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Observatorio Ciudadano de la Educación AC
DEBATE 36
EL DERECHO A LA EDUCACIÓ EN MÉXICO:
SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS
Versión editada1
Colaboraron en este Debate: Aurora Loyo, Mery Hamui, Aldo
Muñoz, Teresa Bracho, Yoalli Navarro y Manuel Ulloa
Los días 17 y 18 del pasado mes de junio se desarrollaron los trabajos del Foro sobre
el Derecho a la Educación convocado por el Observatorio Ciudadano de la Educación
(OCE), al que asistieron el Dr. Vernor Muñoz, relator especial de las Naciones Unidas
sobre el Derecho a la Educación, así como académicos, legisladores, miembros de
diversas organizaciones de la sociedad civil, y responsables de programas educativos.
Los ponentes aportaron un gran número de datos para documentar las graves
privaciones que sufre la población mexicana en materia del derecho a la educación.
Haciendo eco del exhorto del relator para desterrar concepciones nominales y
formales del derecho a la educación, durante este foro se insistió en la necesidad de
no perder de vista el objetivo de lograr en nuestro país una educación que dignifique al
ser humano y que sea ajena a la violencia y a la discriminación. De ahí que el derecho
a la educación – un derecho social –, deba ser considerado también como un derecho
político ya que al ejercerse crea ciudadanía. Y ante el panorama educativo actual, se
convino en que la lucha por el derecho a la educación puede llegar a constituir una
importante fuerza movilizadora en la sociedad mexicana.
Académicos, legisladores, representantes de organizaciones civiles y responsables de
programas educativos insistieron en que el derecho a la educación no puede reducirse
a los índices de cobertura en la educación básica de niños y jóvenes en edad escolar.
Su ejercicio supone que la educación se ofrezca con equidad para toda la población y
por tanto requiere, necesariamente, una orientación inclusiva en que se atiendan las
necesidades educativas de los adultos, de los discapacitados y de los grupos
poblacionales mayormente discriminados como son los migrantes, las mujeres, las
personas en situación de calle y quienes habitan en localidades pobres y apartadas,
por citar sólo unos casos.
La perspectiva del derecho a la educación no debe convalidar las políticas que
proporcionan una educación pobre a los pobres, ni menos aún programas que
excluyen a la mayor parte de las poblaciones que deberían estar abocados a atender.
Este derecho se opone a etiquetar como “rezagados” a aquellos que no tuvieron la
oportunidad de recibir una educación básica completa, ni como desertores o
reprobados a quienes las instituciones escolares y las condiciones de contexto
expulsaron de las aulas.
Estos puntos de partida sirvieron para identificar la naturaleza del grave déficit
educativo del Estado mexicano. La estimación del llamado “rezago educativo” de la
población de 15 años, es decir, aquellas personas que no han concluido el ciclo de
educación obligatoria, asciende a 33 403 374 de personas según cifras del INEA. Sin
embargo, esta cifra, alarmante en sí misma, no basta para visualizar las desigualdades
que existen en términos de educación entre las regiones y entre los estratos sociales.
1
Debate publicado en la sección de educación del número 232 de la revista Este País, agosto 2010.
Y es justamente la magnitud de las desigualdades la que nos indica la urgencia de
ubicar a la equidad y a la inclusión en el centro de toda la política educativa.
La exclusión tiene lugar no solamente por falta de acceso de miles de niños y jóvenes
o por los adultos desescolarizados que han sido abandonados a su suerte, sino
también bajo la forma de escolares que reprueban y abandonan las aulas. Muestra de
ello son las cifras que el INEE presentó en este Foro, resultado de la tarea que el
Instituto hizo para reconstruir el paso de una generación de alumnos. Su análisis nos
muestra que al poco tiempo del ingreso a la escuela primaria, es decir a los 7 y 8 años
de edad, comienza a reducirse el porcentaje de niños que avanza de acuerdo con la
edad reglamentaria hasta representar ya un 75 y 66% respectivamente. A los 12 años
solamente 61 estudiantes de 100 se encuentran estudiando el primer año de
secundaria y 4 han dejado la escuela; esta dinámica empeora de manera tal que a los
15 años, sólo 42% cursa el año que normativamente le corresponde, esto es, el primer
año de bachillerato y casi la cuarta parte del total se encuentra fuera de la escuela. Es
innegable que un sistema educativo que da estos resultados no está funcionando
satisfactoriamente y, por lo tanto, no se está garantizando el derecho a la educación
para todas y todos.
Prácticamente todos los indicadores educativos nos hablan de la persistencia de
graves desigualdades entre entidades, regiones y grupos de distintos niveles de
ingresos familiares. Pero entre todo ello, quizá lo más desesperanzador es comprobar
que la injusticia y la discriminación secular que han padecido los grupos indígenas no
han logrado remontarse de manera significativa y que el sistema escolar no corrige,
sino perpetúa esa situación. Un dato basta para sustentar esa afirmación: la población
de 4 a 14 años que vive en hogares indígenas representa alrededor de 10% de total
de niños mexicanos en esas edades, pero el volumen de niños indígenas que no
asiste a la escuela equivale casi a 20% del total de los inasistentes en esas mismas
edades. Resulta evidente, pues, que los modelos educativos actuales carecen de
estructura para ofrecer educación para todos, independientemente de sus condiciones.
Durante el Foro se dieron a conocer muchos otros datos que confirmaron un
panorama de carencias y desigualdades. Al reflexionar sobre sus causas, se abordó el
tema de la dirección del sistema educativo. “La educación es responsabilidad de
todos” se dice, y es cierto. Pero igualmente cierto es que no todos los actores tienen la
misma responsabilidad. En el caso de México se observa entre el gobierno federal y el
SNTE una relación que el relator especial caracterizó como atípica y simbiótica. Y es
en el marco de esa relación en donde se han definido los aspectos más importantes
de la política educativa. Los resultados del funcionamiento del sistema a los que
acabamos de referirnos y la inexistencia de programas especiales que cuenten con
recursos presupuestales suficientes y con docentes bien preparados para atender a
las poblaciones vulnerables, nos hablan de que la orientación que se ha dado a la
política educativa ha sido claramente insatisfactoria si se valora a partir de la
perspectiva del derecho a la educación.
La violencia es otro elemento que se destacó como un obstáculo para el cumplimiento
de esta garantía. Desafortunadamente, día a día se observa el incremento acelerado
de actos violentos, de hostilidad y de discriminación en los ambientes escolares que
atentan contra el ejercicio del derecho a la educación. La violencia escolar, si bien ha
existido en el país desde hace mucho tiempo, en las últimas décadsa se ha extendido
y combinado con otros fenómenos que afectan la formación y ejercicio democrático del
derecho a la educación.
La violencia, en todas sus expresiones y modalidades, aleja a los individuos de los
procesos formativos afectando de manera contundente, su acceso a la educación.
Sumada a estos elementos, prevalece la poca capacidad de demanda de la sociedad
civil para exigir el derecho a la educación y la justiciabilidad para que se tomen en
cuenta recomendaciones que coadyuven a mejorar el sistema educativo en general.
Hay poca participación de los padres de familia, al no transmitir sus expectativas a la
escuela sobre la educación de sus hijos, y una gran dispersión en los organismos de la
sociedad civil que merma y obstaculiza su concurrencia para tener fuerza y convertirse
en un actor en el mejoramiento de la educación. El derecho a la educación “no existe”
en términos jurídicos porque su justiciabilidad no es un hecho real en nuestra
sociedad, debido a que en México no hay instancias administrativas ante las cuales las
personas puedan demandar, litigar y esperar una sentencia, ni instituciones judiciales
que hagan valer este derecho.
Es innegable que nuestro país ha logrado avances en materia educativa. Se ha
logrado construir una vasta infraestructura educativa que atiende hoy día a más de 34
millones de mexicanos, alrededor de una tercera parte de la población. Sin embargo,
desde hace varias décadas, la educación ha dejado de ser la oportunidad de ascenso
social y el instrumento que detonaba el desarrollo económico. Hoy la educación que
reciben los mexicanos no garantiza el acceso a mejores condiciones de vida, ni es
tampoco un elemento definitivo que contribuya al crecimiento nacional2.
Conclusiones y temas para una agenda
El ejercicio del derecho a la educación es condición esencial para el ejercicio de los
derechos civiles, sociales, políticos, económicos, culturales y ambientales de todos.
Deben replantearse los modelos y las prácticas educativas a partir del enfoque de la
educación como un derecho universal fundamental orientado al desarrollo integral de
todos los individuos, pasando del carácter nominal y formal a su ejercicio pleno.
Como en muchas otras garantías, existe en nuestro país una brecha entre las normas
y su observancia respecto a la educación. El contenido del artículo 3 constitucional así
como diversos artículos de su ley reglamentaria –especialmente el 7 y el 32 –, al igual
que normas jurídicas internacionales que han sido ratificadas por el gobierno
mexicano, conforman una base jurídica que le da sustento. No obstante, se requieren
iniciativas y cambios normativos para identificar con mayor claridad las entidades
responsables y las vías legales disponibles para que las personas y los colectivos
puedan acceder al derecho a la educación.
Este derecho debería estar protegido bajo la tutela de una legislación fuerte, de
procesos definidos y de iniciativas que establezcan sanciones para quienes incumplan
esas normas, fortaleciendo áreas o creando entidades que protejan a quienes resultan
perjudicados por este incumplimiento.
En esta línea, durante el Foro se hizo el planteamiento de impulsar la creación de un
Ombudsman especial, o bien recomendar que la CNDH fortalezca su actuación en
esta área.
Las organizaciones de la sociedad civil tienen dificultades para encontrar puntos de
confluencia en sus acciones. El derecho a la educación puede ser una importante
fuerza impulsora para fortalecer y orientar su acción. Es necesario fortalecer su labor
para que puedan intervenir en la formulación, implementación y monitoreo de las
políticas educativas.
Así lo señaló en su intervención Miguel Poot Grajales, secretario técnico de la Comisión Ordinaria de Educación del Senado de
la República.
2
La sociedad civil podría dar seguimiento a las 83 recomendaciones que la ONU ha
dirigido a la SEP y sobre las cuales ninguna instancia educativa ha respondido, así
como aquellas incluidas en el informe del relator especial, Vernor Muñoz, presentado
el 2 de junio pasado en la Asamblea General de la ONU.
La participación social es un componente que opera a favor del derecho a la
educación. Pero tiene que ser una participación efectiva y no de membrete. Por tanto
se recomienda impulsar todas las acciones que permitan ampliar las capacidades de
participación, especialmente de los padres de familia.
Fortalecer la educación en derechos humanos es una tarea prioritaria. Una educación
que no potencia el ejercicio de los derechos humanos no es una educación de calidad.
Se propuso impulsar la creación del Programa de Derechos Humanos impulsado por
la Academia Mexicana de Derechos Humanos y la cátedra UNESCO-México de
derechos humanos, así como la educación política para la construcción de una
ciudadanía capaz de exigir sus derechos.
La política educativa vigente ha colocado en los márgenes del sistema a las
modalidades y programas educativos que atienden a los adultos, a los grupos
llamados vulnerables y a los indígenas. Con muy poco dinero y con figuras docentes
mal pagadas y mal preparadas no es factible que se resuelvan las carencias
educativas de estos grupos. Por ello es necesario presionar para exigir un cambio de
rumbo e insistir en la inconveniencia de perpetuar la “relación atípica” vigente entre el
gobierno y el sindicato.
Conviene explorar la posibilidad de diseñar y aplicar acciones enérgicas para revertir
algunos de los efectos de la desigualdad y la discriminación, y de las asimetrías y
disparidades que prevalecen en nuestro país.
Es inaplazable pugnar por una política de desarrollo articulada que ataque las causas
de la desigualdad social pues de otra manera los avances en materia educativa serán
lentos y discontinuos.
Es imperante contar con información veraz, oportuna, transparente y accesible que
permita conformar un panorama de la situación educativa real del país. En este
sentido, la investigación tiene un papel fundamental.
Es momento de repensar el derecho a la educación no sólo como el derecho de
acceder a las escuelas, sino como un derecho para la vida y para aprender, con todo
lo que eso conlleva. Quizás ésta sea la oportunidad de articular esfuerzos y exigir
respuestas fehacientes para garantizar procesos educativos de calidad para todas y
todos los mexicanos.
¿Quiénes impulsan el derecho a la educación? ¿Son los padres, el Estado, los
profesores, los estudiantes? ¿Quiénes se hacen cargo y se responsabilizan? La
respuesta debiera ser: todos. Todos sostenidos por nuestro derecho a actuar, a ejercer
y a exigir el ejercicio de todos y cada uno de nuestros derechos.
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