argumento argumento El objetivo de esta expedición es tan

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reportaje
Descifrando
los glaciares
El objetivo de esta expedición es tan apasionante como el destino mismo: encontrar las claves del
cambio climático en la Cordillera Darwin, el último cordón montañoso del continente. Un verdadero
laboratorio natural, prácticamente inexplorado, donde trabajaron codo a codo profesores y alumnos
de distintas disciplinas y universidades.
Fotografías y texto de Nicole Saffie Guevara, desde Cordillera Darwin
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reportaje
¿Por qué es importante estudiar los
glaciares? Como explica Esteban
Sagredo, la información que entregan da
luces respecto del cambio climático lo
que permite descubrir, por ejemplo, si el
calentamiento global es efectivamente
producido por el hombre (probablemente
su rápido aumento sí lo sea), o si es parte
de un proceso más amplio que se ha dado
a lo largo de la historia del planeta.
Nueve expertos.
Investigadores de distintas universidades y
disciplinas abordaron la embarcación que
los llevó hasta la Cordillera Darwin, tras dos
días de navegación.
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L
legar a la Cordillera Darwin no es
fácil. Se debe abordar un barco –el
pequeño Maripaz II en este caso–
en Bahía Mansa, a una hora de
Punta Arenas. La navegación tarda
casi dos días, lo que depende de
la estabilidad de las aguas del Estrecho de Magallanes, las mismas
que lo hicieron buscar refugio en
Bahía Escondida (permitiendo un
afortunado encuentro con los pescadores de centolla). Luego de unas agitadas horas, en las que
la embarcación se movió sin tregua, la expedición científica se
adentró por los angostos canales patagónicos. Imposible no
sentirse como un kawéskar, los antiguos habitantes de estos
territorios, navegando entre medio de glaciares, cascadas y
bosques completamente vírgenes, acompañados de albatros y
toninas. Más movimiento al cruzar el Seno del Almirantazgo y
de pronto, las majestuosas cumbres cubiertas por hielos eternos del fiordo Parry. Dos grupos de investigadores abordan un
zodiac que los dejaría en la orilla con carpas, mochilas, comida
para una semana y materiales de estudio, mientras unos pingüinos rey observan la escena; un tercer equipo de científicos
continuaría a bordo para recorrer las cercanías. Tres misiones
distintas unidas por el objetivo de entender las claves del cambio climático en la Cordillera Darwin.
Buscando las pistas del pasado
Hace 20 mil años, una enorme masa de hielo habría cubierto
toda Tierra del Fuego llegando hasta Punta Arenas. Reconstruir esa historia era el propósito del académico de Geografía
UC Esteban Sagredo, a través de un Fondecyt, junto al estudiante de doctorado de Geología de la Universidad de Chile
Scott Reynhout. Por eso recorrieron toda el área de Bahía Blanca, desde la costa hasta la base del glaciar Castor, tomando
muestras de boulders o rocas gigantes. “Nos llamó la atención
la preservación del material. Todavía las morrenas, o material
depositado en los márgenes del glaciar, están intactas y son
muy fáciles de identificar”, explica el profesor. Las muestras
luego se enviarán al laboratorio del Lamont-Doherty Earth
Observatory, de la Universidad de Columbia en Nueva York,
donde serán analizadas por Paola Araya, estudiante de Geografía UC. Allí se determina el contenido de Berilio 10 presente
en las rocas, lo que permite estimar hace cuánto tiempo esta
fue descubierta por el hielo, datando el retroceso del glaciar.
Otro indicador para reconstruir el paso de los glaciares son
las turberas, un tipo de humedal de un intenso color rojizo en
este caso. Al introducir un tubo de más de seis metros de largo se obtienen muestras del material que ha ido conformando
ese suelo: turba o depósitos vegetales en la superficie, materia
orgánica al medio (que da cuenta de que ahí existió un lago) y,
al final, sedimentos glaciales que revelan que allí estuvo muy
cerca la masa de hielo.
¿Por qué es importante estudiar los glaciares? Como explica Esteban Sagredo, la información que entregan da luces
respecto del cambio climático lo que permite descubrir, por
ejemplo, si el calentamiento global es efectivamente producido por el hombre (probablemente su rápido aumento sí lo
sea), o si es parte de un proceso más amplio que se ha dado a
lo largo de la historia del planeta.
Muestras de
rocas gigantes.
El contenido de Berilio
10 en las muestras de
rocas permite estimar
hace cuánto tiempo
retrocedió el glaciar.
“Para que se llegue a conformar un
bosque magallánico se necesitan
unos 300 a 400 años; sin embargo,
los musgos solo requieren unos
cinco o seis. Es rapidísimo”, dice
Cecilia Pérez, investigadora del
Instituto de Ecología y Biodiversidad
de la Universidad de Chile.
registro de crecimiento.
A través de unas varillas llamadas testigos se
puede saber cuánto vivió un árbol y en qué
ambiente se desarrolló.
El secreto de los árboles
Una interrogante similar intentó responder el grupo liderado por Juan Carlos Aravena, investigador del Convenio Gaia
Antártica de la Universidad de Magallanes, el cual también
formaba parte de esta expedición. “Buscamos conseguir
muestras de coigües, lengas y ñires que crecieran muy cerca
de las morrenas, a una mayor elevación, porque nos hemos
dado cuenta que esos son los árboles más sensibles al clima
y más fieles indicadores de las variaciones climáticas ya que
viven en condiciones más extremas”, afirma.
Utilizando un taladro de incremento, los científicos extraen varillas (también llamadas testigos) donde se aprecian
los anillos de los árboles. “Gracias a esto podemos ver todo
el registro del crecimiento del árbol, sin tener que cortarlo.
Saber cuánto vivió y en qué ambiente se desarrolló. En años
más fríos el crecimiento es menor y, por tanto, el anillo es
más angosto. Si las condiciones son extremas, el árbol incluso podría no formar anillo”, explica Aravena. De esta manera, es posible reconstruir el clima de hasta unos cuatrocientos años atrás -el tiempo de vida de este vegetal- además de
datar las morrenas.
En el grupo también participaron la agrónoma y montañista Inés Dussaillant, y la estudiante de Geografía UC
Emilia Fercovic. “La expedición es puro aprendizaje, es una
riqueza invaluable porque tú puedes tener el conocimiento teórico, pero en verdad no te acercas ni un poquito a lo
que se vive acá. En la universidad uno lee los papers con los
resultados de las investigaciones, pero acá haces investigación”, cuenta esta alumna.
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En el fin del mundo
Darwin es el más austral, remoto y desconocido de los cordones
montañosos que conforman la Cordillera de los Andes. Ubicado
íntegramente en el Parque Nacional Alberto de Agostini –en
honor al inquieto sacerdote salesiano, gran conocedor de esta
parte de la Patagonia–, se encuentra en el sector suroeste de la
isla Grande de Tierra del Fuego. Cubiertas permanentemente por
hielos eternos, aquí se ubican las más altas cumbres de la zona:
Sarmiento –la más prominente, con 2.404 metros sobre el nivel
del mar–, Shipton y Darwin, entre otras. Todos nombres que
remiten a esos grandes aventureros que han osado adentrarse en
estas inhóspitas tierras a lo largo de la historia.
En la actualidad, la información que existe de esta zona es
escasa y su condición de ser un lugar prácticamente virgen la
convierte en un laboratorio privilegiado para la investigación
científica. Como dice el profesor de Geografía UC y doctor
en Geología de la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos), Esteban Sagredo, “la Cordillera Darwin es un lugar único, con muchos glaciares
inexplorados que nos pueden dar claves sobre la historia climática y glacial del hemisferio Sur. Aquí se pueden responder grandes preguntas desde el
punto de vista paleoclimatológico, es decir, cómo era el clima en el pasado, para saber qué podemos esperar en el futuro”.
Otro indicador.
Las turberas –un tipo de humedal– permiten estimar que muy cerca de allí estuvo
una masa de hielo. Al introducir un tubo de más de seis metros de largo se obtienen
muestras del material que ha ido conformando esa zona.
Líquenes y hepáticas.
Entre las primeras formas de vida que se desarrollan tras el retroceso de un
glaciar están los líquenes. También surgen las hepáticas como la que aparece
en la segunda fotografía (obtenida por Bernardo Segura).
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El milagro de la vida
Cuando las enormes masas de hielo retroceden, dejan una grava
inerte: piedras totalmente desprovistas de materia orgánica. Rápidamente llegan los primeros organismos: bacterias que fijan el nitrógeno atmosférico haciéndolo disponible para que pueda surgir
la vida; luego se asocian con algunos tipos de hongos, formando
líquenes. Estos van generando los elementos esenciales para las
plantas –fósforo, nitrógeno, carbono– posibilitando la formación
del ecosistema. “Para que se llegue a conformar un bosque magallánico se necesitan unos 300 a 400 años; sin embargo, los musgos
solo requieren unos cinco o seis. Es rapidísimo”, dice Cecilia Pérez, investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad de la
Universidad de Chile. ”La primera vez que vinimos a este lugar, en
2008, veíamos puro sedimento de glaciar y ahora estaba lleno de
líquenes”, agrega.
Junto al biólogo Juan Marcos Henríquez, investigador de la
Universidad de Magallanes, y el agrónomo Bernardo Segura, de la
Universidad de Chile, el grupo llegó hasta el valle del glaciar Reina
Isabel II. Allí tomaron muestras de plantas e instalaron algunos
experimentos de incubación en terreno observando cómo se desarrollaba el proceso de fijación del nitrógeno. “Nos dimos cuenta
que mientras más reciente es el suelo, mayor capacidad tiene de fijar este elemento”, expresa la experta. También analizaron cómo
influyen las variables de temperatura y humedad en el proceso.
De esta forma, los tres equipos buscaron encontrar pistas que
les permitan ir comprendiendo el clima en el pasado, para ir completando, desde distintos enfoques y miradas, el gran rompecabezas que es el cambio climático y así enfrentar el futuro de una
mejor manera. uc
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