Tipo de documento: Fragmento de libro Autor: Valeria Ianni Título del libro: La Revolución Francesa Editorial: Ocean Sur Lugar de publicación: México Año de publicación: 2011 Páginas: 13-16 Temas: Fuerzas populares, Movimiento social popular El campesinado Hacia 1789, el ochenta por ciento de las familias francesas vivía en el campo. A diferencia de lo que ocurría en esa misma época en gran parte de la Europa continental, entre un cuarto y un tercio de los campesinos eran propietarios. Sin embargo, esto no era sinónimo de un bienestar generalizado en el campo, debido ante todo a que la explotación feudal no se ejercía solamente contra los campesinos que habitaban tierras del señor sino que también se realizaba a través de impuestos sobre el comercio, actividades productivas, peajes, etcétera. Efectivamente, el campesinado debía afrontar una pesada carga de rentas, censos, servicios e impuestos que eran recaudados para señores feudales, curas y reyes. Si a todas estas deducciones agregamos que la quinta parte de la cosecha debía ser reservada como simiente para la siguiente siembra, podemos aproximarnos mejor a la verdadera situación de la inmensa mayoría del pueblo francés. Cabe preguntarse hasta qué punto a fines del siglo xviii el campesinado seguía constituyendo una clase. En gran medida, podemos responder negativamente. Desde hacía siglos tenía lugar un proceso de polarización dentro de la comunidad campesina. Rudé (a) ofrece una imagen ilustrativa de la situación: de cuatro campesinos, uno era propietario, dos eran «medieros» y uno era jornalero. ¿Qué están expresando estas cifras? Sintéticamente, podríamos decir que muestran el avance de las relaciones capitalistas en el campo. En la cúpula, hay una capa de campesinos que se han convertido en arrendatarios. Le pagan al terrateniente una renta (ya no feudal) en concepto de alquiler de una porción de tierra (o de ganado) y compran fuerza de trabajo asalariada para que la labore. Estos verdaderos «obreros rurales» son los «jornaleros», obligados a vivir del «jornal» que reciben por un día de trabajo. Por lo general, el ascenso de los arrendatarios está impulsado y acompañado por el ejercicio de ciertas funciones político-administrativas dentro de la aldea. Suelen ser los «gallos de la villa» que se encargan de distribuir entre las familias el pago de la taille que el sistema fiscal impone a la villa como totalidad. En el mismo sentido, es habitual que sean arrendadores de impuestos, personajes mucho más temibles que los propios señores feudales, ya que conocen a fondo la situación de cada unidad familiar y saben con precisión cuánto pueden exigir. El resto de los campesinos, que son la mayoría, son «medieros» o aparceros. El carácter transicional del momento se encarna en este grupo. Si bien todavía no han sido completamente expropiados como los jornaleros, se ven obligados a entregar la mitad (por eso «medieros») de su cosecha a cambio de los elementos de labranza, ganado o tierra que «aporta» el terrateniente o el señor feudal. Como no consiguen que la producción del campo satisfaga todas las necesidades de la familia, complementan sus ingresos trabajando en la industria a domicilio de tejidos. Astarita ha llamado a este sujeto «marginal asalariado», porque entra en relaciones de explotación capitalista al mismo tiempo que mantiene relaciones feudales por su permanencia en la aldea. La desestructuración de las relaciones tradicionales dentro de la aldea, provocada por el progresivo avance de la agricultura capitalista, era fundamentada y utilizada como programa por la escuela de economía política de los fisiócratas. Con el propósito de aumentar la riqueza que se originaba al trabajar la tierra, sostenían la necesidad de cercar las tierras, y en la división y apropiación privada de las tierras comunales, pertenecientes todavía a la comunidad aldeana como totalidad. Promovían la abolición de los derechos feudales que restringían ciertas actividades, especialmente ligadas a la circulación. En definitiva, el programa de los fisiócratas buscaba transformar la propiedad y la explotación feudales en propiedad y explotación capitalista. Obviamente, por estas medidas que ya se venían dando en el campo francés, cada vez eran más las personas que necesitaban ir al mercado para conseguir o completar el alimento indispensable para la subsistencia de su familia. La oscilación en el precio del pan y el hambre, recurrentemente provocado por las malas cosechas, arrojaba a estas personas a la miseria y a la desesperación por no tener con qué alimentar a sus hijos. No es casual que este proceso incrementara significativamente la violencia en las protestas del campo. Los artesanos Casi tan representativos del orden feudal como los campesinos, el desarrollo del capitalismo condenaba a los artesanos de las ciudades a una progresiva transformación en trabajadores asalariados, aunque menos rápida de lo que comúnmente se cree. Si bien el sistema gremial todavía operaba como malla de protección, hacía tiempo que su producción de obras maestras, de un lujo incalculable, venía perdiendo terreno ante otro tipo de producción de menos calidad pero que posibilitaba ofrecer grandes cantidades a mercados en expansión. Era ese mismo sistema gremial con sus reglas secretas del oficio, de pautas incambiables de cómo producir, con sus prohibiciones de innovar y sus largos años de formación de trabajadores lo que impedía que los talleres artesanales se fueran convirtiendo poco a poco en talleres manufactureros. Los artesanos, junto a los dueños de pequeñas tiendas al por menor, se enfrentaban así a una realidad en la que su pequeña propiedad, fundada en el trabajo individual y familiar,1 era arrollada por la propiedad capitalista. Se enfrentaban al avance del libre mercado y de la producción manufacturera que se desarrollaba al margen de las reglas del gremio. Por lo tanto, su oposición al capitalismo proponía más un retorno al pasado que una alternativa de futuro. Compartían el odio a los ricos y a los aristócratas «perezosos» y, como veremos, cumplieron un papel fundamental en la radicalización de la Revolución. Nota 1 . Aun cuando los oficiales y aprendices no fueran parte de la familia del maestro artesano, solían compartir la vivienda. (Todas las notas son de la autora).