Paciente resiliente con lesiones cerebrales

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PACIENTE RESILIENTE CON LESIÓN CEREBRAL
MARCO TEÓRICO
II.1 Introducción
La significativa revolución del desarrollo del concepto de la resiliencia quizás
puede ser mejor ilustrada bajo la óptica del marco de referencia descrito por Thomas
Kuhn (1962). En su discusión sobre el concepto de paradigma y específicamente, sobre
el cambio de paradigma (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010).
Históricamente y principalmente a partir del siglo XVIII y XIX, como los
académicos, científicos y profesionales empezaron a hacer frente a importantes procesos
individuales y sociales. Su objetivo principal fue el análisis, y tratamiento de las
enfermedades individuales y sociales (Reich, Zautra y Stuart Hall, ob.cit.).
En el plano biológico, la ciencia médica y práctica, tal como el tratamiento de
drogas fueron aplicadas a enfermedades físicas de orden biológico. En el plano
psicológico, la psicoterapia freudiana se aplicó a las enfermedades mentales. Y en el
plano social más amplio, las intervenciones de salud pública, de gobierno y el bienestar
social intentaron reducir o eliminar la “enfermedad”. Pero sin haberla definido con
precisión (ob.cit.).
En el marco de trabajo de Kuhn, la dominancia intelectual conllevó a los
participantes a enfocar su atención sobre la “ciencia normal”. En la que existía una
enorme aceptación y acuerdo en la naturaleza del problema; enfoques estandarizados y
procedimientos para lidiar con la enfermedad mental, aceptando así en lo que constituía
su “cura” (ob.cit.). A continuación, históricamente la aceptación generalizada de estas
diversas ciencias justificaron aquello que se denominó el “modelo de la enfermedad”
como el paradigma reinante del siglo anterior y sus manifestaciones son omnipresentes,
incluso hoy en día (ob.cit.).
Sin embargo dentro del modelo de Kuhn, los paradigmas no siempre encajan
correctamente con los hallazgos de los fenómenos investigados. Y peor aún con las
observaciones de las respuestas individuales y comunitarias ante experiencias
estresantes. Inicialmente estas “anomalías” fueron ignoradas o escritas como errores
poco interesantes en este paradigma. Pero con el tiempo el escrutinio de estas anomalías
empezó a generar una duda creciente con respecto a su funcionalidad (ob.cit.).
Ante
ello,
algunos
profesionales
empezaron
a
desarrollar
directrices
investigativas distintas a los planteamientos del “modelo de la enfermedad”. Por tanto,
aquello permitió el surgimiento de lo que se denomina el modelo de la resiliencia. Una
muestra de esto es revelado, por ejemplo mediante las encuestas aplicadas en la
sociedad estadounidense donde se encontró que cerca del 75% del total de esta
población en este momento no sufre de ningún problema emocional o comportamental
(Kessler, Chiu, Demler, y Walters, 2005).
El estrés suscitado tras el padecimiento de la enfermedad del cáncer, en algunas
personas es interpretado por un fuerte sentido de crecimiento personal, en vez de
sentirse resignado y abatido por tal circunstancia (Stanton, Bower y Low, 2010).
Incluso a nivel de las comunidades existe evidencia corroborativa. Ya que si
bien las comunidades pueden ser vistas desde una perspectiva de la pobreza y las tasas
de abandono de la escuela secundaria. Modelos más recientes realizan un énfasis en el
estudio del capital humano como ser el compromiso cívico, la confianza social y el
voluntariado. Los cuales constituyen recursos que fortalecen la comunidad a pesar de
las recesiones económicas o desastres naturales (Puntnam, 2000; Vale y Campanella,
2005). La norma en el paradigma de la resiliencia sugiere reacciones sanas ante factores
de riesgo y no así reacciones inusuales para individuos y comunidades. Según Perry
(1983) la consideración central en este enfoque es la reacción ante el estrés que implica
un proceso dinámico de una adaptación exitosa y no una simple ausencia de enfermedad
(Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010).
La condición para la investigación de la resiliencia radica en que debe ser
estudiada a la luz de un repentino o algún sistema estresor continuo. Sólo cuando existe
un sistema amenazante existe una garantía de que la persona o la comunidad han
ejercido ciertos tipos de fortalezas, recursos y capacidades necesarias que con llevan a
una adaptación exitosa a un corto o largo plazo (Reich, Zautra y Stuart Hall, ob. cit.).
II.2. El Concepto de la Resilencia
El vocablo de la resiliencia es una traducción del inglés resilience al castellano,
que hace referencia a la capacidad de un material de recuperar su estructura original al
ser sometido a altas presiones. En dicha acepción equivale a la cantidad de energía que
puede almacenar un material cuando la presión lo obliga a reducir su volumen y se
expresa en julios por metro cúbico (Soca, 2007).
Pero este concepto proviene del latín de “resalire”, que derivó en el término
resilio que está compuesto por el prefijo re y el verbo salire cuyo significado denota el
“saltar y volver a saltar”, “volver de un salto” “recomenzar” (Soca, ob.cit.).
Inspirados en este concepto el psiquiatra infantil Rutter y el neurólogo, psiquiatra
y etólogo Cyrulnik adaptaron por analogía el concepto de resiliencia a las ciencias
humanas. Utilizando este término para designar a la facultad humana que posibilita a las
personas enfrentarse, sobreponerse y ser fortalecido ante adversidades significativas
(Suárez,2004).
…
Por tanto la resiliencia, es definida por algunos autores que trabajan a partir de
ella “como la capacidad humana de enfrentarse, sobreponerse y ser fortalecido o
transformado por experiencias de adversidad” (Grotberg, 2006). Otros, más
específicamente plantean que “resiliar es recuperarse, ir hacia adelante tras una
enfermedad, un trauma o un evento estresante” (Manciaux, 2001). Aquello resalta la
posibilidad que tiene cada individuo de vencer las pruebas y las diversas crisis de la
vida; en un inicio resistirlas y luego superarlas para continuar viviendo lo mejor posible
(Valdebenito, Mercedes Loizo y García, 2009).
Las personas resilientes presentan aproximaciones optimistas y energéticas hacia
la vida, son individuos curiosos y predispuestos a realizar nuevas experiencias. Además
que poseen alta emocionalidad positiva, elemento característico que constituye a la
resiliencia psicológica (Tugade y Fredrickson, 2004).
Por tanto, un análisis sobre la literatura de esta temática sugiere que la resiliencia
surge como un constructo teórico que intenta proporcionar información científica sobre
las situaciones en la que se genera un desarrollo saludable en presencia de factores de
riesgo como ser por ejemplo la pobreza (Werner, 1989). Por el contrario existen otras
personas que al enfrentarse ante la misma situación no logran poseer los recursos
necesarios para afrontar ciertas adversidades exitosamente (Cyrulnik, 2003).
De este modo, el término de la resiliencia conlleva a poner un énfasis en el
estudio de los factores positivos que protegen a los individuos y por ende no se debe
centralizar las observaciones en los factores negativos. Que analizados de manera
aislada, podrían conducir a errores al tratar de predecir quien sufrirá un daño ante las
adversidades experimentadas (Cyrulnik, ob.cit.).
Las investigaciones pioneras sobre este constructo enfocaron su estudio en
familias con uno o ambos padres alcohólicos, cuyos hijos no desarrollaron ninguno de
los síntomas esperados por el modelo de la enfermedad (Reich, Zautra y Stuart Hall
2010; Werner, 1989).
Investigaciones más recientes definen a la resiliencia como un proceso dinámico
que conlleva a una adaptación positiva dentro de un contexto de significativa
adversidad” (Luthar Cicchetti y Becker, 2000).
Existen dos preguntas fundamentales que necesitan ser respondidas cuando se
investiga sobre la resiliencia. La primera que busca obtener información sobre la
recuperación, o sobre el cómo las personas se sobreponen completamente al desafío
(Masten, 2001; Rutter, 1987). Un individuo que es resiliente muestra una mayor
capacidad para rápidamente recobrar un equilibrio fisiológico, psicológico y en las
relaciones sociales al lidiar con eventos estresores (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010).
La segunda e igualmente importante se refiere a la sostenibilidad o la capacidad
para seguir adelante a través de la adversidad (Bonanno, 2004). Para abordar este
aspecto de la resiliencia uno debe preguntarse sobre el cómo la gente puede mantener su
salud y bienestar psicológico en un entorno dinámico y desafiante (Bonanno, ob.cit.).
Uno de los problemas para el entendimiento del proceso de recuperación ante
eventos estresantes es que los modelos de salud física y de la salud mental no han
desarrollado adecuadamente un entendimiento del significado de la recuperación. Este
problema se hace aún más evidente en la frecuencia con la que las personas y las
comunidades se recuperan ante la adversidad (ob. cit.).
Los estudios revelan que los individuos resilientes reportan que “descubrieron lo
que realmente importa en la vida”, y/o que “descubrieron la gran importancia de los
otros” y/o que “encontraron fortalezas escondidas en sí mismos o capacidades
escondidas de generosidad hacia otros” (Zaustra, 2003).
Los investigadores que han hecho un énfasis particular en el estudio de los
riesgos en el desarrollo, indican que la resiliencia es la respuesta ante una adversidad.
La cual es entendida como una excepción y no así como la regla (Luthar, 2006). Sin
embargo, las personas son extraordinarias y es común, no raro, observar estas hazañas
de resiliencia en los niños (Garmezy, 1991) y además que se da a través de la vida
(Bonano, 2004; Greve y Staudinger, 2006).
Se espera cierta turbación de angustia psicológica inicial, tras experiencias
estresantes y quizás puedan ser potencialmente beneficiosas para la adaptación (Reich,
Zautra, Stuart Hall, J. 2010).
Desde la perspectiva de la resiliencia, la velocidad y la minuciosidad de la
recuperación del daño producido, son los resultados claves que se deben observar. Una
“recuperación” resiliente no puede darse sin ciertas “cicatrices” emocionales. (ob. cit.
2010).
Aunque la respuesta resiliente puede ser casi universal, es inverosímil que todas
las personas tengan esta misma capacidad, y que las fuerzas ambientales que fortalecen
o debilitan la resiliencia se distribuyan por igual en la población. Las personas difieren
en su fuerza interior, flexibilidad, y en la “reserva de su capacidad” (Gallo, Bogart,
Vranceanu, and Matthews, 2005). Además la sensibilidad del ambiente social y físico
difieren de una familia a otra y de una comunidad a la siguiente (Garmezy, 1991).
En este sentido, la diferencia entre la gente con alta y baja resiliencia
probablemente radica en la capacidad por aprender de diversos contratiempos y emplear
este conocimiento para obtener ciertos afrontamientos efectivos (Calderón, Espinosa y
Techio, 2004).
Se cree que las emociones y evaluaciones cognitivas positivas, coadyuvan a la
habilidad de los individuos resilientes para recuperarse velozmente de la activación
emocional negativa (Tugade y Fredricson, 2004).
En una investigación realizada en España sobre los atentados del 11 de
septiembre del 2001 en los Estados Unidos se verificó que las personas resilientes
presentan la capacidad de expresar emociones positivas a pesar de las emociones
negativas (Fredrickson, Tugade, Waugh y Larkin, 2003).
Otro estudio demostró que la posibilidad de sentir emociones positivas actúa
como un mediador entre la resiliencia y la inferencia en la obtención de beneficios
sobre los eventos estresantes y traumáticos (Calderón, Espinosa y Techio, 2004).
Estas investigadoras plantean que el hecho de encontrar un significado positivo
posiblemente es el punto de partida más poderoso para la cultivación de emociones
positivas para momentos de crisis. Además la afectividad positiva refuerza la conexión
con otras emociones positivas y solidifica los vínculos sociales, facilitando la
generación de recursos interpersonales. Este ciclo puede proseguir en un espiral dirigido
a reforzar el bienestar individual (Calderón, Espinosa y Techio, ob.cit.).
Sin embargo estas autoras afirman que se debe prestar atención a no confundir
aquello con el fenómeno denominado Polyanna, donde los individuos poseen una
tendencia a enfocarse simplemente en información placentera, sin reconocer la gravedad
de sus problemas y sin percibir un daño en lo estresante (Tugade y Fredricson, 2004).
Prosiguiendo con esta tendencia, la investigación empírica revela que el hecho
de percibir un beneficio en un evento negativo o traumático está relacionado con una
menor alteración afectiva (Calderón, Espinosa y Techio, 2004).
En esta línea, en la investigación realizada por Fairbanks, Hansen y Fiterling
(1991), se encontró que los veteranos de guerra que presentaban una menor
sintomatología post- traumática, empleaban prioritariamente como un mecanismo de
afrontamiento, el resaltar lo positivo de los recursos sobre los hechos traumáticos
experimentados durante la guerra.
Algunos investigadores se han centrado en estudiar las características de la
personalidad de las personas resilientes (Friborg, Barlaug, Martinussen, Rosenvinge, y
Hjemdal, 2005). Estos autores generaron cierta literatura científica al modificar
ligeramente los determinantes ambientales sociales en las capacidades de respuestas de
los individuos. Inclusive sin prestar atención al capital social y psicológico, dentro de
las comunidades. Por lo tanto, este modelo de la resiliencia basado en las características
de los individuos posee una aplicabilidad limitada (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010).
La psicología social y comunitaria de la resiliencia es requerida si se quiere
entender porque muchos individuos no siempre son capaces para preservar su bienestar
y sostener el progreso hacia las metas que cada uno se establece; y para aquellos que les
importan (Cowen, 1994).
II. 3 Factores Protectores de la Resiliencia.
Werner plantea que los factores de la resiliencia actúan como mecanismos
moderadores que mejoran la reacción de las personas ante situaciones estresantes o
adversidades crónicas (Ryff y Singer, 2003). De este modo permiten la obtención de
una adaptación más exitosa que en el caso en el que estos factores estén ausentes (ob.
cit., 2003).
De acuerdo a Luthar, Cicchetti y Becker, 2000; Masten, 2001; Masten y
Coatsworth, 1998; Werner y Smith, 1992; Wyman, Sandler, Wolchilk y Nelson, 2000;
los hallazgos comunes encontrados por la investigación en la resiliencia sugieren que
existen tres grupos principales de variables que parecen facilitar una adaptación positiva
ante condiciones de riesgo:
1. Atributos individuales característicos: Buen funcionamiento intelectual; autoeficacia; autoestima positiva; habilidades en solución de problemas, locus de
control interno o una sensación de optimismo.
2. Un ambiente familiar cálido que proporcione un suministro de cuidados fisicos y
emocionales: Un hogar estructurado y estable; una solida relación con un
cuidador primario.
3. Acceso a relaciones contextuales amplias: como fuentes de apoyo positivo extra
familiar; enlaces con redes de apoyo a la familia; escuelas eficaces y conexiones
con organizaciones prosociales.
II.3.1 Factores Resilientes: atributos individuales
II.3.1.1 Religiosidad
La religión funcionalmente está asociada a la búsqueda de significado, es decir,
al sentido de que existe una razón subyacente para el universo en general o
particularmente para las experiencias de uno. Greertz (1966) describió a la religión
como una fuente de creencias sobre el orden general de la existencia, la cual produce
emociones profundas y motivaciones para el individuo (Reich, Zautra y Stuart-Hall,
2010).
Cuando un individuo adquiere un significado fundamental, la religión puede
protegerlo de la desesperación, de lo contrario, podría interpretar la realidad como algo
banal y arbitrario. Además, el significado religioso puede ofrecer la esperanza de que
las circunstancias desagradables sirvan a un propósito mayor. La religión
frecuentemente está asociada a la autoeficacia y a una confrontación activa de los
problemas (Reich, Zautra y Stuart-Hall, ob. cit).
La religión puede proporcionar a la gente creencias sobre lo valioso de la vida,
lo cual a su vez pude generar un bienestar psicológico. Las personas que además
experimentan eventos estresantes parecen beneficiarse emocionalmente a través de la
religión. Las que son más religiosas tienden a presentar mayores niveles de positividad.
Además, ante la adversidad, las personas con fe muestran una notable capacidad para
preservar su sentido de conexión con lo sagrado y su forma religiosa de vida (ob. cit).
Finalmente,
la religiosidad puede ser un catalizador tanto para cambios
positivos en la vida de las personas como para el crecimiento personal ante situaciones
estresantes. Muchos individuos religiosos sienten que su fe los ayuda a utilizar la crisis
como una oportunidad para alcanzar resultados altamente valorados, tanto a nivel
secular como espiritual. Por consiguiente, la religión representa un potente factor
resiliente (ob. cit).
II.3.1.2 Empatía.
La empatía es una respuesta emocional orientada a otro, en base a una
percepción sobre el bienestar de alguien. Si se percibe que una persona presenta una
necesidad, la respuesta empática pude denotar; simpatía, compasión, blandura, ternura
etc. La respuesta empática requiere que uno piense que reconoce el estado en el que se
encuentra el otro (Snyder y Shane, 2002).
Sin embargo, no se requiere que la percepción sea precisa o incluso que coincida
con la percepción de los demás (Ickes, 1993). Un intento por ayudar a otro mediante
una respuesta empática, es por supuesto más probable de ser beneficioso, si el
sentimiento está basado en una percepción precisa sobre la necesidad del otro (Snyder y
Shane, 2002).
Considerable evidencia científica apoya la idea que sentir empatía ante una
persona en necesidad conlleva a incrementar la ayuda a la misma persona (Coke, Batson
y McDavis, 1978; Battson, 1991). Sin embrago, una relación empática de ayuda a una
persona, no revela nada de información sobre la motivación que subyace a la relación
(Snyder y Shane, 2002). Incrementar el bienestar de otro puede ser una meta personal,
un objetivo instrumental como medio para obtener un objetivo final personal o varios
beneficios personales o ambos. Es decir, aquella motivación puede ser altruista, egoísta
o combinada (Snyder y Shane, ob.cit.).
II.3.1.3 Habilidad en resolución de problemas.
Una fuerza crítica o recurso para el afrontamiento de las demandas de la vida, es
la estimación que tienen las personas en relación al estilo y las habilidades que
presentan para la resolución de los problemas (Snyder y Shane, 2002). Según Heppner y
Lee (2002) se ha comprobado mediante la investigación que en base al como las
personas evalúan sus resolución de problemas afecta no solo el cómo enfrentan sus
problemas sino que también modifica la adaptación que asumen frente a aquellos.
En las primeras investigaciones sobre la resolución de problemas, se la
conceptualizó como una constelación de habilidades cognitivas o procesos mentales
relativamente discretas (Snyder y Shane, 2002). Por ejemplo, el estudio pionero de
Spivack y Shure entre los años 60 y 70 investigaron las habilidades cognitivas
interpersonales de la resolución de problemas como ser: la sensibilidad ante el
problema, los recursos, pensamiento, pensamiento de la solución alternativa,
razonamiento causal y razonamiento sobre las consecuencias.
II.3.1.4 Inteligencia
Howard Gardner (1983) introdujo los conceptos aparejados de inteligencia
intrapersonal e inteligencia interpersonal. Aquellas fueron formuladas en base a un
grupo de capacidades del razonamiento acerca de los sentimientos de uno, pensamientos
sobre el yo y la sociedad. Epstein (1998) añadió a los conceptos mencionados, la idea
del pensamiento constructivo. Es decir, una constelación de procesos de pensamientos
que implican la capacidad de llevar a cabo afrontamientos adaptativos y evitar
pensamientos supersticiosos, pesimistas y contraproducentes.
La inteligencia personal implica las siguientes habilidades: reconocer
información relevante sobre la personalidad de uno mismo a través de la introspección y
la observación de los demás; formar esa información en modelos precisos sobre la
personalidad; guiar las decisiones de uno usando la información pertinente sobre uno
mismo; y sistematizar objetivos, metas y planes para buenos resultados (Snyder y
Shane, 2002).
II.3.1.5 Sentido del humor
Desde hace más de un milenio existe la idea de que el sentido del humor aligera
la carga de la vida y que ayuda a la gente a lidiar con el estrés. Una dosis de humor no
sólo nos hace reír, sino que también ayuda a nuestras mentes a apagar las fuentes de
estrés en nuestras vidas, al menos por un tiempo. Aunque los hallazgos científicos sobre
los beneficios potenciales del humor no son concluyentes, se encontró que el humor
puede ayudar a hacer frente a las cargas de estrés que se enfrenta en la vida diaria
(Jeffrey y Spencer, 2010).
Se cree que la habilidad de los individuos resilientes para infundir significados
positivos mediante el sentido del humor a eventos estresantes de la vida, podría ayudar a
regular las emociones negativas (Folkman y Moskowitz, 2004).
II.3.1.6 Optimismo
Según Snyder y Deux (2012), los optimistas son personas que esperan que cosas
buenas sucedan, contrariamente los pesimistas esperan que cosas malas les sucedan.
Dicha creencia en particular ha recibido bastante apoyo en la investigación
contemporánea. Optimistas y pesimistas se diferencian en varios aspectos que tienen
gran impacto en sus vidas. Son diferentes en la forma en cómo enfocan los problemas y
desafíos. Además, difieren en la forma y éxito, con el que enfrentan la adversidad.
Una influencia para el optimismo o para el pesimismo, es como la gente se
siente cuando enfrenta sus problemas. Cuando las personas enfrentan dificultades, las
emociones que experimentan pueden variar desde excitación y entusiasmo hasta ira,
ansiedad y depresión. El balance ente las emociones está relacionado a la variación en el
optimismo de la persona (Snyder y Deux, ob. cit.).
Los optimistas esperan resultados favorables, incluso cuando se encuentran en
situaciones complicadas. Aquello debe dar paso a una relativa mezcla de sentimientos
positivos (ob. cit.). Los pesimistas esperan resultados desfavorables, lo que debe dar
paso a más sentimientos negativos, como la ansiedad, rabia, desesperación o tristeza
(Carver y Scheier, 1998; Scheier y Carver, 1992).
El optimismo está relacionado a un afrontamiento enfocado en el problema,
especialmente si la situación es controlable para la persona (Snyder y Deux, 2012). El
optimismo también está relacionado a un replanteamiento positivo de la realidad, al
igual que a una tendencia por aceptar la situación en la que se encuentra la persona. De
este modo, los optimistas generalmente presentan un enfoque de enfrentamiento, en
cambio los pesimistas normalmente presentan un enfoque de enfrentamiento evitativo a
sus problemas (Snyder y Deux, ob. cit.).
II.3.1.7 Locus interno de control
Rotter propuso en 1966, que los individuos difieren en la atribución de la
responsabilidad de lo que les sucede. Denominó locus de control externo, a la creencia,
cuando la gente interpreta que la consecuencia de un comportamiento es controlado por
la suerte, el destino o gente con poder sobre uno. Por el contrario, sostuvo que el locus
de control interno, es la creencia en la cual las personas interpretan sus
comportamientos y las características de su personalidad como efecto de las
consecuencias de sus comportamientos.
Sin embargo, tener un locus de control interno, no es equivalente a ser autoeficaz. Las personas que creen que la causa de ciertos resultados es inherente a uno
mismo no necesariamente tienen la creencia que pueden cambiar este factor interno
(Condly, 2006).
El locus de control interno o control interno percibido, se refiere al juicio o de
que una persona tiene los medios para obtener los resultados deseados y para evitar
resultados indeseables (Snyder y Deux 2012). Quizás la mayor conceptualización sobre
el control percibido sea la de Geary (1998). Al fundamentar que en el marco evolutivo,
el deseo por el control sirve como la motivación básica que guía todas las demás
motivaciones, emociones, cogniciones y comportamientos sociales. Sostiene que el
querer tener control ha sido adaptativo para el ser humano, en la medida que otorga una
mayor probabilidad en la obtención de recursos vitales para la sobrevivencia y para la
reproducción.
Manteniendo la perspectiva de que el control es el motivo básico para la
condición humana, existen investigaciones que han demostrado sus beneficios (Snyder
y Deux, 2012). Por ejemplo, las percepciones de control están asociadas a mejores
enfrentamientos ante circunstancias estresantes (Glass, McKnight, y Valdimarsdottir,
1993; Thompson, Nanni, y Levine, 1994).
Aquellas personas cuyo locus de control interno es mayor, demuestran ser
menos ansiosas y depresivas en el afrontamiento de enfermedades crónicas (Griffin y
Rabkin, 1998; Thompson, Nanni, y Levine, 1994). Además, aquellos con un mayor
sentido de control percibido son más propensos a adquirir las medidas necesarias para
mejorar o proteger su salud física (Petersony y Stunkard, 1989; Rodin, 1986).
II.3.1.8 Autoeficacia
La premisa fundamental de la teoría de la autoeficacia es que las creencias de las
personas sobre sus capacidades para producir efectos deseados mediante sus acciones,
son los determinantes más importantes para los comportamientos que la gente elige,
afectando cuanto perseveraran en sus esfuerzos para afrontar obstáculos y desafíos
(Bandura, 1997). La teoría de la autoeficacia sostiene también, que dichas creencias de
eficacia son cruciales para la adaptación psicológica, problemas psicológicos, salud
física, al igual que la guía personal sobre las estrategias comportamentales (Snyder y
Deux, 2012).
La autoeficacia no es equivalente a la autoestima (Snyder y Deux, ob.cit.). La
autoestima es lo que uno cree acerca sí mismo, y como se siente de lo que cree acerca
de sí (ob. cit.). Las creencias de la autoeficacia en un particular dominio contribuirán a
la autoestima sólo en la proporción de la importancia que uno le da a dicha dominio
(Snyder y Deux, 2012).
Según Bandura (1997) las creencias sobre la autoeficacia nos son equivalentes a
las expectativas sobre los resultados. Una expectativa sobre el resultado de un
comportamiento, es una creencia que un comportamiento específico puede ocasionar un
resultado particular en una situación determinada (ob. cit.). La autoeficacia,
sencillamente es la creencia que uno puede realizar un comportamiento para obtener un
resultado (ob. cit.).
II.3.1.9 Autoestima
La autoestima es un juicio o creencia sobre el valor de la totalidad de uno mismo
y sobre lo específico de algún ámbito personal de uno como la apariencia, inteligencia o
proezas atléticas, etc (Rosenberg, Schooler, Schoenbach y Rosenberg, 1995). La
autoestima es un rasgo de personalidad y un estado psicológico (Rosenberge, 1965).
La gente tiene un promedio o un nivel típico de autoestima que se mantiene
relativamente estable alrededor de semanas, meses hasta años (Rosenberge, ob.cit.).
Además, experimentan fluctuaciones en su autoestima alrededor de su promedio o nivel
típico (Kernis, Cornell, Sun, Berry, y Harlow, 1993; Rosenberg, 1979).
En términos generales, la gente con alta autoestima a diferencia de la gente con
baja autoestima, experimenta sensaciones más agradables como satisfacción en la vida y
felicidad (Pellham y Swann, 1989; Tennen y Herzberger, 1987). Además, experimenta
sensaciones menos desagradables como tristeza y ansiedad (Pellham y Swann, 1989;
Tennen and Herzberger, 1987).
Las personas con baja autoestima presentan mesuradas evaluaciones positivas
sobre ellos mismos. Pero al tener dudas sobre sí mismos, sus apreciaciones son inciertas
y confusas (Campbell, 1990). Las personas con alta autoestima piensan que tienen toda
una serie de atributos deseables, la autoestima se correlaciona rotundamente con juicios
personales de popularidad, atractivo, relacionamiento, habilidades y moralidad (Wylie,
1979). Ellos mantienen esta autoestima positiva con certeza y claridad (Campbell,
1990).
II.3.2 Factores Resilientes: Ambiente Familiar Proveedor de Cuidados Físicos y
Emocionales
II.3.2.1 Cuidador primario
Los miembros de la familia son los cuidadores principales representando un alto
porcentaje de los cuidadores informales. Los aspectos positivos de los cuidados se
definen como los beneficios y la satisfacción de las relaciones de cuidado (Novak y
Campbell, 2006). Los miembros de la familia en los roles de cuidado pueden tener un
impacto en los ajustes psicológicos y físicos de las personas con discapacidad (Snyder y
Shane, 2002).
Varios temas positivos sobre cuidado del cuidador primario han sido
investigados, tales como el significado atribuido al cuidado y a la reciprocidad en la
relación entre el cuidador y el beneficiario del cuidado (Noonan y Tennstedt, 1997). Los
aspectos positivos de la prestación del cuidador primario deberían mediar entre las
demandas de la función y el bienestar de los individuos (Tarlow y col., 2004). Tarlow y
sus colegas definieron los aspectos positivos del cuidar, como la apreciación de la
situación y de su habilidad para adaptarse a los factores estresantes de ese rol (Qualls,
2004).
Muchos
cuidadores
hacen
sacrificios
financieros
importantes,
tanto
incrementando sus gastos como reduciendo sus ingresos para así brindar cuidado a la
persona con capacidades diferentes (Qualls, ob. cit). Por ejemplo, seis de diez
cuidadores dicen que tuvieron que hacer ajustes en su trabajo para poder ayudar a la
persona que cuidan (Alianza Nacional para el Cuidado y la asociación americana de
personas jubiladas, 2004).
El apoyo social y el bienestar son importantes en la disminución de la carga del
cuidador y en la reducción de las tensiones interpersonales entre el cuidador y la
persona a quien cuida (Snyder y Shane, 2002).
II.3.2.2 Sólida relación con el resto de la familia.
Una familia es más que una la suma de sus miembros. Las familias son sistemas
que tienen diferentes estructuras. Las funciones, jerarquías y los límites producen
patrones de interacción, expectativas y apoyo. El cuidado de la familia a una persona
discapacidad desafía a las familias a evolucionar patrones lo suficientemente flexibles
para adaptarse a las demandas creadas por la discapacidad (Talley y Crews, 2012).
Para que sea exitoso el apoyo del cuidado familiar y el de las redes sociales, las
barreras entre la familia y el mundo exterior deber ser lo más semipermeables posibles.
Es decir, deberán permitir que el sistema de cuidado se desarrolle y se proteja mediante
una demarcación clara de los roles de cada miembro familiar (Talley y Crews, ob. cit).
Las familias resilientes presentan una coherencia interna, preservan la esperanza,
se enfocan no solo en el crecimiento de la persona discapacitada sino en el crecimiento
de la totalidad del sistema. Para algunas familias las creencias y prácticas espirituales a
veces unen las realidades dolorosas de la discapacidad con propósitos mayores en la
vida (ob. cit.).
II.3.3 Factores resilientes: acceso a relaciones contextuales amplias.
II.3.3.1 Soporte social en la religiosidad.
Las diversas formas de religiosidad están asociadas con la recepción de mayor
apoyo social, y el apoyo de este tipo puede amortiguar los efectos de los estresores. La
función de la religión es de promover un sentimiento de interrelación social (Reich,
Zautra y Stuart Hall, 2010). Para Durkheim (1912), las religiones tienen la capacidad
para unificar un grupo de personas en una institución social organizada, con un conjunto
común de creencias, valores y prácticas, esta es una de sus características distintivas.
Involucrarse en una comunidad religiosa puede permitirle al miembro de la
congregación obtener intimidad interpersonal con el grupo e identidad social.
La gente recurre a la religión por razones que son de carácter espiritual, buscan
una relación con lo sagrado en sí. De hecho, muchas religiones enseñan que el mayor
bien posible es conocer la verdadera naturaleza de lo divino (Reich, Zautra y Stuart
Hall, 2010).
II.3.3.2 Soporte social en un amigo
La investigación ha demostrado que las conductas de afiliación en animales y
humanos alivian el efecto del estrés (DeVries, Glasper, y Destillion, 2003; Robles y
Kiecolt-Glasper, 2003). Según Furman y Buhrmester (1992), las personas buscan apoyo
de sus redes sociales en forma de alianza confiable, para mejorar su autoestima, obtener
asistencia instrumental, compañerismo, afecto y/o intimidad.
Por otro lado, los amigos proporcionan un apoyo emocional y facilitan la
integración social de la persona discapacitada. La integración social ha sido definida
como “un sentido de pertenencia en el involucramiento social y en actividades
recreativas con otra gente que comparte intereses en común”. De acuerdo, a la
definición mencionada, el apoyo social y el bien-estar, son importantes tanto para
disminuir la carga del cuidador primario y para reducir las tensiones interpersonales
entre el cuidador primario y la persona que es cuidada (Thompson y col., 1993).
II. 4 Traumatismos Craneoencefálicos.
Los TCE pueden afectar el cerebro de diversos modos: el traumatismo puede
lesionar directamente el cerebro, por ejemplo en el caso de una herida por arma de
fuego; puede interrumpir el flujo sanguíneo cerebral, dando origen a isquemia y en
algunos casos hasta a un infarto; puede causar hemorragias y hematomas,
incrementando la presión intracerebral (Ardila, ob.cit.).
Como en cualquier tejido, en el cerebro también se producen inflamaciones
como consecuencia del trauma (edema) llevando a incrementar la presión intracerebral;
en el caso de que se fracturé el cráneo (traumatismo abierto) la posibilidad de infección
se incrementa; y finalmente, las cicatrices que se producen por el TCE pueden
convertirse en un foco epiléptico, cuyas manifestaciones clínicas aparecerán meses
después del traumatismo (ob.cit.).
Existen dos tipos de daños cerebrales ocasionados por un TCE, el
primario debido a la contusión, laceración y hemorragia, o el secundario ocasionado por
una isquemia, anoxia, edema y hemorragia intracraneal (ob.cit.).
Los TCE pueden ser divididos en dos grandes grupos: abiertos y cerrados. En el
primero en el TCE, el cráneo ha sido penetrado y algunas veces los fragmentos del
hueso penetran en el parénquima cerebral. En la mayoría de las ocasiones las personas
que padecen de este tipo de traumatismo no manifiestan una pérdida de la conciencia y
normalmente las alteraciones neurológicas y neuropsicológicas que presentan, son
secundarias a la lesión cortical focal. Este tipo de TCE se da por lo general ante heridas
por arma de fuego (ob.cit.).
En el segundo grupo, el cerebro sufre por los efectos mecánicos de la rápida
aceleración y desaceleración (concusión o conmoción), como sucede en el caso típico
de un accidente de tránsito. A pesar de que no haya existido una fractura del cráneo, el
cerebro igualmente puede ser lesionado por el efecto del golpe y el contragolpe que
eventualmente puede dañar principalmente a los lóbulos frontales y temporales. El
impacto contra el ala menor del esfenoides que divide la fosa anterior de la fosa media
del cráneo, se asocial con contusión cerebral. Debido al movimiento del cerebro existe
la posibilidad de que se causen hemorragias pequeñas que pueden formar hematomas,
que unidos al edema, generan una presión potencial sobre otras estructuras cerebrales”
(ob.cit.).
Generalmente por los traumatismos craneales encefálicos cerrados se produce
una pérdida de la conciencia posiblemente como causa de alteraciones en las estructuras
del tallo cerebral. Ante TCE leves la pérdida de la conciencia puede presentarse por un
intervalo de tiempo reducido (ob. cit.).
II.5 Daño Cerebral en la Afasia.
El funcionamiento normal del cerebro humano puede ser afectado por diversas
patologías neurológicas. Entre estas principales condiciones que potencialmente son
capaces de producir alteraciones en el lenguaje se encuentran: los accidentes cerebrovasculares (ACV), los traumatismos craneoencefálicos (TCE), los tumores cerebrales,
las infecciones del sistema nervioso, las enfermedades nutricionales y metabólicas, y las
enfermedades degenerativas” (Ardila, 2006).
II. 6 Afasia
Según Ardila (2006) la afasia ha sido desde siempre el foco central de estudio de
las neurociencias. Representó el inicio del análisis de la organización del cerebro
humano de los procesos cognitivos. La afasia es un síndrome fundamental para al
menos tres tipos de profesionales: el neuropsicólogo, el neurólogo y el terapeuta del
lenguaje.
El estudio de la afasia llegó a representar a lo largo de un siglo el núcleo de
conocimiento central de la neuropsicología. La mayor parte de lo que se sabía por
medio de la investigación sobre las alteraciones cognoscitivas en caso de psicopatología
era en base a las afasias (Ardila, ob.cit.).
Actualmente el estudio de la demencia y los trastornos ejecutivos tendieron a
ocupar este lugar privilegiado en la investigación tanto a nivel fundamental como
clínico. Pero de todos modos la investigación sobre la organización del lenguaje y sus
trastornos en caso de patología cerebral, sigue creciendo. Por ejemplo, mediante la
introducción de las técnicas imagen lógicas funcionales, con la Resonancia Magnética
Funcional, fue el estudio del lenguaje desde su perspectiva normal y patológica el tema
inicial y de mayor importancia para la investigación (ob.cit.).
Según Benson y Ardila (1996) la afasia es un trastorno en el lenguaje ocasionado
por un daño cerebral. Una definición que engloba a los conocimientos actuales sobre sus
bases neuroanatómicas, se refiere a que la afasia es el deterioro o la pérdida de los
procesos complejos de interpretación y de la formulación simbólica del lenguaje a causa
de un daño cerebral adquirido que afecta la red, ampliamente distribuida de estructuras
corticales y subcorticales del hemisferio dominante del lenguaje (Bertheir, 2005).
Por tanto existe la posibilidad de que afecte a la expresión y a la comprensión,
como también a los niveles semánticos, fonológicos, morfológicos y sintácticos del
lenguaje, presentando una gran variabilidad según el volumen y la localización de la
lesión. En la afasia otras funciones cognitivas que dependen del hemisferio izquierdo
pueden ser afectadas como ser la memoria auditivo-verbal a corto plazo y la atención al
ser indispensables para el funcionamiento adecuado del lenguaje (Berthier, 2007).
Luria clasifica siete tipos de afasias, estas son: afasia motora eferente, afasia
motora aferente o cinestésica, afasia acústico agnóstica, afasia acústico amnésica, afasia
semántica, afasia amnésica, afasia semántica (Luria, 1982).
II.6.1 Aspectos Psicosociales en la Afasia
Según Helm-Estabrooks (2005) parece que los aspectos psicosociales y
emocionales de la afasia quizás son incluso más discapacitantes que los aspectos neuroconductuales. A causa de la pérdida del lenguaje las relaciones interpersonales de una
persona afásica se ven profundamente alteradas. La ruptura del vínculo comunicativo
puede precipitar a la persona afásica a una serie de trastornos sociales. La mayor parte
de los síntomas suscitados en la persona afásica en función a la perdida devastadora de
su capacidad de la comunicación, se parecen a los síntomas neuro-psiquiátricos (para la
afasia de broca, son la depresión, negación de la enfermedad y reacción catastrófica)
causados directamente como efecto de la lesión cerebral. Si bien la causa puede diferir,
la sintomatología puede ser similar.
El aislamiento y la soledad se asientan con rapidez en la persona con afasia.
Generalmente el sujeto afásico no puede trabajar, y queda apartado de los contactos
diarios que tenía con sus compañeros de trabajo. Mucha gente se incomoda cuando
intenta comunicarse con un sujeto afásico, incluso los amigos y vecinos tienden a
distanciarse de ellos. La persona afásica probablemente presentará signos de frustración
y enfado por la reacción de la sociedad ante su condición, le gente ignorante sobre la
naturaleza verbal del trastorno, normalmente, le aplicará la etiqueta de “tonto”,
“retrasado mental”, “loco” o “borracho” (Helm-Estabrooks, ob.cit.).
La afasia también acarrea efectos drásticos en su vida familiar. La persona con
afasia, pasa de ser el proveedor económico de la familia a una dependencia que
dependerá según el grado de la intensidad de la afasia. Por tanto, la familia tendrá que
enfrentar y adaptarse a un posible descenso repentino e inesperado de ingresos
económicos y a un aumento de los gastos para la rehabilitación del afásico (ob.cit.).
El cambio del rol de alguno de los padres puede ser motivo de miedo, confusión,
enfado, dolor, miedo, ansiedad, rencor y frustración entre las reacciones usuales dentro
de la familia. En muchos casos, la tensión es superior a la capacidad que tiene la familia
para afrontar la situación y conduce al divorcio de los padres o a la separación (ob.cit.).
II.7 Rehabilitación.
El desarrollo de la rehabilitación contempla los siguientes aspectos del
individuo: su forma de aprendizaje y su respectiva consolidación, el refuerzo oportuno
de los progresos, la intensidad de su motivación, la graduación de la dificultad (si es
posible mediante la participación de sujeto, en la selección de objetivos, contenidos y
materiales en función de sus intereses) y es esencial el establecimiento de una relación
empática con el paciente (Bruna Roig, Puyuelo, Junqué, y Ruano, 2011).
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