LA BATALLA DE CHACABUCO LOS REALISTAS ESPERAN A SAN MARTÍN EN CHILE La llamada Patria Vieja chilena, de 1810 a 1814, vivió en paz hasta que el virrey del Perú envió, en 1813, tropas para terminar con la revolución. En Mendoza, con el Libertador a la cabeza, operaba la resistencia. Los orígenes del ejército de la Capitanía General de Chile bajo dominio de la corona española se remontaban a inicios del siglo XVII (1603). Para fines del XVIII, luego de dos siglos de luchas contra los temibles araucanos, aquel ya estaba muy bien organizado. Pertrechado y dividido en unidades veteranas y de milicias, era un ejército modelo entre los de las colonias españolas. A comienzos del siglo XIX estaba distribuido en los distintos puntos del territorio chileno: desde el norte al sur. La unidad mas antigua y la más importante era el Batallón Fijo de Chile, conocido también como Fijo de Concepción. Se encontraba al sur del reino, en la provincia de ese nombre, contaba con la fuerza de 300 hombres y prestaba servicios junto a los Dragones de la Frontera. Este era un regimiento de caballería de 400 plazas. Para completar la defensa había además dos compañías de artillería de unos 100 hombres. En la capital, Santiago, existían unidades menos numerosas para la custodia de las autoridades, como los Dragones de la Reina, junto con una llamada Asamblea de Caballería, una agrupación que servía para dar instrucción a las milicias de esa arma. En Valparaíso había una compañía de artillería y una de dragones para la defensa del que era el puerto de entrada a la capitanía. Finalmente, en el extremo sur, desde el puerto de Valdivia y hasta la gran isla de Chiloé, se articulaba un sistema de fortalezas guarnecido principalmente por el Batallón Fijo de Valdivia, de 500 plazas, al que asistía un Fijo de Chiloé de igual fuerza. Existía, además, distribuido en la Capitanía un Real Cuerpo de Artillería, con Plana Mayor, Parque y Almacenes y compañías distribuidas en Valparaíso, Concepción, Talcahuano, Valdivia, Corral y Juan Fernández. El Real Cuerpo de Artillería estaba dedicado a manejar los cañones de las fortalezas y a defenderlas. Cada uno de estos cuerpos estaba bien armado y uniformado al estilo de las tropas coloniales españolas del continente. Uniformes de casaca y pantalones generalmente azules con la divisa, es decir cuello y puños rojos y vivos blancos. Cuando se inició el proceso de independencia de Chile, en 1810, parte del Ejército del Reino se fraccionó y apoyó a los patriotas, razón por la cual el bando realista se vio inmediatamente disminuido en su poder al perder varias unidades militares. Sólo las fuerzas del sur del país, en la zona de frontera con los araucanos, apoyaron la causa del Rey y estaban comandadas por oficiales con muy poco afecto por la independencia. LAS PATRIA VIEJA La llamada Patria Vieja chilena (1810-1814) vivió en paz hasta la llegada, en 1813, de la expedición que fue enviada por el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia. Su misión: acabar con la revolución chilena. A principios de ese año llegó a la isla de Chiloé el brigadier de la Armada española José Antonio Pareja, al mando de una expedición reconquistadora. A poco de llegar se dedicó al reclutamiento de las milicias isleñas para la formación de nuevas unidades de chilenos realistas. Estas fueron el Batallón de Voluntarios de Castro, llamado así por la ciudad capital de la isla, y con la fuerza de 900 plazas de milicianos, instruido y disciplinado por las asambleas veteranas; y el Batallón Veterano de San Carlos, de 450 plazas. En su avance hacia el norte, en busca de la Capital, se le unieron el Batallón Veterano de Valdivia (600 hombres) y el Batallón Veterano de Concepción (otros 600 hombres) y dos escuadrones de 180 hombres de los Dragones de la Frontera, además de 120 artilleros de Valdivia. Luego se les reunirían dos Regimientos de Caballería de Milicias los cuales no tenían disciplina y mucho menos instrucción. Estaban armados sólo por lanzas hechas de caña de colihue, pero iban montados en buenos caballos al uso de los huasos (gauchos chilenos). El resto de la caballería no era tal, sólo infantería montada y armada con fusiles. Pese a ello, se reunió una fuerza de 2.070 hombres con los que Pareja organizó el Ejército con el que intentaría reconquistar Chile para España. La mayoría de este ejército era de chilenos partidarios del Rey. El componente español era muy escaso. COMBATES El primer encuentro con los patriotas fue en la zona de Yerbas Buenas, el 26 de abril de 1813. Le siguieron otros combates a lo largo de ese año y comienzos del siguiente. Al morir por causas naturales el brigadier Pareja, el Ejército quedó al mando del brigadier de ejército Gabino Gainza, enviado desde Lima, quien desembarcó el 31 de enero de 1814. Según las instrucciones del Virrey, el nuevo jefe debía tratar de convencer a los insurgentes de volver a la obediencia del Rey. Además, el trato debía ser lo más humanitario posible si aceptaban deponer su actitud contra las autoridades españolas y entregaban las armas. Si se arrepentían y volvían a la obediencia de la Madre Patria, habría perdón total y olvido, sólo debían jurar la Constitución de la Monarquía española de 1812. Si el realista Gainza lograba esta pacificación, debía tratar de cruzar la cordillera para llamar la atención de los rebeldes de Buenos Aires. ¿Cómo? Alarmando a la provincia de Mendoza, pero sin maltratar a sus habitantes. Tras sufrir algunos reveses militares, el 3 de marzo de 1814 Gainza firmó con los patriotas chilenos un tratado en la ciudad de Lircay. Se pactaba una tregua y se iniciaban gestiones de paz. LA PEOR FAMA Pero esto no era lo que el Virrey del Perú quería. Entonces, envió en su reemplazo a su yerno, el coronel de artillería Mariano Osorio. Junto con él, también iba una expedición con tropas llegadas desde España, famosas por su crueldad: el Regimiento de Talavera. Su jefe era el coronel Rafael Maroto, quien a su vez contaba con tropas de caballería. Osorio llegó a Concepción en agosto de 1814, e inició su marcha hacia la capital chilena, pero se detuvo en las cercanías del pueblo de Rancagua. Allí se enteró de que la plaza fuerte realista de Montevideo había caído en manos de las fuerzas navales argentinas. Se perdía así el dominio español en el Río de la Plata, con lo cual los argentinos sólo estaban amenazados desde el Alto Perú, a donde sin duda dirigirían sus esfuerzos. Por eso, el virrey Abascal ordenó a Osorio enviar sus fuerzas hacia el norte, de vuelta a Lima. Pero este, en vez de obedecerlo, atacó con unos 3.500 realistas al ejército chileno patriota que se hallaba encerrado en la Villa de Rancagua. La batalla duró dos días (1y2 de octubre de 1814). Las tropas chilenas fueron totalmente destruidas. Era el final de la Patria Vieja y se iniciaba la emigración a Mendoza de los patriotas al mando de Bernardo O`Higgins. Luego de la batalla, la Caballería realista entró en Santiago y evitó saqueos e incendios de parte de tropas dispersas. En tanto que fuerzas de vanguardia persiguieron a los restos del ejército derrotado hasta los Andes. Cuando Osorio esperaba ser premiado como nuevo Capitán General de Chile, el Virrey de Lima envió al general Francisco Casimiro Marcó del Pont para reemplazarlo. O MARCÓ DEL PONT, UN LOBO DISFRAZADO DE CORDERO El mariscal de campo Francisco Marcó del Pont nació en Vigo en 1770. Inició su carrera militar en 1784 en el Regimiento de Infantería de Zaragoza. Cuando era un joven oficial estuvo en Orán al mismo tiempo que San Martín, e hizo la campaña del Rosellón y luchó en las mismas acciones que el futuro Libertador. Estallada la guerra contra Francia en 1808, ya coronel, fue hecho prisionero en 1809 hasta 1814. Al volver a España fue ascendido a Mariscal de Campo. Llegó a Chile en diciembre de 1815, con un séquito de criados. Afable, cortés y débil de carácter, vestía a la vieja usanza cortesana con uniformes lujosos y encajes. Su elección para el cargo de Capitán General de Chile provocó la ira de muchos militares realistas. Ellos pretendían un jefe más activo y menos pomposo. Pero Marcó del Pont se rodeó de los enérgicos y crueles oficiales españoles del terrible Regimiento de Talavera: se transformaron en sus esbirros. Hecho prisionero tras Chacabuco, fue enviado a San Luis donde murió dos años después por causas naturales. O Este, en opinión de los propios realistas, era un general con más faustos e ignorancia que el que debiera tener un general enviado desde España. Pero se rodeó de hombres que desacreditaron al gobierno del Rey. Formó una Junta de Vigilancia y persiguió a todos los que no opinaban como él. De este grupo partieron diferentes órdenes. Algunas insólitas, como cuando prohibieron a los chilenos andar a caballo. Esta y otras arbitrariedades provocaron la emigración a Mendoza de muchos de ellos. Pero, además, fortalecieron su sentimiento de independencia. Y que también buscaran el apoyo del gobierno de Buenos Aires. O`Higgins había dejado espías en Santiago. Ellos informaban en Mendoza y así, San Martín conocía detalladamente el estado real del ejército español diseminado por tierra chilena. Ese ejército estaba compuesto por cinco regimientos de infantería. El Chillán (840hombres), en Chillán y Coquimbo; el Valdivia (560hombres), en Talca y los valles de los Andes, el Talavera (660 hombres), en Santiago y alrededores; el Chiloé (560 hombres), en el puerto de Valparaíso y la ciudad, y el Concepción (500 hombres) entre las ciudades de Santiago y Coquimbo. La caballería, que comprendía a los Dragones de la Frontera (600 hombres), estaba en el sur, en Concepción. Los Carabineros de Abascal (300 hombres), en los pasos de la cordillera en San Fernando. Los Húsares de Abascal (330 hombres), se encontraban distribuidos por los pasos de la cordillera de San Fernando a Curicó. Y la Artillería, concentrada en Quillota, con una fuerza de 400 artilleros, eran soldados de regular instrucción. Todo hacía un total de 5.020 hombres. Las unidades seguían estando integradas por mayormente reclutas chilenos nativos, puestos al mando de reducidos cuadros militares españoles. Solamente el Talavera estaba totalmente integrado por españoles. Según el historiador Leopoldo Ornstein, en 1816 se hizo sentir la falta de material de guerra. Además, la disciplina realista dejaba mucho que desear, debido a la división entre españoles y criollos y a la desigual distribución de cargos y privilegios. Sólo el Talavera y los Carabineros de Abascal podían considerarse cuerpos disciplinados y bien instruidos. O Bernardo O`Higgins, el caudillo chileno, según Bartolomé Mitre, era un ardoroso jefe en combate, sin la sangre fría necesaria que debía tener un jefe en tales circunstancias. Debido a su impulso y a su pasión por la causa de la libertad, en un momento clave precipitó sus actos, como él mismo lo reconoció tras la batalla de Chacabuco. Aquella vez olvidó las órdenes dadas por San Martín sobre el plan de combate y se lanzó al ataque contra la fuerza principal enemiga. Esto retrasó un resultado favorable inmediato, tal como esperaban los patriotas. O EL PLAN PARA LLEGAR A LA BATALLA FINAL El plan de San Martín disponía que las columnas del Ejército de los Andes, una vez cruzada la cordillera, debían reunirse en el valle del río Aconcagua, en la zona comprendida entre San Felipe y Santa Rosa de los Andes. La maniobra preveía avanzar hasta la llamada cuesta de Chacabuco, donde esperaba llevar adelante una batalla de aniquilamiento. El general San Martín quería, en lo posible, derrotar a los realistas de un solo golpe. Para engañar a los realistas y a su comandante en jefe, el mariscal Francisco Casimiro Marcó del Pont, y obligarlo a dispersar sus fuerzas, San Martín había preparado la salida y los movimientos de las cuatro columnas menores del Ejército de los Andes. Dos al norte y otras dos al sur, las cuales aparecieron casi simultáneamente sobre territorio chileno entre los días 6 y 8 de febrero de 1817 desconcertando completamente al ejército enemigo. La columna mayor del ejército patriota -como señalan Mitre y Ornstein-, ocupó San Felipe el 8 de febrero, luego de los combates de Achupallas (4 de febrero) y Las Coimas (7 de febrero). Las tropas del coronel Juan Gregorio de Las Heras llegaron a Santa Rosa de los Andes el mismo día 8, luego de combatir con las avanzadas realistas en Picheuta, Potrerillos y Guardia Vieja. PLAN DE BATALLA Reunida la masa del Ejército de los Andes, San Martín vio que su plan había funcionado a la perfección: los realistas estaban imposibilitados de oponerle las fuerzas suficientes aunque él sabía que pese a ello tendría cierta resistencia en el área de la cuesta de Chacabuco. Ésta tenía importancia estratégica, pues era el cuello de botella que cerraba el camino hacia Santiago. El 10 de febrero agrupó su ejército al pie de la referida cuesta, y luego de hacer el reconocimiento del terreno, resolvió preparar la batalla para el día 12 a la madrugada. Discutió el plan con sus jefes el 11 al mediodía. Allí dio las órdenes de ataque y los movimientos que se debían realizar. Según el historiador Ornstein, Marcó del Pont, que sabía del arribo de los patriotas desde el 4 de febrero, permaneció inactivo y sólo ordenó una rápida reunión en las cercanías de Santiago con los efectivos que estaban en Rancagua, Curicó y Talca. Recién el 10 de febrero nombró al brigadier Rafael Maroto como comandante del ejército. Le dio órdenes poco precisas, de sólo marchar “en busca de San Martín”, con las fuerzas que disponía: los batallones de Talavera y Chiloé, y 50 húsares de Concordia. Su intención era reunirse con las tropas de Marquelí y Quintanilla, y esperar que la artillería y las otras tropas que estaban en camino se les unieran. El jefe español llegó a la Hacienda de Chacabuco en la tarde del 11. Maroto se reunió allí con otros cuerpos, como los batallones de Concepción, Valdivia y Chiloé, los Carabineros de Abascal de Quintanilla, el destacamento de Penco de los Dragones de la Frontera y los Húsares. Todos ellos sumaban, según Mitre, 2.000 hombres. Y 3.000, de acuerdo con los cómputos del historiador Ornstein. Al llegar, una compañía de infantería ya había sido emplazada por Marquelí y Quintanilla desde su retirada de Las Coimas. Desde la cuesta de Chacabuco se podía observar el valle del Aconcagua. Maroto se adelantó a reconocer personalmente la cuesta, ya que no tenía informes sobre la fuerza del enemigo. Decidió ocuparla a la mañana siguiente. Al tomar contacto visual con los efectivos de San Martín, los calculó erróneamente en unos 800 hombres. No pudo ver a los que estaban ocultos por los cerrillos, y dispuso esperar el ataque para las siguientes 48 horas, lo que le daba tiempo, según su apreciación, para que llegaran los refuerzos pedidos a Santiago. Al retirarse hacia la hacienda, en la noche del 11 de febrero, Maroto dejó en la cuesta algunas de las compañías del Talavera y un destacamento de caballería como fracción de seguridad. Debían vigilar al enemigo y observar sus avances. Estaban al mando del capitán Sebastián Mijares y con la orden de resistir tenazmente en ese punto cualquier intento de ataque adversario. El plan de Maroto era, según Ornstein, ocupar en la mañana del 12 de febrero la cresta que domina el valle del Aconcagua con todo su ejército y sostenerse allí hasta la llegada de refuerzos que venían desde el sur hacia Santiago. Pero no pudo cumplir su plan al ser desalojado Mijares de su posición, como se verá más adelante. EL PLAN DE SAN MARTÍN San Martín había acertado al suponer que los realistas se defenderían en la Cuesta de Chacabuco, pero ignoraba que el plan de Maroto era para el mismo día 12. En la mañana del 11 de febrero había visto avanzadas enemigas entre la Quebrada de los Morteros y la Loma de los Bochinches, creyendo que se trataba del grueso del ejército realista. Como la posición era fácil de atacar por sus flancos, resolvió adelantar su ejército esa noche hasta Manantiales, para asaltarla en el amanecer del 12 de febrero. Para ello formó dos divisiones, La primera, a las órdenes del general Miguel Estanislao Soler. Su fuerza contaba con los batallones Nº 1 de Cazadores de los Andes y el Nº 11 de Infantería, las compañías de Granaderos y Cazadores de los batallones Nº 7 y Nº 8, el escuadrón de Granaderos, de su escolta, los escuadrones 3º y 4º de Granaderos a Caballo y una batería de Artillería de montaña con siete piezas de a cuatro. Estas fuerzas debían atacar por el oeste. La segunda división, al mando del general Bernardo O`Higgins, formada por los batallones Nº 7 y Nº 8, sin sus compañías de Granaderos y Cazadores, los dos escuadrones restantes de Granaderos y dos piezas de artillería, debía realizar la misma operación que Soler, pero por el lado este. El total de estas tropas alcanzaba a unos 3.500 hombres, de los cuales 2.000 correspondían al mando de Soler. Este primer plan se ejecutó a partir de las dos de la madrugada. Al amanecer atacaron a los efectivos del capitán Mijares, los que se replegaron rápidamente hacia la masa de la vanguardia de sus propias fuerzas. El plan inicial de San Martín sería modificado cuando Maroto tomase una posición básicamente defensiva al enterarse de los repliegues de su vanguardia. San Martín consideró que las posiciones de ésta se podían rodear fácilmente. Observó que se trataba en su mayoría de infantería. Decidió, entonces, llevar adelante un ataque directo y ofensivo con una acción frontal de aferramiento a cargo de la división de O`Higgins. Es decir, debía ir al encuentro del enemigo, pero no atacarlo sino mantenerlo aferrado, en amenaza de ataque, para distraerlo de la maniobra real que era una de tipo envolvente (por el flanco), y sería efectuada por la división de Soler. Se usaría para ello el camino de la Cuesta Nueva, lo cual aseguraría caerle por sorpresa a la retaguardia enemiga. Al impartir las órdenes a ambos jefes, San Martín le recomendó especialmente a O`Higgins la misión de sólo “amenazar” el frente del ejército realista, pero sin comprometerse seriamente. Su misión era distraer a los realistas para darle tiempo a Soler, que debía hacer un trayecto más largo, para que pudiera rodearlos y caer por el frente oeste de la posición española. Llegado este momento, ambos debían lanzarse al asalto, unificando sus maniobras. La orden era clara. Debían conservar la simultaneidad de ambos ataques y no arriesgarse por separado. O HOMBRE CLAVE EN LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA Juan Gregorio de Las Heras nació en Buenos Aires el 11 de julio de 1780. Participó en las invasiones inglesas como soldado y al estallar la Revolución prestó servicios en el ejército patriota. En 1813 era jefe de la división de Auxiliares Argentinos, enviada a Chile en apoyo de la Patria Vieja. En 1814 participó en Rancagua y emigró a Mendoza, donde con sus fuerzas San Martín creó el Regimiento Nº 11 de Infantería. Hizo el cruce de los Andes, al frente de la segunda columna principal del ejército. En 1818 su desempeño salvó parte del Ejército Libertador de la derrota de Cancha Rayada, y que lucharía luego en Maipú. Participó de la campaña Libertadora del Perú y en 1821 retornó a Chile donde fue ascendido a mariscal de campo. Luego, pasó a Buenos Aires, y fue gobernador de la provincia (1824-1826). Murió en Chile en 1866. O PRIMEROS CHOQUES CON LOS REALISTAS La zona donde se daría la batalla, explica el historiador Ornstein, era la comprendida entre el valle del río Aconcagua, donde había acampado el Ejército de los Andes, y la Hacienda de Chacabuco. Allí esperaba el ejército comandado por Rafael Maroto. Por esta zona, de norte a sur, cruzaba el camino principal que va de Santa Rosa de los Andes a la ciudad de Santiago. Tras pasar el río Aconcagua, el lado sur del valle limitaba con una cadena de cerros. Estos ascendían unos 15 kilómetros y terminaban en la cresta de la serranía de Chacabuco, cuya altura máxima es de 1.280 metros. Luego del paso de la cresta, el camino empezaba el descenso hacia el sur (rumbo a la Hacienda de Chacabuco), que está a unos 10 kilómetros. El camino de bajada, entre la serranía y la hacienda, iba por un cajón llamado Quebrada de la Ñipa. Terminaba en un bañado, el Estero de las Margaritas. La quebrada estaba flanqueada por dos líneas de cerros: una al este, coronada por los cerros Cardonado, Los Halcones, Guanaco y Quemado, y otra al oeste, por los cerros de Las Cabras, Almendro, Morrillos y Chingue. Donde la cuesta llegaba al Estero de Las Margaritas, había un mamelón o cerro saliente y plano, llamado morro de las Tórtolas Cuyanas. Desde el norte, al llegar la cresta de Chacabuco, y empezar el descenso hacia la hacienda, el camino se dividía en dos. Uno era más transitado, directo y corto (la Cuesta Vieja), que terminaba en el Estero de las Margaritas. El más largo y sinuoso (la Cuesta Nueva) iba por el oeste de los cerros de Las Cabras, Morrillos y Chingue. Quedaba oculto por estos que le hacían de cerrillada o pantalla, impidiendo que se lo viera desde el lado de la Cuesta Vieja. Esta característica natural sería la aprovechada por San Martín. La noche del 11 al 12 de febrero fue de luna llena, como recuerda Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín. La vanguardia realista, al mando de los coroneles José María de Atero y Antonio Marquelí, se acordonaba. Eso quiere decir que se colocaba en posición extendida sobre los cerros a los lados de la cuesta de Chacabuco, y mirando hacia el norte, donde estaba el Ejército de los Andes, que formaba al pie de la serranía del lado del valle del Aconcagua, en el orden de batalla previsto por San Martín. Al ejército patriota se le repartieron las municiones a razón de 70 cartuchos de bala por hombre. Además, los soldados abandonaron sus mochilas con los bagajes para marchar al combate sin peso en las espaldas. A las 2 de la mañana del 12 empezaron a ascender la montaña en la forma de columna sucesiva por lo estrecho del terreno. Esto es: los hombres formados en columnas, más largas que anchas, y una columna marchando a distancia de la otra. Al llegar a la bifurcación en los dos caminos, la división del general Miguel Estanislao Soler debía tomar el de la derecha (la Cuesta Nueva), a la cabeza de la columna iba el batallón de Cazadores de los Andes. En tanto, la división o columna del general Bernardo O`Higgins debía hacerlo por el camino de la izquierda (la Cuesta Vieja), ambos caminos iban rumbo sur, pero la Cuesta Nueva, como se dijo, daba una vuelta más larga abriéndose primero hacia el sudoeste para doblar luego y volver hacia el sur. O OTRO DE LOS HOMBRES DE CONFIANZA DE SAN MARTÍN Miguel Estanislao Soler nación en Buenos Aires el 7 de mayo de 1783. Su padre era oficial español de servicio en el Río de la Plata. En 1796, con 13 años, entró en el Regimiento de Infantería de Buenos Aires y en 1806 y 1807, ya oficial, luchó en la reconquista y la defensa ante la invasión británica. Al producirse la Revolución de Mayo en 1810, se pasó al bando patriota y desde entonces sirvió en el naciente Ejército Argentino. Fue jefe del Regimiento Nº 6 de Pardos y Morenos, con el que participó del sitio de Montevideo en 1814. Luego fue nombrado general y gobernador de Montevideo hasta 1815 en que dejó el mando y volvió a Buenos Aires, donde participó en el derrocamiento del director supremo Carlos de Alvear. En 1816 fue nombrado por Pueyrredón como Jefe de Estado Mayor del Ejército de los Andes que formaba San Martín en Mendoza. Hizo el cruce comandando una de las columnas principales; participó en Chacabuco y por desavenencias con O`Higgins volvió a Buenos Aires. En 1820 fue gobernador de la provincia. Murió en su ciudad natal, en 1849. O San Martín marchaba a retaguardia de las dos columnas con su estado mayor y la bandera de los Andes, custodiada por el resto del batallón de artillería, cuyos cañones de batalla (la artillería pesada) no habían llegado aún. El Libertador decidió no esperarlos e iniciar el avance. “Ya no era San Martín el sableador de Arjonilla o de Bailén y San Lorenzo -dice Bartolomé Mitre-; ahora ganaba las batallas en su almohada, fijando de antemano el día y el sitio preciso, y justamente en ese mismo día estaba aquejado de un ataque reumático nervioso que apenas le permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su cuerpo la que combatía”. La división de Soler avanzó en silencio por los desfiladeros de la derecha, protegida por una larga cerrillada formada por los cerros ya mencionados-, que lo ocultaban de la vista del enemigo. La división de la izquierda (este), la de O`Higgins, trepó hasta llegar a la Cuesta Vieja formada en columna. Una guerrilla desplegada del batallón Nº 8 de Libertos cubría su flanco izquierdo por un sendero paralelo separado por una quebradilla. Tenían como objetivo llamar la atención de los realistas y distraerlos, reconocer la posición enemiga y a la vez estar prevenidos ante un posible ataque de flanco. Un piquete de caballería de Granaderos exploraba los rodeos del camino a fin de ahuyentar las posibles emboscadas en los recodos y descubrir si se habían construido fortificaciones o atrincheramientos. La guerrilla flanqueadora se posesionó de unas breñas (tierra quebrada y poblada de malezas) inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue contestado por otra guerrilla realista que salió a su encuentro. Apenas habían cambiado algunos tiros cuando de repente, para sorpresa de los realistas, apareció la columna de O`Higgins dando vuelta un recodo a tiro de fusil, tocando los tambores a la carga. La vanguardia realista no esperaba el ataque. Recién había visto a la columna de la derecha argentina asomar por su flanco izquierdo al término de la cerrillada, que hasta entonces la ocultaba. Y de golpe se vieron acometidos al mismo tiempo por el flanco y la retaguardia. Abandonaron rápidamente la posición sin siquiera pretender hacer resistencia. La cumbre de la serranía de Chacabuco fue coronada por los patriotas atacantes con las primeras luces del alba al son de músicas militares. Desde la altura pudieron divisar a la vanguardia realista que se retiraba en formación y ordenadamente cuesta abajo. Más lejos, al final de la cuesta, vieron al ejército enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El primer obstáculo estaba vencido -señalan Mitre y Ornstein- y la batalla se daría punto por punto, con algunas variantes imponderables, según las previsiones de San Martín. DEFENSA REALISTA El general realista Rafael Maroto esperaba poder disponer de dos días más para recibir refuerzos, pero se vio obligado a moverse en la madrugada del 12 desde las casas de Chacabuco. Colocó su línea de batalla a cinco kilómetros hacia el este, al pie de la Cuesta Vieja. La marcha anticipada del ejército patriota, sumado a lo rápido y bien combinado de la maniobra del primer ataque, no le dieron tiempo a los realistas para ocupar la cumbre como lo había proyectado su general. Ni siquiera para poder proteger a su vanguardia que, al ver a la luz de la luna -explica Ornstein- el movimiento de avance de los patriotas, decidió abandonar sus posiciones. Descendió en fuga, pero ordenada, perseguido por los granaderos de la caballería argentina. Según analizó Mitre, las disposiciones que tomó el general realista en tan crítico momento fueron acertadas, pues tendió su línea de batalla plegada, es decir apoyada, sobre la falda de los cerros opuestos a la serranía de Chacabuco y dando frente a la Cuesta Vieja. Protegido, en parte, por tapiales y cercos de espinillos, de forma que cubría la bajada de la Cuesta Vieja, podía dominar con los fuegos de fusilería el lecho de un estero de unos 400 metros de ancho. Por su centro corría el arroyo del Tebo, que bajaba desde un profundo barranco o quebrada del este. El general Maroto apoyó el ala derecha de su ejército en el barranco, usándolo como posición invulnerable. Allí colocó dos piezas de artillería que podían cañonear diagonalmente la boca de la quebrada de los cuyanos, por donde debía, según sus cálculos, asomar el ala izquierda argentina. A su propia ala izquierda, la puso en un mamelón (una saliente alta y escarpada) que coronó de infantería. Entre estos dos extremos formó sus batallones desplegados en columnas cerradas, intercalando entre ellas las tres piezas de artillería que le restaban. Finalmente, la caballería realista fue colocada en la retaguardia sobre el flanco izquierdo, y parte de ella dispersada en guerrillas, para proteger la retirada que estaba efectuando la vanguardia. De esta manera esperó con decisión y firmeza el ataque de los patriotas. Así fue -dice Mitre-, pese al desaliento visible de su tropa, del cual él mismo participaba por verse en una complicada situación. Maroto aún no sospechaba del movimiento de la columna patriota del oeste que venía por la Cuesta Nueva, la que debía tomarlo por el flanco izquierdo y la espalda, cerrándole la única retirada posible hacia el valle. O CÓMO ERA EL EJÉRCITO REALISTA En el Ejército Realista, sólo los generales eran españoles. Los oficiales y los soldados eran americanos, tenían sus familias y habían hecho su carrera en América. Se diferenciaban de los patriotas sólo por querer ser fieles al Rey y no separarse de España. Hasta Chacabuco, de este ejército se podía decir lo que sigue. Experiencia bélica: la tenían en especial el Talavera –único de españoles y que había peleado en la península-, el Concepción y los Dragones de la Frontera. Los demás eran milicianos, con poca aptitud para pelear. Los Talaveras eran indisciplinados y crueles tanto que los tenían por demonios. Pero muy bravos a la hora de combatir. Armamento y equipo: similares al de los patriotas. La infantería usaba fusiles de chispa, con bayonetas. La caballería, sables y lanzas. Los dragones, carabinas. La manera de pelear era la misma para realistas y patriotas. Ambos ejércitos usaban los manuales y libros de táctica españoles. Pese a lo que muchos creen, los realistas no vestían de rojo sino de azul, sólo las escarapelas eran rojas, color de España. O ATAQUES PATRIOTAS En tanto, San Martín, desde la altura de la serranía de Chacabuco, observaba que no era la fuerza principal de Maroto a la que había hecho retroceder. Sólo era el destacamento de vanguardia. Alcanzó a ver con su catalejo -dice Ornstein- al ejército de Maroto, ubicándose en la meseta al norte de la hacienda. Esta primera parte de la operación fue nítidamente diferenciada de la batalla por el propio San Martín en su informe, explica el historiador Ornstein. En uno de los párrafos expresa: “El resultado de nuestro primer movimiento fue como debió serlo, el abandono que los enemigos hicieron de su posición sobre la cumbre; la rapidez de nuestra marcha no les dio tiempo de hacer venir las fuerzas que tenían en las casas de Chacabuco para disputarnos la subida. Este primer suceso era preciso completarlo; su infantería caminaba a pie. Tenía que atravesar en su retirada un llano de más de cuatro leguas y aunque estaba sostenida por una buena caballería, la experiencia nos había enseñado que un solo escuadrón de Granaderos a Caballo bastaría para arrollarla y hacerla pedazos; nuestra posición era de las más ventajosas”. A pesar de la variación de la situación estratégica producida por el movimiento de los realistas, el plan de San Martín no necesitaba modificaciones sustanciales. Se trataba ahora de perseguir al destacamento de vanguardia enemiga y ampliar la maniobra de cerco encerrando a toda la división realista. La misma geografía del terreno le estaba indicando cuál era la maniobra más adecuada. ÓRDENES A O`HIGGINS San Martín dispuso que O`Higgins continuara con la persecución del enemigo, que se retiraba. Y mandó desprenderse de la división de Soler al tercer escuadrón de Granaderos a Caballo para que pasara a la división del general chileno. Pero le ordenó a O`Higgins que no pasara del morro de las Tórtolas Cuyanas. Le recalcó que allí sólo debía “entretener” al enemigo sin comprometerse a ninguna acción seria, hasta que apareciera la división de Soler. Este venía por la Cuesta Nueva hacia la vieja, para atacarlos por el flanco. San Martín instaló su cuartel general en lo alto de la cuesta desde donde podía ver la retirada de la vanguardia realista y la persecución de O`Higgins. También podía ver cómo se internaba la columna de Soler por la Cuesta Nueva hasta que vio desaparecer al último hombre tras la cerrillada que ocultaba el camino. Por su parte, luego de tocar la cumbre y pasar al otro lado el ala izquierda argentina, los tres escuadrones de Granaderos a caballo comandados por el coronel José Matías Zapiola se habían lanzado a picar la retirada de la vanguardia realista, sosteniendo fuertes tiroteos. Lo escabroso del terreno impedía que la caballería maniobrara con ventaja. Su avance fue lento, de modo que sólo pudo llegar a la boca de la quebrada, cerca del morro de las Tórtolas cuyanas, a eso de las 10 de la mañana. A esa misma hora, la división de O`Higgins estaba aún a media cuesta. Pero una hora antes, a las 9, la vanguardia realista, en fuga pero ordenada y no deshecha, había alcanzado la planicie y se unía al resto de sus fuerzas. La boca de esta quebrada da acceso a la parte más estrecha del valle de Chacabuco -dice Mitre-, y desde allí se transforma en un suave plano inclinado al tocar el llano, y está flanqueada por un elevado cerro al este, Los Halcones, y por un morro destacado al oeste, que desde entonces se llamó de las tórtolas cuyanas. Si los españoles hubiesen ocupado esta fuerte posición -explica el historiador Ornstein-, habrían dificultado la marcha de O`Higgins; pero el avance de los Granaderos no les dio tiempo. En un principio destacaron una guerrilla sobre el morro del oeste o de las Tórtolas, que son como caminos cubiertos. La maniobra fue evitada por una compañía de tiradores patriotas. Mientras, un escuadrón de granaderos impedía que tomaran el cerro del este. Los dos escuadrones restantes de granaderos ocupaban el espacio intermedio en espera de la llegada de la infantería de la columna de O`Higgins. En esos momentos los dos cañones realistas del ala derecha rompieron un vivo fuego. Por lo que el coronel Zapiola, al considerar innecesario exponer a sus hombres, tomó una posición más segura hacia la retaguardia. Eran las once de la mañana. En ese momento llegaba el ala izquierda, con O`Higgins a la cabeza. Al arribar el general chileno ordenó ocupar a paso de trote la boca de la quebrada al costado del morro de las Tórtolas Cuyanas y desplegó en línea de masas sus batallones dejando detrás como reserva a los granaderos plegados en columna. De esta forma se colocó en posición de amenazar a los realistas y tenerlos aferrados, como lo había previsto San Martín. COMO FUE LA BATALLA DE CHACABUCO Al ver retirarse a la vanguardia realista de la altura de la serranía de Chacabuco y perseguida cuesta abajo por los granaderos, el general Bernardo O`Higgins pidió autorización para ayudar en la persecución, escribe Bartolomé Mitre. Buscaba impedir que se reorganizaran al pie de la cuesta vieja, entre el cerro de los Halcones y el morro de las Tórtolas. San Martín le habría dado la autorización, pero recordándole la orden de que no realizara ninguna acción directa. Su papel era el de aferrar al enemigo. Sólo debía comprometerse en la batalla cuando la columna del mando de Soler llegara a su punto de contacto. El jefe argentino venía por el camino más largo de la Cuesta Nueva (de 2 a 3 horas más de marcha) y debía unírsele por el flanco realista. O`Higgins -explica Mitre-, era un ardoroso jefe en el combate, pero por ello mismo no tenía la sangre fría necesaria para ser un jefe divisionario, y se dejaba llevar por la pasión de su causa. Por eso, a veces precipitaba sus actos, tal como él mismo lo reconoció tras la batalla. Así, arrastrado por el movimiento impetuoso que imprimió a sus tropas, olvidó las órdenes y el plan establecido en junta de guerra, y tomó la ofensiva. Lo hizo pese a estar en evidente inferioridad numérica de su fuerza y sin haber reconocido a fondo la posición enemiga. O`HIGGINS DESOBEDECE De pronto -apunta el historiador Leopoldo Ornstein-, como si se hubiera propuesto conquistar la victoria por sí solo, O`Higgins hizo a un lado las instrucciones dadas por San Martín. Prescindió de Soler y de su maniobra envolvente. Se lanzó al ataque contra la fuerza principal enemiga nada más que con 1.300 hombres, mientras que el comandante realista Rafael Maroto tenía 3.500 hombres, seis cañones y ocupaba una fuerte posición defensiva en el borde de un barranco escarpado. Su ejército estaba apoyado sobre los cerros que dan a la hacienda de Chacabuco. Maroto puso al fogueado batallón de Talavera junto al de Chiloé, con parte de artillería en medio de ellos, en su flanco derecho. Los Carabineros quedaron en el centro, de frente al camino de la Cuesta Vieja. El batallón Valdivia quedó como ala izquierda y, detrás de ellos, la caballería de los Dragones de la Frontera y los Húsares. Apenas la columna de infantería patriota pisó el último plano de la Cuesta Vieja, O`Higgins desplegó su línea sobre la boca de la quebrada que se abría. Enseguida se adelantó hasta el llano, entre los cerros de las Tórtolas y los Halcones. Buscaba campo para desplegarse. Durante más de una hora se combatió a tiro de fusil. A las primeras descargas entre las posiciones, cayó muerto el coronel Ildefonso Elorriaga, de largos servicios al Rey de Chile. Mandaba el ala derecha del ejército realista, con el Talavera y el Chiloé, y que constituía su nervio. Los patriotas, por su parte, sufrieron algunas pérdidas sensibles. Ahora la acción estaba parcialmente empeñada, y el ataque de aferramiento o concurrente se convertía de golpe en el ataque principal pero sin obtenerse un resultado ni favorable ni inmediato, como señaló Mitre. Lo que en ese momento percibieron los patriotas de la división de O`Higgins era que el ala izquierda de la posición realista no terminaba en el cerro Victoria. Del otro lado del arroyo y la quebrada, a la altura del cerro del Chingue, que separaba la Cuesta Vieja de la Cuesta Nueva, se habían colocado los restos reagrupados de la vanguardia realista al mando del mayor Antonio Marquelí. Estaban en un morro y atacaban el flanco derecho de la infantería patriota que avanzaba, dejándola encerrada entre dos fuegos, de frente y de costado. Igualmente se vio de pronto -como señala Leopoldo Ornstein- que delante de la posición realista había una grieta insalvable al pie de la meseta donde se parapetaban. También se vio que entre el Chingue y el Victoria, el arroyo formaba un pantano (el Estero de las Margaritas), con lo que el ala izquierda enemiga -pese a no estar formada por el mejor batallón realista-, era la más fuerte y su posición era una trampa para quien quisiese atacarla. La situación era crítica, pues si la retirada tenía peligros, este avance en inferioridad era heroico, pero por demás temerario, a la par de innecesario aunque se ganase la posición. RIESGO INNECESARIO Si se seguía el plan combinado de San Martín, los realistas estaban perdidos. Habían tomado una posición defensiva y aceptado la batalla dentro de un recinto del que ignoraban que no tenían retirada posible. Por ello -juzgan Mitre y Ornstein-, era innecesario arriesgar a las tropas patriotas de antemano en tal ataque frontal. Mitre llega más lejos y señala que si el general Maroto hubiese tenido iniciativa, en vez de permanecer a la defensiva hubiera podido aprovechar la situación y llevar en aquel momento un ataque ventajoso. Pero sólo se limitó a amagar débilmente por los flancos de la columna de O`Higgins, con despliegue de guerrillas que fueron rechazadas, sosteniéndose pasiva y defensivamente a fuego de fusilería y de cañón. Cuando se dio cuenta y trató de pasar a la ofensiva, ya era tarde. Por su parte, O`Higgins, con su instinto heroico, llevado por los juramentos hechos tras la derrota de Rancagua en 1814 -según sus propias palabras-, deseaba vengarse de la opresión a su Patria por parte de los españoles. Creyó, debido a su valor, que podía decidir por sí solo la victoria contra los realistas sin el concurso del general Soler. Ordenó el avance de su infantería y repitió la histórica proclama que había dado en los combates de El Roble y de Rancagua: “¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!”. Los tambores dieron la señal con el toque de calacuerda. Se lanzaron a paso acelerado en columnas de ataque con apenas 700 bayonetas, de los batallones de infantería de libertos Nº 7 y Nº 8 del Ejército de los Andes. Sus comandantes eran los tenientes coroneles argentinos Pedro Conde y Ambrosio Crámer. Avanzaron contra al menos el doble (1.500) de infantes realistas, bien posicionados y sostenidos por su artillería. Además, O`Higgins le ordenó al coronel José Matías Zapiola que con sus granaderos intentase penetrar por el flanco derecho sobre la posición realista. Los batallones, formados por esclavos libertos argentinos marcharon valerosamente a la carga. Lo hacían sin disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo de su general. Pero antes de llegar a la falda de los cerros que ocupaba el enemigo, se encontraron con el obstáculo de una enorme grieta y de un arroyo que bajaba del barranco en que los realistas apoyaban parte de su fuerza. Los cañones españoles estaban ubicados en este punto, lo mismo que los infantes, en el cerro del Chingue. Según Mitre, los patriotas quedaban dentro de la zona peligrosa, en pleno campo de tiro de los fusiles y los cañones, por el frente de su avance. LAS POSICIONES A pesar de esto, los infantes patriotas hicieron tenaces esfuerzos para ganarle la posición a los realistas; aunque no pudieron trepar la altura de la barranca en que estaba acordonado el enemigo. Tuvieron que retroceder en desorden, de vuelta hacia su primera posición en la boca de la quebrada de donde habían salido. Buscaron reorganizarse fuera del alcance de los fuegos de los realistas. Para colmo de males -señala Ornstein-, la orden de atacar dada por O`Higgins a los granaderos de Zapiola, los había enviado al Estero de las Margaritas, donde se quedaron empantanados, recibiendo también el fuego cruzado desde el morro del Chingue y el cerro Victoria. Intentaron, en vano, penetrar por entre el flanco izquierdo y el del centro del enemigo. El morro del Chingue en que apoyaba el ala izquierda realista era un verdadero castillo por su elevación. Sin esperar contraorden, Zapiola sacó a sus granaderos de esa situación y para volver en orden a situarse fuera del fuego enemigo, protegidos tras el morro de Las Tórtolas Cuyanas. Al mismo tiempo mandaba al teniente Rufino Guido a la cumbre de Chacabuco a informar de la situación al Libertador. Todo ello sucedía mientras los infantes argentinos eran dispersados de nuevo por el fuego cruzado y retrocedían en desorden. Al ver lo que ocurría, San Martín, convencido de que su plan era la garantía de la victoria, si se cumplía al pie de la letra hasta la rendición del enemigo, llegó a temer por la suerte de la división del general O`Higgins. Se encontraba comprometida en un ataque heroico, pero temerario y en contra sus órdenes. Al recibir el parte del teniente Guido, extendió el brazo señalando en dirección a la Cuesta Nueva, y le gritó a su ayudante de campo, el mayor Antonio Álvarez Condarco: “Corra usted a decir al General Soler, que cruzando la sierra, caiga sobre el enemigo con toda la celeridad que le sea posible”. Enseguida espoleó su cabalgadura que se encabritó y lo llevó a la carrera cuesta abajo con toda la velocidad que le permitía lo escabroso del terreno. ATAQUE DIRECTO Como debió frenarlo un poco, esto le restó rapidez y llegó hasta la boca de la quebrada en los momentos en que O`Higgins se había adelantado otra vez sobre el llano con el propósito de renovar el ataque directo, y ya no podía retroceder. Se lanzaban al ataque en columnas con el Batallón Nº 7 al frente y volvía a ser detenido por la grieta y atacado por el frente y por el flanco por los realistas y lo obligaban a retroceder en desorden -señala Ornstein-. Era la una y media del día. El enemigo, advertido ahora de que no había más tropas patriotas que esas, comenzó los preparativos para un contraataque, cosa que vio claramente el Libertador, así como los oficiales del Regimiento de Granaderos a Caballo de los dos escuadrones de la reserva de O`Higgins que al pasar su general, a su orden, se le unieron en la marcha. Era imperioso que los granaderos cargaran a los realistas para frenar su contraataque y salvar a los infantes a la vez de abrirles una brecha por donde penetrar la línea enemiga. SABLE EN MANO El general San Martín tomó la bandera de los Andes y con ella animó a la infantería a reagruparse y volver al ataque. Devolvió la enseña al portaestandarte, desenvainó su sable y se puso al frente de los escuadrones de granaderos. Encabezó el ataque a la carga, con dirección al centro del ala izquierda enemiga, en medio del fuego graneado de los batallones realistas. Pero a poco de llegar a ellos, a unos doscientos metros -dice Ornstein-, el fuego enemigo comenzó a disminuir. En ese momento, San Martín advirtió que la línea enemiga vacilaba, y que algo extraordinario pasaba en sus filas. Ocurría que la vanguardia del ala derecha argentina, la columna de Soler, cuyo movimiento no había alcanzado a prever el general Maroto, estaba desembocando en el valle de Chacabuco y avanzaba a paso de trote y al galope sobre la izquierda de la posición realista. El momento decisivo había llegado. Soler había alcanzado, a la una y media del mediodía, la base del cerro del Chingue, sin que los realistas que estaban en su altura lo advirtieran, porque estaban ocupados en rechazar el ataque de O`Higgins. Por ello cuando la avanzada del batallón de Cazadores de los Andes de su división atacó a los 200 realistas allí apostados los tomaron por sorpresa y sin poder defenderse. Lanzadas nuevamente las columnas de Infantería de O`Higgins al ataque, San Martín ordenó -según Mitre- a los tres escuadrones de Granaderos mandados por los comandantes José Melián, Manuel Medina y el mayor Nicasio Ramallo, con el coronel Zapiola a la cabeza, que cargaran a fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la izquierda de la retaguardia enemiga. Como se ha visto, Ornstein lo señala en un documentado estudio, San Martín mismo se puso al frente de los escuadrones y dirigió el ataque. El escuadrón de Medina, pasando a través de un claro de la línea de la infantería patriota en marcha, cayó sobre la izquierda del centro enemigo llegando a acuchillar a los artilleros realistas sobre sus cañones. Mientras, Zapiola con los otros dos escuadrones penetraba por su costado derecho. Al mismo tiempo, los batallones Nº 7 y nº 8 encabezados por el general O`Higgins podían finalmente, tras superar la grieta y el barranco, tomar, bayonetas mediante, la posición realista. Los fuegos desde el mamelón (colina de forma redondeada) que tanto habían detenido el avance se habían terminado. La infantería realista estaba en retirada y formaba en cuadro en el centro de su campo. MANIOBRAS COMBINADAS Simultáneamente, el teniente coronel Rudecindo Alvarado, que con el batallón Nº 1 de Cazadores de los Andes llevaba la vanguardia de la columna derecha argentina, desprendía dos compañías al mando del capitán Lucio Salvadores y del teniente José Zorrilla, que se apoderaban del mamelón, matando incluso al coronel español Antonio Marquelí, que lo sostenía. Mientras tanto, entra en acción el mayor Mariano Necochea con el escuadrón de Granaderos de la Escolta y sostenido por el cuarto escuadrón de Granaderos a Caballo al mando del cuñado de San Martín, Manuel de Escalada. Ambos pertenecían a la columna de Soler. Aparentando descolgarse de los cerros, penetraron por la retaguardia y arrollaron a la caballería realista por la izquierda. A su vez, Zapiola ejecutaba idéntica maniobra por el otro extremo. Los húsares realistas, al ver que eran atacados por dos lados, decidieron no esperar y se retiraron a la carrera hacia el Portezuelo de la Colina en dirección a la hacienda. En ese momento, San Martín devolvió el mando del regimiento a Zapiola y le ordenó la persecución del enemigo. Al romperse el frente de la línea realista, los batallones de los costados de la ruptura se desbandaron y se pusieron en fuga. El jefe realista Maroto había perdido el control de sus hombres y sólo algunos oficiales lograron formar un cuadro con los dispersos del Talavera y el Chiloé para tratar de resistir. Los batallones de O`Higgins, ahora vencedores, convergieron sobre el cuadro en que se habían refugiado los últimos 500 realistas, que en unos 15 minutos fueron hecho pedazos. Los que quedaban buscaron huir por los cerros a sus espaldas. TRIUNFO CONTUNDENTE Allí encontraron cortada su retirada por el grueso de la infantería de la división de Soler que ya ocupaba el valle. Entonces trataron de resistir parapetados tras las tapias de la viña y del olivar contiguo a la hacienda de Chacabuco. Finalmente y luego de muchas pérdidas, se rindieron. Los que buscaron salvarse huyendo por el estero y por la prolongación del valle hacía el sur fueron exterminados en la persecución. El camino quedó sembrado de muertos desde Chacabuco hasta cerca del Portezuelo de la Colina. Los sables afilados de los Granaderos -dice Mitre- hicieron estragos: en el campo de batalla se encontraron un cráneo dividido en dos partes y el cañón de un fusil tronchado como una vara de sauce. A las 15, San Martín se reunió en el centro del campo de batalla con el general Soler, que llegaba con el grueso de su división por el desemboque de la Cuesta Nueva, para comunicarle las contingencias de la batalla al recién llegado. El resultado de la jornada, fue: 500 realistas muertos, 600 prisioneros, en su mayor parte de infantería; toda la artillería, un estandarte de caballería y dos banderas de infantería (las de los batallones de Chiloé y Talavera, aún conservadas en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires). También se consiguió armamento y el parque de artillería de los vencidos, aunque lo más importante fue la restauración de la libertad de Chile. Las pérdidas de los patriotas fueron: 12 muertos y 120 heridos, muchos de los cuales morirían luego a causa de las heridas recibidas. Nadie duda de que si el plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto, como pudo y debió hacerse, la batalla hubiera terminado por una rendición del enemigo. No hubiera habido el derramamiento de sangre que causó la valiente temeridad de O`Higgins, quien, como combatiente, fue uno de los héroes del día. San Martín, al dar cuenta de esta victoria, resumió su empresa en estos términos: “Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”. Dice Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín refiriéndose a la estrategia del Libertador: “El mérito de la batalla de Chacabuco consiste precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de las batallas”. Y explica que el resultado de la hábil planificación de San Martín había hecho que la batalla estuviera ganada antes que los soldados la dieran. Todo respondía a un plan metódico en el que los días y las horas estaban contados y los resultados estaban, y fueron, los previstos. “Fue una sorpresa a la luz del día en que nada se libró al acaso”, cierra Mitre. La batalla de Chacabuco dio la libertad a Chile, que se afianzaría al año siguiente luego de Maipú, pero además dio la señal de que los americanos del Sur iniciaban la guerra ofensiva por su independencia, que culminaría siete años después (1824) con la victoria final en la pampa de Ayacucho. San Martín logró con ella cerrar la primera fase e iniciar la segunda de su Plan Continental para la revolución americana. Aisló al poder español en el estrecho recinto del Perú; salvó a la revolución argentina de su ruina y contuvo la invasión que la amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo a un enemigo peligroso que la amenazaba por el flanco de la cordillera. Fue la primera batalla americana con largas e importantes proyecciones históricas. El virrey del Perú, Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de España empezó a retroceder en América y su poder a ser conmovido en sus fundamentos: “La desgracia que padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires, trastornó enteramente el estado de las cosas, fue el principio de restablecimiento para los disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el Pacífico. Cambióse el teatro de la guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a Chile, donde con más facilidad y a menos costa podían combatir al nuestro en sus fundamentos”. SAN MARTÍN RECHAZA CARGOS Y HONORES El 14 de febrero de 1817, el Ejército Libertador hizo su entrada triunfal en la ciudad capital del Reino de Chile, Santiago, ahora liberada. El comandante en jefe de ese ejército, José de San Martín, se alejó de todo tipo de ovaciones populares y de festejos, tal como lo destaca Bartolomé Mitre. San Martín estaba totalmente dedicado a llevar adelante sus planes de liberación continental. Una meta que, luego del triunfo de Chacabuco, estaba cada vez más cerca. Siempre se supo que las manifestaciones de júbilo y de algarabía popular no eran de su agrado. Su verdadera grandeza estaba en pensar más allá de lo cotidiano. En ese momento, su mente estaba en calcular y combinar los recursos que la victoria le proporcionaba para llevar adelante y a buen término el resto de la tarea en la que estaba empeñado. Su primer pensamiento -explica Mitre- fue por los pueblos cuyanos que tanto le habían dado, proporcionándole los medios para realizar su empresa. Le escribió al Cabildo de Mendoza: “Gloríese la admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de sus sacrificios. Todo Chile es ya nuestro”. En las mismas fechas y en similares términos le escribió a los Cabildos de San Juan y San Luis: “Las armas victoriosas del Ejército de la Patria ocupan ya el reino de Chile, rompiendo la fatal barrera que antes los separaba de sus hermanos y vecinos los habitantes de Cuyo. Me apresuro a felicitar a V.S. y a ese benemérito pueblo, manifestándole la expresión más tierna de mi gratitud a su patriotismo y constantes esfuerzos, que sin duda fue el móvil más poderoso que contribuyó a la formación del Exto. de los Andes. O`HIGGINS AL GOBIERNO Al día siguiente de los festejos populares, se expidió un bando convocando a un Cabildo Abierto o una asamblea de notables. Como ya había sucedido en 1810 en toda América, debían designar, en este caso, a tres electores por cada una de las villas y provincias chilenas que habían sido liberadas: las de Santiago, Concepción y Coquimbo. Ellos debían nombrar al jefe o Director Supremo del Estado chileno. La Asamblea así convocada logró reunir cien representantes. Estuvieron bajo la presidencia del gobernador interino don Francisco Ruiz Tagle, quien a su vez había sido elegido por el pueblo de Santiago ante la fuga precipitada de Marcó del Pont. Todos los concurrentes -explica Mitre- decidieron no seguir el orden del día estipulado y declararon por aclamación que la voluntad unánime era la de nombrar al propio general San Martín como Gobernador de Chile, con omnímodas facultades. Así lo hicieron constar en el acta que se levantó y todos firmaron ante escribano público. En el acta dice que el general San Martín rehusó tal honor. “Sólo aceptó una hoja de laurel sagrado para su patria”. Lo cierto fue que San Martín seguía, además de su propia naturaleza de evitar honores que creía innecesarios, las instrucciones expresas que había redactado de acuerdo con el Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón. Estas estipulaban que el general no tomaría nombramientos ni tareas de gobierno. El ejército de Los Andes se proponía liberar a Chile y dejarlo en libertad de elegir un gobierno propio. Debía quedar en manos de un hijo del país y sólo podía haber una alianza ofensiva-defensiva con las Provincias Unidas. De ningún modo una anexión o fusión, ni siquiera cogobierno. Ello era la médula del plan sanmartiniano, cuando claramente él mismo había señalado la idea de “apoyar un gobierno de amigos leales”, para el plan continental. Además, esta actitud era para dejar sentado claramente, en oposición a lo que los realistas habían difundido maliciosamente, que el Ejército de los Andes no venía a conquistar Chile para unirlo a las Provincias Unidas, sino sólo a colaborar en su libertad. Por ello San Martín se negó a aceptar el mando que se le ofrecía, y volvió a convocar, por intermedio del Cabildo de Santiago, a una nueva asamblea popular. Concurrió el doble que antes de vecinos notables. Para que todo fuese claro, el Auditor del Ejército de los Andes, Bernardo de Vera y Pintado, reiteró públicamente la renuncia de San Martín, y en el acto fue aclamado el general Bernardo O`Higgins como Director Supremo del Estado de Chile. El nuevo Director Supremo nombró como ministro del Interior a don Miguel Zañartú, hombre de carácter entero y decidido partidario de la alianza chileno-argentina -recalca Mitre-, y en el departamento de Guerra y Marina al teniente coronel José Ignacio Zenteno, que se había desempeñado como secretario de San Martín. El primer acto de gobierno de O`Higgins fue dirigirse al pueblo declarando solemnemente: “Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de recuperarnos la libertad usurpada por los tiranos. La condición de Chile ha cambiado de semblante por la gran obra de un momento, en que se disputan la preferencia, el desinterés, mérito de los libertadores y la admiración del triunfo. ¿Cuál deberá ser nuestra gratitud a este sacrificio imponderable y preparado por los últimos esfuerzos de los pueblos hermanos? Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo las órdenes del general San Martín. Elevado por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del Estado, anuncia al mundo un nuevo asilo en estos países a la industria, a la amistad y a los ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra emancipación, da lugar a un porvenir próspero y feliz con estas regiones”. BAILE DE HONOR Luego de proclamarse a O`Higgins Supremo Director del Estado el 16 de febrero, se dispuso por parte de algunos patriotas acaudalados un baile en honor de la victoria y los vencedores. Uno de los concurrentes, Vicente Pérez Rosales, entonces un niño, recordó las características de aquel festejo que se hizo en la que era entonces la casa de su abuelo. Dijo que esta contaba con dos patios que daban luz por ambos lados del salón principal y que estaban unidos por medio de toldos de campaña hechos con velas de buques. Se colgaron arañas hechas con círculos concéntricos de bayonetas puntas abajo, en cuyos cubos se colocaron los velones de sebo para iluminar. Las paredes se adornaron con ramas de arrayanes y espejos y en las ventanas se pusieron dibujos alusivos. Había músicos en ambos patios. Pero lo que más llamó la atención de todos fue que en la calle, junto a la puerta principal, se colocó una batería de artillería de montaña, “que contestando a los brindis y las alocuciones patrióticas del interior, no debía dejar vidrio parado en todas las ventanas de aquel barrio”. Las señoras concurrieron coronadas de flores y los caballeros, por su parte, llevaban gorros frigios rojos con franjas de cintas bicolores azul y blanco. A la fiesta, además de todos los oficiales del Ejército de los Andes, concurrieron lo más lucido de la juventud patriótica “y los contados viejos que la crueldad de Marcó dejó sin desterrar”. San Martín, después de un lacónico pero enérgico y patriótico brindis, de pie y rodeado de su estado mayor, arrojó contra el suelo la copa en que acababa de beber para que nadie pudiese profanarla después con otro que expresase contrario pensamiento según el relato de Pérez Rosales. MARCÓ DEL PONT, PRESO Como trofeo de la victoria, trajeron a Francisco Casimiro Marcó del Pont para que lo viera San Martín. Hasta la batalla de Chacabuco había sido presidente y capitán general de Chile, nombrado por el rey de España. Al producirse la derrota de los realistas, Marcó del Pont quedó perdido en medio de la dispersión de sus tropas. Una gran parte de ellas se embarcó despavorida -recuerda Mitre- en el puerto de Valparaíso con el general Rafael Maroto a la cabeza. Los barcos se dirigían raudamente hacía el puerto del Callao de Lima, dejando más de la mitad de la tropa en tierra, que cayó prisionera de los patriotas cuando tomaron el puerto. Marcó del Pont, aterrado por la derrota, no tuvo tiempo de huir. Se separó furtivamente de la comitiva que marchaba hacia Valparaíso y, como estaba agotado por la marcha rápida, no alcanzó a embarcarse a tiempo en los buques que iban al Perú. Fue hecho prisionero. El 22 de febrero de 1817, fue llevado ante la presencia de San Martín. Este lo recibió de pie, y extendiéndole la mano le dijo con semblante risueño y haciendo alusión a una frase de Marcó: “¡Oh, señor general! ¡Venga esa blanca mano!”. La broma hacía referencia a un comentario hecho por Marcó del Pont un año antes a un enviado de San Martín, que le traía la noticia de la independencia Argentina. Le había dicho sobre una nota que enviaba: “Yo firmo con mano blanca, no como la de su jefe que es negra”. San Martín se cobraba así el insulto hecho por su oponente en la cima del poder. Luego de esto, que debe haber puesto pálido al general del Rey, San Martín lo hizo pasar a su gabinete de trabajo y habló a solas con él por cerca de dos horas, despidiéndolo cortésmente. ¿Recordarían quizá algunas campañas en el ejército español en las que lucharon juntos, aunque sin conocerse entonces? Marcó era algo mayor que San Martín y cuatro años más antiguo en el ejército español. Habían coincidido en algunas de las campañas militares en África y Francia a fines del Siglo XVIII. Aquella broma fue toda su venganza. Otra venganza humorística fue contra un fraile agustino realista, quien con un juego de palabras, había predicado contra él: “¡San Martín! ¡Su nombre es una blasfemia!.... No le llaméis San Martín, sino Martín, como a Martín Lutero, el peor y más detestable de los herejes”. Después de la victoria, lo llamó a su presencia y con ademán terrible, fulminándolo con la mirada, lo apostrofó: “¡Usted me ha comparado a Lutero, quitándome el San!.... ¿Cómo se llama usted? “Zapata, señor general”, respondió el fraile humildemente. “Pues desde hoy le quito el Za en castigo, y lo fusilo si alguien le da su antiguo apellido”. Al salir a la calle un feligrés lo llamó por su nombre, y el fraile aterrado le tapó la boca y prorrumpió en voz baja: “¡No! ¡No soy el padre Zapata, sino el padre Pata! ¡Me va en ello la vida! HONORES EN BUENOS AIRES Un mes después de Chacabuco, San Martín regresó a Buenos Aires para unificar ideas con el director Pueyrredón. Según su forma de ser, entró de incógnito en la ciudad y se dirigió a casa de su familia para ver primero a su esposa y su hija. Cuando se enteraron de su presencia, el pueblo y el gobierno le tributaron grandes agasajos, que recogió en sus memorias Juan Manuel Beruti. Dice que el 26 de febrero de 1817 entró en la capital Don Mariano Escalada, con los pliegos oficiales enviados por San Martín de haber reconquistado con las tropas de los Andes el reino de Chile. Venía, además, con uno de los trofeos tomados: la bandera del Talavera, la que entregó al Director Supremo. Al saberse la noticia, antes que llegara Escalada, se hizo una salva general de artillería, y se festejó la victoria con tres noches de teatro a beneficio de las viudas de los caídos en la batalla, los días 24, 25 y 26 de febrero. La bandera capturada fue llevada desde el fuerte, y puesta en actitud de rendición, con las banderas de la Patria enarboladas sobre ella, en el balcón principal del Cabildo. Luego fue llevada a la Catedral de Buenos Aires, donde el 2 de marzo hubo un Te-Deum, en acción de gracias al Señor por la victoria. El 9 de marzo trajeron una bandera y un estandarte más que también se colocaron en los balcones del Cabildo. Junto a ellas, se puso un retrato de San Martín en el arco principal con una corona de laurel y, al pie, entre trofeos militares, un letrero decía: “San Martín el laurel toma, Grecia no pudo hacer más”. Finalmente, el 30 de marzo de 1817 entró San Martín y “fue -dice Beruti- recibido por todas las autoridades y corporaciones, con el séquito y opulencia que merecía su persona y glorias adquiridas. Con salvas, las calles colgadas de ricos tapices, olivos que formaban calles, y un inmenso pueblo que lo acompañaba, entre vivas y aclamaciones; habiéndose a la noche iluminado los balcones del Cabildo, con su correspondiente música, y un famoso castillo de fuego puesto en medio de la plaza”. “La venida de este Señor se ignora a qué es; pero deben de ser cosas de mucha entidad por no haberlas querido fiar a la pluma, sino tratarlas y comunicarlas verbalmente con el Sr. Director.” Beruti cierra su relato diciendo que el 19 de abril de 1817, “salió de esta capital para la de Chile, el Sr. De San Martín”. Las batallas de San Martín: Chacabuco, un paso clave. Arte Gráfico, Editorial Argentino. S.A. Clarin. Bibliografía Félix Best: Historia de las Guerras Argentinas. Instituto Nacional Sanmartiniano: Documentos para la Historia del Libertador Gral. San Martín. B. Mitre: Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana. Leopoldo Ornstein: Las Campañas Libertadoras del Gral. San Martín. Mario Orlando Punzi: San Martín, el primer montañés de América. Patricia Pasquali: San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria. Diego Alejandro Soria: Las campañas militares del General San Martín. INS. José Luis Picciuolo: La batalla de Chacabuco en San Martín Libertador de América. Julio Luqui Lagleyze: Por el Rey, la Fe y la Patria, el ejército realista en la independencia Sudamericana.