El fascista perfecto

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REPORTAJE: HISTORIA Y LITERATURA
El fascista perfecto
Jonathan Littell se inspiró en el belga Léon Degrelle para el protagonista de 'Las benévolas'
OCTAVI MARTÍ 20/04/2008
La documentación utilizada por Jonathan Littell para escribir Las benévolas -sensación literaria del año pasado en Francia y premio Goncourt- fue
enorme. Eso no es ningún secreto. Sí lo eran algunos de los recursos narrativos de los que se sirvió para hacer creíble a su extraordinario protagonista,
Max Aue. Ahora, Littell ha publicado, en francés y en la editorial Gallimard, un ensayo, Le sec et l'humide, en el que explica cómo se sirvió de La
campaña en Rusia, del fascista belga Léon Degrelle, para encontrar el tono del lenguaje de Aue.
Degrelle (1906-1994) era un católico integrista que en 1936 logró colocar 21 diputados rexistas -movimiento populista que él lideraba- al Parlamento
belga. Luego, al estallar la guerra, su neutralismo exacerbado le situó del lado de los nazis. Y a continuación, para asegurarse el liderazgo de la extrema
derecha belga francófona -con su momento de delirio territorial sobre, entre otras zonas, Luxemburgo, la Lorena y el antiguo ducado de Borgoña-, tuvo
que enrolarse, primero en la Wehrmacht y luego en las SS, para ganarse la confianza de sus nuevos jefes alemanes. En el frente de Rusia sobrevivió a
varias batallas, y eso es lo que cuenta Degrelle. No es la veracidad del testimonio -Degrelle mentía como res-piraba-, sino el lenguaje utilizado lo que
interesó a Littell.
Es un autor alemán, Klaus Theweleit, autor en 1977 de Männerphantasien (Fantasías masculinas) quien proporciona a Littell un criterio para sacar
provecho de la obra de Degrelle. "El fascismo es un modo de producción de realidad", dice Theweleit y retoma Littell, que acepta una lectura
psicoanalítica pero no freudiana del comportamiento fascista. "El fascista es aquel que nunca ha terminado su separación de la madre y que no se ha
constituido un yo
en el sentido freudiano del término", explica. Pero hay que disimular esa personalidad a medio construir, y para eso es útil "un caparazón, una armadura
muscular" que se fabrica a base "disciplina, entrenamiento y ejercicio físico".
Obviamente, las mujeres sólo pueden ser santas y madres o rojas y putas. Si son lo primero, se sacrifican y desaparecen del texto; si lo segundo, mueren.
Es la lógica del imaginario del perfecto fascista, que Degrelle cumple, cómo no, a la perfección. Como también cumple con la idea de que en el fascista
todo es seco, duro, turgente, limpio, tieso o rígido frente a la humedad, la blandura, flacidez, suciedad y doblez del universo bolchevique. Los nazis, en
Rusia, no son derrotados por un enemigo militar, sino por el barro, la marisma, lo informe. Se ven sumergidos por "un adversario tan polimorfo que sólo
puede ser polisémico", es decir, que además de ser denominado ruso también aparece como rojo, soviético, bolchevista (sic), mongol, asiático, cosaco,
mujik, siberiano, kirguiz o tártaro.
La "producción de realidad" ligada al lenguaje permite a Degrelle asegurar, refiriéndose a Ucrania, que "en un año Alemania había creado en Rusia la
colonia más rica del mundo", haciendo caso omiso de que los propios nazis criticasen al gauleiter Koch por su corrupción e incompetencia. Si algunos
militares temerarios atacan sin asegurarse la retaguardia con la convicción de que "la intendencia seguirá", Degrelle escribe convencido de que "la
realidad seguirá". Los valores masculinos, simbolizados en una necesidad de erección permanente, en un priapismo ideológico, alimentan la prosa de
Aue y el imaginario de Aue. De ahí que este último, cuando la tozuda realidad se niega a casar con la imagen que se quiera dar de ella, tenga tantos
retortijones y vómitos, lógicos en un cuerpo maltratado por su cabeza.
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Littell dedica también unas pocas páginas a la biografía propiamente dicha de Degrelle, un fascista que encontró acomodo en la España franquista,
donde le ofrecieron una nueva identidad -la de José de Ramírez Reina, propietario de una gran finca cerca de Málaga, La Carlina, presidida por un
torreón bien erecto-, tras su aterrizaje forzoso, el 9 de mayo de 1945, en las aguas de la playa de la Concha, en San Sebastián. Se presentó como heredero
de Hitler -aseguraba que el propio führer le trataba como al "hijo que hubiera deseado tener"-, y vivió especulando con un futuro "Nuevo Orden
Europeo" del que él sería el jefe. Mientras llegaba el momento, aprovechó de la amistad con Franco -fue condenado a muerte, en rebeldía, por Bélgicapara ocultarse y vivir, primero de lo robado en las joyerías de Bruselas justo antes de la liberación de la ciudad, después de los encargos para su empresa
de construcción que le filtraban los jerifaltes franquistas.
El libro La campaña de Rusia fue escrito en España y prohibida su difusión en distintos países europeos. Lo comenzó en el hospital general Mola, de
San Sebastián, mientras se reponía de las heridas -éstas sí fueron reales, no como las que contaba de sus batallas en el frente ruso- causadas por el
choque de su Heinkel sin gasolina contra las aguas del Cantábrico. Y el libro ha ayudado a Littell a dar credibilidad a Aue, a ese fascista cultivado,
mitómano, políglota, homosexual, melómano, asesino e incestuoso, que teme "lo femenino y lo líquido", y que lleva sobre sus espaldas de ficción toda la
verdad de Les bienveillantes. La oposición básica entre lo seco y lo húmedo, a la que hace referencia Littell en su librito, es declinada de mil maneras, en
mil imágenes, pero sirve de norma de comportamiento a un tipo que, como Degrelle, atraviesa toda la guerra y logra organizarse otra vida: Aue como
discreto empresario y esposo; Degrelle como fanfarrón capaz incluso de atribuirse la paternidad de Tintín. La mentira nunca hizo retroceder a los
fascistas. © Diario EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
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