DESCUBRIENDO LAS MÁSCARAS QUE NOS SEPARAN Y NOS MANTIENEN AJENOS Por Rubén Mejía Nadie puede discutir que el sexo es una categoría en el mundo de la pareja de ahí la ternura y sus ramas salvajes. Nadie puede discutir que el sexo es una categoría económica: basta mencionar la prostitución, las modas, las secciones de los diarios que sólo son para ella o sólo son para él. Donde empiezan los líos es a partir de que una mujer dice que el sexo es una categoría política. Porque cuando una mujer dice que el sexo es una categoría política puede comenzar a dejar de ser mujer en sí para convertirse en mujer para sí, constituir a la mujer en mujer a partir de su humanidad y no de su sexo... Roque Dalton en «Para un Mejor Amor Hasta hace poco tiempo -o mucho, según se vean las cosas-, estar del Iado de las ideas misóginas de filósofos como Schopenhauer -quien dijo- que las mujeres eran seres de cabellos ¡argos o ideas cortas- era socialmente aceptado. Como era socialmente aceptado visualizar o asumir que las mujeres estaban “diseñadas” para la maternidad y la asunción de Ios espacios privados del hogar. Estas aseveraciones, aunque no de manera dramática y radical, han ido cambiando paulatinamente, lo cual ha permitido que, no sin tropiezos, se tenga la posibilidad de discutir abierta y públicamente respecto al tema de género. Eso no quiere decir que el camino recorrido sea suficiente. Al contrario, todavía queda mucho por hacer. Esto implica no sólo adoptar posiciones ecuánimes y maduras, sino erradicar aquellas posiciones oportunistas evidentes en algunas organizaciones sociales y ONGs que, al ver posibilidades de financiamiento al abordar temáticas de género o tener secretarías de la mujer, se han apresurado a incluirlas en sus agendas de trabajo, aunque ‘en la práctica disten mucho de tener una concepción clara e integral al respecto. Crítica que también es aplicable a la izquierda del país. Es evidente, como dice Michael Kaufman, que «mientras existe una creciente simpatía masculina por la causa de la igualdad de derechos para las mujeres, y en tanto que algunas instituciones han sido obligadas a adoptar medidas que promuevan esta igualdad, persiste una brecha entre las ideas aceptadas por los hombres y su comportamiento». O dicho en otras palabras un tanto más crudas, no obstante el espacio ganado, aún no se ha dado un salto de calidad de la teoría a la práctica y muchas concepciones se asumen del diente al labio. No basta con que al momento de escribir un documento o un pronunciamiento se utilice un lenguaje “incluyente” en donde se pone, por ejemplo, “los y las” o ahora el muy utilizado signo de arroba, mientras en la práctica la totalidad o Ia mayoría de puestos de dirección esté controlado por hombres o que estos mismos dirigentes, que se autodefinen en favor de los derechos de ‘la mujer, en el espacio privado del hogar continúen utilizando prácticas que evidentemente desdicen el discurso. ‘Estas dificultades, detectadas para el caso de las naciones desarrolladas y que son muchísimo más evidentes en países como el nuestro, se deben, entre otras cosas, al temor existente al cambio, a cuestionar las relaciones de poder que han establecido los hombres en la sociedad con respecto a las mujeres y al temor que la construcción de una nueva forma de masculinidad conlleva para los hombres que han creído que su identidad era prácticamente incuestionable. Pero no es sólo a nivel de práctica concreta que se evidencian los problemas al momento de abordar el tema de género, al menos en nuestro país. Parece que se ha ido generando una visión simplista de la problemática y se ha concluido que el tema del género atañe excíusivamente a las mujeres y que los hombres no tienen nada que hacer ‘al respecto, a no ser aceptar u oponerse a estos planteamientos y sus respectivas reivindicaciones. ‘Y aún más grave, se ha planteado directa o veladamente por algunos dirigentes políticos y sociales que el tema de género no es prioritario ‘abordarlo en el debate nacional debido a que existen otras prioridades estratégicas que es necesario resolver, como podría ser el caso de las Reformas Constitucionales que se encuentran en un impasse, la reforma fiscal o el tema agrario. No quiero decir con ello que en efecto éstos ‘no sean temas cardinales para ir resolviendo la problemática nacional; todo lo contrario, considero que en la medida que los mismos no se resuelvan, el país entrará al siglo XXI caminando con un solo pie. Pero me resulta inadmisible que se enmascare una posición claramente patriarcal, so pretexto de la atención de otros problemas que son igualmente importantes al de género. Parte de lo complicado del problema a resolver radica en que no obstante que se ha dado una rica discusión a nivel mundial referente a los derechos de la mujer y el tema de género, muchas ideas aún están siendo construidas -- o deconstruidas, como sería el caso de quienes se inclinan por las ideas postestructuralistas. El propósito de este artículo es abonar en esta discusión, sin que las ideas que se manejan a lo largo del mismo se asuman como concluyentes. Más bien son algunos planteamientos que deben ser analizados, cuestionados, criticados y replanteados -- de ser necesario. Si esto se logra, habremos dado un paso más en este largo camino y el artículo habrá cumplido el objetivo fundamental con que fue elaborado: dar algunos aportes para la discusión. ¿Qué es la mujer y lo femenino? Para muchos puede resultar extremadamente sencillo definir a la mujer ‘como aquel ser humano que tiene una anatomía femenina, o como aquel ser humano que está fisiológicamente capacitado para la función reproductiva -- entiéndase dar a luz. Pero la limitación inherente a estas ‘definiciones es que ninguna de ellas aborda o resuelve el problema desde ‘una perspectiva cultural. ‘Se asocian entonces la mujer y lo femenino a cuestiones que socialmente han sido aceptadas como propias de la mujer, o sea, el tener órganos ‘sexuales femeninos, la capacidad de tener hijos, las funciones inherentes a la maternidad, el desempeño en los espacios privados del hogar y la dificultad inherente en la mujer de controlar sus emociones. Por el contrario, se asocia lo masculino con los espacios públicos, el ejercicio del poder y de ciertas ideas que plantean como características inherentes al hombre el autocontrol de sus emociones, el éxito y la agresividad en su relación con las mujeres y otros hombres. Como afirma Gabriela Castellanos en su artículo “~,Existe la mujer? Género, Lenguaje y Cultura”, «Si examinamos las disquisiciones sobre la mujer en la filosofía moderna, no sólo nos encontraremos con la evidente misoginia de un Schopenhauer o de un Nietzsche, sino que además, en aquellos pensadores galantes hacia la mujer la concepción del papel femenino en las sociedades humanas es muy restrictiva. Así, puede establecerse un contraste muy interesante entre la definición que hacen ‘ciertos filósofos del “hombre” (presuntamente término genérico para ambos sexos, o sea para el “ser humano”) y de la mujer. Mientras que Kant se refiere al hombre haciendo énfasis en la libertad, la racionalidad, en la autonomía, o sea en la capacidad de elección, a la mujer la describe como un ser sobredeterminado, siempre igual. Kant, como muchos otros filósofos, supone que existe una naturaleza femenina que es la misma para todas; el destino, el papel social de cualquier mujer es uno solo. La idea kantiana de que existe una vocación plural de los hombres y única para las mujeres es evidente cuando restringe la educación que deben recibir las mujeres al desarrollo de la sensibilidad ‘y al estudio de lo humano, y entre lo humano, del hombre. La mujer existe sólo para darse a otro, sobre todo a un hombre, nunca para ‘formarse a sí misma, y por tanto no le corresponde el cultivo de la ciencia, ni de la filosofía, ni de la poesía.» Podemos ver entonces que poco a poco se ha ido construyendo una identidad femenina que no necesariamente tiene mucho que ver con el hecho de ser mujer. Está claro que todos traemos un sexo al nacer, un sexo biológico, pero la supuesta identidad que corresponde a ese sexo es ‘una construcción cultural, por lo cual podemos concluir que el género, a diferencia del sexo -con el cual nacemos-, se construye a lo largo de nuestra vida y está determinado por el contexto social en el que nos desenvolvemos. Esto nos enfrenta entonces al problema de tratar de definir qué es la mujer. Las dos grandes vertientes existentes que han hecho un intento por definir a la mujer son el feminismo cultural y el posestructuralismo. La primera de ellas sostiene que lo que deben hacer las mujeres es reivindicar sus atributos; darles el sentido positivo que la cultura -construida por hombres- les ha negado. Parte de que solamente las mujeres tienen el derecho de describir y definir a la mujer. «Aunque la cultura machísta la desprecia, la mujer puede demostrar que sus cualidades son positivas. Aquello que para los sexistas es pasividad o debilidad, en realidad es amor a la paz. Lo que se le reprocha como exceso de sentimentalismo es en verdad una mayor capacidad de expresar sentimientos, de dar ternura. La tendencia a ser demasiado subjetiva, según el discurso dominante, es una mayor conciencia de su afectividad». Según algunas de las teóricas del feminismo cultural, la imposibilidad del hombre de tener hijos les provoca una profunda inseguridad y les impele a dominar y controlar esa energía vital de las mujeres. «El patriarcado -dicen- ha definido y limitado la biología femenina. Pero el feminismo tiene que llegar a verla como rico recurso». El feminismo posestructuralista plantea, por el contrario, que es erróneo todo intento por tratar de definir a la mujer. No se avanza gran ‘cosa si al concepto tradicional de mujer que se tiene (madre, esposa, diseñada para vivir en función de otros), se contrapone el de la mujer que busca su identidad a partir de los parámetros masculinos, o sea, la mujer controlada emocionalmente, de éxito y preparada para asumir competitivamente los espacios públicos, cualquiera que sea la naturaleza de éstos. Para el feminismo posestructuralista, cualquier forma de definición de la mujer es una manera de estereotiparla. ‘Por ello, plantean que la tarea fundamental de las feministas es deconstruir todos los conceptos de mujer existentes hasta la fecha, pues los mismos son producto de un contexto histórico determinado, son una construcción social y mental del ser humano, que no necesariamente responden a la realidad existente. «Para escapar a la esclavitud de ‘estas estructuras mentales es necesario deconstruir estas supuestas diferencias para afirmar la diferencia total, subvertir la estructura ‘misma. Aplicada a la mujer, esta corriente es nominalista: la categoría mujer es apenas una ficción, sólo un nombre. Según esta posición, las diferencias entre las personas son muy reales, pero obedecen a muchas causas complejas que interactúan; no es válido establecer diferencias entre dos grandes grupos, uno conformado por todos los hombres, y el ‘otro por todas las mujeres. El feminismo, entonces, debe asumir la tarea de deconstruir, desmantelar activa y subversivamente esta ficción» (Gabriela Castellanos). Aunque ambas propuestas tienen sus limitaciones, han dado aportes interesantes para la discusión y para ir elaborando un concepto de mujer, que debe ser diametralmente opuesto al que se tiene hasta la fecha. No es mi propósito llegar a un punto concluyente; creo que esto, ‘al menos por el momento, es imposible. Pero estas ideas, de suyo complejas, pueden permitir que el panorama en torno a conceptualizaciones más precisas se vaya aclarando. ‘Lo que sí parece estar claro es que aún no está todo dicho respecto a lo que ser mujer significa, que las conceptualizaciones existentes al respecto han sido elaboradas por una sociedad evidentemente patriarcal y que es imprescindible modificar estos conceptos si se pretende construir verdaderamente una sociedad más justa. En todo caso, lo más importante es que tanto mujeres como hombres tengamos el valor de confrontar nuestras ideas y podamos dar un aporte significativo en torno a las justas reivindicaciones de las mujeres y al correcto enfoque de género que debe prevalecer en la nueva agenda que deben ir armando y promoviendo las organizaciones de la sociedad civil. El género no es un asunto sólo de mujeres La construcción de una concepción correcta de género no es un asunto que involucre solamente a las mujeres, o a lo que podríamos llamar su vanguardia política: las feministas. Este es un asunto que de una u otra forma nos involucra a todos y todas, pues estas relaciones desiguales han afectado, principal y preferencialmente, a las mujeres, pero también los hombres nos hemos visto afectados al tener como fuente de identidad una masculinidad alienada y que se construyó a partir de una visión patriarcal de la sociedad. ‘No quiero, con esta última afirmación, comparar -mucho menos justificar-‘toda la presión, marginación y violencia que han sufrido las mujeres a manos de los hombres. Es simplemente una observación que parte de la experiencia propia, que al ser vivida de manera cotidiana me permite tener más elementos para conocerla y analizarla, situación que -por ‘razones obvias- no es la misma que para abordar y conocer a profundidad la problemática de la mujer. Sería falso como un billete de dos quetzales si dijese que en algún momento de mi vida he pensado y sentido como mujer. Que he tenido la capacidad de ponerme en sus zapatos. Al contrario, creo que nosotros los hombres tenemos serias dificultades para visualizar con claridad la forma como está estructurada la sociedad patriarcal, por un lado, porque ello significaría terminar con nuestros privilegios, situación que estoy seguro a muchos hombres no les interesa ‘en lo más mínimo. Y por el otro, porque elevar a un plano consciente esta situación nos permitiría visualizar la parte de nuestra humanidad que ha sido mutilada, en función de una única masculinidad socialmente aceptada y que no ha resultado más que una construcción social de la sociedad patriarcal. ‘De hecho, así como no existe un concepto que defina clara y definitivamente lo que es ser mujer y lo femenino, tampoco se puede ‘decir que exista una definición concluyente de lo que es ser hombre y de 10 masculino. Tengo claro que este planteamiento puede resultar inadmisible para aquellos hombres que creen tener muy claro su paradigma ‘de masculinidad, pero que seguramente no se han puesto a pensar al respecto, quizás por temor a lo que encuentren o porque al descubrir otras facetas de su masculinidad se den cuenta que la opresión que ejercen hacia y en contra de las mujeres es inadmisible. ‘Los hombres guatemaltecos que no han reflexionado respecto a lo que la masculinidad implica están convencidos que el prototipo socialmente aceptado -y diariamente reforzado por la familia y los medios de comunicacíón- es más bien una apropiada creación de la cultura occidental patriarcal. Ni siquiera se han dado cuenta que esta masculinidad es una construcción idónea de quienes durante siglos han explotado y oprimido en el plano económico a nuestros países. Tal como apunta Gabriela Castellanos: «En la tradición occidental está muy arraigada la idea de que el hombre es superior a la mujer, la cultura a ‘la naturaleza, la razón al sentimiento. La supuesta igualdad pregonada por el humanismo, que se convertiría en una de las banderas del liberalismo (en el célebre trinomio “libertad, igualdad, fraternidad”), no es más que una trampa ideológica. Mientras proclama la igualdad de 105 hombres”, el liberalismo mantiene en mente a un “hombre” prototípico, varón, blanco, burgués y europeo». lndependientemente de la necesaria reflexión que hay que hacer respecto ‘a la Masculinidad, a la forma como ésta se construye y a las variantes ‘que existen de la misma, es importante adelantar que en la vida de todos ‘los hombres existe una dicotomía contradictoria que se expresa como poder y dolor. ‘El ejercicio del poder por parte de los hombres es una realidad socialmente aceptada y fuertemente promovida por los hombres debido a que esta práctica nos permite acceder a una enorme cantidad de privilegios en relación a otros sectores de la sociedad como las mujeres, los niños y los ancianos -- sólo para mencionar algunos. Quien diga que no tiene privilegios por el hecho de ser hombre es definitivamente un mentiroso, pues aun aquél que no encaja con el prototipo occidental mencionado anteriormente, aun aquel hombre que es inmisericordemente explotado en una fábrica maquiladora, posee privilegios en relación a sus compañeras de trabajo y ejerce sus privilegios socialmente aceptados en relación a su esposa. Esta situación puede resultar muy interesante de analizar, porque nos evidencia cómo el ejercicio del poder por parte de los hombres no es una situación horizontal e igualitaria en todos los hombres, sino que existen escalas y posibilidades de ejercer el poder que están relacionadas con sus condiciones económicas y étnicas. ‘La anterior afirmación es sustentada teóricamente por Bob Connell, quien afirma que «Mientras que para la mayoría de los hombres es simplemente imposible cumplir los requisitos de los ideales dominantes de la masculínidad, éstos mantienen una poderosa y a menudo inconsciente presencia en nuestras vidas. Tienen poder porque describen y encarnan verdaderas relaciones de poder entre hombres y mujeres, y de los hombres entre sí: el patriarcado existe no sólo como un sistema de poder de los hombre sobre las mujeres, sino de jerarquías de poder entre distintos grupos de hombres y también entre diferentes masculinidades». Esta situación de privilegios no es sólo palpable en estratos sociales bajos, sino que se da a todos los niveles de la sociedad. En Guatemala, según un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), mientras más elevado es el puesto a desempeñar, mayor es la díscriminación salarial hacia las mujeres. Debido a ello, en los empleos que requieren un mayor grado de calificación las mujeres obtienen un 32 por ciento menos del salario que se les asigna a los hombres. En el caso de los gerentes, una mujer recibe un 60 por ciento menos de lo que ganaría un hombre en el mismo puesto. Pero como contraposición, el ejercicio del poder por parte de los hombres trae consigo una carga de dolor que, estoy convencido, en la mayoría de los casos no se percibe como tal, pues uno de los paradigmas más arraigados en el estereotipo de masculinidad que ejercemos es que los hombres no sentimos o por ¡o menos tenemos que tener el suficiente buen juicio de controlar nuestras emociones. Como afirma Michael Kaufman, el ejercicio del poder por parte de los hombres tiene un costo para nosotros. Esta combinación de poder y dolor es la historia secreta ‘de la vida de los hombres, la experiencia contradictoria del poder entre ellos. Una de las claves del concepto de género radica en que éste describe las verdaderas relaciones de poder entre hombres y mujeres y la interiorización de tales relaciones, afirma Kaufman. El enfoque de género contribuye, entre otras muchas cosas, a hacer el ‘necesario deslinde entre sexo y género y cómo esa diferenciación nos permite evidenciar que existen características, necesidades y posibilidades dentro del ser humano que están consciente o inconscientemente suprimidas, reprimidas o canalizadas hacia la construcción del hombre y la mujer ideal y socialmente aceptada por la cultura occidental, y que darnos cuenta de esta realidad puede contribuir substancialmente a que esas relaciones de poder y opresión entre hombres y mujeres cambien. No tengo la creencia de que el poder y el ejercicio del mismo sean malos por naturaleza. De hecho, el ser humano, en tanto ente eminentemente político, se organiza bajo ciertos esquemas de poder. El problema se provoca cuando el ejercicio de ese poder es hegemónico y sirve para oprimir a otros grupos sociales. Cuando el poder es visto como poder sobre alguien o sobre algo, en este caso sobre las mujeres, con el costo emocional que ello conlleva, como se dijo anteriormente. El costo emocional del ejercicio del poder en contra de las mujeres es difícilmente percibido por nosotros los hombres, porque la búsqueda incesante del paradigma masculino socialmente aceptado nos impone la necesidad de rechazar todas aquellas emociones o sentimientos que se han asociado culturalmente a lo femenino. Desde la perspectiva de la masculinidad hegemónica, si yo siento compasión por otras y otros, necesidad de llorar, de ser acariciado, de ser gentil, de ser comprendido, etc., es que algo anda funcionando mal en mí y automáticamente se me estigmatiza y se duda de mi “hombría”. Todas estas emociones y sentimientos son rechazados por ser incompatibles con el poder masculino. Debemos, aun a costa del sacrificio de nuestro propio yo, aprender a domeñar nuestras emociones porque eso “es de hombres”. «Las suprimimos porque llegan a estar asociadas con la feminidad que hemos rechazado en nuestra búsqueda de masculinidad. Los hombres hacemos muchas cosas para tener el tipo de poder que asociamos con la masculinidad: tenemos que lograr un buen desempeño y conservar el control. Tenemos que vencer, estar encima de las cosas y dar las órdenes. Tenemos que mantener una coraza dura, proveer y lograr objetivos. Mientras tanto, aprendemos a eliminar nuestros sentimientos, ‘a esconder nuestras emociones y a suprimir nuestras necesidades» (Michael Kaufman en “Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”). ‘La paradoja de todo este asunto es que nunca el hombre alcanzará el ideal planteado por la masculinidad hegemónica, simple y sencillamente porque este paradigma de lo que es ser hombre trasciende lo humanamente posible. Y es ahí de donde proviene una de nuestras principales fuentes de dolor, porque por un lado nos afanamos por alcanzar el tipo de poder que se asocia con la masculinidad y con ser el fiel reflejo de esa masculinidad tipo -objetivo que nunca vamos a conseguir- y, por el otro, porque a un nivel inconsciente seguimos experimentando las emociones y los sentimientos que tratamos de dominar para que no pongan en tela de juicio nuestra masculinidad. «Pienso en el hombre que sufre la sensación de carencia de poder y golpea a su mujer en un ataque de rabia incontrolable. Entro en un bar y veo a dos hombres abrazándose en una borrachera, incapaces de expresar su mutuo afecto excepto cuando están ‘ebrios. Leo acerca de adolescentes que salen a golpear a los homosexuales y de hombres que convierten su sentido de impotencia en una furia contra los negros, los judíos o cualquier otro grupo que les sirva ‘de cómodo chivo expiatorio». Este temor y este dolor -dice Kaufman- tienen dimensiones intelectuales, emocionales, viscerales -aunque ninguna es necesariamente consciente-, y cuando más nos sentimos presos del temor, más necesitamos ejercer el poder que nos otorgamos los hombres. En otras palabras, los hombres ‘también ejercemos poder patriarcal, no sólo porque cosechamos beneficios tangibles de él sino porque hacerlo es una respuesta frente al temor y las heridas que hemos experimentado en la búsqueda del poder. Paradójicamente, los hombres sufrimos heridas debido a la manera como hemos aprendido a encarnar y ejercer nuestro poder. EI tipo de masculinidad promovido por la sociedad patriarcal se ha convertído en un concepto alienado porque dista mucho de reflejar un concepto de masculinidad que podríamos llamar meridianamente sano, despojado de esos valores promovidos como únicos y socialmente aceptables dentro de los que debemos movemos los hombres. Es un concepto alienado porque promueve el olvido de nuestras emociones, sentimientos y necesidades así como el potencial que tenemos de relacionarnos con otros seres humanos. Como dice Jeff Hearn, «Nuestra alienación aumenta la solitaria búsqueda ‘del poder y enfatiza nuestra convicción de que el poder requiere la capacidad de ser distantes». ‘Esto nos hace arribar a la conclusión que una de las tareas fundamentales de los hombres que nos solidarizamos con las justas causas de las mujeres es construir un nuevo concepto de masculinidad, completamente despojado de los estereotipos tradicionales (para profundizar en el tema ver: Dialéctica de la Masculinidad, por Orlando Núñez Soto, revista Trayectorias, suplemento ensayos números 23 y 24; y Construcción de la Masculinidad y Relaciones de Género, por Laura Asturias, revista Trayectorias, suplemento ensayos números 29 y 30). Podemos hacerlo juntos ‘El autodescubrimiento del daño que nos hace y hacemos a través del modelo de masculinidad expuesto con anterioridad, la construcción de un ‘nuevo concepto de masculinidad, así como el reconocimiento de la forma ‘como la mujer ha sido oprimida y discriminada, nos pueden permitir ir construyendo puentes que nos unan a hombres y mujeres en la búsqueda de ‘una nueva forma de vivir. El planteamiento es muy simple e incluso para muchos y muchas no puede tener nada de novedoso. Se puede decir que es lo obvio, lo menos que podemos hacer, lo mínimo a lo que deberíamos aspirar. El problema radica en que no sólo se trata de intelectualizar respecto a estos tópicos y llegar a un conjunto de propuestas o conclusiones bastante aceptables. ‘Se trata, fundamentalmente, de dar los primeros pasos y tomar las primeras acciones que nos permitan llevar a la práctica todo este conjunto de planteamientos que en Guatemala y en muchos lugares del ‘mundo se están haciendo a un nivel eminentemente teórico. Es claro que para esto todavía es necesario hacer un intenso trabajo porque la simpatía que las causas de las mujeres pueden despertar en muchos hombres o en algunas organizaciones sociales todavía no tiene un referente consistente en la práctica o con cambios drásticos de comportamiento por parte de nosotros los hombres. Pero dentro de todo esto es necesario valorar en su justa dimensión lo que hasta la fecha se ha logrado, sea a nivel de las feministas que han dado significativos aportes teóricos a la causa de las mujeres, como puede ser el caso de ‘Laura Asturias, a las llamadas feministas de talacha o a los colectivos de hombres que de manera bastante tímida se han tratado de armar para ‘discutir temas tan espinosos como éste de la masculinidad. ‘La última palabra la tenemos nosotros y nosotras, pues ésta no es tarea ‘de un solo grupo. Como la construcción de un nuevo modelo de nación en donde la pluriculturalidad y la multietnicidad sea una realidad, no es sólo tarea de la población maya. ‘«La oía feminista actual ha tenido un impacto masivo durante las últimas ‘dos décadas y media. Gran número de hombres, al igual que muchas mujeres ‘que han apoyado el statu quo, se han dado cuenta de que la marea ha cambiado y, gústeles o no, el mundo está cambiando. La rebelión de las mujeres contra el patriarcado lleva implícita la promesa de acabar con él: aunque éste, en sus diversas formas sociales y económicas, todavía ‘tiene mucha capacidad de resistir, muchas de sus estructuras sociales, políticas, económicas y emocionales se están volviendo inoperantes. Algunos hombres reaccionan con acciones de retaguardia, mientras que otros pisan, temerosa o decididamente, en dirección del cambio.» Ojalá juntos seamos de los que marchan decididamente en dirección del cambio. Ojalá, como dijo Roque Dalton, seamos de los que aprendamos que: ‘la diferencia de sexos/ brilla mucho mejor en la profunda noche amorosa/ cuando se conocen todos esos secretos/ que nos mantenían enmascarados y ajenos. Guatemala, mayo de 1998. Rubén Mejía Guatemalteco. Director Ejecutivo de CEIBAS (Centro de Estudios, Investigación y Bases para la Acción Social) Director Adjunto del periódico La Trenza. ‘Técnico en Comunicación Social. [email protected]