Lo que va de la coca a la cocaína El Parque Explora y EPM presentan el viaje fotográfico de Richard Evans Schultes (1915-2001), director del Museo Botánico de Harvard. Considerado el más famoso explorador de plantas amazónicas en el siglo XX y con una monumental obra botánica en Colombia, recibió los más altos honores en Colombia, entre ellos, la Cruz de Boyacá, otorgada por el presidente Belisario Betancur. Una de las plantas por él estudiadas fue la coca, cuyas historias han sido opacadas por las de la cocaína. El curador de la exposición, Wade Davis, botánico y discípulo de Schultes, presenta estas curiosas historias escritas borrosamente en los márgenes de la historia oficial. “La cocaína era desconocida hasta 1860, cuando la aisló en Göttingen el químico alemán Albert Niemann. En 1846 el arqueólogo Johann Jakob von Tsudi, que había observado el empleo tradicional de las hojas en el altiplano, anotó lo siguiente: “Tengo la firme opinión que el consumo moderado de la coca no sólo es inocuo, sino que puede ser de mucho beneficio para la salud”. El elogio de un influyente neurólogo italiano, Paolo Mantegazza, cuya obra inspiró en particular a Sigmund Freud, fue incluso más caluroso. “Prefiero una vida de diez años con coca”, escribió en 1859, poco antes del descubrimiento de Niemann “a una de cien mil años sin ella”. El químico corso Angelo Mariani estaba de acuerdo. En 1863 patentó el Vin Tonique Mariani, una mezcla de extracto de coca y vino tinto de Burdeos que, de inmediato, causó sensación, Mariani, por cierto, tiene la curiosa distinción de ser la única persona responsable de que dos presidentes de los Estados Unidos, un papa y por lo menos dos monarcas europeos se aficionaran a la coca. El papa León Xlll tenía el hábito de llevar siempre consigo un frasco de bolsillo con el vino tónico, y era tan adicto a la bebida que condecoró a Mariani por sus méritos. El achacoso ex presidente norteamericano Ulysses S. Grant se tomó una cucharadita diaria en leche durante los últimos cinco meses de su vida. Entre otros entusiastas que le enviaron a Mariani cartas en homenaje se contaron el presidente William McKinley, al zar de Rusia, el príncipe de Gales, Thomas Edison, H.G.Wells, Julio Verne, Augusto Rodin, Henrik Ibsen, Emile Zola y Sarah Bernhardt. Mariani, serio estudioso de la planta así como genio de la publicidad, creó toda una línea de productos. Fuera del vino Mariani estaba el elíxir Mariani, una versión más fuerte; el té Mariani, un extracto de coca sin vino; unas pastillas para el pecho llamadas pastas Mariani... Para vender todos sus productos, el emprendedor químico consiguió el respaldo de la Academia Francesa de Medicina y de una lista de más de tres mil médicos que daban fe absoluta de su efectividad. Uno de ellos, J. Leonard Coroning, describió el vino como “el remedio por excelencia para las preocupaciones”. Al poco tiempo, aquel “vino para los atletas” fue la bebida favorita de todos los que buscaban la longevidad y la eterna juventud, desde el ejecito bávaro hasta los cantantes profesionales y las muchachas Gibson de la década de 1890. Los avisos en los Estados Unidos lo pintaban como la panacea moderna y la cura perfecta para aquellos “jóvenes que sufren de timidez en la sociedad”. Con el tiempo, el vino Mariani se convirtió en la medicina más recetada del mundo. La ola de popularidad llegó al tope en 1884, el año en que Freud publicó su equivocado trabajo “Sobre la coca”, y en que Carl Koller descubrió las propiedades anestésicas de la cocaína, que llevó a usar por primera vez al anestesia local en cirugía. Este avance médico transformó en particular la práctica de la oftalmología, permitiendo por primera vez la extracción indolora de las cataratas. Un panfleto publicado por la Parke-Davis sugería que la cocaína podía ser “el más importante descubrimiento terapéutico de la época, cuyos beneficios para la humanidad serán incalculables”. Esta compañía fabricante de drogas, que controlaba entonces el mercado norteamericano de la cocaína, pensaba en algo más que la oftalmología. Para la década de 1880 tenía en el mercado cocaína en dulces, cigarrillos, atomizadores, jarabes para gárgaras, ungüentos, pastillas, inyecciones de venta libre y un coctel llamado “coca cordial”. Artículos en las revistas científicas recomendaban la coca y la cocaína para todo, desde el mareo hasta los dolores de estómago, la fiebre del heno, la depresión y, lo que era más nefasto, para el tratamiento de la adicción al alcohol y al opio. Para ese azote del siglo XlX que fue la masturbación femenina, un médico recomendaba su “aplicación tópica en el clítoris para prevenirla”. El British Medical Journal declaró con entusiasmo que la coca representaba “un nuevo estimulante y un nuevo narcótico; dos formas de excitación noveles que probablemente serán de gran aceptación en nuestra moderna civilización”. El público de los Estados Unidos, ciertamente, las aceptó. En 1885 un fabricante de medicamentos patentados de Atlanta llamado John Pemberton registró la marca de una bebida llamada French Wine of Coca: Ideal Nerve and Tonic Stimulant {Vino francés de coca: estimulante nervioso y tónico ideal}. Un año después eliminó el vino y le añadió la nuez de coca africana, rica en cafeína, así como aceites cítricos para darle sabor, y dos años después reemplazó el agua con soda, por su relación con las aguas termales y la salud en general, y empezó a vender el producto como “una bebida intelectual y un licor temperante”. En 1891 Pemberton le vendió la patente Asa Griggs Candler, otro farmacéutico de Atlanta, quien un año después fundo al Coca-Cola Company. Publicitada como tratamiento para el dolor de cabeza y anunciada por Candler como “un remedio soberano”, La Coca Cola pronto estuvo en todas las farmacias del país. La fuente de soda, una especie de balneario para los pobres, se convirtió en una institución, y por todo el país hombres y mujeres se iban de paseo a la farmacia local y pedían una bebida que sólo años después sería conocida como “la pausa que refresca”. En esos primeros días se pedía una botella diciendo que uno quería “una inyección en el brazo”. Para fines del siglo ya había cerca de sesenta imitaciones de la Coca-Cola, todas ellas con cocaína. En 1906, consciente de la creciente preocupación del público y anticipándose a la aprobación de la Pure Food and Drug Act {Decreto de alimentos y drogas puras}, que prohibía el transporte interestatal de alimentos o bebidas con contenido de la droga, la Coca-Cola eliminó la cocaína de su formula. Sin embargo, siguió dependiendo de la planta como condimento. Incluso hoy en día, la Stepan Chemical Company de Maywood, New Jersey, el único importador legal del país, sigue recibiendo hojas de coca. Una vez retira la cocaína, que es vendida a la industria farmacéutica, el residuo que contiene los aceites esenciales y sabores es enviado a la Coca-Cola. La compañía no se siente particularmente orgullosa de esto, pero debería sentirse, porque es la esencia de las hojas lo que hace de la Coca-Cola “el producto auténtico”. Al tiempo que el público en general se deleitaba con la cocaína, la opinión médica se tornaba lentamente en contra de la droga. Fue inevitable que los exagerados elogios de su valor terapéutico causaran una fuerte reacción de decepción. A Sigmund Freud sin duda le encantaba la cocaína, que consideraba una droga milagrosa. En una carta a su esposa, Martha, le decía medio en broma: “Y verás quién es más fuerte, si una dulce niña que no come lo suficiente o un viejo alborotado con cocaína en el cuerpo”. Tal vez enceguecido por la euforia, Freud recomendó la cocaína para tratar una gran cantidad de enfermedades, incluidas la adicción a la morfina y el alcoholismo. Entre 1880 y 1884, la de Detroit público dieciséis informes distintos sobre curaciones de adictos al opio con cocaína. No tardó en hacerse evidente, sin embargo, que la cura podía ser tan nociva como la enfermedad. En 1886, varios casos de psicosis cocainómana con alucinaciones táctiles ―la famosa ilusión de tener insectos garrapateando bajo la―piel empezaron a darse a conocer, y en 1890 la literatura médica ya incluía cuatrocientos casos de toxicidad aguda causados por la droga. Albrecht Erlenmeyer, al reconocer los peligros inherentes al consumo crónico de cocaína, la declaró “el tercer azote de la humanidad” después del alcohol y la morfina. En sólo unos pocos años, paso de ser descrita como el estimulante más beneficioso para el hombre, la droga escogida por presidentes y pontífices, a ser percibida como una maldición moderna, la encarnación y causa de todos los males sociales. En los Estados Unidos, sucesivas leyes limitaron cada vez su uso y disponibilidad. En 1922 fue condenada como un narcótico, que no lo es, y en menos de una década el público quedó convencido de que era una peligrosa droga adictiva, que sólo consumían los músicos, los artistas y degenerados de toda laya.” Wade Davis, etnobotánico y documentalista, autor de El Río. El Áncora, Fondo de Cultura Económica. Fragmentos.