo respetado por el resto de los reclusos. Es más, al enterarse de quien había sido la persona que había intentado escapar con él, los internos le dieron una paliza La cárcel de Olmos le abrió sus puertas el 8 de febrero de 1973, hace exactamente 31 años. Al principio, Robledo Puch quedó encerrado en una celda individual y luego pasó a uno de los pabellones. Aislado del resto de los presos, se mostraba serio, parco y con su característico malhumor. Al conocerse la noticia de su evasión y lejos de festejar su logro, los internos no hicieron otra cosa que ma- nifestar su descontento. Y cuando se enteraron que en la misma había intentado fugarse otro recluso, los reclusos más violentos lo golpearon salvajemente. “La fuga provocó descontento en la población del penal, que golpeó al prófugo recapturado por considerar que su actitud implicaba la violación de un compromiso contraído con las autoridades del servicio correcional y que se materializaba en el régimen de libre tránsito”, explicó un agente penitenciario. La situación en Olmos, sin embargo, comportaba otros aspectos y la molestia de los presos ante el episodio, reconocía motivos diferentes: en secreto, y sacando provecho del clima de distensión que imperaba en el trato entre carceleros y presos, un grupo había construido un túnel. Odiado. El Angel de la Muerte nunca fue querido en el penal