Otto von Bismarck

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Otto von Bismarck
BIOGRAFÍA
Otto von Bismarck (nombre completo: Otto Eduard Leopold von Bismarck−Schönhausen) fue el responsable
y artífice del proceso de unificación alemán. Debe su nombre al pueblo donde nació, Schönhausen, el 1 de
abril de 1815. Su padre era un terrateniente perteneciente a la nobleza y su madre una burguesa acomodada.
La diferencia de orígenes parentales tuvo como resultado la formación y carácter de Bismarck, que aunaba el
afán conservador y la sutileza intelectual.
Estudió leyes y en 1836 empezó a trabajar al servicio del Estado, en la prefectura de Aquisgrán. Un año
después decidió dimitir para ocuparse de las finanzas familiares, bastante dañadas por entonces; Bismarck
consiguió que volvieran a su estado normal.
Dados su fuerte carácter y ambición de poder, Bismarck decidió entrar a formar parte de la vida política en
1847. Se le nombró delegado de la primera Dieta prusiana y, como era de esperar, destacó por ser uno de los
más férreos conservadores. Fervoroso enemigo de movimientos nacionalistas y revolucionarios, siempre
aconsejó al rey Federico Guillermo IV contra ellos. Su consejo fue desoído incluso después de que el rey
fuera hecho prisionero después de un desafortunado evento. Bismarck entonces pide una entrevista con
Augusta, la reina madre. La reunión fue tan mal que Bismarck aborreció a Augusta hasta la muerte de ésta.
Tras la derrota de los revolucionarios de 1848, Bismarck fue elegido en el Parlamento prusiano en 1849.
Designado para representar a Prusia en el Parlamento de Francfort, Bismarck se persuade poco a poco de la
oportunidad de una Alemania unificada, la realización de una Kleindeutschland (pequeña Alemania), de
mayoría protestante y controlada por Prusia. Por contra, también se acariciaba la idea de la
Grossendeutschland (gran Alemania) del Pangermanismo, que incluiría los territorios poblados por gentes del
Imperio Austrohúngaro, germanoparlantes pero católicos. Como es lógico, si la que triunfara fuera Austria, el
imperio de los Habsburgo se haría la potencia dominante, incrementando el papel que desempeñaba ya en la
Confederación Germánica.
Aun así, Bismarck se opuso −al principio− a la gestión en política exterior por parte del ministro Joseph von
Radowitz, cuya meta es crear la Unión a través de una Confederación sin Austria. Merced a la retirada de
Olmutz en 1850, el emperador acepta la dimisión de Radowitz, restableciéndose la Confederación. Más
adelante, es nombrado embajador en Francfort del Meno, en el marco de la Confederación, y se le encomienda
el restablecimiento de las buenas relaciones con Austria. Sin embargo, esta tarea es imposible y Bismarck
decide, por lo tanto, minimizar la influencia del Imperio. Se da cuenta que Alemania no puede albergar dos
potencias y pone rumbo a la Pequeña Alemania.
Desde 1856 intenta acercamientos con Francia, de cara a un enfrentamiento con Austria que predice
inminente. Es nombrado embajador de Prusia en Austria; posteriormente, en Rusia y, más tarde, en París en
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1862, donde se encuentra numerosas veces con Napoleón III.
A pesar del recelo que el Parlamento prusiano y, más concretamente, el rey Guillermo, sienten hacia Bismarck
−el mismo que hacia Francia, ya que tradicionalmente Prusia y Francia habían sido enemigas−, a Bismarck le
fueron confiados los puestos de Primer Ministro y de Ministro de Asuntos Exteriores.
LA UNIFICACIÓN
La unificación de Alemania se llevó a cabo en, a grandes rasgos, tres etapas: la etapa de la guerra de los
ducados, la de la guerra austro−prusiana y la de la guerra franco−prusiana. La terna fue orquestada por
Bismarck; culmen de cuya manipulación se dio con el conflicto del celebrado telegrama de Ems.
Antecedentes históricos
− La Confederación Germánica (controlada por Austria) estaba, predeciblemente, en contra del nacionalismo
alemán, por lo que ya se había comenzado a barajar la hipótesis de la Pequeña Alemania (Joseph von
Radowitz).
− Previamente se habían eliminado las barreras económicas con la creación del Zollverein o Unión Aduanera
del Norte, cuya sede estaba situada en Francfort del Meno.
− Ambos hechos favorecieron que los estados alemanes prefirieran unirse a estar controlados por el imperio
austro−húngaro.
Primera etapa: la guerra de los ducados
Esta fase comienza con la muerte del rey danés, que es cuando Prusia decide hacerse con los ducados (que
formaban uno teóricamente indivisible) de Schleswig−Holstein. Es Bismarck el que ve en este facto una gran
oportunidad de empezar a expandir el control prusiano, por lo que decide hacerse con los mencionados
ducados.
El ejército de Bismarck penetra en Schlechwig−Holstein, después de que el duque de Augustenburg pidiera
ayuda a Prusia para este fin. Esto se debe a que Dinamarca quería anexionar Schleswig, a lo que los
ciudadanos de ambos ducados se negaron al tiempo que se establecía un gobierno provisional; el pueblo
prefería que gobernara Augustenburg, de ahí la rebelión hacia Dinamarca.
Sin embargo, Inglaterra y Rusia barruntaron un intento de expansión por parte de Prusia, por lo que en
acuerdos posteriores se acordó en Londres en 1852 que los problemáticos ducados pertenecerían al rey danés,
con derechos hereditarios, pero que a cambio éste no intentaría anexionar Schleswig−Holstein a Dinamarca.
Este pacto perduró una década, hasta su quebrantamiento por parte de Dinamarca, cuando se promulgó una
constitución en que se incluía a Schleswig en el territorio danés. Este hecho coincidió con la muerte del rey
danés y el ascenso al trono de Christian IX. Christian de Schleswig −Holstein−Sonderburg−Glücksburg, era
esposo de la prima hermana de Federico VII, quien no tenía una descendencia directa; así en el mismo tratado
de Londres de 1852 fue donde se establecieron las condiciones de los ducados de Schleswig y Holstein,
también se estableció que Christian sería el próximo rey. Esto dejó al nuevo rey en una situación sin
remedio, pues si firmaba la nueva constitución estaba violando el mismo tratado que lo hizo rey, por otro lado
si no lo firmaba estaba negando la voluntad de su pueblo. Contra la espada y la pared, terminó por firmar la
constitución tres días después de haber subido al trono.
Las reacciones de los implicados en el conflicto no se hicieron esperar. La más inmediata fue la de
Augustenburg, quien se proclamó duque de Schleswig−Holstein y estableció un gobierno alternativo. Este
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gesto recibió gran apoyo desde la mayoría de los estados alemanes; Guillermo declaró que su reclamación era
legítima. También los habitantes de los ducados se alegraron del cambio. El plan de Bismarck a este respecto
era arrebatar los ducados a Dinamarca, pero no entregar el control de los mismos al duque Friedrich, sino a
Prusia. Es evidente que Bismarck, desde los albores del conflicto, tenía muy claros sus objetivos de expansión
y conquista.
El brillante estratega prusiano pronto decidió que el problema en torno a los ducados sería decidido en el
campo de batalla. Bismarck era (afortunadamente para Prusia) un maestro para equilibrar las fuerzas que lo
rodeaban, manteniendo fuera de juego a enemigos potenciales formulando declaraciones que sonaban como
promesas solemnes de entrega de aquello que éstos deseaban. Bismarck era totalmente pragmático y carecía
de escrúpulos, por lo que cambiaba de aliados según la conveniencia a sus intereses, siempre con vistas al
agrandamiento de Prusia; para Bismarck no existía lo bueno y lo malo como tal, sino la fidelidad a la patria y
lo beneficioso o perjudicial para ésta. Comenzó por fingir apoyo al duque Friedrich Augustenburg, invitando a
Austria a que también interviniera para hacer respetar a Dinamarca el tratado londinense. Esta maniobra tenía
dos como objetivos: introducir definitivamente a Prusia en el tratado y la intervención de Austria como aliado
prusiano. Esta estratagema tuvo éxito en tanto en cuanto ningún país impidió a Bismarck el acercamiento.
Entonces sólo Inglaterra y Rusia podían frenar a Bismarck y sus ambiciones.
Inglaterra, por su parte, se puso indiscutiblemente de parte de Dinamarca, siendo su posición indudablemente
manifiesta en las amenazas desde Inglaterra a Bismarck, que consistían en una advertencia sobre las
maquinaciones bismarckianas. A pesar de todo, Bismarck tenía la certeza de que los ingleses no entraría en
guerra por Dinamarca: eran más prácticos, hecho conocido por el primer ministro prusiano. Francia fue
mantenida neutral por el incombustible Bismarck, esta vez con el falaz apoyo a la política expansionista de
Napoleón III. La inactividad de Rusia fue comprada a todavía más bajo precio, ya que el zar Alejandro II
quería a Bismarck en su puesto, dada su condición de férreo defensor de ideas conservadoras; por lo tanto,
Rusia no debía hacer nada para facilitar las cosas al ministro prusiano. Otto von Bismarck
El 16 de enero de 1864 Prusia y Austria hicieron llegar a sus enemigos un ultimátum, en que exigían el
cumplimiento del Tratado de Londres. La callada por respuesta fue la reacción anglo−danesa, lo que
proporcionó a Bismarck razones suficientes para invadir los polémicos ducados. La toma de éstos se llevó a
efecto tres días después en Holstein y dos en Schleswig. La inferioridad militar danesa fue obvia desde el
comienzo del enfrentamiento armado; tanto fue así que las huestes danesas estaban en constante retirada hasta
el repliegue a Düppel, último baluarte danés, donde en vano se hizo frente a los ejércitos invasores.
Para completar la anexión de ambos ducados sólo restaba hacerla diplomáticamente efectiva, para lo que se
convocó en Londres en mayo del mismo año una conferencia. En ésta Austria y Prusia sorprendieron con su
exigencia de la total separación de ambos ducados de Dinamarca, para que éstos se convirtieran en estados
independientes gobernados por Augustenburg. Ante semejante demanda, a los vencidos no les quedó más
remedio que acceder, cosa que estaba en concordancia diametralmente opuesta a la de Bismarck, ya que éste
no quería que las hostilidades cesaran (sólo por medio del poderoso ejército prusiano podía hacerse Bismarck
con ambos ducados). Por eso, cuando hubo que establecer claramente la línea entre Schleswig y Holstein,
Prusia propuso unos límites que incluían parte de Dinamarca, situación que los ingleses no querían permitir;
por su parte los daneses habían sido inducidos al engaño por Bismarck, quien les había asegurado que si no se
hacía lo que Inglaterra decía ésta entraría en guerra. Finalmente, la Conferencia se disolvió sin que se
hubieran alcanzado sus objetivos ni ningún acuerdo entre sus integrantes. Como consecuencia, una semana
después el ejército prusiano entraba en Dinamarca, aplastando toda resistencia. A principios de julio, la guerra
de Schleswig−Holstein llegó a su fin. Los daneses pidieron la paz, por lo que se formó una conferencia en
Viena en que se excluyó a Inglaterra, a Francia y a Rusia (los enemigos potenciales de Prusia y Bismarck, otro
ejemplo de la hábil manipulación de este último).
Las negociaciones tocaron a su fin a finales de octubre de 1864. El rey Christian IX de Dinamarca cedió todos
sus derechos sobre los ducados al rey de Prusia y al emperador de Austria−Hungría y se comprometió a pagar
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una generosa suma a título indemnizatorio. Austria pronto comenzó a presionar para que el control de los
ducados fuera otorgado al duque Augustenburg, a lo que Bismarck respondió inesperadamente que no, porque
las cosas había que hacerlas con más calma. A estas alturas, Bismarck ya sabía que la anexión total de los
ducados a Prusia había que lograrla en el campo de batalla, con Austria enfrente, para anular la influencia de
ésta sobre Schleswig−Holstein.
Segunda etapa: la guerra austroprusiana
Austria no estaba personalmente interesada en los controvertidos ducados; sus problemas internos (bancarrota
pública por sus sempiternas guerras con Italia y por su exclusión del Zollverein, así como la constante
amenaza de Hungría, entre otras, de sacudirse el yugo austriaco) eran tan serios que no necesitaba más.
Además, necesitaba el apoyo prusiano para superar la crisis. Lo único a que aspiraba era a solucionar el
longevo problema de los ducados, pero sin que Prusia saliera beneficiada, fuera en territorio o en influencia en
la Confederación Alemana. Inocentemente, desde Austria se creía que se saldría con la suya, al dar por hecho
que en los ducados gobernaría el duque Friedrich.
Sin embargo, Bismarck se había encargado de que en las negociaciones de paz con Dinamarca no interviniera
ningún otro estado alemán, todos los cuales apoyaban fervientemente a Augustenburg.
Para evitar tener que entregar los ducados, Bismarck se encargó de establecer las condiciones bajo las cuales
aceptaría al duque, obviamente inaceptables tanto para éste como para Austria. La otra maniobra necesaria
para este fin era convencer a Guillermo I de que aceptara la anexión, algo que no le costó demasiado, ya que
esos territorios le correspondían por derecho de guerra.
Lo único que restaba ahora a Bismarck era precipitar las hostilidades con Austria, para lo que atacó de manera
diplomática durante todo el verano de 1865 al gobierno austriaco. Así y todo, Austria no quería la guerra, y en
agosto del mismo año mandó a un embajador a parlamentar con Guillermo. El monarca propuso al embajador
un trato ideado por Bismarck: Holstein pertenecería a Prusia y Schleswig a Austria. Austria aceptó,
desesperada por mantener la paz, pero no se dio cuenta de que se hacía el blanco de fuertes críticas al haber
accedido a dividir lo que se consideraba indivisible. La provocación postrera fue la proposición de Bismarck
de aplicar el sufragio universal en Alemania, sugerencia que albergaba tres propósitos:
− La reducción de liberales en el Parlamento: estaba seguro de que la población prusiana votaría por los
conservadores, ya fuera por iniciativa propia o intimidación.
− La destrucción de la Confederación Alemana: la mayoría de alemanes deseaban la unificación política.
− La precipitación de la guerra con Austria: ésta no podía permitir el sufragio universal, ya que húngaros,
serbios e italianos tendrían derecho a expresar su rechazo hacia el gobierno austriaco.
Ya preparándose para la guerra, Guillermo entró en negociaciones con Italia, las cales culminaron en un
tratado secreto, firmado en 8 de abril de 1866, en que Italia se comprometía a apoyar militarmente a Prusia a
cambio de la provincia de Venecia (entonces en poder austriaco).
El 15 de junio, ya habiendo sida declarada la guerra, el ejército prusiano comenzó por invadir los estados
alemanes afines a Austria, tales como Hannover, Sajonia o Hesse−Casel. Después de varios enfrentamientos,
la guerra fue decidida en la batalla de Sadowa, también conocida como la de Königgrätz, en que la supremacía
del ejército prusiano se hizo más que evidente; la pérdida de efectivos de Austria superó los cuarenta mil,
mientras que Prusia sólo perdió diez mil. Muchas de las bajas austriacas fueron hechas prisioneras.
El ejército prusiano era infinitamente superior al austriaco por cuatro principales motivos:
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− Prusia obligaba a sus habitantes a recibir entrenamiento, lo que se conocía como leva obligada. Esto supuso
una gran ventaja, dado que los soldados estaban mucho mejor entrenados para maniobrar y desplazarse. Es
proverbial la pericia prusiana en cuanto a movimientos, entereza de filas y habilidad, ventaja que Napoleón III
intentó aprovechar más adelante.
− El ejército prusiano gozaba de infraestructuras ferrocarriles suficientes como para desplazar los ejércitos en
tren, obvia ventaja porque los ejércitos estaban descansados, y no agotados después de largas marchas a pie.
Además, el tren facilitaba en transporte de munición y provisiones, por lo que no había que escatimar tiros o
que pasar hambre.
− Los avisos se daban mediante telégrafo, por lo que la rapidez de comunicación estaba garantizada, además
de que la necesidad de provisiones o refuerzos podía ser ágilmente paliada.
− Los soldados prusianos manejaban fusiles, o breech−loaders, frente a los muzzle−loaders austriacos. La
imponente ventaja de los fusiles era que disparaban seis veces, mientras que las armas austriacas sólo una.
Todas estas innovaciones fueron introducidas por el brillante comandante el jefe de las tropas prusianas, el
general Helmuth von Moltke (a la derecha), que ideó todas estas innovaciones inspirándose en la guerra civil
estadounidense.
En vista del resultado, Guillermo I reclamó el territorio austriaco en calidad de vencedor, pero Bismarck se
opuso, argumentando que no sería una buena idea, ya que no podían correr el riesgo de que Austria se
volviera un enemigo permanente, dejando claro que la guerra había sido una puja por la supremacía en la
Confederación Alemana, y no por los territorios de los respectivos países. Al punto se desató un fuerte
conflicto entre monarca y ministro; tal fue la gravedad de este enfrentamiento que Bismarck amenazó con
renunciar. La intervención de príncipe heredero, que convenció a su padre de que siguiera las
recomendaciones de Bismarck, puso un fin feliz al evento. Una vez solucionado, en agosto de 1866 se firmó
un pacto conocido como el Tratado de Praga, en que se dejaba prácticamente intacto el territorio austriaco y se
disolvía la Conferencia Alemana de 1815.
Prusia anexó todos los estados alemanes afines a Austria. Muchos estados alemanes fueron incluidos en una
nueva Conferencia Alemana, que incluía varios acuerdos de alianza militar con Prusia, el reino unificador.
Tercera etapa: guerra francoprusiana
Mientras, Francia no veía con buenos ojos la expansión y creciente influencia prusianas. La inactividad de
Francia durante las últimas dos guerras se debía al apoyo de Prusia a la anexión francesa del reino de Bélgica
y del principado de Luxemburgo. Sin embargo, las dos últimas victorias prusianas habían desequilibrado los
poderes, y era muy probable y peligroso que una nueva potencia centroeuropea se volviera a dar: era el
momento de actuar.
Francia comenzó maniobras diplomáticas para obtener Luxemburgo, pues estaba segura de que Bismarck
cumpliría todas sus promesas. Después de que Francia hubiera llegado a un acuerdo con el rey holandés y
propietario del principado, en que debía pagar cinco millones de francos, Prusia se interpuso, tachando de
ilegales las maniobras francesas y haciendo casi imposible la anexión. Huelga decir que Napoleón III estaba
más que iracundo, tanto era así que en la primavera de 1867 la guerra parecía inminente, pero la realidad era
que nadie, excepto Bismarck, quería la guerra. Por este motivo se celebró en Londres, en mayo de 1867, una
conferencia internacional, en que se establecía la pertenencia de Luxemburgo al rey de Holanda y la
incontestabilidad de esta decisión, entonces y en el futuro. Esta conferencia logró retrasar por tres años la
guerra, periodo que fue aprovechado por Bismarck y Moltke para aumentar tensiones entre Francia y Prusia y
para mejorar el ejército prusiano, respectivamente.
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La tensión llegó a su punto álgido en 1868, cuando en España fue exiliada Isabel II. La tensión se transformó
en violencia cuando, en 1870, los españoles propusieron a Leopoldo de Hohenzollern, primo distante de
Guillermo I de Prusia, como candidato al trono de España. Ante tal anuncio Napoleón montó en cólera,
declarando inaceptable la extensión de poder de los Hohenzollern, casa real prusiana, y exigió a las potencias
europeas que impidieran tal acción. Inglaterra, Bélgica y Francia presionaron de tal manera a Leopoldo que
éste renunció a su candidatura. Si Francia hubiera mantenido la cabeza fría éste hubiera sido el fin del
conflicto, pero en un arranque de demencia exigió una disculpa pública del rey de Prusia; naturalmente
Guillermo se negó cortésmente. El canciller de hierro, sin embargo, aprovechó este desliz diplomático,
primero exagerando la gravedad del asunto y luego publicándolo en todos los periódicos alemanes; maniobra
que tuvo como eje el célebre Telegrama de Ems, que fue sutilmente modificado por Bismarck para que
resaltara el desacuerdo y la grosería diplomática francesa. La indignación inflamó a los alemanes y se exigió
la guerra contra Francia, petición que recibió cumplido homenaje en julio de 1870.
Esta nueva guerra planeada por Bismarck trajo resultados insospechados para el mundo occidental, ya que
entonces Francia seguía siendo considerada como la primera potencia militar europea. Sin embargo, en el
campo de batalla quedó clara la supremacía prusiana frente a las tropas indisciplinadas y mal equipadas de
Napoleón III. En sólo dieciséis días, después del inicio de la guerra, Prusia había tomado ya las provincias
francesas de Alsacia y Lorena, que codiciaba; en un mes los franceses habían sido aplastados nada menos que
tres veces; y el uno de septiembre de 1870 Prusia obtuvo una apoteósica victoria en la batalla de Sedán, lucha
que decidió el desenlace de la guerra. En Sedán los prusianos no tuvieron solamente el placer de aniquilar a
Francia, sino también de hacer prisionero a Napoleón III.
Cuando las nuevas sobre la batalla llegaron a París tuvo lugar una revuelta popular en la capital francesa, cuyo
resultado fue la proclamación de la República Francesa el 4 de septiembre de 1870. Aunque la situación era
irrecuperable, los franceses se negaron a aceptarlo y continuaron con la guerra. El único resultado de su
testarudez fue que la nueva Confederación Alemana del Norte aceptó definitivamente la unificación de toda
Alemania. Por eso, el 18 de enero de 1871 Guillermo I se declaró Kaiser del muevo Imperio alemán. El día 28
del mismo mes Francia por fin capituló, y el Imperio de Alemania se apropió definitivamente Alsacia y
Lorena, como botín de guerra.
El texto del telegrama de Ems puede encontrarse en inglés en su totalidad en la página
http://www.firstworldwar.com/source/emstelegram.htm. Debido a la falta de espacio no ha sido posible incluir
el texto, que hubiera traducido, en español.
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