Martes 5. San Bonifacio. Obispo y doctor de la Iglesia. San Marcos

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Martes 5. San Bonifacio. Obispo y doctor de la Iglesia. San Marcos 12, 13 – 17.
En aquel tiempo enviaron a unos fariseos y a unos herodianos con el fin de sorprenderlo en
alguna contradicción. Llegaron estos y le dijeron: - Maestro, ¿sabemos que eres sincero y que no te
dejas influir por nadie, pues no miras las apariencias de las personas, sino que enseñas con verdad el
camino de Dios? ¿estamos obligados a pagar los impuestos al emperador o no? ¿Lo pagamos o no lo
pagamos?
Jesús viendo su torcida intención, les contestó: - ¿Por qué me ponen a prueba? Traigánme la
moneda del impuesto para que la vea.
Se la llevaron y les preguntó: - ¿De quien es esta imagen y esta inscripción?
Le contestaron: - Del emperador.
Jesús les dijo: - Pues den al emperador lo que es del emperador y a Dios lo que es de Dios.
Esta respuesta los dejó asombrados.
Aquella gente le pregunta a Jesús sobre la licitud de el pago de los impuestos, se debe o no
pagarlos a los romanos.
Jesús aclara que la fe no es para ver los temas legales, a la fe le corresponde tocar los temas
humanos desde la óptica de lo ético. No es si se trata de una acción permitida o no permitida, sino si
esta es justa. Así el asunto no es sobre la valides de los del pago de los impuestos, sino del uso que se
hagan de ellos. Todos estamos llamados a pagar los impuestos, pero también estamos obligados a
exigir transparencia en el uso de esos recursos, que son para todos; los impuestos son para el servicio
de todos; y no un privilegio de algunos sectores que reciben más beneficios que otros.
Miércoles 6. San Marcos 12, 18 – 27.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le
preguntaron: - Maestro. Moisés nos dejó escrito: “Si un hombre muere y deja mujer, pero sin ningún
hijo, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia al hermano difunto”. Pues bien, había
siete hermanos. El primero se casó y al morir no dejó descendencia. El segundo se casó con la mujer y
murió también sin descendencia. El tercero lo mismo, y así los siete, sin que ninguno dejara
descendencia. Después de todos, murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quien de ellos será
mujer? Porque los siente estuvieron casados con ella.
Jesús les dijo: - Están muy equivocados en esto, porque no comprenden las escrituras, ni el
poder de Dios. Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como
ángeles en los cielos. Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído las palabras que, según el
libro de Moisés, Dios dijo en el episodio de la zarza. “Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, de vivos. Están muy equivocados.
Si nos fijamos bien en el diálogo que se da entre los saduceos y Jesús, el tema central no es el
creer o no en la resurrección; se trata, más bien de una justificación en la que se usa como pretexto el
tema de la resurrección, para validar el tema del uso, del dominio de la otra persona. La preocupación
que se refleja es por el ¿De quien es la mujer? Las relaciones entre las personas no son de posesión o de
dominio, sino de amor. El matrimonio es una relación de amor, en que ambos como pareja se
comprometen mutuamente para ser felices, para protegerse, para compartir la vida.
Hoy nos damos cuenta que existen distorsiones en la forma como se vive la relación
matrimonial, en la que se ve en el matrimonio una relación de dependencia, en la que nos hay amor,
sino dependencia, dominación. Nadie se casa para ser dominado, si no para ser feliz. Eso es lo que
Jesús quiere con respecto al matrimonio y a todas las relaciones humanas que se construyen: de familia,
de compañerismo, de trabajo, de amistad; sin el amor, estas pierden sentido.
Jueves 7. Marcos 12, 28 – 34.
En aquel tiempo, un maestro que había escuchado la discusión de Jesús con los saduceos y
había observado lo bien que les había respondido, se acercó y le preguntó: - ¿Cuál es el primer
mandamiento de todos?
Jesús le contestó: - El primero de todos es éste: Escucha Israél, el Señor nuestro Dios es el único
Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas. El segundo es este: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más
importante que éstos.
El maestro de la ley le dijo: - Muy bien maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y no
hay otro fuera de él. Y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las
fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús viendo que había hablado acertadamente, le dijo: - No estas lejos del reino de Dios. Nadie
se atrevió a hacerle más preguntas.
Nos presenta el evangelio esa actitud honesta de un maestro de la ley, que quiere ir más allá,
quiere saber más de las enseñanzas que Jesús transmite. Este no es una persona conformista, que cree
que ya con lo que sabe es más que suficiente, es alguien que quiere escuchar a otras voces, en este caso
de la Jesús, porque tiene algo que enseñar.
Por otra parte, se nos presenta en el relato que hemos escuchar como Jesús insiste en lo mismo
que ya se había tocado el día de ayer en relación con la conversación que tiene Jesús con los saduceos.
Jesús proponía que toda relación debe basarse en el amor y este sustentado en el amor de Dios. El amor
humano, si no tiene como fuente el amor de Dios no tiene sentido; de ahí la relación entre estos dos
mandamientos básicos: Amar a Dios y al prójimo.
En la carta primera de San Juan 4, 16: “Dios es amor; y el que vive en el amor, vive en Dios y
Dios en él.”
Viernes 8. San Marcos 12, 35 – 37.
Entonces Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo: - ¿Cómo dicen los maestros
de la ley que el Mesías es Hijo de David. David mismo dijo inspirado por el Espíritu Santo:
“Dijo el Señor a mi Señor; siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de
tus pies.”
Si el mismo David lo llama Señor, ¿Cómo es posible que el Mesías sea Hijo de suyo?
La multitud lo escuchaba con agrado.
En la época de Jesús se manejaban tres corrientes desde las que se entendía al Mesías. Los
saduceos, creían en un Mesías dominador, controlador. Que como ellos tenía control sobre todo lo que
pasa en el templo, nada en él se puede manejar si no es por su poder. Los fariseos, que creían en un
Mesías que venía a imponer su rigorismo de la ley. Era el que venía a exigir el cumplimiento de la ley,
sin excepciones de ningún tipo. Los Celotes, que esperaban un Mesías militar, capaz de enfrentar
militarmente a los romanos.
Jesús propone una tercera imagen del Mesías. El compasivo, el misericordioso, el que quiere el
diálogo entre los adversarios, el que promueve la practica de la misericordia y la compasión.
Sábado 9. San Marcos 12, 38 – 44.
En aquel tiempo, enseñaba Jesús diciendo: - Tengan cuidado con los maestros de la ley, a
quienes les gusta pasearse lujosamente vestidos y ser saludados por la calle. Buscan los puestos de
honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes. Estos, se devoran los bienes de las
viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.
Jesús estaba sentado frente a las arcas del templo y observaba como la gente iba echando dinero
en ellas. Muchos ricos depositaban en cantidad. Pero, llegó una viuda pobre, que echo dos monedas de
muy poco valor. Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: - Les aseguro que esa viudad pobre ha
echado en las arcas más que todos los demás. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras
que ella ha echado desde su pobrezo, todo lo que tenía para vivir.
Nos plantea el evangelio el valor de la autenticidad en la vida de las personas. Muchos en
algunas ocasiones dan por aparentar, por crearse una imagen social. Para que la gente los y las alaben,
para mostrarse superiores a los demás, por su “bondad”. Es ante esta aparente bondad en la que se
escudan para que luego les hagan reconocimientos, y para que los alaben. La traspariencia y el
desinterés de aquella mujer viuda, es lo que Jesús exalta y coloca como referente a seguir. Hacer las
cosas porque se cree en ellas, porque de verdad se quiere ser generosa o generoso.
Hoy, debemos de preguntarnos, ¿por qué soy generosa o generoso? ¿Por qué siento el dolor del
otro o la otra? O. ¿por qué quiero que los demás me reconozcan como alguien bueno o buena?
Domingo 10. El santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. San Marcos 14, 12 – 16. 22 – 26.
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus
discípulos preguntaron a Jesús: - ¿Donde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?
Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: - Vayan a la ciudad y les saldrá al encuentro un
hombre que lleva un cántaro de agua. Siganlo. Allí donde entre digan al dueño. El maestro dice:
¿Dónde estámi sala, en la que voy a celebrar la cena de pascua con mis discípulos? Él les mostrará en
el piso de arriba una sala grande y bien alfombrada. Preparen todo allí para nosotros.
Los discípulos, salieron, llegaron a la ciudad, encontraron tal y como Jesús les dijo y prepararon
la la cena de pascua.
Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dió a sus discípulos y les
dijo: - Tomen, esto es mi cuerpo.
Tomó luego un cáliz y pronunció la acción de gracias, lo dió a sus discípulos y bebieron todos
de él. Y les dijo: - Esta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por todos.
En cada eucaristía en la que participamos celebramos la cena del Señor, aquella de la que salió
para entregarse, para dar la vida por aquellos y aquellas a los que él ama.
No celebramos un acto mágico, celebramos el amor de manifestado en su Hijo Jesucristo. Él
mismo nos recuerda que cada vez que hagamos eso mismo, lo hagamos en conmemoración suya. En la
celebración eucarística, lo que celebramos es un acto de adhesión a Jesucristo, ese cuerpo y esa sangre
en nosotros y nosotras los y las celebrantes nos hace uno con él. Es decir, nos hacemos como él,
asumimos sus mismos ideales, sus mismas actitudes, sus mismas opciones, su mismo estilo de vivir.
El o la que celebra la Eucaristía, más que ser parte de una celebración bonita, elegante,
“solemne”, estamos asumiendo un estilo de vida como de Jesús. La belleza de una eucaristía está en la
forma como salimos de ella. Si entramos con odios, y salimos con deseos de perdonar, si entramos
llenos de avaricia y salimos con deseos de compartir con los demás. Una eucaristía fue solemene si
salimos con convicciones de vida como las de Jesús, a quien celebramos. Si salimos de la celebración
con deseos de servir, de entregarnos, como Jesús por los demás, por aportar al bien, al crecimiento
solidario de la comunidad de la que formamos parte.
Lunes 11. San Bernabé, Apostol. San Mateo 5, 1 – 12.
En aquel tiempo, Jesús subió al monte, se sentó; se le acercaron los discípulos. Entonces
comenzó a enseñarles con estas palabras: - Dichosos los pobres en el Espíritu., porque de ellos es el
reino de los cielos..
Dichosos los afligidos, porque Dios los consolará..
Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los
saciará..
Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos.
Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el reino
de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien y los persigan y digan contra ustedes toda
clase de calumnias por causa mía. Alégrense y regocijense, porque será grande su
recompensa en los cielos, pues, así persiguieron a los profetas que vivieron antes que
ustedes.
Las bienaventuranzas, podríamos decir son como el programa de vida de la persona de Jesús.
En ellas define hacia donde va su misión. A la búsqueda de un mundo menos materialista, “pobre de
espiritu”, es decir que pone su confianza en Dios y no en el dinero.En la invitación a no poner la
confianza en el poder o en la dominación, sino en el saber luchar, en el saber esperar, porque esperan el
consuelo de Dios, mas que en el de la fuerza del poder o del dinero. El llamado a confiar en la
humildad y no en la prepotencia, o en el creernos más que los demás, porque tenemos más. Es saber
optar por el camino de la paz y no por el del dominio, el de la amenaza o la fuerza, para seguir el
camino de la misericordia, del amor como camino para la convivencia. Es el proyecto de vida en el que
se cree en la justicia, en el amor, en la solidaridad, en la paz, contrarios a quienes su proyecto de vida lo
definen el poder del dinero, de la fama, el soborno, la corrupción, el poder de la mentira. En este
sentido el reino de Dios es otra cosa, a lo que en este mundo se nos ha hecho creer que es el camino
para construir la vida.
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