alcal-zamora, niceto

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ALCALÁ-ZAMORA, NICETO
Autora: Eva Díaz Pérez
LA TRAVESÍA DE LA TERCERA ESPAÑA
El político que fue presidente de la Segunda República Española desde su proclamación el
14 de abril de 1931 hasta abril de 1936, fue otro de los grandes personajes expulsados de
España. La odisea de exiliado de Niceto Alcalá-Zamora (Priego, Córdoba, 1877-Buenos
Aires, Argentina, 1949) comienza en julio de 1936, cuando proyecta con su familia un viaje al
Ártico. Quiere escapar de los convulsos y desencantados últimos meses republicanos sin
saber lo que está a punto de ocurrir. La guerra le sorprende fuera de España, la patria a la
que no podrá volver. El viaje iniciado se convierte en un recorrido infernal que dura
exactamente 441 días. Alcalá-Zamora relatará esa odisea en unos artículos que luego
quedarán reunidos en un libro como testimonio del viaje de los derrotados.
Un hombre delgado, de larga barba blanca, la mirada un tanto perdida sube a un tranvía
bonaerense. Se sienta con los ojos fijos en la nada. Luego se baja. Parece una sombra que
se pierde entre las calles. Claro que la sombra, ese recuerdo que parece humo, ese espectro
de otro tiempo es ni más ni menos que Niceto Alcalá-Zamora, quien fuera presidente de la
República Española. La imagen la rescata Francisco Ayala en sus memorias, una escena
estremecedora que dejó impresionado al escritor, también en el exilio argentino.
Pero antes de que Alcalá-Zamora se convirtiera en una sombra de lo que fue, suceden
muchas cosas. En su destierro argentino recordaría muchas páginas que son las páginas de
la Historia de España desde aquel feliz y luminoso 14 de abril de 1931 en el que se proclama
la Segunda República hasta otro abril, el de 1936, poco antes del horror, en el que es
destituido de su cargo. En su exilio, Alcalá-Zamora llevó en su frágil maleta de viajero sin
retorno muchos desencantos. En cierto modo, él representa esa Tercera España que no
pudo ser.
Poco conocida es la odisea que sufrió tras el estallido de la guerra. Alcalá-Zamora fue el
protagonista de un viaje dantesco que se ocupó de escribir para que no quedara en el olvido
y que tituló 441 días. Un viaje azaroso desde Francia a la Argentina, que el Patronato Niceto
Alcalá-Zamora publicó recientemente dentro de su ambicioso proyecto de editar las Obras
Completas del político.
Este diario de viaje apareció por capítulos en la revista ¡Aquí está! y más tarde en una
publicación de la editorial Sopena Argentina en 1942. El mismo Alcalá-Zamora en el prólogo
de su cuaderno de travesía aclara en qué consistió el trágico viaje hacia ninguna parte: «Se
trata de un insólito viaje, que comprende doscientos cinco días en tierra y doscientos treinta
y seis a bordo, en barcos de diversos pabellones; que le han faltado pocos kilómetros –y le
ha sobrado un año– para equipararse con los de la circunnavegación».
Y, efectivamente, 441 días es un recorrido que se inicia en Francia y que incluye etapas
kafkianas por Senegal, Marruecos o Cuba antes de llegar a su destino: Argentina.
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Todo comienza en el trágico julio de 1936 cuando proyecta un viaje por Europa con su
familia. Pretende recorrer en un crucero el Ártico y así olvidar los tragos de sus últimos
meses republicanos. No sospecha que jamás regresará a España.
Al llegar a Hamburgo conoce la noticia del asesinato de Calvo Sotelo, en Edimburgo el
alzamiento y en Islandia que el golpe de estado frustrado ha derivado en una guerra. Desde
Noruega pide asilo en Francia. Alcalá-Zamora hace el viaje a París en tren, pero por un
incidente debe hacerlo en el furgón del equipaje. «Había comenzado su etapa de pasajero
de tercera», comenta la historiadora Encarnación Lemus en el prólogo de este cuaderno de
bitácora ahora reeditado.
Alcalá-Zamora parte en el buque Alsina con destino a Argentina, un barco lleno de
republicanos y judíos centroeuropeos, «escombros vivientes de un mundo hundido», será la
descripción del político.
Pero el Alsina se detiene en Casablanca y después en Dakar. Allí atraca durante 128 días y
vuelve a zarpar, pero para regresar a Casablanca. Allí los ‘viajeros’ son conducidos a un
campo de internamiento, aunque a la familia Alcalá-Zamora se le impedirá desembarcar.
Marcha de 900 kilómetros
El relato continúa con una marcha de 900 kilómetros por el interior de Marruecos hasta llegar
a una aldea del Atlas en la que la expedición se entera de que debe regresar al puerto de
partida. Reemprenden el viaje con destino desconocido para llegar nuevamente a Senegal,
en una población alejada, Rufisque, donde comparten alojamiento con trabajadores
indígenas para las contratas coloniales. Allí, enferma de paludismo.
Finalmente, embarca en el navío portugués Quanza, con unos pasajes comprados con
dinero prestado, que hace escala en Veracruz y en Cuba. De nuevo, navega en el carguero
sueco Herma Gorthon, que llegará a Buenos Aires el 28 de enero de 1942.
Al llegar a Buenos Aires, Alcalá-Zamora recordaría su casa de La Ginesa en el campo
cordobés como el más hermoso paraíso perdido. La familia había alquilado un modesto piso
en el 3.004 de la Avenida General Las Heras cerca de la Plaza de Italia. El ex presidente de
una república que ya ni siquiera existía –Don Niceto prefirió no pertenecer a ninguno de los
gobiernos fantasmas que se formaron en el exilio– sobrevivió gracias a sus colaboraciones
periodísticas.
Su último 14 de abril fue el del año 1948. En el Hotel Español, centro habitual de los
refugiados españoles que se reunían en los cafés de la Avenida de Mayo –que parecían
como un reflejo de los cafés madrileños de la calle de Alcalá, según Francisco Ayala–, se le
dedicó un homenaje al ex presidente. En las últimas fotografías, está con barba larga de
ermitaño y muy delgado. Todo un presagio.
Pocos meses más tarde, Niceto Alcalá-Zamora aparecería muerto en el sofá que le servía de
cama en el saloncito del modesto piso bonaerense. Un sofá que se puede contemplar en la
casa museo que existe en Priego y junto al que también se ve un reloj con la hora de la
muerte.
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El político fue enterrado en el panteón que el Hospital Español tiene en el cementerio de La
Chacarita. El cadáver estaba envuelto en una bandera republicana, precisamente una de las
últimas que pasó la frontera de Prats de Molló, según relata Ángel Alcalá Galve, autor de la
biografía Alcalá-Zamora y la agonía de la República.
«Acompañe a mis restos un puñado de la tierra española que con tal fin conservamos»,
había escrito Alcalá-Zamora en su testamento, aunque añadía que sus familiares no se
debían atormentar por dejar los restos lejos de España ni preocupar por traslados costosos.
«Perdono a los que me calumniaron, persiguieron y arruinaron», señalaba.
Años mas tarde, y ya muerto Franco, regresan a España –como fantasmas no muertos del
todo– los exiliados aún vivos o los féretros en los que quedaba la última memoria de los que
no sobrevivieron al dictador. La familia de Alcalá-Zamora trasladó entonces los restos hasta
el panteón familiar del cementerio de Madrid.
"Volver al suelo del país en que nací"
«No toquemos España. España es demasiado. No se puede hablar de ella hasta que todos
estemos definitivamente limpios de pasiones», recuerda Alcalá-Zamora en su cuaderno de
bitácora.
España es algo que llevará dentro el resto del viaje, una especie de pájaro herido que
guarda en el bolsillo de su chaqueta de eterno errante.
441 días. Un viaje azaroso desde Francia a la Argentina es un curioso documento de la
epopeya sufrida, rescatada del olvido gracias a estos papeles que ahora sirven para recordar
al personaje histórico, pero también al hombre casi anónimo que deambula de puerto en
puerto, perdido en medio de una época terrible de guerras y de muerte.
Con humor, Alcalá-Zamora recuerda lo que le ocurrió en el puerto de Marsella cuando uno
de los comisarios de policía le recibe amenazador e irritado y le pregunta por qué va a
Marsella «a aumentar el número ya insoportable de los españoles que allí refluían con falsos
pretextos de fantásticos viajes».
Quien fuera presidente de la República, vocal del Instituto de Reformas Sociales, consejero
de Estado y representante de España en la comisión de Armamento de la Sociedad de
Naciones le explica su circunstancia:«Cuando le dije que poseía una cualidad muy rara en el
mundo, y quizás entonces única entre los extranjeros que habitaban Francia, o sea la Gran
Cruz de la Legión de Honor, balbuceó, sorprendido y siempre violento, unas medias
palabras, que la sinrazón no podía continuar ya como reproche, pero que la soberbia no
convertía en excusas».
El 16 de enero de 1941 el barco Alsina que había partido de Marsella pasa junto a las costas
catalanas. Se produce entonces una escena repetida en todos los relatos de exiliados:la
mirada que intuyen última a la patria. Alcalá-Zamora comenta que algunos de los pasajeros
creían seguro el regreso, pero que él, hombre ya sin apasionamientos y con más años,
argumentaba que la vuelta no era ya posible dado el clima moral en el que se encontraba
España.
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Pero añade algo: «Allá en lo subconsciente, rechazando la lógica de las reflexiones, me
consolaba con la esperanza –infundada y firme– de que un día volvería a pisar, modesto,
apartado, sin rencor y sin ambición, el suelo del país en que nací».
(Publicado en El Mundo el 9 de abril de 2007)
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