Jesús sí. La Iglesia, no.

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Jesús sí. La
Iglesia, no.
Os invito a que leáis si queréis estas opiniones o informaciones y que contestéis, o
al menos penséis, estas preguntas.
1. Intenta enumerar las críticas que se hace a la Iglesia en la calle, entre la
gente que tienes alrededor. ¿Cuáles son las razones de esta desconfianza en
la Iglesia?
2. Hoy se sospecha de todo. Parece que los investigadores tienen argumentos
para poner en tela de juicio las ideas que habíamos adquirido a lo largo de la
Historia. Pero, ¿quién sospecha de los que sospechan? ¿Quién verifica que
las opiniones que se vierten sobre las cosas son ciertas? ¿Es el pluralismo
salvaje la única medida de la verdad?
3. La Iglesia ¿tiene que ser perfecta o santa?
4. ¿Hay continuidad entre lo que Jesús vivió, predicó y quiso, con lo que luego
la Iglesia ha hecho a lo largo de la historia?
5. ¿Qué tipo de Iglesia es la que la gente rechaza? ¿Es la Iglesia real, la que
conoces tú personalmente? ¿De todos los escándalos que se cuentan de la
Iglesia, has vivido tú alguno personalmente? ¿Conoces a alguien que lo haya
vivido?
6. Imagina que pudiéramos crear una Iglesia diferente entre nosotros. ¿La
haríamos mejor? ¿O tendría defectos e incoherencias parecidos a los que ya
tiene?
Opiniones varias.
Loisy, un filósofo y teólogo del siglo pasado formuló una de las frases que más se
encuentra en la boca de los que desconfían de la Iglesia: “Jesús predicó el reino y
lo que sucedió fue la Iglesia”. Él entiende que la Iglesia es algo extraño a la
predicación del Nazareno, que Jesús pretendía otra cosa, pero algunos manipularon
su intención hasta crear una institución que traiciona los ideales del Maestro. Por
eso, válidos serían los Evangelios, pero no las Cartas de Pablo, Pedro, Santiago, Los
Hechos de los Apóstoles, etc. Y por supuesto, toda la historia de la Iglesia sería un
intento de mantener el poder basado en una ideología supuestamente cristiana.
(De un artículo de José María Olaizola)
Ahora es casi políticamente correcto decir que uno no cree o que, en todo caso, si cree en algo, no quiere saber nada de la Iglesia, a la que mira con una hostilidad que va desde el simple rechazo hasta la furia, y a la que se considera canalla y retrógrada. Este extremo del triángulo es menos fácilmente identificable con una posición única. Los “anti‐eclesiales” pueden ser creyentes que, aceptando alguna forma de trascendencia, sin embargo rechazan cualquier concreción en una religión institucional (y, por supuesto, en el catolicismo). Pueden ser agnósticos que sobre la trascendencia suspenden el juicio, pero sobre la Iglesia lo tienen muy claro: culpable. Y pueden ser, en fin, ateos, convencidos de que Dios y las iglesias que dicen actuar en su nombre son una falsedad. A menudo, el discurso en este nivel no va a las críticas y dificultades 1
profundas (que también las hay, y tienen que dar pie a diálogos mucho más ponderados). Es verdad que hay personas cuyas críticas a la Iglesia son hondas y nacidas a veces de un dolor propio o compartido, o de una honestidad intelectual que les lleva a cuestionar determinadas realidades. Pero en muchos casos el discurso anti‐
eclesial tiene algo de sensacionalista, de propuestas imposibles y análisis ingenuos. Es agotadora, por injusta y por nociva, la militancia anti‐eclesial que se queda en titulares, en tópicos de tertulia. Y es muy dañina, porque muchas veces es de la que quedan ecos, es la que dificulta una visión más equilibrada, la que genera discursos de sordos y permite funcionar con etiquetas. “Para mi el no creer en la Iglesia no significa que siga a Jesús a medias. Es más,
creo que si Jesús bajara otra vez a la Tierra tiraría a todas las Iglesias abajo y las
crearía de nuevo. Por no "creer" en la iglesia no significa que deje de creer en Dios.
Intento seguir al máximo los pasos de mi creador.”
(Un blogero en la red)
Un cardenal pide reformas que revolucionarían a la Iglesia y al
mundo católico
http://www.infobae.com/contenidos/415915-100884-0-Un-cardenal-pide-reformas-querevolucionar%C3%ADan-a-la-Iglesia-y-al-mundo-cat%C3%B3lico
Carlo María Martini fue uno de los máximos candidatos a suceder a Juan Pablo II. En su último libro,
pide al poder eclesiástico que permita tratar temas que hasta el momento son considerados tabú por la
Iglesia. Sus propuestas más polémicas
Uno de los máximos exponentes de la Iglesia Católica reclamó en su más reciente libro que el Papa
Benedicto XVI encare una nueva etapa al frente de la vida eclesiástica con amplias reformas que podrían
revolucionar la vida de miles de millones de católicos.
Carlo María Martini, cardenal italiano y ex candidato a
Sumo Pontífice, expone en su obra Coloquios nocturnos en
Jerusalén, ideas más que progresistas para la mayoría de los
católicos conservadores que acompañan al actual papa.
Entre otros temas polémicos, Martini pide reconsiderar un
tema que hasta el momento es considerado tabú para el
catolicismo: la comunión de los divorciados. Para el
cardenal, es tiempo de replantear este ítem como así también
la prohibición al uso de anticonceptivos de todo tipo.
Pero seguramente el capítulo que mayor malestar
provocará es el destinado a poner en duda el valor del celibato para los sacerdotes. Para Martini, en
algunos casos se debería permitir el sacramento del matrimonio para los curas que así lo prefieran.
Incluso, el cardenal postula la necesidad de replantear el papel de la mujer en la conducción sacerdotal.
En la década pasada, la Iglesia Anglicana encaró esta reforma para repensar el papel de la mujer en la
vida eclesiástica. "Es algo que podría ayudarnos también a nosotros a ser más justos con las mujeres
y a entender cómo puede seguir el camino en el futuro", dice el cardenal.
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"Hay que repensar la relación con la sexualidad y la comunión para los divorciados que han vuelto
a contraer matrimonio", dice Martini en su libro.
En este sentido, el cardenal italiano critica la distancia que hay entre la encíclica Humanae Viate y la
actualidad. "Muchos ya no toman más en serio a la Iglesia como interlocutora o como maestra.
Sobre todo nuestros jóvenes que ya casi ni recurren a la Iglesia por temas como la planificación
familiar o la sexualidad", asegura.
Martini, sin embargo, es pesimista acerca de la posibilidad de que Benedicto retire esa encíclica.
"Hubiese sido mejor guardar silencio" sobre ciertos temas referidos a la sexualidad, dice el religioso
jesuita.
"Con los homosexuales hemos sido insensibles en muchos casos", declara Martini en forma de
autocrítica y propone revisar la forma de trato hacia estas personas. "En mi círculo de conocidos hay
homosexuales y son muy respetados", manifestó.
Hace ya algunos años, Martini desató una gran polémica en la cúpula de la Iglesia: se había mostrado
a favor del uso del preservativo en las relaciones sexuales, argumentando que de esta manera se estaba
ante un "mal menor".
Críticas a la Iglesia
http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2007/06/25/p102731#more1027
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Recuerdo haber leído a un historiador que manifestaba en uno de sus libros la perplejidad que sentía al ocuparse
de la Iglesia, un objeto histórico singular, difícil de encuadrar en los cánones teóricos de los que se sirven los
analistas para explicar las transformaciones sociales.
Seguramente no le faltaba razón. La Iglesia es una realidad compleja, que no se agota en su aspecto visible, concreto y
fenoménico sino que remite a una realidad más profunda que, sin embargo, le proporciona fundamento y sentido (cf
Lumen gentium, 8). Por ello, sin fe resulta difícil progresar en su comprensión.
La crítica a la Iglesia es coextensiva con su historia. Con razón y sin ella, han sido muchos quienes denunciaron la no
siempre perfecta coherencia - o, en ocasiones, la incoherencia manifiesta - entre el fondo y la forma: entre aquello que
profesa ser y lo que de sí misma se refleja en la vida de sus miembros.
Son muchos los motivos que impulsan a criticar a la Iglesia y variados los objetivos a los que estas críticas se dirigen.
Hay quienes contestan lo que la Iglesia representa; siendo contrarios a los valores religiosos en general o a los
cristianos en particular, resulta lógico que ofrezcan resistencia a una institución que - guste o no - los encarna y los
recuerda permanentemente.
Otros apuntan a quienes, por su oficio o por su compromiso personal, están como en un candelero: Papa y obispos,
curas y monjas, frailes y fieles laicos son observados por deudos y extraños con mirada pocas veces indulgente. No
faltará quien esté a la zaga para descubrir algún escándalo que implique, en la realidad o en la imaginación, a alguna
persona o entidad eclesiástica.
Las críticas llegan de fuera y de dentro. De gentes honradas y de personas que evidencian, por su acritud, lo difícil que
resulta para el ser humano retornar al Paraíso. Por lo general, la acidez se incrementa cuando el crítico militó en su
pasado bajo el estandarte de la cruz o cuando - aparentemente dentro - está a punto de darse de baja.
Todavía hay - sobre todo en nuestro país - quien pinta a la Iglesia como el exponente más acabado de la perversidad
humana: su historia es una crónica negra; su moral, hipocresía; su doctrina, superstición. Para otros, la Iglesia no es
algo terrible, sino simplemente un residuo del pasado que, si acaso, debería reconvertirse en una "ONG".
No escasean los profetas de salón que alaban la "verdadera" Iglesia, la de los suburbios que ellos no pisan, frente a la
pretendida "falsa" Iglesia del culto y del ceremonial vaticano. Ni tampoco faltan los nostálgicos para quienes toda
reforma constituye, sin más, una traición.
La Iglesia será vista, en cada caso, dependiendo de los principios de los que parta el observador. Y éste, como nos
enseña incluso la Física, nunca es neutral y difícilmente logra ser objetivo.
La crítica - que no es lo mismo que la calumnia - es imprescindible para el normal funcionamiento de la sociedad y es
también legítima y necesaria para la vida de la Iglesia. Con frecuencia, incluso las críticas más amargas - y aquí radica,
en mi opinión, su aspecto más positivo - reconocen al menos implícitamente la innegable grandeza del ideal al que los
cristianos están llamados a conformarse.
La Iglesia - la comunidad de los creyentes - resultará beneficiada cada vez que las críticas la muevan a verificar en el
Evangelio si su actuación y su vida responden a la voluntad de su Señor. Es éste, para ella, el único examen decisivo.
Los críticos más creíbles son los santos. Ellos saben que toda auténtica reforma - "Ecclesia semper reformanda" comienza por uno mismo.
Guillermo Juan Morado.
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CONVICCIONES IRRENUNCIABLES PARA UN
CREYENTE
1. Entre Jesús y la Iglesia hay una continuidad innegable.
Algunas personas piensan que entre el Jesús histórico y lo que ha sido la Iglesia no hay continuidad, es decir, Jesús predicó una cosa y la Iglesia ha realizado durante la historia otra distinta. Es más, algunos más osados dicen que la Iglesia ha ocultado datos sobre Jesús y ha manipulado a su favor los que ha presentado en los evangelios. Ante esta opinión hay que decir que por una parte hay continuidad entre lo que Jesús predicó y lo que la Iglesia ha seguido transmitiendo a lo largo de los siglos. Hay muchos estudios serios, tanto históricos como filológicos, que nos dicen que Jesús, con la elección de los 12 apóstoles (número simbólico), pretendía fundar un Nuevo Pueblo, una comunidad basada en su predicación y en su testimonio. Por otro lado, hay continuidad entre la Iglesia y Jesús, quiere decir que, si bien es la misma Iglesia la que nos proporciona la mayoría de los datos sobre Jesús, ha intentado desde el principio ser fiel a la figura de su fundador. Sería una manipulación tremenda pensar que la Iglesia desde el principio manipuló los evangelios. En primer lugar, porque la transmisión de lo que fue Jesús, en los primeros 50 años de cristianismo se realiza oralmente. En esta transmisión es normal que se pierdan datos o se tergiversen acontecimientos. Sin embargo, desde el principio hubo una especial atención a ser fieles a lo que había sido el mensaje de Jesús. Tal es así, que solo se consideran canónicos, aquellos escritos que coinciden en la mayoría de sus puntos con lo que fue la predicación de los testigos presenciales. Si dudamos de la intención de los primeros discípulos, obviamente, no podremos saber nunca nada fiable sobre Jesús, ni sobre ninguno de los hechos del pasado. 2. Hay una Iglesia, pero muchas formas de ser iglesia
Desde el principio, la Iglesia no se organizó de una manera monárquica, como la conocemos ahora. Al principio, las comunidades gozaban de una gran independencia y los obispos eran la cabeza de cada comunidad. El papa era el obispo de Roma, en igualdad de derechos y atribuciones que cualquier obispo, solo que era tenido como el “primun inter pares” (primero entre iguales). Con esto quiero decir, que la Iglesia, ya desde el principio, no ha sido una organización monolítica en la que todo el mundo pensaba igual. Desde el principio ha habido grupos con ideas distintas, incluso algunos de ellos claramente heréticos, que han formado parte de la Iglesia y han vivido en comunión o no, y han dado su opinión sobre muchos temas. En un ambiente de pluralismo, no habría sido posible tal manipulación que se le achaca a la Iglesia, porque algún grupo no lo hubiera permitido. Desde el principio, la misma Iglesia ha sido muy celosa de estar siempre en contacto con la predicación de Jesús. La razón por la que se 4
declaraba a ciertas ideas como heréticas, era precisamente esta: no estar en consonancia con lo que Jesús decía, o con lo que los primeros discípulos creían. Hoy día también hay muchos grupos dentro de la Iglesia y muchas posturas diferentes. La idea de una Iglesia monolítica, cerrada y en la que no hay libertad, es una creación de los medios de comunicación que ha calado en la opinión pública. No se puede negar tampoco que, a veces la Iglesia oficial se muestra poco autocrítica y un tanto acomplejada con los medios de comunicación y eso se puede cambiar. 3. La Iglesia somos todos y no solo la Iglesia jerárquica
Esta es una convicción que todavía no ha entrado en la mentalidad de la sociedad y de la Iglesia con todas sus consecuencias. Por una parte, muchos confunden la Iglesia con la Iglesia jerárquica: los obispos principalmente, y en segundo lugar los curas y las monjas. Por otra parte, los laicos y la gente de Iglesia de base, sobre todo aquí en España, no han asumido todavía el papel protagonista que les está reservado. Esto permite por un lado, que se oiga solo la voz de la jerarquía como única voz de la Iglesia. Y por otro lado, que se escuche la voz de la jerarquía como aquello que piensan todos los creyentes. Es cierto que la jerarquía debería, a mi juicio, estar más en contacto con las bases, escucharlas e intentar juntos dar respuesta a los desafíos que tenemos todos los creyentes. Por otro lado, a los creyentes de a pie nos falta frecuentemente amor a la Iglesia, sentirnos miembros incondicionales de ella. A veces parece que no nos duelen los ataques contra ella, o pensamos que los únicos que tienen que cambiar son los que no piensan como nosotros. Dentro de la Iglesia también existen grupos y personas de muchas mentalidades. A veces nos criticamos entre nosotros como si no fuéramos más que rivales. Esta es otra dificultad que debemos superar: todos somos Iglesia, y la Iglesia es rica porque es plural en lo accesorio y es una en lo irrenunciable: la fe en Cristo Jesús. 4. ¿Haríamos nosotros una Iglesia mejor?
Es una pregunta que me hago muchas veces. Yo, tanto que critico a la Iglesia, tanto que me duelen algunas injusticias que se producen dentro de ella, ¿haría una Iglesia mejor? ¿O acabaría cayendo en los mismos errores o en otros peores? Mirando la cantidad de veces que yo he metido la pata siendo un simple cura, y el daño que he podido hacer, no me puedo imaginar si yo fuera un representante más notorio. Este es otro misterio que conviene asumir. La Iglesia es santa por definición. Pero no porque sus miembros sean santos. La santidad es un regalo de Dios. Es lo que Dios puede hacer con nosotros si nos dejamos hacer. No es, como muchas veces se piensa, una conquista humana. La Iglesia es santa porque muchos de sus miembros creen más en Dios que en sí mismos y se dejan hacer por él; y dejándose hacer, consiguen sacar lo 5
mejor de sí mismos y llegar a unos niveles de humanidad realmente admirables. Sin embargo, esto no quita que muchos de los miembros de la Iglesia seamos mediocres, frecuentemente pecadores. El pecado, el error y la injusticia va a acompañar siempre a la Iglesia, porque está hecha de hombres y mujeres normales. No se le puede pedir a sus miembros que sean perfectos. Lo único que Dios pide es que seamos creyentes, que nos fiemos de él más que de nosotros mismos. 5. Pasar del criticar a la Iglesia a comprometerse por una
Iglesia mejor
Es muy típico de nuestra época, en la que tenemos mucha información, permitirnos el lujo de criticar todo aquello de lo que tenemos noticia. Pero se trata de una crítica cínica, desde la barrera, sin que implique compromiso por parte del que critica. Esto es injusto por muchas razones. En primer lugar, quien critica, por propia coherencia, tiene que someterse también a crítica. En segundo lugar, criticar y no hacer nada es deplorable desde cualquier planteamiento ético y muy frustrante para quien recibe las críticas pero se está jugando la vida. Hay quejar posiciones agrias y fundamentalismos. Ni todo es perfecto, ni todo está mal hecho. Del criticar a la Iglesia hay que pasar a una actitud más positiva que es, a mi juicio: sin dejar de decir lo que pensamos, comprometernos para que la Iglesia que nosotros somos, sea cada vez más fiel al Evangelio. 6. Cada uno en su sitio
La jerarquía en la Iglesia tiene su función importantísima. También la Iglesia de base, los cristianos que estamos a pie de calle. Cada uno tenemos que recuperar la fe unos en los otros. Por una parte, los cristianos de a pie debemos recuperar protagonismo, salir a los medios, dar la cara, defendernos como iglesia que somos, comprometernos porque la sociedad sea cada vez más justa, juntarnos, celebrar la fe festivamente, querernos, corregirnos, ayudarnos… Por otra parte, tenemos que reconocer el papel que la jerarquía desempeña en la Iglesia, como cabeza visible, como guías y también como magisterio. El magisterio es una función que tiene la jerarquía de vigilar para que la fe no se desvirtúe. Hay muchos cristianos que rechazan cualquier manifestación del magisterio por retrógrada, cerrada, dogmática. Y no es verdad. Muchos no conocen, ni han leído jamás una encíclica o una carta pastoral y se atreven a juzgarla. Otros, cualquier cosa que dice el magisterio, aunque sea simplemente, una nota de prensa, parece que es como si hubiera hablado Dios mismo. Ni una cosa ni la otra. Pero debemos reactivar nuestra confianza en nuestros pastores. No dicen, generalmente estupideces, sino cosas muy bien pensadas. Otra cosa es que estemos de acuerdo. A la hora de enterarnos lo que nos dicen los obispos o el papa deberíamos no fiarnos mucho de los medios de comunicación de masas e ir a otro tipo de prensa especializada. Y siempre, aunque no estemos de acuerdo con lo que dicen, deberíamos 6
preguntarnos, ¿qué me aporta a mi esto que me están diciendo? ¿Qué aspecto estoy descuidando o cual debería potenciar? Si leyéramos estos documentos, nos llevaríamos muchas sorpresas. 7
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