LOS CONTEMPLATIVOS Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN El domingo 3 de junio celebramos la ‘Jornada pro orantibus’, este año bajo el lema: “Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal 34,6). La contemplación, luz de la nueva evangelización”. 1. Los contemplativos, epifanía del rostro transfigurado de Cristo La vida de los monjes y monjas, contemplada desde la fe, es una verdadera epifanía del rostro de Cristo. Los contemplativos, como los místicos, se asoman al misterio de Dios, atisban sus maravillas, gozan de sus confidencias, saborean su intimidad. Por eso están llamados a irradiar en el mundo a Cristo, que es la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Las palabras de Cristo se convierten en luz porque nos abren los secretos del Padre, proclaman la salvación y trazan el camino hacia la vida. Y porque nos llaman también a la conversión y a la fe (cf. Mc 1, 15). Son palabras que producen la alegría del corazón. 2. Con el rostro radiante, entregan a los demás el fruto de la contemplación Pero los monjes y monjas no gozan de Dios y saborean sus confidencias ellos solos. Suben al monte de Dios por la oración para bajar luego y compartir sus vivencias con los hermanos en la fe. Santo Tomás de Aquino nos dejó brillantemente plasmada la consigna que rige su vida: “contemplata aliis trajere”, entregar a los demás lo contemplado en el trato íntimo con el Señor. “Vuestro celo –ha recordado Benedicto XVI a los contemplativos- nace de haber descubierto la belleza de Cristo, de su modo único de amar, encontrar, sanar la vida, alegrarla, confortarla. Y esta belleza es la que vuestra vida quiere cantar, para que vuestro estar en el mundo sea signo de vuestro estar en Cristo”. Nuestra vida, triste tantas veces, necesita el canto de los monjes y monjas de clausura. También el beato Juan Pablo II hablaba de la Vida Consagrada en estos términos: “En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rastro de Dios, es urgente un audaz testimonio profético por parte de las personas consagradas. Un testimonio ante todo de la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros, como se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas. La misma vida fraterna es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde, a veces sin darse cuenta, un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras. La fidelidad al propio carisma conduce a las personas consagradas a dar por doquier un testimonio cualificado, con la lealtad del profeta que no teme arriesgar incluso la propia vida” (VC 85). 3. Los contemplativos y la nueva evangelización Los contemplativos evangelizan con lo que “son”, más que con lo que “hacen”. Su propia vocación y consagración son ya instrumento de evangelización. Contemplan al Señor para irradiar con su vida, como hemos dicho, la alegría de su entrega. Esta es la labor evangelizadora que llena su existencia: vivir en Cristo siendo “Evangelio viviente” para la Iglesia y para toda la humanidad. Por la oración y el testimonio de una vida evangélica, se unen al anuncio de Jesucristo en esta hora de la nueva evangelización. Los contemplativos no necesitan recorrer los caminos del mundo, como los misioneros y los apóstoles. Pero desde sus monasterios contribuyen eficazmente a la evangelización del mundo, como ocurrió en la primera evangelización de Europa. Los europeos aprendieron de ellos a orientar su vida y su cultura hacia Dios. Desde el silencio, los contemplativos son centinelas de la luz de Dios para el mundo. Como ocurre en los rosetones y las vidrieras de las Iglesias, a través de ellos penetra en el mundo la luz de Cristo. Ellos son el fermento de la nueva evangelización, que no se limitará a transformar el medio natural, sino que cambiará el corazón y los horizontes del hombre. «El mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios […] Sólo a través de hombres y mujeres modelados por la presencia de Dios la Palabra de Dios continuará en el mundo dando sus frutos» (Benedicto XVI, 16.10.2011). Las dominicas de clausura, como todos los contemplativos y contemplativas, hablan a Dios de los hombres por la oración de intercesión y la expiación de la ofrenda generosa. Y hablan a los hombres de Dios con el testimonio de una vida abnegada y escondida por amor. Mientras peregrinamos por este mundo entre luces y sombras, los contemplativos nos recuerdan que también hoy Dios es el único necesario, que hay que buscar primero el Reino de Dios, que la vida nueva en el Espíritu preanuncia la consumación de los bienes invisibles y futuros. A esta magnífica tarea dedican de modo especial su vida las Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada, presentes en nuestra Diócesis. Tal vez sin percibirlo del todo, el contemplativo nos recuerda también la condición originaria del hombre: ser para Dios, condición nunca del todo perdida aunque muchas veces olvidada. El hombre participa de Dios por ser su imagen y participar de su ser. Es espíritu encarnado que vive en proyección hacia Dios y hacia el mundo, aunque a veces desequilibra esa tensión. La vida del contemplativo enseña a los hombres a mirar por encima de sí mismos y más allá de sí mismos. Manteniendo viva en el mundo esta presencia de Dios, el contemplativo colabora decisivamente a poner al hombre en presencia de sí mismo. En su aparente inacción, los contemplativos tienen la misión de devolver al mundo y al hombre su verdadera dirección, el verdadero norte al que tiene que tender toda su vida: el encuentro definitivo con Dios. 4. Poner al mundo en oración y mostrar cercanía a los hombres Es necesario suplir el silencio mudo de los corazones, vacíos de la memoria de Dios, con el silencio vibrante de los que oran sin descanso. De los contemplativos debe partir el estímulo para incorporar a la alabanza divina la totalidad del Cuerpo místico y así componer, todos juntos, un único himno de alabanza. Dedicando mucho tiempo a la adoración, tarea esencial de los contemplativos, ponen el corazón del mundo y de los hombres a los pies de Dios. Ellos sostienen, mediante la oración de intercesión, el peso de la peregrinación de la Iglesia y de la humanidad, es decir, las pruebas, el dolor, los esfuerzos, las indigencias y, también, los logros de cada hombre, y en especial de cada evangelizador. Decía Santa Clara a Inés de Praga: “Te considero colaboradora del mismo Dios y sostenedora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable” (3 carta de Sta. Clara a Inés de Praga; cf. 1 Cor 3, 9). Desde sus monasterios las clarisas -como todos los contemplativos- descubren, anuncian y testifican la presencia de Dios entre los hombres de hoy y de cada generación. Nuestras Hermanas concepcionistas, viviendo el amor a la Madre Inmaculada, tratan de empaparse en el amor a Dios para participar en el espíritu evangelizador y colaborar a que el Cuerpo Místico de Cristo crezca en santidad y apostolicidad. Ante el gran reto de la nueva evangelización, como miembros de un Cuerpo vivo que son, los contemplativos sienten muy vivamente que tantos cristianos hayan perdido la fe o hayan abandonado la práctica religiosa. Pero saben también que poderoso es Dios para hacer resplandecer la gloria de Cristo resucitado en el rostro de la Iglesia orante, y convertirla en un signo elocuente de su presencia en el mundo, así como de su amor personal por cada ser humano. +Manuel Sánchez Monge, Obispo de Mondoñedo-Ferrol