CALLE DE LLEGADA, CALLE DE SALIDA Hay gente que llega. Busca con los ojos entre la multitud de los que esperan a quienes la esperan. Los besa y dice que está cansada del viaje. Hay gente que se va. Dice adiós a quienes no se van y besa a los niños. Hay una calle para la gente que llega y otra para la gente que se va. Hay un café para las llegadas y otro para las salidas. Hay gente que llega y gente que se va. Pero hay una estación a la que quienes llegan son precisamente los que se van una estación a la que quienes llegan nunca han llegado, de la que quienes se van nunca han regresado. Es la estación más grande del mundo. Es a esta estación a la que llegan, vengan de donde vengan. Llegan después de días y noches de atravesar países enteros llegan con los niños, hasta con los más pequeños que no deberían estar en ese viaje. 10 CHARLOTTE DELBO Se han llevado a los niños porque no se separa uno de los niños para un viaje así. Quienes tenían oro se lo han llevado porque creían que el oro podía serles útil. Todos se han llevado lo que les era más querido porque no hay que dejar lo más querido cuando uno se va lejos. Todos se han llevado la vida, era sobre todo la vida lo que había que llevarse. Y cuando llegan creen que han llegado al infierno posible. Aunque no creían en él. No sabían que hubiera un tren para el infierno pero ya que lo han tomado se arman de valor y se sienten dispuestos a afrontarlo con los niños las mujeres los padres ancianos con los recuerdos y los papeles de la familia. No saben que a esta estación no se llega. Esperan lo peor, no lo inconcebible. Y cuando les gritan que se alineen de cinco en fondo, los hombres a un lado, las mujeres y los niños al otro, en un idioma que no entienden, entienden los golpes con las porras y se alinean de cinco en fondo porque se esperan cualquier cosa. Las madres aprietan a los niños contra ellas —temían que se los quitaran— porque los niños tienen hambre y sed y están contrariados por la falta de sue- NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERÁ 11 ño tras cruzar tantos países. Al fin han llegado y van a poder ocuparse de ellos. Y cuando les gritan que dejen los paquetes, los edredones y los recuerdos en el andén, los dejan porque deben esperarse cualquier cosa y no quieren asombrarse ante nada. Dicen «ya veremos», ya han visto mucho y están cansados del viaje. La estación no es una estación. Es el final de los raíles. Miran apesadumbrados la desolación que los rodea. Por la mañana la bruma les oculta los pantanos. Por la tarde los reflectores iluminan las alambradas con una claridad de fotografía astronómica. Creen que es allí adonde los llevan y están aterrados. Por la noche esperan el día, las madres con el peso de sus hijos en brazos. Esperan y se preguntan Al llegar el día dejan de esperar. Las columnas se ponen en marcha. Las mujeres y los niños primero, son los más cansados. Luego los hombres. También cansados, pero aliviados porque a sus mujeres y a sus hijos los hayan hecho pasar primero. Porque han hecho pasar primero a las mujeres y a los niños. En invierno los sobrecoge el frío. Sobre todo a los que vienen de Candía, para quienes la nieve es una novedad. En verano los ciega el sol cuando bajan de los furgones oscuros en que los encerraron al salir. 12 CHARLOTTE DELBO Al salir de Francia de Ucrania de Albania de Bélgica de Eslovaquia de Italia de Hungría del Peloponeso de Holanda de Macedonia de Austria de Herzegovina de las orillas del mar Negro y de las orillas del Báltico de las orillas del Mediterráneo y de las orillas del Vístula. Querrían saber dónde están. No saben que se hallan en el centro de Europa. Buscan la placa con el nombre de la estación. Es una estación que no tiene nombre. Una estación que para ellos nunca tendrá nombre. Los hay que viajan por primera vez en la vida. Los hay que han viajado a todos los países del mundo, son comerciantes. Estaban familiarizados con todos los paisajes pero no reconocen éste. Miran. Podrán contar más tarde cómo era aquello. Todos quieren recordar sus impresiones, la sensación que han tenido de que no regresarán. Es una sensación que quizá hayan tenido ya alguna vez en la vida. Saben que hay que desconfiar de las sensaciones. Los hay que vienen de Varsovia con grandes mantones y hatos bien anudados los hay que vienen de Zagreb, las mujeres con pañuelo a la cabeza los hay que vienen del Danubio con jerseys tejidos en largas veladas con lanas multicolores los hay que vienen de Grecia, han traído aceitunas negras y lokum los hay que vienen de Montecarlo NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERÁ 13 estaban en el casino visten de frac y llevan la pechera rota por el viaje tienen barriga y están calvos son banqueros gordos que jugaban a la banca hay recién casados que salían de la sinagoga, la novia de blanco y con velo, toda arrugada tras haber dormido en el suelo del vagón el novio de negro y con sombrero de copa y los guantes sucios los padres y los invitados, las mujeres con bolsos de perlas todos lamentan no haber podido pasar por casa para ponerse ropa menos delicada. El rabino camina muy erguido abriendo la marcha. Siempre ha sido un ejemplo para los demás. Hay alumnas de un internado con faldas tableadas idénticas y sombreros adornados con cinta azul. Se acomodan los calcetines al bajar y caminan con gracia de cinco en cinco como en el paseo de los jueves, agarradas de la mano y sin saber. ¿Qué puede pasarles a unas colegialas de internado que están con su maestra? La maestra les dice: «Sed juiciosas, niñas». Ellas no tienen ganas de no ser juiciosas. Hay ancianos que recibían noticias de sus hijos en América. Se hicieron una idea del extranjero por las tarjetas postales. Nada era parecido a lo que ven aquí. Sus hijos no podrán creérselo. Hay intelectuales. Son médicos o arquitectos, compositores o poetas; se distinguen por la manera de 14 CHARLOTTE DELBO andar y por las gafas. También han visto mucho en la vida. Han estudiado mucho. Algunos incluso han imaginado mucho para escribir libros y nada de lo imaginado se parece a lo que ven aquí. Están todos los obreros de peletería de las grandes ciudades y todos los sastres de caballero y de señora, todos los confeccionistas que habían emigrado a Occidente y que no reconocen en esta tierra la de sus antepasados. Está el pueblo inagotable de las ciudades colmena formando aquí filas interminables y uno se pregunta cómo es posible que cupiera tanta gente en las celdillas superpuestas de las ciudades. Hay una madre que da un pescozón a su hijo de cinco años quizá porque el niño no quiere darle la mano y ella quiere que se quede quieto a su lado. Puede perderse, no debe separarse de ella en un lugar desconocido y lleno de gente. Da un pescozón a su hijo y nosotros, que sabemos, no se lo perdonamos. Aunque tampoco iba a cambiar nada que lo cubriera de besos. Hay quienes han viajado dieciocho días, se han vuelto locos y se han matado unos a otros dentro de los vagones, y quienes se han asfixiado durante el viaje por lo apiñados que iban pero, claro, esos no bajan. Hay una niña pequeña que aprieta una muñeca contra su pecho; también las muñecas se asfixian. NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERÁ 15 Hay dos hermanas con abrigo blanco que salieron de paseo y no volvieron a cenar. Sus padres siguen preocupados. De cinco en cinco toman la calle de llegada. No saben que es la de salida. Es la calle que sólo se toma una vez. Marchan en perfecto orden: que no se les pueda reprochar nada. Llegan a un edificio y suspiran. Por fin han llegado. Y las mujeres, cuando les gritan que se desnuden, desnudan primero a los niños con cuidado para no despertarlos del todo. Después de días y noches de viaje están nerviosos y enfurruñados y comienzan a desnudarse delante de los niños, qué se le va a hacer y cuando les dan una toalla a cada una se inquietan por si en la ducha habrá agua caliente, los niños podrían coger frío y cuando los hombres entran por otra puerta en las duchas también desnudos esconden a los niños contra ellas. Y tal vez entonces todos comprenden. Pero no sirve de nada que comprendan porque no pueden decírselo a quienes esperan en el andén a quienes ruedan en vagones a oscuras atravesando todos los países para llegar aquí a quienes están ya en algún campo y se angustian 16 CHARLOTTE DELBO ante la salida por temor al clima o al trabajo y por miedo a dejar sus pertenencias a quienes se esconden en las montañas y en los bosques y no tienen ya paciencia para seguir escondidos. Pase lo que pase volverán a casa. Por qué habrían de ir a buscarlos a casa si nunca han hecho daño a nadie a quienes no han querido esconderse por no dejar todo abandonado a quienes creían haber puesto a los niños a salvo en un internado católico en el que las señoritas son tan buenas. Vestirán a una orquesta con las faldas tableadas de las escolares. El comandante quiere que suenen valses vieneses los domingos por la mañana. Una jefe de bloque hará cortinas que den un aire hogareño a su ventana con el manto sagrado que llevaba consigo el rabino para celebrar el oficio le ocurriera lo que le ocurriera allí donde se encontrara. Una kapo se disfrazará con el traje y el sombrero de copa del novio y su amiga con el velo y jugarán a las bodas por la tarde cuando las demás se hayan acostado muertas de cansancio. Las kapos pueden divertirse, por la tarde no están cansadas. Repartirán entre las alemanas enfermas aceitunas negras y lokum aunque a ellas no les gustan las aceitunas, ni siquiera las de Calamata. Y todo el día y toda la noche todos los días y todas las noches echan humo las NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERÁ 17 chimeneas con el combustible llegado de todos los países de Europa unos hombres se pasan el día junto a las chimeneas tamizando las cenizas para recuperar el oro fundido de los dientes postizos. Estos judíos llevan todos oro en la boca y son tantos que suma toneladas. Y en primavera hombres y mujeres esparcen las cenizas por los pantanos desecados y labrados por primera vez y fertilizan el suelo con fosfato humano. Llevan un saco atado a la cintura y hunden la mano en el polvo de huesos humanos y lo lanzan a voleo en los surcos luchando contra el viento que les devuelve el polvo a la cara y por la tarde están completamente blancos, con las arrugas marcadas por los hilos de sudor que han corrido sobre el polvo. Y no hay miedo de que falte porque llegan trenes y más trenes todos los días y todas las noches, todas las horas de todos los días y de todas las noches. Es la mayor estación del mundo en llegadas y en salidas. Sólo quienes entran en el campo saben entonces lo que les ha ocurrido a los otros y lloran por haberse separado de ellos en la estación cuando el oficial ordenó aquel día a los más jóvenes que formaran aparte alguien tiene que desecar los pantanos y esparcir las cenizas de los demás y se dicen que más les habría valido no entrar nunca allí y no haber sabido jamás. 18 CHARLOTTE DELBO Vosotros que habéis llorado dos mil años al que agonizó tres días y tres noches qué lágrimas tendréis para los que agonizaron mucho más de trescientas noches y mucho más de trescientos días cuánto lloraréis a los que agonizaron tantas agonías y eran innumerables No creían en la resurrección eterna Y sabían que no lloraríais.