LA ESTACIÓN OL VIDADA mi sofá Cuando bajaba las escaleras

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LA ESTACIÓN OL VIDADA
Ufff. ,pensé que no lo cogía. Eran casi las doce de la noche de un martes cualquiera y estaba
muerto de cansancio, deseando llegar a mi casa, prepararme un whisky y despanzurrarme en
mi sofá
Cuando bajaba las escalerashacia el andén del metro en Atocha, vi que las puertas del vagón
se cerraban y apuré el paso con la esperanza de que el conductor me viera y me dejara pasar.
Dentro, dormitaban un par de viajeros, con aire cansadoy sucio, como yo, que ni siquiera se
molestaron en mirarme cuando, jadeante por la pequeñacarrera, entré en el vagón.
Me acomodé en un asiento lo más lejos que pude de ellos que también se encontraban lo más
separados posible y el metro siguió su curso hacia Antón Martín. El vagón olía a rancio ya
gente, a pesar de que estaba casi vacío. Una pareja enroscada en sí misma subió en la
siguiente parada pero se bajaron en seguida, en Sol, sin despegarseun milímetro el uno del
otro. Un par de estaciones más adelante, me había quedado sólo en el vagón. Tenía tanto
sueño que empecé a dar cabezadas,inmerso en escenasdel día tan largo que había vivido,
atropelladas unas con otras, en una mezcolanza delirante. Me dejé llevar por el cansancio y el
mecer envolvente y suave del tren.
Me sobresaltó el repentino silencio y la quietud. Levanté la cabeza, desperezando los ojos y
me extrañó la poca luz que había en la estación donde habíamos parado. Pasaron unos
segundosy el metro no se md.<fi~:~adie entró.
Molesto por el retraso (me moría de ganas de darme una ducha y tomarme esa copa) me
incorporé para ver dónde estábamos. Chamberí. ¿Chamberí? ¿Esa no era la estación que
habían cerrado a medidos de los sesenta?Seguí sin oír nada así que, inquieto, me levanté y
probé a accionar la manivela de la puerta. Asomé la cabezahacia el andén y una ráfaga de aire
helado me abofeteó la cara. Tuve escalofríos pero no sólo por la temperatura de aquel lugar
sino porque realmente resultaba algo siniestro.
La estación fantasma estaba tenuemente iluminada y no había nadie en el andén. Golpeé con
fuerza en la puerta, para llamar la atención del conductor pero no hubo ni movimientos, ni
ruido, ni respuestaalguna. No soy valiente, así que me introduje de nuevo en el vagón y me
senté, a la espera de que la puerta se cerrara y el tren echara a andar de nuevo. Pero en lugar
de eso, los fluorescentes empezaron a titilar, como haciéndome guiños, y segundos después se
apagaronpor completo.
Me incorporé del asiento, con la respiración jadeante. ¿Qué estaba ocurriendo? Se me ocurrió
que podía haber más viajeros en los otros vagones y, sin mucho convencimiento,
salí de
nuevo al fantasmagórico andén de Chamberí.
Los recorrí uno por uno. Nadie. No era posible, no era tan tarde
L1egué hasta la cabina del
conductor y observé con asombro que también estaba vacía.
jOigaaaaan!- grité- jSi es una broma, no tiene ninguna gracia! ¿Hay alguien ahí? jOigan!
Mi voz resonó entre las paredes abovedadas de la estación, decoradas con anuncios de otro
siglo (de aguas naturales depurativas y cafés torrefactos) pintados sobre las baldosas blancas.
Observé el suelo adoquinado. Si no me hubiera encontrado en una situación inverosímil,
incluso podía haber disfrutado con la visita.
""-'
Pero no era el caso. Yo no quería estar allí. Sólo quería llegar a mi casa y olvidar
el día
pasado.
Al no ver otra opción me aventuré a buscar la salida, con la esperanza de encontrar alguna
forma de comunicar con el exterior, no creía posible que la boca de metro estuviera abierta.
Al salir por el primer pasillo que encontré, la luz amarilla y amenazante de una bombilla
iluminó insuficientemente unas escalerasque ascendían,aunque no veía el final. Un antiguo
letrero azul que indicaba SALIDA con letras blancas y una flecha me dio algo de valor para
subir.
~,,¡t.~,La escalerase encontraba en muy ~,e~tado.
Los adoquines del suelo se habían levantado y
la barandilla rezumaba herrumbre. Me paré en el primer rellano para estudiar el suelo. Con
cautela para no caerme ascendí por el siguiente tramo de escalerasdonde otra bombilla sucia
y blanquecina
iluminaba
un corredor.
Una encrucijada,
¿hacia qué lado debía ir?
En esas estaba cuando escuché algo. Hasta ese momento me encontraba tan desconcertado
que no había percibido el profundo silencio pero, al escuchar un ruido de pasos y mUmlullos,
se me erizó el cabello. Eran pasos que no tenían prisa, los que venían hacia a mí lo hacían con
la parsimonia de la rutina. Pero no podía haber nada de rutinario en esa estación y menos a
esashoras. Las voces se distorsionaban entre los túneles y pasillos y no podía distinguir nada
de lo que decían. Cuando ya estabancerca estuve seguro de que venían por mi derecha.
Debía haberme alegrado, por fin alguien que quizá podría ayudarme. A lo mejor se trataba de
trabajadores del metro que estaban arreglando alguna avería. Pero, por una extraña razón,
preferí caminar en dirección opuesta, hacia la negrura del pasillo a mi izquierda. Me escondí
entre la penumbra y esperé.
Una pareja apareció ante mis ojos. Eran dos hombres. Por sus voces estarían por la
cincuentena.Iban abrigados con una especiede casacaoscura (yo diría que gris), una gorra de
plato y al hombro un objeto cuya forma bajo la tenue luz del corredor me dejó helado: un
fusil.
Me pareció que hablaban de fútbol. Del Real Madrid, creo, porque oí algo sobre Bemabeu.
Los breves segundos durante los que pasaron arrastrando sus pasos más cerca de mi
escondite, me pemlitieron escuchar con algo de claridad la conversación, un par de frases.
-Sí, sí, siempre dices lo mismo cuando perdéis con el Real. Es que Paquito no iba a permitir
'--'
que los pobres se dieran una alegría, ni siquiera por el fútbol
-Vamos,
Manuel, no seas cínico, lo sabes muy bien, Franco bebe los vientos por el Real
Madrid, y ¿quién va a atreverse a darle un disgusto al Generalísimo
un domingo por la
tarde?
Sus voces y sus pasos se fueron alejando. Lo había visto de cerca. Sí, llevaban un fusil al
hombro. Sin quererme parar a pensar qué significaba todo aquello, me apresuré a marchar por
el mismo corredor por el que ellos habían aparecido, con la esperanza de que allí estuviera la
salida de la maldita estación. y nunca mejor dicho, tenía la desazón de encontrarme en un
lugar lo más parecido al infieth~.t~-
.
A lo lejos vislumbré otro haz de luz amarillenta. Pero reduje el paso, intentando que mis pies
"-"
rozaran el suelo lo menos posible y no tropezar con los adoquines levantados, porque creí oír
algo de nuevo, esta vez una voz mucho femenina y mucho más joven, de alguien que se
encontraba a la vuelta de la esquina del final del corredor, justo donde empezaba a verse la
luz. Me acerqué al final de la pared y me asomé con mucho cuidado. La escename paralizó
de nuevo
Eran las taquillas de entrada y salida de la boca de metro. Pero lejos de aliviarme, como digo,
mi cuerpo quedó bloqueado. Las pasarelas de hierro oxidado, el suelo empedrado lleno de
agujeros y tierra removida,
los techos desconchados y las paredes con los baldosines
renegridos y partidos contrastaron con la pulcritud y resplandor de la mujer que, sentada
dentro de la cabina de la taquilla, hablaba con una señora mayor, completamente de negro y
encogida que la entregabauna moneda a través de la ventanilla.
-Tiene que bajarse en Tirso de Molina, señora, esa calle está muy cerca de la boca de metro,
la encontrará en seguida. Tenga, su vuelta, cinco pesetas,no tengo suelto, le doy un duro.
La mujer mayor murmuró
algo y caminó torpemente hacia donde yo estaba. Pasó a pocos
centímetros de mí, pero no se percató de mi presencia.
Penséque estaba volviéndome loco. Las piernas empezaron a fallarme y me escurrí hasta el
suelo, quedándome allí, aterido de un frío que de pronto me sobrevino, con la espalda
apoyadaen la pared de baldosas negruzcas.Creí que había perdido la razón.
Un repentino ataque de pánico me hizo levantar y, como si de un fugitivo se tratara, salí
corriendo por los pasillos, descuidando el ruido de mis zapatos sobre los adoquines y
jadeando de miedo y de fatiga. No sabía hacia dónde iba, sólo quería alejanne de ese lugar,
salir, escapar...En mi alocada carrera me encontré de golpe de nuevo en el andén. El tren ya
no estabay la inercia de mis piernas me impidió frenar a tiempo: caí a las vías y todo se tornó
oscuridad completa.
La sacudida me despertó. Me encontraba a salvo en el vagón, cuya luz fría y blanca me
acribilló los ojos. Estaba empapado de sudor pero aún sentía frío. Desconcertado, miré ami
alrededor. Me asomé por la ventana y por un segundo pude comprobar que abandonábamos la
estación de Bilbao.
Confuso, me acomodé
tranquilizarme.
de n:!:levo en el asiento y frotándome
..;¡,¡;:
.i~
los brazos, intentando
-Ha sido un sueño, Diego. No, una pesadilla más bien- me dije en voz alta.
El tren traqueteaba suavemente hacia la siguiente parada, Iglesia. De pronto noté cómo
suavementereducía su marcha hasta pararse,justo cuando pasábamospor la olvidada estación
de
Chamberí.
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